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Resumen: en este artículo se investiga el origen del símbolo: el hombre en el laberinto y las
narrativas míticas que han surgido, a partir del mismo, entre las diversas comunidades o’odham
de Sonora y Arizona. Para tal efecto se sigue su uso en diversas manifestaciones de la cultura
material, las funciones sociales que cumplen y los múltiples significados que se le atribuyen. Se
sitúan, tanto al símbolo como a las narrativas, en relación con las tradiciones orales, recopiladas
por la etnografía norteamericana de principios del siglo xx y se confrontan con ejemplos semejantes
en el arte rupestre de los hopi y los yuma.
Abstract: In this article we study the origin of the man, in the maze symbol, and the mythical
narratives that have been created on its behalf between the O’odham communities of Sonora and
Arizona. For that purpose, we explore the diverse expressions that appear in the material culture, the
social funcitons they play and their multiple meanings. The symbol and the narratives are confronted
with the oral traditions compiled by several northamerican ethnologists in the beginnings of the
Twentieth Century and with similar examples of the rock art of the Hopi and Yuma.
sierto” [Spicer, 1941:22; Swanton, 1953:357]. El grupo que ocupó la zona del
Pinacate, en el desierto de Altar, se llamaría a sí mismo hia’ched o’odham,
“gente de la arena” [Crosswhite, 1981:47-76; Pérez de Rivas, 1985:197-201;
Radding, 1995:28-32; Spicer, 1962:86-151].
En cuanto a la región que hemos descrito y al periodo histórico po-
demos observar, en relación con los o’odham, registros etnográficos que
indican un concepto laxo de territorio que permite a numerosas aldeas
pequeñas, diseminadas en un territorio muy vasto, sentirse unidas por
muy diversos lazos de reciprocidad y compartir elementos culturales su-
mamente significativos:
Figuras y narrativas míticas del símbolo 223
Los hia’ched o’odham, gente de la arena, eran el grupo más pequeño pero
hacían uso del territorio más extenso, con los recursos más escasos y la
tierra más árida, sin embargo, en algunas partes de su hábitat existían ri-
cas concentraciones de alimentos. A pesar de hallarse en constante movi-
miento, en busca de los recursos propios de cada estación, el peregrinar de
los hia’ched o’odham requería una cuidadosa planeación que permitiera una
exitosa explotación de los recursos disponibles en función de los cambios
climáticos estacionales y su influencia en las plantas y en las migraciones
de las especies animales [Broyles et al., 2007:133].
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1. La versión de los mitos de origen editada por Donald M. Bahr que fue
narrada y cantada a lo largo de varias noches por Juan Smith en la len-
gua de los pimas, traducida, simultáneamente, al inglés por el pima
William Smith Allison y transcrita, directamente, por Julian Hayden en
la primavera de 1935 [Bahr, 1994].
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mántico del relato. Al interior de éste, cada versión puede ser vista como una
secuencia continua y variada de interpretaciones que se concreta en una con-
figuración específica, teniendo, muchas veces, a las otras como referentes.
No existe mito alguno en estado de “pureza original”, todo mito es una
secuencia sucesiva de versiones superpuestas y entremezcladas. Lo que ha
llegado hasta nosotros es un cúmulo de diversas versiones, interpretacio-
nes, modificaciones que, con el paso del tiempo, han venido a formar parte
del cuerpo mitológico. En todas las mitologías ha ocurrido este proceso.
El mito existe al interior de un conjunto de prácticas sociales que suponen
usos diversos y un devenir.
