Ramírez Ortiz Testimonio Único Violencia Género PDF
Ramírez Ortiz Testimonio Único Violencia Género PDF
Ramírez Ortiz Testimonio Único Violencia Género PDF
ABSTRACT: El autor de este trabajo analiza qué puede aportar la perspectiva de género en el proceso
penal en los supuestos de declaración de la víctima como prueba única. Alcanza la conclusión de
que en la fase de enjuiciamiento su valor epistémico, suministrando nuevas máximas de la experien-
cia que permiten valorar las pruebas sin prejuicios, no puede subsanar la insuficiencia de un medio
probatorio sobre cuya base, cuando no se encuentra corroborado, no puede entenderse válidamen-
te desvirtuada la presunción de inocencia. No obstante lo cual, destaca que, en estos casos, en la
fase investigativa la perspectiva de género adquiere una notable utilidad heurística, tanto para cons-
truir adecuadamente las hipótesis inculpatorias como para buscar otras fuentes que sirvan para
corroborar el testimonio en el futuro juicio oral.
ABSTRACT: The author of this paper analyses if gender perspective is useful in criminal proceedings
to asses the single victim’s testimony in order to reach a conviction. The conclusion is negative.
Gender perspective provides tools to evaluate evidence without prejudices, but in spite of the epis-
temic values of those tools, the uncorroborated evidence of a single witness is not sufficient, in any
case, for proof of guilt in a criminal proceeding as it cannot distort the presumption of innocence.
However, the author highlights that in the pretrial investigation, gender perspective acquires a
remarkable heuristic utility, both to adequately construct the inculpatory hypotheses and to collect
evidence that will be use to corroborate the witness testimony in the future trial.
1
En este trabajo se utilizará el género gramatical masculino para referirse a mujeres y a hombres,
como aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva. Cuando la oposición de sexos sea un
factor relevante en el contexto se explicitarán ambos géneros.
2
Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra la mujer y la
violencia doméstica, hecho en Estambul el 11 de mayo de 2011. Instrumento de ratificación publicado
en BOE núm. 137, de 6 de junio de 2014,
3
Destacan la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la
Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el
18 de diciembre de 1979, y las Recomendaciones Generales que el Comité de expertos que crea la CE-
DAW hace a los Estados; la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violen-
cia contra la Mujer “Convención De Belém Do Pará”, 9 de junio de 1994; y el Convenio de Estambul.
La doctrina jurisprudencial suele afirmar 4 que la regla «testis unus testis nulllus»
(testigo único, testigo nulo), con arreglo a la cual el testimonio de una sola persona es
insuficiente para condenar a alguien como autor de un hecho delictivo, constituye un
residuo del derecho histórico vinculado a los sistemas de prueba legal o tasada. Este
modelo atribuía a cada prueba un valor fijo o predeterminado 5, de manera que el juez,
quien no podía tomar en consideración determinados medios probatorios, se limitaba
a hacer con las pruebas permitidas operaciones aritméticas, sumando y restando prue-
bas, para llegar a una conclusión con independencia de su convicción personal.
La norma recorre el derecho romano, atraviesa las distintas tradiciones religiosas,
se recibe en el derecho medieval y sigue desplegando sus efectos en el Estado moderno
prácticamente hasta el siglo xviii. Ecos de ella pueden verse en el Código de Justiniano
(4, 20, 9) 6, en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (véase, en-
tre otros, Deuteronomio, 19, 15 7, y Evangelio de San Mateo, 18, 16 8), así como en el
derecho canónico 9 y en las Partidas 10. También en el proceso inquisitivo se contempla
esta regla limitativa, y así, en el manual de inquisidores de Nicolao Eymerico, redactado
a mediados del siglo xiv 11 y que fue aplicado hasta la abolición de la Inquisición en
1834, se exigía para «fallar en sentencia definitiva contra el hereje» el testimonio de dos
personas «puesto que nos parece más conforme a equidad no considerar esta prueba
como plena». De modo más específico, tratándose de la persona que afirma ser víctima,
de los textos históricos se deduce, además, su inidoneidad para declarar en calidad de
testigo, en tanto, en sentido propio, tendrían la condición de parte. Así es de ver en el
Digesto 22, 5, 10 («Ningún testigo se entiende ser idóneo en su propia causa») 12.
4
Entre muchas otras, Sentencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo español (STS)
88/2015, de 17 de febrero (ponente Sr. Martínez Arrieta, ROJ: STS 694/2015), cuando destaca que en
el «moderno proceso penal» la regla no tiene cabida.
5
Valor, que podía ser cero.
6
Constitución de Constantino del año 334, en la que se establece que no se oiga el testimonio de
un solo testigo, aunque se trate de alguien perteneciente a la curia. Ciertamente, no encontramos una
norma expresa análoga en el derecho clásico romano, pero existen razones para afirmar que se dudaba
de su suficiencia probatoria o, cuando menos, que el testimonio único se contemplaba con recelo (v.gr.
Digesto 22, 5, 12 «Cuando no se señala el número de testigos, bastan incluso dos…» o 22, 5, 3 «…no
se debe dar fe sin más a una sola clase de pruebas recibidas…»).
7
«No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier
pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se
mantendrá la acusación».
8
«Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste
toda palabra».
9
Véanse diversas referencias en Sancinetti, M., 2013.
10
Partida III, Título XVI, Ley 32, que exigía, como regla general, dos testigos, número que podía
ser mayor según los casos.
11
Eymerico, N., 1503: 11 y ss.
12
Nieva Fenoll se ha referido al contrasentido que encierra la expresión, común en la cultura
latina, testigo-víctima, pues quien padece los efectos de un delito no es un tercero ajeno al objeto del
juicio, por lo que su denominación como testigo es incorrecta. A su juicio, la figura tiene raigambre
inquisitiva, pues al constituirse el juez en parte acusadora, el encaje que quedaba a la víctima en el pro-
ceso no podía ser del de parte, por lo que entraba en él como testigo. Tal contradicción, no obstante, no
ha sido resuelta en nuestro derecho, que no regula la declaración de partes en el juicio oral, por lo que
quien afirma ser víctima, pese a tener un evidente interés directo en la causa, sigue declarando como
testigo. Véase Nieva Fenoll, J., 2010: 247 y ss.
13
Véase, a tal efecto, Nieva Fenoll, J., 2010: 58 y ss.
14
El valor preestablecido de cierta clase de documentos públicos constituye un ejemplo.
15
Véase Sancinetti, M., 2013.
16
Bentham, J., 1823: 61 y ss.
17
Así, el extenso catálogo de inhabilidades para testificar contenido en la Partida III, tít. XVI:
personas de mala fama, condenados por falso testimonio, falsificadores, envenenadores, abortistas, asesi-
nos, adúlteros, libertinos, violadores, apóstatas, incestuosos, enajenados mentales, ladrones, proxenetas,
tahúres, lesbianas travestidas, pobres de solemnidad, mentirosos, incumplidores de sentencias, judíos,
musulmanes, herejes (Ley 8), presos, toreros, prostitutas, libertos en pleito de su antiguo señor (Ley 10),
siervos (salvo excepciones y bajo tormento, Leyes 12 y 13), así como en pleitos hereditarios, a mujeres
y hermafroditas que «tirassen mas a varon que a muger» (Ley 17). Cita tomada de Nieva Fenoll, J.,
2017.
18
Así se deduce del hecho de que reconociera que la información proporcionada por un testigo
ideal arquetípico (de irreprochable fama y contradictoria y exhaustivamente interrogado) pudiera ser
falsa, Benthanm, J., 1823: 62).
19
Montesquieu, C., 1748: XII, II, 173.
20
Beccaria, C., 1764: 26 y 27.
21
Pagano, F., 1803: 99 y ss.
22
Aunque hubo resistencias, como puede verse en el Proyecto de Código Criminal español de
1830, que exigía, para que la testifical pudiera ser considerada prueba completa la concurrencia de dos
o más testigos presenciales y «libres de toda excepción», teniendo el valor de simple prueba auxiliar la
declaración del ofendido «cuando el delito se hubiera cometido de noche, en despoblado u ocultamen-
te». En Ortego Gil, P., 2015: 126 y ss.
