Bacon (1620) Novum Organum, Fragmentos
Bacon (1620) Novum Organum, Fragmentos
Bacon (1620) Novum Organum, Fragmentos
Francis Bacon
NOVUM ORGANUM
Aforismos sobre la interpretación
de la naturaleza y el reino del hombre
II. En cuanto a nuestro método, es tan fácil de indicar como difícil de practicar.
Consiste en establecer distintos grados de certeza; en socorrer los sentidos limitándolos;
en proscribir las más de las veces el trabajo del pensamiento que sigue la experiencia
sensible; en fin, en abrir y garantir al espíritu un camino nuevo y cierto, que tenga su
punto de partida en esta experiencia misma. Sin duda alguna estas ideas habían impre-
sionado a los que tan importante papel hicieron representar a la dialéctica; probaban por
ello que buscaban ayuda para la inteligencia y que desconfiaban del movimiento natural
y espontáneo del pensamiento. Pero es ése un remedio tardío a un mal desesperado,
cuando el espíritu ha sido corrompido por los usos de la vida común, la conversación de
los hombres y las doctrinas falsas y sitiado por los ídolos más quiméricos.
He aquí por qué el arte de la dialéctica, aportando —como hemos dicho— un tardío
socorro a la inteligencia, sin mejorar su estado, más sirvió para crear nuevos errores que
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para descubrir la verdad. El solo camino de salvación que nos queda es volver a comen-
zar enteramente todo el trabajo de la inteligencia; impedir desde el principio que el espí-
ritu quede abandonado a sí mismo, regularle perpetuamente, y realizar, en fin, como con
máquina, toda la obra del conocimiento. Ciertamente que si los hombres hubiesen apli-
cado a los trabajos mecánicos el solo esfuerzo de sus brazos, sin utilizar la ayuda y la
fuerza de los instrumentos, así como no temen abordar las obras del espíritu casi con las
solas fuerzas de su inteligencia, el número de cosas que hubieran podido mover o trans-
formar, sería infinitamente reducido, aun cuando hubiesen reunido y desplegado los
mayores esfuerzos. Detengámonos en esta consideración, y como en un espejo, fijemos
la vista en este ejemplo: supongamos que se trate de transportar un obelisco de impo-
nente magnitud para el adorno de una apoteosis o de alguna otra ceremonia magnífica, y
que los hombres emprenden la operación del transporte sin instrumentos; un espectador
de buen sentido, ¿no lo juzgará como un acto de locura? Que se aumente el número de
brazos, esperando así vencer la dificultad, ¿no seguirá considerándolo como locura?
Pero si se quiere hacer una elección, utilizando sólo a los fuertes y separando a los débi-
les, y se vanaglorian por ello del éxito, ¿no dirá que es un acrecentamiento de delirio?
Pero si poco satisfechos de esas primeras tentativas se recurre al arte de los atletas, y
sólo se quieren emplear brazos y músculos untados y preparados según los preceptos,
¿nuestro hombre de buen sentido, no exclamará que se hacen muchos esfuerzos para
aparecer loco en toda regla?
Y sin embargo, con un arrebato tan poco razonable y un concierto tan inútil, es co-
mo los hombres se han consagrado a los trabajos del espíritu, ya esperando mucho de la
multitud y del concurso, o de la excelencia y penetración de las inteligencias, ya fortifi-
cando los músculos del espíritu por la dialéctica (que se puede considerar como cierto
arte atlético), no cesando, bien considerada, no obstante, tanto celo y esfuerzos, de em-
plear las fuerzas de la inteligencia desnudas y solas. Bien claro está que en todas las
grandes obras manuales del hombre, ejecutadas sin instrumentos y sin máquinas, ni po-
drían jugar las fuerzas individuales, ni las de todos concertarse.