226 Julio Amador Bech
A pesar de la evidente importancia que tiene este símbolo, el día de hoy, existen
muchos interrogantes acerca de su antigüedad. Aunque no es posible trazar de-
talladamente su origen y desarrollo, parece quedar bastante claro que apareció,
por primera vez, en la cestería de los pápagos, en algún momento de este siglo
y ha sido usado extensamente en los últimos treinta o cuarenta años [Gibson,
1986:1 (la traducción del inglés es nuestra)].
servido en todos los tiempos para dar respuesta a las interrogantes fun-
damentales que los seres humanos nos hemos planteado acerca de la vida
y su sentido. Al proporcionar los instrumentos básicos de conocimiento e
interpretación de la realidad, orientan las formas que adopta el imaginario
colectivo. Su adquisición y uso tienen un carácter eminentemente social,
inscritos en el interior de los rituales que constituyen lo fundamental de la
vida social de los seres humanos.
Habitan en los niveles más profundos de la conciencia, son símbolos,
figuras, imágenes que, bajo máscaras distintas, hablan con una misma voz.
Al paso del tiempo se han enriquecido, diversificado y vuelto más comple-
Figuras y narrativas míticas del símbolo 229
En particular, sobre los mitos y leyendas o’odham, Dean y Lucille Saxton in-
cluyen un conjunto de notas explicativas que considero reveladoras, pues,
confrontadas con los trabajos etnográficos de Russell y Underhill, además
de contribuir a su comprensión, permiten establecer una relación muy de-
finida con otras manifestaciones culturales como los diseños de la cestería,
las estructuras de parentesco entre los clanes totémicos, los bastones de
rezo y el origen de los asentamientos culturales, entre otras cosas [Saxton
y Saxton, 1973; Russell 1980; Underhill 1939:30-56]. Voy a parafrasearlos
in extenso, añadiendo elementos no considerados por ellos y comentarios,
para poder establecer mi argumentación.
Los Saxton entienden a las leyendas de los pimas y los pápagos como
formas discursivas del género de ficción caracterizadas por determina-
das formas ritualizadas de apertura y conclusión, a nivel de cada relato,
así como por determinadas estructuras gramaticales [Saxton y Saxton,
1973:371]. Cada leyenda consiste en una introducción, uno o más episodios
y una conclusión. La introducción sitúa los sucesos y personajes en un ám-
bito espacio-temporal más o menos armonioso. Puede comenzar con una
fórmula narrativa convencional como: sh hab wa chu’i na’ana, “dicen que
ocurrió hace mucho tiempo”, o heiki huh, “hace mucho tiempo” [Saxton y
Saxton, 1973:371].
Cada episodio consiste en una tesis y su antítesis. La tesis relata la dis-
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la mitología completa una vez al año, en diciembre, durante las cuatro no-
ches más largas del año [Bahr, 1994:282; Underhill 1939:125]. Se requieren
dieciséis días para la purificación de un guerrero. Los cuatro ciclos frecuen-
temente se agrupan en pares.
En relación con las subdivisiones interiores de las comunidades, vemos
que éstas se agrupan en pares formando dos tipos de grupos, teniendo como
sus figuras totémicas a los personajes míticos: Coyote y Buitre (zopilote), res-
pectivamente; en el otro par tenemos una tercera, llamada tradicional, apa-
rentemente asociada al Hermano Mayor y una cuarta con figura totémica
desconocida u olvidada [Saxton y Saxton, 1973:137; Underhill 1939:30-34].
