Comentario Sobre Los Textos de A. Brendel y P. Rattalino

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Evolución y Literatura del Instrumento II Rodrigo López Rueda

Comentario sobre los textos de A. Brendel Sobre los recitales para solista y los
programas de concierto y P. Rattalino «El concierto soy yo».

Desde la creación del concepto de recital de piano solo (la cual, hasta donde
sabemos, se la debemos a Ignaz Moscheles) la preocupación por la coherencia estructural
y la adecuación contextual del mismo está a la orden del día. Ambos textos nos muestran
las tendencias de cada etapa, bien de una forma bien meramente objetiva, a través de datos
y programas concretos (en el caso del fragmento de Rattalino); bien con un tinte más
personal, subjetivo y con una intención más reflexiva que didáctica (en el caso del de
Brendel). De los dos fragmentos se pueden extraer algunas conclusiones que nos llevan a
cuestionar la predisposición del público y del intérprete actual (así como la conexión entre
ambos), la adecuación cultural de los programas en relación con el emplazamiento del
concierto y otros factores que atañen tanto al ejecutante como al oyente.
En primer lugar, he de rescatar una figura que lleva demasiado tiempo tomándose
como «desfasada», y es la de intérprete-compositor. Ya sea a través de la interpretación
de obras propias o de la inclusión de algunos momentos más distendidos de carácter
improvisatorio, creo que es importante mantener al público en una sensación constante
de interés, curiosidad y/o atención a través de la variedad. De esta manera, la inclusión
de estos momentos en un recital, así como la aparición en los programas de obras de
reciente composición (o incluso de estreno, ¡menuda herejía!), puede aportar esa variedad
con respecto a la estructura tradicional de recital. Brendel dedica gran parte del texto a
divagar sobre las características que debe tener una estructura «ideal» de recital, y estoy
de acuerdo con su escrito en que la variedad es el punto clave de esta estructura.
Dependiendo de nuestra propuesta, el concierto puede ser más breve o más extenso, pero
siempre dentro de una coherencia musical y estética, en lugar de conexiones meramente
intelectuales o cronológicas.
Es cierto que el público actual de conocimiento musical medio o bajo no está
preparado para afrontar una sesión de más de dos horas de escucha atenta hacia un solo
instrumento (casos diferentes son las óperas y los musicales, que además de gran variedad
tímbrica incluyen una escenografía que ameniza la escucha). Sin embargo, este problema
no es exclusivamente reprochable al nivel de estrés al que nos somete una sociedad actual
para la que cada minuto vale su peso en oro, sino también al intérprete, cuyo grado de
alejamiento con el público se ha tornado cada vez más tenso y enfermizo. De acuerdo con
mi humilde opinión de estudiante de piano, el intérprete ha de asumir la responsabilidad
absoluta de cada obra que pasa por sus manos. Aunque parezca una evidencia, creo que
es imprescindible reflexionar sobre los hechos, dado que, en nuestra altanería y arrogancia
de entendidos de la música, olvidamos que la mayor parte del público al que estamos
acercando una de las artes más nobles no es un especialista en el repertorio que vamos a
ejecutar.
Por lo tanto, mi solución hacia el problema pasa por un mayor acercamiento entre
el intérprete y el público, lo que implica destensar un ambiente de creciente separación y
ruptura entre el emisor y el receptor de un mensaje que pierde cada vez más su faceta
humana, ya sea a través de explicaciones o presentaciones de las obras o del hilo
conductor del recital en cuestión, ya sea con pequeñas anécdotas y curiosidades sobre las
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mismas que permitan al público estar al acecho de pequeños matices que podrían pasar
desapercibidos. Con esta reflexión, no estoy invitando a transformar un recital de piano
en un circo, simplemente pretendo recordar que nosotros somos el nexo de unión entre el
verdadero creador del mensaje (que en la mayor parte de los casos suele llevar fallecido
más de un siglo) y el receptor último del mismo. Como transmisores y colaboradores de
estas obras de arte también podemos matizar ese mensaje y darle nuestro toque más
personal, mostrando incluso una faceta más creativa, pero sin perder de vista que somos
nosotros los encargados de hacer llegar un mensaje inteligible al público.
Concluyendo mi comentario, debo mostrar mi halago hacia las propuestas de
algunos pianistas de nuestros días que rompen la barrera invisible de seriedad y
formalismos forjada a través de las décadas entre público e intérprete, en pro de una
mayor conexión. No obstante, y de la misma manera que muestro mi halago, he de decir
que me produce una gran decepción (y cierta frustración) que en algunos casos de reciente
éxito esta conexión no vaya acompañada de una calidad acorde con el respeto que se nos
presupone por nuestra vocación y nuestra profesión.

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