III. He aquí por qué en consecuencia de lo que acabamos de decir, declaramos que
hay dos cosas de las que queremos que los hombres estén bien informados, para que no
las pierdan de vista jamás. Es la primera que, acontece felizmente para nuestros senti-
dos, para extinguir y repeler toda contradicción y rivalidad de espíritu, que los antiguos
puedan conservar intacta y sin menoscabo toda su gloria y su grandeza, y que no obs-
tante, nosotros podamos seguir nuestros propósitos y recoger el fruto de nuestra modes-
tia. Porque si declaramos que hemos obtenido mejores resultados que los antiguos, per-
severando en sus mismos métodos, nos sería imposible, por más que pusiéramos en jue-
go todo el artificio imaginable, impedir la comparación y la rivalidad de su talento y de
su mérito con los nuestros —no ya una rivalidad nueva y reprensible, sino una justa y
legítima emulación— (¿pues por qué no podríamos nosotros, en uso de nuestro derecho,
que es al propio tiempo el derecho de todo el mundo, poner de manifiesto y criticar en
ellos lo que ha sido falsamente sentado o establecido?). Esto, no obstante, este combate
pudiera ser desigual a causa de la medianía de nuestras fuerzas. Pero como todos nues-
tros esfuerzos se encaminan a abrir a la inteligencia nuevo camino que ellos no intenta-
ron ni conocieron, estamos en posición muy diferente; no hay aquí ni rivalidad ni lucha;
nuestro papel se limita al de un guía, y nada de soberbia hay en ello, y más bien lo de-
bemos a la fortuna que al mérito y al genio. Esta primera advertencia atañe a las perso-
nas, la segunda a las cosas mismas.
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V. Que haya, pues, dos fuentes y como dos corrientes de ciencia (lo que, así lo espe-
ramos, será de favorable augurio para los dos partidos); que haya también dos tribus y
dos familias de sabios y de filósofos, y que esas familias, muy lejos de hostilizarse, es-
tén aliadas y se presten mutuo socorro; en una palabra, que haya un método para culti-
var las ciencias, y otro para crearlas. En cuanto a los que prefieren el cultivo a la inven-
ción, sea por ganar tiempo, sea atentos a la aplicación práctica, o ya porque la debilidad
de su inteligencia no les permite pensar en la invención y consagrarse a ella (lo que ne-
cesariamente debe ocurrir a muy gran número), deseárnosles que el éxito corone sus
deseos, y que alcancen el objeto de sus esfuerzos. Pero si hay en el mundo hombres que
tomen a pecho no atenerse a los descubrimientos antiguos y servirse de ellos, sino ir
más allá; no triunfar de un adversario por la dialéctica, sino de la Naturaleza por la in-
dustria; no, en fin, tener opiniones hermosas y verosímiles, sino conocimientos ciertos y
fecundos, que tales hombres, como verdaderos hijos de la ciencia se unan a nosotros, si
quieren, y abandonen el vestíbulo de la naturaleza en el que sólo se ven senderos mil
veces practicados, para penetrar finalmente en el interior y el santuario. A fin de ser
comprendidos mejor y para que nuestras ideas se presenten más familiarmente al espíri-
tu por medio de nombres que las recuerdan, llamamos de ordinario al primero de estos
métodos, Anticipación de la inteligencia, y al segundo, Interpretación de la naturaleza.
VI. Tenemos también que hacer una advertencia. Hemos tenido en verdad la idea, y
puesto en realizarla sumo cuidado, de nada proponer que no tan sólo no fuese verdade-
ro, sí que también nada tuviese de desagradable y de repugnante para el espíritu de los
hombres, aun estando, como está, tan cohibido y asediado. Sin embargo, es justo que
obtengamos de los hombres, cuando se trata de una tan gran reforma de las doctrinas y
de las ciencias, que aquellos que quieran juzgar nuestra empresa, ya sea por su propio
criterio, ya sea en nombre de las autoridades admitidas, ya por las formas de las demos-
traciones (que han adquirido a la fecha todo el imperio de leyes civiles y criminales), no
esperen poderlo hacer de pasada a la ligera, sino que se entreguen a un examen serio,
que ensayen el método que describimos, y esta nueva vía que consolidamos con tanto
cuidado; que se inicien en la sutilidad de la naturaleza que tan manifiestamente aparece
en la experiencia; que corrijan en fin, con la conveniente madurez los malos hábitos de
la inteligencia, que tienen tan hondas raíces, y entonces, cuando sean dueños de su espí-
ritu, que usen, si lo desean, de su juicio purificado.
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AFORISMOS SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE
LA NATURALEZA Y EL REINO DEL HOMBRE
LIBRO PRIMERO
4. Toda la industria del hombre estriba en aproximar las sustancias naturales unas a
otras o en separarlas; el resto es una operación secreta de la naturaleza.
