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DOI: 10.24201/es.2018v36n107.

1590

Delincuencia juvenil,
violencia familiar y mercado
de trabajo. Las configuraciones de los
descuidos familiares en los adolescentes en
conflicto con la ley de la Ciudad de México

Gabriel Tenenbaum Ewig


Instituto de Investigaciones Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México
[email protected]

Resumen

El artículo muestra las condiciones socioestructurales que configuran a las familias


como un grupo social que incrementa el riesgo de los adolescentes de concretar
infracciones. En particular se analiza la incidencia de los mercados de trabajo preca-
rios y la violencia en el hogar en los cuidados materiales e inmateriales que brin-
dan los referentes de los adolescentes en conflicto con la ley. La tarea se realiza a
través de un diseño de investigación cualitativo con entrevistas a referentes familia-
res (madres, padres y abuelas) de los adolescentes sancionados por la justicia y a los
operadores judiciales (jueces, fiscales y defensores) de la justicia para adolescen-
tes de la Ciudad de México.
Palabras clave: criminalidad juvenil; cuidado familiar; precariedad laboral;
violencia familiar.

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Abstract

Youth crime, family violence and labor market.


The configurations of family neglect among
adolescents in conflict with the law in Mexico City

This paper attempts to show the socio-structural conditions that lead families to be-
come a social group that increases the risk of law infractions among adolescents. In
particular, the research analyzes the influence of precarious work market conditions
and domestic violence on the material and immaterial care that the family referents
provide to the adolescents in conflict with the law. The research is conducted via a
qualitative research design consisting on interviews to family referents (mothers,
fathers, grandmothers) of the adolescents sanctioned by justice and interviews to
judicial operators of the adolescent’s justice system in Mexico City.
Key words: youth crime; family care; precarious work; family violence.

1. Introducción

La influencia de los entornos familiares en el comportamiento criminal de


los jóvenes es una temática abordada por la sociología de la desviación y la
criminología psicológica. El común de las discusiones gira alrededor de los
broken homes o disrupted families, es decir, de cómo las diversas estructu-
ras y dinámicas de socialización familiar influyen en el comportamiento de
los niños y los adolescentes del hogar (Theobald, Farrington & Piquero,
2013; Mack, Leiber, Featherstone & Monserud, 2007; Rebellon, 2002; Juby
& Farrington, 2001). Sin embargo, en buena medida estas investigaciones
ignoran los condicionamientos que experimentaron y atraviesan las familias,
es decir, los procesos y estructuras sociales que van más allá de la capacidad
de agencia familiar. En este sentido, tomando distancia de la “capacidad cri-
minógena” de las familias, el artículo plantea mostrar los condicionamientos
mediatos (Taylor, Walton & Young, 2007) que configuran a las familias como
un grupo social con capacidad de influir criminógenamente, ya sea de manera
directa o indirecta, en los integrantes del hogar. Siguiendo a Roger Matthews
(2009), al poner a las familias como variable mediadora, el estudio toma en
cuenta las conexiones entre los movimientos globales y locales para observar
cómo impactan en la criminalidad juvenil.
El trabajo analiza los condicionamientos mediatos que obstaculizan el
desarrollo del cuidado material (cobertura económica de necesidades básicas:
alimentación, vestimenta, salud, educación, etc.) e inmaterial (habilidades

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emocionales y cognitivas de los cuidadores para fomentar el desarrollo inte-


gral de las personas cuidadas: transmisión de afecto, comunicación asertiva,
construcción de vínculos de confianza, etc.) de los referentes familiares1 y
que, en ese sentido, potencian el riesgo de los adolescentes de cometer de-
litos.2 Por un lado, se observa el entorpecimiento del cuidado que genera la
precariedad laboral, la ocupación laboral, el salario y la jornada de trabajo
de los referentes familiares y, por otro, los problemas de cuidado que genera
la hegemonía masculina (Connell & Messerschmidt, 2005) desde el punto
de vista de la violencia de género y generacional que se suscita en el hogar
familiar.

2. Estrategia metodológica

El estudio utiliza un diseño de caso (Yin, 1989) para examinar el constreñi-


miento estructural del cuidado familiar que reciben los adolescentes en con-
flicto con la ley de la Ciudad de México (CDMX). La unidad de análisis es
el cuidado familiar y se explora desde dos fuentes de información: los refe-
rentes familiares de los adolescentes en conflicto con la ley y los operadores
judiciales de las justicias para adolescentes de la CDMX.
El número de casos está sujeto al proceso de saturación de los conteni-
dos (Bertaux, 1994, 1989), con el fin de hallar las regularidades empíricas
acerca de los condicionamientos mediatos que impactan a las familias que
influyen en el comportamiento infraccional de los jóvenes. Con base en ese
criterio, se realizaron 12 entrevistas en profundidad a referentes familiares
de la Ciudad de México (nueve madres, dos padres y una abuela)3 y nueve

1
 Los referentes familiares son aquellas personas del hogar familiar que actúan o deberían
actuar, por mandato de la ley, como principales cuidadores de los adolescentes. Son las personas
que se responsabilizan ante la institución judicial y tienen filiación biológica o afectiva con los
adolescentes.
2
 La Ley Nacional del Sistema Integral de Justicia Penal para Adolescentes (lnsijpa),
publicada en el Diario Oficial de la Federación el 16 de junio de 2016, señala que ciertas con-
ductas de adolescentes (12 a 17 años) son tipificadas como delitos por las leyes penales. Éste
es un cambio importante respecto de la norma precedente, ya que, manteniendo la diferencia
con el sistema penal general de adultos, se responsabiliza penalmente a los adolescentes. Este
cambio permite concebirlos como titulares de derechos y garantías, al igual que los adultos, en
función de sus condiciones etarias específicas: de la “condición de sujeto de derecho se deriva
la condición de sujeto de responsabilidad especial” (Beloff, 2004, p. 31).
3
 El corte de género no es casual, las mujeres tienen una amplia participación en el pro-
ceso de los adolescentes por el sistema punitivo, debido a que es un fenómeno estrechamente
relacionado con las tareas de cuidado en el hogar, aspecto que en la tradicional división de
actividades de género se asocia a la mujer.

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entrevistas estructuradas a operadores judiciales (cuatro jueces, tres defenso-


res, un fiscal y una magistrada).4 Se aplica una triangulación de informantes,
procedimiento que sirve para aumentar la validez y la calidad de los datos
(Hernández Sampieri, Fernández Collado & Baptista Lucio, 2010) al corro-
borarlos y respaldar las interpretaciones del investigador con distintas fuentes
(Okuda Benavides & Gómez Restrepo, 2005).
La elección de los referentes familiares y los operadores judiciales se
realiza a partir del muestreo intencional (King, Keohane & Verba, 2005) con
el fin de controlar la comparación sistemática y maximizar las diferencias
entre los casos. De este modo, los referentes familiares se eligen aplicando
una variación de los contenidos de las siguientes variables o criterios: arreglo
familiar, historia familiar, tipo y dinámica delictiva de los adolescentes. En
los operadores judiciales se distinguió entre quienes trabajan en el sistema
escrito para casos graves y el sistema oral para casos no graves.
La información fue procesada con el programa informático para análisis
cualitativo de datos ATLAS.ti.

