Las Mujeres en La Historia

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La otra media humanidad; las

mujeres en la
historia
La losa de los estereotipos, la falta de libertad, la negación de
la igualdad de oportunidades, la
exclusión de la vida política, la falta de acceso a la educación,
la exposición a la violencia social y
familiar, etc., a lo largo de la historia son constantes que
gravitan sobre las mujeres. En muchos
casos, estas agresiones o discriminaciones se han
desarrollado bajo el cobijo de las leyes vigen-
tes, y casi siempre bajo la justificación de las "costumbres
sociales", alentadas por las distintas
sociedades patriarcales. Para las jerarquías dominantes,
civiles o religiosas, el papel subordina-
do de la mujer no se ha puesto en duda durante siglos; lo que
ahora valoramos como atentados
contra los derechos de las mujeres, históricamente, no han
sido considerados como tales: no se
podía vulnerar el derecho de alguien que, precisamente por el
hecho de ser mujer, "no tenía dere-
chos".
Aunque se ha afirmado la existencia en el pasado de
sociedades matriarcales, en las que las
mujeres habrían gozado de un protagonismo social y familiar
mayor al de los hombres, sin estar
sometidas a su autoridad, lo cierto es que su existencia no se
ha podido demostrar. Lo que sí han
existido en distintas épocas históricas han sido sociedades
matrilineales, es decir, sociedades
en las que la descendencia se establece a partir de la línea
materna en lugar de la paterna. Pero
incluso en estos casos, al parecer, el modelo matrilineal ha
coexistido con distintas modalidades
de patriarcado, en la medida que los hombres han retenido
las más importantes y determinantes
esferas de poder.
De hecho, al margen de las teorías y las especulaciones
sobre hipotéticos matriarcados, la reali-
dad es que desde los más remotos tiempos las distintas
sociedades y religiones nos han dejado
testimonios de la condición subordinada que se ha adjudicado
a las mujeres.
"Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará."
Antiguo testamento. Génesis, 3,16 (ca. 900 aC)
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"Existe un principio bueno que creó el orden, la luz y el hombre, y un
principio malo que creó el
caos, la oscuridad y la mujer."
Pitágoras (582-507 aC)
"Es ley natural que la mujer esté sometida al marido."
Confucio (ca. 500 aC)
Las mayores o menores libertades y derechos que gozaban
las mujeres en las distintas civiliza-
ciones de la antigüedad estaban siempre supeditadas a la
autoridad del hombre, ya fuera el ma-
rido, el padre o incluso el hermano. La situación social y
familiar de la mujer se basaba en dos
premisas, la fidelidad al esposo y una fecunda descendencia:
una mujer estéril era despreciada y
podía ser repudiada por el marido, mientras que una mujer
infiel solía ser condenada a muerte.
Por ejemplo, en la Biblia, que en muchos aspectos refleja
también las costumbres de las otras
culturas de aquella época y zona geográfica, se menciona la
lapidación para la mujer adúltera. En
cambio, el adulterio del varón sólo se penalizaba cuando se
cometía con una mujer casada, y en
este caso no se castigaba el adulterio en sí, sino la violación
del derecho de posesión y exclusivi-
dad del marido: la mujer era considerada "una propiedad" del
marido; concepción característica
de aquellas sociedades y que más tarde alcanzará su
concreción jurídica en la figura romana de la
"patria potestas", ejercida por el "pater familias".
La actividad de las mujeres estaba limitada al hogar, no
tenían ningún protagonismo en la vida
pública. En Grecia, el caso de Hiparquía (ca. 340-300 aC) es
una excepción. Perteneciente a la
escuela cínica, fue una de las primeras mujeres filósofas.
Preguntada en una ocasión por Teodoro
el Ateo que por qué no se dedicaba a las tareas propias de su
sexo, a hilar y a tejer, respondió que
le parecía una pérdida de tiempo ya que prefería dedicar su
vida al estudio.
Siglos más tarde, otro caso excepcional es el de Hipatia de
Alejandría (370-415). Hija del mate-
mático y astrónomo Teón de Alejandría, éste le transmitió sus
conocimientos y su pasión por la
búsqueda de lo desconocido, algo verdaderamente insólito
entonces tratándose de una mujer.
Hipatia no era cristiana, y en un ambiente de creciente
hostilidad hacia el paganismo, acusada de
hechicera y de bruja pagana, finalmente murió de forma
brutal, torturada y descuartizada, con un
ensañamiento sólo comprensible por su osadía de haberse
convertido en una mujer ilustrada y
científica.
