Alfonso X El Mago
Alfonso X El Mago
Alfonso X El Mago
C O L E C C I Ó N d e E S T U D I O S
ALFONSO X EL MAGO
doctoró en Filología Hispánica por la Universidad
Se trata, por tanto, de situar en su adecuado
Autónoma de Madrid en 2011. Su tesis doctoral,
contexto las obras salidas del scriptorium
Tradición y fortuna de los libros de astromagia del
alfonsí, cuyo contenido no ha empezado a ser
scriptorium alfonsí, dirigida por el doctor Luis
debidamente considerado prácticamente hasta
Miguel Vicente García, es el germen del presente
hace unos pocos años. Dentro de la amplia obra
libro.
alfonsí de carácter astromágico se han agrupado
aquí para su estudio, por una parte, el Picatrix,
Hasta la fecha ha publicado artículos en varias como exponente de la literatura propiamente
revistas, así como en obras colectivas, y ha mágica, el Liber Razielis, por su relación con
ALFONSO X EL MAGO
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eISBN: 978-84-8344-471-9
DOI:http://dx.doi.org/10.15366/alfonsoxelmago2015
I.S.B.N.: 978-84-8344-457-3
Depósito legal: M-6301-2015
Impreso en España
A mi madre, Rosa Sánchez Pecci
A Dan
“Un rey para ser tal debe ser el primero de los hombres en conocimiento y sabiduría, pues sólo
así deviene reflejo en la tierra de la Inteligencia Suprema”.
Alfonso X
ÍNDICE
PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
I. INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
I.1. LA ESCUELA DE TRADUCTORES DE TOLEDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
I.2. ALFONSO X EL SABIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
I.3. TOLEDO Y LA MAGIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO . . . . . . . . . . . 31
II.1. ALFONSO X Y LOS CABALISTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
II.1.1. Breve historia de la cábala . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
II.1.2. El círculo Zohárico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
II.1.3. El árbol de la vida cabalístico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
II.1.3.1. El tema del mal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
II.1.3.2. El alma humana y su periplo a través del árbol . . . . . . . . 57
II.1.4. Exégesis cabalística . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
II.1.5. La herencia hispanohebrea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
III.1. EGIPTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
III.2. MESOPOTAMIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
III.3. GRECIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
III.4. ROMA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
III.5. LA MAGIA ÁRABE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
III.6. LA MAGIA MEDIEVAL: MAGIA FRENTE A BRUJERÍA . . . . . . . . . . . . . . . 95
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
IV.1. LA ASTROLOGÍA JUDICIARIA Y LA ADIVINACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . 103
IV.1.1. Breve historia de la adivinación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 104
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
V. 1. PICATRIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
V. 2. LIBER RAZIELIS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
V. 3. LAPIDARIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
V. 4. LOS LIBROS DE ASTROLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
VI. CONCLUSIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
8 ALFONSO X EL MAGO
9
I
INTRODUCCIÓN
Cuando Alfonso X el Sabio nace en Toledo en 1221 dicha ciudad ya contaba con
una larga tradición previa que la vinculaba con la transmisión del conocimiento en sus
más variados campos y muy especialmente con el estudio de doctrinas y corrientes de
pensamiento consideradas por la mayoría como heterodoxas cuando no abiertamen-
te proscritas.
La conjunción de esos tres elementos, la ciudad de Toledo, con su legendaria tra-
dición mágica, la enseñanza que allí era conservada y transmitida, y la figura del rey
sabio como catalizador de todos esos conocimientos y saberes dio lugar a uno de los
momentos más relevantes de la historia cultural tanto española como europea.
Gracias a la labor propiciada por Alfonso X, Toledo se convierte en una puerta a
través de la cual se transmite a Europa el inmenso caudal de conocimiento que el
mundo árabe había atesorado en los siglos anteriores y que sin el esfuerzo de traduc-
ción llevado a cabo en la ciudad, ya con anterioridad al monarca y continuado por él,
habría estado vedado para todo el Occidente cristiano.
La relevancia de esta cuestión es extraordinaria si atendemos al escaso legado de
la Antigüedad que de manera directa se había conservado en Occidente. Menéndez
Pelayo afirma que, como parte de ese acervo cultural conservado, sólo se pueden
mencionar el Timeo platónico, los tratados lógicos de Aristóteles y las compilaciones
alto-medievales de Boecio, Casiodoro, Isidoro, Alcuino y Beda1.
El Oriente islamizado, en cambio, a través de versiones siríacas de transmisión
bizantina, conservó los textos de los principales pensadores griegos, además de los
saberes de Ptolomeo, Euclides o Galeno, a los que se sumaron los aportes de la pro-
pia ciencia árabe matemática, astronómica, geográfica, médica, etc.
Damasco y Bagdad, capitales sucesivas del Califato, fueron sedes de la más eleva-
da cultura de su tiempo. Su vinculación inicialmente directa con Córdoba y, tras la
independencia de al-Andalus, de permanente relación e influencia cultural, permitió al
mundo andalusí seguir en intenso contacto con los antiguos focos emisores.
La civilización islámica conoció entre los siglos IX y XIII un esplendor científico
y artístico sin parangón. En el siglo IX, al-Ma`mun había fundado en Bagdad la deno-
minada Bayt-al-Hikma (Casa de la Sabiduría), que fue escuela de traductores, bibliote-
1
M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Libro Tercero, p. 175.
11
12 ALFONSO X EL MAGO
2
E. Benito Ruano, “Ámbito y ambiente de la Escuela de Traductores de Toledo”, pp. 15-17.
3
http://www.centrodelasculturas.org.ar/content/view/21/56/1/2/
4
E. Benito Ruano, “Ámbito y ambiente de la Escuela de Traductores de Toledo”, p. 17.
I. INTRODUCCIÓN 13
zado por los miembros de la Escuela, es decir, si no se trataba más que de traducto-
res o si eran además eruditos versados en los temas de los que se ocupaban, como
acerca de la participación más o menos directa del monarca en la labor realizada han
sido objeto de estudio y reflexión durante mucho tiempo. Lo relevante, en cualquier
caso, es el hecho de que gracias a su trabajo han llegado hasta nosotros obras de varia-
da temática cuya difusión consideró Alfonso X como una obligación moral, pues en
sus propias palabras era la manera más idónea de que “las maravillosas virtudes que
Dios puso en las cosas fuesen conocidas por los hombres, para que Dios fuese por
ellos loado, amado y temido”5.
La idea de fondo es que la naturaleza se entiende en la Edad Media como objeto
de contemplación simbólica de la obra divina, y de ese modo se llega a la observación
de las propiedades de plantas y minerales y de los influjos que sobre ellos y sobre las
vidas humanas ejercen los astros, muy especialmente en lo que a aplicaciones médicas
se refiere.
Siguiendo esta corriente, por tanto, se traducen obras que tratan sobre las propie-
dades ocultas de las cosas y los efectos mágicos que se podían inducir en objetos y
personas por medio de determinadas ceremonias, y en concreto gracias a la llamada
ciencia de las imágenes, es decir, la construcción de talismanes, que debía cumplir una
serie de requisitos muy exigentes en cuanto a su realización.
Estas cuestiones alcanzan una popularidad que trasciende con mucho el estudio
puramente erudito de aquellos sabios versados en el arte de la astronomía, y el propio
rey alerta sobre los peligros de prestar atención a charlatanes y agoreros que no sean
maestros autorizados ni gentes de buenas costumbres. Las influencias de los cuerpos
celestes serán, por tanto, ampliamente aceptadas durante el siglo XIII, aunque seguirá
existiendo la duda y la discusión al respecto de su posible origen demoníaco en base
a ciertos efectos considerados no naturales6.
En este rico y complejo contexto cultural, que la labor del rey contribuirá sin duda
a ampliar considerablemente, se desarrolla la vida y la obra de Alfonso X, cuyas carac-
terísticas se detallan a continuación.
Es Amable Jourdain en 1819 quien habla por primera vez de la Escuela de Tra-
ductores de Toledo, cuyo significado sería posteriormente recogido por Renan en su
obra Averroes y el Averroísmo (1852) bajo la denominación de “Colegio de Traductores”,
y por Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles (1881)7.
5
A. García Avilés, “Imágenes mágicas. La obra astromágica de Alfonso X y su difusión en la Euro-
pa bajomedieval”, en El legado de Alfonso X, p. 19.
6
Esta cuestión se desarrolla ampliamente más adelante.
7
R. Rodríguez González, “La convivencia basada en la cultura: el ejemplo de la Escuela de Tra-
ductores de Toledo”, p. 41.
14 ALFONSO X EL MAGO
8
F. Márquez Villanueva, El concepto cultural alfonsí, pp. 82-83.
9
M. Gargatagli, “La historia de la Escuela de Traductores de Toledo”, p. 11.
I. INTRODUCCIÓN 15
10
Sin embargo, Toledo siempre se contó entre sus ciudades más amadas y los motivos para centrar
en ella la parte más importante de su labor traductora y recopilatoria se apoyaban en su larga tradición
previa y en la disponibilidad de los colaboradores toledanos. Véase El concepto cultural afonsí de Francisco
Márquez Villanueva, pp. 75-77.
16 ALFONSO X EL MAGO
la corte y los de la catedral, aunque se sabe que en algunos casos los nombres coinci-
den; pero es significativo que, excepto una copia de la traducción latina de Abenragel
hecha por Alfonso X, entre los manuscritos del siglo XIII de la catedral de Toledo,
mayoritariamente en latín, no se conserva ninguna de las obras realizadas por encar-
go del rey11.
La retribución recibida por los colaboradores alfonsíes puede que incluyera pagos
en dinero, pero la documentación relativa al reinado hace pensar que se trataba más
bien de donaciones y de franquicias en concepto de tierras y rentas reales; se sabe, por
ejemplo, que Xosse Alfaquí y Garcí Pérez, dos colaboradores científicos, recibieron
propiedades en Sevilla en 1253, y que se dieron en 1266 a Yehudah ben Moshe varias
casas en Jerez de la Frontera12.
Sin embargo, lo más significativo es el hecho de que algunos de estos colabora-
dores mantenían con el rey una cierta familiaridad, como dejará constancia escrita
Don Juan Manuel al indicar que, junto a personas reunidas y pagadas para una tarea
específica y de corta duración, también existían sabios que formaban parte del séqui-
to permanente del rey. Entre estos últimos que vivían en la corte figurarían Buena-
ventura de Siena, Pedro de Reggio (ambos notarios de la cancillería real), Garcí Pérez
(notario mayor del rey en Andalucía), Abraham Alfaquí (médico de Alfonso X y tam-
bién después de Sancho IV), Yehudah ben Mosheh (médico del rey) o Ishaq ben Sid
(Rabiçag) (uno de los principales prestamistas de la Corona).
Todo ello hace pensar que el vínculo de los sabios con el rey fue más estrecho que
el que suele darse en un marco de simple mecenazgo, puesto que la mayoría de las
veces además de colaborar en la labor científica, jurídica, histórica o literaria, el inte-
lectual de la corte alfonsí está directamente implicado en las cuestiones más concre-
tas, administrativas, financieras o médicas, del poder real y su ejercicio13.
En cuanto a las obras, en el campo científico destacan las traducciones de textos de
astronomía, muchos de ellos compilados en los Libros del saber de astronomía, pero también
obras matemáticas, de geometría, puramente astrológicas y geománticas de origen árabe.
Se ha considerado como el más importante de los traductores de Alfonso X a
Yehudah ben Mosheh ha-Kohen, quien tradujo al latín la Azafeha de Azarquiel, el
Libro conplido en los iudizios de las estrellas de Ali Aben Ragel, considerado la mejor sín-
tesis de astrología greco-árabe, el Libro de la ochava esfera de un original caldeo, el Lapi-
dario o las Tablas alfonsíes en colaboración con Rabiçag, personaje también destacado
en cuanto a su formación científica. Es de mencionar, así mismo, Abraham de Tole-
do o Abraham Ibn Waqar que hacia 1270 traduce El libro de la constitución del universo y
el famoso Al-Mi’raj, traducido al castellano como La escala de Mahoma.
Si sabemos los nombres de los colaboradores científicos de Alfonso X, la oscuri-
dad es total en cuanto a los encargados de componer las obras legislativas e históricas
11
E. S. Procter, Alfonso X de Castilla, patrono de las letras y del saber, pp. 25-26.
12
G. Martin, Los intelectuales y la Corona: la obra histórica y literaria, p. 271.
13
Ibídem, pp. 272-273.
I. INTRODUCCIÓN 17
debido a la vinculación directa del rey con su redacción, algo similar a lo que ocurre
con la obra poética, en la que sólo en parte habría participado en realidad Alfonso X;
si los nombres de los expertos en ciencias se transmitieron fue precisamente porque
las obras que contenían dichos saberes debían ser encargadas a auténticos conocedo-
res de los mismos para tener validez científica.
De especial importancia son las Tablas alfonsíes para el cálculo astronómico basa-
das en las Toledanas de un siglo antes y calculadas también según el meridiano de Tole-
do, aunque se pueden citar igualmente otros tratados técnicos como los Libros del relo-
gio, sobre la construcción de relojes, o los Libros de axedrez, dados e tablas, así como algu-
nas obras literarias significativas para la narrativa europea, como el Calila e Dimna, ver-
sión árabe de una colección persa del siglo VIII.
Se hacen traducciones a diversas lenguas como el latín e incluso el francés, pero
el castellano se convierte en la lengua principal de traducción dado que el rey preten-
de poner las traducciones al alcance de un mayor número de personas, gracias a lo cual
se avanza hacia la consolidación del castellano como lengua científica, literaria y de
cultura al superar al fin la idea del latín como lengua del saber.
Durante el siglo XIII se mantiene la presencia en Toledo de intelectuales y eruditos
que llegan a la ciudad atraídos por su actividad cultural, aunque en este periodo encon-
tramos ya que la mayoría de los traductores son toledanos, destacando entre ellos los de
origen judío. También comenzará a predominar la temática científica, con obras astroló-
gicas o astronómicas, físicas y matemáticas frente a las de carácter filosófico.
Algunos de los nombres que pueden destacarse durante esta etapa son Álvaro de
Oviedo, Abraham Alfaquí, Semuel ha-Levi Abulafiah, Fernando de Toledo, Guillén
Arremón d’Aspa, Bernardo el Arábigo, Alquibitio de Toledo, Mahomad de Sevilla,
Yosef ben-Halí o Jacob Aven-Vena de Córdoba, de los que volveremos a hablar más
adelante.
Los nuevos métodos de trabajo que se ponen en funcionamiento suponen tareas
como la del enmendador, capitulador y glosador, que se encargan de revisar y completar la
labor de los traductores, algo lógico si tenemos en cuenta que el monarca también
promovió la redacción de obras originales.
En cuanto a la mítica existencia de una Escuela paralela dedicada a la nigroman-
cia y a las artes mágicas en general, trataremos extensamente más adelante, intentado
analizar por qué Toledo era la ciudad donde “podía estudiarse todo lo que un cristia-
no no debería saber” según las palabras de Márquez Villanueva14.
La actividad traductora desarrollada en Toledo supuso un importante apoyo para
las universidades y sus planes de estudio, sobre todo para las de París, Bolonia o Mont-
pellier, ya que la enseñanza universitaria estaba basada en el análisis y la discusión de
textos por lo que, a partir del siglo XIII, se nutrirán de las traducciones llevadas a cabo
en Toledo con las influencias que eso conlleva (aristotelismo, sufismo, emanatismo y,
14
La cita está tomada de Marietta Gargatagli, “La historia de la escuela de traductores de Toledo”,
p. 12.
18 ALFONSO X EL MAGO
Alfonso X, conocido como el Sabio (aunque en algún momento fue apodado “el
astrólogo”17), nacido en Toledo el 23 de noviembre de 1221 y fallecido en Sevilla el 4
de abril de 1284, fue rey de Castilla y de León al ser hijo primogénito de Beatriz de
Suabia y de Fernando III, a quien sucedió el 1 de junio de 1252.
Ya antes de su subida al trono tuvo un papel relevante, por ejemplo, en la con-
quista del Reino de Murcia (1241) o en la paz con Jaime I de Aragón, que conllevó el
matrimonio de Alfonso con su hija Violante, celebrado el 29 de enero de 1249 en
Valladolid.
Su participación en la Reconquista se extiende a la toma de plazas como Jerez,
Medina-Sidonia, Lebrija, Niebla y Cádiz, e incluso continuó su avance pasando al
norte de África, en una operación cuyo mayor alcance fue la expedición a Salé en
1260, aunque el objetivo principal de estas incursiones, Ceuta, se mantuvo en manos
islámicas.
En lo que a la política interna se refiere, hubo de enfrentarse a rebeliones como la
protagonizada por el infante don Enrique en 1255 o la que encabezó el infante don
Felipe, también hermano de Alfonso, y Nuño González de Lara en 1272, debido a las
reformas legislativas del rey que amenazaban los privilegios nobiliarios por la crecien-
te intervención del Estado en las legislaciones privativas.
Importante fue también la revuelta mudéjar que, pocos años después de haber
renovado la sumisión a Castilla ofrecida ya a Fernando III, se produjo en los territo-
15
A este respecto se puede consultar la obra de Johannes Hirschberger, Historia de la Filosofía, Tomo
I, Antigüedad, Edad Media y Renacimiento, Herder, 1976.
16
D. H. González, “Escuela de Traductores de Toledo”, pp. 85-86.
I. INTRODUCCIÓN 19
rios de Niebla y Jerez de la Frontera cuando Alfonso X les arrebató la escasa auto-
nomía que todavía tenían. Este hecho, junto con otros incumplimientos de las capitu-
laciones acordadas en su día con los musulmanes andaluces y murcianos, provocó una
sublevación de la población mudéjar del sur peninsular en 1264, apoyada por el rey de
Granada.
La rebelión fue fácilmente sofocada en Andalucía en pocos meses, pero en Mur-
cia sería necesaria la intervención combinada de tropas castellanas y aragonesas,
comandadas por el propio Jaime I de Aragón. Esta revuelta tuvo como consecuencia
la expulsión o huida de muchos mudéjares andaluces, y el despoblamiento de vastas
áreas en la Campiña del Guadalquivir.
Alfonso, como hijo de Beatriz de Suabia, además de buscar la hegemonía de Cas-
tilla en el territorio peninsular, planteó también sus aspiraciones a la corona imperial
de Alemania, logrando su elección en 1257 con el apoyo de Sajonia, Brandeburgo,
Bohemia y varias ciudades italianas. Sin embargo, la oposición del papa Gregorio X
hizo fracasar sus pretensiones en favor de Rodolfo de Habsburgo, renunciando final-
mente don Alfonso en 1276, con el desagrado del pueblo que se vio afectado econó-
micamente en dicho empeño, denominado fecho del imperio.
En 1272 tiene lugar el desembarco en Algeciras de los benimerines de Marruecos,
campaña durante la cual muere el infante Fernando, heredero del trono, antes de que
su hermano Sancho consiguiera rechazar a los musulmanes. En una batalla posterior,
ya en 1278, los benimerines derrotan a una flota castellana en el estrecho de Gibral-
tar, consiguiendo así obligar a Alfonso a aceptar una tregua.
Uno de los principales conflictos a los que tuvo que enfrentarse el rey, sin embar-
go, fue el de su sucesión; según las Siete Partidas debía sucederle el hijo mayor del
difunto Fernando de la Cerda (el derecho consuetudinario castellano, en caso de
muerte del primogénito hacía recaer la sucesión en el segundo hijo, en este caso, San-
cho, mientras que el derecho romano privado, introducido en las Siete Partidas, esta-
blecía que la sucesión correspondía a los hijos de Fernando de la Cerda), pero al morir
Fernando el rey prefirió nombrar heredero en 1278 a su segundo hijo, el futuro San-
cho IV, siguiendo por tanto la tradición castellana y tal vez para evitar un enfrenta-
miento con éste.
Cuando posteriormente tomó la decisión de nombrar rey de Jaén al infante de la
Cerda, Sancho buscó apoyo en Aragón y Portugal, mientras Francia apoyaba a su rival
dado que el rey Felipe III era su tío, y se hizo reconocer por unas Cortes reunidas en
Valladolid, que depusieron a Alfonso de sus poderes, aunque no del título real. Sólo
Sevilla, Murcia y Badajoz permanecieron fieles a don Alfonso.
Nos encontramos ya en ese momento en el año 1282. El rey, confinado en Sevi-
lla, buscó apoyo en el rey benimerín, pero murió antes de poder resolver su enfrenta-
miento con Sancho, a quien deshereda en su testamento, reconociendo así como suce-
sores a los infantes de la Cerda. Este testamento fue derogado por Sancho IV, que se
proclamó nuevo rey.
20 ALFONSO X EL MAGO
17
En su época tanto la nobleza como el clero le atribuían el sobrenombre de “estrellero” o “astró-
logo”.
18
En el presbiterio de la Catedral de Murcia se conservan las entrañas de Alfonso X, aunque su des-
tino final, según la voluntad del monarca, hubiese debido ser Tierra Santa. En la inscripción que puede
leerse en la urna que contiene sus restos figura escrito lo siguiente: «Aquí están las entrañas del señor rey
Don Alfonso X, el qual muriendo en Sevilla por la gran lealtad con que esta cibtat de Murcia le sirvió en
sus adversidades las mandó sepultar en ella.»
19
F. Márquez Villanueva, El concepto cultural alfonsí, p. 116.
I. INTRODUCCIÓN 21
20
En anexo se incluye la relación de todas las obras con sus correspondientes manuscritos, edicio-
nes y estudios.
21
E. Tejero Robledo, “El siete, número cósmico y sagrado. Su simbología en la cultura y rendi-
miento en el Romancero”, pp. 225-226.
I. INTRODUCCIÓN 23
22
M. V. Chico Picaza, “El scriptorium de Alfonso X el Sabio”, en Memoria de Sefarad, p. 269.
23
M. González Jiménez, “Alfonso X y las minorías confesionales de mudéjares y judíos”, en El lega-
do de Alfonso X, p. 13.
24 ALFONSO X EL MAGO
sí fue encarcelado en 1281: Todros ben Yehudah ha-Levi Abulafiah, nacido en 1247,
y que fue el poeta más destacado de la poesía hebrea en la corte alfonsí, representan-
te de la poesía hebraico-toledana, que llega a su cima en el siglo XIII, caracterizándo-
se por el mantenimiento de las bases poéticas de la escuela andalusí, que se desarrolló
a partir del siglo IX bajo la dominación musulmana, y a la vez por sus innovaciones
literarias, que reflejan la influencia de la literatura castellana. Como se mencionó ya
anteriormente, cuando a mediados del siglo XII los centros culturales judíos en terri-
torio musulmán son destruidos, Toledo se convierte en el centro literario hispanohe-
breo más importante.
La obra poética de Todros ben Yehudah ha-Levi Abulafiah es un documento que
describe la difícil situación que vivió en la corte alfonsí, rodeado de enemigos, y que
nos muestra también su admiración y las alabanzas que dedicó a la figura del rey. La
imagen de Alfonso X que se refleja en su poesía es la de una fuerza central y positiva
que emana luz y justicia y la de un gobernante poderoso, a quien todos temen, pleno
de virtudes y de poderes sobrenaturales24. Habría que añadir a todo lo anterior el
hecho de que bastantes de los poemas de Todros ben Yehudah revelan un cierto cono-
cimiento de la Cábala que se encontraba en pleno apogeo en España en esos momen-
tos, como veremos más adelante.
El caso de los mudéjares es diferente porque a partir de la revuelta de 1264-66 su
número descendió hasta convertirse en una minoría residual. Desde el punto de vista
jurídico y fiscal su situación era similar a la de los judíos, es decir, que gozaban de liber-
tad de culto, podían poseer bienes en propiedad y tenían una cierta libertad de movi-
mientos. Pero, en cualquier caso, las relaciones de los mudéjares con los cristianos fue-
ron difíciles y conflictivas, puesto que siempre pesó sobre ellos la sospecha de la cola-
boración con los musulmanes granadinos y norteafricanos25.
Sin embargo, es un hecho que, pese a esta eterna desconfianza, los mudéjares son
hasta cierto punto mejor tratados que los judíos tanto en las Siete Partidas como en las
Cantigas de Santa María, tal vez por el peso de la tradición religiosa cristiana que siem-
pre presentó a los judíos como los enemigos y asesinos de Cristo. Aunque la realidad,
como es sabido, es que muchas medidas legales nunca se llevaron a la práctica y resul-
tan incluso irónicas, por ejemplo, si pensamos en aquella que prohibía a los judíos ejer-
cer cargos públicos, cuando el propio rey los empleaba en su administración a todos
los niveles.
En cualquier caso, y a pesar de las posibles sombras que pudieran existir, y obvia-
mente existieron también durante el reinado de Alfonso X el Sabio, la opinión gene-
ral es que se caracteriza por la moderación y la tolerancia a niveles no equiparables con
otros reinados ni en España ni fuera de ella, gracias a todo lo cual son muchos los
medievalistas que han considerado al siglo XIII una especie de “siglo de las luces”, en
24
A. Dorón, “La imagen de Alfonso X el Sabio en la creación literaria hebrea”, p. 137.
25
M. González Jiménez, “Alfonso X y las minorías confesionales de mudéjares y judíos”, en El lega-
do de Alfonso X, p. 13.
I. INTRODUCCIÓN 25
palabras de Emilio Mitre Fernández, como reconocimiento a los avances que espe-
cialmente en el terreno cultural se realizaron en este periodo y que sentaron las bases
para posteriores progresos en cuestiones tanto científicas como literarias. La aporta-
ción del rey Alfonso en este sentido es de una importancia indiscutible y justificante
del hecho de que su nombre se asocie ya desde la época de su reinado con la protec-
ción y el estudio de las ciencias y las letras.
Su obra, según Márquez Villanueva, no es sino la culminación de un vasto proyecto de
gobierno al que caracterizan la claridad de objetivos y la tenacidad con que es llevado a la
práctica. Alfonso X no era un bibliófilo, sino un activo estudioso sin comparación en el
mundo cristiano y sólo próximo a figuras como al-Ma`mun, al-Hakam II o Ibn Di-l-Nun
de Toledo, que en Occidente se admiraban y temían al mismo tiempo. Su proyecto de reno-
vación cultural abarcaba así Oriente y Occidente, disociando, por fin, latinidad y saber26.
La autoridad real comienza de este modo a reemplazar a la Iglesia en la dirección
de la cultura; por ejemplo, entre la normativa fundacional de la Universidad de Sala-
manca destaca la carta otorgada por el rey Alfonso X el Sabio el día 8 de mayo de 1254
por la que se establece la organización y dotaciones financieras, y que resulta decisiva
en este sentido dentro de la actividad del monarca castellano al ignorar la teología y
favorecer los estudios jurídicos. La obra alfonsí aparece así como única en su época al
acoger un doble legado bajo sus formulaciones hispano-oriental y latina.
26
F. Márquez Villanueva, El concepto cultural alfonsí, pp. 28-29.
26 ALFONSO X EL MAGO
27
J. Ferreiro Alemparte, “La escuela de nigromancia de Toledo”, p. 209.
I. INTRODUCCIÓN 27
28
Sobre este tema se puede consultar La cueva de Hércules y el Palacio encantado de Toledo de Fernando
Ruiz de la Puerta, Bremen, 2004.
29
Para algunos autores, como el ya citado Fernando Ruiz de la Puerta, se trataría de dos objetos dis-
tintos, siendo el Espejo un instrumento de adivinación capaz de ver todo lo que está oculto.
30
Puede verse sobre esta cuestión el artículo de María Jesús Rubiera Mata “La mesa de Salomón”,
pp. 26-31.
28 ALFONSO X EL MAGO
costa de su vida. El rey no consiguió, por tanto, y siempre según la leyenda, tener acce-
so al conocimiento que tal vez custodiaban los templarios.
Desde un punto de vista histórico el vínculo de Toledo con la magia se pierde en
la más lejana antigüedad; ya entre los años 80 y 90 d. C. San Eugenio, el primer obis-
po cristiano de Toledo, expulsó de la ciudad a los numerosos magos y adivinos que
habitaban en ella31. De igual forma, en el Toledo visigótico las artes mágicas debían
estar considerablemente extendidas, puesto que en diferentes Concilios se publican
cánones en contra de estas prácticas, aclarándose además que del recurso a la magia y
a la adivinación no estaban exentos, al parecer, ni miembros de la Iglesia ni jueces32.
Durante los siglos X y XI parece que circularon por el Toledo musulmán nume-
rosos libros dedicados a la magia, como el Sol de las ciencias de Abu-l-Abbas-el Alboni,
el Juicio de la ciencia arenaria o geomancia de al-Zanuti, los Pronósticos sobre figuras y contem-
placiones celestes de Abu-l-Masar o el tratado llamado Nacimientos del judío toledano Ben-
Azsi-Aljaubi, entre otros muchos33. Como es sabido, Toledo se convirtió durante este
periodo en lugar de destino de importantes bibliotecas, como la de al-Hakam II, que
contenían además de otras materias un considerable número de obras de contenido
mágico, a consecuencia de la guerra civil en Córdoba que acabó con el califato y que
supuso la creación en Toledo de la taifa gobernada por los Banu-Di-l-Nun, cuyo
gobierno destaca por su elevado nivel cultural y su tolerancia religiosa, siendo el más
importante de los cuatro reyes de esta dinastía al-Mamoun, que gobernó entre los
años 1043 y 1075, y cuya corte se convierte en refugio de poetas, filósofos y eruditos.
A consecuencia de esta apertura y tolerancia es de suponer que proliferó el estudio
de las artes mágicas hasta tal punto que a partir del siglo XII Toledo se considera ya
como la capital de la nigromancia, que pasa a denominarse Scientia o Ars Toletana, y surge
la idea de la Escuela de Nigromancia, de la que ya hemos hablado anteriormente, y cuya
localización física se situaría en la también mencionada Cueva de Hércules.
Desde ese momento las leyendas acerca de los personajes que han tenido relación
con Toledo y con la magia han sido innumerables e incluyen incluso a un Papa, como
es el caso de Silvestre II (Gerberto de Aurillac) que según la leyenda habría sido ins-
truido en España, entre otros lugares en Toledo, tal vez en la década del 960 al 970 y
que gracias a sus artes mágicas habría conseguido alcanzar el papado34, o ya a finales
del siglo XIV y principios del XV encontraríamos al nigromante quizá más famoso
que nos ha dejado la leyenda, es decir, Enrique de Aragón, el Marqués de Villena, en
los sótanos de cuya vivienda toledana, la antigua casa de Semuel ha-Levi y actual Casa-
Museo del Greco, afirmaban sus vecinos que cada noche se escuchaban ruidos
extraños y se veían luces de origen desconocido, imponiéndose la idea de que la fina-
lidad de sus desvelos no era otra que conseguir el elixir alquímico que le permitiera
31
F. Ruiz de la Puerta, Historia de la magia en Toledo, p. 26.
32
Ibídem, p. 33.