3. Discusiones teóricas y empíricas

No existe “la familia”, sino “una multidimensionalidad, pluralidad y com-


plejidad de arreglos familiares” (Lerner & Melgar, 2010, p. 17). Las familias
se diferencian a partir de la distribución desigual de saberes y verdades por
edades, generaciones, género, distribución desigual de las condiciones ma-
teriales (Cordero, 1998; Ariza & De Oliveira, 1999), asimetrías internas de
poder (Arriagada, 2004) y otras dimensiones. Si bien la familia no es sinónimo
de hogar ni de unidad doméstica (Mora Salas, 2004), al hablar de cuidados es
necesario delimitar el fenómeno al hogar, ya que allí se desarrolla la primera
socialización de los adolescentes y se encuentran los referentes legales y,
posiblemente, los principales afectos.
El cuidado familiar es una de las categorías explicativas importantes
del estudio en la medida en que su presencia o ausencia, las distintas for-
mas y contenidos con que aparece, permite comprender el comportamiento
infraccional de los adolescentes. El “cuidado” es un concepto que comenzó
a utilizarse en la Europa anglosajona en la década de 1970, a partir de los
primeros estudios de género que pusieron a discusión las políticas públicas del
Estado de bienestar en relación con los derechos de las mujeres (Batthyány,
2015; Aguirre, 2005). El cuidado como categoría explicativa tiene varias

4
 Las entrevistas se realizaron entre agosto de 2014 y febrero de 2015.

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acepciones, aunque hay cierto consenso en su delimitación como “actividad


femenina generalmente no remunerada, sin reconocimiento ni valoración
social. Comprende tanto el cuidado material como el cuidado inmaterial que
implica un vínculo afectivo, emotivo, sentimental” (Aguirre, 2005, p. 5). Ca-
be hablar de cuidados en plural y precisar que son actividades femeninas des-
de el punto de vista de la tradicional división sexual del trabajo, según la cual
la mujer se dedica exclusivamente al trabajo reproductivo o asume la doble
tarea laboral (productiva-reproductiva), y el varón se ocupa solamente del tra-
bajo productivo.
La desviación social no se explica únicamente por los motivos inmediatos
que originan el delito. Diversas corrientes criminológicas han señalado la
importancia de conocer el pasado5 de las personas que cometen delitos, sus
contextos (familia, comunidad, etc.), las historias de esos contextos, y las
estructuras (económicas, sociales, etc.) que los condicionan. Aquí se toma en
cuenta la dimensión estructural para hablar de todo lo que envuelve a la preca-
riedad laboral y lo que rodea a la violencia familiar (género y generacional)
como obstáculos para el cuidado familiar.
La incidencia de la precariedad laboral (inestabilidad, bajos salarios, lar-
gas jornadas, ausencia de prestaciones sociales, etc.) de los referentes fami-
liares en el comportamiento infraccional de los adolescentes es un condicio-
namiento mediato señalado por algunas investigaciones criminológicas. Por
ejemplo, Mack, Leiber, Featherstone y Monserud (2007) afirman que hay
una tensión entre las preocupaciones económicas y el cuidado en los hogares
monoparentales con hijos a cargo. Laub y Sampson (1988) expresan que la
inestabilidad laboral de los padres incide en la supervisión de los hijos, en
especial, la de la madre. Briar y Piliavin (1965) sostienen que la falta de es-
tatus económico y social de los padres deslegitima la autoridad parental
porque los desacredita frente a sus hijos al equipararlos. Cohen (1994) señala
que el acercamiento de los adolescentes a la calle se debe a la inefectividad
de la supervisión familiar. La lealtad y la solidaridad que se pierden con las
relaciones sociales del hogar se sustituyen, parcialmente, con las relaciones
de pares en la calle.
Otra condición estructural que incide en la familia y que influye en el deli-
to adolescente es la violencia familiar. Compuesta por la violencia de géne-
ro y la violencia generacional, la violencia familiar es una condición me-

5
 Dependiendo de la tradición epistemológica y metodológica, algunos investigadores
optan por capturar el pasado de las personas a través de métodos cualitativos (historias de vida,
relatos biográficos, etc.) o métodos cuantitativos (análisis de trayectorias delictivas, curso de
vida, etcétera).

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diata porque está condicionada, sobre todo, por la masculinidad hegemónica


(Connell & Messerschmidt, 2005). El ejercicio de la violencia desde los
varones hacia las mujeres, y desde los adultos hacia los niños y adolescentes
del hogar es un factor invariante. A su vez, la violencia familiar es un factor
externo a los referentes familiares que sí tienen disposición para el cuidado.
La teoría del aprendizaje social ha demostrado que los niños que cre-
cieron en familias con climas de estrés y frustración, con padres enfadados
y agresivos, corren el riesgo de reproducir esos mismos comportamientos en
la adultez (Mihalic & Elliott, 1997). La teoría general de la tensión ha mos-
trado que ciertos eventos y condicionamientos estresantes en el ambiente
familiar pueden incrementar la probabilidad de que los niños cometan crí-
menes en el futuro si no cuentan con las herramientas personales que les
permitan canalizar, por vías adecuadas, las tensiones que experimentan
(Agnew, 2001). Así, la violencia de género está entre los problemas más
importantes que limitan la implementación del cuidado familiar en el hogar
porque se dirige, principalmente, a las mujeres que, por el peso de la tradi-
cional división sexual del trabajo, asumen las tareas de cuidado de los niños
y los adolescentes.
Los estudios sobre las juventudes conciben la transgresión como una
característica generacional que permite aprender las formas de convivir en
sociedad (Dubet, 2006; Canclini, en entrevista con Chejfec, 2005). Los ado-
lescentes, dice Barbero, “están viviendo en su propio cuerpo, en su sensibili-
dad y en su mente” (Barbero, en entrevista con Guerrero, 2010, p. 147). Sin
embargo, con frecuencia la transgresión no es apreciada de esta manera por
los referentes familiares ni por el sistema escolar, el sistema punitivo, etc.,
por lo que se castiga con una disciplina represiva (Patterson, Debaryshe &
Ramsey, 1990) que sólo logra el rechazo o la obediencia involuntaria (Samp-
son & Laub, 1995) de los adolescentes. Así, Labra Olivares (2011) manifiesta
que en la biografía de los jóvenes hay un cúmulo de vivencias familiares
expulsivas, e Irma Saucedo dice que “el hogar es el lugar más inseguro para
las mujeres, niñas, niños y adolescentes” (Saucedo, 2010, p. 188).
En suma, para este trabajo, el cuidado familiar es el deber jurídico y la
capacidad que tienen los progenitores de satisfacer el desarrollo integral de
los niños que tienen a cargo con el propósito de que se integren a la sociedad
con un proyecto de vida. La capacidad de las familias para brindar cuidados
se problematiza con los condicionamientos mediatos (precariedad laboral y
violencia familiar) que obstruyen las habilidades cognitivas y emocionales
de los referentes familiares, así como las oportunidades y posibilidades de
satisfacer dignamente las necesidades básicas del hogar.