Durante la Antigüedad, para una mujer dedicarse a la filosofía
o a la ciencia representaba una
proeza, y por lo tanto es explicable que los casos que se
dieron fueran aislados. Pero también hay
que tener en cuenta, como afirma Umberto Eco, que "No es
que no hayan existido mujeres filóso-
fas. Es que los filósofos han preferido olvidarlas". La
misoginia de las sociedades no sólo veía con
malos ojos que la mujer tuviera otras ocupaciones que las del
hogar, sino que además no tenían el
menor interés en que quedara constancia de sus
aportaciones al mundo del conocimiento y de la
cultura (razón por la cual en muchos casos, entonces y a lo
largo de toda la historia, fueron sus
maridos u otros hombres de su entorno los que se apropiaron
de sus creaciones).
Situándonos ahora en la Península Itálica, la Historia de
Roma se inicia para la mujer bajo la
concepción arcaica dominante en aquellos tiempos,
negándosele cualquier autonomía, estando
sometida por completo al pater familias; la Ley de las Doce
Tablas (450 aC) vigente durante siglos
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reconocía al pater familias la "vitae necisque potestas" (el
poder de la vida y de la muerte, sobre
sus hijos, su esposa, y sus esclavos). Lentamente, la
situación de la mujer en Roma ira evolucio-
nando, arañando esferas de autonomía y libertad,
alcanzando, durante los primeros siglos de la
nueva era, unas prerrogativas desconocidas hasta entonces.
En el año 195 aC, la oposición a la Ley Oppia, promulgada el
215 aC con el objetivo de limitar el
lujo en el aspecto de las mujeres (en la medida que no
encajaba con la imagen de la "matrona"
ideal sometida al pater familias) es quizás el primer momento
histórico en el que las mujeres se
organizan en contra del poder masculino dominante. Es un
hecho especialmente relevante (más
que por el contenido en sí de la reivindicación) en tanto que
actitud colectiva por parte de las
mujeres de activa oposición y reivindicación. Derogada
finalmente la ley a causa de las protestas
de las mujeres, la importancia de su derogación se puso de
manifiesto por la repulsa e incomodi-
dad que se produjo en el Senado durante los debates:
"Si cada uno de nosotros, señores, hubiese mantenido la autoridad y los
derechos del marido en el
interior de su propia casa, no hubiéramos llegado a este punto. Ahora,
henos aquí: la prepotencia
femenina, tras haber anulado nuestra libertad de acción en familia, nos la
está destruyendo tam-
bién en el Foro. Recordar lo que nos costaba sujetar a las mujeres y
frenar sus licencias, cuando las
leyes nos permitían hacerlo. E imaginad qué sucederá de ahora en
adelante, si esas leyes son
revocadas y las mujeres quedan puestas, hasta legalmente, en pie de
igualdad con nosotros. Voso-
tros conocéis a las mujeres: hacedlas vuestros iguales. Al final veremos
esto: los hombres de todo
el mundo, que en todo el mundo gobiernan a las mujeres, están
gobernados por los únicos hom-
bres que se dejan gobernar por las mujeres: los romanos."
Intervención en el Senado de Marco Porcio Catón, recogida por Tito Livio
Indro Montanelli. Historia de Roma. Plaza & Janés. Barcelona, 1961
Posteriormente, en Roma a aquella conquista siguieron otras
de más calado, como la administra-
ción de la propia dote o el derecho a divorciarse.
La difusión del cristianismo y del Islam generará una situación
contradictoria con relación al prota-
gonismo de la mujer y el respeto de sus derechos. Por un
lado, proclamando en las distintas
sociedades por las que se expandieron la igualdad de todos
los seres humanos, ambas religio-
nes otorgarán a las mujeres una dignidad hasta entonces
negada o puesta en duda. Pero por otro
lado, en tanto que religiones patriarcales y prisioneras de
prejuicios ancestrales, fomentarán tam-
bién el papel subordinado de la mujer dentro del conjunto de
la sociedad y, de forma especial,
dentro de la familia.
"Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor."
Nuevo testamento, Epístola a los colosenses, 3,18 (ca. 50 dC)
"Las buenas mujeres son obedientes y guardan en secreto lo que Alá ha
guardado. En cuanto a
aquellas que temáis que se rebelen, amonestadlas, haced que duerman
en camas separadas y
azotadlas."
El Corán, 4,34 (ca. 650 dC)
A lo largo de los siglos, dentro de las respectivas tradiciones
religiosas en general se hará una
lectura de la Biblia y el Corán que justificará la subordinación
de la mujer al varón, siendo minorita-
rias y marginales las lecturas liberadoras y progresistas.