23
Ferrajoli, L., 2006: 147 y ss.
24
Obra citada en nota a pie de página 11.
25
Como señala Alonso Romero, P., 2008: 99 y ss, la ausencia de motivación era «el régimen asen-
tado en la doctrina del ius commune, cuyos cultivadores desde la Baja Edad Media se habían manifes-
tado mayoritariamente contrarios a la motivación, considerándola imprudente e incluso temeraria, por
la apertura eventual de nuevos frentes de conflicto y el abuso de impugnaciones a que podría dar lugar,
además de un dispendio inútil de energía para el juez». En esta línea, la motivación llegó a ser prohibida
por la Ley VIII, tít. XV, Lib. XI de la Novísima Recopilación. Por su parte, en el sistema del common
law los jurados no motivas las decisiones sobre los hechos, lo que hace especialmente importante las
instrucciones que el juez ha de impartirles.
26
Igartua Salaverria, J,. 1995: 154 y ss.
el juicio, las razones expuestas por la acusación y la defensa y lo manifestado por los
mismos procesados…». La lectura de la norma evidencia que, efectivamente, no se
impusieron trabas ni restricciones valorativas al juzgador. Pero esa ausencia de exigen-
cias nada indicaba tampoco acerca de la necesidad de la racionalidad de la valoración.
En otros términos: la literalidad de la norma amparaba tanto una versión racionalista
de la libre valoración, intersubjetivamente controlable, como una versión irraciona-
lista, estrictamente subjetiva, de la misma. Por diversas razones, que analiza Igartua
Salaverría 27, se acabó imponiendo la segunda, que prolongó su vigencia durante
algo más de un siglo.
Como señala el citado autor, ejemplo de la asunción de esa versión irracionalista,
ya entrados en el año 1981, lo encontramos en las alegaciones del Fiscal General del
Estado a un recurso de amparo, que reproducen la Sentencia del Tribunal Consti-
tucional (en lo sucesivo, TC) 31, de 28 de julio. Dichas alegaciones compendian la
doctrina de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo (en lo sucesivo, TS) sobre la
materia y que, por su elocuencia, conviene traer a colación:
…de acuerdo con la reiterada jurisprudencia del Tribunal Supremo «lo declarado probado
por las Audiencias deviene indestructible e invulnerable» (Sentencia de 15 de marzo de 1980) y
la facultad de apreciación de la prueba en conciencia que concede a los Tribunales el art. 741 de
la L. E. Crim., no exige explicación ni razonamiento (Sentencia de 11 de octubre de 1978), de
modo que el juzgador, a la hora de apreciar las pruebas practicadas, las alegaciones de las partes
y las declaraciones o manifestaciones del acusado, lo hará no ya sin reminiscencias de valoración
tasada o predeterminada por la Ley, o siguiendo las reglas de la sana crítica, o de manera sim-
plemente lógica o racional sino de un modo tan libérrimo y omnímodo que no tiene más freno
a su soberana facultad valorativa que el de proceder al análisis y a la consecutiva ponderación
con arreglo a su propia conciencia, a los dictados de su razón analítica y a una intención que se
presume siempre recta e imparcial (Sentencia de 10 de febrero de 1978).
27
Ibid.: 65 y ss. Tirant lo Blanch.
28
Este fenómeno ha sido analizado con profundidad por Andrés Ibáñez, P., 2011: 31 y ss..
funcionales para el mantenimiento del orden social, debían defenderse, aun a costa
de la verdad del caso concreto 29 .
29
En el «common law», la composición homogénea del Tribunal del jurado puede provocar simi-
lares efectos.
30
Véase Tomás Y Valiente, F., 1993: 115 y ss.
31
Igartua Salaverria, J., 2009: 181: un sujeto puede estar íntimamente convencido de la verdad
de una proposición y ser falsa o de la verdad de algo y no disponer de elementos de juicio suficientes
para alcanzar tal convicción.
32
Ferrer Beltrán, J., 2003: 85.
A tal efecto, desde finales de los años 80, el TS había venido fijando los paráme-
tros desde los cuales debía valorarse la «credibilidad» de quienes afirman ser víctimas
33
Igartua Salaverria, J., 2009: 182 «uno puede creer en los días pares del calendario que Madrid
sea una ciudad ruidosa y en los días impares no creer tal cosa».
34
Un destacable intento de introducirlas lo encontramos en el Anteproyecto de desarrollo de los
derechos fundamentales vinculados al proceso, de 2011 que estableció que la Ley de Enjuiciamiento
determinaría los medios de prueba que, por sí solos, fueran objetivamente inidóneos para inferir la
culpabilidad del acusado con el suficiente grado de certidumbre; así como en el Anteproyecto de Ley
de Enjuiciamiento Criminal, que en los arts. 530.2 y 600.3, imponían el sobreseimiento de la investi-
gación y la absolución, en caso de haberse celebrado juicio, cuando los únicos medios investigativos o
pruebas, respectivamente, hubieran sido a) la declaración de coinvestigados o coacusados; b) la decla-
ración de testigos de referencia, y c) la mera identificación visual. En tales casos, solo podría avanzar el
procedimiento o dictarse sentencia de condena cuando «además de esos elementos probatorios concu-
rran otros que racionalmente corroboren la información que aquéllos proporcionen».
En mi opinión, constituye una opción legislativa plenamente respetuosa con el contenido consti-
tucional de la presunción de inocencia, pues el establecimiento de tales reglas de prueba legal negativa,
tiene muy sólidas razones epistémicas, lo que contrasta con el elevado número de sentencias de condena
que se dictan en la práctica judicial basados en ellas, en especial en las diligencias de identificación visual
por parte de un testigo víctima único y aconsejan, por razones de política judicial, su introducción.
35
Algunos ponentes del Tribunal (v.gr. L. Varela Castro) empleando una nueva terminología susti-
tuyen el término de verosimilitud por el de credibilidad objetiva, apuntando una línea que parece exigir
junto a la vertiente interna (verosimilitud), la externa (corroboración).
36
Véase Andrés Ibáñez, P., 2009: 121 y ss.
37
Piénsese que un testigo puede ser subjetivamente creíble (por no tener malas relaciones con el
acusado), verosímil (en tanto su declaración fuera plausible o conforme a la lógica y a la experiencia) y
persistente en sus manifestaciones (por haber mantenido siempre el mismo relato) y aun así, su testi-
monio no adecuarse a lo verdaderamente acontecido. En sentido inverso, un testigo puede tener malas
Llegados a este punto, parece obvio que cabe concluir que el «convencimiento
personal» de quien enjuicia es insuficiente a los efectos que contempla el art. 24.2
CE, pues la cuestión no es si los medios de prueba practicados persuaden al juzgador
acerca de la culpabilidad de la persona acusada, sino si tienen aptitud para convencer
a cualquier persona dotada de racionalidad, haya o no asistido al juicio. Dicho en
otras palabras: las causas del convencimiento han de ser intersubjetivamente transmi-
sibles, controlables y compartibles. En otro caso, carecen de virtualidad epistémica.
La característica esencial del razonamiento, de la que el probatorio es un subtipo,
es su universalidad. Las razones deben servir como justificación para cualquiera que
pudiera colocarse en el lugar del juzgador. Por ello, la convicción subjetiva de quien
enjuicia jamás puede sustentar por sí sola la condena: si entiende que faltan pruebas
para desvirtuar la presunción de inocencia, pese a que en su fuero interno entienda
acreditada la hipótesis de la culpabilidad del acusado, necesariamente ha de absolver,
sin que sea lícito que acuda a procedimientos que tiendan a sobrevalorar o infrava-
lorar medios de prueba para ajustar la realidad probatoria a la convicción interior.