33
Ibídem, p. 53.
34
Ibídem, p. 148.
I. INTRODUCCIÓN 29
vencer a la muerte, meta que habría logrado, puesto que, según la leyenda difundida
por la ciudad, el marqués habría dejado las instrucciones necesarias a su criado para
proceder después de su muerte y hasta el momento de su vuelta a la vida, circunstan-
cia que no pudo tener lugar finalmente, en todo caso, puesto que el criado fue descu-
bierto y obligado a confesar aconteciendo así la segunda y definitiva muerte de los res-
tos de Enrique de Villena35.
La figura del marqués, un estudioso y erudito que pasó a la historia, sin embargo,
como mago y nigromante, junto con otros muchos personajes asociados con leyendas
populares similares contribuyeron a asentar la fama de la ciudad de Toledo como cuna
de la enseñanza esotérica, algo en lo que también tuvo mucho que ver el rey Alfonso
X y su Escuela de Traductores, puesto que entra dentro de lo posible que dicha fama
sea el resultado de la opinión popular basada en buena medida precisamente en las
actividades de traducción de textos, por así decir, no ortodoxos, que Alfonso X y sus
colaboradores, y ya antes sus predecesores en el siglo XII, llevaron a cabo.
35
La leyenda sobre las dos muertes de Enrique de Villena se recoge en numerosos lugares, entre
ellos la obra de José María Ferrer titulada Secretum, La España enigmática, pp. 79-81.
II
MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO
31
32 ALFONSO X EL MAGO
mucho tiempo después del reinado del rey toledano ser científico y mago estará aún
estrechamente relacionado.
La mentalidad de Alfonso X es la de un hombre de su tiempo, por tanto, que
aprovecha la suma de conocimientos acumulados por distintas comunidades en un
momento y lugar realmente privilegiados en ese aspecto, a la vez que se nos presenta
como plenamente actual por su amplitud de miras, la claridad de su pensamiento y sus
deseos de patrocinar la difusión del conocimiento como una forma de mejora gene-
ral dentro de sus planteamientos políticos.
En cuanto a la scientia y ars toletana, como ya hemos dicho que se llegó a denomi-
nar a los estudios de magia, queda constancia de su importancia en la séptima de las
Partidas, donde se defiende el uso de las prácticas adivinatorias (contrariamente a lo
aconsejado por figuras de la importancia de San Agustín o Santo Tomás en el mundo
cristiano) siempre que éstas sean realizadas por expertos en dichas cuestiones, de
manera que lo que se castiga es el engaño y la falsedad de quienes pretenden ejercer-
las sin poseer el conocimiento suficiente. En cambio, la nigromancia sí se prohíbe por
la peligrosidad de sus efectos, al igual que la magia amatoria realizada por medio de
imágenes o brebajes (de los cuales existen numerosos ejemplos, por otra parte, en
varios de los textos traducidos por orden del propio rey)36.
La clave, en cualquier caso, que demuestra hasta qué punto llegaba el interés del
rey Alfonso X por los temas mágicos está, por una parte, en alguno de los textos que
mandó traducir, en particular el Picatrix, por las razones que se analizarán al tratar el
libro relativas a su contenido y al uso privado que parece tuvo su versión castellana, y
por otra, en al menos dos de los personajes que mayor influencia tuvieron sobre el
monarca, ambos personalidades de peso en la comunidad judía toledana de la época,
Yehudah ben Moshe ha-Kohen y Todros ben Yosef Abulafiah.
Yehudah fue uno de los principales traductores del rey en su calidad de astróno-
mo (aunque Carmen Ordóñez de Santiago en su tesis El pronóstico en astrología. Edición
crítica y comentario astrológico de la parte VI del “Libro conplido en los iudizios de las estrellas de
Abenragel” expone la interesante teoría de que más bien debió ser un experto en her-
metismo y disciplinas afines que propiamente un erudito de la astronomía) y buen
conocedor de las lenguas árabe y latina, además de médico del monarca, todo lo cual
induce a pensar en una relación especialmente estrecha, que vendría a confirmar su
participación en la elaboración de muchas de las obras alfonsíes, como se ha mencio-
nado ya en páginas anteriores, y entre ellas, muy probablemente, el propio Picatrix.
Por su parte, Todros ben Yosef ha-Levi Abulafiah, gran rabino de Toledo y nasi´ de
las aljamas de Castilla, es decir, su máximo dirigente espiritual, ocupó un puesto destaca-
do en la corte de Alfonso X, que ni siquiera en los momentos más trágicos para su comu-
nidad, a raíz de las represalias del rey contra los judíos en 1281 por un problema con los
recaudadores de impuestos, se vio afectado por ellas; es de suponer que hasta ese punto
36
Acerca de la labor legislativa alfonsí puede verse “La obra legislativa de Alfonso X. Hechos e
hipótesis” de Alfonso García Gallo en Anuario de Historia del Derecho Español, pp. 495-704.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 33
llegaban los lazos personales con el monarca si, además, tenemos en cuenta que, a la
muerte de Todros, su hijo Yosef sí tuvo que abandonar Toledo y marchar a Talavera.
Pero lo más significativo de Todros Abulafiah es que, aparte de los cargos que
desempeñaba en su comunidad, de su condición de poeta ocasional y de su vincula-
ción con la corte, fue uno de los más importantes maestros cabalistas de su época y
autor de comentarios bíblicos y talmúdicos desde el punto de vista de la Cábala; en
sus obras, Sefer otsar ha-kabod (Libro del tesoro de la Gloria) y Sha`ar ha-razim (Puerta
de los secretos) destaca por la combinación de las enseñanzas de la escuela cabalista
de Gerona y la castellana. De su hijo también se dice que, una vez en Talavera, se
dedicó a acoger allí a otros cabalistas.
No se trata, en todo caso, de los únicos personajes de similares características que
rodearon al rey, sino que se podría citar a otros como Abraham de Colonia, discípulo
de Eliezer de Worms, que abandonó Alemania para instalarse en Toledo porque afir-
maba que la corte de Alfonso X era la que mejor trataba a los judíos. Es necesario aña-
dir que Abraham de Colonia también era un destacado cabalista37.
El hecho de que en el círculo privado del monarca se destacasen tan decidida-
mente colaboradores expertos en Cábala y en astrología no parece que pueda ser en
ningún caso accidental, contando además con los textos que corroboran el tiempo y
esfuerzo dedicados por Alfonso X y sus sabios a la difusión de estas disciplinas.
No es este, evidentemente, el único caso de un rey interesado en el estudio de las
prácticas científico/mágicas; la fortuna de Alfonso X consiste en haber podido y queri-
do acceder a unas fuentes de conocimiento que, de no haberse rescatado en ese momen-
to, habrían sido mucho más difícilmente recuperables para la cultura occidental. En ese
sentido la importancia de su labor, así como la de sus traductores, es enorme.
En cuanto a la implicación personal del rey en dichas prácticas mágicas, la res-
puesta nos es necesariamente desconocida por su misma naturaleza, pero sí se puede
afirmar que su inclinación llegaba al menos al punto de desear disponer de algunos
textos especialmente significativos en la materia.
Otro punto que puede ser digno de mención es la conflictiva relación que Alfon-
so X mantuvo con la Iglesia durante su reinado; por supuesto siempre mantuvo una
imagen de perfecto rey cristiano y, de hecho, durante los primeros años de su gobier-
no las relaciones monarquía/iglesia fueron muy positivas. Pero a medida que pasa el
tiempo el intervencionismo y control del rey sobre los asuntos eclesiásticos, así como
crecientes problemas económicos que venían a interferir en dichas relaciones, supu-
sieron un enfrentamiento cada vez mayor, que culminó con el apoyo eclesiástico a los
rivales del monarca en las revueltas a las que éste tuvo que enfrentarse, especialmen-
te cuando la mayor parte del episcopado dio su apoyo a Sancho IV pese a las presio-
nes recibidas para mantenerse al lado de don Alfonso38.
37
Retomaremos el estudio de su vida y obra en apartado posterior.
38
Véase al respecto La monarquía como conflicto en la Corona castellano-leonesa (c. 1230-1504) editado por
José Manuel Nieto Soria, Sílex Universidad, Madrid, 2006.
34 ALFONSO X EL MAGO
Es de suponer que la idea alfonsí de que el rey debía ser también un líder espiri-
tual, debido a que la monarquía obtiene su poder directamente de Dios, unida a las
críticas que por parte de la Iglesia había recibido por su interés hacia temas que con-
sideraban casi paganos, alimentó un enfrentamiento que llegó a ser incluso personal
en algunos momentos.
En cualquier caso, a la luz de los datos conocidos actualmente parece que hay
motivos más que suficientes para justificar el sobrenombre con el que Alfonso X fue
conocido antes de que se transformase en el Sabio, es decir, para entender por qué
durante su reinado su interés por la astrología y la magia llevó a la nobleza y al clero
a referirse a él como Alfonso X el Estrellero, así como también es comprensible que un
rey de semejantes características atrajese a su corte a personajes vinculados con deter-
minadas disciplinas, cuyo estudio fomentaba.
9
C. Ordóñez de Santiago, El pronóstico en astrología. Edición crítica y comentario astrológico de la parte VI
del “Libro conplido en los iudizios de las estrellas de Abenragel”, p. 100.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 35
40
Enciclopedia Judaica Castellana, Vol. 1, p. 439.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 37
A partir de ahí se deduce que cada escuadra tiene veinticuatro capitanes y prínci-
pes y permutando tres veces veinticuatro se obtienen los setenta y dos nombres de
Dios. De los veinticuatro príncipes los tres principales son Gabriel (a quien también
se identifica con la fuerza o el rigor, la sefirah geburah), que domina todas las formas
situadas a la izquierda (es de suponer que el libro se refiere al lado izquierdo del Árbol
de la Vida), Miguel, que estaría en el centro y Uriel, que supervisaría el lado derecho.
Cada príncipe reina sobre veinticuatro formas, aunque sus legiones son innume-
rables tal como se dice en Job 25, 3 “¿Tienen sus ejércitos número?”. Si así fuera serían
dos veces setenta y dos. Sin embargo, cuando Israel hace un sacrificio todas las for-
mas santas se unifican y es a esa unidad a la que alude el “nuestro Dios” del Shema (la
profesión judía de fe que afirma la existencia de un solo Dios).
Como puede apreciarse, no parece seguirse ningún sistema lógico de asociación
de temas e ideas y con frecuencia se dejan a un lado temas iniciados para pasar a otras
cuestiones que aparentemente no tienen relación con la anterior por lo que es muy
difícil seguir la línea de pensamiento o interpretación del libro. Unas ideas se enlazan
a otras sin la inserción de nexos entre ellas. La interpretación de unos versículos bíbli-
cos lleva a la de otros y casi siempre es muy difícil comprender la relación que hay
entre ellos y la explicación que de su contenido se hace. He incluido, en cualquier caso,
los ejemplos citados para exponer el tipo de análisis y de interpretación que caracteri-
za el complejo método cabalístico.
En la obra se continúa desarrollando la teoría de la creación y de las sefirot y se
introduce un tipo de simbolismo centrado en el cuerpo humano al considerar la forma
humana representada en el Adam Kadmon, u hombre primordial, como reflejo de la
divinidad al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, asociándose los órganos
humanos con las sefirot.
Históricamente hablando el paso que impulsa definitivamente los estudios cabalís-
ticos en Europa se produce en la región de Provenza durante el siglo XII y principios
del XIII gracias a un círculo de cabalistas que encabezaría Abraham ben Yitzak de
Narbona, dirigente rabínico de Provenza, además de talmudista, y discípulo de Yehu-
dah ben Barzilay de Barcelona. Sus enseñanzas habrían sido de transmisión exclusiva-
mente oral, continuando su labor su hijo Abraham ben David, quien entre otras cosas
habría propiciado la realización de traducciones, como por ejemplo la de la obra escri-
ta en árabe por Bahyah ibn Pakudah en 1040 Al Hidayah ila Faraid al-Khulub y deno-
minada en hebreo Khovot ha-Levavot (Las obligaciones del corazón) por su traductor
Yehudah ibn Tibbon entre 1161 y 1180. Esta traducción es importante porque supo-
ne el inicio de la influencia del sufismo, además de la del neoplatonismo, que ya se
encontraba presente en numerosas obras y autores hebreos relevantes como Abraham
bar Hiyya o Yehudah ha-Levi.
La figura principal de la escuela de Provenza, sin embargo, es el hijo de Abraham
ben David, Yitzhak Saggi Nehor, conocido como Isaac el Ciego, nacido en Posquiè-
res (c. 1160-1235), aunque en algunas ocasiones se ha mencionado también Narbona
como su posible lugar de origen. No sabemos demasiado con respecto a su vida, pero
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 39
el hecho es que ha pasado a la historia como el padre de la Cábala pese a que tampoco
en este caso dejo escritas sus enseñanzas más allá de un importantísimo comentario
del Sefer Yetzirah, otro sobre Job y unos setenta fragmentos escritos en un lenguaje críp-
tico que describen el proceso que tenía lugar en el alma de los iniciados41.
Un último núcleo importante a destacar en tierras provenzales en este periodo
sería el Círculo de Iyyun (contemplación)42. Sus integrantes nos son desconocidos al
haber preferido conservar el más absoluto anonimato dado el carácter pseudoepigrá-
fico de todos sus escritos, atribuyéndose la autoría de los mismos a destacados perso-
najes de la antigüedad. Las obras La Fuente de la Sabiduría, el Libro de la Contemplación y
el Libro de la Unidad pertenecerían al grupo, además de una treintena de tratados bre-
ves, siendo el primer texto citado un estudio sobre el Tetragrámaton y sobre cosmo-
gonía, el segundo un análisis de la Merkabah y las sefirot y el tercero una curiosa des-
cripción de la existencia de tres luces preeminentes dentro de la Divinidad, corres-
pondientes a tres aspectos de ésta que, en realidad, representan una sola esencia, que
puede resultar similar a la Trinidad cristiana.
Ya en el siglo XIII encontramos un centro cabalístico importante en España, en
la ciudad de Gerona, que contaba con una comunidad judía significativa en términos
culturales y políticos. En su círculo de iniciados las figuras más destacadas son Ezra
ben Selomoh, Azriel ben Menahem y Nahmánides, siendo Acher ben David, nieto de
Abraham ben David y sobrino de Isaac el Ciego el principal nexo de unión de Pro-
venza con Gerona, unión mantenida gracias a la transmisión oral y escrita y los con-
tactos constantes entre ambos grupos43.
De nuevo hemos de decir que no se conoce demasido sobre estos personajes, aun-
que sabemos, no obstante, que Azriel y Ezra, parientes entre sí, fueron discípulos de
Isaac el Ciego y que en concreto Azriel tuvo intención de transmitir de una manera
más abierta las enseñanzas cabalísticas, hasta el punto de que desde Provenza el maes-
tro hubo de recomendarles prudencia44.
Azriel es autor de las siguientes obras: Comentario al Sefer Yetzirah, El Pórtico del Inte-
rrogador, Comentario sobre la Unificación del Nombre, Comentario sobre la liturgia cotidiana,
Comentario sobre las leyendas talmúdicas, El camino de la fe y el camino de la herejía, y varios tra-
tados cortos. Ezra, por su parte es autor de un comentario esotérico del Cantar de los
Cantares.
Con respecto al tercer personaje citado Moseh ben Nahman (Nahmánides) (1194-
ca.1270) sí tenemos bastantes más datos dado que se trata de una figura importante
41
F. González–M. Valls, “Presencia viva de la cábala”, http://simbolismoyalquimia.com/cabala/
provenza-y-gerona.htm
42
Parece que el grupo habría estado activo en Toledo, entre 1230 y 1260, teniendo claras influen-
cias de Azriel de Gerona. Véase: http://www.ucm.es/info/hebrea/Zohar%20y%20Castilla.pdf
43
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 66.
44
Al respecto de las dos tendencias que surgen entre los cabalistas desde época muy temprana, una
más hermética y accesible sólo a grupos cerrados, y otra que pretendía extender su enseñanza a la gente
en general véase la obra anteriormente citada de Gerschom Scholem, p. 68.
40 ALFONSO X EL MAGO
45
Las obras de estos tres autores a menudo se han visto entremezcladas, especialmente en el caso
de Azriel y Ezra, cuyos escritos han sido atribuidos a uno y otro indistintamente en muchas ocasiones.
En general, buena parte de dichas obras han sido escasamente editadas y en no pocos casos se han con-
servado al ser recogidas o citadas en otros escritos. Con respecto a Nahmánides, a pesar de ser el más
conocido de los tres, el hecho de que no dejara por escrito obras expresamente cabalísticas hace que tan
sólo se pueda mencionar en ese sentido su Comentario al Sefer Yetzirah, del que sólo se conserva el primer
capítulo, y su Comentario a la Torah, todavía no traducido del hebreo, así como alguna obra de Azriel que
se le atribuyó erróneamente en su momento.
Aún así, las referencias bibliográficas que pueden darse, relacionadas exclusivamente con el tema que
nos ocupa, son las siguientes:
– AZRIEL, Le Commentaire sur la liturgie quotidienne. Leiden, 1974. Introducción, traducción anotada
y glosario de Gabrielle Sed-Rajna.
– AZRIEL, Cuatro Textos Cabalísticos, Ed. Riopiedras, Barcelona, 1994.
– EZRA DE GERONA, Comentario sobre el Cantar de los Cantares, Ed. Indigo, Barcelona, 1998.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 41
principal de Jacob ha-Kohen, el Sefer ha-Orah (Libro de la luz), está basado en sus pro-
pias visiones místicas, sus descubrimientos de armonías numéricas en los textos antiguos
y su original interpretación de las tradiciones sobre los nombres sagrados y los poderes
divinos descritos en la literatura de hek– alot, de la que hablaremos más adelante.
Sus hijos, Jacob e Isaac ha-Kohen, incorporaron igualmente a la Cábala ideas de
carácter gnóstico. Jacob ben Jacob ha-Kohen nació en Soria y murió en Béziers hacia
1270, aunque vivió mucho tiempo en Segovia y pasó gran parte de su vida viajando
por las comunidades judías de España y Provenza, acompañado con frecuencia por su
hermano menor Isaac. En su obra se encuentran múltiples influencias; de los hasidim
alemanes tomó sus métodos numerológicos, también habría estado en contacto con
el Círculo Iyyun, y en sus obras se aprecia igualmente el influjo de la mística de hek– alot.
Además afirmaba haber obtenido diversas revelaciones en forma de visiones del ángel
Metatrón, que mediante técnicas numerológicas le explica el sentido místico de la
Torah y de los preceptos.
La mayor parte de sus escritos permanecen inéditos, pero se conocen algunas de
sus obras, la más importante es su Comentario a las Letras Hebreas (Perush ha-Otiyyot), en
la que desvela los secretos de las letras, tanto consonantes como vocales46, su pro-
nunciación y su forma. Es también autor de un comentario al Sefer Yetzirah y de otro
Comentario a la visión de Ezequiel en el que se mezclan tradiciones hasídicas, especial-
mente de Eleazar de Worms, con la Cábala española, y de la obra Tefillah noraah, en la
que trata de las emanaciones divinas. En general la exposición de sus visiones es muy
críptica ya que vela el significado de sus palabras mediante el uso de los valores numé-
ricos (guematria) y de las combinaciones de letras (tseruf).
Su hermano Isaac, por su parte, es autor de un curioso y destacable Tratado de la
Emanación Izquierda, una teoría dualista sobre el origen del mal según la cual en el “lado
izquierdo” se produjo una emanación sefirótica, cuyo resultado fueron diez sefirot
demoníacas, en oposición a las diez sefirot santas. De ese lado izquierdo surgieron las
huestes demoníacas, dirigidas por Asmodeo, Satán y Lilit, que tienen su contrapartida
en los ángeles que surgieron del lado derecho, y que son los encargados de llevar a
cabo la lucha final que propiciará el triunfo del Mesías. Por primera vez aparece en un
texto cabalístico, por tanto, el interés apocalíptico y mesiánico.
Otro autor castellano, Moisés ben Simeón (c. 1230-1300), rabino de Burgos, es el
principal heredero de las enseñanzas de los hermanos Kohen; su obra no es excesiva-
mente original, pero es importante a pesar de ello por haber recogido muchas tradicio-
nes que la mayoría de sus contemporáneos no mencionan. Escribió comentarios al Can-
tar de los cantares, a visiones proféticas, sobre las letras de los nombres divinos, sobre los
atributos de la divinidad o sobre las emanaciones del lado izquierdo, entre otros temas.
Pero básicamente son tres las figuras más relevantes que suelen incluirse en este
grupo localizado en Castilla y que deben mencionarse de manera más detallada: Josef
46
Esto es significativo puesto que en hebreo, como en todas las lenguas semíticas, las vocales no
son letras sino tan sólo apoyos para la lectura.
42 ALFONSO X EL MAGO
Chiquitilla (o Gikatilla), Abraham Abulafiah y Moisés de León (Moseh ben Sem Tob
de León).
Con respecto a Abraham ben Semu´el Abulafiah, se trata indiscutiblemente de
uno de los principales representantes de la Cábala extática. Nació en 1240 en Zarago-
za, aunque se trasladó pronto con su familia a Tudela. Se trata de un personaje pecu-
liar en muchos aspectos e indudablemente aventurero, puesto que siendo aún muy
joven viajó ya a Palestina pese a que regresó a Europa debido a las convulsas circuns-
tancias que se vivían en dicha parte del mundo también en aquellos momentos. De
nuevo en tierras europeas continuó su viaje a través de Grecia, donde se casó, e Ita-
lia, más tarde llegó a Cataluña, donde comenzó a dedicarse al estudio de la Cábala, y
a continuación a Castilla47.
Volvería a marchar más adelante nuevamente a Francia y de regreso una vez más
a Grecia e Italia, siendo el episodio quizá más extraño de todo su largo periplo per-
sonal el que protagonizó al pretender entrevistarse con el Papa a consecuencia de una
visión; no se conocen exactamente sus intenciones a este respecto, pero es sabido que
el Papa no quiso recibirlo, pese a la insistencia de Abulafiah y a su determinación de
viajar al Vaticano aún sabiendo que el Papa había dado orden de encarcelarlo si se pre-
sentaba; la casualidad o el destino quiso que el día anterior a la llegada de Abulafiah
muriese Nicolás III, haciéndose ya imposible el encuentro entre ambos, aunque Abu-
lafiah llegó a ser encarcelado durante un mes por su atrevimiento. Siempre se ha espe-
culado con la posibilidad de que la auténtica intención del cabalista español fuese nada
menos que la conversión del Papa al judaísmo48.
Sus últimos años de vida los pasó en Sicilia, donde reunió un grupo de discípulos
atraídos por sus enseñanzas proféticas, sus ideas mesiánicas y su defensa de la Cábala
extática, que suscitarían también la indignación de muchos en su comunidad, puesto
que en sus escritos daba la impresión de considerarse a sí mismo un profeta, motivo
por el cual consiguieron que fuese forzado al exilio en la isla de Comino, cerca de
Malta49, donde murió en 1291.
Como puede apreciarse, lo cierto es que el precio que hubo de pagar Abraham
Abulafiah por mantener su punto de vista fue considerable. Su defensa de la llamada
Cábala práctica o profética suponía un alejamiento de los planteamientos puramente
especulativos acerca de la naturaleza divina que mantenían la mayoría de cabalistas de
la época. Abulafiah, en cambio, está más interesado en alcanzar la unión con la divi-
nidad, para lo cual recurre a los nombres divinos y a las variadas combinaciones de
sus letras, así como a técnicas respiratorias, canto, música y movimientos corporales.
Todo ello no le acerca, sin embargo, en ningún caso a la práctica de la magia, que
rechazó en todo momento como algo condenable.
47
G. Scholem, Las Grandes Tendencias de la mística judía, p. 148-152.
48
F. J. Rubia, Conexion divina, p. 111.
49
A. Sáenz-Badillos-J. Targarona Borrás, Diccionario de autores judíos (Sefarad. Siglos X-XV), p.3.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 43
50
Ibídem.
51
G. Scholem, Grandes temas y personalidades de la Cábala, p. 236.
44 ALFONSO X EL MAGO
52
Ibídem, p. 237.
53
En la Cábala moderna, sin embargo, es ese estudio ascendente el que despierta mayor interés ya
que se trata del camino que debe recorrer el cabalista que desee trabajar activamente con el Árbol de la
Vida sefirótico.
54
G. Scholem, Op.cit., p. 238.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 45
ritaria; sí se sabe que vivió durante un tiempo en esta localidad y que, de hecho, fue el
lugar de redacción de las primeras secciones del Zohar) y no se conocen demasiados
detalles sobre su formación ni sobre la identidad de sus maestros, aunque sabemos
que estaba familiarizado con el estudio de la filosofía y particularmente con el de la
Cábala a través del Círculo de Gerona y de los más destacados cabalistas de Castilla,
entre ellos Yosef Chiquitilla, Moseh ben Selomoh de Burgos y el propio Todros Abu-
lafiah, el colaborador alfonsí del que ya hemos hablado y al que regresaremos de
nuevo más adelante. Moisés de León vivió sus últimos años en Ávila, falleciendo en
Arévalo, donde se encontraba de paso.
Entre 1270 y 1286 escribe sobre diversos temas relacionados con la Cábala, en
forma pseudoepigráfica y principalmente en arameo, reuniéndolos todos en el llama-
do Midrash ne´elam, que se convertirá en la sección central del Zohar (aunque autores
como Elliot R. Wolfson no consideran a Moisés de León autor de esta sección). Aún
a día de hoy se especula con la autoría de algunas partes de la obra, especialmente las
más tardías, como Ra´aya Mehemana o los Tiqqune Zohar, pero en general existe acuer-
do en que al menos las secciones más importantes sí fueron escritas por el propio
Moisés de León.
Se le atribuyen, además, otras obras, no todas conservadas, entre ellas: Orhot
hayyim, Shoshan edut (1286), Sefer ha-rimmon (1287, en la que explica los motivos
cabalísticos existentes tras los preceptos judíos), Or Zaru’a (1288/9, sobre la crea-
ción), Ha nefesh ha-hakamah (1290), Sheqel ha-qodesh (1292), Mishkan ha-edut (sobre el
destino del alma tras la muerte y la visión de Ezequiel), Mashkiyyot kesef (comenta-
rio sobre las oraciones), Sod eser sefirot belimah (sobre las sefirot, texto conservado en
un manuscrito en El Escorial), Sefer pardes, Sa´are tsedeq y algunos otros escritos de
menor importancia55.
Con respecto a la considerada por todos como obra maestra de la Cábala y del
misticismo judío, podemos decir que el Sefer ha-Zohar (Libro del Esplendor) es un
midrash o comentario esotérico de la Torah y algunos otros textos, escrito en hebreo y
arameo, que pretende recoger las enseñanzas de Simeón bar Yohay, apodado la “Lám-
para Santa”, sabio del siglo II que vivió en Palestina y al que se atribuye la autoría del
Zohar en un ejemplo más de la importancia de la pseudoepigrafía dentro de la tradi-
ción mística judía. El Zohar vendría a ser la culminación de un proceso iniciado por el
Sefer Yetzirah, el Bahir y las enseñanzas de las escuelas de Provenza y Gerona y que
desembocan en Castilla en la obra de Moisés de León, reconocido autor de la misma
por la mayoría de los investigadores, como dijimos, al menos en sus partes más impor-
tantes, aunque a menudo se le presente como un compilador de la tarea común de un
círculo de destacados estudiosos.
Aspectos importantes de la obra son la experiencia extática, es decir, la contem-
plación de la divinidad en forma de imágenes relacionadas con las sefirot, que son en
el Zohar las emanaciones luminosas que constituyen la múltiples caras de una divini-
55
A. Sáenz-Badillos-J. Targarona Borrás, Diccionario de autores judíos, p. 71-72.
46 ALFONSO X EL MAGO
dad única que se revela en las letras de la Torah, la utilización de imágenes antro-
pomórficas para describir a dicha divinidad y la naturaleza dual de la Torah como ocul-
ta y revelada, dualismo basado en la identificación de la misma con la divinidad y más
habitualmente con el Tetragrámaton56.
Como ya mencionamos, el Zohar se presenta como una serie de midrashim o
comentarios de variada extensión sobre los cinco libros de la Torah y los tres libros
del Cantar de los Cantares, Rut y Lamentaciones que generó una considerable contro-
versia en su época al exponer en forma de texto antiguo lo que realmente era un
análisis esotérico de la realidad religiosa del momento. En este sentido, como afir-
ma Scholem, la finalidad última de la obra podría haber sido atacar la concepción
literal del judaísmo y el descuido en el cumplimiento de los preceptos, subrayando
el valor supremo y el significado secreto de cada una de las palabras y mandamien-
tos de la Torah57.
Sea como sea, lo cierto es que no es posible resumir en tan corto espacio el con-
tenido de una obra tan extensa ni es fácil reflejar la importancia capital que tuvo tanto
en su momento como en las generaciones posteriores, baste añadir por ello que fue
tanta su repercusión que fueron numerosas las imitaciones que se realizaron del libro
y que es habitual clasificar desde entonces la literatura esotérica hebrea en pre y post-
zohárica.
La época que nos ocupa en el presente trabajo supone, quizá no por azar, el
momento cumbre del desarrollo histórico de la Cábala española, cuya cima se alcan-
za con la redacción o compilación de enseñanzas que es el Zohar, la obra maestra de
la Cábala. Y para hablar del Zohar hemos de volver a ocuparnos precisamente del cola-
borador alfonsí Todros ben Yosef Abulafiah de Toledo e introducirnos dentro del cír-
culo de iniciados que dan lugar a la redacción definitiva de Moisés de León, el llama-
do Círculo zohárico.
En las últimas décadas, siguiendo a Yehudah Liebes, se ha ido imponiendo, en
efecto, la idea de que el Zohar es una obra colectiva llevada a cabo por varios caba-
listas pertenecientes a un círculo esotérico de Castilla, hablándose así de una litera-
tura zohárica, que es realmente un concepto ya empleado antes por Scholem para
referirse a los diversos estratos literarios incluidos en el Zohar. Aunque los docu-
mentos conservados proporcionan una información biográfica relativamente escasa
sobre los cabalistas españoles que participaron en este círculo, sabemos que al igual
que otros grupos místicos de la época su composición era bastante elitista por lo
que podemos concluir que se trataba de líderes rabínicos o formados en academias
56
E. Wolfson, “Moisés de León y el Zohar”, Pensamiento y mística hispanojudía y sefardí, p. 192.
57
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 78.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 47
talmúdicas y que tenían, por tanto, una buena preparación en el saber judío clásico.