232 Julio Amador Bech
Para ilustrar esta idea, nos valdremos de un mito: “La historia de la bes-
tia”. En este caso, vemos que después de una descripción inicial de armo-
nía, donde se cuenta que la gente vivía tranquila: “Una serpiente gigante
emergió de debajo de la tierra y comenzó a devorar a la gente de Wak” (la
armonía se rompe). El Hermano Mayor tuvo que venir, desde su casa en
Waw Giwulk (Baboquivari), en respuesta a la solicitud de ayuda por parte
de la gente. Pidió que le consiguieran un cuchillo de obsidiana y cuatro
palos puntiagudos para enfrentar al monstruo. Mientras se le aproximaba,
fue tragado por la bestia, estando ya dentro de ella, clavó los cuatro palos
puntiagudos para mantener abierta su boca y su esófago, cercenó su cora-
zón y salió corriendo del interior de la bestia quitando los cuatro palos en
su camino hacia afuera. Luego avisó a la gente que el peligro había sido
conjurado y regresó a su casa en Waw Giwulk. Retornó, así, finalmente, la
armonía.1
En la historia relatada tenemos el movimiento: armonía → disrupción
de la armonía → retorno de la armonía que describen los Saxton para los
mitos y las leyendas, referido, ahora, al Hermano Mayor, héroe cultural
de los pimas y pápagos; movimiento que equivale a la estructura del ciclo
del héroe que propone Joseph Campbell en su conocida obra: El héroe de las
mil caras [Campbell, 1992b]. Este movimiento de la acción dentro del relato
mítico es explicado a partir del símbolo de El hombre en el laberinto que apa-
rece representado en la cestería de los pimas y pápagos. La acción del héroe
es simbolizada por el movimiento del hombre dentro del laberinto: en el
primer momento está frente a la entrada, se trata de la primera etapa de la
gesta heroica, aquella que Campbell llama “la partida” y corresponde, en el
relato, al enunciado del problema que el héroe debe resolver; en la segunda
etapa se entra dentro del laberinto que simboliza “la prueba”, la dificultad
que el héroe debe superar, el enemigo que debe vencer; la última etapa, “el
1
En visita de campo al pueblo de Quitovak, Sonora, en el mes de septiembre de 2002,
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pudimos constatar la vigencia de este mito que continúa siendo relatado por la gente
del lugar como algo ocurrido, en tiempos antiguos, en el manantial que ahí se en-
cuentra. Pudimos registrar ahí, otras versiones del mismo mito, diferentes en ciertos
aspectos a la publicada por los Saxton, en la que escuchamos de viva voz, relatada
por el señor Oscar Velasco, el monstruo salía de las profundidades del manantial de
Quitovak, donde habitaba, y devoraba a la gente que iba en busca de agua, siendo
este manantial la fuente primordial, sino única, de agua para esta comunidad. En
esta versión también se pidió ayuda al Hermano Mayor, quien vino al lugar donde
aparecía una gran serpiente o dragón y se dejó devorar por ella, estando dentro cortó
sus dos corazones y salió de su interior. Muerta la gran serpiente, regresó la paz a la
comunidad. Se cuenta que, después, los huesos de la serpiente fueron hallados cerca
del manantial [Amador, 2002].
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pimas y de los pápagos. Fue narrada y transcrita por la niña pima Christine
Manuel de la escuela de Saint John.2 La leyenda relata la historia que asocia
el símbolo del laberinto con la casa del Hermano Mayor (Siuuhu) y la sitúa
en el tiempo primordial de los orígenes:
En los tiempos antiguos, Siuuhu, a quien también se llama Hermano
Mayor, necesitaba un lugar seguro para vivir. Aún tenía mucho trabajo, po-
niendo el mundo en orden para que la gente pima-pápago pudiera habitar-
2
Sobre la forma en la que se llevó a cabo esta recopilación ver la Introducción, [Baylor,
1976].
Figuras y narrativas míticas del símbolo 237
lo, pero no podía lograrlo porque sus enemigos lo seguían todo el tiempo.
Aún cuando se fue a vivir dentro de una cueva, sus enemigos lo siguieron.
Querían evitar que ayudara a su gente.
Finalmente, decidió construirse una casa bajo la tierra, en el centro de una
montaña. Desde la orilla de la montaña cualquiera podía ver la abertura
que conducía a su casa, mas, llegar a ella no era tan fácil como parecía.
Cualquiera que quisiese encontrar a Siuuhu tenía que seguir muchos
pasadizos angostos y sinuosos que daban muchas vueltas. Sus enemi-
gos no sabían que camino tomar. Si escogían uno equivocado, se per-
dían, quedándose sin aire y morían en la oscuridad.
