Ajuriaguerra Manual D Psicop COMPLETO
Ajuriaguerra Manual D Psicop COMPLETO
Ajuriaguerra Manual D Psicop COMPLETO
de Ajuriaguerra
Trastornos de la laterización
Motivo frecuente de inquietud para los padres, sobre todo cuando la lateralización
parece inclinarse hacia la izquierda. La proximidad del aprendizaje de la lectura y
de la escritura constituye a menudo el motivo aparente de la consulta, y es entre
los 5-6 años cuando se solicita consejo.
Recordemos que a partir de los 3-4 años aproximadamente se inicia cierta
preferencia lateral.
El estudio de la lateralidad se lleva a cabo a nivel del ojo, la mano y el pie.
Entendemos por lateralidad homogénea una lateralidad dominante idéntica en
los tres niveles:
El ojo dominante será el que permanezca cuando se pide al niño que
cierre un ojo, o aquel con el cual el niño mira a través de un tubo, tapando
el otro ojo con la mano.
La mano dominante queda encima de la otra cuando le decimos que
cruce los brazos o que ponga los puños cerrados uno bajo el otro.
El pie dominante es el que chuta el balón con más frecuencia o el
escogido para saltar a “la pata coja”.
Cuando la lateralidad es homogénea (derecha e izquierda) el problema no se
plantea, aun cuando “ser zurdo” puede complicar ciertos gestos cotidianos.
Cuando la lateralización no es homogénea, es importante dejar a gusto del niño la
elección para las actividades habituales, hasta la iniciación del curso preescolar (5
años). En el trascurso de este año, si inicia ya el aprendizaje de la preescritura: no
es aconsejable una intervención prematura, pero hacia el final del año escolar
debe favorecerse la utilización de la mano derecha, salvo en los casos en que
exista una patente diferencia en la habilidad gestual a favor de la mano izquierda.
Cuando aparecen dificultades motrices es preferible ayudar al niño, mediante una
reeducación grafomotriz o psicomotriz, en sentido amplio, centrada en el dominio y
posesión de un buen tono muscular.
Recordemos que en el caso de lesiones orgánicas (hemiplejía infantil por ejemplo)
es siempre preferible favorecer la utilización del lado ileso.
Finalmente un caso específico y paradójico. La existencia de los que podríamos
llamar falsos zurdos. Son niños lateralizados a la derecha, pero que utilizan la
izquierda para las actividades principales (particularmente la escritura). Dicha
utilización se lleva a cabo ya sea en un contexto de oposición al medio, ya sea
como identificación con algún miembro de la familia (padre, abuelo, tío) zurdo a su
vez.
En un contexto de esta índole, la reeducación psicomotriz o la psicoterapia
consistirá ante todo en conseguir que el niño tome conciencia de su natural
habilidad con la derecha, y se desembarace de su elección patológica.
La disgrafía
Un niño disgráfico es un niño cuya calidad de escritura es deficiente sin déficit
neurológico o intelectual que pueda explicar esta deficiencia.
Es déficit hallar la ubicación adecuada de la disgrafía, dadas sus múltiples
interferencias con la motricidad como tal, unidas a la relación del niño con su
maestro, el lugar que el aprendizaje escolar ocupa en la dinámica familiar, el valor
simbólico de lo escrito, el sostenimiento de la pluma con la mano, etc. La escritura,
momento significativo y transcripción gráfica del lenguaje, depende por un lado del
aprendizaje escolar jerarquizado y por otro, de una serie de factores individuales
de maduración, así como de factores lingüísticos, práxicos y psicosociales, los
cuales presiden conjuntamente su realización funcional.
El estudio clínico de la disgrafía señala que con frecuencia va asociada a otros
tipos de dificultades. Se han hallado las asociaciones siguientes:
Trastorno de la organización motriz: debilidad motriz, perturbaciones
ligeras de la organización cinética y tónica (dispraxia menor), inestabilidad.
Desorganización espaciotemporal: caracterizada específicante por los
trastornos en la organización secuencial del gesto y del espacio. Y por los
trastornos del conocimiento de la representación y de la utilización del
cuerpo, sobre todo en lo que se refiere a la orientación espacial.
Trastorno del lenguaje y de la lectura: dislexia y disortografía.
Trastornos afectivos: febrilidad e inhibición, que pueden dar lugar a la
constitución de un auténtico síntoma neurótico en el que la significación
simbólica de lo escrito y del lápiz que la mano sujeta son prevalentes.
Auténticas conductas fóbicas u obsesivas pueden manifestarse frente a la
escritura mediante una disgrafía cuya característica con frecuencia varía
según la naturaleza del escrito o la persona a quien este va dirigido, y que
contrasta con una habilidad gestual y manual por otra parte conservada-
El enfoque terapéutico está en función del registro de las dificultades asociadas
a la disgrafía y del significado de esta organización psíquica del niño, reeducación
grafomotriz y psicomotriz cuando predominan trastornos espaciotemporales y las
dificultades motoras, relación cuando prevalece la distonia y se organiza el
“grafoespasmo”, abordaje del síntoma y psicoterapia cuando las condiciones
afectivas se hallan en primer plano y el síntoma parece estar integrado en una
estructura neurótica.
Debilidad motriz
En 1911, Dupré aisló una entidad específica, a la que llamó “debilidad motriz”,
compuesta por los siguientes factores:
Torpeza de la motilidad voluntaria: gestos burdos, pesados, como
trabados, marcha poco grácil. Frente a una tarea o gestualidad precisa, el
niño se instala inadecuadamente (inclinado sobre la silla, en desequilibrio)
Sincinesias: movimientos difusos, implicando grupos musculares
normalmente no afectados por un determinado gesto. Debemos distinguir
aquí:
o Sincinesias de imitación que suelen difundirse horizontalmente
(movimientos de pronosupinación de la marioneta difundiéndose de
una mano a la otra) bastante frecuentes, que desaparecen
lentamente en el curso de la evolución.
o Sincinesias tónicas: que se difunden a menudo a través del eje
vertical (movimientos bucofaciales importantes cuando mueven las
manos y movimientos de los brazos cuando se mueven los
miembros inferiores)
Paratonía: caracterizada por la imposibilidad o dificultad extrema para
obtener una relajación muscular activa. Esta paratonía es una especie de
contracción cerúlea que, en algunos casos, puede llegar hasta la
catalepsia, y constituye un gran impedimento para la adquisición de una
motilidad ligera y armoniosa.
Estas manifestaciones pueden ir acompañadas de reflejos algo vivos y de
algunos signos mínimos de irritación piramidal.
En nuestra época, este concepto debe ser delimitado con mayor vigor
todavía. Deben ser excluidos los síntomas neurológicos que expresan una
lesión, y reservar dicho término para las deficiencias motrices propias de
las alecciones que se manifiestan en el niño, tanto en la torpeza para estar
en su cuerpo como para ocupar el espacio y moverse en él como una
motilidad intencional y simbolizada suficientemente fluida. La debilidad
motriz como síntoma se encuentra también en los niños de emotividad
lábil, con frecuentes pero discretas perturbaciones del esquema corporal y
una vida imaginativa dominada, a menudo, por la mediocre distinción entre
el yo y su medio. En otros puede quedar reducida a una torpeza gestual,
cuyo significado neurótico es evidente cuando dicha torpeza va unida a un
ambiente o personas específicos.