Además de Moisés de León, se contaban al parecer entre los miembros de este cír-
culo Todros ben Yosef Abulafia (que parece que pudo servir de modelo para el
retrato zohárico de Simeón bar Yohay), Yosef Chiquitilla, Yosef de Hamadan,
David ben Yehuda ha-Hasid, Yosef Angelet, Bahya ben Asher y algunos otros auto-
res anónimos58.
La idea de la existencia de un círculo fue defendida también, con anterioridad, por
estudiosos como Yitzhak Baer, quien afirmaba que los relatos zoháricos “no son fic-
ciones de la imaginación, inventadas para proporcionar un marco a las discusiones y
enseñanzas de los antiguos sabios”, sino que son un reflejo de “la escena de su tiem-
po”59. De los diversos ejemplos aducidos por Baer uno nos interesa especialmente y
es su análisis del pasaje del Zohar acerca de la clepsidra que se utiliza para despertar a
Rabí Abba y Rabí Jacob a medianoche a fin de que pudieran estudiar la Torah60; basán-
dose en el hecho histórico de que Isaac de Toledo inventó una clepsidra61 por encar-
go de Alfonso X, Baer conjetura con la idea de que la narración del Zohar no sea sim-
ple ficción y que los hechos atribuidos a la fraternidad mística descrita en la obra
podrían ser parte de una experiencia real en España62.
Vemos, por tanto, que la opinión más extendida en la actualidad, y que defien-
de Wolfson, es que el grupo de compañeros que aparecen en el Zohar era un reflejo
real del círculo de cabalistas castellanos que hemos mencionado y que tendrían en
común el estudio, la meditación y el culto contemplativo. Si esto es cierto habría que
llegar a la conclusión de que Moisés de León recopila una serie de vivencias y
enseñanzas de las que participarían también el resto de personajes vinculados al cír-
culo. Gerschom Scholem va incluso más allá al considerar que Moisés sería quien se
acercaría, por una parte, a la escuela de Gerona, y por otra, se introduciría en el cír-
culo gnóstico formado ya en torno al mencionado anteriormente Moisés de Burgos
y a Todros Abulafiah63.
Todros ben Yosef ha-Levi Abulafiah, uno de los judíos más influyentes en la
corte alfonsí (o quizá el más influyente) pertenecía a este llamado Círculo zohárico,
pues no hay ninguna duda respecto a su relación con varios de los cabalistas caste-
llanos más importantes de la época, entre ellos el propio Moisés de León64. Su obra,
dentro de la corriente cabalista, recoge una línea muy propiamente castellana, que
podríamos llamar “sincrética”, puesto que toma elementos de las distintas escuelas
58
E. Wolfson, “Moisés de León y el Zohar”, Pensamiento y mística hispanojudía y sefardí, p. 173.
59
Y. Baer, Historia de los judíos en la España cristiana, p. 303.
60
El pasaje al que se refiere Baer es: Zohar 1,92b.
61
Como sabemos los relojes de agua o clepsidras proceden del antiguo Egipto y se usaban espe-
cialmente de noche, cuando los relojes de sol carecían de utilidad.
62
E. Wolfson, Op. cit., p. 174.
63
G. Scholem, Grandes temas y personalidades de la Cábala, p. 259.
64
En la obra de Todros Abulafiah se hace mención a las secciones más antiguas del Zohar y además
sabemos que la relación de Moisés de León se extendía a otros miembros de la familia Abulafiah, pues
dedicó varias de sus obras al hijo de Todros, Yosef, también cabalista.
48 ALFONSO X EL MAGO
65
G. Scholem, Grandes temas y personalidades de la Cábala, p. 123.
66
Recordemos que la redacción definitiva del Zohar es unos años posterior.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 49
con Dios. El hecho es que la teoría de las sefirot se convertiría, como decimos, en el
pilar básico de la enseñanza cabalística en España.
Las diez sefirot que darían lugar a tantos estudios y especulaciones son las deno-
minadas Keter (Corona, o también Keter Elyon, Corona Suprema), Hokhmah (Sabiduría),
Binah (Inteligencia, Entendimiento), Gedullah o Hesed (respectivamente Grandeza y
Amor o Misericordia), Geburah o Din (Poder, Juicio, Rigor, Fortaleza, Severidad), Tife-
ret o Rahamim (Hermosura, Belleza, Compasión), Netsah (Duración Eterna o Victoria),
Hod (Majestad, Gloria), Yesod Olam o Saddiq (Fundamento del mundo, Justo) y Malk-
hut o Atarah (Reino, Diadema). Al parecer esta terminología podría proceder del versí-
culo 1 Cro 29, 1167.
Todas las sefirot forman el llamado Árbol de la Emanación o Árbol de las Sefirot o
de la Vida, que será representado a partir de los siglos XIII y XIV como el diagrama
antes mencionado. La idea como tal aparece por primera vez en el Sefer ha-Bahir o
Libro de la Claridad donde podría identificarse con la palmera, árbol que con fre-
cuencia representa al justo68. Una última sefirah aparece a partir de finales del siglo XIII
y se sitúa en el esquema del Árbol entre Hokhmah y Binah, se trata de Da´at, el Cono-
cimiento, la sefirah invisible que no suele representarse en el Árbol y que puede ser
considerada como el aspecto externo de Keter.
Las sefirot suelen agruparse atendiendo a una estructura triangular, correspondien-
do el primer triángulo a lo intelectual, el segundo a lo psíquico y el tercero a lo natu-
ral, dejando a Malkhut como elemento independiente. De la misma forma el conjun-
to de las sefirot se divide en tres columnas que suelen denominarse Columna de la
Indulgencia (que une Keter con Tiferet, Yesod y Malkhut), Columna de la Severidad
(Binah, Geburah y Hod) y Columna de la Misericordia (Hokhmah, Hesed y Netsah). Igual-
mente a cada sefirah le corresponde uno de los nombres de Dios puesto que se consi-
deran la manifestación progresiva de dichos nombres.
Basándose en una leyenda midrásica relativa a los mundos que fueron creados y des-
truidos antes de la creación del mundo actual se desarrolló la creencia en la existencia
de un gran número de mundos secundarios que alcanzó su forma definitiva en una
nueva doctrina de cuatro mundos básicos llamados Olam ha-atzilut (el mundo de la ema-
nación, es decir, las sefirot), Olam ha-beriah (el mundo de la creación, el Trono y la Carro-
za), Olam ha-yetzirah (el mundo de la formación, a veces considerado como el mundo de
los ángeles, con Metatrón como figura central) y Olam ha-asiyyah (el mundo de la fabri-
cación o de la acción, que puede incluir las esferas y el mundo terrestre o sólo este últi-
mo). Esta disposición aparece ya en algunas secciones del Zohar, pero el desarrollo real
de la doctrina no tuvo lugar hasta el siglo XVI, particularmente en el centro cabalístico
de Safed de la mano de Moisés Cordovero y la escuela de Isaac Luria. Así se considera
que las sefirot pertenecen simultáneamente a estos cuatro planos distintos, o mundos, en
los que se manifestarían de forma distinta en función de su naturaleza.
67
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 134.
68
Sefer ha-Bahir, p. 153.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 51
69
G. Scholem, Op. cit., p. 114.
70
M. Idel, Cábala. Nuevas perspectivas, p. 195-203.
52 ALFONSO X EL MAGO
no serían más que los diversos atributos de Dios o sus descripciones. También se des-
cribía el proceso como una revelación de los distintos nombres de Dios. Las corres-
pondencias entre las sefirot y los distintos nombres serían las siguientes: a Keter le
correspondería Ehyeh; a Hokhmah, Yah; a Binah el Tetragrámaton vocalizado como
Elohim; a Tiferet el Tetragrámaton como tal; a Netsah, Elohim Tzebaot; a Hod el Tetragrá-
maton seguido de Tzebaot; a Yesod El hay o Sadday, y a Malkhut, Adonay.
El número de los estadios de la emanación se fijó en diez, que significaría las diez
facultades que constituyen las manifestaciones y emanaciones de Dios, simbolizadas a
veces por la menorah, el candelabro de siete brazos. Sin embargo, según el sufismo esto
no sería más que una deformación de una doctrina árabe expuesta por los Hermanos
de la Pureza en su enciclopedia en torno al año 960 donde se hace alusión a «ocho ele-
mentos que forman a Dios», esos ocho elementos originales habrían sido aumentados
a diez a partir de mediados del siglo XI y según los sufíes esa modificación ha supues-
to la pérdida de gran parte del significado original71. No obstante, no sólo en la Cába-
la sino en el judaísmo en general el número diez tiene una especial significación (por
ejemplo, en el precepto del minyán, que exige la presencia de diez adultos para poder
llevar a cabo las oraciones rituales no individuales).
El término sefirah, por su parte, significa simplemente «número» y no estaría rela-
cionado con el griego sfaira «esfera», aunque casi siempre se traduzca de ese modo. En
realidad el término sefirot aparece sólo en determinados contextos y hay otros muchos
términos que se emplean como sinónimos, entre ellos semot (nombres), orot (luces),
kohot (potencias), ketarim (coronas), middot (en el sentido de cualidades), madregot (esta-
dios), lebusim (vestiduras), mar´ot (espejos), neti´ot (brotes), hek– alot (palacios), etc, con-
ceptos todos ellos que reflejan bien la idea. Otros términos como «los miembros del
Si´ur qomah», es decir, la imagen mística de Dios, hacen referencia al simbolismo del
hombre superior o ha-adam ha-gadol u hombre primordial. A veces se utiliza ese térmi-
no para hacer referencia a una sefirah específica, pero más a menudo alude a todo el
mundo de la emanación. El término ha-adam ha-qadmon u hombre primordial aparece
por primera vez en Sod yedi at ha-mesi´ut, un tratado del Círculo del Sefer ha-iyyun72.
El estudio de la relación entre las sefirot y las sustancias intermedias, entre el infi-
nito y lo finito del neoplatonismo, se inicia sobre todo con la obra de Azriel de Gero-
na, quien afirmaba que las cosas fueron creadas en un orden específico debido a que
la creación fue intencionada y no accidental, de manera que las sefirot serían «el poder
activo de cada cosa existente definible numéricamente»73.
La cuestión principal tanto desde el punto de vista filosófico como teológico es
establecer si se puede considerar o no que las sefirot sean idénticas a Dios. Términos
como el de «potencia» se emplean para hacer alusión a existencias independientes, a
hipóstasis, pero no se explica si han surgido por emanación o si se trata de entidades
que han pasado de la potencia al acto.
71
I. Shah, Los sufis, p. 422, citando la Enciclopedia Judaica.
72
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 127
73
M. R. de Paz Blanco, Lenguaje y experiencia en la mística judía, p. 194.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 53
74
Ibídem, pp. 143-144.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 55
riores y los procesos que emanan de su actividad, pero que también presenta algunos
aspectos y acciones que, para lograr la conclusión total, han sido reservados al ser
humano y así estaríamos ante el fin último de la creación, es decir, la compleción de
la restauración del universo, entendida también como sinónimo de redención, y que
depende en consecuencia de que los seres humanos la realicen. El objetivo de la acti-
vidad humana ha de ser la restauración del mundo de asyyah en su lugar espiritual, su
separación completa del mundo de las qelippot y el logro de un estado permanente de
comunión entre cada criatura y Dios que las qelippot no podrán destruir ni evitar. En
todo este proceso se aprecia claramente la influencia del gnosticismo y al mismo tiem-
po se pone de relieve la importancia de la actividad religiosa y de la contemplación
mística además de la insistencia en la idea de que si el hombre está compuesto por las
diez sefirot y sus fuerzas se reflejan en él convirtiéndole en un microcosmos se deduce
que será capaz de ejercer un influjo sobre el macrocosmos y el hombre primordial75.
75
En la magia moderna se ha empezado a desarrollar un elaborado trabajo, de orientación mucho
más psicológica, sobre el llamado Árbol de las Sombras, formado por once sefirot y un entramado de túne-
les y subterráneos conocidos como los Túneles de Set, a los que se accede a través de Da´at, la sefirah
oculta del Árbol de la Vida.
76
D. Fortune, La cábala mística, p. 45.
58 ALFONSO X EL MAGO
77
Para una mejor comprensión se puede consultar cualquier diagrama del Árbol y los senderos
mencionados.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 59
uno, que son las vías a y desde el ser físico, continúa a través de las estructuras de la
personalidad, senderos veintiocho, treinta y veintisiete, entra en contacto con la indi-
vidualidad por medio de los senderos veinticinco, veintiséis y veinticuatro y recorre las
estructuras de la misma a través de los senderos veinte, veintidós y diecinueve. Se suele
considerar a los senderos veintiuno y veintitrés como los que tienen una influencia
más definida sobre la personalidad. A partir de ese punto se desarrollan propiamente
los vínculos con el espíritu, sus senderos y sus estructuras que corresponden respec-
tivamente a los senderos trece, diecisiete y quince, el dieciocho y dieciséis (considera-
dos los de mayor influencia sobre la individualidad) y, por último, el catorce, doce y
once.
Una descripción resumida de lo que puede suponer el ascenso a través de los sen-
deros sería la siguiente. Todos los caminos se inician en Malkhut, la esfera de la forma,
el plano físico donde se vuelve tangible lo que en los planos superiores era intangible,
de allí parte el sendero treinta y dos hacia Yesod, que es el receptáculo de las emana-
ciones de todas las demás sefirot y el transmisor inmediato de éstas a Malkhut, por
tanto, este sendero es el de la iniciación, supone un camino hacia dentro, hacia los pla-
nos internos y la mente inconsciente. Las lecciones principales que pueden aprender-
se mediante su recorrido son la existencia de la causalidad de las cosas en un nivel más
elevado o más profundo que el mundo físico (ascendiendo) y la aceptación por el espí-
ritu de la limitación de la forma más densa (descendiendo).
El sendero veintinueve une Malkhut con Netsah, la sefirah de los instintos, de las
apariencias que el intelecto representa y que vuelven a proyectarse como formas de
pensamiento. El sendero implica la aceptación de la parte primitiva, de los instintos
básicos; ascendiendo es una especie de fecundación psíquica y descendiendo un pro-
ceso de nacimiento a lo físico.
El sendero treinta y uno une Malkhut con Hod, la sefirah de la formulación de las
formas, lo que supone la existencia de un equilibrio, de ciertas inhibiciones impuestas
por la mente racional sobre el alma y así un proceso de formulación y organización.
Por lo tanto, el sendero descubre una dirección, una revelación de factores mentales.
Detrás de esta evolución psicológica se encuentra el factor espiritual, el despertar a
niveles nuevos y superiores y así supone una apreciación de las fuerzas internas.
El sendero veintiocho conecta la sefirah Yesod con Netsah. Representa el proceso
mediante el cual se vierten las fuerzas puras de la imaginación en la mente subcons-
ciente, uno de los factores destacados en la construcción de la personalidad. Se trata
de un despertar de la conciencia y un vínculo con los aspectos creativos del ser.
El sendero treinta une Yesod con Hod. Este es un sendero de iluminación que trae
consigo la inteligencia, el conocimiento, la sabiduría. Cuando el camino se recorre en
sentido descendente trae hacia abajo esa sabiduría de modo que pueda ser vivida en
el mundo.
El sendero veintisiete, que une Hod y Netsah, es la viga principal de la personali-
dad. Supone un vehículo para el espíritu, la manifestación de la propia esencia en los
mundos inferiores.
60 ALFONSO X EL MAGO
El sendero veinticinco une Yesod con Tiferet, el lugar de la encarnación para algu-
nos y el centro de las experiencias místicas; esta sefirah es la manifestación externa de
las cinco sefirot primeras y el principio espiritual de las cuatro siguientes. Por tanto, el
sendero es una línea directa de contacto entre la individualidad y la personalidad; los
primeros atisbos místicos suponen una prueba que consiste en dejar atrás la vida de
los mundos externos e inferiores sin ser aún consciente de la vida de los mundos inter-
nos y superiores. Para superar dicha prueba es necesario el apoyo de la fe, de la espe-
ranza y del amor de Dios. Mientras asciende por este sendero el alma aspira a la luz
de una conciencia superior, sustentada sólo por sus propios recursos.
El sendero veintiséis conecta Hod con Tiferet. Se trata de otra prueba en el cami-
no de la sabiduría, es el camino de la mente desde el intelecto hasta la intuición, desde
la conciencia intelectual hasta la conciencia iluminada. Por consiguiente, ascendiendo
supone el paso de la mente concreta a la abstracta y descendiendo el paso de la intui-
ción a la lógica.
El sendero veinticuatro pone en contacto a Netsah con Tiferet. Este punto supone
la muerte de la personalidad, la voluntad de cambio, un nuevo nacimiento; el renaci-
miento en la conciencia superior.
El sendero veinte une Tiferet con Hesed, la sefirah donde se formulan las ideas
arquetípicas, donde se concreta lo abstracto, es decir, es el lugar donde se formula el
principio abstracto que forma la base de una nueva actividad en el plano de la forma.
Por consiguiente, durante el recorrido de este sendero se puede encontrar una guía
para el camino individual de evolución y que supone pues una referencia al comienzo
y al final de la evolución.
El sendero veintidós une a su vez Tiferet con Geburah, la sefirah de la justicia, del rea-
lismo, del rigor, de la severidad, la austeridad, el dinamismo, la energía y también el
temor. Por tanto, este es el lugar en el que se establece el espíritu como individualidad y
desde donde se hace la proyección posterior de una personalidad en el mundo físico.
El sendero diecinueve conecta Geburah con Hesed. Este sendero es la viga princi-
pal de la individualidad y por ello es un camino caracterizado por el dinamismo y tam-
bién por la pureza, en particular si se recorre desde Hesed a Geburah; en el otro senti-
do, desde Geburah a Hesed, significa la iniciación que hace innecesaria toda encarnación
posterior. Todo ello es el resultado final de la experiencia y de la comprensión de un
ciclo de evolución completo. La prueba de este sendero es la capacidad de enfrentar-
se a cualquier cosa ocurrida durante el periodo completo de la evolución personal por
lo que puede decirse que se trata de un reconocimiento final; lo que no puede ser con-
frontado permanece como una barrera inmediata para cualquier proceso posterior.
Todo esto significa realización y la completa aceptación del modo en que el alma se
ha apartado del verdadero sendero del destino espiritual.
El sendero veintiuno une Netsah con Hesed y conecta la individualidad con la per-
sonalidad, aquí se encuentran los ideales y aspiraciones, las emociones y un anhelo
indefinido que impele a lanzarse a una búsqueda indeterminada y, contrariamente a lo
que muchos creen, interna. El peligro principal en este proceso es dejarse llevar por
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 61
las afirmaciones falsas, los espejismos, la exageración emocional. Esta prueba supone
mantener el propio destino dentro de lo que es la individualidad y no extraviarse
durante la búsqueda.
El sendero siguiente, el veintitrés, une Hod con Geburah. Supone la estabilidad
necesaria para reflejar los mundos superiores sin distorsión, aquí se encuentran los
principios de acción correctivos o calibrantes asequibles a la personalidad; muestra
cómo usar la mente en conformidad con el verdadero plan de la evolución.
El sendero trece conecta Tiferet con Keter, el origen ilimitado de todo, el punto de
contacto con la inteligencia oculta que gobierna y condiciona todas las cosas. Línea
directa de contacto entre el espíritu y la individualidad, igual que el llamado «sendero
silencioso secreto», que no aparece sobre el Árbol de la Vida, y que uniría a Hesed con
Binah a través de Da´at; implica soledad y desolación, ambos son vías a través del abis-
mo y los alrededores de Da´at y tan alto nivel de purificación conduce al alma direc-
tamente hacia Dios.
El sendero diecisiete une Tiferet con Binah. Binah es la sefirah de la estabilidad, la
forma que se manifiesta, que limita a la fuerza pero también la organiza, es por tanto
la disciplina de la fuerza y la base de la manifestación, además del principio femenino.
El sendero otorga el conocimiento de lo que es el destino del espíritu en la tierra, con-
tenido en Binah, además de la propia imagen del espíritu. Binah también es el lugar de
donde emana la fe. Este es un sendero de separación, esencial para la evolución indi-
vidual; debe haber una separación entre la parte del ser que permanece en el mundo
superior y la parte que desciende a la manifestación.
El sendero número quince pone en relación a Tiferet con Hokhmah, la sefirah de la
fuerza dinámica, de la energía y la actividad, el principio masculino. A través de este
sendero el alma puede vislumbrar una chispa de la majestad de su Creador. La guía es
la propia percepción de Dios. El resultado, una profecía o visión del fin de la presen-
te evolución.
En el sendero dieciocho, que une a Geburah con Binah, se encuentra el vehículo
destinado al movimiento, es decir, que actúa como un canal de comunicación entre el
espíritu y la individualidad.
El sendero dieciséis conecta Hesed con Hokhmah. Es también un vínculo entre el
espíritu y la individualidad, el modelo de lo que ha de ser y la promesa de lo que será
que prefigura la experiencia del paraíso reservado a los justos.
El sendero número catorce une Binah con Hokhmah y es la viga principal del espí-
ritu mismo en sus propios niveles de manifestación, el fundamento escondido de
todos los seres que pertenecen al plano de la forma. El sendero es pues un arquetipo
de toda la manifestación subsiguiente, es el portal hacia la manifestación y la puerta al
mundo del espíritu, la puerta que tiene corrupción a un lado y perfección al otro.
El sendero doce conecta Binah con Keter y en consecuencia implica la capacidad
de ver las cosas tal como realmente son. La forma no esconde ya la imagen luminosa
del Creador, sino que la revela. Es la forma más elevada de visión, el conocimiento
espiritual, imposibles de alcanzar por alguien en encarnación física.
62 ALFONSO X EL MAGO
Por último, el sendero once une Hokhmah con Keter. Este sendero es ese eleva-
do nivel de conciencia por el cual el alma iluminada procede de la visión directa de
Dios a la experiencia aún más trascendental de la que es propiamente la experien-
cia espiritual de Keter, es decir, la unión con Dios (unión que, sin embargo, no eli-
mina la distancia entre el ser creado y el Creador, como todos los cabalistas insis-
ten en afirmar, ya que lo contrario les llevaría a aceptar el panteísmo). El alma
conoce entonces igual que es conocida. Ascendiendo, este sendero es la aproxima-
ción final hacia la unión con Dios, conduciendo a la disolución de lo manifiesto.
Descendiendo, es la primera sección del descenso de poder simbolizado cabalísti-
camente por el conocido como “Rayo Relampagueante” y representa así el princi-
pio, el comienzo.
Este es, de modo aproximado y resumido, el recorrido del alma humana a través
de los senderos del Árbol de la Vida de la Cábala, recorrido que entraña peligros y
proporciona conocimiento, supone pruebas y recompensas y es en definitiva el inten-
to del ser humano por comprenderse a sí mismo y a cuanto le rodea y, en última ins-
tancia, el esfuerzo perenne de intentar conocer a Dios. Los místicos buscan así la
unión con la divinidad, mientras otros ven en el Árbol sólo un modelo que explica la
psicología humana.
Dentro de esta compleja y elaborada teoría se inserta la obra mencionada con
anterioridad de Abraham de Colonia, su Keter Shem Tob (Corona del Buen Nombre) en
la que se realiza una explicación de las sefirot, de las letras hebreas y del Tetragráma-
ton. La enseñanza transmitida por Abraham se centra en el estudio de las técnicas vin-
culadas con la Merkabah, de la que también hablaremos, y en el perfeccionamiento de
las propias virtudes recurriendo la mayoría de las veces a un lenguaje simbólico que
no esconde la orientación eminentemente práctica que tiene su obra.
Esta diferencia entre la llamada Cábala práctica y la teórica, o principalmente espe-
culativa y filosófica, ha sido siempre de vital importancia a lo largo de la historia del
misticismo hebreo, siendo éstos los términos modernos mantenidos hasta el día de
hoy aplicados a las tradicionales Cábala extática (kabalah maasit) y teosófica (kabalah iyu-
nit), respectivamente.
Una buena parte de la literatura cabalística del siglo XIII, dentro de la corrien-
te teosófico-teúrgica, está dedicada al estudio de la lógica mística de los manda-
mientos78, además de la descripción de las sefirot, en obras como el Sefer ha-Bahir y
en diversos comentarios de autores originarios de Provenza y de Gerona, grupos a
los que ya nos hemos referido con anterioridad. La repercusión de estos estudios
fue extraordinaria y difícil de evaluar en su justa dimensión, puesto que pese a estar
dirigidos a sectores minoritarios de la comunidad judía (y no judía en algunos casos)
su evolución marcó claramente las líneas de pensamiento en el mundo hebreo pos-
terior.
78
M. Idel, Cábala. Nuevas perspectivas, p. 18.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 63
79
Es interesante comparar esta idea con la concepción muy similar que encontramos en el mundo
musulmán en relación con el Corán, que evidentemente también es interpretado por las escuelas místicas
desde el punto de vista esotérico.
80
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 208.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 65
están reservados a quienes posean la capacidad requerida para que sea posible el acce-
so a los mismos.
Gerschom Scholem afirma que este tipo de división puede ser de tradición cris-
tiana (las categorías literal, moral, alegórica y mística de la misma) aunque, por supues-
to, los comentarios literales, haggádicos (narrativos) y filosófico-alegóricos eran conoci-
dos también en la tradición judía. Parece ser que Bahya ben Aser fue el primer comen-
tarista bíblico que en 1291 introdujo los cuatro aspectos en sus explicaciones textua-
les, aunque no usaba el acrónimo pardes y se refería a la lectura filosófica de la Torah
como “el camino del intelecto”.
La explicación del nivel sod, evidentemente, tenía posibilidades ilimitadas; por
ejemplo, en el Megalleh amuqqot (1637) de Natán Spira la oración de Moisés a Dios en
Deu 3, 23ss se explica de 252 maneras distintas81. También en el Zohar se alude a esas
interpretaciones místicas como a los “misterios de la fe”, es decir, se trata de exégesis
basada en creencias esotéricas, hasta el punto de que Moisés de León opinaba clara-
mente que si la Torah no pretendiera ser más que una serie de narraciones literales
otros habrían podido componer un libro mejor.
En ocasiones las interpretaciones cabalísticas escogían de forma deliberada poner de
manifiesto que determinadas palabras o versículos que pueden parecer a primera vista
insignificantes poseen en realidad una gran importancia simbólica como, por ejemplo, la
lista de los reyes de Edom (que se identifica con los cristianos) que interpreta el Zohar.
Otra cuestión significativa es también la idea de la existencia primordial de la Torah;
en esa forma primigenia contendría ya todas las posibilidades de combinación que pue-
den manifestarse de acuerdo con las obras de los seres humanos y con las necesidades
del mundo. Así surgió la concepción de que la verdadera Ley escrita se hizo invisible a la
percepción humana y actualmente está oculta en el pergamino blanco del rollo de la
Torah, cuyas letras negras no son más que un comentario de ese texto no visible. Según
esta creencia, en los días del mesías las letras de esa “Torah blanca” serán reveladas.
Todo esto encaja perfectamente en la idea general de que los místicos son personas
que mediante su propia experiencia y la especulación sobre ésta descubren nuevos pla-
nos de significado en su religión tradicional. Si todo ello no les lleva a romper el marco
de las instituciones tradicionales de dicha religión la cuestión que surge inmediatamente
es cómo pueden relacionar esa experiencia personal con los textos sagrados de su tradi-
ción y también sus propias ideas con las que ya forman parte de lo considerado ortodo-
xo. Evidentemente las explicaciones alegóricas surgen siempre que se enfrentan ideas
nuevas con las de un texto sagrado con el que en apariencia se hallan en oposición, obstá-
culo que obviamente debe eliminarse; esto es también válido en lo relativo a la interpre-
tación mística. A este nivel es sabido que existe una abundante literatura en la que los mís-
ticos judíos han intentado interpretar el texto bíblico según su propio pensamiento.
Una parte muy considerable de la literatura cabalística se compone, como hemos
dicho, de comentarios a libros bíblicos, pero muy a menudo este método ha sido uti-
81
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 210.
66 ALFONSO X EL MAGO
lizado como una forma de expresar las ideas propias haciéndolas derivar al mismo
tiempo del propio texto sagrado. No es fácil en cualquier caso determinar si fue el
texto bíblico el que dio lugar a esa exégesis o si ésta es más bien un medio artificial
para introducir en el texto nuevas ideas independientes o hacerlas derivar de él. Hay
que decir, sin embargo, que esta visión que puede resultar un tanto novedosa a pri-
mera vista no puede aplicarse a los cabalistas que ante todo se mueven en el ámbito
de la tradición, como la propia palabra Cábala sugiere, puesto que implica la recepción
de un conocimiento heredado82.
La especulación mística sobre la esencia de la Torah está unida al desarrollo de cier-
tos principios generales. Uno de ellos es la debatida cuestión de la existencia de para-
lelismos entre la exégesis alegórica de Filón de Alejandría y los cabalistas de la Edad
Media, así como los existentes entre ciertas afirmaciones cabalísticas sobre la Torah y
las de los místicos musulmanes sobre el Corán o las de los místicos cristianos sobre sus
Escrituras.
La diferenciación entre sentido literal y sentido espiritual parece remontarse, de
hecho, a Filón y a través de él habría llegado tanto a medios cristianos como musul-
manes; en círculos judíos tales ideas se habrían desarrollado precisamente bajo la
influencia de esas otras corrientes83. La realidad es que muy a menudo el sentido inter-
no de la Torah fue equiparado por numerosos filósofos judíos al de la alegoría filosó-
fica y muchas de sus explicaciones alegóricas recuerdan a las ideas de Filón. Es posi-
ble así volver a encontrar doctrinas de carácter filosófico en la Biblia, sin embargo, la
alegoría tal como aquí se menciona no formaba parte en realidad de la exégesis
cabalística que con más exactitud debería calificarse de simbólica. Los cabalistas
encontraron en la Biblia no una exposición de pensamientos filosóficos como tal sino
la representación simbólica del proceso oculto de la vida divina que se hace visible en
las manifestaciones y emanaciones de las sefirot. Este interés claramente teosófico era
para ellos lo más importante.