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Tras la caída de Roma, en los nuevos reinos de tipo feudal
que surgirán el derecho vuelve a formas
más arcaicas, y en este contexto la libertad de la mujer se ve
de nuevo restringida. Al mismo
tiempo que la vida cultural se empobrece y se refuerza la
concepción jerárquica y vertical de la
sociedad, también se refuerza la subordinación de la mujer.
Siglos más tarde, el declive del feuda-
lismo y el nacimiento de la burguesía (y de los estados
centralizados) tampoco propiciará una
mejora sensible de la condición de la mujer.
No será hasta finales del siglo XVIII cuando empezará un
movimiento de protesta que, tras plas-
marse en el incipiente feminismo y en el sufragismo del siglo
XIX, ya no dejará de avanzar, plan-
teando progresivamente nuevas reivindicaciones.
Al proclamarse en 1789 en Francia la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano,
ésta no contemplaba como sujetos de derechos a las
mujeres, ya que con la palabra "hombre" no
se refería a la humanidad, sino sólo a los varones. Esta
discriminación motivó la actitud de protes-
ta de Olimpia de Gouges (1748-1793): tomando como modelo
el texto de la Declaración de 1789,
publicó en 1791 La Declaración de los Derechos de la Mujer y
la Ciudadana. A causa de sus
paralelas y constantes críticas contra la represión jacobina,
Olimpia de Gouges fue acusada de
reaccionaria y murió guillotinada dos años más tarde.
En 1792, la escritora inglesa Mary Wollstonecraft (1759-1797)
publicó la Vindicación de los Dere-
chos de la Mujer, donde argumentaba que las mujeres no son
por naturaleza inferiores al hombre,
sino que tan sólo puede parecerlo debido a que no han tenido
acceso a la educación apropiada:
"Fortalezcamos la mente femenina ensanchándola y será el final de la
obediencia ciega; pero
como el poder busca la obediencia ciega, los tiranos y los sensualistas
están en lo cierto cuando
tratan de mantener a la mujer en la oscuridad, porque el primero sólo
quiere esclavos y el último
un juguete."
A mediados del siglo XIX en los Estados Unidos e Inglaterra
empieza a cobrar fuerza el feminis-
mo. Uno de los hitos de este nuevo movimiento es la
Declaración de Séneca Falls (1848), en la
que se resumían las conclusiones de la Convención sobre los
Derechos de la Mujer celebrada en
aquella localidad. El documento, inspirado en el texto de la
Declaración de Independencia de los
Estados Unidos, denunciaba las restricciones, sobre todo
políticas, a las que estaban sometidas
las mujeres: no poder votar, presentarse a elecciones, ocupar
cargos públicos, afiliarse a organi-
zaciones políticas o asistir a reuniones políticas.
"Que todas aquellas leyes que sean conflictivas en alguna manera con la
verdadera y sustancial
felicidad de la mujer, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y
no tienen validez, pues
este precepto tiene primacía sobre cualquier otro. Que todas las leyes
que impidan que la mujer
ocupe en la sociedad la posición que su conciencia le dicte, o que la
sitúen en una posición inferior
a la del hombre, son contrarias al gran precepto de la naturaleza y, por lo
tanto, no tienen ni fuerza
ni autoridad. Que la mujer es igual al hombre - que así lo pretendió el
Creador- y que por el bien de
la raza humana exige que sea reconocida como tal."
Declaración de Séneca Falls
El naciente feminismo se centró inicialmente en la
reivindicación del derecho al voto de las muje-
res. En los Estados Unidos, sus principales líderes fueron
Susan B. Anthony, Lucy Stone y Elisa-
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beth Cady Stanton (una de las promotoras de la Declaración
de Séneca Falls), encuadradas des-
de 1890 en la "Asociación Nacional Americana por el Sufragio
de la Mujer". No obstante, ellas no
vieron el resultado de su esfuerzo, ya que el derecho de las
mujeres a votar no fue reconocido en
los Estados Unidos hasta 1920.
En Inglaterra, John Stuart Mill publicó El Sometimiento de la
Mujer en 1869. Tres años antes había
presentado al Parlamento inglés una demanda a favor del
voto femenino que, al ser rechazada,
provocó que en 1867 naciera el primer grupo sufragista
británico: la "Asociación Nacional para el
Sufragio de la Mujer".