Dispraxias en el niño
No hay límites precisos entre la debilidad motriz grave y lo que suele llamarse
dispraxias infantiles. Estas últimas se caracterizan por profundas perturbaciones
en la organización del esquema corporal y en la representación témporo-espacial.
En el plano clínico, se trata de niños incapaces de llevar a término determinadas
secuencias gestuales o que las realizan con extrema torpeza. Vestirse, anudar sus
zapatos, abrochar la camisa, ir en bicicleta sin rueditas, etc. Sus dificultades son
todavía mayores si deben realizar secuencias rítmicas o actividad gráficas. El
fracaso es frecuente cuando se trata de operaciones espaciales o lógico-
matemáticas. Las pruebas como el test del Bender o la figura del Rey objetivizan
esta deficiencia. Todo ello conduce a un fracaso escolar global, fracaso en gran
medida reactivo ante los trastornos iniciales.
En cambio, el lenguaje, aun cuando no sea estrictamente correcto, se halla
proporcionalmente mucho menos perturbado.
La exploración neurológica es casi siempre normal. Las pruebas de imitación de
gestos, de designación de las diversas partes del cuerpo suponen un fracaso total
o al menos, parcial.
El enfoque terapéutico deberá estar en función de la gravedad de los trastornos
asociados de la personalidad. La terapia psicomotriz y la ayuda pedagógica
resultan aconsejables e incluso indispensables. A menudo se precisa psicoterapia.
Inestabilidad psicomotriz
La inestabilidad constituye uno de los grandes motivos de consulta en
paidopsiquiatría. Dicha consulta procede a menudo de la familia, sobre todo si se
trata de niños en edad preescolar entre 3-4 y 6-7 años: “no para”, “no está quieto”,
“todo lo toca”, “no escucha”, son los datos esenciales de la letanía familiar. Otras
veces, ya en edad escolar, entre los 6 y los 10-12 años, es el maestro quien
plantea el problema a los padres, centrando sus quejas sobre la inestabilidad de la
atención, más que sobre la conducta. Estos dos tipos de quejas revelan los dos
polos de la inestabilidad, el motor y el de la capacidad de atención.
En el plano clínico es conveniente distinguir entre:
La inestabilidad motriz propiamente dicha, en la que el niño no cesa en
su movimiento (corre hacia aquí y hacia allá y entrecruza las piernas y
brazos mientras está sentado, etc.)
La inatención o inestabilidad psíquica.
Si con frecuencia se asocian ambas formas en algunos niños, una de las dos
puede ocupar el primer plano. La exploración somática es normal. El análisis
psicomotor evidencia, además de la inestabilidad motriz, una inestabilidad postural
y la existencia de la “reacción de prestancia”: actitudes afectadas y adultomorfas.
El estudio del tono permite según algunos autores (Berges) distinguir una
inestabilidad con paratonía caracterizada por un fondo permanente de
contracturas o tensión, en la que la inestabilidad aparecer como una “fuga” en
relación a dicho estado de control y una inestabilidad en la que el equilibrio tónico
es normal pero, por el contrario, con numerosos signos de emotividad intensa,
incluso caótica: mirada inquieta, sobresalto evidente ante la menor sorpresa,
temblor de manos, sonrojo, etc. son niños que parecen estar permanentemente en
un estado de ansiosa hipervigilancia, como si en todo momento el entorno pudiera
resultar peligroso desmoralizador.
A veces, se asocian a esta inestabilidad, otras manifestaciones psicopatológicas:
enuresis, trastornos del sueño, dificultades escolares, etc.
El contexto psicológico varía. Ante todo la inestabilidad puede integrarse dentro
del cuadro de un estado reactivo a una situación, traumatizante o ansiógena, para
el niño. Recordemos que cuanto menor es este más tiende a expresar el mal estar
o la tensión psíquica mediante su cuerpo. Actuar es en un principio la modalidad
más espontánea y natural de respuesta.
En otros niños la inestabilidad aparece relativamente aislada, sin deficiencias
importantes en otros aspectos del desarrollo y sin que el equilibrio psicoafectivo
parezca perturbado. El nivel intelectual es normal. El problema depende del grado
de tolerancia del ambiente, especialmente el familiar, frente a este tipo de
comportamiento.
Finalmente, en ciertos niños la inestabilidad reviste un significado psicopatológico
más evidente. Se observan ciertas conductas casi provocadoras y peligrosas,
continuamente se ponen en situaciones difíciles o de reprimenda, como si
intentaran castigarse o que los castiguen. La inestabilidad constituye entonces, o
la respuesta a una angustia permanente, sobre todo si dominan los mecanismos
mentales proyectivos persecutivos, o bien un equivalente de la defensa maníaca
frente a angustias depresivas o de abandono.
La respuesta terapéutica frente a este niño inestable, para él y para su familia,
no puede ser unívoca. Estará en función de la reacción del ambiente a la
inestabilidad, reacción que puede ir desde el castigo o la franca coacción hasta la
complacencia o la provocación. Puede depender de la existencia o no de
trastornos asociados (fracaso escolar, enuresis…) o de la profundidad de los
trastornos de personalidad. La acción terapéutica puede, pues, orientarse sea
hacia una reorganización educativa (consejos educativos a los padres y a la
escuela, práctica de un deporte o centro recreativo) sea hacia un intento de
catexis libidinal positiva del conjunto corporal estático (relajación) o dinámico
(diversos juegos psicomotores, danza rítmica) sea hacia una búsqueda de
solución de los conflictos psicoafectivos (psicoterapia).
Los tics
Los tics se caracterizan por la ejecución frecuente e imperiosa, involuntaria y
absurda en movimiento repetidos que representan a menudo una “caricatura del
acto natural”. Su ejecución puede ir precedida de una necesidad, y su represión
suele ser causa de malestar. La voluntad o la distracción pueden detenerlos
temporalmente.
Los tics faciales son los más frecuente, parpadeo, funcionamiento de cejas, rictus,
protrusión de la lengua, movimientos de la barbilla.
Todos estos tics pueden presentarse solos o asociados, manifestarse siempre
idénticos en un mismo paciente o suceder unos a otros. Suelen aparecer entre los
6-7 años y se instauran lentamente. No es raro que la vergüenza o el sentimiento
de culpabilidad acompañen al tic, sentimiento que puede verse reforzado por la
actitud del entorno.
Hay que distinguir los tics de otros movimientos anormales que no poseen ni su
brusquedad ni su aspecto estereotipado: movimientos coreicos, gestos
conjuradores de obsesiones graves (frotarse los pies sobre la estera, tocar
preventivamente un objeto), estereotipia psicótica (caracterizada por la firmeza y lo
extraño del gesto) ritmias diversas (de los miembros o de la cabeza) que son
menos bruscas.
Su evolución permite distinguir:
Tics transitorios: pasajeros que pueden relacionarse con ciertos hábitos
nerviosos, desaparecen espontáneamente. Son evidentemente los más
frecuentes.