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4. “Etiología” del delito adolescente

Desde la perspectiva de los referentes familiares, los condicionamientos


inmediatos que llevaron a los adolescentes a infringir la ley son: a) la trans-
gresión como juego: “Quisieron divertirse, quisieron, este, cotorrear, como
dicen ahora los chavos” (Azucena); b) vivir la experiencia, la aventura: “Yo
creo que quiso experimentar, creo que ésa fue su mayor motivación para
que empezara a probar qué se sentía” (Violeta); c) la búsqueda de ingresos
para solventar gastos personales (no de ocio): “Me dijo que había robado el
celular para pagar la escuela… Ya cuando entro a la comunidad [centro de
privación de la libertad], pedí dinero prestado para pagar los meses que
debía” (Valentina); d) la adicción al alcohol: “Él tenía adicción al vino y yo
no lo sabía. Y yo me imagino que por eso lo hizo [delito], porque él quería
tomar” (Begonia); e) la masculinidad valiente y fuerte: “Le dijeron que era
un maricón, un cobarde [relaciones de pares], entonces, para demostrar que
no era, les dijo: ‘No voy a hacer yo las cosas, pero los voy a acompañar’”
(Lila); f) por respeto: “Hacerse valer, no dejarse bajar. Me acuerdo que se
enojó mucho conmigo y me dijo: ‘Mamá, por qué fuiste a buscarme, no sabes
cuánto trabajo me costó que me haya ganado el respeto de ellos y ahora ya
no me van a respetar’” (Violeta).
La problematización de la etiología del delito adolescente desde el pun-
to de vista de los operadores del sistema judicial se circunscribe al debate
entre la impulsividad y la racionalidad de la acción. Un adolescente con
bajo autocontrol (Bandura & Walters, 1990; Gottfredson & Hirschi, 1990;
DeLisi & Vaughn, 2007) tiene mayores posibilidades de cometer un delito
impulsivo, eventual y espontáneo que un ilícito racional de tipo económico
(Becker, 1968). Por otro lado, un adolescente que toma decisiones raciona-
les tiene mayores posibilidades de consumar un delito analizando los ries-
gos, los recursos que tiene y los logros potenciales. En este marco, los expertos
concuerdan en que el delito adolescente se concreta, frecuentemente, por el
bajo autocontrol de quienes cometen los ilícitos debido a factores generacio-
nales y al desarrollo cognitivo y emocional en que se encuentran:

Aprovechan la ocasión, es eventual, “vamos a robar” y lo hacen. (Jueza de


ado­lescentes 2)

En los delitos no graves la mayoría de los jóvenes entraron al sistema judicial


por inconsciencia… Se roban cualquier cosa […] No alcanzan a ver la grave-
dad de lo que implica apoderarse de un objeto ajeno, no entienden que van a
ser detenidos por un policía, que van a ir al ministerio público. (Jueza de ado-
lescentes 4)

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Creo que es espontáneo… La mayoría de los chicos siente la necesidad de com-


prar algo. También la adolescencia se caracteriza por la impulsividad y la falta
de control de impulsos. (Defensora de oficio de adolescentes 2)

Cuando se habla de un delito adolescente de tipo racional, los opera-


dores judiciales observan que éste es influido por personas adultas o que
los adolescentes han sido cooptados por organizaciones delictivas dirigidas
por adultos:

La planificación es cuando están acompañados de adultos… Manda al ado-


lescente a hacerlo, le entrega el rol principal del robo. (Jueza de adolescentes 2)

El adolescente es un punto importante en la delincuencia organizada porque las


grandes redes verifican que las medidas impuestas a un adolescente son de cinco
años. (Fiscal de adolescentes 1)

Los adolescentes son funcionales para el mercado delictivo debido a su


bajo autocontrol, el descuido familiar y, entre otros elementos, la necesidad
de pertenecer a uno o más grupos sociales. A su vez, en caso de ser dete-
nidos, los adolescentes reciben consecuencias penales menos costosas que
los adultos, razón por la cual los adultos les entregan un lugar estelar en la
consumación del delito. Para los adolescentes es atractivo porque les entre-
ga el protagonismo (poder, reconocimiento, etc.) que no tienen con otras
personas y espacios sociales. Ahora bien, no todo delito racional adolescente
es influido por adultos. Los adolescentes que tienen cierta trayectoria infrac-
cional planifican sus ilícitos con base en la experiencia y en la construcción
grupal:

Los jóvenes que se dedican a eso [que hacen carrera infraccional] y forman par-
te de bandas tienen una maduración más clara y están conscientes de que están
cometiendo un delito porque llevan un arma, se llevan otro tipo de objetos, hacen
maniobras para poder someter a su víctima. (Jueza de adolescentes 4)

Igualmente, como sostiene la literatura, en la adolescencia predomina


el delito amateur (Kessler, 2010) y, desde los estudios de la curva edad-de-
lito, es prematuro hablar de trayectorias delictivas (Hirschi & Gottfredson,
1983).
A partir de lo esgrimido por los referentes familiares y los operadores
judiciales, el comportamiento infraccional de los adolescentes se circunscribe,
en la mayoría de los casos, a las condiciones del delito hedonista de clase
ociosa (Veblen, 1985; Matza & Sykes, 1961; Cohen, 1994). Grosso modo,

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esto quiere decir que el delito adolescente está movilizado por vivencias
emocionales precipitadas: probar el “sabor” de la experiencia, cumplir el de-
seo, vivir la aventura, la diversión de la transgresión, etc. Todo ello está
emparentado con la perspectiva psicológica del autocontrol y la maduración
(Steinberg, Cauffman & Monahan, 2015). Para estos estudios la impulsivi-
dad es un rasgo común en la transgresión de los adolescentes, sobre todo en
quienes no tienen antecedentes penales.6
Un aspecto que llama la atención es que ninguno de los referentes fami-
liares identifica a la familia como factor que influye en el delito adolescen-
te. Ello contradice, como se mostró en el apartado anterior, lo que sostiene
buena parte de la literatura criminológica. También se opone a lo que dicen
algunos operadores judiciales. Por ejemplo, tres juezas de la justicia para
adolescentes entienden que la violencia familiar, las carencias económicas y
el hogar monoparental con hijos a cargo es la combinación típica que incide
en el delito adolescente:

La gran mayoría, lamentablemente, son de familias disfuncionales: hay violencia


en la casa, carecen de mamá o papá y se responsabiliza a algún familiar emergente
[…] Tenemos muchas mujeres criando hijos solas… Yo no quiero calificar, pero
a veces ni siquiera son del mismo padre [los hijos].7 (Jueza de adolescentes 1)

Hay familias disfuncionales que poco les importan los niños. A veces el niño
nace en una cuna equivocada. (Jueza de adolescentes 2)