"El principio regulador de las actuales relaciones entre los dos sexos –la
subordinación legal del
uno al otro- es intrínsecamente erróneo y ahora constituye uno de los
obstáculos más importantes
para el progreso humano; y debiera ser sustituido por un principio de
perfecta igualdad que no
admitiera poder ni privilegio para unos ni incapacidad para otros".
John Stuart Mill. El sometimiento de la mujer
El derecho femenino al sufragio se fue alcanzando
lentamente a lo largo del siglo siguiente. Nueva
Zelanda lo consiguió en 1893, Australia en 1901, Finlandia en
1906, Noruega en 1913, Dinamar-
ca e Islandia en 1915... En España se consiguió en 1931, en
Francia e Italia en 1945, mientras
que en Suiza no se alcanzó hasta 1970. En los países árabes
la adopción del sufragio femenino
todavía fue más lenta, sin que se haya consumado totalmente
(en Arabia Saudí y Brunei las muje-
res seguían sin votar en 2007).
Hasta el siglo XIX la defensa de los derechos de las mujeres
no había sido nunca una tarea prio-
ritaria, una tendencia que inicialmente también contaminará al
naciente socialismo, que priorizará
la reivindicación de la igualdad de clases antes que la
igualdad entre hombres y mujeres.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en una época
en la que las condiciones laborales
en los complejos industriales eran muy precarias, con una
gran presencia de mujeres y niños en
las fábricas a causa de la gran demanda de mano de obra y
de sus menores sueldos, en el marco
de las reivindicaciones laborales del proletariado las mujeres
adquieren progresivamente un ma-
yor protagonismo. En 1910, durante la reunión en
Copenhague de la Internacional Socialista, se
proclamó el Día de la Mujer, como homenaje al movimiento
en favor de los derechos de la mujer y
para ayudar a conseguir el sufragio femenino universal. Al
año siguiente, el 19 de marzo, se cele-
bró el primer Día de la Mujer Trabajadora, que posteriormente
se celebró en fechas distintas hasta
la adopción definitiva del 8 de marzo.
El 25 de marzo de 1911, más de 140 jóvenes trabajadoras, la
mayoría inmigrantes italianas y
judías, murieron en el incendio de la fábrica Triangle de
Nueva York. Este suceso tuvo grandes
repercusiones en la legislación laboral de los Estados Unidos,
y en las celebraciones posteriores
del Día de la Mujer se hizo referencia a las condiciones
laborales que condujeron al desastre.
Tras la Segunda Guerra Mundial y con el inició en de las
actividades de las Naciones Unidas, en
1952 se aprobó la Convención sobre los derechos políticos
de la mujer:
Artículo I. Las mujeres tendrán derecho a votar en todas las elecciones
en igualdad de condiciones
con los hombres, sin discriminación alguna.
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Artículo II. Las mujeres serán elegibles para todos los organismos
públicos electivos establecidos
por la legislación nacional, en condiciones de igualdad con los hombres,
sin discriminación algu-
na.
Artículo III. Las mujeres tendrán derecho a ocupar cargos públicos y a
ejercer todas las funciones
públicas establecidas por la legislación nacional, en igualdad de
condiciones con los hombres, sin
discriminación alguna.
Posteriormente, las Naciones Unidas han ido aprobando otros
documentos relativos a los dere-
chos de las mujeres:
-La Declaración sobre la eliminación de la discriminación
contra la mujer (1967)
-La Convención sobre la eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer
(1979)
-La Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la
mujer (1993)
Los documentos de las Naciones Unidas son la concreción de
las normas de convivencia funda-
mentales (en el caso de las declaraciones) y de la suma de
normas y mecanismos para verificar el
cumplimiento de las primeras (en el caso de las
convenciones, cuando estas son ratificadas por
los estados). Con relación a los derechos de la mujer, durante
el siglo XX las Naciones Unidas la
ha definido, por primera vez en la historia y sin ningún tipo de
reservas, como sujeto de derechos
inalienables y como igual al varón.
No obstante, ni las declaraciones ni las convenciones no son
sinónimo de un respeto efectivo de
los derechos y libertades que proclaman. Salta a la vista que
su cumplimiento es desigual y en
muchos casos altamente insatisfactorio (la discriminación y
subordinación de la mujer se sigue
dando, bajo formas más brutales o sutiles, en todas las
sociedades). Pero como mínimo ahora
hay un marco teórico internacional que las ampara, y una
hoja de ruta que señala el tipo de socie-
dad que se anhela: una sociedad, un mundo, en el que las
mujeres no sean discriminadas ni
agredidas
http://www.amnistiacatalunya.org/edu/pdf/historia/dudh-historia.pdf (ojo link)

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