Las certezas subjetivas que pudiera tener el juzgador sobre lo que pudo ocurrir son
irrelevantes, pues el plano psicológico, al que pertenece el convencimiento, no siem-
pre coincide con el racional, en el que se enmarca la valoración probatoria como
actividad justificada sobre la base de su adecuación a criterios normativos universales
y explicitables. En un Estado Constitucional, las partes y el público en general tienen
derecho a conocer las razones por las que una persona es o no declarada culpable
de un hecho delictivo. Y esas razones no pueden consistir en la simple convicción
personal del juzgador, como vimos antes. Han de ser intersubjetivamente asequibles,
lo que solo permite la valoración a través de criterios de racionalidad contrastables y
susceptibles de confirmación y refutación.
Así las cosas, sería preferible, por su mayor precisión, sustituir el ambiguo térmi-
no «credibilidad» del testigo por el de «fiabilidad» del testimonio o, al menos, optar
por el de «credibilidad objetiva», que emplean algunos magistrados del Tribunal Su-
premo.
Especialmente ilustrativa es la STS 18.12.17 (ROJ 4489/2017, ponente Sr. Vare-
la Castro). Dicha resolución recuerda que la garantía de la presunción de inocencia
exige someter a crítica la justificación expresada por la sentencia de condena a fin de
constatar si la existencia de los medios probatorios permiten razonablemente (por su
sentido incriminatorio) afirmar los enunciados de hechos que son declarados proba-
dos. A tal fin, señala, la justificación de la conclusión probatoria «ha de establecer
los datos de procedencia externa aportados por medios cuya capacidad persuasoria
relaciones con el acusado, o haber variado en algunos extremos su relato, y, no obstante, aportar hechos
que se correspondan con la realidad de lo acontecido por encontrar respaldo en otros datos probatorios.
38
En la misma línea, cabe reseñar la memorable STS 451/2015, de 14.7.15 (ROJ: STS 3243/2015),
dictada por otro de los ponentes (Sr. Andrés Ibáñez) que, junto a los Sres. Varela Castro y Jorge Barrei-
ro, se ha caracterizado por defender en el Tribunal un modelo de valoración racional de la prueba que
desconfía del testimonio único, en especial cuando se asocia al paradigma de la «íntima convicción».
integran el cuadro probatorio plenario y las demás circunstancias contextuales que han quedado
acreditadas... Precisamente, la idea de cuadro, la necesidad de atender a un esquema en red de las
aportaciones probatorias que se derivan de los diferentes medios plenarios practicados es lo que
permite extraer valoraciones materiales y razones justificativas comunicables de tipo cognitivo.
39
López Ortega, JJ., 2018: 3 y ss. Integro así en un solo concepto los aspectos que Nieva Fenoll,
J., 2010: 223 y ss, desdobla en coherencia estricta (en el sentido de estructuración lógica) y contextua-
lización (aportación de datos descriptivos del ambiente vital, espacial o temporal en que los hechos
tuvieron lugar).
40
Véase Igartua Salaverría, J., 2009: 167 y ss.
41
Sigo en este punto a Diges, M., 2016 y a Mazzoni, G., 2010.
42
Dejamos a un lado, por razones de espacio, otros factores a considerar y generalmente concu-
rrentes en el momento de adquisición o codificación de la información, así como otros presentes en las
fases de retención y en la de recuperación.
43
A ello nos referiremos más adelante al abordar las particularidades de las pruebas periciales sobre
fiabilidad de los testimonios.
44
Así, v.gr, frente a la afirmación de que el acusado tendría interés en lograr su exculpación, puede
objetarse que la víctima tiene interés en la condena de aquel.
45
Sigo a Roberts, P. y Zuckerman, A., 2004: 465 y ss.
46
Es patente la presencia de un estereotipo de género al imponerse preceptivamente la instrucción
sobre la necesidad de corroboración respecto de las víctimas de delitos sexuales (generalmente mujeres)
y no respecto de las víctimas. de otros muchos delitos
47
Section 89(2): «A person prosecuted for a speeding offence shall not be liable to be convicted
solely on the evidence of one witness to the effect that, in the opinion of the witness, the person prose-
cuted was driving the vehicle at a speed exceeding a specified limit».
48
R. vs. Makanjuola, 1995.
Roberts y Zuckerman 49 cuestionan los sistemas legales en los que los testimonios no
corroborados no permiten la declaración de culpabilidad, sobre la base del riesgo de
la impunidad de los delitos clandestinos. Con todo, también advierten que en los
ordenamientos donde la corroboración se exige, lo que se produce es una rebaja de
los requisitos que han de concurrir para que puede hablarse de corroboración. En
otros términos: se parte de un concepto muy amplio de la misma. Así, mientras que,
conforme al common law, la corroboración debe provenir de una fuente de prueba
ajena al testigo, y vincular al acusado con el delito, confirmando la existencia del ilí-
cito y la participación del acusado en él 50, en la práctica del proceso penal escocés, en
algún caso ha bastado para entenderla concurrente que la declaración del acusado 51
cuando confiesa los hechos evidenciara un especial conocimiento de la existencia de
otras pruebas del delito.
Pese a lo señalado, no está de más recordar que el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos (en lo sucesivo, TEDH), cuando se ha enfrentado a supuestos de condenas
de Tribunales británicos basadas en testimonios únicos referenciales, referidos o no
comparecidos, ha exigido como presupuesto de compatibilidad de la decisión del
jurado (inmotivada) con los mandatos de motivación y contradicción que impone
el art. 6 del Convenio Europeo de Derechos Humanos (en lo sucesivo, CEDH),
ciertos estándares de calidad a las instrucciones valorativas que ha de proporcionar el
juez que preside el jurado a los miembros que lo componen. Así, desde Al-Khawaja
y Tahery c. Reino Unido (STEDH Gran Sala 15.12.2011) se ha asentado el criterio
de que en supuestos de condenas basadas, únicamente o de modo decisivo, en tales
testimonios, no siempre habrá vulneración del derecho a un proceso equitativo si en
el caso concreto existen «suficientes factores de compensación, incluyendo medidas
que permitan una correcta y adecuada evaluación de la fiabilidad de esa prueba. Esto
permitiría que una condena se fundara únicamente en dicha prueba solamente si
es suficientemente fiable dada su relevancia en el caso». (§ 147). Ello implica, entre
otras cosas, que las instrucciones hagan especial hincapié en los riesgos de la inexis-
tencia de confirmaciones y corroboraciones, lo que pone de relieve la importancia de
lo objetivo y externo como piedra de toque de la valoración.
En cuanto a nuestro derecho, no existe norma legal positiva que defina la corro-
boración, ni encontramos en la jurisprudencia del TC ni en la del TS una concep-
tuación precisa de la misma, posiblemente para dejar cierto margen de apreciación
en casos concretos 52.
El TC ha abordado el fenómeno de las corroboraciones al tratar las declaraciones
de los coacusados. Sin embargo, el cotejo de su doctrina impide una reconstrucción
precisa de lo que deba entenderse por tal. Así, encontramos pronunciamientos que
49
Roberts, P. y Zuckerman, A., 2004: 467.
50
Desde R. vs. Baskerville, 1916.
51
Quien introduce información probatoria en el proceso como testigo cuando decide declarar.
52
El Anteproyecto de Ley de Enjuiciamiento Criminal de 2011, aunque se refiere a la necesidad de
las corroboraciones en ciertos casos no llega a definirlas.
parecen contradictorios como los siguientes: «La corroboración mínima resulta exi-
gible no en cualquier punto, sino en relación con la participación del recurrente en
los hechos punibles que el órgano judicial considera probados» (STC 125/2009, de
18 de mayo), pero también «La corroboración externa mínima y suficiente no cons-
tituye una prueba, pues, en otro caso, bastaría ésta sin necesidad de las declaraciones
de los coimputados, la corroboración es la confirmación de otra prueba, que es la
que por sí sola no podría servir para la destrucción de la presunción de inocencia,
pero que con dicha corroboración adquiere fuerza para fundar la condena» (STC
198/2006, de 3 de julio). Más claro ha sido al definir negativamente la corrobora-
ción. En suma, la declaración de un coacusado no constituye corroboración mínima
de la de otro coacusado (STC 72/2001, de 26 de marzo), ni los factores de credi-
bilidad objetiva de la declaración, tales como la persistencia en la incriminación, la
ausencia de incredulidad subjetiva, ni la coherencia en el relato (STC 134/2009, de
1 de junio).