En lo relativo a la alegoría propiamente dicha encontramos actitudes distintas
entre los cabalistas. Nahmánides evita conscientemente las explicaciones alegóricas al
estilo de los filósofos en su comentario a la Torah; en cambio muchos otros las consi-
deraban un instrumento legítimo. De este modo, desde el momento en que la inter-
pretación esotérica de las Escrituras se presentó bajo dos aspectos diferentes, es decir,
el alegórico y el místico propiamente dicho, quedaba también abierto el camino a los
cabalistas para una concepción de la Torah según la cual ésta se podría manifestar en
cuatro planos de significado diferentes. Así, mientras que, por ejemplo, Yosef ibn
Acnin, el discípulo de Maimónides, habla en su comentario al Cantar de los Cantares de
tres planos de interpretación (literal, haggádico y filosófico-alegórico), los cabalistas aña-
dieron entonces una cuarta forma, la del misterio teosófico.
La idea del cuádruple sentido fundamental de la Torah apareció, por tanto, casi en
82
Como se indicó anteriormente la palabra procede de la raíz hebrea , que significa recibir.
83
G. Scholem, La cábala y su simbolismo, p. 57.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 67
la misma época, hacia finales del siglo XIII, en tres autores cabalistas que seguramen-
te pertenecían al mismo círculo, hablamos de Moisés de León, Bahya ben Aser y Yosef
ben Chiquitilla, aunque pese a todo sus definiciones de los cuatro planos de interpre-
tación difieren en algún aspecto.
La huella más antigua de esta idea la encontramos en el Midrash ha-Ne`elam al libro
de Rut. En él se dice: “Las palabras de la Torah son comparables a una nuez. ¿Cómo
hay que entender esto? Al igual que la nuez tiene una cáscara externa y un núcleo
interno, así cada palabra de la Torah contiene un hecho externo (maase), midrash, hagga-
dah y misterio (sod), y cada uno de ellos representa un sentido más profundo que el
que le precede”84. Esta comparación de la Torah con una nuez no es nueva en la lite-
ratura judía, puesto que fue empleada ya por los hasidim alemanes y franceses de prin-
cipios del siglo XIII.
Avanzando un poco más, en el Zohar III 202ª encontramos que los diferentes pla-
nos de sentido aparecen como partes del organismo de la Torah, que es el Árbol de la
Vida; la vieja expresión “haggadah” es sustituida por el nuevo término “remez”, que en
el hebreo medieval se utiliza, como ya se ha dicho, para alegoría. Aquí se establece,
además de los cuatro sentidos mencionados, un quinto plano que resulta de la inter-
pretación hecha con ayuda del valor numérico de las letras hebreas, aunque normal-
mente no constituye un plano propiamente dicho. Unos años después el propio
Moisés de León comenzaría a utilizar el término pardes.
El mismo principio básico de la cuádruple exégesis es utilizado también normal-
mente por Bahya ben Aser en su comentario a la Torah escrito aproximadamente en
1291 en Zaragoza, aunque presenta algunos términos diferentes. Igualmente ocurre
en los fragmentos de glosas cabalísticas a la Guía de perplejos de Maimónides, que se
atribuyen a Yosef Chiquitilla.
Como ya se mencionó, este cuádruple aspecto de la Torah presenta fuertes seme-
janzas con la concepción de ciertos autores cristianos medievales, como, por ejemplo,
Beda (siglo VIII) y otros. En la baja Edad Media estas ideas se habían generalizado ya
entre los autores cristianos; según esto en sus textos hablan de historia, alegoría, tro-
pología (homilética moral) y anagogía (por la que entienden una interpretación de los
textos vinculada con el fin de los tiempos)85.
El último y más radical paso en la evolución de este principio de la infinitiva mul-
tiplicidad de sentidos de la Torah lo dio la escuela cabalística de Safed en el siglo XVI
con la ya citada idea de las 600.000 explicaciones posibles de la misma. No obstante,
también es importante insistir en el hecho de que el punto de vista general siempre es
ortodoxo a la hora de manifestar el carácter absoluto e invariable de la Torah unido a
la idea de su relativización en la perspectiva histórica. Se supone que con la llegada del
Mesías Dios suprimirá las combinaciones literales que forman actualmente las pala-
bras de la Torah y realizará nuevas combinaciones de palabras, de las que se originarán
84
G. Scholem, La cábala y su simbolismo, p. 59.
85
Ibídem, p. 66.
68 ALFONSO X EL MAGO
nuevas frases que hablarán de otras cosas. Esto no significa, sin embargo, que la Torah
no sea válida eternamente sino que, aún siendo entonces como es ahora, Dios
enseñará a leerla de acuerdo a otra disposición de las letras y explicará el reparto y la
combinación de las palabras86.
Otro aspecto significativo y a destacar de la Torah, según la opinión de los caba-
listas, es que las mismas letras reproducen en sus diferentes combinaciones los dife-
rentes aspectos del mundo, es decir, que en el principio todas las letras de la Torah se
hallaban mezcladas confusamente y sólo en el momento de producirse un determina-
do acontecimiento se reunían las letras en palabras que contaban este suceso, lo que
significa que si en lugar de eso se hubiera producido otro acontecimiento, entonces
habrían surgido otras combinaciones literales87. A partir de aquí se desarrollará tam-
bién la doctrina de los “ciclos cósmicos” o semitot expresada en el Sefer ha-temunah, que
apareció hacia 1250 en Cataluña y que fue escrito por un autor desconocido.
En conclusión, podemos afirmar que como pautas más comunes dentro de la exé-
gesis cabalística encontramos las siguientes: la escasa importancia que la mayoría de
las veces se concede al aspecto propiamente filológico, excepto en las ocasiones en
que es estrictamente necesario; la opinión irreductible de que la Biblia posee además
de su contenido literal otro tipo de información que va desde lecciones éticas a
enseñanzas propiamente místicas y proféticas; la convicción de que ese significado
oculto existente en la Escritura es, además de inaccesible, no recomendable para los no
iniciados88; y, por último, la idea de que el sentido literal corresponde en general a
acontecimientos de este mundo mientras que el simbólico corresponde a hechos que
tienen lugar en el ámbito de lo divino89.
Finalmente, se puede concluir con la idea contenida en la obra maestra de la Cába-
la, el Zohar, que indica que penetrar en las dimensiones más profundas de la Torah es
una de las metas del místico90. De ahí que necesariamente Cábala y exégesis deban ir
siempre de la mano aún cuando los métodos empleados puedan variar y ampliarse con
el paso del tiempo.
Esta vertiente importante de la Cábala que tiene su base en la interpretación de las
Escrituras no puede hacer olvidar, sin embargo, la existencia de una Cábala extática,
cuyo origen se encuentra en la literatura de hek– alot y la mística de la Merkabah, de las
86
Esta idea aparece en Debas le-fi de Azulay ya en 1801, además de en algunas obras más o menos
contemporáneas a la mencionada.
87
Esta teoría se menciona como tal por primera vez en círculos hasídicos y concretamente en nom-
bre de Israel Ba´al Sem.
88
En este aspecto encontramos diferencias entre los distintos cabalistas a la hora de tratar ciertos
temas con más o menos claridad, mientras que algunos se limitan a las simples alusiones, por ejemplo
Nahmánides, otros como Ezra de Gerona presentan sus exposiciones de forma algo más clara al tratar
cuestiones propiamente esotéricas.
89
A. Sáenz Badillos-J.Targarona Borrás, Los judíos de Sefarad ante la Biblia, p. 215. Aunque la opinión
es expresada en particular por Nahmánides ésta es una idea muy extendida, probablemente en parte por
la gran influencia del cabalista catalán.
90
Ibídem, p. 232.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 69
que hablaremos más adelante, tratándose en realidad de un enfoque mucho más eli-
tista que el teosófico, que está basado en el estudio y cumplimiento místico de los pre-
ceptos, mientras que la vertiente extática exige la experiencia personal del ascenso mís-
tico mediante técnicas como la recitación de los nombres divinos, con los peligros
asociados que pueden encontrarse en el proceso.
Hay que decir que la Cábala desarrollada en España en época medieval es funda-
mentalmente de carácter teosófico, si bien existen figuras importantes dentro de la
Cábala extática, como el ya mencionado Abraham Abulafiah, mientras que en movi-
mientos como el hasidismo alemán se intentaba realizar una síntesis entre teosofía y ele-
mentos extáticos. Procedente de esta escuela era Abraham ben Alexander de Colonia,
de quien también hemos hablado ya, que aunaba, por tanto, en buena medida en su obra
ambas corrientes y que está considerado el representante más notable de la Cábala prác-
tica en Alemania junto a su maestro Eliezer de Worms. Insistamos aquí una vez más en
el hecho de que no deja de ser interesante que un personaje como Abraham eligiese pre-
cisamente la corte de Alfonso X como su lugar de destino, encontrándose de nuevo una
relación directa entre la protección del monarca castellano y la presencia de represen-
tantes de las vertientes de contenido más práctico dentro de determinadas enseñanzas.
El panorama que en España encontró Abraham de Colonia, por otra parte, era cierta-
mente apasionante, como ya hemos podido comprobar.
El desarrollo de las doctrinas esotéricas y místicas judías a partir del siglo XIV es
extraordinariamente rico, las corrientes aquí generadas se difunden por la mayor parte
de España y traspasan sus fronteras, especialmente hacia Italia y Oriente, aunque ello
no significa que no contasen con la oposición de algunas figuras destacadas dentro de
las distintas comunidades.
En España la actividad intelectual y literaria vinculada con la Cábala disminuye
solamente en el siglo XV; sabemos que todavía en este siglo existían muchos cabalis-
tas en tierras españolas y que se escribieron aún numerosos manuscritos sobre el tema
en sus diversas manifestaciones, pero el punto álgido de las enseñanzas se había alcan-
zado ya y la originalidad de las obras se empobrece.
Con la expulsión de 1492 no sólo la historia de los judíos sino también la de la
Cábala da un giro radical al combinarse con el mesianismo y con tendencias marca-
damente apocalípticas, lo que supuso una cierta “popularización” de las enseñanzas,
que empiezan a difundirse más abiertamente entre la comunidad. El principal centro
cabalístico a partir de ese momento será Safed, en Palestina, que se convierte así en el
eje del último movimiento dentro del judaísmo con una proyección y una influencia
amplia y continuada en toda la diáspora, es decir, Europa, Asia y el norte de África91.
91
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 90.
70 ALFONSO X EL MAGO
92
J. M. Dolcet, “Hermetismo y cábala cristiana”, http://symbolos.com/s11jmdct.htm
93
J. Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, http://www.ferratermora.org/ency_filosofo_kp_llull.html
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 71
94
J. M. Dolcet,“Hermetismo y cábala cristiana”, http://symbolos.com/s11jmdct.htm
95
Ibídem.
72 ALFONSO X EL MAGO
Resumiendo, podemos decir que no sólo en temas místicos y mágicos fue rele-
vante la herencia hispanohebrea, sino que también es de destacar en otros campos,
debido en buena medida al interés por la cultura que siempre se consideró como una
obligación en la mayoría de las comunidades judías. Dentro de la literatura o la filo-
sofía la aportación hispanohebrea es de altísmimo nivel, pero debe destacarse aquí
especialmente el estudio de las ciencias, y más concretamente de la medicina, farma-
cología, astronomía y astrología.
Tanto en la España musulmana como en la cristiana encontramos figuras rele-
vantes, sobre todo en el terreno de la medicina, ya desde el siglo X con personajes
como Hasday ibn Saprut, o Yonah ibn Yanah en el XI (ambos ejercieron la profesión
médica en cortes andalusíes); Abraham ben David o Yitzak ben Abraham ibn Latif
(también cabalista) en Toledo, en los siglos XII y XIII respectivamente, y también en
el siglo XIII y en Gerona, Nahmánides, de quien hablamos por su condición de caba-
lista, ejerció igualmente la medicina. Estos son sólo algunos ejemplos, evidentemente,
puesto que la lista sería muy extensa en el caso de pretender incluir todos los nombres
mínimamente representativos.
Es necesario decir también que la profesión de médico suponía para muchos
judíos una oportunidad de ascenso en la escala social, oportunidad que, como sabe-
mos, a menudo supieron aprovechar adecuadamente llegando a convertirse en conse-
jeros de reyes y nobles, participando así de los asuntos de estado. Sin embargo, tam-
bién es cierto que esta práctica no estaba exenta de riesgos, puesto que las leyes podían
llegar a castigar incluso las equivocaciones involuntarias que pudiesen comenterse y
además los judíos estaban expuestos a la habitual desconfianza que provocaba su con-
dición. En cualquier caso, la realidad es que muchos médicos judíos españoles llega-
ron a alcanzar fama más allá de nuestras fronteras, siendo requeridos sus servicios por
personajes importantes que consideraban necesaria su presencia en determinados
momentos96.
En cuanto a obras de medicina escritas por judíos, lo cierto es que no nos han lle-
gado demasiadas, las primeras conocidas de las que tenemos información son las refe-
ridas por un historiador de la medicina árabe, Ibn Abi Utsaibia, que estudió en Damas-
co y tuvo como maestro al médico judío Imram ben Sedaka, colaborador de otros médi-
cos en Damasco y El Cairo alrededor del año 1200. Los textos mencionados más anti-
guos serían los de Asaf Judeo en el siglo VII, en el siglo X destacan Isaac ben Salomón
Israeli de Egipto y Shabetai Donnolo en Italia97, y a partir de ese momento tendríamos
ya una serie de autores que culminan en la figura de Maimónides (1135-1204), sus discí-
pulos, como Shem Tob ibn Falaquera y la última figura de la medicina hispanohebrea,
expulsado de España en 1492, Abraham Zacuto, también astrónomo.
La relación de la medicina con la astronomía, y especialmente con la astrología, es
importante en grado sumo, ya que como sabemos el médico medieval debía necesa-
96
D. Gonzalo Maeso, El legado del judaísmo español, pp. 286-287.
97
Ibídem, p. 91.
II. MAGIA Y CÁBALA EN LA CORTE DE ALFONSO X EL SABIO 73
75
76 ALFONSO X EL MAGO
III.1. EGIPTO
98
Esta imagen del mago con la vara o el báculo se convertirá en imprescindible y la encontraremos
nuevamente en otros muchos lugares, desde la lucha entre los magos egipcios y Aarón en el Antiguo Tes-
tamento, hasta figuras tan populares como la del famoso mago Merlín.
78 ALFONSO X EL MAGO
Museum). Los primeros ejemplares del Libro de los Muertos como tal son del año 650
a. C. y se trata de papiros fragmentarios en su mayoría, aunque algunos ofrecen ya un
texto relativamente completo. La forma moderna de la obra consta de ciento noven-
ta capítulos99.
El Libro de los Muertos, por tanto, es una colección de invocaciones, plegarias, him-
nos y fórmulas mágicas destinadas a guiar al difunto en su tránsito de la vida a la muer-
te; dichas fórmulas, atribuidas al dios Thot, fueron recopiladas en épocas diversas
hasta que durante la Dinastía XXVI se habría creado una estructura general que per-
mitió que forma y contenido se conservaran.
Su transmisión habría sido inicialmente oral hasta que a mediados del Imperio Anti-
guo se empezó a grabar en el interior de las pirámides de diferentes reyes de las
Dinastías V y VI, razón por la cual los textos de esta naturaleza habrían sido conocidos
en un primer momento con el nombre de Textos de las Pirámides, textos que son datados
como los más antiguos en su género, como dijimos. Uno de los Textos de las Pirámides
más conocidos es el encontrado en la pirámide del rey Unas, de la Dinastía V, que se
considera el texto religioso más antiguo encontrado hasta el momento. En general, en
estos textos podemos observar que a lo largo del Imperio Antiguo y el Primer Período
Intermedio la figura más importante será la del dios Ra; más adelante, sin embargo, pre-
dominará la figura de Osiris, a pesar de que las menciones a Ra no desaparecen.
Iniciada la VII Dinastía se producirían dos innovaciones significativas, por una
parte el cambio de soporte que supone la grabación de los textos sobre féretros o
sarcófagos, y por otra el hecho de que su uso, reservado hasta entonces a los reyes y
algunas reinas, se extendió a los nobles y funcionarios más importantes. En este pro-
ceso se registran también algunas modificaciones con respecto a los documentos ante-
riores; su denominación en este nuevo estadio será la de Textos de los Sarcófagos.
El siguiente paso fue copiar el texto sobre papiros o lienzos de lino que se depo-
sitaban junto a los difuntos, habitualmente entre las piernas; hay quienes opinan que
el uso del nombre más extendido de Libro de los Muertos podría ser una traducción del
árabe kitâb al-mayyitûn, que sería la forma de denominar a los rollos encontrados de esa
forma por los saqueadores de tumbas, pero en cualquier caso es el nombre con que
lo designó el egiptólogo alemán Karl Richard Lepsius, quien lo publicó en 1842 con
el título que ha pervivido desde entonces: Das Todtenbuch der Ägypter. Los capítulos que
lo componen presentan una cierta estructura fija compuesta por un título, el texto
propiamente dicho, que no siempre tiene una relación clara con lo que anticipa el
mencionado título, y a veces un añadido o rúbrica en el que se dan las indicaciones
que pueden ser necesarias para el uso correcto de la fórmula.
La escritura que recoge el contenido del texto en un principio fue la jeroglífica, pero
más adelante se utilizará también la escritura hierática. Generalmente suelen destacarse
tres versiones diferentes del texto: la versión heliopolitana, redactada por los sacerdotes
de Heliópolis y que se encuentra en sarcófagos, estelas y papiros de las Dinastías XI, XII
99
A. López, El libro de los muertos de los antiguos egipcios, pp. 23-25.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 79
y XIII; la versión tebana, escrita en jeroglíficos (después en hierático) escrita sobre papi-
ros y utilizada durante las Dinastías XVII, XVIII, XIX, XX y XXI ya no solamente por
los reyes; y la versión saíta, que durante la Dinastía XXVI supone la fijación del orden
de los capítulos que se mantendrá hasta el final del periodo Ptolemaico.
Con respecto a la división en capítulos, Paul Barguet ha propuesto la siguiente: en
los capítulos 1 a 16 se describe la marcha hacia la necrópolis y se recogen himnos al
Sol y a Osiris; en los capítulos 17 a 63 aparecería la regeneración y el triunfo así como
la impotencia de los enemigos; en los capítulos 64 a 129 se relata cómo manifestarse
bajo diversas formas, la utilización de la barca solar, el regreso a la tumba y el juicio
ante el tribunal de Osiris (donde se encuentran las llamadas Confesiones Negativas que el
difunto realiza ante los dioses como defensa de sus actos); en los capítulos 130 a 162
se encuentran los textos de glorificación del muerto, que se deben leer en determina-
dos días festivos, el servicio de las ofrendas y la preservación de la momia por medio
de los amuletos; por último, los capítulos 163 a 190 aportan el colofón a lo anterior
por medio de fórmulas en las que se alaba a Osiris100.
En estos textos se pretende deliberadamente dificultar la comprensión del profa-
no, puesto que la lectura de las palabras sagradas sólo estaba permitida al difunto resu-
citado o a su sacerdote lector, el Jery-Hebet, es decir, sólo éste sabía cómo había que
leerlas ya que lo había aprendido en la Casa de la Vida101 de algún templo102. Además,
la utilización de la llamada retroescritura que caracteriza a los textos religiosos será un
obstáculo más para la comprensión del no iniciado y una manera efectiva de proteger
el contenido de la enseñanza transmitida por los textos.
Los ejemplares conocidos en la actualidad del Libro de los Muertos son principal-
mente el Papiro de Ani, la versión más conocida y completa realizada para el escriba
real Ani de la Dinastía XIX, propiedad del Museo Británico y traducido por Ernest
Wallis Budge, publicado en 1895; el Papiro de Aufanj, perteneciente al Museo Egipcio
de Turín; el Papiro de Iuya, del Museo Egipcio de El Cairo; el Papiro de Ja, también en
el Museo Egipcio de Turín; y el Papiro de Nu, igualmente del Museo Británico. La
importancia del Papiro de Ani en concreto entre todos los mencionados se debe a su
longitud (algo más de veinticinco metros), a las impresionantes representaciones grá-
ficas que contiene de las diferentes etapas del juicio realizado en el mundo de los
muertos y a la gran cantidad de capítulos que conserva, que lo convierten en uno de
los más completos que conservamos, como se indicó anteriormente.
Por otra parte, habría que añadir que ciertos pasajes del Libro de los Muertos no sólo
eran inscritos en los papiros sino que se recogen también en los ushebtis, en algunas
paredes de las tumbas o en lino, sobre todo en la época de Tutmosis III, en la XVIII
Dinastía.
100
F. J. Martín Valentín, Los magos del Antiguo Egipto, pp. 180-181.
101
Se trata de una institución en la que se realizaban actividades de naturaleza diversa, sobresalien-
do entre ellas su función como centro de enseñanza, biblioteca, taller donde se copiaban textos antiguos
y archivo en el que se depositaban documentos privados de todo tipo.
102
F. J. Martín Valentín, Op. cit., p. 179.
80 ALFONSO X EL MAGO
103
F. J. Martín Valentín, Los magos del Antiguo Egipto, p. 195.
104
Algo que quizá podamos relacionar también con la diosa Bastet y su culto si realizamos un estu-
dio en profundidad sobre el tema.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 81
105
Es interesante en este sentido la comparación, por ejemplo, con el Libro Tibetano de los Muertos,
es decir, el Bardo Thödol, del siglo VIII. En el libro tibetano se guía al difunto en el proceso que debe seguir
tras su muerte física y se le aconseja y acompaña; la diferencia básica con respecto al texto egipcio es que
en este último el ideal planteado es que el protagonista del viaje a través del mundo de ultratumba se con-
vierta en un verdadero mago capaz de controlar dicho proceso en todos los aspectos.
106
H. Frankfort, La religión del Antiguo Egipto, p. 166.
82 ALFONSO X EL MAGO
seguridad, en este sentido el Libro de los Muertos recoge la afirmación siguiente: mi nom-
bre es bastante poderoso para abrir las puertas del mundo inferior. Esta máxima alude a la supe-
rioridad del portador de conocimiento ante quien las demás criaturas deben inclinar-
se y cuyo poder no conoce límites temporales ni espaciales. En cuanto a esta cuestión
es significativo el capítulo 144, en el que se recogen los nombres de los guardianes,
vigilantes y relatores de las siete puertas que se mencionan107.
El concepto básico que se oculta tras este tipo de fórmulas es el papel represen-
tado aquí por el Ka, es decir, esa parte que hace al ser humano partícipe de la divini-
dad, que lo iguala a los dioses y que le permite comportarse con autoridad ante ellos,
esto es, la esencia misma de la magia. En este sentido habría que decir que dichas fór-
mulas por sí mismas son realmente poco más que un amuleto escrito; para desenca-
denar todo su verdadero valor mágico es imprescindible estar iniciado, conocer la
forma de no ceder ante el miedo en el Más Allá, miedo que es sin duda uno de los
principales obstáculos al enfrentarse a lo desconocido, y poder así asumir y utilizar el
poder que transmiten los textos.
En relación con esta cuestión habría que decir que el hecho de que los textos pier-
dan su sentido mágico original preocupaba indudablemente a sus autores y transmi-
sores, tal y como reflejan obras como las Amonestaciones de Ipuwer (Primer Periodo
Intermedio) donde leemos, por ejemplo, lo siguiente:
107
Sería interesante poder analizar la similitud existente entre éste y otros conceptos parecidos en
algunas tradiciones de la zona, como la hebrea, en la que se repite también el número siete asociado a
cuestiones como los siete cielos o los siete palacios que se encuentran en ellos. A este respecto se puede
recomendar Investigaciones sobre astrología y Astrología y gnosticismo de Demetrio Santos.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 83
trar su capacidad para transformarse y además, afirma el texto, no haber revelado tam-
poco ningún secreto; esta exhortación a mantener el secreto de las cosas sagradas, se
repite en varias ocasiones, en especial en lo que se refiere a la recitación de los textos
y a alejarlos de los ignorantes, es decir, de cualquier persona no iniciada.
El estilo, así como la extensión de los capítulos varía; para poder analizar el tema
en toda su complejidad sería necesario poder realizar un estudio filológico profundo
para establecer la datación exacta de cada texto, el análisis lingüístico y el de conteni-
do para diferenciar lo que evidentemente corresponde a épocas y escuelas distintas,
pero en un simple análisis superficial se aprecia que en los que seguramente sean los
textos más modernos se observa una clara tendencia a utilizar más la narración, por
ejemplo, en el capítulo 112 se introduce la historia de Horus y el jabalí que le hiere el
ojo, que parece romper con el tono mantenido en los capítulos anteriores, y lo mismo
puede afirmarse del 113 y de algún otro capítulo.
Además, en muchos capítulos se pierde ya profundidad mágica, algo que se apre-
cia no sólo en el tipo de fórmulas contenidas en el texto sino también en la impor-
tancia cada vez mayor que se concede a los talismanes y amuletos, algo que realmen-
te implica una mayor pasividad por parte del portador de los mismos; esta menor pro-
fundidad a menudo va unida, sin embargo, a una mayor elaboración literaria. Comien-
zan a aparecer relaciones de ofrendas y las divinidades a las que corresponden, se
hacen más abundantes las plegarias y se hace también más evidente la importancia del
uso de las piedras y las instrucciones relativas a las diversas ocasiones en que deben
utilizarse108. En cuanto a las rúbricas, el lenguaje y el estilo empleado en ellas recuer-
da a los posteriores grimorios, que vienen a ser igualmente libros que recogen fórmu-
las mágicas para fines diversos. Por otra parte, sería necesario destacar al menos, por
ser especialmente significativas y de una considerable carga posterior, las menciones
que aparecen a la “Tablilla de Esmeralda”, por ejemplo, en los capítulos 105 o 112.
En conclusión, un estudio rápido del Libro de los Muertos ante todo impresiona por
su altísimo nivel mágico, además de obligar a la reflexión acerca de por qué y cómo
llegó a alcanzar una importancia tan considerable una práctica que por su misma natu-
raleza había de ser secreta, y ello aun considerando el hecho de que se hallaba indiso-
ciablemente unida a la religión que podríamos denominar “externa”, es decir, exotéri-
ca frente a la enseñanza esotérica que contienen estos textos.
Es posible que la explicación, finalmente, se encuentre en ese miedo o temor reve-
rencial que los antiguos egipcios sentían hacia la muerte, que sería un trance tan críti-
co y traumático que tan sólo podía superarse con ayuda de la magia. En este sentido,
para mí el Libro de los Muertos en realidad presenta la idea de la muerte como un pro-
ceso (y literalmente también, un viaje) iniciático, viaje o proceso que sólo puede supe-
rarse con los conocimientos apropiados. Expone de manera perfecta esta imagen uno
de los párrafos del capítulo 86 cuando el difunto afirma:
108
Una vez más estaríamos aquí ante el origen de importantes tradiciones posteriores, como los
lapidarios medievales.
84 ALFONSO X EL MAGO
Estaríamos, por tanto, ante la muerte como proceso purificador que tras las prue-
bas necesarias hace posible la identificación o unión con la divinidad. Este proceso,
con sus propias características, se repetirá después en el cristianismo y en práctica-
mente todas las demás religiones; lo peculiar del mundo egipcio es el instrumento ele-
gido para superar esa sucesión de pruebas y peligros a los que ha de enfrentarse el
difunto en su tránsito. Ese instrumento no es otro que la magia, como recoge de
manera impactante y contundente uno de los Textos de los Sarcófagos;
He venido a tomar posesión de mi trono, a que se reconozca mi dignidad, pues todo esto era
mío antes de que existierais vosotros, los dioses; así pues, bajad y pasad a ocupar los últimos
puestos, porque yo soy un mago110.
III.2. MESOPOTAMIA
109
A. López, El libro de los muertos de los antiguos egipcios, p. 102.
110
Textos de los sarcófagos, conjuro 261.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 85
111
Es de destacar aquí la importancia de la presencia de sacerdotisas en la religión mesopotámica,
que ejercían diversos papeles y que mantenían una estructura jerarquizada similar a la de los sacerdotes.
112
Es interesante mencionar que en el famoso Código de Hammurabi se recoge explícitamente un
apartado de leyes y delitos relacionados con la brujería.
113
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, p. 50.
86 ALFONSO X EL MAGO
rrollo. Los textos más antiguos conservados se remontan al siglo XXVI a.C. y sólo se
han descifrado parcialmente, pero sabemos que describen procedimientos mágicos
tales como ligaduras, hechizos por medio de figuras, predicciones astrológicas y diver-
sos métodos adivinatorios, como la adivinación por medio de vísceras de animales,
especialmente del hígado (recordemos que también en el Antiguo Testamento se men-
cionan prácticas de este tipo)
A partir del primer milenio a. C. el material de carácter mágico comienza a reco-
pilarse en manuales para ser usados por especialistas que se hallaban habitualmente al
servicio de la corte, de manera que estos textos comienzan a constituir un canon,
conocido como surpu (ritual de purificación), maqlu (protección contra actos de hechi-
cería), bat rimki (protección y purificación del rey) o la serie de conjuros denominada
udug.hul.a.mes y sag.gig.a.mes (contra los efectos de los demonios malignos utukku y con-
tra los causantes de enfermedades de la cabeza)114.
Como muestra del tipo de libros de hechizos que circulaban y se empleaban en
toda la zona, habitualmente se toma como base de estudio los Papiros Mágicos Grie-
gos115, una colección de textos escritos principalmente en griego, copto y egipcio
demótico, encontrados en Egipto y datados los más importantes de ellos entre los
siglos I a. C. y IV d. C., aunque existen algunos textos de hasta el siglo VII. Los
papiros conservados son fragmentos de hechizos, recetas, fórmulas para diversos
fines y oraciones, que revelan una visión sincrética de la religión y la magia,
encontrándose en ellos rastros de las religiones griega, egipcia, hebrea, babilónica
y cristiana.
En cualquier caso hay que decir que la conexión entre la magia y la religión y la
ciencia en la región de Mesopotamia es especialmente estrecha, pues, como afirma
Daxelmüller, era parte integrante de los dos ámbitos al ofrecer una liturgia legitimada
religiosamente al tiempo que servía como examen y comprobación de las deduccio-
nes hechas a partir de la observación astrológica o de las señales leídas en las vísceras,
de manera que la creación de manuales de textos mágicos, como por ejemplo los que
conocemos de la biblioteca de Asurbanipal del siglo VII a. C., fue el resultado de un
proceso de cientificación116.