Tics crónicos: afectación duradera, que acompaña a una organización
neurótica.
La significación: del tic no es univoca. Forma parte de estas conductas
desviadas que se instauran en un estadio evolutivo del niño y cuya
persistencia puede servir de punto de partida para múltiples conflictos
ulteriores, adoptando así significaciones sucesivas, hasta perder
lentamente su/sus significados inicial/es y convertirse en una forma de ser
profundamente anclara en el soma.
Al principio, el tic puede ser una simple conducta motriz reactiva a una situación
de ansiedad pasajera (con ocasión de una enfermedad, separación, etc.) Expresa
sin embargo, la facilidad con que algunos niños traspasan el ámbito motriz los
afectos, conflictos y tensiones psíquicas. Su asociación con la inestabilidad es, por
demás, frecuente. Ante esta facilidad, se concibe que el tic pueda convertirse en
una vía privilegiada de descarga tensional.
Es frecuente la conjunción de tics y de rasgos obsesivos. Se trata de niños que
se controlan mediante una gran vigilancia, reprimiendo activamente una
agresividad cuya intensidad puede ser hereditaria o bien resultado de situaciones
reales traumatizantes.
En otros casos, el tics alcanza un significado más directo de conversión histérica.
Se observa sobre todo en niños mayores o adolescentes: los tics sobreviven
entonces después de accidentes o intervenciones quirúrgicas.
Actitud terapéutica: la mayor parte de los medicamentos psicótropos no resultan
o son muy poco eficaces, excepción hecha de las butirofenonas, cuya posología
actúa de forma muy variada en uno u otro paciente.
En el plano familiar, es necesario que la ansiedad frente a dicho síntoma y las
distintas reacciones que suscita puedan ser comprendidas, reconocidas y
apaciguadas, si deseamos que se sigan los consejos dados (no dar importancia a
los tics, no reprimirlos, ni sobrevalorarlos)
En cuanto al niño, el enfoque terapéutico depende a la vez de los trastornos
psicopatológicos asociados y del papel que los tics sigan jugando. Según esto,
podemos proponer:
Terapia psicomotriz o relajación cuando tic tiene un significado
esencialmente reactivo y lleva asociado un comportamiento motor
compuesto de inestabilidad o de torpeza.
Psicoterapia si el síntoma se da en el seno de una organización neurótica o
psicótica, que le confiere significación y que el propio tic refuerza.
Terapia conductual, tipo “inmersión” o “descondicionamiento operante” (por
ejemplo, se pide al paciente que voluntariamente ejecute frente a un espejo,
el tic durante media hora todos los días o días alternos), cuando el síntoma
parece ser ya un hábito motriz que ha perdido su significado original.
Tricotilomanía. Onicofagia
Generalidades
Entre los 4 y 8 años suele ser la edad en que la familia consulta más a menudo,
señalando así en primer lugar el período de adquisición del lenguaje hablado, y
después la etapa de adquisición de la lecto-escritura.
Si los trastornos son importantes, pueden provocar un retraso en el conjunto de
las interacciones del niño con su medio (familia, escuela, amigos) y desembocar
en dificultades psicoafectivas diversas. Resulta entonces sumamente difícil
distinguir entre los trastornos reactivos secundarios y las dificultades iniciales.
El prelenguaje
Partiendo de los gritos del recién nacido, cuya finalidad al principio no es otra que
la de expresar un malestar fisiológico, se constituyen lentamente las formas de
comunicación entre el niño y su medio.
A partir del primer mes y a medida que el bebé adquiere una mejor coordinación
respiratoria, aparecer el balbuceo o laleo. El parloteo del recién nacido está
constituido inicialmente por una serie de sonidos no especificados en respuesta a
unos estímulos también inespecíficos. El parloteo se enriquece rápidamente en el
plano cualitativo, dado que el niño parece ser capaz producir, de forma puramente
aleatoria, todos los sonidos imaginables.
A partir de los 6-8 meses, aparece el período de la ecolalia, suerte de “diálogo”
que se instaura entre el niño y su madre o su padre. El bebé responde a la palabra
del adulto mediante una especie de melopea relativamente homogénea y
continua. Poco a poco, la riqueza de las emisiones sonoras iniciales se reduce
para dar paso únicamente a algunas emisiones vocálicas y consonánticas
fundamentales. Paralelamente, el adulto adapta su conversación a la capacidad
receptiva del niño; construye frases simples, agudiza el tono de voz en orden a
que el oído del niño discrimine mejor, etc.
A veces el balbuceo se extingue lentamente dando lugar a un período de silencio;
en otras ocasiones por el contrario, el balbuceo sucede directamente el pequeño
lenguaje.
El pequeño lenguaje
Las primeras palabras aparecen a menudo en situación de ecolalia, al tiempo que
las primeras secuencias dotadas de sentido se diferencian por ciertos rasgos
oposicionales, con un pobre rendimiento dado su número limitado, pero de fácil
aprovechamiento, “papá”, “mamá”, “toma”…
"depende del contexto gestual, mímico o situacional, significado que en gran parte
depende del que le otorgue el adulto. Por ejemplo: “toto” puede significar “yo
quiero un auto”, “es el auto de papá”, etc. El lenguaje acompaña a la acción y la
refuerza pero no la sustituye todavía.
Hacia los 18 meses aparecen las primeras frases, es decir, las primeras
combinaciones de dos palabras-frases. En el mismo período surge la negación,
introduciendo al niño en los primeros manejos conceptuales y en las primeras
oposiciones semánticas.
La organización lingüística se estructura con la aparición sucesiva de frases
afirmativas, de constatación, de orden, de negación y de interrogación.
Evidentemente, en esta época el papel de la familia es considerable gracias al
“baño de lenguaje” en el que el niño se halla sumergido. En ausencia de la
estimulación verbal, el empobrecimiento o el retraso en la adquisición del
repertorio verbal es constante.
El lenguaje
En el período más largo y el más complejo de la adquisición del lenguaje,
caracterizado por el enriquecimiento a la vez cuantitativo (entre a los 3 y 5 años
puede dominar 1500 palabras, sin captar totalmente su significado) y cualitativo.
El lenguaje pasa a ser un instrumento de conocimiento, un sustituto de la
experiencia directa. La redundancia con la acción y/o el gesto desaparece
progresivamente.
Hacia los 3 años, la introducción del yo puede considerarse como la primera etapa
de acceso al lenguaje, después de un período en el que el niño se designa por
“mi” y una larga transición en la que utiliza el “mi”, “yo”.
El enriquecimiento cuantitativo y cualitativo parece realizarse a partir de dos tipos
de actividad:
Una actividad verbal “libre” en la que niño sigue utilizando una “gramática”
autónoma, establecida a partir del pequeño lenguaje.
Una actividad verbal “mimética”, en la que el niño repite a su manera el
modelo del adulto, adquiriendo progresivamente nuevas palabras y nuevas
construcciones que son incorporadas inmediatamente en su actividad
verbal libre.