Mientras sus enemigos andaban dando vueltas y más vueltas, Siuuhu
se encontraba sentado cómodamente en la seguridad de su cueva. El
único problema era que quería que sus amigos pudieran venir a visitar-
lo sin extraviarse. Hizo un mapa para ellos y, cualquiera que lo siguiese,
encontraría el camino sin perderse.
Aún ahora, los indios pimas y pápagos usan ese mapa. Las mujeres
hacen un diseño, a partir de él, y lo tejen en los cestos para que nunca se
nos olvide como encontrar el camino correcto a través de la vida. Puede
conducirte a un lugar seguro [Baylor, 1976:39-40].
La historia se basa en sucesos narrados en las distintas versiones del
mito cosmogónico, lo que le da un mayor sentido de autenticidad. En la
versión Brennan-Russell se cuenta que el Hermano Mayor construyó su
casa en el Monte Baboquivari después de matar al monstruo llamado Ha-ak
y de liberar a la gente del peligro que ese monstruo representaba. Más ade-
lante, se añade que la casa se situaba en una cueva. [Russell, 1980:224]. En
primer lugar es importante destacar que la narración se sitúa en el tiempo
primordial de los orígenes, adquiriendo así un estatuto jerárquico equiva-
lente al resto de los mitos de origen. Es, a la vez, un mito de origen, en triple
sentido, pues explica: a) el porqué de la construcción de la casa del Herma-
no Mayor, b) la razón de ser su forma particular de laberinto, y c) el porqué
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las mujeres tejen el diseño del “hombre en el laberinto” en sus cestas. Los
tres orígenes se entretejen en el relato y quedan unidos.
Anna Moore Shaw, pima de origen, nacida en 1898 en el pueblo de San-
ta Cruz, de la Reservación del Río Gila, comenzó a poner por escrito una
recopilación de mitos pimas convertidos en leyendas populares y narrados
entre la población, sobre todo, relatadas a los niños. Una primera versión
mimeográfica fue publicada en 1963 por el Centro de Educación Indígena
de la Universidad Estatal de Arizona, y en 1968 salió a la luz la primera
edición del libro: Pima Indian Legends. En la recopilación de la señora Moore
238 Julio Amador Bech
Shaw aparece otra versión de la leyenda del laberinto que se titula: “El la-
berinto o la casa de Se-eh-ha”. Relata que:
Una vez que Se-eh-ha (el Hermano Mayor) había regresado a su casa en las
Montañas Grasientas, decidió construir un nuevo hogar, un lugar habitable que
sería como un laberinto con sinuosos pasadizos. Su propósito era confundir al
enemigo en caso de que intentara venir a destruirlo. “Estaré seguro en mi alo-
jamiento, en el centro de mi casa-laberinto”, se decía a sí mismo [Moore Shaw,
1972:15 (la traducción del inglés es nuestra)].
Para nosotros resulta muy significativo que los o’odham hayan referi-
do esta casa en forma de laberinto como perteneciente a “un gran Señor”
y, muy bien, ese “Gran Señor” pudo haber sido el Hermano Mayor y la
referencia, una referencia mítica, por lo que el documento deja ver que el
entendimiento del misionero, respecto de lo que los indios relatan, parece
Figuras y narrativas míticas del símbolo 239
ser muy escaso. Este es el documento más antiguo que conocemos en el que
se haga referencia al laberinto, incluso, lo que aparece en el dibujo como “la
entrada” puede representar la figura humana esquematizada que conoce-
mos por el diseño de la cestería o’odham.
No contamos con la documentación suficiente para saber si los pimas
mencionados en el documento se referían a un hecho histórico y, por lo tan-
to, la casa en forma de laberinto y el gran Señor existieron en un lugar y
tiempo determinados o si más bien la referencia era a un acontecimiento mí-
tico. Pese a esta incógnita podemos constatar, sin embargo, dos cosas: a) que
entre los pimas del periodo del contacto el tema del laberinto existía y estaba
asociado a la casa de “un Gran Señor”, y b) el diseño de ese laberinto es muy
semejante al diseño moderno de la cestería o’odham. En conclusión, podemos
ver cómo el tema del laberinto pertenece a una tradición cultural que, por lo
menos, puede rastrearse hasta el siglo xviii. Más allá de eso, queda aclarada
la importancia que la mitología tiene para el conjunto de la cultura o’odham, la
manera en la cual los temas fundamentales de la mitología están presentes
de diversas maneras en un espectro muy amplio de su cultura, atravesando
el conjunto de las costumbres, las creencias y la cultura material.