6. Sería disparatada creencia, que se destruiría por sí misma, esperar que lo que ja-
más se ha hecho pueda hacerse, a no ser por medios nunca hasta aquí empleados.
9. El principio único y la raíz de casi todas las imperfecciones de las ciencias es que,
mientras tanto que admiramos y exaltamos falsamente las fuerzas del humano espíritu,
no buscamos en modo alguno los verdaderos auxiliares.
hombre imaginadas, son cosas peligrosas, a menos, sin embargo, que estemos sobre
aviso.
11. De la propia suerte que las ciencias en su estado actual no pueden servir para el
progreso de la industria, la lógica que hoy tenemos no puede servir para el adelanto de
la ciencia.
12. La lógica en uso es más propia para conservar y perpetuar los errores que se dan
en las nociones vulgares que para descubrir la verdad; de modo que es más perjudicial
que útil.
13. No se pide al silogismo los principios de la ciencia; en vano se le pide las leyes
intermedias, porque es incapaz de abarcar la naturaleza en su sutilidad; liga el espíritu,
pero no las cosas.
15. Nuestras nociones generales, sea en física, sea en lógica, nada tienen de exactas;
las que tenemos de la sustancia, de la calidad, de la acción, la pasión, del ser mismo, no
están bien fundadas; menos lo están aún las que expresan los términos: lo grave, lo lige-
ro, lo denso, lo raro, lo húmedo, lo seco, generación, corrupción, atraer, repeler, elemen-
to, materia, forma, y otros de igual naturaleza, todas estas ideas provienen de la imagi-
nación y están mal definidas.
16. Las nociones de las especies últimas, como las de hombre, perro, paloma, y las
de las percepciones inmediatas de los sentidos, como el frío, el calor, lo blanco, lo ne-
gro, no pueden inducirnos a gran error; y sin embargo, la movilidad de la materia y la
mezcla de las cosas las encuentran a veces defectuosas. Todas las otras nociones que
hasta aquí ha puesto en juego el espíritu humano, son verdaderas aberraciones y no han
sido deducidas de la realidad por una abstracción y procedimientos legítimos.
17. Las leyes generales no han sido establecidas con más método y precisión que las
nociones; esto es cierto aun para los primeros principios que da la inducción vulgar.
Este defecto es, sobre todo, apreciable en los principios y en las leyes secundarias dedu-
cidos por el silogismo.
18. Hasta aquí, los descubrimientos de la ciencia afectan casi todos el carácter de
depender de las nociones vulgares; para penetrar en los secretos y en las entrañas de la
naturaleza, es preciso que, tanto las nociones como los principios, sean arrancados de la
realidad por un método más cierto y más seguro, y que el espíritu emplee en todo mejo-
res procedimientos.
19. Ni hay ni pueden haber más que dos vías para la investigación y descubrimiento
de la verdad: una que, partiendo de la experiencia y de los hechos, se remonta en segui-
da a los principios más generales, y en virtud de esos principios que adquieren una auto-
ridad incontestable, juzga y establece las leyes secundarias (cuya vía es la que ahora se
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sigue), y otra, que de la experiencia y de los hechos deduce las leyes, elevándose pro-
gresivamente y sin sacudidas hasta los principios más generales que alcanza en último
término. Ésta es la verdadera vía; pero jamás se la ha puesto en práctica.
22. Uno y otro método parten de la experiencia y de los hechos, y se apoyan en los
primeros principios; pero existe entre ellos una diferencia inmensa, puesto que el uno
sólo desflora de prisa y corriendo la experiencia y los hechos, mientras que el otro hace
de ellos un estudio metódico y profundo; el uno de los métodos, desde el comienzo,
establece ciertos principios generales, abstractos e inútiles, mientras que el otro se eleva
gradualmente a las leyes que en realidad son más familiares a la naturaleza.
23. Existe gran diferencia entre los ídolos del espíritu humano y las ideas de la inte-
ligencia divina, es decir, entre ciertas vanas imaginaciones, y las verdaderas marcas y
sellos impresos en las criaturas, tal como se les puede descubrir.
25. Los principios hoy imperantes tienen origen en una experiencia superficial y
vulgar, y en el reducido número de hechos que por sí mismos se presentan a la vista; no
tienen otra profundidad ni extensión más que la de la experiencia; no siendo, pues, de
extrañar que carezcan de virtud creadora. Si por casualidad se presenta un hecho que
aún no haya sido observado ni conocido, se salva el principio por alguna distinción frí-
vola, cuando sería más conforme a la verdad modificarlo.