En cuanto al TS, y centrándonos en las declaraciones testificales de las víctimas,
tiene establecido lo siguiente (por todas, STS 544/2016 (ROJ: STS 3044/2016):
La declaración de la víctima ha de estar rodeada de corroboraciones periféricas de carácter
objetivo obrantes en el proceso; lo que significa que el propio hecho de la existencia del delito esté
apoyado en algún dato añadido a la pura manifestación subjetiva de la víctima (Sentencias de 5
de junio de 1992 ; 11 de octubre de 1995 ; 17 de abril y 13 de mayo de 1996; y 29 de diciembre
de 1997). Exigencia que, sin embargo, habrá de ponderarse adecuadamente en delitos que no de-
jan huellas o vestigios materiales de su perpetración (art. 330 LECrim), puesto que, como señala
la sentencia de 12 de julio de 1996, el hecho de que en ocasiones el dato corroborante no pueda
ser contrastado no desvirtúa el testimonio si la imposibilidad de la comprobación se justifica
en virtud de las circunstancias concurrentes en el hecho. Los datos objetivos de corroboración
pueden ser muy diversos: lesiones en delitos que ordinariamente las producen; manifestaciones
de otras personas sobre hechos o datos que sin ser propiamente el hecho delictivo atañen a algún
aspecto fáctico cuya comprobación contribuya a la verosimilitud del testimonio de la víctima;
periciales sobre extremos o aspectos de igual valor corroborante; etcétera.
Como puede observarse, aun cuando de la afirmación inicial (el propio hecho
de la existencia del delito debe estar apoyado en algún dato añadido a la pura mani-
festación subjetiva de la víctima), se desprende que se opta por un sentido fuerte de
la corroboración cuando sea precisa (no se cierra la posibilidad de que el testimonio
no corroborado sea suficiente cuando no existan vestigios del hecho 53), también hay
base para entender que se admite la corroboración en sentido débil («datos que sin
ser propiamente el hecho delictivo atañen a algún aspecto fáctico cuya comprobación
contribuya a la verosimilitud del testimonio de la víctima»).
53
Lo que parece contradictorio con las afirmaciones contenidas en la Sentencia del Tribunal Supre-
mo 734/2015 (ROJ STS 5082/2015, ponente Sr. Del Moral García), que apunta a que el argumento
nos retrotraería a los llamados delicta excepta, y a la inasumible máxima «In atrocissimis leviores con-
jecturae sufficiunt, et licet iudice iura transgredi» (en los casos en que un hecho, si es que hubiera sido
cometido, no habría dejado «ninguna prueba», la menor conjetura basta para penar al acusado).
54
Andrés Ibáñez, P., 2009: 124 y ss.
Por lo que nos interesa ahora, la perspectiva de género exige que el relato que
realiza la mujer que narra haber sido víctima de actos violentos protagonizados por
el hombre se evalúe eliminando estereotipos que tratan de universalizar como crite-
rios de racionalidad simples máximas de experiencia machistas (v.gr.: el estereotipo
de «víctima ideal» que, tras sufrir el hecho, lo denuncia inmediatamente, mantiene
siempre un relato idéntico de lo acontecido y se aísla socialmente; el estereotipo de
mujer sexualmente disponible para cualquier hombre, inducido de datos con preten-
dido valor indiciario tales como su vestimenta, su estado de embriaguez o el lugar y
hora de la noche en la que se le encuentra y, frente a él, el de la mujer decente; o los
estereotipos de la buena esposa o buena madre).
Pues bien, sobre esa base, se ha venido a defender la virtualidad como prueba de
cargo del testimonio único no corroborado de quien afirma ser víctima de un delito
que quepa categorizar como violencia de género 56. Estos delitos se caracterizarían por
la presencia de dos bienes jurídicos 57, el personal de la víctima y el colectivo, confor-
mado por el hecho de la pertenencia de la mujer al género femenino, que sería abs-
tractamente agredido y, por tanto, siempre sujeto pasivo mediato en todos los delitos
del grupo. De ahí la relevancia de utilizar la perspectiva de género como herramienta
valorativa, como elemento auxiliar de evaluación de la prueba que serviría, para los
defensores de estas tesis, en el supuesto límite de la escasez probatoria (el testimonio
no corroborado), para avalar la hipótesis de la acusación.
En apoyo de tal posibilidad probatoria, se han aportado distintos argumentos.
Los examinaré seguidamente, y expondrá mis objeciones a continuación.
55
Utilizo la denominación de «violencia de género» en sentido amplio, y no en el reducido del Có-
digo Penal español en el que solo se consideran supuestos de violencia de género determinados delitos
cometidos por el hombre sobre la mujer pareja.
56
Entendida en sentido amplio, y no restringida a la violencia cometida por el hombre sobre la
mujer pareja o ex pareja.
57
Aunque la cuestión no es pacífica en la doctrina penal.
58
Nieva Fenoll, J., 2010: 249-250.
59
Aun cuando parece encontrar respaldo en la STC 109/1986, de 24 de septiembre y en el argu-
mento de que es contrario al derecho que consagra el artículo 24.2 CE castigar el delito cunado no se
tiene la seguridad de lo que el sujeto hizo es justamente lo que la ley define como delito.
60
En este sentido, revista especial interés la Directiva (UE) 2016/343 del Parlamento Europeo
y del Consejo, de 9 de marzo de 2016, por la que se refuerzan en el proceso penal determinados aspectos
de la presunción de inocencia y el derecho a estar presente en el juicio.
61
Esta vertiente no es ajena a la cultura anglosajona. Véase Taylor vs. Kentucky, 436 US. 478, 98
(1978) que cuestiona la tradicional separación entre la presunción de inocencia y el principio de que la
acusación tiene la carga de probar más allá de una duda razonable.
62
Ferrer Beltrán, J., 2007: 147 y ss.
63
Vives Antón, T., 2011: 962 y ss.
los derechos fundamentales. Una hipotética verdad adquirida fuera de esos límites
nunca podría legitimar el ejercicio de esa potestad. El dilema no debería, por tanto,
plantearse en los ambiguos términos de verdad/garantías (presunción de inocencia)
sino de legitimidad/ilegitimidad de la intervención penal. Un estándar que permite
resolver la situación de incertidumbre condenando a la persona acusada sería, desde
esta perspectiva, ilegítimo 64.
Además, no debe olvidarse que las reglas procesales y probatorias se dictan y
aprueban con pretensión de generalidad, para ser aplicadas a un elevado volumen
de asuntos en el que intervendrán un no menos elevado número de jueces, fiscales
y policías. Una visión no idealizada de la realidad pasa por aceptar que no puede
partirse a priori de que todos los partícipes vayan a estar en posesión de óptimas
capacidades sintéticas y valorativas y a actuar guiados por las mejores intenciones.
Por ello, es epistemológicamente correcto fijar un estándar probatorio muy exigente
como mecanismo de prevención de los riesgos de abuso y de error (siempre presentes
cuando el Estado que quiere penar reconstruye el pasado histórico y pretende esta-
blecer como verdad el resultado de su propia reconstrucción).
No me parecen, por ello, adecuadas, ciertas recomendaciones impulsadas desde
los Consejos de la Judicatura de distintos Estados que dan a entender que en los
delitos basados en el género la lucha contra su impunidad resulta aconsejable la «fle-
xibilización de la carga probatoria». Así sucede en la Guía para la Administración de
Justicia con perspectiva de género del Consejo de la Judicatura de Ecuador de 2018,
que contiene un epígrafe titulado «Flexibilizar la carga probatoria en las infracciones
basadas en género», y cita jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos en favor de tal flexibilización. La guía dice:
…considerando que una de las características de los delitos sexuales, es que generalmente
son perpetrados de manera escondida, sin testigos que puedan confirmar las declaraciones de la
víctima, la Corte Interamericana ha manifestado que el testimonio debe ser considerado como
una «prueba fundamental, y debe ser apreciado dentro del conjunto de las pruebas obtenidas».