Fuentes Etnográficas. Durante nuestra visita de campo a la comunidad
de Quitovak, Sonora, en septiembre de 2002, pude constatar que el símbolo
del laberinto forma parte de una variada serie de actividades y creencias
[Amador, 2002]. El señor Oscar Velasco se dedica, entre otras cosas, a la
elaboración de artesanías y relató que talla el diseño del hombre en el labe-
rinto sobre piedras planas y redondas. Vende esos objetos en la tienda de
artesanías de la Nación Tohono O’odham que se encuentra en Sells, Arizona.
Se ofreció a tallar una pieza para mí, si me interesaba.
Observamos, en su casa y pintado por él, sobre una mesa de metal, el
diseño del hombre en el laberinto, al preguntarle sobre el significado del
símbolo, me dijo: “el laberinto es la vida”. Relató, también, que: “hay un
dibujo del laberinto que mide diez metros por siete, en un lugar sagrado,
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en tumbas del Pinacate”. Añadió que: “el laberinto me ayuda con mis pro-
blemas, lo miro un rato y me llega la solución”.
En estas escuetas referencias encontramos usos y significados muy dife-
rentes, incluso, opuestos. Desde un aparente valor espiritual, comprendido
en el significado del laberinto como periplo de la vida o en una aparente fun-
ción como símbolo para la contemplación, una especie de “mándala”, hasta
su manifiesta trivialización a través de un uso abiertamente comercial.
Evidencia arqueológica y sus interpretaciones. La evidencia arqueoló-
gica y sus interpretaciones de los restos culturales refieren, principalmente,
dos tipos de significados y funciones del laberinto:
240 Julio Amador Bech
1. El laberinto como símbolo del mito de la emersión de los o’odham del in-
framundo y la conquista de los territorios hohokam. Frank Waters asocia
el significado del laberinto con el mito del emerger de los o’odham del in-
framundo. Señala que los pimas llaman al diseño del laberinto: “la Casa
de Teuhu”, siendo Teuhu el topo que cavó el túnel espiral hacia la super-
ficie, permitiendo a los pimas, que se encontraban en el inframundo,
emerger de nuevo a la tierra, vengar el asesinato de su dios, el Hermano
Mayor, y conquistar los territorios ocupados por los hohokam [Patterson,
1992; Waters, 1963:30-31]. En esta versión se asocia la forma del laberinto
a la espiral del túnel cavado por el topo. En la versión Brennan-Russell
se narra con detalle el episodio del topo cavando el túnel en forma de
espiral para la emersión de los pimas [Russell, 1980:226].
A partir de su larga estancia entre los hopi, Waters redactó una extensa
versión de la mitología hopi. En su libro explica que el significado del “mito
de la Emersión” se sintetiza en el símbolo del laberinto [Waters, 1963:29].
Lo dicho por Waters debe tomarse con ciertas reservas, pues su orientación
fue más literaria y esotérica que etnográfica, en un sentido estricto. Si lee-
mos con atención su texto podremos percatarnos, claramente, la manera en
la cual, lo que Waters observó, va adquiriendo un cariz similar al del estilo
de la literatura New Age.