En este mismo sentido Ana Mª Vázquez Hoys recoge la opinión de autores como
Cumont, para quien la magia y la astrología tienen un origen religioso al haberse desa-
rrollado juntas en los templos de Oriente, o Dupuis, quien piensa que, cuando se habla
en concreto de la vida religiosa de las sociedades neolíticas, hay que evitar la confu-
sión constante que se crea entre religión y magia, puesto que estos pueblos no tenían
una clara noción de lo que nosotros llamamos religión, sino que la consideraban parte
integrante de un saber total que no discriminaba lo que podría llamarse «el complejo
religión-magia-tecnología», ya que en dichas sociedades la religión se entremezclaba
114
Ibídem, p. 49.
115
Se utiliza normalmente la abreviatura PGM (Papyri Graecae Magicae).
116
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, p. 50.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 87
con la magia y ésta era una parte esencial a su vez de la tecnología (incluyendo tam-
bién la medicina), que permitía ejercer una acción sobre el entorno117.
III.3. GRECIA
La relación del mundo griego con la magia está vinculada, al igual que hemos visto
con anterioridad en otras zonas, tanto con la religión como con la medicina, a pesar
de que los griegos no llegaron a desarrollar una medicina científica como tal ni encon-
tramos tampoco un término equivalente al de religión en el sentido actual de la pala-
bra. Sin embargo, en la literatura griega que conocemos es habitual encontrar objetos
mágicos utilizados por los dioses para conseguir unos determinados fines, así como el
uso de plantas, brebajes y ungüentos. De la misma forma, encontramos también abun-
dantes referencias a la práctica de rituales mágicos y a la utilización de técnicas adivi-
natorias, entre ellas la necromancia, e igualmente prácticas relacionadas con cultos
como el de Asclepio, dios de la medicina.
Por otra parte, el sincretismo que caracterizó a los griegos facilitó la aceptación de
divinidades de otros pueblos a medida que el helenismo se extendía por oriente; el
desplazamiento de Atenas a Alejandría en Egipto en su condición de centro cultural
comporta consecuencias que influyen directamente en las concepciones de la religión
griega y las prácticas mágicas, que se revalorizan considerablemente, así el Egipto pto-
lemaico se convierte en un crisol en el que se mezclan las creencias del antiguo Egip-
to con la religiosidad neoplatónica y neopitagórica en el que se fraguó una religión
sincrética de carácter astral con un dios supremo al que se le dan los principales nom-
bres de cada religión (Zeus, Helios, Baal, Amón, Ra, e incluso alguna diosa como
Hécate). Junto a esta divinidad se sitúan los astros, y entre los astros y los hombres
existiría a su vez un número infinito de seres de naturaleza intermedia, los mensajeros
o aggeloi, en los que se funden los devas persas, los ángeles hebreos y los démones
griegos. Las almas de los muertos, los démones inferiores, estarían muy cerca de los
hombres y serían conocedores de muchas cosas precisamente porque están en un
espacio intermedio118.
Manuel García Teijeiro establece dos clases de documentos mágicos principales
en el mundo greco-romano: los tratados o manuales de magia, que han sobrevivido
fundamentalmente en fragmentos de papiros, y las aplicaciones concretas de la magia,
como las tabellae defi xionis, las fórmulas de execración, textos grabados sobre talisma-
nes, etc. La forma de los conjuros puede variar pero suele contener determinados ele-
mentos estructurales, que, en parte, son característicos suyos y en parte se encuentran
117
A. M. Vázquez Hoys, “Aproximación a la magia, la brujería y la superstición en la antigüedad”,
p. 183.
118
T. Martínez Peña, “Magia y religión en Grecia y Egipto”, http://www.fe.ccoo.es/andalucia/
docu/p5sd7149.pdf
88 ALFONSO X EL MAGO
119
M. García Teijeiro, “Algunas aportaciones de los textos mágicos griegos”, pp. 306 y 308.
120
Ibídem, pp. 310-314.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 89
ataque a los enemigos, de invisibilidad, así como otras fórmulas especialmente impor-
tantes porque se mantendrán a lo largo de toda la historia de la magia, como las que
buscan conseguir un servidor mágico.
En general se puede afirmar que es esencial la asimilación de las técnicas mágicas egip-
cias por parte de los griegos, asimilación que implica desde la utilización de los nombres
de las divinidades egipcias en documentos griegos hasta el hecho de que muchos conju-
ros sean traducciones de textos egipcios más antiguos, pasando por cuestiones importan-
tes como el uso de las piedras en la confección de amuletos, aunque prescindieron de las
formas egipcias y tomaron tan solo el significado de los colores, inscribiendo simplemen-
te un texto mágico sobre la piedra de forma ovalada. Una clase interesante de este tipo de
piedras mágicas lo constituyen las llamadas gemas gnósticas, amuletos que datan de los siglos
II o III d. C. y que fueron denominadas de esa forma por su vinculación con esa vertien-
te religioso/filosófica considerada herética por la naciente Iglesia cristiana. Las piedras
mágicas con inscripciones parecen ser una derivación de los papiros oraculares egipcios,
que a su vez sustituyeron a los amuletos hacia finales del Imperio Nuevo. Es habitual que
dichas piedras ostenten la figura de alguna divinidad griega o egipcia helenizada y para ser
eficaces debían someterse a un rito previo de consagración; los textos que se inscribían en
ellas, a pesar de estar escritos en caracteres griegos, a menudo carecían de significado, sien-
do su valor exclusivamente mágico (este sería el origen de palíndromos como abracadabra,
palabra a la que se atribuyen poderes mágicos y que dará lugar a las denominadas piedras
abraxas, que la llevan inscrita) o bien ocultan un valor numerológico121.
Por último, un apartado especialmente destacable que también se describe en los
documentos mágicos griegos son las diversas técnicas de adivinación, que estudiare-
mos detenidamente más adelante.
III.4. ROMA
121
B. Brier, Los misterios del Antiguo Egipto, pp. 247-249.
90 ALFONSO X EL MAGO
dado que toda cosa existente, fuera grupo de edad, individuo, momento, expresión de
la vida humana o acto social, tenía su dios tutelar. Dicha concepción funcional dio
lugar a uno de los rasgos más notables de la religión romana, la ya mencionada asimi-
lación de elementos y divinidades de otros pueblos. En el momento en que se esta-
bleció la religión oficial, cuyos principales elementos procedían del mundo mítico
etrusco y griego, la antigua tríada fue sustituida por Júpiter, Juno y Minerva por
influencia etrusca, cuya religión también se caracteriza por una rápida asimilación de
elementos itálicos y griegos que produce una mezcla de dioses latinos, sabinos y hele-
nos. Los dioses romanos acabaron asimilándose así con su figura correspondiente en
el panteón griego; Júpiter se identifica con Zeus, Marte con Ares, Minerva con Ate-
nea, Juno con Hera, Saturno con Cronos, Vulcano con Hefestos o Venus con Afro-
dita. A raíz de esta asimilación la mayor parte de las leyendas romanas se convierten
en un calco de los mitos griegos, así como la práctica religiosa como tal, reducida a un
ceremonial no exento de cierto carácter mágico que obligaba al poder al que iba des-
tinado. Por otra parte, al igual que en otras muchas antiguas civilizaciones, como el
mismo Egipto con la figura divina del faraón, de la que hablamos, la vida política en
Roma tampoco puede separarse de la religiosa puesto que los máximos representan-
tes religiosos también gobiernan el Estado, es decir, por medio de la divinización
imperial se pretendía lograr la cohesión social y política del Imperio122.
En este contexto, una vez más, la adivinación resultaba imprescindible puesto que
cada proceso político, social o militar dependía de la voluntad de los dioses, que podía
anticiparse a través de los presagios; también se observa de nuevo, por tanto, la iden-
tificación existente en la época entre magia y religión, imposibles de separar puesto
que para la mentalidad del momento realmente eran una misma cosa. Así lo afirma
Francisco Marco Simón, quien señala la ambigüedad inherente a la formación del
concepto de magia en la cultura latina, pues la primera alusión al término magus se
remonta a Catulo, aunque lo emplea refiriéndose a los magos persas, es decir, que se
comenzaría así a identificar la magia con prácticas malévolas ajenas a Roma, lo cual
indica que no es hasta la época más tardía de la República y durante el Principado de
Augusto, que se inicia a partir del año 31 a. C., cuando se empieza a detectar una cons-
ciencia de la magia como algo separado de las prácticas religiosas entre las élites roma-
nas; fue Augusto, de hecho, quien estableció las premisas jurídicas que permitían enta-
blar los procesos de acusación de astrología y magia. De este modo se llegará a la con-
sideración de la magia como delictiva a través del derecho romano123, tal vez debido a
122
J. Sáez Juárez, “Religión y ejército. Las causas de la grandeza y el mantenimiento del poder en la
Roma antigua”, http://mural.uv.es/juasajua/religionyejercito.htm
123
Los datos que aporta Marco Simón sobre el tema nos informan de que sólo durante la época de
Tiberio se habría condenado a muerte a 45 hombres y a 85 mujeres, siendo más habitual la condena al
exilio para los romanos acusados de practicar la astrología o la magia, y la pena de muerte para los extran-
jeros; habría que añadir que por práctica se entiende también la consulta sobre los temas citados y no sólo
el conocimiento o la dedicación a los mismos. Igualmente comienza aquí a observarse la pretendida
mayor relación de las mujeres con este tipo de prácticas prohibidas.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 91
que el discurso legal romano asociaba lo secreto con lo ilícito, algo que en la práctica
religiosa diferenciaba una acción religiosa como tal de otra mágica; por esa razón se
prohíbe la adivinación que no se realice de manera pública, así como también la ora-
ción recitada en silencio o en voz baja se considera un acto de magia124.
Sin embargo, y a pesar de todo, también existirán emperadores romanos vincula-
dos directamente con la magia, como es el caso de Nerón, de quien Plinio afirma que
se habría hecho iniciar por magos partos para obtener un poder superior al normal,
aunque tal vez esta aseveración no sea casual, pues como opina Marco Simón en su
estudio sobre el tema, Nerón es, de hecho, el ejemplo por excelencia del malus Princeps
y paradigma de la antirromanidad125.
En todo caso, si algo es evidente y destacable es que de cualquier modo queda
patente gracias a la legislación y a las abundantes referencias literarias que tenemos que
nadie en Roma dudaba de la utilidad y eficacia de la magia; sabemos por Plinio el Viejo
que en el documento legal más antiguo conservado, la Ley de las Doce Tablas, ya se reco-
ge legislación sobre el tema, es decir, es evidente que la magia se practicaba de forma
habitual y se asociaba a otras disciplinas, como la medicina. Se conservan tablillas de
maldiciones, figuras similares a las empleadas en los rituales de vudú, amuletos diver-
sos, y se hacen frecuentes alusiones a la práctica mágica considerada más peligrosa, es
decir, el uso de venenos, y los temidos filtros amorosos.
Algunas regiones del Imperio, además, eran conocidas por su especial relación con
la magia, por ejemplo, Tesalia, como queda patente en El asno de Oro de Apuleyo126,
autor al que es inevitable mencionar, no sólo por el contenido de la obra referida, sino
por su Apología, el discurso de defensa que pronunció ante el tribunal que le juzgaba
por las acusaciones que le señalaban como practicante de magia.
En general, es indudable que, pese a la intensa persecución y condena llevada a
cabo en Roma, la creencia en la magia estaba arraigada con igual firmeza, e incluso
autores que, como Plinio, condenan expresamente el uso de las prácticas mágicas no
dejan por ello de albergar dudas con respecto a la posible veracidad de sus resultados,
explicando además creencias y costumbres de considerable importancia para un pue-
blo como el de Roma, como, por ejemplo, en el llamado rito de la euocatio, que con-
sistía en llamar, durante el asedio de una ciudad, a su principal divinidad tutelar, pro-
metiéndole un honroso culto en Roma si abandonaba su cuidado mágico de la ciudad
asediada, e iba a residir entre los romanos127. Como vemos, nadie parece haberse resis-
tido a lo largo de la historia al uso de la magia para sus propios fines; ni siquiera los
pueblos o imperios más poderosos han renunciado a esa ayuda invisible, pero poten-
cialmente efectiva.
124
F. Marco Simón, “Sobre la emergencia de la magia como sistema de alteridad en la Roma augús-
tea y julio-claudia”, pp. 110-114.
125
Ibídem, p. 117.
126
Obra que nos remite nuevamente al origen egipcio de numerosas prácticas y enseñanzas mágicas.
127
A. M. Vázquez Hoys, “La magia de la palabra”, p. 328.
92 ALFONSO X EL MAGO
Las creencias de tipo mágico han formado parte de las tradiciones árabes ya desde
época preislámica. Estas creencias iniciales estaban basadas en el politeísmo o la plu-
ralidad de espíritus protectores que residían en el agua, los bosques o las piedras.
Existían, por tanto, una serie de dioses protectores de las distintas tribus a los que se
ofrecían sacrificios en determinadas épocas del año y que implicaban prácticas devo-
cionales como el acto de raparse la cabeza, la participación en comidas rituales o las
procesiones alrededor del santuario, acompañadas de cánticos. Parece que no existía
una clase sacerdotal como tal, pero sí guardianes de los santuarios y adivinos.
La existencia de los llamados djinn (singular: djinni) o genios será reconocida des-
pués por el profeta Mahoma e incorporada a la nueva religión, además de jugar en
todo momento un papel muy relevante tanto en las tradiciones literarias de carácter
oral como en las escritas. El Islam pasará a considerar a estos genios como seres crea-
dos a partir del fuego, dotados de libre albedrío y que pueden obedecer tanto a Dios
como a Iblis, el demonio. Los genios serían así la tercera clase de seres creada por
Dios, junto a los seres humanos y los ángeles, aunque los genios comparten el mundo
físico con los humanos, pese a ser invisibles y poder adoptar formas diversas. A pesar
de que han sido muchos los intelectuales musulmanes que han negado la existencia de
los genios, como Avicena, al-Farabi o Ibn Jaldu– n, la creencia popular en su presencia
entre los humanos se extiende hasta nuestros días en las áreas rurales de muchos paí-
ses árabes, siendo muy habitual su aparición en la literatura popular.
Pero, dejando al margen aquí el desarrollo de otras cuestiones como la alquimia y
la astrología, que se tratan en otro lugar, es ya en al-Andalus donde encontramos la
huella principal de la llamada “ciencia de la si–miya–`” (ilm al-si–miya–), un tipo de magia
que suele ser traducida como “magia natural” o “magia blanca” de uso muy extendi-
do en el mundo árabe a partir de la Edad Media, aunque realmente la palabra si–miya–`,
como afirma Jaime Coullaut Cordero, no sea más que un término técnico utilizado en
los libros de magia escritos en lengua árabe.
La consideración legal de la magia en el mundo islámico ha sido objeto de estu-
dio por parte de diversos teólogos y juristas, entre ellos el norteafricano S4 iha– b ad-Di–n
al-Qara– f í (m. 1228), quien en su tratado titulado Al-Furu–q establece qué tipos de magia
son condenables y cuales son aceptables, aunque en general el autor parece condenar
la práctica de dichas artes, ya que para él la si–miya–` no es más que una práctica deriva-
da de la magia llamada sihr, o magia negra, que el Corán condena explícitamente. Otro
importante intelectual norteafricano, Ibn Jaldu– n, uno de los personajes más relevantes
de la cultura arabo-islámica, en su obra Muqaddima o Introducción a la Historia Universal,
dedica un capítulo a la ciencia de la si–miya–`, que define precisamente como la ciencia
que estudia los secretos ocultos de las letras (también llamada por ello ‘ilm al-huru–f);
esta ciencia englobaría para Ibn Jaldu– n todos los procedimientos mágicos en los que
se hace uso de las propiedades ocultas de las letras, de los nombres divinos y de cier-
tos textos del Corán, y que son las ciencias ocultas que suelen practicar los sufíes, por
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 93
lo que el término si–miya–` se convierte aquí en un tecnicismo propio del sufismo, razón
por la cual el autor cita a dos importantes sufíes, Ibn Arabi– y sobre todo al-Bu– ní ,
señalándolos como las principales autoridades en esta materia128. En concreto, la obra
del ocultista norteafricano al-Bu– ni– se considera, siguiendo a Coullaut, una de las prin-
cipales adaptaciones de las ciencias ocultas y los rituales mágicos a las nuevas formas
de devoción desarrolladas por los maestros sufíes, entremezclándose así la astrología,
la ciencia de las letras y los nombres o la confección de talismanes con las prácticas
ascéticas, los ejercicios de mortificación y las continuas recitaciones de versos coráni-
cos y otras letanías.
Precisamente, la obra titulada Kanz al-‘Ulu–m wa-l-durr al-manzu–m fi– haqa–’iq ‘ilm al-
4sari ‘a wa-daqa–’iq ‘ilm al-tabi–‘a (‘Tesoro de las ciencias y perla ensartada sobre las verda-
–
des de la ciencia de la Ley divina y los detalles de la ciencia natural’) escrita por
Muhammad ben Alí Ibn Tu– mart al-Andalusí , que debió vivir entre los siglos XIII y
XIV, y que parece ser un adepto de las doctrinas sufíes a pesar de que no tengamos
una confirmación expresa, nos ofrece una información muy interesante sobre la rela-
ción entre la magia y el sufismo en el mundo islámico. Ibn Tu– mart concibe la si–miya–`
como una ciencia o conocimiento útil, que no forma parte ni deriva de la magia prohi-
bida y que por lo tanto debe estar permitida desde el punto de vista de la 4sari–‘a, la ley
islámica, puesto que incluso la considera como una de las ciencias más nobles. Dicha
ciencia se basaría en el conocimiento de los secretos ocultos de las letras, en las que
residen las virtudes de los cuatro elementos, y en las que Dios depositó el misterio de
su nombre supremo. Ello se argumenta mediante un concepto clásico del pensamien-
to sufí, el de la emanación divina (fayd) presumiblemente heredado del neoplatonismo,
según el cual el cosmos se halla interrelacionado en todas sus realidades, las letras con
los números, los números con los elementos, los elementos con los planetas, los pla-
netas con las entidades espirituales de los mundos superiores, etc. Al adquirir estos
conocimientos ocultos la persona puede aplicarlos siempre que su corazón sea puro y
no haya en él rastro de duda o pecado, pues de esta manera la voluntad del sujeto se
une a la voluntad divina, y en los rituales se obtiene así el resultado deseado, razón por
la cual se hace patente el hecho de que mediante la magia no se puede contravenir la
voluntad de Dios129.
Los dos procedimientos mediante los cuales suele practicarse la si–miya–`, según Ibn
Tu– mart, son el llamado dikr, término sufí que alude al continuo recuerdo de Dios, es
decir, a la evocación de Dios mediante la continua recitación de sus nombres o atri-
butos, bien vocalmente, bien con el corazón; por medio de esta técnica el místico
alcanza un estado espiritual donde se encuentra en armonía con el nombre de Dios
que rememora, es decir, con su significado.
La segunda modalidad práctica descrita por Ibn Tu– mart es la que se centra en la
naturaleza, basándose en la escritura de los nombres divinos o su uso en plegarias o
128
J. Coullaut Cordero, “La si–miya– ’ en al-Andalus”, p. 454.
129
Ibídem, pp. 456-457.
94 ALFONSO X EL MAGO
130
Ibídem, pp. 458-459.
131
Ibídem, p. 461.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 95
ese sentido. Realmente el Islam, al igual que el resto de las religiones monoteístas,
prohíbe la magia, como se mencionó también anteriormente, pero permite el uso de
ensalmos y amuletos cuya finalidad sea protectora. La unión de magia y religión se
observa en todo caso de manera clara en el recurso a los textos coránicos cuya utili-
zación es habitual en amuletos de todo tipo, ya sea por llevar inscritas determinadas
suras o capítulos, las llamadas letras místicas con que comienzan algunos de ellos, es
decir, las fawatih, que combinadas tienen un valor mágico132, o los nombres de Dios,
que se corresponden con los atributos que designan las cualidades divinas. También
son muy frecuentes los amuletos que contienen figuras o sellos mágicos y las invoca-
ciones a los arcángeles.
132
M. J. Cervera Fras, “Los talismanes árabes de Tórtoles”, p. 231.
133
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, p. 20-21.
96 ALFONSO X EL MAGO
Según este criterio, el término magia habría experimentado una larga evolución
desde los orígenes de los magoi persas hasta la magia medieval o renacentista occiden-
tal, aunque desde un punto de vista interno lo cierto es que sí existen numerosas
semejanzas que hacen posible establecer una filiación de la una con respecto a la otra.
Más allá de las indudables diferencias se encuentran presentes ciertos elementos que
se pueden considerar la base de la actividad mágica, aquellos sin los cuales tendríamos
que hablar de otras disciplinas diferentes. Siguiendo a James Frazer se puede afirmar
que los principios del pensamiento en los que se basa la magia básicamente se pueden
reducir a dos: primero, que lo semejante produce lo semejante o que los efectos son
semejantes a la causa; segundo, que las cosas que alguna vez estuvieron en contacto
con otras siguen actuando recíprocamente a distancia aun cuando se haya cortado
todo contacto físico. El primer principio puede denominarse ley de semejanza y el segun-
do, ley de contacto o contagio. Del primer principio el mago deduce que puede producir el
efecto deseado sólo con imitarlo; del segundo, que todo lo que realice con un objeto
material afectará también a la persona que estuvo en contacto con dicho objeto134.
Aún así es clara la relación que en distintas épocas y lugares han tenido fenóme-
nos que más tarde se considerarían diferenciados entre sí como la religión, la ciencia
y la propia magia, confundiéndose en ocasiones o participando de los mismos moti-
vos, teniendo la mayor parte de las veces simplemente un enfoque o un punto de vista
distinto. Lo cierto es que en realidad no será hasta época relativamente reciente cuan-
do se establecerán una serie de parámetros más estrictos para separar campos que tie-
nen un origen común. Si acudimos a las definiciones dadas por la R.A.E. encontra-
mos lo siguiente en cuanto a las acepciones de carácter más general:
Magia (Del lat. magi–a, y este del gr. μαγεÍα)
1. f. Arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos
o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes
naturales.
~ blanca o ~ natural
1. f. La que por medios naturales obra efectos que parecen sobrenaturales.
7 -o–nis)
Religión (Del lat. religio,
1. f. Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de
veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social
y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.
7
Ciencia (Del lat. scientia)
1. f. Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razona-
miento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes
generales.
134
J. G. Frazer, Magia y Religión, p. 22.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 97
Como vemos, se puede afirmar que el principal punto en común entre magia y
religión, según estas definiciones, sería el referido a las prácticas rituales, mientras que
con respecto a la ciencia la magia compartiría fundamentalmente la deducción de una
serie de principios y leyes que son considerados válidos y demostrables.
En relación con esta cuestión, el egiptólogo Bob Brier135 llega a una conclusión
crucial al afirmar que la principal diferencia entre magia y religión, y entre el mago y
el sacerdote, es el hecho de que el mago origina él mismo el efecto deseado, mientras
que el sacerdote debe orar en petición de algo y no es él sino una deidad quien debe
producir tal efecto136.
Este es, a mi juicio, lo que diferencia en esencia al mago del sacerdote o del cientí-
fico que surgirá en épocas posteriores. El practicante de magia adopta determinados
rituales, que pueden tener mucho en común con los ritos religiosos, como de hecho
sucede a menudo, y puede tomar como punto de referencia una serie de corresponden-
cias y leyes a las que debe ajustarse, como haría el científico, pero el único responsable
en este caso de la consecución del efecto o del objetivo deseado es él exclusivamente.
No hay fuerzas externas aunque en ocasiones lo parezca, a pesar de que se pueden rea-
lizar rituales dedicados a determinadas divinidades, desde el punto de vista mágico el tra-
bajo que se está realizando es interno, es decir, el mago está entrando en contacto con
las características representadas por el dios o la diosa elegidos, que tienen básicamente
un papel arquetípico en el proceso. De la misma forma, cuando se trabaja con otro tipo
de entidades existen dos opciones; o bien considerarlas de nuevo un aspecto de la per-
sonalidad del mago que se manifiesta de ese modo para mayor efectividad durante el
ritual, o bien afirmar su existencia real independiente, en cuyo caso también estarían
subordinadas a la voluntad del mago, por lo cual él sigue siendo el único responsable del
proceso y de sus consecuencias finales. Este es el aspecto central que se mantiene cons-
tante a lo largo del tiempo en las distintas zonas y épocas.
La ya tradicional distinción entre magia culta y magia popular presenta un desa-
rrollo progresivo que comienza a hacerse más evidente a partir de la Edad Media. El
acceso a los conocimientos necesarios para llevar a cabo las prácticas mágicas que
hasta aquí hemos venido mencionando evidentemente requería un nivel cultural no
despreciable que sólo estaba al alcance de los más privilegiados. Por tanto, la magia de
la que tratamos en todo este trabajo es la que se ha denominado como magia culta,
puesto que para poder practicarla era necesario poseer unos sólidos conocimientos de
astrología, adivinación, alquimia, medicina, filosofía, además de una cierta familiaridad
con diversas lenguas y tradiciones.
Habría que dejar claro aquí al menos que el deseo de obtener determinados fines,
o de encontrar una ayuda para lograrlos, nunca estuvo alejado también del común de
la gente, fuese cual fuese su nivel cultural o social. La práctica de lo que se puede deno-
135
Brier se refiere a la magia y la religión egipcias, pero la idea es extrapolable a cualquier otra
cultura.
136
B. Brier, Los misterios del Antiguo Egipto, p. 9.
98 ALFONSO X EL MAGO
minar como magia popular con toda seguridad existió siempre, suponiendo un pro-
blema sólo a partir del momento en que las instituciones religiosas establecidas empie-
zan a considerar su existencia y práctica como contraria a la fe y, por tanto, objeto de
persecución y castigo. Sabemos que ya desde el siglo VI se condenaba la creencia en
la brujería y en las prácticas mágicas, aunque la Iglesia le otorgaba entonces escasa
importancia. Más adelante, entre los siglos X y XIII, los manuales para confesores
solamente dictaban rezos y penas monetarias contra este tipo de pecados aún consi-
derados menores.
La identificación progresiva de las prácticas mágicas con la brujería presenta, por
tanto, un desarrollo peculiar; a partir del siglo XIV se extiende la idea de la existencia
de una secta de brujas, idea que ya nos consta anteriormente, pero que se retoma en
este momento unida a la persecución de judíos y herejes a causa de la aparición de bro-
tes epidémicos, sequías y hambrunas que se dieron en la época. A consecuencia de
esta visión un tanto apocalíptica Juan XXII redactará en 1326 o 1327 la bula Super illius
specula en la que se expresa la creencia en la poca sinceridad de las prácticas cristianas
de muchas personas y en la proliferación de la confección y uso de figuras mágicas y
de los pactos con los demonios137. Esta misma idea de que las brujas o servidoras del
demonio se diseminaban por el mundo causando toda clase de males llevó también al
papa Inocencio VIII a dictar en 1484 la bula Summis Desiderantes Affectibus, en la que la
Iglesia apoya la persecución de personas que practiquen hechicerías, encantamientos,
etc. La bula también autorizaba a dos miembros de la Orden de los Hermanos Predi-
cadores (fundada en 1214 por Santo Domingo de Guzmán para combatir las herejías)
a actuar en contra de aquellos que practiquen la magia y además obligaba a toda la cris-
tiandad a colaborar en esa labor. Estos dos dominicos fueron Jacob Sprenger y Hein-
rich Kramer, quienes publicarían un texto sobre la brujería y la demonología de la
época, el célebre Malleus Maleficarum, en el que se establecen también las penas para
quienes practiquen la brujería. Algunos autores, como Daxelmüller, opinan que el
autor de la obra fue Kramer en solitario y que mencionó falsamente como autor prin-
cipal a Sprenger por su condición de prestigioso profesor de la universidad de Colo-
nia. En todo caso, la responsabilidad de los autores, o autor, del Malleus en cuanto a la
difusión de la imagen de la mujer como bruja malvada es enorme, pese a la escasa ori-
ginalidad real de la obra en la práctica contribuyó de manera decisiva a la visión de la
bruja como peligro social, más allá del ámbito puramente religioso. El hecho de rela-
cionar especialmente a las mujeres con la brujería, algo que ya encontramos también
en la antigua Roma en algunos momentos, como mencionamos anteriormente, tiene
su germen en buena medida en esta obra, a pesar de que no ser en realidad nada nuevo
puesto que ya desde la antigua Grecia nos han llegado figuras como la de Circe o
Medea, mientras que, por ejemplo, en el mundo germánico la mujer tenía una especial
capacidad profética y sanadora, convirtiéndose así en hechicera. En la mitología nór-
dica, por su parte, encontramos también personajes como el de la maga Gullveig (“la
137
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, p. 123.
III. LA MAGIA EN LA ÉPOCA ALFONSÍ 99
138
http://antropos.galeon.com/html/brujeira.htm
139
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, p. 125.
140
Daxelmüller cita como ejemplo al jurista italiano Andreas Alcatius (1492-1550), op. cit. p. 208.
100 ALFONSO X EL MAGO
casos, también la venganza. Era habitual el uso de amuletos de todo tipo, así como los
conjuros específicos para determinados fines, entre los que podemos destacar, pues es
relevante en cuanto a la información que proporcionan sobre las preocupaciones y
necesidades del momento, aquellos que estaban destinados a la protección de los
niños recién nacidos y los de corta edad.
El elemento más importante era el uso de brebajes, ungüentos y fumigaciones, en
los que se empleaban hierbas comunes, pero cuyo correcto conocimiento era impres-
cindible no sólo en cuanto a la hierba a emplear sino también en lo relativo a la can-
tidad exacta; las que solían utilizarse con más asiduidad eran el estramonio, el beleño,
la belladona, la mandrágora, la adormidera, la amapola o el cornezuelo, todas ellas con
propiedades alucinógenas.
IV
LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA
Cuando entre los años 1262 y 1272 los astrónomos de Alfonso X se dedicaron a
examinar desde el observatorio de San Servando en Toledo los movimientos de los
astros conocidos con el fin de anotar sus posiciones durante esos diez años de estudio
estaban, por una parte, recogiendo una tradición de vital importancia en su época y sen-
tando, por otra, las bases del considerable avance que supuso la elaboración de las famo-
sas Tablas Alfonsíes, cuya vigencia perduraría durante varios siglos, pudiendo afirmarse
que fueron el principal instrumento de cálculo astronómico en toda Europa.