Igualmente, advierte: «Por su parte, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha emitido
diversas opiniones respecto a la valoración de la prueba, señalando que la falta de la realización
de exámenes médicos que debe disponer el Estado, no puede cuestionar la veracidad de las de-
claraciones de las víctimas. Esto debe ser considerado especialmente en los casos de agresiones
sexuales debido a que estos hechos de violencia no siempre implican lesiones físicas evidentes».
64
Ramírez Ortiz, J. L., 2014.
mente, sexual. Y tal pretensión es merecedora de elogio. Pero ello no debe llevar a
confundir planos de modo que acabe oscureciéndose la identificación del estándar
probatorio exigido. Un estándar, tan inseparable de la configuración del proceso pe-
nal de los Estados constitucionales, que permite calificarlo de proceso penal de la
presunción de inocencia frente al proceso penal de la sospecha de tiempos, aún más
oscuros, que ya creíamos superados.
4.3. Las diferentes posiciones procesales de quien afirma ser víctima y acusado
Resultan de interés, en este sentido, dos sentencias del Tribunal Supremo (Roj:
STS 2003/2018, de 24 de mayo y Roj: STS 2182/2018, de 13 de junio; en ambos
casos, ponente Sr. Magro Servet), que vienen a sostener que la «víctima» es un testigo
privilegiado o cualificado en la medida en que ha sufrido y presenciado el hecho.
«….En estos casos, la víctima se encuentra procesalmente en la situación de testigo, pero a
diferencia del resto de testigos, es víctima y ello debería tener un cierto reflejo diferenciador desde
el punto de vista de los medios de prueba, ya que la introducción de la posición de la víctima en
la categoría de mero testigo desnaturaliza la verdadera posición en el proceso penal de la víctima,
que no es tan solo quien “ha visto” un hecho y puede testificar sobre él, sino que lo es quien es
el sujeto pasivo del delito y en su categorización probatoria está en un grado mayor que el mero
testigo ajeno y externo al hecho, como mero perceptor visual de lo que ha ocurrido»… «Y esto
es relevante cuando estamos tratando de la declaración de la víctima en el proceso penal, y, sobre
todo, en casos de crímenes de género en los que las víctimas se enfrentan a un episodio realmente
dramático, cual es comprobar que su pareja, o ex pareja, como aquí ocurre, toma la decisión de
acabar con su vida, por lo que la versión que puede ofrecer del episodio vivido es de gran rele-
vancia, pero no como mero testigo visual, sino como un testigo privilegiado, cuya declaración
es valorada por el Tribunal bajo los principios ya expuestos en orden a apreciar su credibilidad,
persistencia y verosimilitud de la versión que ofrece en las distintas fases en las que ha expuesto
cómo ocurrieron unos hechos que, en casos como el que aquí consta en los hechos probados, se
le quedan grabados a la víctima en su visualización de una escena de una gravedad tal, en la que
la víctima es consciente de que la verdadera intención del agresor, que es su pareja, o ex pareja, ha
tomado la decisión de acabar con su vida»… «…se trata de llevar a cabo la valoración de la decla-
ración de la víctima, sujeto pasivo de un delito, en una posición cualificada como testigo que no
solo “ha visto” un hecho, sino que “lo ha sufrido”, para lo cual el Tribunal valorará su declaración
a la hora de percibir cómo cuenta el suceso vivido en primera persona, sus gestos, sus respuestas
y su firmeza a la hora de atender el interrogatorio en el plenario con respecto a su posición como
un testigo cualificado que es, al mismo tiempo, la víctima del delito».
65
Véase Di Corleto, J., (2017): 285 y ss.
66
Manzanero, A., 2010: 245.
En relación con lo anterior, se señala que existen ciertos datos contextuales que
permiten inclinar la balanza en favor del testimonio, muy especialmente la existencia
de una relación asimétrica de poder entre quien afirma ser víctima y el acusado.
El aserto deja intacta la crítica realizada anteriormente, pues, por lo general, el
supuesto de hecho (la existencia en el caso concreto de una relación de dominación)
no puede presumirse sin más en el caso a enjuiciar 68 y, por tanto, debe ser justificada
a través de alguna fuente de prueba ajena a la declaración de la testigo, aun indiciaria.
De ser así, ya no nos encontraríamos en el supuesto del testimonio único no corrobo-
rado, pues podría constatarse la presencia de un elemento corroborador.
Por esta razón, líneas jurisprudenciales como la contenida en la Sentencia del Ple-
no de la Sala II del Tribunal Supremo núm. 677/2018, de 20 de diciembre pueden
tener un impacto paradójico. La sentencia referida consolida una interpretación de
determinados delitos cometidos en el ámbito de la violencia de género en el sentido
de no exigir como elemento para apreciar la tipicidad que el hecho denote la exis-
tencia de esa relación de dominación, por presumirse normativamente inherente a
toda agresión física de un hombre sobre una mujer. Siendo perfectamente aceptable
esa interpretación de la normativa sustantiva, por ser compatible con el tenor literal
de la ley, y el propósito del legislador que introdujo dichos tipos penales en la Ley
Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la
Violencia de Género, el riesgo es que acabe desincentivando al investigador para que
67
Véase Ramírez Ortiz, J. L., 2018.
68
A título de ejemplo: es evidente que un empleador poderoso y su empleada, que vive en situa-
ción precaria, se encuentran en posiciones asimétricas, pero los datos probatorios que evidencien que
nos encontramos ante un empleador poderoso y una empleada que vive en situación de precariedad
deben provenir de fuentes ajenas a la sola declaración de la testigo.
busque e incorpore información de contexto sobre la relación, que pueda servir para
dar respaldo al testimonio de la víctima y, con ello, se pierda riqueza acreditativa de
interés para la justificación del hecho en sí.
En conclusión, la perspectiva de género no permitiría eludir o vadear los proble-
mas epistemológicos y procesales que en el enjuiciamiento plantea el testimonio no
corroborado, pues una valoración del testimonio no estereotipada, a lo sumo, permi-
tiría afirmar, en perspectiva interna, la coherencia del relato de la víctima, pero no su
fiabilidad, que seguiría precisando de datos objetivos externos verificables.
69
Muñoz Aranguren, A., 2011. También los analiza en detalle Nieva Fenoll, J., 2010: 120 y ss.
Por lo que nos ocupa, este último sesgo adquiere gran relevancia y se vincula con
el concepto de estereotipo, entendido como preconcepción sobre las características
de los miembros de un colectivo o sobre los roles que deben cumplir. La presencia
del estereotipo, además, incide en el resto de heurísticos, pues el trasfondo cultu-
ral machista del juez puede determinar en gran medida el contenido concreto de
aquéllos y condicionar fuertemente el sentido de la decisión del caso sometido a su
consideración. Los estereotipos de género, concebidos como grupo estructurado
de creencias sobre los atributos personales de hombres y mujeres 70, implican una
variedad de aspectos tales como las características de la personalidad, comportamien-
tos y roles, características físicas y apariencia u ocupaciones y presunciones sobre la
vida y orientación sexual. Como construcciones ideológicas y culturales reflejan la
estructura desigual de poder existente en la relación entre sexos y pueden desempeñar
una función no solo descriptiva sino también prescriptiva en tanto implícitamente
imponen a las mujeres que se adecuen a los roles que se les asignan.
Respecto de su tipología, Cook y Cusack 71 distinguen entre estereotipos de sexo
(centrados en los atributos y diferencias físicas y biológicas existentes entre hombres y
mujeres, v.gr. los hombres son físicamente más fuertes que las mujeres), estereotipos
sexuales (basados en las características o cualidades sexuales que deberían ser poseídos
por hombres y mujeres, v.gr., la sexualidad de las mujeres se vincula a la procreación),
estereotipos sobre los roles sexuales (fundados en el papel que se atribuye o espera
de hombres y mujeres, v.gr. las mujeres tienen un rol de cuidadoras en la familia) y
estereotipos compuestos o aquellos que combinan varios estereotipos de género.