26. Para hacer comprender bien nuestro pensamiento, damos a esas nociones racio-
nales que se transportan al estudio de la naturaleza, el nombre de Prenociones de la na-
turaleza (porque son modos de entender temerarios y prematuros), y a la ciencia que
deriva de la experiencia por legítima vía, el nombre de Interpretación de la naturaleza.
27. Las prenociones tienen potencia suficiente para determinar nuestro asentimiento;
¿no es cierto que si todos los hombres tuviesen una misma y uniforme locura, podrían
entenderse todos con bastante facilidad?
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38. Los ídolos1 y las nociones falsas que han invadido ya la humana inteligencia,
echando en ella hondas raíces, ocupan la inteligencia de tal suerte, que la verdad sólo
puede encontrar a ella difícil acceso; y no sólo esto: sino que, obtenido el acceso, esas
falsas nociones, concurrirán a la restauración de las ciencias, y suscitarán a dicha obra
obstáculos mil, a menos que, prevenidos los hombres, se pongan en guardia contra ellos,
en los límites de lo posible.
39. Hay cuatro especies de ídolos que llenan el espíritu humano. Para hacernos inte-
ligibles, los designamos con los siguientes nombres: la primera especie de ídolos, es la
de los de la tribu; la segunda, los ídolos de la caverna; la tercera, los ídolos del foro; la
cuarta, los ídolos del teatro.
41. Los ídolos de la tribu tienen su fundamento en la misma naturaleza del hombre,
y en la tribu o el género humano. Se afirma erróneamente que el sentido humano es la
medida de las cosas; muy al contrario, todas las percepciones, tanto de los sentidos co-
mo del espíritu, tienen más relación con nosotros que con la naturaleza. El entendimien-
to humano es con respecto a las cosas, como un espejo infiel, que, recibiendo sus rayos,
mezcla su propia naturaleza a la de ellos, y de esta suerte los desvía y corrompe.
43. Existen también ídolos que provienen de la reunión y de la sociedad de los hom-
bres, a los que designamos con el nombre de ídolos del foro, para significar el comercio
y la comunidad de los hombres de que tienen origen. Los hombres se comunican entre
sí por el lenguaje; pero el sentido de las palabras se regula por el concepto del vulgo. He
aquí por qué la inteligencia, a la que deplorablemente se impone una lengua mal consti-
tuida, se siente importunada de extraña manera. Las definiciones y explicaciones de que
los sabios acostumbran proveerse y armarse anticipadamente en muchos asuntos, no les
1
Bacon da este nombre a los errores y a los principios de que aquéllos se originan.
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38. Los ídolos1 y las nociones falsas que han invadido ya la humana inteligencia,
echando en ella hondas raíces, ocupan la inteligencia de tal suerte, que la verdad sólo
puede encontrar a ella difícil acceso; y no sólo esto: sino que, obtenido el acceso, esas
falsas nociones, concurrirán a la restauración de las ciencias, y suscitarán a dicha obra
obstáculos mil, a menos que, prevenidos los hombres, se pongan en guardia contra ellos,
en los límites de lo posible.
39. Hay cuatro especies de ídolos que llenan el espíritu humano. Para hacernos inte-
ligibles, los designamos con los siguientes nombres: la primera especie de ídolos, es la
de los de la tribu; la segunda, los ídolos de la caverna; la tercera, los ídolos del foro; la
cuarta, los ídolos del teatro.
41. Los ídolos de la tribu tienen su fundamento en la misma naturaleza del hombre,
y en la tribu o el género humano. Se afirma erróneamente que el sentido humano es la
medida de las cosas; muy al contrario, todas las percepciones, tanto de los sentidos co-
mo del espíritu, tienen más relación con nosotros que con la naturaleza. El entendimien-
to humano es con respecto a las cosas, como un espejo infiel, que, recibiendo sus rayos,
mezcla su propia naturaleza a la de ellos, y de esta suerte los desvía y corrompe.