El trabajo de los astrónomos toledanos Isaac ben Sid y Yehudah ben-Moshe ha-
Kohen toma como punto de partida el legado andalusí, y en especial el del también
toledano, del siglo XI en este caso, Azarquiel. El texto en cuestión se ha conservado
en un único manuscrito (ff. 34v-73v del ms. 3306, Biblioteca Nacional de Madrid) edi-
tado en el siglo XIX por Francisco Rico Sinobas141 como parte de la recopilación de
textos astronómicos alfonsíes que tituló Libros del Saber de Astronomía, y ya en el año
2008 por José Chabás y Bernard R. Goldstein precisamente en Toledo. Los autores de
la edición moderna, por otra parte, exponen objeciones importantes con respecto a la
edición decimonónica.
De las Tablas originales sólo se han conservado los cánones explicativos de su
manejo en cuyo prólogo Isaac ben Sid y Yehudah ben-Moshe ha-Kohen aclaran que
han corregido los errores que encontraron en la obra de Azarquiel y que han intro-
ducido una serie de mejoras basadas en las nuevas observaciones que ellos mismos
han realizado con instrumentos de nueva construcción. Mencionan también la obra
del astrónomo Ptolomeo de Alejandría (siglo II), autor del Almagesto, obra que sentó
las bases de la astronomía matemática vigente hasta el siglo XVII. El Almagesto estaba
escrito originalmente en griego, aunque fue traducido a diversas lenguas, siendo las
traducciones árabes de considerable repercusión en al-Andalus.
Básicamente, la astronomía medieval se divide en dos tradiciones principales, la
griega/ptolemaica, representada por el mencionado Almagesto y las Tablas Fáciles, del
mismo autor, y la tradición india representada por al-Jwarizmi, siendo la tradición
andalusí el resultado de ambas corrientes. Posteriormente, los textos traducidos del
árabe al latín a partir del siglo XII en Toledo y otras localidades, textos entre los que
141
J. Chabás-B. Goldstein, Las Tablas Alfonsíes de Toledo, p. 13.
101
102 ALFONSO X EL MAGO
sobresalen las tablas de al-Jwarizmi, adaptadas por Maslama al-Majriti, y las llamadas
Tablas de Toledo, una colección de tablas astronómicas árabes compiladas por Sa`id al-
Andalusi y su círculo, al que pertenecía Azarquiel, siendo las tablas de mayor difusión
previas a la versión parisiense de las tablas alfonsíes (versión realizada en los años pos-
teriores a 1320 y que se convirtió en el más importante corpus de tablas en la Euro-
pa de finales de la Edad Media); no se conserva de dichas Tablas de Toledo el original
árabe y la versión latina se basa en el calendario musulmán, adaptándose al calendario
cristiano en distintas ocasiones, entre ellas en las Tablas de Marsella, las Tablas de Nova-
ra y las Tablas de Toulouse142.
Las Tablas Alfonsíes incluyen, por tanto, una serie de tablas astronómicas calcula-
das para la ciudad de Toledo y un texto compuesto por un prólogo y cincuenta y cua-
tro capítulos, o cánones, que presentan una extensión muy desigual y en los que se
explica el uso de las tablas; como se mencionó con anterioridad solamente se han con-
servado los cánones en un manuscrito copiado a comienzos del siglo XVI a partir de
un manuscrito anterior, en opinión de Chabás y Goldstein.
El contenido de los cánones de las Tablas presenta una información dirigida exclu-
sivamente a especialistas en la materia; siguiendo la edición moderna ya mencionada
con anterioridad encontramos que en ellos se incluyen, entre otras cuestiones, las
diversas eras utilizadas en las tablas así como las correspondencias entre las mismas
(era seléucida de Alejandro, era de César o hispánica, era arábiga, era de Yazdegird o
persa y era alfonsí), un estudio del calendario juliano y del persa, los cálculos para la
adaptación de las posiciones de los planetas a otras localidades (puesto que todos los
incluidos en las Tablas se hicieron para Toledo), subtablas específicas para cada plane-
ta, las ecuaciones que explican la forma de calcular la longitud verdadera del Sol, de la
Luna, Saturno, Venus y Mercurio, así como de la declinación del Sol, las latitudes de
los planetas, sus movimientos directos y retrógrados, la visibilidad planetaria y sus
fases, los tránsitos, su velocidad, las conjunciones y oposiciones entre planetas, cálcu-
los de eclipses solares y lunares, tablas trigonométricas, cálculo y transformación de
coordenadas, ortos, ocasos y culminaciones de la Luna, los planetas y las estrellas fijas,
formas para determinar la hora a partir de la altura del Sol durante el día y de una
estrella durante la noche, instrucciones para determinar el ascendente, las doce casas
astrológicas y las posiciones de los planetas, es decir, los datos que se utilizan para la
elaboración de un horóscopo, y procedimientos para calcular las fechas del Miércoles
de Ceniza y de Pascua.
Como vemos, el contenido de las Tablas Alfonsíes se puede expresar tanto en tér-
minos puramente astronómicos como astrológicos, esta identificación de ambas dis-
ciplinas se menciona más ampliamente en otro lugar por lo que baste recordar aquí la
falta de contradicción en la época en cuanto al uso de uno y otro vocablo de manera
indistinta. En cualquier caso, la obra, salida del grupo de colaboradores del rey Alfon-
so, se menciona con frecuencia como la más importante del scriptorium alfonsí debido
142
Ibídem, pp. 16-18.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 103
manchas de aceite, humo de incienso, montones de harina, vuelo de las aves, inter-
pretación de sueños o el estudio fisionómico. La enorme cantidad de textos conser-
vados relativos a estas cuestiones nos da una idea de la importancia que se les con-
cedía143, de modo que se puede afirmar que la adivinación llegó a alcanzar la conside-
ración de ciencia.
Los dioses Shamash y Adad, conocidos con el título de “señores de la adivina-
ción”, fueron quienes enseñaron este arte secreto a los elegidos para practicarlo, sien-
do una vara de cedro y una especie de plato sus utensilios básicos; estos conocimien-
tos se transmitían de padres a hijos y se sabe que ya en el periodo babilónico antiguo
constituían una especie de gremio organizado144. Contamos con abundantes docu-
mentos relativos a la hepatoscopia, lecanomancia, oniromancia y astrología, y sabemos
que reyes como Nabucodonosor II o Asurbanipal consultaron frecuentemente la
voluntad de los dioses mediante oráculos, el primero de ellos sobre todo acerca de
cuestiones religiosas y el segundo acerca de sus empresas militares145.
En esencia pueden distinguirse dos grandes grupos de presagios, por una parte
los que suceden accidentalmente, es decir, fenómenos astronómicos y atmosféri-
cos, movimientos de animales, posturas de recién nacidos o durmientes, los sueños,
y por otra parte, los que son provocados intencionadamente, como ocurre en la
observación del hígado o la adivinación mediante el uso de una copa (derramando
en ella aceite sobre agua). Los presagios accidentales eran de diversos tipos, como
decimos, siendo una serie muy significativa la de presagios astrológicos titulada
Enuma Anu Enlil. La fuente de presagios más importante era la Luna, sobre todo
sus eclipses, casi siempre de carácter nefasto (al igual que los de Sol, y consideran-
do su menor frecuencia). También se tenía en cuenta la observación de los demás
planetas, de las estrellas fijas, meteoritos, lluvia de estrellas o la aparición de come-
tas, al igual que los fenómenos naturales como tormentas, lluvias de verano o terre-
motos146.
Tal vez las prácticas más utilizadas, sin embargo, fueron la interpretación de los
sueños, pues se conservan numerosos libros sobre esta materia, y la adivinación a
través de las vísceras147, en concreto el hígado de animales ovinos, analizándose las
distintas partes del órgano en cuestión. La mayoría de este tipo de presagios procede
de la biblioteca de Asurbanipal y gracias a ellos sabemos que se realizaban modelos
tanto del hígado como del resto de vísceras de los animales sacrificados en barro con
breves inscripciones sobre sus distintas partes y las correspondientes interpretaciones
143
J. Sanmartín-J. M. Serrano, Historia antigua del Próximo Oriente. Mesopotamia y Egipto, p. 95.
144
W. H. PH. Romer, “La religión de la antigua Mesopotamia”, p. 173.
145
Ibídem, pp. 173-174.
146
Ibídem, p. 175.
147
A pesar de que se trata de un tema tan extenso que requeriría una obra entera en sí mismo recor-
demos aquí al menos que acerca de muchas de estas formas de adivinación también se pueden encontrar
numerosas referencias en el Antiguo Testamento. A este respecto pueden consultarse las obras Investigaciones
sobre astrología y Comentario al Evangelio, ambas de Demetrio Santos.
106 ALFONSO X EL MAGO
relativas a los presagios para que los principiantes pudieran aprender el arte de la adi-
vinación de este modo148.
La ciencia oracular mesopotámica incluía también el estudio del simbolismo de los
números, de manera que, por ejemplo, tenemos noticia de las especulaciones nume-
rológicas realizadas en torno al nombre de Sargón II de Asiria o sobre la forma de ele-
gir los días favorables para la realización de determinadas empresas, hasta el punto de
que tanto en Babilonia como en Asiria los reyes solían mencionar en las crónicas de
sus edificaciones que la piedra fundacional de las mismas era colocada en días favora-
bles. A partir de ahí se acabaron fijando unas tablas de días faustos y nefastos del año
para todo tipo de actividades149.
Relacionado con estas cuestiones, aunque ya de distinto tipo, Romer menciona
también en su artículo dedicado a la antigua religión de la zona el llamado “Juicio de
Dios” del Código de Hammurabi, realizado en forma de ordalía por el agua, y otras for-
mas similares de otros periodos, que como sabemos se utilizaron con asiduidad, así
como el profetismo, del que se han conservado numerosas referencias literarias y del
que hablaremos en otro lugar.
Muchos de los métodos adivinatorios ya mencionados seguimos encontrándolos
en otras zonas. En Egipto existían también diferentes recursos para predecir el futu-
ro mediante los sueños, los astros, la necromancia, especialmente en el periodo ptole-
maico, y muchos otros. Un detalle curioso se observa en el término que significa pre-
decir en lengua jeroglífica, puesto que incluye una grafía en forma de jirafa, que es una
figura poco común en el egipcio medio, seguramente para recalcar la naturaleza del
arte adivinatorio que se sitúa por encima del conocimiento ordinario de las cosas150.
En general, también en Egipto la lectura de señales impresas en el mundo físico
puede ser el origen del oficio de adivino, aunque en el caso egipcio, por las caracterís-
ticas de su sistema político y religioso también se parte de la presuposición de que el
rey, en su condición divina, podía heredar el don de la adivinación, y en todo caso tam-
bién el adivino que no es rey se convierte en uno de los pocos y privilegiados cono-
cedores del arte de la predicción. En este contexto, la adivinación supone una guía que
los dioses han dispuesto para que Egipto se conduzca por la vía adecuada, evitando
cometer faltas que luego repercutirán en castigos impuestos a la comunidad. Uno de
los dioses principales relacionados con la adivinación es el dios Amón, que nace
siguiendo el peculiar sincretismo religioso egipcio y que es el resultado de la suma de
características de diversas divinidades locales provenientes del Imperio Antiguo151.
La interpretación de los sueños fue especialmente importante, al igual que en
muchas otras culturas, y se nos ha conservado al menos un manual de oniromancia
redactado en época de Ramsés II, aunque el material recogido en él se remonta a épo-
148
W. H. PH. Romer, “La religión de la antigua Mesopotamia”, p. 176.
149
Ibídem, p. 178.
150
J. A. Ordóñez Burgos, “La adivinación en Egipto: praxis política imperial”, p. 316.
151
Ibídem, p. 319.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 107
cas más antiguas, por lo que resulta lógico pensar que los egipcios practicaron la adi-
vinación por medio de los sueños durante toda su historia. Los ejemplos que recoge
el manual se definen como de buen o mal agüero, y siguiendo la costumbre egipcia de
resaltar determinados contenidos en este caso mal aparece escrito con tinta roja; des-
pués se ofrece la interpretación correspondiente. El texto, en todo caso, es muy frag-
mentario y no son muchas las sentencias que nos han llegado completas. De época ya
muy posterior, de los siglos II-III d. C., proceden diversas páginas de un Libro de Sueños
escrito en demótico152. Para la interpretación de sueños existían unos sacerdotes espe-
cializados, los llamados sacerdotes-intérpretes o sacerdotes-lectores, que se servían de
los manuales de sueños con los que al mismo tiempo aprendían los futuros expertos.
Una forma especial de adivinación por medio de los sueños tenía lugar cuando
ante una situación específica alguien necesitaba orientación o algún tipo de respuesta,
en ese caso el interesado podía acudir a dormir al templo para que en sueños el dios
que lo habitaba le hiciera llegar la solución que buscaba. Era especialmente famoso en
este sentido el templo de Abydos, y sabemos que debió ser una práctica bastante habi-
tual puesto que incluso se conservan inscripciones dejadas en las paredes del templo
en la zona donde pernoctaban quienes acudían a dormir allí.
Otra forma destacada de la adivinación egipcia era la realizada a través de las aguas
de un lago o estanque, es decir, la lecanomancia como variante de la hidromancia,
siendo de especial importancia destacar en este sentido el uso de los estanques que
encontramos en los antiguos templos egipcios. Sobre la superficie del agua se for-
marían una serie de imágenes que debían ser interpretadas por el sacerdote para su
correcta comprensión.
Pero la manera quizá más sencilla de adivinación en Egipto era la consulta direc-
ta al dios por medio de su estatua, que para los egipcios contenía la esencia del dios
mismo y por ello se le realizaban ofrendas, se le arreglaba y se le presentaban alimen-
tos todos los días. Sabemos que algunas de esas estatuas estaban articuladas, de forma
que el dios podía asentir con la cabeza, levantar un brazo o mover la mandíbula en
respuesta a las consultas que le eran planteadas, aunque apenas se han encontrado res-
tos que nos permitan asegurar si se trataba de una práctica frecuente. Lo que, en cam-
bio, sí sabemos que era habitual era la consulta al dios durante las procesiones que
tenían lugar con motivo de determinadas fiestas locales, en esas ocasiones si alguien
tenía necesidad de solicitar la opinión del dios sobre cualquier tema podía plantearlo;
si la estatua se movía hacia delante la respuesta era positiva, si se movía hacia atrás era
negativa.
Sea como fuere, la consulta a los dioses y oráculos egipcios gozó durante mucho
tiempo de considerable prestigio, como nos confirma la historia de la visita de Ale-
jandro Magno hacia el año 331 a. C. al oráculo del dios Amón en el oasis de Sivah en
el desierto libio. El viaje hasta el santuario le supuso a Alejandro, recién coronado
152
J. Baráibar López, “Aspectos insólitos del Egipto Faraónico”, http://clio.rediris.es/articulos/
egiptoinsolito.htm
108 ALFONSO X EL MAGO
faraón por los sacerdotes de la ciudad de Menfis, seis semanas atravesando el desier-
to en un momento todavía inestable militarmente hablando153. La respuesta del orá-
culo, vaticinándole su invencibilidad, seguramente debió compensarle por el esfuerzo
realizado.
Por otra parte, también en Egipto se realizaba una consulta astrológica antes de
llevar a cabo la fundación de templos, palacios o tumbas reales. Básicamente se trata-
ba de orientar armoniosamente la estructura de la nueva construcción en relación con
los cuatro puntos cardinales, por referencia a las constelaciones celestes, en concreto
las de Orión y la Osa Mayor. Cada templo contaba con sacerdotes encargados de la
observación de los astros dentro del clero de cada dios, los llamados unuty. Sabemos
por Clemente de Alejandría que en las bibliotecas de las Casas de la Vida egipcias
había cuatro tratados relativos al orden de los astros dedicados respectivamente al
estudio del orden de las estrellas fijas, los movimientos de la luna y de los cinco pla-
netas, los eclipses de Sol y de Luna y la aparición de los astros en el firmamento. Todos
estos conocimientos se utilizaban para diversas finalidades y han quedado conserva-
dos para la posteridad en los impresionantes techos astronómicos de numerosas tum-
bas, templos y sarcófagos, constituyendo auténticos mapas celestes, así como en los
Zodíacos de templos espectaculares como el de Dendera o el de Debod154, que por
azares del destino en la actualidad podemos disfrutar en Madrid.
En general, podemos afirmar que al menos a partir del siglo IV a. C. y hasta la era
bizantina, Egipto se consideró una de las fuentes principales de la antigua sabiduría y
su herencia se transmitió con respeto, entre otros, a los griegos.
En Grecia se denominaba mantiké a la adivinación que pretendía descubrir la
voluntad de los dioses. Los sistemas empleados para ello son básicamente los mismos
que hemos mencionado ya en otras zonas, es decir, la ornitomancia (de especial
importancia entre los griegos), la hidromancia, la hieroscopia, la oniromancia (tam-
bién en Grecia existió la costumbre de pasar la noche alrededor de los templos para
obtener una respuesta155), la interpretación de fenómenos atmosféricos, por supuesto,
la astrología en su faceta predictiva, la catoptromancia o adivinación por medio de
espejos, y en general el análisis de cualquier acontecimiento inesperado fuera del tipo
que fuese.
Pero quizá en la Grecia clásica tuvo especial importancia la actividad de los orá-
culos, teniendo en este contexto una gran relevancia la figura de sacerdotes o sacer-
dotisas, profetisas, pitias, pitonisas o sibilas a quienes se transmitían las consultas per-
tinentes; estos intermediarios, a través de un estado alterado de conciencia, entraban
en contacto con la divinidad, de la que obtenían la respuesta a la pregunta formulada.
El más famoso de los santuarios dedicados a Apolo, dios de la profecía, fue por
153
F. J. Gómez Fernández, Dioses, templos y oráculos, p. 168.
154
F. J. Martín Valentín, Los magos del antiguo Egipto, p. 143-145.
155
En Pérgamo existió un famoso santuario dedicado al dios Asclepios en el que los enfermos
podían realizar esta incubatio pidiendo respuesta sobre su salud.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 109
156
D. Hernández de la Fuente, “Oráculo y ley. Una aproximación a la influencia política de la adi-
vinación en la Antigüedad”, p. 301.
157
Ibídem, p. 305.
158
E. Suárez de la Torre, “Los adivinos míticos en la Grecia antigua”, p. 13.
110 ALFONSO X EL MAGO
159
J. L. Calvo Martínez, “La adivinación y sus formas en el mundo de la magia greco-egipcia”, p. 145.
160
Ibídem, p. 150.
161
J. M. Blázquez Martínez, Etruscos. Dioses y hombres, p. 2.
162
Ibídem, p. 5.
163
Para el estudio de este tema en profundidad véase El lenguaje de los truenos de Demetrio Santos,
Ediciones Monte Casino, Zamora, 2003.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 111
da en una serie de libros que los romanos conocían con el nombre de Disciplina Etrus-
ca164. De entre los textos religiosos etruscos de carácter ritual conservamos tan sólo el
llamado Liber linteus de la momia de Agram (Zagreb), escrito sobre el sudario que
envuelve el cuerpo de una momia y la conocida como Teja de Capua, además de varios
objetos con inscripciones religiosas, como el hígado en bronce de Piacenza (en el que
se recoge el panteón etrusco), y los ya mencionados monumentos figurativos con imá-
genes de dioses o escenas relacionadas con la religión, y las representaciones funda-
mentalmente sobre espejos165.
La religión etrusca se centraba, por tanto, en el intento de conocer la voluntad
divina mediante prácticas adivinatorias, y también en la minuciosidad en el culto. El
cepen, o sacerdote, ejercía en cada caso una función sacerdotal distinta, siendo espe-
cialmente importantes los ya mencionados arúspices.
La religión romana, por su parte, heredó numerosos elementos de la etrusca, entre
ellos la importancia de la adivinación como sistema para descubrir la voluntad de las
divinidades, siendo un instrumento importante en las ocasiones en que se celebraba
un acto público en el que se requería la aprobación divina. La adivinación inspirada no
era la que gozaba de mayor prestigio entre los romanos, puesto que les generaba des-
confianza, pero aún así, quizá por influencia griega, existían las llamadas sortes, res-
puestas proféticas de contenido bastante ambiguo que eran puestas por escrito y a
partir de las cuales se deducía la respuesta a las cuestiones planteadas.
Sin embargo, la manifestación más importante de este tipo de práctica fueron los
Libros Sibilinos, a los que ya hemos aludido con anterioridad, que contenían las pro-
fecías que la Sibila de Cumas ofreció al rey Tarquinio a cambio de dinero; el detalle
principal de estos libros radica en el hecho de que la relevancia de los mismos pro-
cedía de la creencia de que estaban unidos al destino de la propia Roma, motivo por
el cual se creó para su correcta conservación y manipulación una escuela sacerdotal
encargada de su cuidado e interpretación, los uiri sacris faciundis166.
También la interpretación de los sueños era importante para los romanos ya que
los consideraban un instrumento de los dioses para indicar los caminos a seguir y
advertir de los peligros venideros. En este sentido, por tanto, tenían siempre mayor
importancia los sueños no inducidos. Sin embargo, es preciso especificar que la des-
confianza ya mencionada de los romanos hacia las formas adivinatorias espontáneas
se refleja también en la oniromancia, pues las clases sociales superiores la rechazaron
mayoritariamente al menos hasta finales de la República, aunque evidentemente no
ocurría lo mismo entre las clases más desfavorecidas. La interpretación de los sueños
podía realizarse, en todo caso, de dos maneras; mediante tratados teóricos de oniro-
mancia, la mayoría de ellos escritos en griego, y que habían de ser acompañados por
164
M. I. Rodríguez López, “Dioses y demonios marinos en el mundo etrusco: creencias, espacios,
significación e iconografía”, pp. 64-65.
165
J. M. Blázquez Martínez, Etruscos. Dioses y hombres, p. 1.
166
X. Espluga-M. Miró i Vinaixa, Vida religiosa en la antigua Roma, pp. 59-60.
112 ALFONSO X EL MAGO
unos diarios de sueños o epinyktídes en los que había que poner por escrito, según Sine-
sio de Cirene “lo que hay en la mente”, y las consultas a los interpretes somniorum167.
Pero la principal forma de adivinación en Roma era aquella que consistía en la
interpretación de señales diversas y que requería de la intervención de especialistas.
Los métodos empleados son en realidad los mismos que hasta ahora hemos expues-
to en casos anteriores, y en general se intentaba interpretar cualquier fenómeno natu-
ral extraordinario, puesto que se consideraban señales enviadas por los dioses. Histo-
riadores como Tácito o Tito Livio dejaron por escrito en sus obras la descripción de
algunos de estos prodigia, cuya correcta interpretación estaba en manos de expertos,
siendo los augures los más prestigiosos. Estos augures se encargaban de analizar el vuelo
de las aves mediante la ceremonia denominada auspicium, de origen etrusco. Por su
parte, los haruspices, cuya disciplina se denominaba haruspicina, se encargaban de reali-
zar prácticas adivinatorias por medio de las vísceras de animales, en especial la hepa-
toscopia, siendo la mayoría de ellos de origen extranjero, principalmente de Etruria168.
La importancia de estas prácticas queda patente si tenemos en cuenta que, por ejem-
plo, Alejandro Severo instituyó en el siglo III las llamadas “cátedras” de haruspicina y
astrología169, aunque con respecto a la haruspicina se sabe que no fue adoptada en
Roma de manera oficial hasta el siglo II a.C., siendo, según Cicerón, las entrañas del
gallo las que proporcionan los presagios más ingeniosos. En cualquier caso, lo cierto
es que se estableció un intenso debate con opiniones encontradas para determinar si
era la divinidad quien guiaba verdaderamente en la elección de la víctima sacrificada170.
Otras formas adivinatorias eran las practicadas por los metoposcopi o adivinos capa-
ces de leer el futuro en el rostro o en la configuración corporal del individuo, método
que no era necesariamente de carácter intuitivo pues se basaba entre los expertos en
tratados que en muchos casos hacían alusión a la obra de Aristóteles171, o también la
ya antes mencionada adivinación per sortem, que de hecho se practicaba en diversos
santuarios oraculares como los de Hércules de Ostia, Fortunas de Antium, Hercules
Victor de Tibur, Júpiter Apenninus en Iguvium, Forum Novum en Parma o Gerión
en Padua, pero lo cierto es que de nuevo tenían mayor predicamento entre los más
humildes, dado que la diosa Fortuna, en su condición de dispensadora de beneficios
a todas la criaturas sin distinción de clases sociales era principalmente la protectora de
las capas más desvalidas de la población172.
En cuanto a la adivinación de carácter profético, ya se ha aludido a su problemá-
tica presencia en Roma; en general la historiografía antigua pone de manifiesto, por
ejemplo, la peligrosa vinculación de las dotes proféticas con revueltas sociales diver-
sas, como la primera rebelión de esclavos en Sicilia en el siglo II a.C. llevada a cabo
167
S. Montero, “Adivinación y esclavitud en la Roma antigua”, p. 154.
168
X. Espluga-M. Miró i Vinaixa, Vida religiosa en la antigua Roma, pp. 63-65.
169
S. Montero, “Adivinación y esclavitud en la Roma antigua”, p. 143.
170
S. Montero, “La interpretación romana de las prácticas hepatoscópicas extranjeras”, pp. 157-158.
171
S. Montero, “Adivinación y esclavitud en la Roma antigua”, p. 144.
172
Ibídem, pp. 151-152.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 113
por un esclavo de origen sirio llamado Euno, que afirmaba estar en comunicación con
la diosa siria Atargatis, o la compañera del célebre Espartaco, el esclavo tracio que pro-
tagonizó otra revuelta en los años 73 al 71 a.C., y que es calificada por Plutarco de pro-
fetisa sometida a los trances de los misterios dionisíacos. El mismo Apuleyo fue acu-
sado también de haber utilizado a un joven esclavo llamado Thallus para, mediante
encantamientos o hipnosis, obligarle a que revelara el porvenir173, algo que, de ser cier-
to, podría haber aprendido Apuleyo en Egipto, puesto que recuerda a algunas prácti-
cas adivinatorias egipcias que también necesitaban del auxilio de niños o adolescentes
como intermediarios. En cualquier caso, el hecho de que se tratase de una acusación
grave de la que tuvo que defenderse demuestra claramente que la adivinación extáti-
ca, o hariolatio, no sólo era considerada en Roma como algo pernicioso sino también
punible.
Algunas otras de las muchas formas de adivinación empleadas en Roma serían,
por ejemplo, el recurso de los pollos sagrados a los que se alimentaba y dependiendo
de si comían el grano o no y de qué forma se tenía por un buen o mal presagio, de
manera que si los pollos comían se consideraba un signo favorable, mientras que si se
resistían a comer era desfavorable. Especialmente favorable resultaba que del pico del
animal cayera comida sobrante al suelo; al cuidado de estos animales estaba el deno-
minado pullarius.
Por último, podría mencionarse también la creencia en espectros y fantasmas, de
cuyas apariciones existen numerosas referencias, por ejemplo, en la obra de Plinio,
quien recuerda a modo de exempla las visiones de espectros del gobernador de África
Curcio Rufo, a las que también se refiere Tácito, y del filósofo griego Atenodoro, para
relatar finalmente la experiencia de dos de sus propios criados. Plinio no comparte la
teoría “atomística” expuesta desde Demócrito de Abdera hasta Lucrecio que trataba
de explicar los sueños premonitorios y las visiones como emanaciones físicas, o eído-
la, que penetran en los poros del durmiente. Plinio está, por el contrario, más próxi-
mo a la creencia popular que postulaba que se trataba de emanaciones de la divinidad
capaces de predecir el porvenir. Según esta creencia, se pensaba que si un cuerpo no
había sido inhumado o incinerado según los ritos purificadores establecidos los Manes
rehusaban admitirle en su compañía, por lo que su alma quedaba condenada a vagar
por la tierra, manifestándose bajo la forma de espectro o fantasma174.
En el otro extremo del mundo conocido, la adivinación también tenía un papel
relevante para la vida tanto pública como privada. Por tener menor influencia en el
tema que nos ocupa no será necesario desarrollarlo más extensamente, pero se debe
citar al menos también aquí la importancia de la astrología védica con carácter pre-
dictivo en la India, y entre los diversos métodos adivinatorios chinos, un oráculo que
se mantiene vigente hasta el día de hoy y que es un ejemplo de adivinación elaboraba
y convertida ya en filosofía, el I Ching chino o Libro de los Cambios o las Mutaciones,
173
Ibídem, pp. 144-146.
174
S. Montero, “Trajano y la adivinación tradicional”, pp. 36-38.
114 ALFONSO X EL MAGO
175
M. Eliade, Historia de las creencias y las ideas religiosas II, p. 185.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 115
176
H. R. Ellis Davidson, “La religión de los germanos”, p. 599.
177
http://www.proel.org/index.php?pagina=alfabetos/runico
116 ALFONSO X EL MAGO
ocurrirá. Igualmente era posible que estos genios provocasen sueños cuya correcta
interpretación desvelaba las claves del futuro.
También el denominado azlam o qidah es un método atestiguado de adivinación
por medio de siete flechas sin punta (existe otra variante en la que se utilizaban sola-
mente tres), aunque se conocen otros que eran practicados de manera privada sin
necesidad de la intervención de sacerdotes ni adivinos, como, por ejemplo, el siste-
ma de consulta de la suerte por medio de guijarros blancos, o tatriq. También
existían otras muchas formas predictivas comunes a los demás pueblos, que que-
darán prohibidas con la llegada del Islam, como el vuelo de las aves, la qiyafa o inter-
pretación de huellas, y el profetismo, dentro del cual destacará evidentemente la
figura de Mahoma178.
Con el Islam la perspectiva cambiará en buena medida, aunque la creencia en el
destino seguirá siendo, de hecho, uno de los pilares de la nueva religión y, por tanto,
dogma de fe. La prohibición coránica no hará desaparecer diversas formas adivinato-
rias, como la za’irajah, método basado en la estructura del cosmos y su correspon-
dencia simbólica con las letras, estudiada entre otros por Ibn Jaldún, Ibn Masarra o
Yâbir ibn Hayyân (Geber), o diversas prácticas propiamente astrológicas, como la pre-
dicción de la duración de los califatos, tradición ligada con su antecedente de apote-
lesmática universal179; esta tradición, no obstante, contará también con detractores,
por una parte por una cuestión de ortodoxia religiosa, pero también por las dudas res-
pecto a su veracidad como disciplina predictiva. El propio Ibn Jaldún refuta en este
sentido la astrología predictiva siguiendo un argumento teórico y otro religioso y
pragmático, según los cuales sería malintencionado intentar conocer el reino sobrena-
tural, conocimiento que sólo concede Dios, y que en consecuencia implica la negación
del decreto divino y constituye un ataque contra la fe, además de que, desde una pers-
pectiva más pragmática, considera que la predicción del fin de una dinastía tan sólo la
debilita frente a sus enemigos180.