La vinculación entre heurísticos y estereotipos salta entonces a la vista. En suma,
un juez que haya naturalizado el estereotipo sobre el rol de la mujer como cuidadora
(cuyo ámbito por definición es el doméstico, atendiendo las necesidades de padres,
hijos y esposos) y el estereotipo sexual de que la sexualidad de la mujer está destinada
a la procreación, de partida tenderá a infravalorar el valor probatorio de la declara-
ción de una mujer dedicada a la prostitución que denuncia una violación, por lo
que interpretará las pruebas, aun inconscientemente, buscando datos que confirmen
sus preconcepciones (sesgo de confirmación), de modo que aun cuando reciba in-
formaciones nuevas tenderá a ajustarlas a su estimación inicial (sesgo de ajuste). Y,
lógicamente, la decisión que tome, basada en la valoración sesgada del testimonio,
que creerá correcta, especialmente si no es corregida por vía de recurso, repercutirá en
sus decisiones futuras (sesgos de representatividad y de la disponibilidad).
70
Seguimos a Cook, R., y Cusack, S., 2009.
71
Ibid.
72
Taruffo, M., 2006: 439 y ss.
Ahora bien, según la tesis que defiendo, en casos de testimonio único no corro-
borado, en el momento del enjuiciamiento tal perspectiva carece de utilidad, dada la
insuficiencia estructural de dicha prueba para desvirtuar la presunción de inocencia.
Sin embargo, como también señala Taruffo, las máximas de la experiencia (y,
por tanto, también las que suministra la perspectiva de género, podemos añadir) des-
pliegan otra función central: pueden y debe servir para formular hipótesis adecuadas
sobre los hechos de la causa (función heurística), indicando al investigador qué datos
fácticos ha de incorporar, para lo que habrá de acudir, partiendo de un minucioso y
no estereotipado examen de la declaración de la víctima, a las correspondientes fuen-
tes probatorias que le servirán de respaldo en el futuro juicio oral. De este modo, ade-
más, podrá prevenirse el riesgo de impunidad para el caso de que, cuando proceda,
en juicio la víctima opte por acogerse al derecho que le otorga el art. 416 Lecrim, que
le dispensa de declarar en contra de su pareja, al tiempo que se la releva de la carga
emocional que supone el saberse fuente única de prueba para la condena del agresor.
En la práctica judicial sucede con relativa frecuencia que, en juicios por delitos
de violencia de género los medios de prueba propuestos a practicar se reduzcan a los
testimonios de denunciante y acusado. En algunos casos, además, se dispone de un
solo elemento externo de confirmación (un dictamen pericial forense que identifica
signos lesivos), pero cuando el dato probatorio resultante de dicho informe es recon-
ducible también a la hipótesis exculpatoria, atendido el contenido de la declaración
de la persona acusada, la polivalencia del dato (en tanto que compatible en igual gra-
do con la hipótesis acusatoria y la exculpatoria) puede acabar provocando un déficit
de prueba de cargo insalvable.
Con todo, ello no siempre ocurre, frente a lo que suele alegarse, por la propia
naturaleza de los hechos 73. Lo cierto es que en tales casos suelen existir numerosos
elementos indiciarios de gran valor acreditativo que pueden acumularse a la decla-
ración del testigo que afirma ser víctima y que permiten, por su riqueza y a la luz de
la perspectiva de género, una adecuada reconstrucción histórica del suceso de forma
respetuosa con las exigencias que impone el derecho que consagra el art. 24.2 CE. Lo
que pasa, por desgracia, es que los sujetos institucionales encargados de la investiga-
ción suelen prescindir de tales elementos, por no afectar directamente al «hecho nu-
clear». Sin embargo, a poco que se reflexiones sobre ello, tal circunstancia es consus-
tancial a la prueba indiciaria, que recae, ciertamente, sobre hechos accidentales, pero
que permite inferir el hecho principal sobre la base de inferencias. La perspectiva de
género puede desempeñar una función esencial en este ámbito, identificando la posi-
ble presencia de estereotipos, para descartarlos, así como la de los datos informativos
relevantes que pueden obtenerse de la declaración de la víctima durante la fase de
investigación, que hacen coherente y congruente su relato, e indican el camino que
ha de seguirse para la búsqueda e incorporación a la causa del material investigativo
externo que lo corrobore.
73
Suele decirse que, por tener lugar en el ámbito de la privacidad, fuera de la vista de otras per-
sonas, no disponen de otros medios probatorios más que las declaraciones de las personas implicadas.
74
Puede consultarse en https://scc-csc.lexum.com/scc-csc/scc-csc/en/item/1684/index.do
en que iba vestida, que la acción del acusado fue menos criminal que «hormonal»
o que la agresión podía haber terminado fácilmente mediante una «bofetada en la
cara» o un «rodillazo bien dirigido»; argumentos en los que subyacen dos máximas
de la experiencia erróneas: los hombres no pueden controlar su instinto sexual y toda
mujer que quiere evitar una agresión sexual empieza por pelearse con el agresor.
Ahora bien, en el caso, además de los datos de hecho directos (la negativa re-
iterada mediante el empleo de la palabra «no», no discutida) existían otros datos
fácticos indiciarios o indirectos que evidenciaban la falta de consentimiento. Así, los
denotativos de la situación de asimetría (la víctima, que había acudido en búsqueda
de empleo, contaba tan solo con 17 años de edad y el acusado era una persona que
la doblaba en estatura) y de contexto (los hechos suceden tras la entrevista de trabajo
a la que acude aquella sin conocer previamente al acusado, dentro de un remolque
cuya puerta, debido a la acción de aquel, la primera estimaba que estaba cerrada).
Con todo, la praxis demuestra que no siempre nos encontramos ante casos en los
que disponemos de datos probatorios tan nítidos. Es en los casos límite (donde se
dispone únicamente de la testifical no corroborada de quien afirma ser víctima o, en
su caso, también de la declaración de la persona acusada de signo contrario) en los
que la virtualidad de la perspectiva de género no permite superar el test de suficiencia
que exige la presunción de inocencia, pero en los que puede servir para indicar al
investigador la «hoja de ruta» que ha de seguir para orientar la indagación y hacer
acopio de material probatorio.
75
Así, señala: «La Corte considera que ante tal contexto surge un deber de debida diligencia estric-
ta frente a denuncias de desaparición de mujeres, respecto a su búsqueda durante las primeras horas y
los primeros días. Esta obligación de medio, al ser más estricta, exige la realización exhaustiva de activi-
dades de búsqueda. En particular, es imprescindible la actuación pronta e inmediata de las autoridades
policiales, fiscales y judiciales ordenando medidas oportunas y necesarias dirigidas a la determinación
del paradero de las víctimas o el lugar donde puedan encontrarse privadas de libertad. Deben existir
procedimientos adecuados para las denuncias y que éstas conlleven una investigación efectiva desde las
primeras horas. Las autoridades deben presumir que la persona desaparecida está privada de la libertad
y sigue con vida hasta que se ponga fin a la incertidumbre sobre la suerte que ha corrido”. Y, a este
respecto, añade: “Además, la Corte considera que el Estado no demostró haber adoptado normas o
implementado las medidas necesarias, conforme al artículo 2 de la Convención Americana y al artículo
7.c de la Convención Belém do Pará, que permitieran a las autoridades ofrecer una respuesta inmediata
y eficaz ante las denuncias de desaparición y prevenir adecuadamente la violencia contra la mujer. Tam-
poco demostró haber adoptado normas o tomado medidas para que los funcionarios responsables de
recibir las denuncias tuvieran la capacidad y la sensibilidad para entender la gravedad del fenómeno de
la violencia contra la mujer y la voluntad para actuar de inmediato».