43. Existen también ídolos que provienen de la reunión y de la sociedad de los hom-
bres, a los que designamos con el nombre de ídolos del foro, para significar el comercio
y la comunidad de los hombres de que tienen origen. Los hombres se comunican entre
sí por el lenguaje; pero el sentido de las palabras se regula por el concepto del vulgo. He
aquí por qué la inteligencia, a la que deplorablemente se impone una lengua mal consti-
tuida, se siente importunada de extraña manera. Las definiciones y explicaciones de que
los sabios acostumbran proveerse y armarse anticipadamente en muchos asuntos, no les
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Bacon da este nombre a los errores y a los principios de que aquéllos se originan.
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LIBRO SEGUNDO
va, y someter la teoría a la práctica, que debe ser la regulatriz. He aquí por qué conviene
ver qué precepto y qué dirección se puede desear, sobre todo, para producir y hacer na-
cer en un cuerpo dado alguna propiedad nueva y explicarla en términos simples y lo
más claramente posible.
Por ejemplo, si se quiere dar a la plata el color del oro o un peso mayor (conformán-
dose a las leyes de la materia) o la transparencia a alguna piedra no diáfana, o la tenaci-
dad al vidrio, o la vegetación a cualquier cuerpo no vegetal, es preciso ver, repetimos,
qué precepto y qué dirección se desearía sobre todo recibir. Ante todo, se deseará sin
duda alguna, recibir una indicación que no haga vanos los esfuerzos y la experiencia
engañosa. En segundo lugar se deseará un precepto que no se ciña a ciertos medios fijos
y a ciertos modos de operación particulares. Pues pudiera acontecer que se tuviese que
renunciar a la empresa, no teniendo ni la facultad ni la comodidad de utilizar y emplear
tales medios. Que si existen otros medios y otros modos (aparte de los prescritos) de
hacer nacer tal propiedad, tal vez sean de los que están en poder del operador; y sin em-
bargo, encerrado en los estrechos límites del precepto, no podrá ponerlos por obra, ni
llegar a término. En tercer lugar se deseará que se indique alguna operación o hecho
menos difícil de producir, que la modificación buscada y más próxima de la práctica.
Así, pues, se puede declarar que un precepto verdadero y perfecto para la práctica, debe
ser cierto, amplio; es decir, que nos lleve gradualmente a la operación final.
Equivale esto, en suma, al descubrimiento de la forma verdadera; pues la forma de
una propiedad determinada es tal, que supuesto que esta forma existe, la propiedad dada
la sigue infaliblemente. Se encuentra siempre donde la propiedad se encuentra, consti-
tuye siempre un signo cierto, o bien es con certeza revelada por ella al propio tiempo; es
tal esta forma, que suprimirla es destruir infaliblemente la propiedad dada.
Donde quiera la propiedad no existe, falta la forma; su ausencia es negación cierta
de la propiedad, a la cual está invariable y únicamente adherida. En fin, la forma verda-
dera es tal, que deriva la propiedad dada de cierto fondo esencial, común a muchas natu-
ralezas, y que es, como se dice, más familiar a la naturaleza que esa forma misma. He
aquí por qué debe declararse que el axioma o el precepto verdadero y perfecto para la
teoría, es que es preciso encontrar una naturaleza convertible con la naturaleza pro-
puesta, y que sea en sí la limitación de una naturaleza más extendida y que constituya
un verdadero género. Estos dos preceptos para la práctica y la teoría, son una misma
cosa; pues lo que es más útil en la práctica, es al propio tiempo lo más verdadero en la
ciencia.
impulsa a ello), sino a penetrar en la realidad de las cosas, a descubrir las potencias de
los cuerpos, sus actos y sus leyes determinadas en la materia; de suerte, que la verdadera
ciencia no sólo reproduce la naturaleza de la inteligencia, sí que también la de las cosas,
no hay que maravillarse si para aclarar los preceptos, hemos llenado este libro de ejem-
plos tomados de las observaciones y de los experimentos naturales.
Hay, pues, como lo prueba lo que precede, veintisiete especies de hechos privilegia-
dos, que son los hechos solitarios, los hechos de migración, los hechos indicativos, los
hechos clandestinos, los hechos constitutivos, los hechos conformes, los hechos excep-
cionales, los hechos de desviación, los hechos limítrofes, los hechos de potencia, los
hechos de concomitancia y hostiles, los hechos adjuntivos, los hechos de alianza, los
hechos de la cruz, los hechos de divorcio, los hechos de la puesta, los hechos de cita-
ción, los hechos del camino, los hechos de suplemento, los hechos de dirección, los
hechos de la vara, los hechos de la carrera, las dosis de la naturaleza, los hechos de la
lucha, los hechos significativos, los hechos polycrestos, los hechos mágicos.