Suelen ser familias desintegradas, generalmente hay una persona a cargo de la


familia… Puede ser integrada por una mamá y sus hijos… Inclusive son de ba-
jos recursos […] Son familias con muchos hijos. (Jueza de adolescentes 4)

Vale precisar que si bien el hogar monoparental puede ser una condición
para descuidar a los adolescentes (Farrington et al., 2001; Juby & Farring-
ton, 2001; Murray & Farrington, 2005; Theobald, Farrington & Piquero,
2013), no sucede con todos los adolescentes que viven en este tipo de arre-
glo familiar. Aunque con menor regularidad, los hogares nucleares también
pueden presentar adolescentes en conflicto con la ley: “[Hay familias] com-

6
 En Steinberg, Cauffman y Monahan (2015), la inmadurez viene dada por la falta de
empatía, la falta de evaluación acerca de las consecuencias de la acción, la facilidad de ser
manipulado y la falta de habilidad para controlar los impulsos.
7
 La cita reproduce la idea de las desigualdades de género en el hogar a partir de la desa-
creditación de las mujeres que tienen hijos con distintos varones y no son capaces de conservar
sus relaciones de pareja. El discurso de la entrevistada culpabiliza del delito adolescente a quien
se hace responsable del cuidado (mujer) y no a quien descuidó y desapareció (varón).

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puestas por ambos padres, pero en el interior hay mucha desintegración, hay
mucho joven en abandono, en situación de calle” (juez de adolescentes 3).
Lo dicho es una crítica interesante para quienes únicamente prestan atención
a las variables estructurales de los arreglos familiares y no tienen en cuenta la
dinámica del hogar familiar. Una crítica similar se debe hacer a la idea (ma-
nifestada por la jueza de adolescentes 4) de que los adolescentes en conflicto
con la ley provienen de sectores con bajos recursos económicos: “Hay mucha
gente limitada económicamente, pero que tiene una muy buena contención
familiar… ¿Por qué? Porque hay compromiso, porque hay seguimiento del
hijo… No necesariamente la familia tiene que tener ingresos económicos
suficientes para hablar de principios y valores” (fiscal de adolescentes 1).
El cuidado inmaterial (el amor, la comunicación asertiva, compartir tiempo,
generar confianza, etc.) es tan importante como el cuidado material; las
desventajas en uno y otro no necesariamente orientan el comportamiento de
todos los adolescentes hacia el campo delictivo. Desde el punto de vista de la
criminología crítica (Taylor, Walton & Young, 2007), hay que reparar en el
hecho de que la población cautiva del sistema punitivo son los sectores me-
nos privilegiados de la sociedad. La fortaleza normativa que protege los deli-
tos contra la propiedad es un ejemplo paradigmático de que la ley es un bien
negativo desigualmente distribuido (Baratta, 2013). Este argumento puede
explicar, en parte, por qué varios operadores judiciales criminalizan la pobreza
y, en ese sentido, refuerzan el sistema de clasificación de los adolescentes
en conflicto con la ley sin dar cuenta de la selectividad del sistema punitivo.
De esta forma, se cierra el desarrollo sobre algunos de los condiciona-
mientos inmediatos (factores “visibles”) del delito adolescente, para aden-
trarse, en lo que sigue del texto, en los condicionamientos mediatos (factores
estructurales o externos) de las familias que las configuran como un grupo
social que influye en el comportamiento infraccional de los adolescentes.

4.1. La disociación entre el mercado de trabajo y el cuidado familiar

El descuido familiar de los adolescentes se origina, sobre todo, cuando los


referentes familiares realizan actividades laborales manuales en condicio-
nes de precariedad. Una de las ramificaciones de este hecho social es que
los referentes deben realizar extenuantes jornadas de trabajo para solventar
“lo mejor posible” las condiciones económicas del hogar. En este escenario
se busca satisfacer el cuidado material, pero se relega el cuidado inmaterial,
ya que el tiempo es finito y la relación entre tiempo de cuidado y tiempo
de trabajo productivo es inversa para un referente familiar. Véase que esta

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situación se recrudece para los arreglos familiares monoparentales que no


cuentan con redes de apoyo afectivas (familia, amigos) e institucionales (re-
des territoriales estatales y de organizaciones sociales) y que no pueden “com-
prar” cuidado inmaterial (empleadas domésticas, clubes deportivos, casas de
cultura, centros educativos extracurriculares, etcétera).
Los mercados de trabajo precarios también generan otras ramificaciones
condicionantes del cuidado familiar. Las ocupaciones manuales, actividades la-
borales de todos los referentes familiares entrevistados, son realizadas de ma-
nera informal, con remuneraciones insuficientes y, obviamente, sin derechos
sociales.8 En este contexto, el incremento de las horas de trabajo es una con-
dición sine qua non para obtener ingresos marginales9 que permitan mejorar
el cuidado material del hogar, pero que va en detrimento del cuidado inma-
terial de los adolescentes:

Empezamos [padres]10 a trabajar mucho tiempo. Cuando los muchachos nacie-


ron, yo seguía trabajando y ella [su esposa] trabajaba medios turnos. Después el
costo de vida fue aumentando…11 No me alcanzaba el dinero, entonces mi es-
posa empezó a tener trabajos más largos. Entonces, empezamos a dejar de super-
visar. (Narciso)

Antes de que ocurriera eso [el delito] yo me metí a trabajar y siento que empecé
un poquito a soltar a mi hijo. Me acuerdo que él me decía llorando: “Mamá, te
extraño mucho, no me dejes solo”. (Azucena)

No le tuvimos la atención que debía y más a su edad. Tiene 15 años. Nada más nos
dedicábamos al trabajo, a cenar y a dormir. Ella faltaba a la escuela y no nos dá-
bamos cuenta. […]12 La dejábamos sola en la casa… Siempre se sentía sola.
(Jacinto)

8
 Los trabajos que realizaban los referentes familiares al momento del delito eran: venta en
la calle de raspaditos (tipo de helado), de cosméticos, de dulces, meseros, cocineros, empleadas
domésticas, promociones, caja de comercio, limpieza en instituciones, policía/militar, tablajero
y albañil.
9
 El aumento de las horas laborales no necesariamente implica un incremento del salario
en los estados donde predomina el vacío legal, el incumplimiento de la ley, la corrupción, las
fallas de fiscalización, etcétera.
10
 El símbolo [ ] representa la apertura y cierre de una aclaración.
11
 El símbolo… indica la omisión en un diálogo entre el entrevistador y el entrevistado,
que no se presenta para hacer más ágil la lectura y porque su contenido no es significativo para
el análisis.
12
 El símbolo […] indica que los textos anteriores y posteriores a dicha simbología co-
rresponden a partes distintas de una entrevista.