tos propios de la jurisdicción del Tribunal, poniendo de relieve, a tal efecto, que «Los
estándares o requisitos probatorios (de esta Corte) no son los de un tribunal penal,
dado que no le corresponde a esta Corte determinar responsabilidades individuales
penales ni valorar, bajo tal criterio, las mismas pruebas». Con todo, los datos que la
sentencia constata evidencian que existía material fáctico suficiente para el arranque
de la indagación y que, de haberse incoado esta, se hubiera podido recopilar material
investigativo relevante para la posterior prosecución del proceso. Así, inicialmente
se disponía de la declaración testifical de la víctima, de la declaración testifical de
referencia de su cónyuge, a quien inmediatamente relató lo sucedido, y del resultado
de una primera exploración física que detectó ciertos signos de violencia (aunque
estos últimos no hubieran sido necesarios para dar respaldo al testimonio de la de-
nunciante, dado el contexto coactivo en el que se produjo la agresión). Igualmente,
existían datos circunstanciales de interés: la presencia de efectivos militares en la zona
en el momento de los hechos y la existencia de una praxis institucionalizada de lo
que la Corte denomina «violencia institucional castrense» respecto de mujeres de
comunidades indígenas que residen en municipios de gran marginación y pobreza,
realidad que debería haber servido de hipótesis de trabajo para el investigador. En el
curso del procedimiento ante el Tribunal, además, se incorporaron otros elementos
de convicción (entre otros, dictámenes periciales psicológicos sobre la existencia de
secuelas en la víctima).
La sentencia explica adecuadamente la causa de ciertas inconsistencias encontra-
das en los relatos de la víctima teniendo en cuenta, a) que los hechos referidos por ella
se relacionan a un momento traumático sufrido por la misma, cuyo impacto puede
derivar en determinadas imprecisiones al rememorarlos; b) que tales relatos, además,
fueron dados en diferentes momentos desde 2002 a 2010; y, c) que en el momento de
los hechos la señora Rosendo Cantú era una niña. Por último, reseña determinadas
circunstancias que refuerzan la credibilidad del testimonio, como el hecho de que la
menor, que residía en una zona montañosa aislada, tuviera que caminar varias horas
para ser asistida por las agresiones físicas sufridas, y para denunciar la violación se-
xual ante diversas autoridades que hablaban un idioma que ella no dominaba, y que
su denuncia era previsible que tuviera repercusiones negativas en su medio social y
cultural provocando un posible rechazo de su comunidad. Asimismo, persistió en su
denuncia, siendo conocedora de que en la zona en la que vive continuaba la presencia
de militares, entre los que podían encontrarse aquellos a los que había denunciado.
tener relaciones sexuales conforme a la ley búlgara, alegó haber sido violada en dos
ocasiones en dos días consecutivos por dos jóvenes de 20 (A) y 21 (B) años, amigos
entre sí y conocidos por ella, y encontrándose con ellos un tercero (C). En la primera
ocasión, en el coche de uno de los agresores (A), en un lugar solitario, encontrándose
en las proximidades B y C, y en la segunda, en el domicilio del C, por otro agresor,
B, encontrándose en la casa A. En ambos casos la víctima tuvo miedo, pero verba-
lizó su oposición, lo que no sirvió de nada. Encontrada por su madre en la mañana
del segundo día, la menor le contó la primera agresión, ocultándole la segunda por
vergüenza, al haberse educado en una atmósfera conservadora, vivir en un pequeño
pueblo donde todos se conocían, y tratarse de su primera relación sexual. Ambas fue-
ron al hospital donde la menor fue reconocida y se constató que su himen había sido
rasgado recientemente. Igualmente se localizaron erosiones leves en el cuello y otras
partes de su cuerpo. Según relata la demanda, el autor de la primera violación habría
visitado a la menor en su domicilio, pidiéndole perdón y diciéndole a su madre que
tenía intención de contraer matrimonio con ella, lo que, en un principio habría sido
aceptado por la madre como forma de minimizar el alcance de lo sucedido. Sin em-
bargo, días más tarde, la madre se enteró de la segunda violación. Entonces, ambas
denunciaron los hechos. Los denunciados fueron detenidos, y alegaron que ambos
habían mantenido relaciones sexuales con la menor.
La policía realizó varios actos investigativos (recibió declaración a los denuncia-
dos, a la menor, a su madre, a testigos de descargo de la defensa, contó con el reco-
nocimiento médico y, a instancias de la fiscalía, pues previamente había archivado
el caso, realizó una pericia psicológica a la víctima por especialistas que concluyeron
que la reacción de esta fue normal, considerando su edad y circunstancias perso-
nales). Finalmente, la fiscalía archivó el caso estimando que no había evidencia de
que la víctima hubiera opuesto resistencia, por lo que, tomando en consideración
las pruebas declarativas, el uso de la fuerza o las amenazas no quedaban justificadas
«más allá de una duda razonable». A pesar de los recursos interpuestos, la decisión fue
confirmada.
La sentencia del TEDH concluyó que el Estado búlgaro había vulnerado los arts.
3 y 8 del CEDH (prohibición de los tratos inhumanos y degradantes y derecho a la
vida privada). En primer lugar, el Tribunal recordó que recae sobre los Estados parte
la obligación de tipificar el delito de agresión sexual y de realizar investigaciones
efectivas cuando se denuncian. Tras hacer un estudio de derecho comparado, señaló
también que el cumplimiento de esa obligación pasaba por la efectiva penalización de
todo acto sexual no consentido, incluso en ausencia de amenazas, fuerza física o resis-
tencia de la víctima, por lo que destacó que, en el ámbito de la persecución de estos
delitos, cualquier aproximación rígida que requiriese la aportación de pruebas de la
existencia de resistencia física en cualquier circunstancia, vulneraría el Convenio. En
el caso concreto, si bien puso de relieve que la legislación búlgara no exigía la exis-
tencia de fuerza física para estimar cometido el delito de agresión sexual, estimó que
en su aplicación práctica la había impuesto, pues, en ausencia de pruebas del uso de
la fuerza y de resistencia activa de la víctima o llamadas de auxilio, se había estimado
que la hipótesis inculpatoria carecía del suficiente respaldo. Señaló que en este tipo de
delitos, los investigadores han de centrarse en la búsqueda de pruebas de la existencia
o no de consentimiento y no en la de la fuerza o resistencia. No se habían tomado,
así, en consideración, ni tampoco investigado todas las circunstancias concurrentes
(el número y edad de los implicados como denunciados, los lugares solitarios en los
que se habrían cometido los hechos, la especial vulnerabilidad de la menor, la natural
reacción de ésta en los primeros momentos o el resultado del informe psicológico),
ni se habrían tratado de refutar los testimonios de descargo sospechosos presenta-
dos todos por los investigados, testimonios que la demandante había denunciado
como falsos. Además, podemos añadir, se había impuesto un estándar probatorio
muy exigente para continuar la causa (el de la presunción de inocencia), impropio
de esta fase procesal. Y, sobre todo, no se trataba, frente a lo que los investigadores
erróneamente estimaron, de un supuesto de testimonio único contradicho por las
versiones opuestas de los investigados, pues existían múltiples datos provenientes de
fuentes diversas que convergían en la dirección inculpatoria, y que habrían exigido la
continuación de las indagaciones.
76
Utilizando la terminología de De Sousa Santos, 2009: 101 y ss.
77
O de quien se afirma que es víctima (casos Campo Algodonero contra México y Rosendo Cantú
contra México).
78
Tomando también en consideración las concretas circunstancias del caso, ya que no existe un
modelo arquetípico de víctima y en los juicios acerca de cómo ha de ser el comportamiento esperable de
la víctima tras el hecho pueden anidar prejuicios de género. Así lo destaca López Ortega, J. J., 2018:
3 y ss.
79
Por ejemplo, la presencia de un arma de fuego en el cajón de la mesa de noche del agresor sexual.