Esto muestra bien a las claras la constante interacción entre las adquisiciones
verbales del niño y los estímulos procedentes del ambiente.
Entre los 4-5 años, la organización sintáctica del lenguaje es cada vez más
compleja de manera que el niño puede prescindir ya de todo soporte concreto
para comunicarse. Utiliza, incluso, subordinaciones (porque, puesto que)
condicionales alternancias, etc. Pasa así del lenguaje implícito (cuando la
comprensión del mensaje verbal precisa informaciones extralingüísticas
suplementarias) al lenguaje explícito que se basta a sí mismo.
Retraso de la palabra
Es la deficiente integración de los diversos fonemas que constituyen una palabra:
su número, su calidad y su sucesión pueden estar modificados. Hasta los 5 años
carece de significación.
Si analizamos las anomalías, podemos describir:
Confusiones fonemáticas, que implican, bien las consonantes constrictivas
(j por ch, z por s) u oclusivas (d por t, g por k), bien la inversión de estas
últimas (f por p, z por d) bien las vocales (an por a, in por e, oua por a)
Omisión de las finales (por por po)
Simplificación de fonemas complejos.
Desplazamiento de ciertos fonemas (lavado por valabo)
Asimilaciones.
Contrariamente a los trastornos de la articulación, los errores no son constantes, y
cada fonema aislado puede ser correctamente pronunciado.
Audiomudeces
Trastorno presentando por niños de más de 6 años cuyo lenguaje es casi
inexistente sin que experimenten deficiencia intelectual profunda, déficit auditivo u
organización psicótica manifiesta de la personalidad.
El lenguaje no existe o se halla reducido a algunos fonemas. Después de una
reeducación prolongada e intensiva, algunos niños adquieren un corto vocabulario,
pero fracasan en la construcción de frases. El agramatismo es por lo general total;
la asociación de tres fonemas o más es aleatoria, cabe señalar que cada fonema
por separado es articulado correctamente. La comprensión a veces parece
normal, al menos en lo que se refiere a órdenes simples o ideas concretas. En
otros casos la comprensión parece afectada pero es posible la comunicación
mediante gestos o entonaciones de voz.
La intensidad del trastorno de la comprensión permite aislar dos tipos extremos:
Las Audiomudeces de expresión
Las Audiomudeces de comprensión
Pueden hallare asociados trastornos práxicos diversos: dispraxia bucofacial,
dificultades en la reproducción de estructuras rítmicas, perturbaciones
temporoespaciales.
En el plano afectivo, la casi total ausencia de lenguaje no deja de tener
consecuencias. A menudo son niños impulsivos, exigentes, coléricos.
En el plano del lenguaje la evolución es decepcionante a pesar de todas las
reeducaciones emprendidas.
No se conoce origen etiológico preciso de la audiomudez
Afasias
Las lesiones orgánicas o funcionales de los diversos centros implicados en la
audición y el lenguaje pueden determinar la afasia, como ilustran raros casos de
sordera adquirida durante el período de aprendizaje del lenguaje. Entre estas
afasias pueden aislarse las llamadas agnosias auditivas se caracterizan por la
asociación de un trastorno del lenguaje que afecta en primer lugar a la
comprensión (inatención auditiva e incomprensión verbal, mientras la
discriminación de los sonidos puros continúa normal) y más tarde a la expresión y
por manifestaciones epilépticas en forma de crisis generalizadas.
El nivel intelectual puede ser normal o subnormal. Los trastornos de
comportamiento (impulsividad, inestabilidad) son frecuentes
Dislexia-disortografía
Descripción
Factores asociados
Junto a la dislexia se dan ciertas asociaciones cuya frecuencia merece ser
señalada sin que por ello puedan considerarse como el único origen etiológico del
trastorno.
Retraso en el lenguaje: es un antecedente frecuente. Algunos lo
consideran constante, pero no siempre visible, revelado solo por las
dificultades suplementarias inherentes a la lectura. No obstante, es
interesante analizar más a fondo los antecedentes de trastorno del
lenguaje.
Trastornos de la lateralización: la zurdería y, sobre todo, la lateralización
deficiente, tanto visual como auditiva, han sido invocadas a menudo como
origen de la dislexia.
La zurdería contrariada, ha sido considerada, responsable de ciertos
trastornos, sobre todo en la época en la selección se imponía drásticamente
al niño. En un contexto tal, es probable que el clima efectivo de
contrariedad haya sido un factor favorecedor no desperdiciarle.
Actualmente, el respeto por la lateralidad espontanea del niño es mayor y
los zurdos no experimentan ya la antigua presión normativa.
Trastornos de la organización temporoespacial: las confusiones entre
las letras de formas idénticas, pero invertidas en el espacio (p-q, b-d), y las
dificultades para captar el ritmo espontaneo de la frase, han basado una
hipótesis sobre el origen de la organización temporoespacial en el niño
disléxico. Se ha descrito así su incapacidad para reproducir las estructuras
rítmicas auditivas, junto con sus frecuentes errores en la orientación
derecha-izquierda.
Factores etiológicos
Además de las asociaciones descritas, se invocan numerosos factores como
origen de este trastorno, que se sitúa en la encrucijada de la maduración social e
individual del niño. El córtex cerebral, el patrimonio genético, el equilibrio afectivo y
los errores pedagógicos, han sido considerados, ora unos, ora otros, como
responsables.
Factores genéticos: se aparea a ellos en el diagnóstico de la dislexia por
la predominancia de este trastorno en los niños frente a las niñas, por la
existencia de casos familiares y por la concordancia del trastorno en el caso
de los gemelos homocigóticos. Algunos autores se han atrevido incluso, a
calificar la transmisión, lo que ha sido rechazado por otros, la correlación
entre retraso del lenguaje y dislexia, ha inducido a revocar “una fragilidad
constitucional” referida al conjunto de las capacidades de aprendizaje del
lenguaje.
Sufrimiento cerebral: la frecuencia de antecedentes neonatales
(embarazo y parto difícil, prematuridad, reanimación neonatal, etc.) ha
conducido a algunos autores a referirse al sufrimiento cerebral. Nosotros lo
relacionaríamos también con “la inmadurez cerebral”, igualmente esgrimida,
sin que se sepa exactamente cuál es el significado de dicho vocablo.
Trastornos perceptivos: especialmente la vista, son considerados como
responsables de las dificultades en la lectura. La dislexia fue inicialmente
descrita por un oftalmólogo. Aunque en la actualidad no se menciona. En
cualquier caso la integración de los grafemas, para alcanzar la comprensión
simbólica del lenguaje no puede reducirse a la simple percepción sensorial.
Equilibrio psicoactivo: es muy difícil separar aquellas perturbaciones
afectivas secundarias a la dislexia, de las que puedan haberla originado.
Si bien ningún cuadro psicopatológico preciso puede ser correlacionado con
la dislexia, no es menos cierto que los niños disléxicos presentan a menudo
trastornos de comportamiento del tipo impulsivo con un “paso al acto” fácil y
frecuente.