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Por lo regular la mamá trabaja y a veces se dedica tanto al trabajo que se olvida
[del cuidado del adolescente]. (Defensora de oficio 1)

En 80% de los casos la única que está en la casa es la mamá, pero la mamá es
periférica porque está trabajando y el adolescente no es el único hijo. Todo eso
influye, las condiciones y las necesidades llevan al descuido, pero no un descuido
por maltrato. (Defensor de oficio 3)

Específicamente, el descuido familiar producto de la acumulación de


horas en el mercado laboral es típicamente inmaterial (ausencia de afecto,
comunicación, confianza, compañía, consejos, confidencia, etc.). El caso de
Dalia es ilustrativo:

No sé si fue por lo mismo que ella se crió solita siempre. Esos ocho años que
yo trabajé en casas, se aisló de mí y perdí la confianza de ella, la comunicación
de ella. Eso es lo que más me duele […] En esos momentos difíciles yo la dejé
para irme a ganar más dinero. Lo que más me duele [llora] es no poder recuperar
su cariño, su confianza. (Dalia)

Otros casos, como el de Camelia, explican que el descuido se debió a


una acumulación de desventajas que no le permitió poner atención a lo que
le estaba sucediendo a su hija:

A lo mejor no la detecté [se refiere a su hija] por estar tan enfrascada queriendo
solucionar cómo pago la casa, cómo pago la comida, cómo pago la escuela…
Cómo veo a mi hija [su otra hija] con un tremendo problema cerebral —tiene
parálisis cerebral—… Que Mexicana de Aviación no me paga [empresa fundida],
que mi madre está enferma, o sea, mil cosas. (Camelia)

Las desventajas sociales y económicas no solamente afectan a los adoles-


centes desde el punto de vista del cuidado material e inmaterial, también inci-
den en el curso de vida de muchos jóvenes que tienen que interrumpir su “vida
juvenil” para enfrentar las responsabilidades que los adultos no cumplen:

Hay jóvenes que ya no se encauzan a la educación escolarizada porque desde


temprana edad se vieron en la necesidad de salir a trabajar porque el papá murió,
la mamá lo abandonó o la mamá no tiene poder económico. Entonces, si al joven
lo sometemos a una educación escolarizada, no va a ser lo más eficaz porque su
contorno social no lo requiere. (Jueza de adolescentes 3)

Por esta razón resulta importante diferenciar a las familias que, por un
lado, debido a un conjunto de condicionamientos que las afectan, incremen-

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tan la posibilidad de que los adolescentes cometan delitos y, por otro, a las
“familias criminógenas”:

En muchos casos tenemos los supuestos de las familias criminógenas: el papá


se encuentra en el reclusorio, el tío igual, la mamá también. Lo vemos, por
ejemplo, en los delitos de narcomenudeo, donde la familia es quien ingresa al
adolescente en el negocio familiar. En el caso de los secuestros también. (Ma-
gistrada de adolescentes 1)

Creo que hay familias que arrojan delincuentes… Uno lee los estudios y se da
cuenta de que su papá está en la cárcel por robo, que su tío está en el Reclusorio
norte por homicidio. (Jueza de adolescentes 2)

El descuido familiar se profundiza cuando se carece o se privatizan las


redes sociales de apoyo. La oferta privada y la paga de los cuidados (centros
educativos, centros deportivos y de recreación, talleres, etc.) tienen acceso
restrictivo. La clase económicamente privilegiada construye sus propios
espacios de cuidado poniendo límites de ingresos a los sectores más desfa-
vorecidos de la sociedad. La oferta gratuita de los cuidados, sea estatal o de
las organizaciones de la sociedad civil, escasea y no es aprovechada por los
adolescentes ni sus familias por desinformación, gusto o distancia espacial
con el servicio que se ofrece.
En suma, en términos generales, la libertad de los mercados de trabajo
—hecho que reproduce los intereses del círculo social, cada vez más con-
céntrico, de quienes detentan el poder económico— arremete no solamen-
te contra el cuidado material (salario digno, prestaciones sociales, jornada
de ocho horas, etc.) de los hogares de los trabajadores manuales,13 sino
también contra el cuidado inmaterial, porque el tiempo es finito y el trabajo
productivo está inversamente relacionado con el trabajo reproductivo para
una persona en las condiciones señaladas. El Estado, lejos de intervenir en
el mercado, instala su atención, si lo hace, en distribuir bienes y servicios de
cuidado, generalmente insuficientes, para intentar mitigar los escollos que
impone la sociedad regida por la lógica del capital. Como dice una de las
entrevistadas, la propuesta debe ser fortalecer las condiciones laborales de
los referentes familiares y generar o robustecer, según sea el caso, un sistema
de cuidados estatal y civil:

por cuestiones económicas ambos padres tienen que trabajar y eso provoca que
los hijos no tengan a alguien que los esté supervisando. Entonces, siento que el

13
 Podría agregarse otro tipo de trabajador en condiciones de vulnerabilidad.

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Estado y las políticas públicas deben ayudar a las familias a que les suban los
salarios a los papás, que las guarderías estén cerca. (Jueza de adolescentes 4)

4.2. La disociación entre las violencias en el hogar y el cuidado familiar

La violencia en el hogar de parte de los varones adultos contra las mujeres


adultas y los adolescentes (cualquiera que sea su sexo y género) y el desenten-
dimiento de los referentes varones de las tareas reproductivas del hogar —por
abandono físico o simbólico de las familias—, perjudican el despliegue eficaz
de los cuidados materiales e inmateriales dirigidos a niños y adolescentes.
No es casual que prácticamente todos los referentes familiares entre-
vistados sean mujeres. El comportamiento ecológico del fenómeno de
estudio bajo la hegemonía de la masculinidad (Connel & Messerschmidt,
2005) impone las tareas de cuidado inmaterial a las mujeres en la tradicional
división sexual del trabajo. Dichas tareas están directamente emparentadas
con el acompañamiento y la colaboración de las mujeres-madres-abuelas du-
rante la experiencia de los adolescentes en el sistema punitivo. De alguna
manera, en este contexto, tanto cuando los adolescentes infringen la ley
como cuando deben cumplir sus medidas judiciales, la mirada masculina
responsabiliza a las referentes mujeres sin importar, entre otras cosas, si ellas
son violentadas por sus parejas varones (violencias: física, psicoemocional,
simbólica, económica, sexual). El caso paradigmático de lo que se ha dicho
es el de Begonia. Su discurso transmite en “alta definición” las violencias
de género y generacionales de su hogar. La extensión de la cita se justifica
por la riqueza de los contenidos:

—¿Qué ambiente había en la casa?


—Pues muy violento. Mucha violencia porque él [su exesposo] es adicto [a las
drogas]. Con todo se enojaba, había golpes y todo eso.
—¿Golpes a quién?
—Él a mí, su papá contra mí. Y por eso se fue, se fue de la casa. Ya no supimos de
él […] Mi esposo era muy celoso y no me dejaba ni salir a la tienda. Decía: “Voy
a la tienda” y me decía cosas, que ya me iba a no sé dónde. Cosas, todo eso, y no
podía salir, me daba miedo. Y ahorita ya no, ya no tengo miedo de nada. Ahora
que me están ayudando, el psicólogo y todo eso,14 ya no tengo miedo.
--15

14
 Toma terapia en la institución de ejecución de medidas de su hijo y en otra organización
concurre a un grupo de apoyo para mujeres violentadas.
15
 (--) indica un salto de tiempo en la conversación.

