Reflexiones Sobre La Pastoral Familiar y Matrimonial
Reflexiones Sobre La Pastoral Familiar y Matrimonial
Reflexiones Sobre La Pastoral Familiar y Matrimonial
[…] Ignorar el amor “para siempre” del que Cristo habla a la Samaritana como “don de
Dios” (Jn 4, 7-10) hace que los cónyuges y las familias, y en ellos la sociedad, pierdan
la “recta vía” y yerren “por una selva oscura” como en el Infierno de Dante, según las
indicaciones de un corazón endurecido, “sklerocardia” (Mt 19, 8).
La “misericordiosa” indulgencia que piden algunos teólogos no es capaz de frenar el
avance de la esclerosis de los corazones, que no recuerdan cómo son las cosas “desde
el principio”. La teoría marxista, según la cual la filosofía debería cambiar el mundo más
que contemplarlo, se ha abierto camino en el pensamiento de ciertos teólogos haciendo
que estos, de manera más o menos consciente, en vez de mirar al hombre y al mundo a
la luz de la Palabra eterna del Dios viviente, miren esta Palabra con la perspectiva de
efímeras tendencias sociológicas. La consecuencia es que justifican, según los casos,
los actos de los “corazones duros” y hablan de la misericordia de Dios como si se tratara
de tolerancia pintada de conmiseración.
En una teología así se advierte un desprecio hacia el hombre. Para estos teólogos el
hombre aún no es suficientemente maduro para mirar con valentía, a la luz de la
misericordia divina, la verdad del propio convertirse en amor, tal como es “desde el
principio” esta misma verdad (Mt 19, 8). No conociendo “el don de Dios”, ellos adecuan
la Palabra divina a los deseos de los corazones esclerotizados. Es posible que no se den
cuenta de que están proponiendo a Dios, inconscientemente, la praxis pastoral por ellos
elaborada, como camino que podrá llevarle a Él a la gente.. […]
Juan Pablo II se acercaba a cada matrimonio, también a los rotos, como Moisés se
acercaba a la zarza ardiente en el monte Horeb. No entraba en su morada sin haberse
quitado primero las sandalias de los pies, porque vislumbraba que en ella estaba
presente el “centro de la historia y del universo”. […] Por esto él no se inclinaba ante las
circunstancias y no adaptaba su praxis pastoral a las mismas. […] Corriendo el riesgo
de ser criticado, insistía en el hecho de que no son las circunstancias las que dan forma
al matrimonio y a la familia, sino que son estos los que la dan a las circunstancias.
Primero acogía la verdad y sólo después las circunstancias. Nunca permitía que la
verdad tuviera que hacer de antecámara. Cultivaba la tierra de la humanidad, no para
efímeros éxitos, sino para una victoria imperecedera. Él buscaba la cultura del “don de
Dios”, es decir, la cultura del amor para siempre.
La belleza en la que se revela el amor que llama al hombre y a la mujer a renacer en
“una carne” es difícil. El don exige sacrificio; sin éste, no es don. […] Los apóstoles, al
no conseguir entender la disciplina interior del matrimonio, dicen abiertamente: “Si esta
es la condición del hombre respecto de la mujer, no conviene casarse”. Entonces Jesús
dice algo que obliga al hombre a mirar por encima de sí mismo, si quiere conocer quién
es él mismo: “No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha
concedido… Quien pueda entender, que entienda” (Mt 19, 10-12).
Una noche en su casa, – eran los años setenta -, el cardenal Karol Wojtyla había
permanecido durante mucho tiempo en silencio mientras escuchaba las intervenciones
de algunos intelectuales católicos que preveían una inevitable laicización de la
sociedad… […] Cuando esos interlocutores terminaron de hablar, él sólo dijo estas
palabras: “Ni una sola vez habéis pronunciado la palabra gracia”. Recuerdo esto que él
dijo en aquella ocasión cada vez que leo las intervenciones de teólogos que hablan del
matrimonio olvidándose del amor que acaece en la belleza de la gracia. El amor es
gracia, es “don de Dios”. […]
Si las cosas están así en lo que atañe al amor, incluir en los razonamientos teológicos
el adagio piadoso, pero contrario a la misericordia, “nemo ad heroismum obligatur”, –
nadie está obligado a ser un héroe – envilece al hombre. Lo envilece contradiciendo a
Cristo, el cual dijo en el monte de las bienaventuranzas: “Sed perfectos como es perfecto
vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48).
Hay que compadecer a los matrimonios y a las familias rotas y, por el contrario, no hay
que tener piedad de ellos. En este caso la piedad tiene en sí misma algo de despreciativo
hacia el hombre. No lo ayuda a abrirse al infinito amor al cual Dios lo ha orientado
“antes de la creación del mundo” (Ef 1, 4). El sentimentalismo piadoso se olvida de como
son “desde el principio” las cosas del hombre, mientras la compasión, al ser un sufrir
con los que se han perdido “en la selva oscura”, despierta en ellos la memoria del
Principio, indicándoles el camino de vuelta al mismo. Este camino es el Decálogo
observado en los pensamientos y en las acciones: “¡No matar! ¡No fornicar! ¡No te robes
a ti mismo de la persona a la cual te has donado para siempre! ¡No desees a la mujer de
tu vecino!”. […] El Decálogo grabado en el corazón del hombre defiende la verdad de su
identidad, que se cumple en su amar para siempre. […]
En una de nuestras conversaciones sobre estos dolorosos problemas, Juan Pablo II me
dijo: “Hay cosas que deben ser dichas independientemente de las reacciones del
mundo”. […] Los cristianos que por miedo a ser condenados como enemigos de la
humanidad aceptan compromisos diplomáticos con el mundo, deforman el carácter
sacramental de la Iglesia. El mundo, que conoce bien las debilidades del hombre, ha
golpeado sobre todo “una sola carne” de Adán y Eva. En primer lugar intenta deformar
el sacramento del amor conyugal y, a partir de esta deformación, intentará deformar
todos los otros sacramentos. Estos constituyen, de hecho, la unidad de los lugares del
encuentro de Dios con el hombre. […] Si los cristianos se dejan convencer por el mundo
de que el don de la libertad que Jesús les ha dado hace que su vida sea difícil, incluso
insoportable, seguirán al Gran Inquisidor de los “Hermanos Karamazov” y dejarán de
lado a Jesús. Entonces, ¿qué será del hombre? ¿Qué le sucederá a Dios que se ha
convertido en hombre?
Antes de ser asesinado, Jesús dice a los discípulos: “Llegará la hora en que todo el que
os mate piense que da culto a Dios… En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!,
yo he vencido al mundo” (Jn 16, 2.33).
Seamos valientes y no confundamos la inteligencia mundana de la razón calculadora,
con la sabiduría del intelecto que se amplia hasta los confines que unen al hombre con
Dios. Herodes y Herodías tal vez eran inteligentes; ciertamente no eran sabios. Sabio
era San Juan Bautista. Él, no ellos, supo reconocer el camino, la verdad y la vida