Más allá de esas consideraciones podemos afirmar que en la cosmogo-
nía hopi, al igual que en la o’odham, aparece un concepto cíclico del tiempo
que también está presente en los mitos de origen nahuas y mayas-quichés:
la idea de la creación-destrucción cíclica del mundo. Tanto entre los hopi
como entre los o’odham, la supervivencia y paso de la humanidad, de un
mundo a otro, se consigue gracias a que una parte de ella logra salvarse de
cada destrucción, ocultándose bajo la tierra y emergiendo de nuevo del in-
framundo hacia la superficie, una vez que los nuevos mundos iban siendo
creados. A este ciclo se le ha llamado: “el mito de la Emersión”. De acuerdo
con esas narrativas, el laberinto es, a la vez, el símbolo de la emersión y
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1980:254-256].
Documentos Recientes de las Comunidades O’odham. En algunos do-
cumentos producidos por distintas comunidades o’odham, predominan dos
tipos de significados y funciones: 1) periplo de la vida, camino espiritual,
y 2) emblema de ciertas comunidades o’odham, en particular, y símbolo de
todas las comunidades o’odham en tanto una sola unidad colectiva.
Fuera de las referencias al símbolo del laberinto que puedan tener una
relación directa con la tradición oral de los o’odham, nos encontramos con
una proliferación contemporánea de versiones e interpretaciones de ese
mito que forman parte de un fenómeno actual de “inflación mítica” o remi-
Figuras y narrativas míticas del símbolo 245
En un texto fotocopiado, con el título: I’itoi, Man In The Maze, sin fe-
cha ni autor, que se distribuyó durante una celebración ritual realizada en
Organ Pipe National Park, Arizona, por miembros de la Tohono O’odham
Nation, aparece explicada esta interpretación del laberinto:
El hombre en la cima del laberinto representa el nacimiento. Al seguir el patrón
blanco de la parte superior, la figura atraviesa el laberinto, topándose con in-
numerables giros y cambios, al igual que ocurre en la vida. Mientras la travesía
continúa, uno va adquiriendo sabiduría y comprensión. Acercándonos al final
del laberinto, uno se retira a un pequeño rincón, antes de alcanzar el oscuro
246 Julio Amador Bech
Conclusiones
Después de una cuidadosa lectura de los materiales etnográficos disponi-
bles, llegamos a la conclusión de que tanto el mito de El hombre en el labe-
rinto como el diseño de éste que se teje en las cestas de los o’odham es una
creación reciente que debe haberse gestado en las primeras décadas del si-
glo xx, misma que para los años cincuenta y sesenta se había difundido por
el conjunto de pueblos y aldeas que formaban parte de esta comunidad. De
esa manera podemos ver cómo la cesta y la leyenda son una creación re-
ciente que se basa en múltiples elementos fundamentales de las tradiciones
culturales antiguas. Así, queda claro que la producción de nuevos mitos se
apoya de manera sustantiva en la tradición mítica antigua, la que constitu-
ye su soporte y fuente de inspiración principal.
En las diversas versiones de los mitos de creación o’odham, pertene-
cientes a las tradiciones orales conocidas, no aparece una referencia direc-
ta al símbolo de El hombre en el laberinto. Desconocemos la antigüedad de
las versiones de la leyenda, narradas por Anna Moore Shaw y por la niña
pima Christine Manuel, acerca del origen de la casa del Hermano Mayor.
La referencia más antigua que tenemos del laberinto es la que aparece en
el documento jesuita del siglo xviii. Los documentos que aluden a él son
muy recientes, corresponden a un periodo que se caracteriza por el proceso
de recuperación de las antiguas tradiciones por las propias comunidades,
después de que éstas parecían haberse perdido, hasta cierto punto, debido
a los procesos de integración a la modernidad y a la presión ejercida por la
sociedad moderna sobre las comunidades tradicionales, especialmente, a
partir de la década de los treinta del siglo xx.
Puede establecerse la relación de estas versiones del mito de El hom-
bre en el laberinto con una tradición oral de relatos colectivos que aún se
puede observar en las distintas comunidades o’odham. Sin embargo, el día
de hoy los guardianes de la tradición han desaparecido de la comunidad,
solamente los miembros de más edad conocen las historias por haberlas
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