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Tenenbaum: Delincuencia juvenil, violencia familiar y... 349

—¿Cómo era tu familia?


—Pues mi papá también era muy violento con mi mamá, le pegaba mucho.
Siempre había golpes, sin comida, sin escuela. Mi mamá también, ella se fue,
dejó a mi papá. Éramos ocho. Dejó a mis hermanos, los más chiquitos tenían
tres, cinco, ocho y 14 años.
--¿A qué edad empezaste a trabajar?
—Pues no, yo nunca trabajé, yo cuidaba a mis hermanitas. Y cuando tuve a mis
hijas, tuve tres hijas, y con mis dos hermanas tenía cinco hijas y mi hijo que es
el último. Había mucha violencia en mi casa.
--Cuando tenía 16 años lo conocí [a su exesposo]… Como había mucha violencia
en mi casa, dije: “Pues casándome, yo creo que va a ser diferente”. Y fue peor,
fue peor mi violencia.
—¿No pediste ayuda?
—No, nunca, nunca, nunca pedí ayuda. Yo solita, yo solita salí adelante con mis
hijas y hasta ahorita que este señor se fue, pues ya me siento liberada. Me siento
liberada y ya sin nervios de que me vaya a decir algo […] Ellas [hijas] vieron
toda la violencia que pasé. (Begonia)

Begonia amplía la delimitación de los cuidados al dejar en claro que


el descuido familiar es histórico y se reproduce. En otras palabras, la vio-
lencia de género hacia las mujeres es invariante a las generaciones: mujeres
violentadas como hijas por sus padres y mujeres violentadas como esposas
por sus parejas. De ahí que sea propicio concebir la violencia de género como
una condición mediata a las familias y no solamente, evaluando los casos, co-
mo un factor de riesgo de las propias familias. Así aparece el círculo del
descuido familiar: “Estamos viendo que los padres no saben cómo ejercer au-
toridad con los adolescentes y que ellos heredan esa inhabilidad para ser
padres. Es una cuestión cultural que estamos empezando a arrastrar” (de-
fensora de oficio de adolescentes 2). De esta manera, el descuido familiar
se institucionaliza.
Las referentes familiares entrevistadas también expresan otros tipos de
violencia y problemáticas con sus relaciones de pareja. Por ejemplo, en la
historia de Rosana se combinan las adicciones, la violencia física y la irres-
ponsabilidad laboral de su pareja varón:

Me junté a los 13 años, bien chamaca, y me tocó una pareja muy irresponsable,
huevón, pegador, borracho. Pues, uno de chamaco no dice nada, pero ya cuando
va pasando el tiempo reaccionas y dices: “¿Por qué me está pegando él que ni
de mi familia es?”. Y decidí estar sola. (Rosana)

Otro tipo de violencia de género es la “casa grande, casa chica”: en la


casa grande está la familia principal (el hogar legítimo, la familia que se

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presenta a la sociedad), y en la casa chica está la familia secundaria (el hogar


deslegitimado, la familia que se oculta). Éste es el caso de Camelia:

Creo que ya tenía otra familia, cosa que no me decía […] Él rentó una casa en
la colonia La Paz [en Puebla], un lugar muy bonito y lo que quieras, pero le digo:
“¿Cuándo te traes tus cosas? Si dices que estás viviendo en un cuartito pues ya
vente para acá, si ya llegamos”. “No, no, espérate, espérate, hasta que se com-
pongan las cosas con mi hija no me vengo a vivir, mientras olvídalo”. (Camelia)

A la larga, Camelia se separó, y su hogar (ella y sus dos hijas) recibió un


duro impacto financiero y emocional.
También están aquellas relaciones de pareja sustentadas por la funciona-
lidad de la alianza económica, donde el varón se dedica al trabajo produc-
tivo y la mujer al trabajo reproductivo. Cuando esta división del trabajo se
quiebra, también se desvincula la pareja: “Él ya no aportaba dinero a la casa
para mí y para mis hijos. Se aficionaba a la bebida y ya no trabajaba, enton-
ces decidí separarme. Hablé con él, nos separamos y, este… yo me puse a
trabajar” (Valentina).
Además de las violencias familiares reseñadas, hay otros factores que
obstaculizan el cuidado: la inestabilidad en las uniones de pareja posteriores
a la separación de los padres, la separación espacial de los padres por razo-
nes laborales, la adicción a las drogas o al alcohol de uno o ambos referentes
familiares, la violencia generacional de los adultos a los niños y adolescen-
tes (Tenenbaum, 2016). La violencia familiar y los factores mencionados
desestabilizan la vida familiar al punto de repercutir en el ejercicio de la
autoridad16 de los referentes familiares del hogar (Briar & Piliavin, 1965).
Los adolescentes ganan autonomía cuando cambian su percepción acerca
de las figuras de autoridad (Trinkner et al., 2012): “Hay familias que ya no
son figuras de autoridad, están muy rebasadas… Ya los padres difícilmente
están funcionando como figuras de contención, como figuras de autoridad”
(juez de adolescentes 3).
La falta de cuidados inmateriales, los problemas de autoridad de los cui-
dadores y la ausencia de los referentes familiares (por abandono físico, sim-
bólico o laboral) son motivos para que algunos adolescentes busquen nuevas
personas y espacios donde satisfacer esos aspectos y otros intereses gene-
racionales (diversión, recreación, conocer personas, compartir inquietudes,
lealtad, solidaridad, etc.):

16
 No se habla de una autoridad represiva, sino de supervisión y control informal (Sampson
& Laub, 1995).

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Tenenbaum: Delincuencia juvenil, violencia familiar y... 351

La calle es un punto de encuentro de los jóvenes porque la mamá está ausente, el


papá está ausente o la madrastra violenta […] Con los amigos que se juntan en
la calle empiezan a buscar compañerismo, cariño, sentirse importantes: “En casa
yo no soy importante, lo importante es el trabajo porque mi mamá se ausenta,
nunca está conmigo, nunca habla conmigo”. Sus amigos sí lo reconocen, viven
una misma problemática, les gustan las mismas cosas. (Jueza de adolescentes 1)

El niño está buscando una figura, y si no la encuentra en su casa la va a encontrar


fuera, en un grupo de pares con quien pueda pertenecer, porque no siente que
pertenezca a esa familia […] Aunque lo inviten a delinquir, siente que pertenece
al grupo [de pares] porque le da apoyo. (Defensora de oficio de adolescentes 2)

Ahora bien, afianzarse a un grupo de pares no está directamente relacio-


nado con la criminalidad, hay otras variables en juego. El riesgo de cometer
un delito aumenta en aquellas comunidades que en la literatura criminológica
se conocen como broken windows (Kelling & Coles, 1996) o comunidades
desordenadas (Sampson & Laub, 1995; Sampson & Raudenbush, 2004).
Cuando la ligazón social entre pares sustituye la socialización familiar en
comunidades desordenadas, es probable que las relaciones sociales estableci-
das en la calle estén vinculadas con prácticas ilegales o que de allí emerja la
criminalidad como acción o futura actividad temporal por realizar.