Esta controversia deja entrever claramente en cualquier caso que la adivinación
sigue siendo comúnmente aceptada, pero que progresivamente se va convirtiendo en
algo cada vez más rechazado y ligado a poderes oscuros. La opinión de Ibn Jaldún es
que el ámbito de lo sobrenatural debe ser inaccesible, puesto que sólo Dios puede
concederlo, directamente o por mediación de los ángeles. La adivinación que no pro-
cede de Dios, es decir, la que no es de los profetas, viene de los dáimones ubicados en
el aire, entre el cielo y la Tierra, y es maligna y engañosa181. A una conclusión similar
y siguiendo un proceso parecido se llegó también en el mundo cristiano.
178
M. Gaudefroy-Demombynes, Mahoma, pp. 40-41. Es muy recomendable, igualmente, la obra
Mahoma y el Corán: biografía crítica del profeta y estudio y versión de su mensaje, de Rafael Cansinos Assens, Arca
Ediciones, Barcelona, 2006.
179
E. C. García Tejedor, Formas marginales de la racionalidad en las ciencias ocultas, pp. 347-348.
180
Ibídem, pp. 348- 349.
181
Ibídem, p. 351.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 117
La realidad, sea como sea, es que las técnicas empleadas eran las ya tradicionales
en otras culturas y que los árabes desarrollaron a su vez, como el estudio de la fisio-
nomía en sus distintas ramas, incluida la quiromancia, la ya mencionada y especial-
mente importante astrología judiciaria, la geomancia o la rapsodomancia, es decir, la
adivinación practicada leyendo al azar libros poéticos y también libros sagrados, como
el Corán en este caso, aunque la misma práctica se conoce igualmente con la Biblia.
También conviene recordar la relación que llegó a tener en muchos momentos la adi-
vinación con el desempeño de la medicina. La evolución, no obstante, en cuanto a los
diferentes sistemas predictivos y también en lo que al desarrollo posterior de la magia
se refiere queda muy condicionado a esa prohibición religiosa que rechaza estas prác-
ticas y que, de hecho, las castiga incluso con la pena de muerte182.
Durante la época medieval la adivinación, así como diversas formas de lo que habi-
tualmente se denomina como magia popular, era algo muy extendido entre cristianos,
musulmanes y judíos en igual medida. Pero también en el mundo cristiano la opinión de
la Iglesia al respecto era de absoluto rechazo. Con respecto a la adivinación, Tomás de
Aquino afirma incluso que los adivinos se apropian de lo que en sentido estricto perte-
nece al ámbito de Dios, y que además consiguen sus conocimientos gracias a la acción
de los demonios, puesto que o bien esos demonios son invocados expresamente, o bien
se inmiscuyen cuando ven que alguien pretende indagar el futuro183. Como podemos
ver, se repiten dos datos curiosos, por una parte la afirmación de que no es posible la
adivinación, ni tampoco la magia, sin ayuda de los demonios, y por otra, la total convic-
ción en la efectividad de ambas técnicas, a las que no se consideraría tan perniciosas si
se las tomase por absolutamente vanas, es decir, se prohíbe la adivinación no porque sea
falsa, sino porque corresponde al ámbito divino, no al humano, del mismo modo que se
persigue la magia porque sus mismos planteamientos acercan al ser humano a Dios.
Siguiendo a Tomás de Aquino en su Summa Theologiae, los demonios tienen varias
formas de manifestar el futuro en caso de ser invocados, por medio de ilusiones ópti-
cas y acústicas, sueños, necromancia, y también por medio de personas o figuras y
señales que hacen aparecer en las cosas inanimadas. En estos casos estaríamos ante
artes como la geomancia, la hidromancia, aeromancia, piromancia, etc. Por el contra-
rio, sin invocación expresa de los demonios se realiza la observación de los astros, la
interpretación del vuelo de las aves, del estornudo de una persona o de la convulsión
repentina de un miembro del cuerpo, las suertes o la quiromancia, entre otras muchas.
En cuanto a los sueños, estaríamos ante una categoría intermedia, puesto que estos
pueden ser inspirados por Dios, y entonces son lícitos, o por los demonios, y en ese
caso son ilícitos184. Quién y cómo se puede determinar cuál es el origen concreto
resulta un problema de peligrosa solución.
182
Recordemos que también el Antiguo Testamento, en concreto en el Éxodo, el Levítico y el Deuterono-
mio, se prohíbe la adivinación y todas las prácticas que se puedan relacionar con creencias ajenas a la orto-
doxia, castigándolas igualmente con la pena capital.
183
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, p. 132.
184
Ibídem, p. 133.
118 ALFONSO X EL MAGO
185
A. García González, Los «Libros de Suertes» medievales: las Sortes Sanctorum y los prenostica socratis basi-
lei: estudio, traducción y edición crítica, p. 293-294.
186
Ibídem, p. 294.
187
Ibídem.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 119
do se hace una descripción del tablero y de las piezas, o trebeios, y además se explica
toda una serie de juegos departidos con sus jugadas fijas ilustradas con miniaturas.
A continuación se presenta también en el manuscrito alfonsí el Libro de los Dados,
que abarca los folios sesenta y cinco a setenta y uno, y que explica el que se conside-
ra primer juego de azar conocido, y ello a pesar de que en las Partidas se toman medi-
das contra este juego identificando a los tahúres con delincuentes (Part. VII, tit. XIV,
ley VI), llegando hasta el punto de que se terminará por prohibir en los dominios del
rey castellano, al igual que sucede en otros lugares, como la Francia de Luis IX, por
considerarlo pernicioso para la sociedad188.
Otros juegos que se recogen en el manuscrito alfonsí son el Libro de las Tablas
(folios setenta y dos a ochenta), así como diversas variedades del ajedrez (Gran Aje-
drez, Ajedrez de Tamerlán, Ajedrez de las diez casas, Ajedrez hecho a semejanza de
los quatro tiempos del año) o los llamados Alquerques. Pero el tratado más curioso,
dado nuestro actual tema de estudio, es el último de los contenidos en la citada obra
alfonsí, es decir, el Libro del acedrex e de las tablas que se juega por Astronomía (folios noven-
ta y cinco a noventa y siete) en el que se describe un juego mucho menos habitual y
mucho más noble para los entendidos en astronomía basado en un tablero octogonal
dividido por ocho arcos concéntricos que se corresponden a los siete cielos de los pla-
netas, divididos a su vez en un total de 336 casillas, y un octavo donde están los doce
signos zodiacales, de los que parten doce líneas que atraviesan los siete arcos de los
planetas, llegando hasta el elemento del fuego representado por un cerco de color rojo
y que es el primero de otros cuatro que ocupan el centro del tablero correspondien-
tes a los cuatro elementos, estando a continuación el aire, de color cárdeno claro, el agua,
de color blanco, y la tierra, de color pardo. Sobre este tablero se colocan las figuras de
los planetas y por medio de un dado se determina el planeta que corresponde a cada
jugador, así como sus avances por las distintas casillas descritas189.
Pero el juego que mayor relevancia tendrá, incluso hasta el día de hoy, dentro del
ámbito de la adivinación, será el de los naipes. Existen varias teorías acerca de su ori-
gen, considerando algunos que proceden de China, debido a las referencias existentes
acerca de un juego similar de principios del siglo XII, y otros que serían originaria-
mente europeos; sea como sea se conocen, en efecto, juegos similares procedentes de
China e India, y de hecho un juego árabe formado por noventa y seis cartas se admi-
te habitualmente que es la adaptación de un juego indio de ciento veinte cartas llama-
do Desavatara, que se divide en diez series de doce láminas cada una, correspondien-
tes a las diez encarnaciones de Vishnú e ilustradas con sus símbolos, y que todavía se
juega en la India190.
En Occidente parece que la primera mención expresa se produce en el siglo XIV
y que desde muy pronto comienzan también en buena parte de Europa las prohibi-
188
A. L. Molina Molina, “Los juegos de mesa en la Edad Media”, p. 226.
189
Ibídem, pp. 228-230.
190
Ibídem, p. 231.
120 ALFONSO X EL MAGO
191
Ibídem, pp.233-234.
192
E. Caslant, El Tarot de Marsella, pp. 20-21.
IV. LA TRADICIÓN ASTROLÓGICA 121
los naipes, como en los casos de los Arcanos XIV (La Templanza), el Arcano VIII (La
Justicia) o el Arcano XI (La Fuerza).
La baraja del Tarot está dividida en veintidós Arcanos Mayores y cincuenta y seis
Arcanos Menores, sumando un total de setenta y ocho cartas; de estas se pueden uti-
lizar solamente los Arcanos Mayores o la baraja completa, puesto que las primeras
veintidós cartas son las que muestran los principios básicos o arquetipos universales,
mientras que los Arcanos Menores, divididos en cuatro palos que constan de diez car-
tas cada uno más las figuras (rey, reina, caballo y sota) aportan detalles que enriquecen
la lectura. Igualmente es posible hacer una interpretación sin tener en cuenta la posi-
ción de las cartas o valorando si aparecen en posición normal o invertida, como sería
más ortodoxo.
La cantidad de aportaciones e interpretaciones simbólicas de las láminas del Tarot
prácticamente no tiene fin, cada carta puede estudiarse desde el punto de vista astroló-
gico, numerológico e incluso cabalístico, pues se da la circunstancia de que los Arca-
nos Mayores coinciden en número con las letras del alfabeto hebreo. De la misma
forma, con el tiempo se fueron realizando distintas representaciones hasta el punto de
que en la actualidad es posible encontrar Tarots vinculados con casi cualquier tema; a
pesar de todo, el Tarot más acorde con la tradición, el más antiguo y el que conserva
la iconografía original es solamente el Tarot de Marsella, mucho más críptico que otras
barajas más modernas, que de algún modo aportan guías para la lectura. Dentro de las
creaciones más recientes sin duda la más utilizada es la Rider-Waite-Smith, conocido
simplemente como Rider, que tiene una importancia considerable para la magia
moderna puesto que está vinculada con una orden mágica existente hasta el día de hoy,
la Goldendawn, y que además añade una modificación en cuanto al orden tradicional
de los Arcanos Mayores, al invertir el orden de los Arcanos VIII (La Justicia) y XI (La
Fuerza). En otras barajas modernas se han incluido también incluso algunas cartas no
existentes originalmente o se ha modificado su denominación.
El Tarot es básicamente un lenguaje, por tanto, sus cartas serían un alfabeto
simbólico que es necesario interpretar y que posee sus propias normas, por ejemplo,
en cuanto al tiempo, pues no existe en su simbología el tiempo lineal, sino que éste es
medido en acontecimientos. De igual manera, y a pesar de que existen diversas formas
más o menos antiguas de disponer las cartas para su consulta, la realidad es que en la
práctica cualquier combinación puede ser válida si se sabe cómo interpretarla.
En cuanto a su simbología, podemos decir que el Tarot fue objeto de rechazo por
parte de la Iglesia por un doble motivo, es decir, no sólo por tratarse de un método
de adivinación, sino además porque algunas de sus representaciones tenían una vin-
culación religiosa, por ejemplo, el Arcano II (La Sacerdotisa o Papisa) o el Arcano V
(El Sumo Sacerdote o Papa), lo que fue considerado como un acto de burla hacia las
instituciones religiosas. En todo caso, si algo es seguro es que la cartomancia se con-
virtió desde el momento en que comienza a difundirse el uso de los naipes en una de
las formas más populares de adivinación, y que esta afirmación sigue siendo válida, de
hecho, hasta la actualidad.
V
LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES
123
124 ALFONSO X EL MAGO
V.1. EL PICATRIX
193
Otras opiniones, como la de Maribel Fierro, apuntan a que el verdadero autor de la obra podría
haber sido Maslama b. Qa– sim al-Qurt. ubi– (906-964), pero por una cuestión de fechas se trata de una afir-
mación igualmente discutible.
194
J. Ferreiro Alemparte, “La escuela de nigromancia de Toledo”, p. 266.
126 ALFONSO X EL MAGO
195
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, pp. 116-118.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 127
en lo más destacado. Detrás del Picatrix se oculta la pretensión de escribir una especie
de historia o compendio universal de magia talismánica, aunque el excesivo material
recopilado convierte la obra en un tratado más o menos ambicioso y deudor de diver-
sas tradiciones.
La premisa básica del texto, que fundamenta todo su contenido, es que si los
astros son capaces de transmitir al mundo las formas primordiales celestes de las
cosas, entonces el mago debe procurar que una de las formas deseadas por él se impri-
ma en el momento justo y en el lugar adecuado de la materia196.
Lo que es innegable es que la influencia de la obra fue enorme, especialmente en
autores renacentistas como Ficino, Pico de la Mirandola o Cornelio Agrippa, gracias
a que es uno de los más completos tratados de magia conservados. Desvela todo tipo
de fórmulas así como una lista de imágenes mágicas con su modo de empleo, presen-
tando a Hermes Trimegisto como su inventor.
Trata de las simpatías entre las plantas, las piedras, los animales, los planetas y
sobre cómo utilizarlos para fines mágicos. Los diversos talismanes y procedimientos
descritos tienen distintas finalidades, existiendo fórmulas adecuadas para práctica-
mente cualquier propósito.
La idea de fondo que subyace tras la obra es que el cosmos se compone de tres
mundos que serían la materia, el espíritu y el intelecto; el sistema mágico transmitido
por el Picatrix consiste en captar y después guiar el influjo del espíritu de un astro hacia
la materia por medio de talismanes, por lo tanto el procedimiento a seguir es grabar
las imágenes de las estrellas en el soporte adecuado o emplear sustancias e invocacio-
nes que les sean afines.
Los cuatro libros que lo componen están organizados de la siguiente forma; los
libros I y II enuncian oraciones y promesas de revelaciones junto con un enfoque
filosófico relativo a la disposición de la naturaleza, además de tratar sobre el arte de la
fabricación talismánica en la que se incluye una lista de imágenes que pueden figurar
en los talismanes correspondiente a los planetas y a los treinta y seis decanatos unidos
en torno a su signo zodiacal respectivo.
El libro III trata de las piedras, de las plantas, los animales y otros elementos que
corresponden a los diferentes planetas y signos a fin de saber cómo invocar a los espí-
ritus de los planetas; el libro IV está dedicado a los saberes transmitidos por determi-
nados pueblos.
La actitud del autor de la obra, el denominado Pseudo Maslama el Madrileño,
oscila desde el principio entre la crítica hacia quienes han sido avaros y mezquinos en
cuanto a la codificación de una enseñanza considerada peligrosa y que se pretende,
por tanto, mantener alejada de aquellos que no son considerados sabios, y las conti-
nuas exhortaciones al lector para que considere los riesgos de referir determinados
conocimientos a aquellos que no están preparados para recibirlos. En este sentido,
muestra su intención de revelar la llamada magia natural “sin avaricia ni ocultamien-
196
Ibídem, p. 279.
128 ALFONSO X EL MAGO
tos”, pero en la práctica confía en el hecho de que a su obra sólo tengan acceso aque-
llos alumnos que por su propia naturaleza sean aptos para entenderla y hacer un buen
uso de ella.
Los cuatro tratados en los que está dividido el libro se centran, en consecuencia,
en el estudio de los planetas, en los modelos astronómicos y sus obras, en la partici-
pación de los astros en los tres reinos de la manifestación y en la magia de algunos
pueblos cuya fama en estas cuestiones es especialmente significativa, como los
hindúes, los kurdos o los nabateos.
El primer tratado, dividido en siete capítulos, se inicia con un planteamiento pura-
mente filosófico acerca del origen de las causas, para pasar después a definir la magia como
la disciplina que estudia las causas ocultas a la razón y sus dos tipos, teórica y práctica.
La magia teórica se centra en el conocimiento de las posiciones de las estrellas
fijas, mientras que la práctica estudia los tres reinos y las fuerzas que los planetas pro-
pagan en ellos, siendo los filtros la mejor especie de magia práctica, y la mejor especie
de la magia teórica, la palabra.
A continuación se detallan las posiciones de los planetas, los efectos de la Luna y sus
veintidós mansiones, según los hindúes, la descripción de las mismas y los talismanes que
se pueden hacer en cada una de ellas, de carácter tanto benéfico como maléfico.
Los talismanes que se describen de manera concreta tienen como fundamento el
que se construyen a partir de las características celestes y es condición imprescindible
para su éxito que el artífice concentre la atención en su obra y que depure su volun-
tad para ligar en sí las fuerzas anímicas y las fuerzas celestes197.
Seguidamente encontramos citas de Platón y Aristóteles, del Tratado de los Talismanes
de Zabit ben Curra y de las Epístolas de los Hermanos de la Pureza. En todas estas refe-
rencias no se hacen en ningún momento consideraciones morales al respecto de lo que
se suele definir como magia blanca o negra, simplemente por medio de los talismanes
se puede lograr casi cualquier cosa y para ello basta con que las esencias de dichos talis-
manes sean similares a aquello que necesita la obra perseguida, sea buena o mala.
Los últimos dos capítulos del tratado definen al ser humano como un microcos-
mos perfecto paralelo al macrocosmos y, por tanto, revelan su importancia en el
mundo frente al resto de la creación, y concluyen con una exposición sobre las jerar-
quías de las criaturas.
En el segundo tratado el autor cita a Ptolomeo para reflexionar acerca de la
necesidad de dominar todas las ciencias de la filosofía (matemáticas, cosmología y
metafísica) para alcanzar a comprender el modo en que influye el mundo superior
en el inferior.
Se analizan las formas y sus símbolos, la influencia en las cosas de la situación de
la Luna respecto al Sol, algo especialmente importante para la realización de cualquier
obra, y se afirma de los hindúes que son los magos más capaces, así como que el cono-
cimiento de la astrología conduce a la teurgia.
197
Seudo Maslama, Picatrix, p. 17.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 129
198
Seudo Maslama, Picatrix, pp. 96-97.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 131
199
P. A. Torijano, “El estudio de la magia en la Antigüedad tardía: algunas consideraciones prácti-
cas”, pp. 545-546.
132 ALFONSO X EL MAGO
200
En Las filósofas: Las Mujeres Protagonistas en la Historia del Pensamiento de De Martino y Bruzzese se
alude también a otras figuras femeninas relacionadas con estudios y obras de contenido similar, p. 42.
201
E. S. Procter, Alfonso X de Castilla, patrono de las letras y del saber, pp. 28-30.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 133
Jerusalén, donde es acogido por los demás profetas, y desde allí sube a los cielos a
través de una escala, recorriendo los siete cielos astronómicos del sistema de Ptolo-
meo. A continuación, Gabriel le muestra también los siete círculos del infierno y sus
tormentos. La obra concluye con el regreso de Mahoma a La Meca y su decisión de
proclamar su misión profética al pueblo.
La escala de Mahoma es para algunos autores, como el arabista Asín Palacios, un
claro antecedente de la Divina Comedia de Dante, hecho que ha contribuido a aumen-
tar su relevancia, a pesar de que otros investigadores afirmen que no existen datos
suficientes para mantener semejante afirmación.
La tradición del ascenso del profeta a los cielos fue discutida, por otra parte, por
muchos musulmanes ortodoxos como una desviación de la sura XVII, mientras que
los sufíes asimilaron sus contenidos místicos y alegóricos para convertirlos en un
ejemplo a seguir en su vía de ascenso espiritual.
En cuanto al aprendizaje de prácticas mágico/místicas tomadas de otros pueblos,
esta idea implica que se otorgaba validez y veracidad a esas otras religiones y enseñan-
zas que poco tenían en común con las tradiciones propias. El problema en este senti-
do es especialmente relevante en el caso de los cristianos que tenían como guía en
estas cuestiones a maestros pertenecientes a religiones consideradas enemigas irre-
conciliables, como la musulmana o la judía.
La desconfianza que se sentía en Europa ante todo lo procedente de Toledo es
comprensible desde este punto de vista, así como la de la propia Iglesia, puesto que la
religión que los libros empleados consideran verdadera no es el Cristianismo, sino el
Islam en este caso, además de que también se incluye la descripción de una serie de
prácticas que desde el punto de vista religioso no podían ser más que condenables.
En el Picatrix se refieren todo tipo de fórmulas para manipular, modificar la volun-
tad, dañar o perjudicar en todos los terrenos y hasta matar a quien el conocedor de las
mismas desee. Por supuesto, no es ese el único contenido del libro, pero las instruc-
ciones para esa clase de fines aparecen igualmente detalladas. La valoración moral sim-
plemente no existe (y de haber existido distaría mucho de la actual en la mayoría de
las cuestiones) y se refieren incluso algunas prácticas realizadas por otros pueblos que
incluyen sacrificios humanos, en algún caso de niños, y en ocasiones relacionados con
la nigromancia en su sentido más puro de adivinación del futuro utilizando al muerto
como oráculo.
En general, muchos autores y obras son mencionados en el Picatrix, pero los que
más aparecen son El libro de las Grandes Formas de Zósimo, el Libro exegético de las formas
y los hechos del Zodíaco de Yabir Benhayyan el Sufí (este autor es, en general, uno de los
más citados), El fruto de Ptolomeo, el Tratado sobre los talismanes de ar-Razi, el Libro del
caudal de Yaafar de Basra, varias obras de Hermes, de Platón, de Pitágoras y de al-
Kindi, del ya mencionado Ben Wahsiyya, de Hipócrates y de Aristóteles. Además, al
tratar el tema de los sahumerios menciona como referencia dos citas bíblicas tomadas
del libro del Éxodo en las que se refiere el tema de las ofrendas de perfumes (Ex 30,
22-27 y Ex 30, 31-36).
134 ALFONSO X EL MAGO
202
M. Cruz Hernández, Historia del pensamiento en el mundo islámico, vol. I, p. 64.
136 ALFONSO X EL MAGO
te cristianos y judíos, la magia natural, que los antiguos consideraban la ciencia oculta
y que se refiere al uso de sustancias naturales, y la magia diabólica, en la que intervie-
nen seres infernales.
Respecto al origen de los grimorios, Félix Francisco Castro Vicente recuerda que
en el antiguo Egipto ya existieron libros que recopilaban conjuros, y que sus más cla-
ros precedentes proceden de la magia babilónica, que influyó también en la magia
judía. Ya en los últimos siglos del Imperio Romano circularon extensamente obras de
magia, muchas de ellas de posible origen judío.
En Europa comenzó su difusión a partir del siglo XII, al producirse una serie de
cambios en el mundo de la cultura y de la vida intelectual europea, como el floreci-
miento de cortes reales y universidades como centros culturales, al margen de las
escuelas catedralicias y monasterios, lo que promovió la búsqueda de fuentes ajenas a
la ortodoxia como podía ser el conocimiento clásico conservado y transmitido por el
mundo islámico, que heredó junto con dicho saber clásico, la astrología y la alquimia.
Estos libros se transmitieron dentro de los ámbitos cultos y eclesiásticos, ya que
las clases populares no sabían leer y no podían tener acceso a ellos, abundando en los
anales históricos las referencias a condenas de frailes, monjes y clérigos por su pose-
sión. Circulaban por villas y ciudades copiados a mano en secreto por el evidente peli-
gro que implicaba la tenencia de este tipo de obras, lo que hizo que con el tiempo las
diversas versiones de un mismo grimorio fuesen diferentes entre sí. La difusión y
popularización de los grimorios no se produciría hasta los siglos XVII y XVIII.
En España existen referencias a diversos grimorios desde época temprana;
Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles, cita como ejemplos el libro
De Invocatione Demonum, el Liber Salom Salomonis, quemado en Barcelona en el siglo XIV,
y otro significativo libro catalán, El Libre de Poridat, que ya en el siglo XVI cita el Libro
de Salomón.
Julio Caro Baroja en Vidas mágicas e Inquisición cita el Liber Salomonis quemado por
el inquisidor Eymerich en el siglo XIV, y también las obras quemadas al Marqués de
Villena, cuyo nombre quedó para siempre unido a la magia, así como la Clavicula Salo-
monis mandada a la hoguera por el Obispo de Barcelona.
Ya en los siglos XVI y XVII abundan condenas por la posesión de la Clavícula de
Salomón (en las Palmas de Gran Canaria, en Toledo, en Burgos) y en Cuenca por la
posesión del Alma del Salomonis y el propio Picatrix.
Tema significativo a tratar sería también el de las imágenes mágicas empleadas
en el libro. La utilización de lenguajes mágicos no es algo infrecuente en la literatu-
ra dedicada a esta disciplina, en parte por la necesidad de recurrir a un código cifra-
do que impida el acceso a su significado al no iniciado, y en parte por el propio con-
tenido.
Algunas de las imágenes que se emplean corresponden a símbolos astrológicos,
letras principalmente árabes y hebreas, y también números. Los símbolos reproducen
un concepto determinado que no procesa la mente consciente sino el subconsciente
de manera directa.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 137
Es tradicional en la magia el uso de sellos o sigilos que representan o bien una enti-
dad o bien una idea o principio determinado. Este planteamiento es el mismo que se
encuentra detrás de los talismanes, que suelen llevar grabados figuras, frases o letras
de significados ocultos. En este caso, las imágenes contenidas en el Picatrix son de
carácter fundamentalmente astrológico.
La existencia de dichas imágenes influyó tal vez más adelante en el surgimiento de
los lenguajes propiamente mágicos, que en realidad no tienen la estructura real de una
lengua, aunque de algunos sí se afirme que poseen algo parecido a una sintaxis y
gramática propias. Quizá los más conocidos de estos lenguajes mágicos sean el eno-
quiano, idioma artificial supuestamente revelado al ocultista británico John Dee y al
vidente Edward Kelley en 1581, y el ya moderno lenguaje ouránico creado por Peter
Carroll en el siglo XX.
Como resumen, podemos decir del Picatrix que es un libro de magia talismánica
basado en la tradición mágica de diversas culturas (con la naturaleza sincrética que en
buena medida caracteriza siempre a estas enseñanzas) y de contenido eminentemente
práctico; la parte más puramente teórica o de carácter filosófico no es, en general, más
que una introducción o un marco para las enseñanzas prácticas.
Es, así mismo, una de las obras alfonsíes cuyo contenido podía ser más discutible
desde el punto de vista ortodoxo, puesto que es un buen ejemplo de libro que se
encuentra a medio camino entre lo que llegó a llamarse magia daemoniaca y la magia natu-
ralis. La frontera entre ambas corrientes fue siempre realmente estrecha, dado que es
prácticamente imposible establecer el límite entre la magia natural y las manipulacio-
nes mágicas realizadas con ayuda de los demonios; este será un problema al que
habrán de enfrentarse en épocas posteriores jueces e inquisidores al tener que deter-
minar si la recitación de determinadas oraciones o el empleo de amuletos corres-
pondía a una práctica de magia natural o a un acto diabólico203.
Por tanto, esta obra es la que quizá más puede inducirnos a pensar que el interés
de Alfonso X por los temas mágicos iba más allá de la mera curiosidad erudita que sin
duda le caracterizó, ya que su lectura y estudio tal vez no le convierte necesariamente
en un mago, pero sí al menos en un iniciado en el arte de las aplicaciones últimas de
la astrología y su influencia sobre las cosas terrestres.
El hecho de que aparentemente la intención del rey no fuese difundir el libro sino
hacer de él un uso privado indica, además, que tomaba en consideración y ponía en
práctica las recomendaciones del propio texto en las que se pide encarecidamente que
se tenga en cuenta que su contenido no es apto para una difusión generalizada, dado
lo peligroso que podría resultar en manos inadecuadas; Alfonso X se convertiría así
en un discípulo más entre otros muchos que durante siglos habrían continuado el
estudio de las enseñanzas mágicas y transmitido sus conocimientos bajo la premisa de
la discreción.
203
C. Daxelmüller, Historia social de la magia, pp. 241-243.
138 ALFONSO X EL MAGO
El Sefer Razi’el ha-malak– (Libro del ángel Raziel), también denominado Liber Salomo-
nis, es una obra cabalística, escrita originalmente en hebreo y arameo, que conocemos
a través de la versión latina titulada Liber Razielis Archangeli, cuya traducción castellana
se habría realizado en la escuela de Alfonso X el Sabio. La leyenda que rodea al libro
afirma que fue revelado a Adán por el ángel Raziel, el guardián del paraíso.
Las versiones varían en los diferentes manuscritos, pero en la mayoría de ellos
encontramos siete tratados cuyo contenido se centra en una elaborada angelología,
además de la aplicación mágica de la astrología, la gematría y la temurah (estudio de
las palabras en base al valor numérico de sus letras y la permutación de las mismas,
respectivamente), los nombres de Dios o el uso de talismanes.
Al respecto de las propiedades de los planetas, las plantas, las piedras, las letras,
etc, así como los comentarios a las enseñanzas de Hermes, se tratarán en otro lugar,
por lo que aquí nos centramos solamente en aquellas cuestiones que resultan más
características de esta obra en concreto.
El nombre de Eleazar de Worms se ha asociado tradicionalmente con la redacción
de la obra, pero se trata de una afirmación incorrecta basada en la publicación de parte
de la obra de Worms en el mismo Sefer Razi’el editado a principios del siglo XVIII. El
libro sigue las enseñanzas contenidas en el Sefer Yetzirah (Libro de la Formación) y en el
Sefer ha-Razim (Libro de los Secretos), concretamente el tratado sexto se basa en este últi-
mo, que es una obra judía de época helenística, también atribuida a Raziel, de la que se
conserva una versión latina medieval. Las enseñanzas transmitidas por el ángel Raziel
tratan sobre la creación y también sobre el poder de la palabra, la energía contenida en
las veintidós letras del alfabeto hebreo, sus posibles combinaciones y sus significados.
Como hemos dicho anteriormente, la diversidad de manuscritos y el hecho de que
la primera publicación que encontramos de la obra sea ya de 1701 y se trate de una
colección de textos hebreos de distinta procedencia agrupados bajo ese nombre
común, no siendo ninguno de ellos anterior al siglo XVII, ha contribuido a mantener
en una cierta oscuridad el tratado.
Las menciones más antiguas se remontan a los siglos XII y XIII y las debemos a
Pedro Alfonso, que cita un Secreta secretorum atribuido a Raziel, y a Alberto Magno,
Tadeo de Parma y Pedro de Abano, que lo mencionan con otros nombres, por ejem-
plo, Liber institutionis o Volumina Salomonis204.
La obra a la que queremos referirnos en el presente trabajo es, sin embargo, la que
se atribuye a Alfonso X, en cuyo prólogo se informa de que sus orígenes se remon-
tan al inicio de la historia de la humanidad hasta ser compilado por Salomón en forma
de siete tratados traducidos del caldeo al hebreo.