El uso de estos hechos, en lo que llevan ventaja sobre los hechos vulgares, es relati-
vo a la teoría o a la práctica, o a ambas a dos simultáneamente. En lo que a la teoría se
refiere, prestan auxilio estos hechos ya a los sentidos, ya a la inteligencia: a los sentidos,
como los cinco hechos de la lámpara; a la inteligencia, haciendo conocer con prontitud
lo que no es forma, como los hechos solitarios, o preparando y precipitando el conoci-
miento positivo de la forma, como los hechos de emigración, los hechos indicativos, los
de concomitancia y los adjuntivos, o bien elevando el espíritu y conduciéndole a los
géneros y a las naturalezas comunes, y esto inmediatamente, como los hechos clandes-
tinos, excepcionales y de alianza, o al grado más próximo, como los hechos constituti-
vos, o al grado más bajo, como los hechos conformes, o librando al espíritu del falso
pliegue que le da el hábito, como los hechos de desviación, o conduciéndose a la forma
general o composición del universo, comotexto los hechos limítrofes, o poniéndole en guar-
dia contra las causas y las formas falsas, como los hechos de la cruz y de divorcio. En lo
que a la práctica respecta, los hechos privilegiados indican las operaciones o las miden,
o las hacen menos costosas. Las indican, mostrando por dónde hay que comenzar para
no rehacer lo hecho, como los hechos de potencia o qué fin hemos de perseguir, si se
está en facultad de ello, como los hechos significativos; las miden, como las cuatro cla-
ses de hechos matemáticos; las hacen menos onerosas, como los hechos polycrestos y
mágicos.
Además, entre esas veintisiete especies de hechos, hay varias, como hemos dicho
anteriormente a propósito de algunos, de los que conviene formar una recopilación des-
de el principio, sin aguardar a las investigaciones particulares sobre cada una de las na-
turalezas.
Pertenecen a este género los hechos conformes, excepcionales de desviación, limí-
trofes de potencia, de la puesta, significación, polycrestos, mágicos, pues todos auxilian
a la inteligencia y a los sentidos, o les rectifican, o preparan sus operaciones de una ma-
nera general. Hay, por el contrario, que recoger los otros, cuando se forman las tablas
de comparecencia para el trabajo de la interpretación, relativo a alguna naturaleza parti-
cular; pues esos hechos tienen tales privilegios y tal importancia, que son como el alma
de los hechos vulgares de comparecencia, y como hemos dicho al principio, hay algunos
que valen por muchos otros. Por esto es por lo que cuando formamos las tablas, es pre-
ciso buscarlos con gran cuidado para incluirlos en ellas. Habremos de hablar de estos
hechos más adelante, pero debíamos desde el comienzo tratar de ellos y explicarlos.
Ahora tenemos que hablar de los auxiliares y de las rectificaciones de la inducción;
luego de las naturalezas concretas, de los progresos latentes, de las constituciones
ocultas y de todos los otros asuntos que nos hemos propuesto en el aforismo vigésimo
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primero, para poder finalmente (como curadores probos y fieles) confiar a los hombres
su fortuna, luego que se haya emancipado su inteligencia, y entrado en cierto modo en
la mayor edad; de donde resultará necesariamente un mejoramiento de la condición
humana y un acrecentamiento de su poder sobre la Naturaleza. El hombre, por su caída,
perdió su estado de inocencia y su imperio sobre la creación, pero una y otra pérdida,
puede, en parte, repararse en esta vida, la primera por la religión y la fe, la segunda por
las artes y las ciencias. La maldición lanzada sobre el hombre, no le ha hecho criatura
completa e irrevocablemente rebelde, pero en nombre mismo de ese mandato: Ganarás
el pan con el sudor de tu rostro, está obligado el hombre a ganar su pan de alguna ma-
nera, es decir, a satisfacer las diversas necesidades de la vida, por medio de diversos
trabajos, no ciertamente con discusiones o vanas ceremonias mágicas.15
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Hasta aquí llega lo que Bacon dejó escrito de Novum organum. Los otros escritos del filósofo inglés
pueden ayudar a comprender el sentido en que hubiera tratado los ocho asuntos restantes publicados en el
aforismo 21 de este libro. (N. del T.)