4.3. La familia como criterio para imputar medidas judiciales

Las familias, como dimensión de análisis, no solamente son importantes para


el estudio de la etiología del delito adolescente, también lo son a la hora de
examinar el comportamiento judicial en la administración de las penas. Las
familias son objeto de una evaluación judicial que, como se leerá, frecuen-
temente, las culpabiliza y, en esta estigmatización, se obvian los condiciona-
mientos mediatos que la configuran como grupo social desfavorable para el
cuidado de los adolescentes. Esto es posible a partir del discurso normalizador
del derecho, el paradigma de entendimiento de la realidad social y el “común
acuerdo” entre los operadores judiciales acerca del sistema de clasificación
que aísla, homogeniza y cataloga la acción social (Villalta, 2004).
Dejando a un lado los aspectos normativos,17 la justicia toma en cuenta
las características familiares de los adolescentes al momento de imputar medi-
das. La evaluación judicial de la familia se basa en resolver la paradoja de la

17
 Siguiendo a Posner (2011), el juez debe tener una lectura actitudinal, psicológica y
sociológica para comprender los elementos que intervienen en la decisión judicial.

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“familia como origen y destino de los adolescentes”. La paradoja se presenta


cuando las mismas familias que en un primer momento (t1) influyeron en el
comportamiento infraccional de los adolescentes, aparecen en un segundo
momento (t2) como agentes de normalización. Este contrasentido emerge de
una decisión judicial equivocada sobre las “familias capaces”18 de cuidar a los
adolescentes. Se podría decir que es un problema de clasificación y selección
(A). Hay que considerar, sin embargo, que las familias pueden cambiar su
comportamiento t1 a t2 por el punto de inflexión que genera la represión del
sistema punitivo (detención policial, proceso judicial inquisitivo, privación
de libertad preventiva o definitiva), así como por la contribución de algunos
actores clave (operadores judiciales, operadores sociales e instituciones con
tratamientos socioeducativos que involucran a las familias y contribuyen a
su fortalecimiento).

Cuadro 1

Tipología de las medidas judiciales


según presencia/ausencia del cuidado familiar

Anexos

Medidas en libertad* Privación de libertad

Descuido familiar A: Paradoja de la familia 1 C: El encierro evita la


reincidencia

Cuidado familiar B: Reinserción social D: Paradoja de la familia 2

* Se nombró medidas en libertad a las medidas alternativas a la privación de libertad pa-
ra privilegiar el interés superior de los adolescentes al lado de su familia y su comunidad, y
no darle un lugar subsidiario respecto de la internación, a pesar de que las leyes nacionales
y las disposiciones internacionales establezcan que la privación debe ser aplicada como último
recurso. En este sentido, el castigo en prisión debería ser denominado “medida alternativa a la
libertad”.
Fuente: elaboración propia.

18
 Las representaciones sociales de los operadores judiciales acerca de las familias capaces
de brindar cuidados son: arreglo familiar nuclear, acompañamiento familiar en las audiencias, de-
mostración parental de compromiso, supervisión y responsabilidad. Algunos operadores también
valoran que los referentes familiares no realicen largas jornadas de trabajo y que no sean de cla-
se baja.

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Tenenbaum: Delincuencia juvenil, violencia familiar y... 353

Por un lado, el tratamiento con medidas en libertad y el cuidado familiar


de calidad contribuyen directamente a la reinserción social de los adoles-
centes (B). Por otro lado, cuando se priva de la libertad a los adolescen-
tes de contextos criminógenos, se evita temporalmente la reincidencia (C).
En este caso, la preocupación se circunscribe a las condiciones de vida y el
“tratamiento socioeducativo en el encierro”, así como a lo que sucederá con
los adolescentes en el egreso (contexto de inserción, entorno de inserción, re-
ferentes, etc.). Finalmente, parece un sinsentido privar de la libertad a
los adolescentes que tienen un entorno familiar favorable (D). En este
caso, el encierro tiene un objetivo represivo, basado en castigar el delito
sin considerar las maneras de tratar e insertar a los adolescentes a la vida
social.
¿Qué aspectos de las familias evalúan los operadores judiciales de la
justicia para adolescentes de la Ciudad de México? En primer lugar, se valo-
ra el tiempo de que disponen las familias para el cuidado, criterio que, como
se demostró, está inversamente relacionado con el tiempo dedicado al merca-
do de trabajo: “La mamá tiene que trabajar [imaginando una familia mono-
parental], entonces sí están descuidados [los hijos]. Es un dilema, porque si
no trabajan, no comen” (defensora de oficio de adolescentes 1). “Con madres
solteras con varios hijos a cargo y que tienen que trabajar, ¿cómo puede
funcionar una medida alterna [medida en libertad] si el adolescente debería
tener un cuidado familiar más atento que el que tuvo antes?” (defensor de
oficio de adolescentes 3). La decisión judicial se enfrenta a la paradoja 1 de la
familia como origen y destino de los adolescentes. La disyuntiva se plan-
tea entre el tiempo de cuidado y el tiempo en el mercado de trabajo de los
referentes familiares. Dicha contradicción se inclina, casi mecánicamente,
hacia el polo laboral, ya que las familias primero tienen que sobrevivir para
después acceder a condiciones de vida decorosas. El segundo indicador
judicial para determinar medidas es si las familias son una red de apoyo
asequible para que los adolescentes cumplan su pena en el hogar. Criterio
que, a priori, no parece posible cumplir para los casos que evidencian que
las familias influyeron, directa o indirectamente, en el delito adolescente:
“Sabemos que en la mayoría de los casos los adolescentes que infringen la
norma lo hacen porque la familia no les ha servido de contención, no ha si-
do una verdadera institución socializadora” (magistrada de adolescentes 1);
“Tengo que verificar de qué manera pueden [las familias] apoyarlo para que
reaccione, para reeducarlo […] Si la familia no contiene, es un riesgo latente
que el joven vuelva a delinquir” (jueza de adolescentes 1). En este caso, la
disyuntiva remite a la protección familiar para el desarrollo de los adoles-
centes que, desde este plano, deriva en el tipo ideal C.