Sin negar la dimensión reactiva de estos trastornos en el niño enfrentado al
fracaso escolar y aun de fase cada vez mayor entre sus capacidades y la
exigencia de su entorno social, cabe subrayar que el aprendizaje de la
lectura se produce normalmente en el niño a una edad que los conflictos
psicoactivos se apaciguan, lo cual facilita la catexis sublimadora del
conocimiento escolar. Se cree que los diversos trastornos de la
personalidad cuya característica común consiste en mantener un estado
conflictivo siempre activo, bien pueden convertir en aleatorio el aprendizaje
de la lectura, o integrarlo en una nueva conducta patológica.
Medio sociocultural: parece existir cierta correlación entre un nivel
sociocultural bajo o mediocre y la aparición de la dislexia. No obstante, no
se trata de una relación simple, dado que a ella se asocian numerosos
factores de compensación o de agravación: relación padre-hijo, diferencia
cultural…
Inteligencia: por definición no se habla inicialmente de dislexia más que en
los niños de nivel intelectual normal, según los test de evaluación. En
realidad, es conveniente ser algo menos arbitrario en este terreno. Muchos
niños débiles, ligeros o medios, presentan unas dificultades en el
aprendizaje de la lectura idéntica en todos sus aspectos a la que acabamos
de describir.
Pedagogía: el método global fue considerado durante un tiempo el
responsable de la dislexia. En realidad, estudios comparativos demostraron
que esto no era cierto en absoluto, y que, por el contrario, dicho método
permitía identificar con mayor rapidez a los niños con dificultades. Al igual
que en el resto de la pedagogía no existe ningún buen método y único para
aprender.
Tratamiento
El lugar ocupado por la dislexia en el conjunto de las deficiencias del niño y el
carácter primario o reactivo de estas últimas, deberán ser tenidos en cuenta antes
de iniciar una terapia.
La reducción resulta con frecuencia indispensable. Lo esencial es que el niño
acepte y se halle motivado para ello, tarea esta que incumbe al psicólogo, al
reeducador, e incluso a los padres. En cuanto al método utilizado depende más
del reeducador que del niño. Distinguiremos los métodos basados en la lectura
con una base fonética en los que unos gestos simbólicos intentas suscitar la
asociación signo escrito-sonido, y los métodos basados en la escritura, que
utilizan series y en lo que el niño se autocorrige. En la mayoría de los casos la
reeducación, consigue entre 6 y 24 meses de disminución e incluso la
desaparición de las dificultades.
Tartamudez
La tartamudez, perturbación integrable en el dominio de las interacciones orales,
es un trastorno de la fluidez verbal, y no del lenguaje en sí mismo.
Podemos distinguir entre el tartamudeo tónico, con bloqueo e imposibilidad de
emitir un sonido durante un cierto tiempo, y el tartamudeo clónico, caracterizado
por la repetición involuntaria, brusca y explosiva de una silaba, frecuentemente la
primera de la frase.
El tartamudeo va muchas veces acompañado de fenómenos motores diversos,
crispación de la faz, o gestos varios o más o menos estereotipado del rostro, de la
mano, de los miembros inferiores, asociados con manifestaciones emocionales
(rubores, malestar temblores de manos, etc.)
Habitualmente aparece entre los 3 y los 5 años.
Las diversas exploraciones neurofisiológicas no han permitido descubrir alguna
anomalía funcional.
El tartamudeo se acentúa cuando la relación es susceptible de desencadenar una
emoción( padres, escuela, desconocido) y se amortigua o desaparece cuando las
emociones son fácilmente controlables “texto sabido de memoria” , canto, dialogo
con un objeto o animal).
Factores asociados
La herencia ha sido invocada con frecuencia. Hay antecedentes en un 30%
de los casos, más o menos.
La dislateralidad, inicialmente considerada, está lejos de hallarse en todos
los tartamudos, al igual que no todos los zurdos son tartamudos. Su
importancia de hecho parece escasa.
La existencia de retraso en el lenguaje es, por el contrario, frecuente. El
50% de los tartamudos tiene antecedentes de este tipo. Dicha correlación
ha dado origen a una hipótesis patogénica que considera el tartamudeo
como un defecto de inmediatez lingüística (pichón) es decís, una
incapacidad para hallar la palabra adecuada dentro del plazo de urgencia
que impone la locución.
La inteligencia de los niños tartamudos es de todo punto similar a la del
grupo control. Al contrario que en el retraso del lenguaje, no se hallan
perturbaciones temporoespaciales.
Psicología de la tartamudez
Puesto que el síntoma incide esencialmente en la comunicación interindividual, los
diversos trabajos referidos a las dificultades psicoactivas del tartamudo oscilan
constantemente entre dos polar: una personalidad patológica, un entorno
patológico.
Personalidad del tartamudo. Felizmente ha desaparecido la época en que
ciertos autores abrigaron la esperanza de describir “una” personalidad patológica
del tartamudo. No obstante, ciertos rasgos de personalidad se hallan con suma
frecuencia. Introversión y ansiedad, pasividad y sumisión, agresividad e
impulsividad, se dan en casi todos los casos.
Ambiente del tartamudo. También se ha intentado describir una tipología
caracterizar del entorno del tartamudo. Evidentemente las madres se hallan en
primer plano: ansiosas y sobreprotectoras o distantes y poco afectuosas, madres
inseguras e insatisfechas, contradictorias en sus actitudes. Trayentes y
rechazantes.
Actualmente la atención se centra en la interacción madre-hijo entendido el
tartamudeo como la incapacidad inicial para introducir la distancia que la
comunicación verbal permite normalmente entre dos individuos.
Evolución y tratamiento
Si bien en ciertos casos el tartamudeo se atenúa o bien desaparece
espontáneamente con la edad, su posible persistencia y las dificultades de
relación que implica, justifican el abordaje terapéutico.
Todos los autores están de acuerdo en que, cuanto más precoz es el tratamiento
del tartamudeo, más rápido resulta y mejores resultados se obtienen. Entre los 5 y
los 7 años debe iniciarse la terapia.
Desde los 10 años hasta la adolescencia los tratamientos resultan difíciles y los
resultados, por lo menos en lo que al síntoma se refiere aleatorios.
El mutismo
El mutismo es la ausencia de lenguaje en un niño que anteriormente hablaba u
cuyos trastornos no forman parte de un cuadro de afasia. Podemos distinguir dos
cuadros:
Mutismo total adquirido. El cual sobreviene con frecuencia después de un
impacto afectivo. Se observa especialmente en el adolescente. De duración
variable pero con frecuencia pasajero, en ocasiones va seguido de un
periodo de palabra balbuceando o de tartamudeo transitorio.
Mutismo selectivo duradero. El entorno en que él se manifiesta es
variable, pudiendo ser intrafamiliar o, por el contrario, escolar, extra familiar.
Aparece con frecuencia entre los 6-7 años y puede durar muchos más;
pueden observarse otros síntomas: inhibición motriz, oposición, enuresis.
Hay un dato curioso: cuando el niño manifiesta mutismo en la escuela, puede
conservar durante mucho tiempo la actividad escrita y progresar normalmente, al
menos en apariencia, en la escolaridad (dictado, cálculo, lección escrita, etc.)