80
Quienes suelen intervenir como peritos auxiliares de los tribunales en el ámbito de la Comuni-
dad Autónoma de Cataluña.
81
Juárez, J.J. y otros, 2010.
82
Véase en detalle la guía revisada de la evaluación del testimonio en violencia de género ya citada.
83
Entre muchas otras referencias, véase Arce, R.; Fariña, F., y Vilariño, M., 2010.
84
Véanse con más detalle Manzanero, A., 2010 y Ramírez Ortiz, J. L., 2018.
85
Desarrolla esta certera crítica de raíz habermasiana Camarena Grau, S., 2009: 218 y ss.
86
Gascón, M., 2013: 183 y ss. Tomo la terminología de la autora, que se refiere a esta doble so-
brevaloración en relación con la prueba pericial en general.
87
Camarena Grau, S., 2009: 220 y ss.
fiabilidad del testimonio, pues si lo que el testigo de oídas afirma que le fue referido
por el presencial coincide exactamente con lo que este último explica en el acto del
juicio, ello puede ser un indicador de fiabilidad de lo que narra, en especial cuando
existen varios testigos de referencia de procedencia diversa y lo que narran es cohe-
rente y convergente (v.gr. familiares, desconocidos y agentes policiales).
Pero, además, como ha puesto de relieve Hernández García 88, lo habitual es
que en estos casos la utilidad probatoria no provenga de lo referido por el testigo
directo al de oídas sino de lo observado directamente por el testigo de oídas (v.gr.
los signos externos de victimización del testigo directo cuando narró los hechos, o el
estado de la vivienda en la que, según se denuncia, hubo un altercado). Como indi-
có la STC 217/1989, de 21 de diciembre: «El testimonio de referencia puede tener
distintos grados según que el testigo narre lo que personalmente escuchó o percibió
–auditio propio- o lo que otra tercera persona le comunicó –auditio alieno-». En
consecuencia, el testigo de referencia puede valorarse, como cualquier otro testigo, en
lo que concierne a hechos objeto de enjuiciamiento que haya apreciado directamente
y a hechos relativos a la validez o fiabilidad de otra prueba. En este sentido, todo
aquello que el testigo percibió de modo directo puede integrar una serie de circuns-
tancias que cabe vincular con el hecho en disputa mediante una conexión inferencial
a través de la denominada prueba indiciaria. Con estas matizaciones, es evidente que
testificales mixtas de este tipo pueden aportar valiosos datos corroboradores.
7. CONCLUSIONES
88
Hernández García, J., 2009: 207 y ss.
89
En el mismo sentido, Di Corleto, 2017.
BIBLIOGRAFÍA
Alonso Romero, P., 2008: Orden procesal y garantías entre Antiguo Régimen y constitucionalismo gadita-
no, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
Andrés Ibáñez, P., 2009: «La supuesta facilidad de la testifical» en Prueba y convicción judicial en el
proceso penal, Buenos Aires: Hammurabi.
— 2011: «¿Qué cultura constitucional de la jurisdicción?», en Cultura constitucional de la jurisdicción,
Bogotá: Siglo del Hombre Editores.
Arce, R.; Fariña, F.; Vilariño, M., 2010: Contraste de la efectividad del CBCA en la evaluación de la
credibilidad en casos de violencia de género, «Intervención psicosocial», vol. 19.
Beccaria, C., 1764: Tratado de los delitos y las penas. Edición de 1996, Comares: Granada.
Bentham, J., 1823: Tratado de las pruebas judiciales. ed. de E. Dumont. Edición de 2001, Comares:
Granada.
Camarena Grau, S., 2009: «¿Son admisibles con carácter general pruebas de tipo pericial sobre la
credibilidad?», en 99 cuestiones básicas sobre la prueba penal, Manuales de Formación Continuada,
51, Madrid: Consejo General del Poder Judicial.
Cook, R., y Cusack, S., 2009: Estereotipos de género. Perspectivas legales transnacionales, University of
Pennsylvania Press.
Di Corleto, J., 2017: «Igualdad y diferencia en la valoración de la prueba: estándares probatorios en
los casos de violencia de género», en Género y justicia penal, Buenos Aires: Ediciones Didot.
De Sousa Santos., 2009: Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho, Madrid:
Trotta.
Diges, M., 2016: Testigos, sospechosos y recuerdos falsos, Madrid: Trotta.
Eymerico, N., 1503: Manual de Inquisidores para uso de las inquisiciones de España y Portugal. Edición
de 2010, Valladolid: Maxtor.
Ferrajoli, L., 2006: Derecho y razón, Madrid: Trotta.
Ferrer Beltrán, J., 2003: Prueba y verdad en el derecho, Barcelona: Marcial Pons.
— 2007: La valoración racional de la prueba, Barcelona: Marcial Pons.
Gascón, M., 2013: «Prueba científica. Un mapa de retos», en Estándares de prueba y prueba científica,
Barcelona: Marcial Pons.
Hernández García, J., 2009: «La violencia intraparental: ¿pueden valorarse las referencias que el
pariente efectuó a terceros o a los policías que acudieron en auxilio de la víctima, si la víctima se
acoge en el acto del juicio a su derecho a no declarar?», en 99 cuestiones básicas sobre la prueba penal.
Manuales de Formación Continuada, 51, Madrid: Consejo General del Poder Judicial.
Igartua Salaverria, J.; 1995: Valoración de la prueba, motivación y control en el proceso penal, Valencia:
Tirant lo Blanch.
— 2009. El razonamiento en las resoluciones judiciales, Lima-Bogotá: Palestra Temis.
Juárez, J. J. y otros., 2010: Revisió de la guía d’avaluació del testimoni en violencia de gènere (GAT-VIG-
R), Barcelona: Centre d’Estudis Jurídics i Formació Especialitzada.
López Ortega, J.J., 2018: «Breves reflexiones: yo sí te creo», en Boletín de la Comisión Penal de Juezas
y Jueces para la Democracia, núm. 10, volumen II.
Manzanero, A., 2010: Memoria de testigos: obtención y valoración de la prueba testifical, Madrid: Pirá-
mide.
Mazzoni, G., 2010: ¿Se puede creer a un testigo?, Madrid: Trotta.
Montesquieu, C.: 1748: El espíritu de las leyes. Edición de 2002, Tecnos: Madrid.
Muñoz Aranguren, A., 2011: «La influencia de los sesgos cognitivos en las decisiones jurisdiccionales:
el factor humano. Una aproximación», en Indret 2/2011.
Nieva Fenoll, J., 2010: La valoración de la prueba, Barcelona: Marcial Pons.
— 2017: «La inexplicable persistencia de la valoración legal de la prueba», en Ars Iuris Salmanticensis
Estudios Vol. 5, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca.
Ortego Gil, P., 2015: Entre jueces y reos. Las postrimerías del derecho penal absolutista, Madrid: Dykin-
son, SL.
Pagano, F., 1803: Principios del Código Penal. Milán. Edición de 2002, Hammurabi: Buenos Aires.
Ramírez Ortiz, J. L., 2014: «Verdad, proceso y derecho penal (Interrogatorios en la habitación 101)»,
en Jueces para la Democracia. Información y debate, núm. 79.
— 2018: «La prueba en los delitos contra la indemnidad sexual», en Diario La Ley, núm. 9199, Sección
Doctrina, Editorial Wolters Kluwer.
Roberts, P. y Zuckerman, A., 2004: Criminal Evidence, Oxford University Press.
Sancinetti, M., 2013: «Testimonio único y principio de la duda», en Indret 3/2013.
Taruffo, M., 2006: «Consideraciones sobre las máximas de la experiencia», en Páginas sobre justicia
civil, Barcelona: Marcial Pons.
Tomás Y Valiente, F., 1993: «In dubio pro reo, libre apreciación de la prueba y presunción de ino-
cencia», en Escritos sobre y desde el Tribunal Constitucional, Madrid: Centro de Estudios Constitu-
cionales.
Vives Antón, T., 2011: Fundamentos del sistema penal, Valencia: Tirant lo Blanch.