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La forma de resolver los tipos ideales A y C genera varios dilemas. En


primer lugar, ¿hay que excluir las medidas en libertad para los adolescentes
que no cuentan con “familias capaces” de brindar cuidados? Uno de los
jueces entrevistados responde: “Por la irresponsabilidad de la familia no
puedo dejar interno a un joven, él no tiene la culpa” (jueza de adolescen-
tes 1). En segundo lugar, ¿cómo un niño puede cumplir con sus medidas
en libertad si su familia no cuenta con los suficientes recursos materiales
para cuidarlo?: “Si la familia se queda sin trabajo, cómo se le puede exigir al
niño que cumpla una medida alternativa (medida en libertad). No tiene para
sus pasajes, no tiene para los útiles de la escuela” (defensora de oficio de
adolescentes 2). En tercer lugar, ¿los adolescentes en situación de calle que
cometen delitos leves son candidatos a recibir medidas en libertad?: “Se su-
pone que es un niño que no tiene apoyo económico y moral, que no está
con su mamá y con su papá porque vive en situación de calle” (defensora de
oficio de adolescentes 1). Si la familia no asume su responsabilidad cabe la
opción de que un familiar que no es del hogar de origen del adolescente se
haga cargo de su cuidado, pero sabemos que esta posibilidad no es frecuen-
te. La realidad marca que, ante la ausencia de un hogar familiar continental, se
imputan medidas privativas de libertad más allá de que los delitos cometidos
no se ajusten a la proporcionalidad de la sanción. Este dilema lo enfrentan,
sobre todo, quienes juzgan a partir de una evaluación sociojurídica, pues
consideran dos dimensiones que, a menudo, son contradictorias: el hecho
delictivo y el medio social.
La importancia del cuidado familiar, desde el punto de vista de los tra-
tamientos socioeducativos, se cimienta en un enfoque integral de la rein-
serción social. Esta perspectiva entiende que los adolescentes necesitan un
entorno que los acompañe, los motive y les transmita pedagógicamente re-
cursos de superación para sobreponerse a las dificultades (Nuévalos Ruiz,
2011). Empero, otra lectura del asunto (enfoque individualista) propone, por
ejemplo, un tratamiento de resiliencia. Dicha perspectiva postula que las
personas se sobreponen a las experiencias adversas a pesar del contexto
negativo que los rodea (Rutter, 2006). Este tipo de tratamiento confía en la
capacidad de superación de las personas: “Creo que depende mucho de la per-
sonalidad del niño. Hay chicos que independientemente de los conflictos que
tengan, como la experiencia de estar internos, reflexionan y cumplen la me-
dida” (defensora de oficio de adolescentes 2). Es importante aclarar que no
debe confundirse el tratamiento socioeducativo integral, que involucra a la
familia y a otros actores de la sociedad, con quitar responsabilidades a los
adolescentes. Dicha confusión posiblemente se deriva de la lógica liberal
desde la cual se construye el derecho y el aparato judicial, que individualiza

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responsables racionales ajenos a constreñimientos estructurales: “Les hago


conciencia de que la responsabilidad es de él [véase que no se dice ella] […]
Tuve las opciones de decidir si quiero hacerlo o no quiero hacerlo, y opté
por el sí” (jueza de adolescentes 1); “Ellos no aprenden a responsabilizar-
se, siempre echan la culpa a los otros, sea mamá, papá, el amigo” (defensora
de oficio de adolescentes 1).
En suma, las competencias de la justicia son muy restringidas (esclare-
cer los hechos, repartir responsabilidades y ejecutar medidas), pero funda-
mentales porque allí se determina el futuro esperado de los adolescentes en
conflicto con la ley. Una decisión desafortunada puede traer consecuencias
nefastas para los adolescentes debido a las actuales condiciones fácticas de
las instituciones carcelarias. Si el objetivo es dignificar la vida de los adoles-
centes y promover su integración social, es más efectivo generar una política
que permita fortalecer el cuidado familiar, controlar los mercados de trabajo
precarios, prevenir y concientizar a la población acerca de las violencias de
género y generacionales, que montar acciones represivas para ocultar los
resultados de fenómenos sociales más amplios que movilizan la criminalidad.

5. Reflexiones finales

Para el abordaje de la investigación, enfoque que debe complementarse con


otros estudios sobre la etiología del delito adolescente, el fenómeno de la cri-
minalidad juvenil está relacionado con los cuidados materiales e inmateriales
que brindan las familias; cuidados familiares que están condicionados, en par-
te, por factores exógenos al hogar. El descuido inmaterial es una línea analí-
tica de suma importancia, porque implica el abandono o la ausencia de una
disposición atenta de los referentes familiares que permita dar cuenta de la
realidad concreta —evaluando y monitoreando cotidianamente de forma es-
pontánea y planificada— de los adolescentes en un contexto de amor, co-
municación y confianza. El descuido inmaterial crea la disociación entre la
percepción del referente familiar con la realidad concreta que vive el adoles-
cente. Debido a que el tiempo es finito y se sucede a sí mismo sin dogal, el
cuidado inmaterial se presenta como una actividad de “lujo” en los hoga-
res con referentes familiares que realizan ocupaciones manuales en mer-
cados de trabajo precarios, porque el cuidado inmaterial está inversamente
relacionado con el bienestar material que proviene del trabajo productivo.
Las familias de los adolescentes en conflicto con la ley son herederas
de los descuidos materiales e inmateriales de las generaciones familiares de
las que descienden. Las familias acumulan desventajas históricas difíciles

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de romper en un contexto signado por la precariedad laboral; la violencia de


género y generacional en el marco de un tipo de masculinidad dominante que
subyuga de diversas maneras a las mujeres y otras masculinidades; con un
sistema judicial que reproduce los estereotipos de género y familia, y se en-
cuentra metido en disyuntivas penales por la ausencia de programas estatales
que colaboren con el fortalecimiento familiar, la organización y el bienestar
de las comunidades vulnerables, el control del mercado laboral y la amplia-
ción de la estructura de oportunidades ocupacionales dignas. Este panorama
problemático, que se puede ampliar al estudiar más exhaustivamente los
condicionamientos mediatos de las familias que se configuran como gru-
pos sociales perjudiciales para el desarrollo de los niños, al incluir variables
inherentes a las relaciones familiares y al estudiar otras dimensiones (comu-
nidad, relaciones de pares, consumo y acceso a drogas y armas de fuego, el
mercado de consumo, etc.) de la etiología del delito adolescente, muestra
que el fenómeno del crimen juvenil trasciende la capacidad de agencia de los
adolescentes y sus familias.
Por último, para indagar con mayor profundidad en la etiología del de-
lito adolescente, sería recomendable implementar un estudio etnográfico del
cuidado familiar y las comunidades desordenadas. Junto a esta propuesta, tam-
bién sería interesante un estudio cuantitativo sobre la desigualdad y movi-
lidad social de los referentes familiares y de los adultos residentes en las
comunidades de los adolescentes en conflicto con la ley, para conocer la
acumulación de desventajas y la estructura de oportunidad de los entornos
más próximos a los jóvenes. Por otra parte, entiendo que una mayor apertura
de las justicias de adolescentes para incorporar un enfoque social centrado en
la juventud permitiría tener decisiones más inclusivas y apegadas al enfoque
de derechos humanos.

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Recibido: 28 de febrero de 2017.


Aprobado: 3 de julio de 2017.

Acerca del autor

Gabriel Tenenbaum Ewig actualmente es investigador posdoctoral en el


Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma
de México. Es doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por
El Colegio de México. Sus principales intereses de investigación son el deli-
to y la justicia juvenil, el crimen organizado (tráfico de drogas y lavado de
activos), la violencia armada y los derechos humanos. Sus dos publicaciones

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recientes son: “Violencia juvenil, familias y calles. ¿Dónde se ‘rescatan’ los


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