El en plano psicopatológico
Si el mutismo emocional expresa con frecuencia un mecanismo de conversión
histérica, sobre todo en la adolescencia, la comprensión dinámica del mutismo
electivo global resulta, por el contrario, mucho más difícil de abordar. El lazo de
unión entre madre-hijo es siempre muy fuerte, y a causa de ello el niño puede
dirigir la carga libidinal sobre el lenguaje considerándolo una amenaza potencial
para dicha unión.
Con frecuencia existe en estas familiar un secreto familiar, algo no dicho. El
mutismo aparece precintar a algunos miembros de la familia (especialmente la
madre y el hijo) y prohibir la divulgación de este secreto fuera del ámbito familiar.
Por lo general dicho secreto se articula alrededor de un drama familiar, nacimiento
ilegitimo, locura, muerte.
Tratamiento
El tratamiento del mutismo emocional es parecido al enfoque terapéutico de las
neurosis traumáticas. En el caso del mutismo electivo, el tratamiento
psicoterapéutico puede resultar difícil, especialmente a causa de la
contratransferencia que el síntoma suscita en el terapeuta. El psicodrama, e
incluso la separación familiar, pueden ayudar a la modificación del síntoma.
Capítulo 9: “Psicopatologías de las funciones cognitivas”
Generalidades
La experiencia clínica demuestra lo artificial de disociar el estado afectivo y las
funciones cognitivas, pues las perturbaciones en uno de estos campos acaban por
repercutir en el otro; así, las alteraciones afectivas graves se acompañan siempre,
a la larga, de perturbaciones cognitivas.
Es evidente que existe una influencia recíproca entre el aspecto cognitivo y el
afectivo, así como que algunos niños presentan una deficiencia intelectual
electiva.
Previamente, convendría definir estas funciones cognitivas, término que
preferimos al de “inteligencia”. Binet promotor del primer test de inteligencia,
cuando preguntaban ¿qué es la inteligencia? Acostumbraba a responder: “¡es lo
que mide mi test!” de esta forma demostraba la dificultad para definir la
inteligencia.
Por otra parte, Piaget ha demostrado que no podemos limitarnos a un simple
estudio cuantitativo de la inteligencia (el nivel de habilidades evaluado por el CI),
sino que también es indispensable un estudio cualitativo, teniendo en cuenta las
modalidades de razonamiento y el tipo de estructuración lógica subyacente.
Finalmente, autores como Zazzo o Misés han intentado integrar en la noción de
inteligencia, no únicamente el rendimiento escolar, sino también valores tales
como la capacidad de adaptación social o de comprensión de las relaciones
interpersonales.
A partir de los trabajos de Binet, numerosos autores han propuesto técnicas de
evaluación muy esquemáticamente podrían dividirse en dos tipos:
el método psicométrico, nacido de los trabajos de Binet.
El método clínico, originado en los trabajos de Piaget.
Sería conveniente distinguir dos aspectos referentes a los tests cognitivos: el de
las funciones de realización, y el de las funciones apetitivas.
Por función de realización entendemos el bagaje neurofisiológico de base, así
como la evolución madurativa del mismo.
La función apetitiva representa la energía necesaria para la buena marcha de la
función de realización. Permitiéndonos una comparación mecánica, podemos decir
que un automóvil para moverse, necesita un motor y gasolina.
Para el propio Piaget, la afectividad concebida como intencionalidad, pulsión a
obrar, suministra la energía necesaria a las funciones cognitivas “asigna un valor a
las actividades y regula la energía”. La teoría psicoanalítica destina un importante
lugar a la afectividad comprendida en su más amplio sentido. Así, la catexis de los
procesos secundarios, caracterizada por la capacidad de aplazar la satisfacción,
de diferirla en el tiempo y el espacio (otro momento y/o lugar), representa la base
sobre la que se elaborarán los procesos cognitivos.
b) W.I.S.C y W.P.P.S.I
El Wisc es aplicable a partir de los 6 años y el WPPSI es utilizado entre los 4 y 6
años. El interés de estos tests radica en que distinguen las pruebas de lenguaje de
las demás. El WISC comprende 6 subtests verbales y 6 subtests no verbales
llamados de “performance”.
Resultados: estos tests están construidos de forma que la nota de los resultados
obtenidos por un niño de la dispersión en la nota típica que le separa de la medida
propia de su edad. La edad de referencia no es diacrónica (dispersión en relación
a la edad del desarrollo), sino sincrónica (dispersión en relación a una media
relativa en un grupo de edad).
Cociente intelectual: traduce la expresión estadística de la construcción del test.
Se trata, pues, de un “CI, estándar”, en oposición al “CI de edad” de Binet-Simon.
Se obtiene un CI verbal, correspondientes a las pruebas verbales, un CI
“performance” y un CI global combinación de los dos precedentes.
Límites de validez: en realidad cada serie representa un test específico. La ventaja
es que de esta forma se supera la noción de un CI global y se obtiene un perfil con
esta batería de subtests: perfil homogéneo o perfil heterogéneo.
c) Tests instrumentales
Su fin es el de explorar campos más precisos delas funciones cognitivas, sea el
esquema corporal, sea la organización espacial, sea el lenguaje, etc.
tests de imitación de gestos de Berges-Lezine: explora el conocimiento
del esquema corporal en niños de 3 a 10 años.
test de Bender: Que explota la organización grafoperceptiva de niños entre
los 4 y 7 años.
Figura de Rey: se pide al niño que reproduzca el dibujo, una vez que se
ha ocultado a su vista. Este test explora la organización espacial, la
capacidad de atención y la memoria inmediata.
Test de Benton: prueba de organización visomotriz, y de evaluación de la
memoria deferida. Aplicable a partir de los 8 años.
Constancia de C.I
Creer que el CI conserva para un niño en particular un valor constante, revela una
mala comprensión y una extensión excesiva de lo general a lo particular. Es
probable que la confusión se haya mantenido por una visión puramente
estadística, en la que, por la misma construcción, el CI debe ser constante de una
edad a otra. Esto nunca se produce en un individuo aislado. Es este un factor
importante a tomar en consideración en el análisis de los factores hereditarios
ligados al CI.
Deficiencia mental
Seguin a fines del siglo XIX diferencia la idiocia y la imbecibilidad, cuya
incurabilidad reconoce del “retraso mental” caracterizado por un enlentecimiento
más o menos recuperable del desarrollo intelectual. Binet, a principios del siglo
XX, introduce la psicometría que pronto llegará a ser el criterio de clasificación de
las distintas deficiencias.
Estudio clínico
Abordaje psicopatológico
Para el clínico, una vez situado ante el individuo, la intervención psicopatológica
consiste, tras la evaluación completa del CI, el estudio discriminativo de las
funciones cognitivas y de los diversos trastornos instrumentales asociados y la
investigación etiológica, en precisar el lugar de esta afectación de las funciones
cognitivas en tanto que síntoma en el seno de una organización mental particular.
Se trata de tomar en consideración la función apetitiva, en la que la dimensión del
deseo y del placer no puede ser excluida, así como las diversas estrategias
utilizadas por el niño para hacerle frente.
En un intento de clasificación psicopatológica, teniendo en cuenta a la vez la
descripción sincrónica (organización estructural actual del niño y lugar del déficit
en esta organización) y la visión diacrónica propia de la infancia (potencial
evolutivo abierto o cerrado de esta organización). Mises propone:
Las deficiencias disarmónicas: se observa una coexistencia de factores
deficitarios, de alteraciones instrumentales diversas (trastornos del
lenguaje, dispraxias importantes) de trastornos afectivos variables. En este
grupo Mises distingue:
- Las disarmonías de cariz psicótico: cuyos rendimientos intelectuales están
muy limitados y se acompañan de una profunda ansiedad, clínicamente
expresada por conductas de agitación o retraimiento y comportamientos
extravagantes. Sin embargo, no hay desestructuración global ni ruptura
total en la adaptación a la realidad.
- Las deficiencias disarmónicas de cariz neurótico: el déficit intelectual es
normalmente severo, asociado a síntomas variables, idénticos a los
hallados en niños no deficitarios: fobia, obsesión, conducta de fracaso,
inhibición.
Las deficiencias armónicas: se caracterizan por el predominio del cuadro
deficitario, toda la organización mental parece estructurada en torno al
déficit que permite una especie de “abrasión”, una desaparición de los otros
síntomas. Estas deficiencias armónicas constituyen el mayor riesgo
evolutivo de las organizaciones disarmónicas.
Desde este punto de vista, la deficiencia mental no es el resultado de un déficit
inicial, sino que representa “una estructura histórica construida” (Ajuriaguerra)
cuyo determinismo es necesariamente multifactorial.
Factores etiológicos
Factores orgánicos
Todas las afectaciones del S.N.C cualquiera sea su causa, son susceptibles de
ocasionar una disminución de la capacidad intelectual. estadísticamente, existe
una correlación entre la intensidad del déficit intelectual y la existencia de una
etiología orgánica: cuanto más importante sea el déficit, tanto mayor la
probabilidad de encontrar una causa orgánica.
Factores psicosociales
A diferencia de los factores orgánicos, los factores psicosociales parecen tanto
más importantes cuanto más nos situamos en el marco de la debilidad ligera y
límite. La debilidad ligera es más frecuente cuando las condiciones
socioeconómicas son bajas, y la estimulación cultural aportada por el medio
familiar es pobre.
Concluyen la prevalencia de la pobreza cultural de la escasez de intercambios
interpersonales, de la mediocre estimulación por parte de los padres, de su
indiferencia y pasividad ante los fracasos de sus hijos.
Por otra parte, además de los factores socioeconómicos, el clima afectivo tiene un
papel fundamental. Se sabe, desde Spitz, sobre el hospitalismo, de los efectos
desorganizativos de las carencias afectivas graves.
Actitudes terapéuticas
No existe una actitud terapéutica común, sino una serie de medidas cuya
utilización dependerá de cada caso individual.
De forma general, las líneas terapéuticas se organizan en tres direcciones:
- El abordaje psicoterapéutico del niño y /o su familia.
- Las medidas pedagógicas
- Las medidas institucionales.
Estas diversas medidas no son incompatibles entre sí, pero la utilización de una u
otra depende ante todo, y en orden de importancia decreciente:
- De la evaluación psicopatológica del niño y de la dinámica familiar.
- De las posibilidades soicioeconómicas de la familia (por ejemplo, ¿Trabajan
ambos padres?) y de los recursos locales (Existencia de un hospital de día
para niños deficientes).
- De la intensidad del déficit.
Abordaje psicoterapéutico
Puede tratarse de psicoterapia de apoyo o de inspiración analítica. Su indicación
depende del lugar ocupado ocupad por la sintomatología deficitaria en la
organización psicopatológica: la psicoterapia resulta más indicada si el déficit
parece ser el síntoma de un sufrimiento psicoafectivo atestiguado por la angustia o
las diversas conductas patológicas asociadas.
El niño deficiente crea siempre dificultades de relación en el seno de la familia;
tendencia al rechazo o a la sobreprotección, impotencia ante la intensidad del
déficit o repulsa del mismo. En cuanto a la propia pareja, Mannoni ha demostrado
cómo el niño deficiente se interpone entre sus padres. El padre reacciona
frecuentemente con resignación o inhibición, mientras la madre, se encuentra,
conscientemente o no, atrapada en una relación demasiado estrecha con su hijo.
Medidas pedagógicas
Representan el único abordaje posible, cuando el niño parece estar totalmente
organizado en torno al síntoma deficitario. Constituyen frecuentemente el primer
paso del tratamiento.
Haremos simplemente dos observaciones de orden general:
- Hay una gran diferencia entre la teoría administrativa y la práctica: los
medios locales son a menudo deficientes, de forma que la indicación por
parte de la escuela de tal o cual tipo de pedagogía especial depende más a
menudo de las estructuras asistenciales locales que de las propias
necesidades del niño.
- Cualesquiera que sean las buenas intenciones proclamadas, hasta la fecha
estas estructuras han funcionado más como factores de exclusión que
como posibilidades de integración. Por tal motivo, nos parece que debe
intentarse todo aquello que esté dentro de las posibilidades del niño y su
familiar. Antes de aceptar estas soluciones.
Medicas institucionales
Las instituciones con carácter de externado, tienen la ventaja de reunir en un
mismo lugar posibilidades de acción psicoterapéutica y medidas pedagógicas
especializadas.
Abordaje epidemiológico
La frecuencia de niños superdotados en relación al conjunto de la población
preescolar y escolar depende evidentemente del umbral inferior que se adopte. En
conjunto las valoraciones oscilan entre un 2 y 5%, siendo excepcional, el niño
dotado de un CI superior a 160.
Algunas investigaciones que cuentan con un elevado número de superdotados,
aportan las siguientes características:
Sexo: existe un porcentaje superior en varones
Familia: frecuencia de primogénito en el seno de una familia media.
Nivel socioeconómico: frecuencia de familias de nivel superior.
Origen étnico: mayor frecuencia en niños judíos.
Desarrollo físico: en conjunto los niños presentan una buena salud física, su
desarrollo pondoestatural les sitúa en el límite superior.
Aptitud escolar: parece existir una distribución bifocal. Por un lado muchos
de estos niños presentan adelante escolar, por otro, existe una gran
proporción de ellos que encuentran dificultades, pudiendo llegar al fracaso
escolar.
Intereses, caracteres: parece que diferentes estudios concuerdan en
algunos puntos:
- Gran apetencia por la lectura: además del aprendizaje precoz, estos niños
son grandes lectores.
- Frecuencia de aislamiento: Terman y Cols. Estos niños conservan su buena
capacidad intelectual.
Manifestaciones psicopatológicas
Los síntomas más frecuentemente encontrados son la inestabilidad y el paradójico
fracaso escolar. Este fracaso, cuyo riesgo es citado por todos los autores,
depende tanto del desinterés o falta de motivación hacia las actividades escolares,
en particular cuando se mantiene al niño en la clase que le corresponde por su
edad real, como de ciertos mecanismos más patológicos: inhibición intelectual,
actitud de fracaso.
Estas manifestaciones pueden estar ligadas a la existencia de una intensa
angustia. Los superdotados son niños fácilmente ansiosos: la angustia existencial,
la angustia neurótica, pueden acabar por constituir verdaderas organizaciones
patológicas, en particular neuróticas. La aparición de conductas obsesivas, debido
a la extrema madurez del Yo, es también frecuente.
Capítulo 11: “Psicopatología del juego”
Generalidades
Desde la clásica descripción de Freud del juego del carrete en un niño de 18
meses, numerosos psicoanalistas han observado niños en situaciones de juego y
han deducido hipótesis metapsicológicas, sin que por ello se haya elaborado una
teoría del juego. El juego ha sido para Piaget el instrumento primordial para el
estudio de los diversos estadios cognitivos.
Por otra parte, se ha subrayado la dimensión social del juego y el lugar que ocupa
en la maduración del individuo, aunque su significado no sea el mismo para todos.
Cualquiera que sea la función cultural del juego, el grado de socialización que
necesita sirve para clasificar los diversos tipos desde una perspectiva
estructuralista y genética. E. Erickson describe a los juegos desarrollándose en la
autoesfera (exploración de las propias sensaciones corporales), después de la
microesfera (ambiente próximo del niño) por fin en la macroesfera social.
En cuanto a la pregunta sobre por qué el individuo, niño o adulto juega, las
respuestas son numerosas y variadas: el juego se entiende tanto como un exceso
de energía a gastar, como un vestigio filogenético del desarrollo ontogénico o
como una manera de prácticas habilidades futuras.
Piaget propone una clasificación fundamentada en la estructura del juego, que al
mismo tiempo, siga estrechamente la evolución genética de los procesos
cognitivos. Distingue:
Los juegos de ejercicio: característicos del período Sensoriomotriz, que
va desde el nacimiento hasta cerca de los 2 años. a partir de las reacciones
circulares primarias (utilización espontánea de las capacidades y funciones
a medida que aparecen) y después de las secundaria el bebé busca gracias
al juego Sensoriomotriz, armonizar progresivamente las informaciones
recibidas e incorporarlas al “saber cómo” y a los medios de clasificación.
Los juegos simbólicos: entre los 2 y 7-8 años, añaden al propio ejercicio
la dimensión del simbolismo y de la ficción, es decir, la capacidad de
representar por gestos una realidad no actual. El ejemplo típico es el juego,
de lo semejante, hacer “como si”. Según Piaget, el juego simbólico organiza
el pensamiento del niño en un estadio en el que el lenguaje no ha adquirido
el dominio suficiente, permite la manipulación e incluso la producción de
imágenes mentales en el cuerpo de las cuales, gracias a la repetición, el
niño asimila las situaciones nuevas.
Los juegos de reglas: al principio como imitación del juego de los
mayores, después organizándose espontáneamente a partir de los 7-8
años, marcan la socialización del niño.
Desde una perspectiva genética, pero menos centrada en los estadios cognitivos.
S. Millar distingue en la fase Sensoriomotriz los juegos de exploración, en los que
o el objeto o la experiencia son nuevos: los juegos de manipulación en los que el
objeto es conocido, los juegos de ejercicio, en los que se observan cambios en la
actividad, pero no en el objeto, y los juegos repetitivos, cuyo fin es registrar o
codificar la experiencia con el placer que representa la previsión de la acción.
La aportación psicoanalítica
Freud inició el estudio, describiendo al niño de 18 meses que jugaba de forma
repetitiva con un carrete unido a un hilo, gritando O-O-O (fort, lejos, en alemán) al
lanzarlo, para después exclamar alegremente da (¡aquí!) cuando al tirar del hilo,
reaparecía. Hay que advertir que esta observación se sitúa a los 18 meses, edad
intermedia entre el juego de ejercicio sensoriomotor y el inicio de los juegos
simbólicos. Freud considera que la alegría co que el niño vuelve a tirar del hilo, en
este juego, le permite asimilar psíquicamente un hecho impresionante (la ausencia
de la madre), hacerse dueño de la situación e intervenir los papeles: ya no es un
individuo pasivo, sino que pasa a ser el protagonista. Hay en este juego una sutil
interacción entre la manipulación repetitiva que produce la ausencia-presencia del
carrete y la interiorización de la relación materna, en un estadio en el que el
lenguaje es demasiado primitivo para ser el mediador de esta simbolización. El
clásico juego del “escondite” o del “cucú” con la participación activa del adulto,
aumenta el dominio por parte del niño de las nociones de presencia y ausencia.
Por su parte, Melanie Klein centra de inmediato su interés en el juego que, en su
opinión, ocupa el análisis del niño el mismo lugar que el sueño en el análisis del
adulto. Como el sueño, el juego permite una satisfacción sustitutiva de los deseos,
pero su función no queda aquí gracias a los mecanismos de escisión y
proyección, el juego permite descargar por medio de la personificación la ansiedad
de un conflicto intrapsíquico, se trate de un problema intersistemático (por
ejemplo, entre un superyó arcaico y el Ello), de un conflicto entre dos imágenes
interiorizadas escindidas (seno bueno-seno malo) o de un conflicto entre dos
niveles de relaciones interiorizadas (imágenes pregenitales e imágenes edípicas).
Por lo que “el juego transforma la ansiedad del niño normal en placer”.
Winnicott desde su perspectiva, el juego ocupa un lugar privilegiado puesto que
está en el centro de lo que el autor denomina Fenómenos Transicionales. Define
también la noción de espacio de juego: “el área donde se juega no es la realidad
psíquica interna. Esta fuera del individuo, pero tampoco pertenece al mundo
exterior”. Es el área de la ilusión, intermediaria entre lo interno y lo externo. Jugar
es un proceso universal, característico de la salud, gracias al cual, desde los
primeros meses, el bebé realiza la experiencia de sus habilidades en un campo
preparado previamente por su madre.
Winnicott define una tercera área entre la interna y la externa, que en un principio
es propiedad común de la madre y el bebé. Poco a poco el bebé, después el niño,
adquiere una cierta autonomía en este mundo intermedio, en particular gracias a
su objeto transicional.
Este objeto transicional desplaza al objeto de la primera relación y precede a la
toma de contacto con la realidad. El niño ejerce sobre él un omnipotente y mágico
control, pero también manipulación eternamente real.
El objeto transicional representa a menudo el primer juguete que el niño manipula,
al menos el primero reconocido como tal por los adultos.
Abordaje psicoterapéutico
Siguiendo las descripciones anteriores, podríamos preguntarnos si se observan
diferencias en la evolución genética, en los procesos dinámicos o en la
organización estructural de los juegos, según esta patología.
Estudios genéticos de la evolución del juego y el nivel intelectual
Algunos estudios que han intentado correlacionar el nivel intelectual y la capacidad
de juego, han demostrado que los niños bien dotados juegan mucho a juegos
variados en los que se muestran cambiantes e inventivos. Por el contrario, los
niños retrasados juegan poco, pasando mucho tiempo inactivo. Prefieren los
juegos sin reglas complicadas, generalmente propias de niños más pequeños.