204
A. García Avilés, “Alfonso X y el Liber Razielis: imágenes de la magia astral judía en el scriptorium
alfonsí”, p. 22.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 139
Alejandro García Avilés opina en su artículo dedicado al libro que el Reg. lat. 1300
de la Biblioteca Vaticana205, un manuscrito de los siglos XV o XVI, es el más com-
pleto del Liber Razielis alfonsí, y que conserva la misma estructura dividida en las siete
partes mencionadas, que serían:
205
Sobre este mismo manuscrito se puede consultar también: F. Secret, “Sur quelques traductions
du Sefer Razi’el”, Revue des études Juives, 128, Paris, 1969, pp. 226-240, así como S. Gentile-C. Gilly: Marsi-
lio Ficino e il ritorno di Ermete Trismegisto, Firenze, 1999, pp. 230-235.
206
La opinión de otros autores, como Carlos Gilly, difiere notablemente, no obstante, al considerar
que estaríamos en realidad ante un autor diferente bastante posterior.
140 ALFONSO X EL MAGO
La obra alfonsí que nos ocupa, por tanto, se centra en el estudio de la magia astral
judía con un importante componente angelológico, y tiene una relación directa con
otras compilaciones y traducciones alfonsíes, como el Picatrix o el Lapidario, entre
otras, que tratan el tema de la magia talismánica.
Las invocaciones mágicas, las oraciones a los planetas y los signos talismánicos
son habituales en este tipo de obras medievales, por lo que la parte más significativa
sería quizá la dedicada a la angelología y a los nombres sagrados, que el libro deno-
mina “semiforas, quod significat nomen mágnum perfectum”, tomado del hebreo šem ha-Mefo-
raš (el nombre revelado), uno de los nombres tannaítas (los maestros transmisores de
la enseñanza oral entre los siglos I y III d.C.) del Tetragrámaton, denominación de las
cuatro letras (YHWH: yod, heh, wav, heh) que es la fórmula suprema para lograr éxitos
de todo tipo puesto que se considera el nombre de Dios más poderoso de todos.
En cuanto a la idea de que los ángeles y arcángeles están relacionados con las esfe-
ras planetarias, es básica ya desde los babilonios o los griegos, generándose progresi-
vamente el planteamiento de que uno de estos espíritus habita cada astro dirigiendo
su curso, dejando esta labor a los arcángeles en el caso de los siete planetas207.
Según estas ideas, también los ángeles son asignados a cada alma en función del
momento de su nacimiento y se encargan de acompañarla tanto en su descenso al
mundo cuando nace como en su retorno al cielo tras su muerte, lo que se plasmará en
la figura del Ángel de la Guarda que se conservó también en el cristianismo.
En realidad, esta es la base de todas las invocaciones mágicas, cuya finalidad es
apelar a la intervención de los ángeles en favor de quien realiza el conjuro. En gene-
ral, el libro de Raziel recoge tradiciones astrológicas muy antiguas que habrían llegado
a Occidente a través de España por influencia de las culturas semitas.
Las tradiciones astrológicas y mágicas no sólo hebreas, sino también alejandrinas,
mesopotámicas, egipcias, griegas e hindúes desembocan en una ampliación de las
variables astrológicas más elementales, es decir, que no sólo se combinan la eclíptica,
el Zodíaco, los aspectos, las casas y los movimientos planetarios o se estudia la tra-
yectoria del Sol y su paso por las diferentes constelaciones de estrellas fijas, a las que
se unen los movimientos errantes de los planetas, las relaciones geométricas que se
establecen entre ellos y los principales puntos de referencia, con las especiales técni-
cas de estudio de revoluciones y natividades o natalicios, sino que los textos introdu-
cidos por las culturas semíticas aportan otros conceptos como el de los decanos (trein-
ta y seis divinidades mediadoras que rigen en sus diferentes manifestaciones a los sig-
nos zodiacales en una organización tripartita en la que cada área se divide, a su vez, en
diez días o grados) y los paranatellonta (las constelaciones que surgen o se ponen en el
horizonte al mismo tiempo que los signos del Zodíaco) así como elementos como los
ángeles, las estaciones, los nombres de los días de la semana, etc, que independiente-
mente de su origen y de la filiación ulterior con la Cábala o el hermetismo, o de su
207
A. García Avilés, “Alfonso X y el Liber Razielis: imágenes de la magia astral judía en el scriptorium
alfonsí”, pp. 24- 25.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 141
208
F. Martínez de Carnero. “De Raziel a la teosofía. Magia y literatura en España”, http://www.arti-
fara.com/rivista1/testi/Raziel.asp
142 ALFONSO X EL MAGO
Los libros proféticos del Antiguo Testamento, en especial, los de Isaías y Ezequiel o
el libro apocalíptico de Daniel marcan el paso hacia las nuevas visiones angélicas. Des-
pués de la cautividad en Babilonia entre los años 597 y el 538 a.C., el mundo angélico
hebreo se enriqueció y es a partir del arte mesopotámico cuando se empieza a descri-
bir a los ángeles como dotados de alas, y cuando surge un verdadero interés por el
conocimiento de sus nombres y categorías. También la tradición dualista persa añadió
un elemento más a la angelología hebrea, incluyendo la idea de los ángeles rebeldes
que se alzan contra Dios. Los esenios, por ejemplo, secta cuyo nacimiento se sitúa en
el siglo II a. C., veían ya el mundo como la escena de un combate entre el espíritu de
la Verdad y el espíritu del Mal, representado este último por un poder demoníaco
opuesto a Dios llamado Belial. Posteriores desarrollos contribuyeron al crecimiento
del mundo angélico tanto en el judaísmo como en el cristianismo, en parte por un cier-
to sincretismo que asimilaba los dioses de religiones politeístas convirtiéndolos en
seres angélicos subordinados al Dios único.
Por su parte, el Islam también perfeccionó, a partir de la revelación de Mahoma,
su propia jerarquía angélica, que en buena medida es de inspiración judeocristiana,
como los arcángeles Miguel y Gabriel o los portadores del trono de Allah (un león, un
águila, un toro y un hombre).
En el mundo judío será el género apocalíptico el que aportará los siguientes datos
en este tema. La literatura apocalíptica surge durante los periodos helénico y romano
(siglos II y I a. C. y siglos I hasta mediados del II d. C.) y frecuentemente es atribuida
a un personaje que narra una visión que recibió en vida, o bien se trata de algún per-
sonaje que según la Biblia nunca llegó a morir, como Henoc o Elías, por ejemplo.
En efecto, dentro de las obras hebreas de carácter apocalíptico quizá la más rele-
vante para el tema estudiado sean los tres libros de Henoc, que toman como protago-
nista al personaje bíblico, de quien se afirma que fue arrebatado a los cielos.
El ciclo de Henoc es un conjunto de obras de distinta procedencia y de dife-
rentes épocas (desde el siglo II a.C. hasta el siglo VI d.C.); cada uno de los libros era
originalmente autónomo y se unieron después en torno a la figura de Henoc, refle-
jando múltiples corrientes de tradición incluso dentro de un mismo libro. El ciclo,
por tanto, no es homogéneo sino que recoge influencias muy diversas y refleja épo-
cas muy distantes entre sí. Los libros que componen el ciclo son: I Henoc o Henoc
etiópico, II Henoc o Libro de los secretos de Henoc o Henoc eslavo y III Henoc o Libro
hebreo de Henoc.
En el libro primero los ángeles aparecen divididos en dos clases; los fieles y los
caídos. Los primeros forman el ejército celeste y, entre otras funciones, sirven de inter-
mediarios entre Dios y los ángeles caídos, el mundo y los humanos. Entre ellos des-
tacan los arcángeles. Los ángeles caídos son los que cometieron un doble pecado:
unirse con mujeres mortales y revelar secretos a la humanidad, tales como la escritu-
ra, la fabricación de armas o encantamientos. Estos son los llamados vigilantes y su cas-
tigo es perder a sus hijos y ser condenados al encierro y al fuego eterno; mientras
esperan el Juicio Final adoptan la forma de espíritus que tientan a los hombres. Otro
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 143
tipo de malos espíritus son las almas de los gigantes muertos (los hijos de los vigilan-
tes y las mujeres humanas).
Este tema es importante porque, en este caso, el mal procede de los ángeles y se
extiende a los hombres, que por otra parte tienen una predisposición natural hacia el
mismo, según aparece en el “Libro de los vigilantes” y también en las “Parábolas” , aun-
que esta visión no es unitaria porque, en otra parte del mismo libro, en la “Epístola de
Henoc”, no aparece el origen celeste del mal y del pecado sino que se considera de ori-
gen humano y una consecuencia de la libertad.
El libro segundo, compuesto probablemente antes de la destrucción del Templo
de Jerusalén en el año 70 d.C., no se sabe si en alguna comunidad judía en Egipto o
en Palestina, refleja la influencia de Filón de Alejandría, de la cosmogonía zoroástrica
y egipcia, además del libro primero de Henoc.
La obra, cuya lengua original se ignora (tal vez fuera el hebreo, pero se cree que el
texto eslavo, que conservamos gracias a la tradición cristiana, tiene como base un
texto en griego), es un libro apocalíptico que sirve de testamento de Henoc a sus hijos
y en el que se describen los siete cielos.
Una parte importante del libro relata el viaje de Henoc por esos siete cielos y su
descripción; el Primer Cielo sería un inmenso mar con depósitos de hielo y nieve y en
él habitarían los ángeles que controlan las estrellas, el Segundo Cielo es un lugar de
oscuridad que envuelve a los ángeles rebeldes, el Tercer Cielo, el jardín del paraíso con
el árbol de la vida (este cielo es el paraíso reservado a los justos y también aquí, al
norte, está situada la gehenna, donde se atormenta a los que pecan contra Dios), el
Cuarto Cielo es la morada del Sol y la Luna y también es la sede de Jerusalén y del
Templo, el Quinto Cielo es la morada de los ángeles vigilantes que se rebelaron con-
tra Dios, el Sexto Cielo alberga siete formaciones de ángeles que presiden y ordenan
la marcha de la naturaleza, y, por último, el Séptimo Cielo es la morada de los dife-
rentes órdenes de ángeles (ofanim, serafines, hayyot, querubines, virtudes, dominaciones,
principados, potestades, tronos, ángeles servidores y arcángeles) y del Trono divino.
Finalmente, el libro tercero del ciclo fue redactado o compilado muy tardíamen-
te, probablemente hacia el siglo VI d.C., y no pertenece ya a los apócrifos del Antiguo
Testamento propiamente dichos, pero sí recoge la tradición henóquica reflejada en los
otros dos libros relacionados con la figura mítica de Henoc.
Esta obra cuenta el ascenso de Rabí Yismael a los cielos para contemplar la visión
de la Merkabah (el Carro o Trono de Dios). Una vez que ha llegado al séptimo palacio
del séptimo cielo, Dios encarga al ángel Metatrón que sea su guía y él es el verdadero
protagonista de la obra, pues Metatrón es el mismo Henoc convertido ahora en uno
de los ángeles más poderosos de la corte celestial.
Se recogen tres relatos distintos del ascenso de Henoc a los cielos y, en general, el
libro se considera formado a base de recopilaciones de tradiciones diversas hasta el
punto de que se ha definido como un gran sumario de las tradiciones esotéricas judías,
místicas y apocalípticas. Forma parte de la llamada literatura de hek– alot (palacios, en
hebreo), que se desarrolló principalmente entre los siglos V y VI d.C.
144 ALFONSO X EL MAGO
209
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 25.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 145
canciones de las hayyot, las criaturas sagradas que llevan el Trono divino y cuyo canto
se menciona ya en la literatura apocalíptica. Desde el punto de vista lingüístico pre-
sentan una cierta semejanza con fragmentos litúrgicos similares encontrados entre los
escritos de la secta de Qumrán. Casi todos concluyen con la qedušah o santificación de
Is 6, 3, que se usa como un refrán fijo. En estos himnos se refleja la idea de Dios que
tienen sus autores; soberanía, majestad y santidad son sus atributos más destacados.
No se trata, por tanto, de un Dios cercano sino alejado del ser humano, aunque sea
posible la revelación y visión de su Trono.
Los místicos de la Merkabah se ocupan de todos los detalles del mundo superior y
en especial de los siete palacios del firmamento de `arabot (el más alto de los siete cie-
los), de los ejércitos angélicos que ocupan los palacios, los ríos de fuego que fluyen
frente a la Merkabah y los puentes que los cruzan, y en general de todos los detalles ya
descritos por Ezequiel.
Sin embargo, el objetivo principal de la ascensión es la visión de quien ocupa el
Trono, una figura de apariencia humana según Ezequiel. Esta alusión a la aparición de
Dios en forma de hombre celeste da lugar a una de las cuestiones más enigmáticas de
este tipo de mística, la del Si`ur qomah o medida del cuerpo, tema poco conocido y muy
complejo porque se centra en las supuestas medidas del cuerpo divino entrando en
cuestiones tales como combinaciones de letras y números para tratar de encontrar la
medida exacta. En este tema del Si`ur qomah hay quienes ven la influencia de la secta
de Qumrán. Lo más significativo en todo caso es que, en la práctica, su visión parece
estar prohibida a toda criatura, humana o celeste, pero según la tradición fue revelado
a Rabí Aqiba tal y como se relata en Hek– alot Zutarti. En realidad lo más probable es
que esta teoría no implique que Dios posea realmente una forma física sino que sola-
mente se refiera a la Gloria divina.
El ascenso y paso a través de los distintos palacios está descrito ampliamente en
Hek– alot Rabbati, detallando aquellas cuestiones y técnicas que pueden resultar de ayuda
para el ascenso y para evitar los peligros que aguardan a quien realiza el viaje. Se pone
siempre un énfasis especial en señalar y advertir sobre esos peligros; el alma que
asciende puede encontrar en su camino visiones engañosas que traten de confundir-
lo. Por otra parte, se considera necesario que en la puerta de todos los palacios se
enseñe a los guardianes una serie de sellos que son, o bien los nombres secretos de
Dios, o bien dibujos mágicos que protegen de los ataques a sus portadores.
Sin embargo, así como los peligros que esperan a quienes sin estar preparados
entran en contacto con todos esos misterios son graves y numerosos, también se hace
especial hincapié en la iluminación que pueden alcanzar quienes reciben todas estas
revelaciones. En todo caso hay que señalar que estos místicos jamás alcanzaban la unión
con Dios ni perdían en ningún momento su identidad e individualidad, es decir, que en
este sentido no tienen nada en común con las corrientes místicas más habituales.
Entre los temas básicos relacionados con el misterio de la Merkabah están el del
pargod, cortina o velo que separa al que se sienta en el Trono de las otras partes de la
Carroza y sobre el que están bordados los arquetipos de todo lo creado, y la propia
146 ALFONSO X EL MAGO
angelología, que no se encuentra en una forma fija sino que aparecen distintos siste-
mas que van desde los mencionados en el Libro etiópico de Henoc hasta el Henoc
hebreo, que forma ya parte de la literatura de hek– alot propiamente dicha.
Buena parte de la literatura dedicada a la Merkabah está dedicada a este tema y pre-
senta también una vertiente mágica y práctica. El conocimiento de los nombres de los
ángeles formaba parte ya de la mística de los esenios y se desarrolló tanto en círculos rabí-
nicos como en otros menos ortodoxos al menos hasta el final del periodo gaónico. Junto
al concepto de los cuatro o siete ángeles principales, o arcángeles, se desarrolló también
hacia finales del siglo I o inicios del II una nueva doctrina referida al ángel Metatrón al
que se denomina Sar ha-Panim “el príncipe de la Presencia”. A propósito de esta cuestión
hay que señalar que también en lo relativo a los nombres de los ángeles encontramos a
veces una cierta confusión con los nombres secretos de Dios; en ocasiones el mismo
nombre sirve para designar tanto a un ángel como al propio Dios.
En la literatura de hek– alot hay presentes algunas influencias de escritos griegos de
estilo similar, como ya adelantamos, así como también entre los gnósticos no judíos
se utilizan a veces fórmulas en arameo. Así, en una obra importante como es Hek– alot
Rabbati se encuentra un diálogo entre el místico y el ángel Dumiel, que guarda la puer-
ta del sexto palacio, escrito en griego. También uno de los nombres de Dios en este
tipo de literatura es Totrossiah, que sería una versión griega del Tetragramaton.
Básicamente, la literatura de hek– alot tomaba su propia forma literaria y fue evolu-
cionando progresivamente; el elemento mágico era importante sólo en las primeras
etapas y fue perdiendo relevancia en textos posteriores hasta que aproximadamente a
partir del siglo III comienza a perderse el sentido literal del tema de la Merkabah y se
introduce un elemento ético, por ejemplo, el amoraíta del siglo III Simeón ben Lak– is
afirma ya que al hablar de la Carroza nos estamos refiriendo en realidad a los patriar-
cas; este tipo de afirmaciones darían paso después a las interpretaciones de carácter
simbólico que desarrollaría más adelante la Cábala.
A partir de un determinado momento se pasará a identificar los palacios con los
grados o estadios por los que debe pasar el místico para alcanzar la perfección moral,
pero esto será ya en torno al siglo VIII y supondrá la pérdida de las que eran carac-
terísticas esenciales de la literatura de las hek– alot. Su lugar de origen fue Palestina,
donde se escribió gran parte de las obras que nos ocupan, después sus ideas y
enseñanzas se extendieron a Babilonia hacia mediados del siglo III.
Según opiniones como la de P. S. Alexander, la literatura de hek– alot está muy rela-
cionada con la tradición esotérica mencionada en el Talmud, tradición que se desarrolló
en el mismo centro de las comunidades rabínicas, es decir, que básicamente puede ser
considerada ortodoxa desde el punto de vista teológico, aunque también hay algunos
puntos de conflicto entre la tradición esotérica y la exotérica que dieron lugar en deter-
minados momentos a la crítica de las enseñanzas místicas por parte de algunas auto-
ridades rabínicas; además, por otra parte, se considera probable la existencia de una
forma menos ortodoxa de esta enseñanza, que pudo llegar incluso a significar el sur-
gimiento de una gnosis puramente judía.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 147
210
M. Eisenfeld, (ed.) Sefer Yetzirah, p. 39.
211
G. Scholem, Desarrollo histórico e ideas básicas de la Cábala, p. 38.
212
De más reciente aparición es la edición de B. Rebiger y P. Schäfer, Sefer ha-Razim I und II: das Buch
der Geheimnisse I und II, Tübingen 2009, 2 vol.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 149
bulario en griego y dos oraciones aljamiadas en esta lengua dirigidas a Kyry Bel y a
Helios, ambas similares a los rezos e invocaciones de divinidades que aparecen en los
papiros mágicos.
En el texto se intercalan fórmulas mágicas, encantamientos y remedios sobrena-
turales, así como la especificación de las funciones propias de cada uno de los ánge-
les cuyos nombres se detallan en listas. El número de ángeles asciende a setecientos y
sus nombres, en hebreo y en griego, están relacionados siempre con las funciones que
deben desempeñar.
Aparecen también menciones a divinidades del panteón griego, como Afrodita,
Hermes y Helios; en general, es significativa su semejanza con los papiros mágicos
egipcios, como ya se ha indicado, que contienen fórmulas mágicas e invocaciones de
figuras divinas del panteón griego, egipcio y oriental. El origen de tales fórmulas se
encuentra muy probablemente en sectas gnósticas localizadas en Egipto en los pri-
meros siglos de nuestra era. El judaísmo rabínico más ortodoxo se opuso siempre a la
práctica de la magia, pero la influencia de cultos mágicos comunes a todo el oriente
helenizado durante el periodo del Segundo Templo y durante el periodo bizantino fue
inevitable.
El Sefer ha-Razim recoge, por otra parte, la influencia de la literatura apócrifa del
Antiguo Testamento, especialmente del Libro II de Henoc y del Libro de los Jubileos. Sin
embargo, a pesar de los elementos paganos que hay en el libro, se reconoce una ela-
boración desde el punto de vista judío por el autor; el último y supremo cielo es regi-
do sólo por Dios, las invocaciones a las fuerzas celestiales son dirigidas a emisarios o
intermediarios de un poder superior, etc213.
En cuanto al lugar de redacción, existen dos alternativas; Egipto o Palestina. En
su edición del año 1966, Margalioth opina que la obra es una reelaboración de los
papiros mágicos que llegaron a Judea y fueron conservados por judíos conocedores
de ambas culturas; pero lo cierto es que los manuscritos más antiguos fueron hallados
precisamente en la genizah de El Cairo214 y que además utilizan una terminología mági-
ca privativa de Egipto. En cualquier caso, la literatura rabínica desconoció el Sefer ha-
Razim y su transmisión se realizó a través de textos apologéticos a partir de la Edad
Media.
Es de gran importancia destacar aquí la razón por la cual es especialmente signi-
ficativo el interés de Alfonso X y de su escuela por obras como estas, que desde el
punto de vista más ortodoxo eran consideradas muy peligrosas debido a la unión de
dos influencias altamente sospechosas en su época: la magia y el judaísmo.
Como afirma Enrique Cantera Montenegro, sabemos que el recurso a la magia fue
habitual en el judaísmo ya desde la antigüedad bíblica tanto a nivel teórico como en
múltiples aspectos de la vida cotidiana y en particular como método alternativo de la
213
S. Sznol, “Sefer ha-Razim. El libro de los secretos”, p. 268.
214
Lugar de depósito de textos que contenían versículos de la Biblia o referencias a Dios, así como
documentos legales de la comunidad y también de carácter privado.
150 ALFONSO X EL MAGO
215
E. Cantera Montenegro, “Los judíos y las ciencias ocultas en la España medieval”, pp. 47-48.
216
Ibídem, p. 69.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 151
a partir de la Segunda Cruzada, que se extiende rápidamente por toda Europa. Desde
ese momento la incertidumbre política, las crisis económicas y la conflictividad social
se convertirán en caldo de cultivo para la difusión de acusaciones antijudías, en
muchos casos asociadas a la magia y a la brujería, y que darán lugar a violentas perse-
cuciones en algunos momentos.
Acusaciones como la práctica de crímenes rituales con niños cristianos y de otros
diversos actos de escarnio hacia la Pasión de Jesucristo quedan de manifiesto en la
gran difusión que tuvo la imagen del judío mago o hechicero en la literatura medieval
castellana que contribuyó también a la propagación popular de esta imagen. Esta figu-
ra literaria fue bastante corriente desde el siglo XIII y es representada normalmente
como un rabino o un médico que actúa como inductor de pactos con el demonio, y
que realiza o colabora en prácticas de magia o de hechicería. Referente especialmente
importante, en este sentido, es la obra del ya citado Enrique de Villena en la que se
encuentran un gran número de referencias a los conocimientos mágicos de los judíos
en su Tratado del Aojamiento (o Fascinología).
Es importante, así mismo, el detalle de que, como afirma Enrique Cantera, tampo-
co parece casual que, al menos desde comienzos del siglo XV, las reuniones brujeriles
nocturnas o aquelarres comenzaran a ser denominadas synagogae, y que desde la segunda
mitad del mismo siglo se utilice el término sabat; este hecho prueba la progresiva iden-
tificación de los cristianos de fines de la Edad Media entre judaísmo y magia y hechi-
cería, a pesar de que todo parece indicar que los judíos dedicaron poca atención a los
estudios nigrománticos o de magia negra, que estaban terminantemente prohibidos
también en el judaísmo, y que su recurso a la magia blanca, a la hechicería y a la adivi-
nación fue muy similar a la de sus contemporáneos cristianos y musulmanes.
Por último, se puede mencionar otra rama de la magia judía medieval que se sus-
tenta en el uso de los libros sagrados del judaísmo y en las plegarias, aunque la utili-
zación de versículos de la Torah es muy antigua y está suficientemente documentada
ya desde el Talmud. Tal vez esa especie de tradición asociada al judaísmo propició que
se atribuyera un origen judío a algunas obras importantes dentro de la literatura mági-
ca, como la Clavicula Salomonis, que desde la Edad Media se asocia al rey bíblico
Salomón, prototipo de sabio y mago, y una figura con la que resulta sencillo trazar
paralelismos al compararlo en esas cuestiones con el otro rey sabio, Alfonso X.
V.3. El LAPIDARIO
217
A. Domínguez Rodríguez, Astrología y arte en el Lapidario de Alfonso X el Sabio, pp. 31-33.
154 ALFONSO X EL MAGO
Pero lo más significativo de la obra son sus repetidas alusiones a la alquimia, que
aparece mencionada de una manera expresa o utilizando términos afines como “obra
mayor” o “maestría”. La alquimia, según Rosario Delgado Suárez, se presenta no sólo
como una ciencia eficaz, útil y beneficiosa para el hombre, sino como una disciplina
mitificada, capaz de convertir ciertos objetos en oro, expulsar al demonio y sanar
enfermedades.
Esta idea aparece resumida en el acróstico V.I.T.R.I.O.L (diferente del vitriolo, que
alude al ácido sulfúrico usado por los alquimistas) y cuyo significado es: “Visita Inte-
riora Terras Rectificatur Invenies Ocultum Lapidum”, al que a veces se añade: Et Veram Medi-
cinam, es decir, “Visita los interiores de la tierra, rectificando encontrarás la piedra
oculta y la verdadera medicina”. Siguiendo la práctica hermética de encriptar sus men-
sajes toda la “gran obra” está contenida en esta frase.
Por tanto, el pensamiento oculto tras los textos alfonsíes en general procede de las
doctrinas herméticas, lo que se ha dado en llamar la “mística helenística”, en la que
confluyen diversas corrientes y una concepción de la ciencia en la que la astrología y
la alquimia tuvieron un gran desarrollo, circunstancia que queda patente en el interés
por la literatura hermética existente durante toda la Edad Media.
El Lapidario muestra una compleja simbología, así como multiplicidad de materias y
fuentes, pero en él sobresale la presencia de la obra alquímica, a pesar de que en las Siete
Partidas se condene el mal uso y los engaños de los falsos alquimistas; parece claro, por
tanto, que la condena alfonsí no se hace extensible a la disciplina como tal, sino que
intenta diferenciar el uso correcto de la misma de ese otro que puede ser engañoso y
malintencionado, especificación que se repite en el caso de adivinos y astrólogos.
No se puede olvidar, en este sentido, el interés despertado por la alquimia a raíz
de sus supuestos conocimientos para transmutar en oro los metales; en época medie-
val y en los siglos posteriores esta disciplina sería incluso patrocinada por numerosos
reyes que creyeron encontrar en ella la solución a sus problemas económicos.
La relación entre el estudio de los metales y la astrología posiblemente se deba a
los caldeos, que asignaron una estrecha relación entre metalurgia y astrología y entre
los metales entonces conocidos y los cuerpos celestes (el oro representaba al Sol, la
plata a la Luna, el cobre a Venus, el hierro a Marte, el estaño a Júpiter, el plomo a
Saturno y el mercurio al planeta del mismo nombre).
Alfonso X, gracias a su círculo de sabios traductores, recoge este legado, por lo
que nos encontramos ante una combinación de la alquimia con la metalurgia, la astro-
logía y la astronomía, para combinarla con la medicina218. La obra científica alfonsí
hereda así una tradición basada en todas esas disciplinas diversas. En concreto, las
numerosas coincidencias entre el Picatrix, el libro tercero del Lapidario y el Libro de las
formas et imágenes unen muy especialmente a estos tres libros con la tradición herméti-
ca, como ya se destacó anteriormente.
218
R. Delgado Suárez, “La Alquimia en el Lapidario de Alfonso X El Sabio”, http://www.ucm.es/
info/especulo/numero38/lapidar.html
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 155
219
A. Roob, El museo hermético. Alquimia & Mística, p. 466.
220
R. Delgado Suárez, “Antecedentes e influencias en la obra científico-mágica de Alfonso X el
Sabio: La unión fascinante de la Astrología, la Astronomía, la Alquimia, la Magia, la Medicina y los Mila-
gros a través de la Historia”, http://www.ucm.es/info/especulo/numero37/alfonsox.html
156 ALFONSO X EL MAGO
Hermes Trimegisto, dios griego cuyo nombre significa “el tres veces grande, o el
que posee el don de la triple sabiduría” es considerado el fundador de las ciencias
herméticas y toda su literatura. Hermes es para los griegos el generador y revelador de
la cultura y la escritura, pero también es reconocido en distintas tradiciones bajo diver-
sos nombres: en Egipto es llamado Toth o Dyehuty, dios de la sabiduría y patrón de
los magos, que fue asociado al Hermes griego y al Mercurio romano, el mensajero de
los dioses.
Los textos herméticos pueden ser de carácter filosófico o práctico; en este último
caso el principal interés se centra en la magia y la alquimia. Los libros atribuidos a Her-
mes se encuentran en el llamado Corpus Hermeticum y son una serie de tratados redac-
tados en griego, excepto el Asclepio que está en latin, procedentes de traducciones grie-
gas de antiguos textos egipcios.
Los tratados son los siguientes: Poimandres (El Pastor), De Hermes a Tat, Discurso
sagrado, El Mar (La Crátera), La Unidad (La Mónada), Que Dios no siendo manifiesto, es lo
más manifestado, Que en sólo el Dios está el Bien y en ninguna otra parte está, Que la mayor des-
gracia es no conocer a Dios, Que nada se destruye y que es un error llamar destrucción o muerte a
los cambios, Sobre el entender y el sentir: De que en sólo Dios está la Belleza y el Bien, y en ningu-
na otra parte está, De Hermes Trimegisto: La Llave, La Inteligencia a Hermes, De Hermes Tri-
megisto a Tat-Sobre la inteligencia común, De Hermes a su hijo Tat-Discurso secreto en la montaña-
Del renacer y de la regla del silencio, Carta de Hermes Trimegisto a Asclepio, Definiciones de Ascle-
pio al rey Amón, Sobre las trabas que ponen al alma las cosas que provienen del cuerpo, Asclepio
(Esculapio) y La pequeña Apocalipsis (capítulo veinticuatro del Asclepio), más algún texto
añadido incompleto y sin título.
El Corpus Hermeticum consta, por tanto, de diecisiete tratados, numerados del uno
al catorce y del dieciséis al dieciocho; el quince, en realidad, no era tal sino tres extrac-
tos de Estobeo, que por error de uno de los primeros editores del siglo XVI, provocó
la confusión. La numeración se mantuvo en las ediciones posteriores, por lo que desa-
pareció el tratado número XV.
El Corpus ya aparece citado en las polémicas anticristianas, por una parte por Lac-
tancio, Cirilo y Dídimo, y por otra por Zósimo y Jámblico, desde el siglo III, pero
adquiere especial importancia en el Renacimiento, cuando alrededor de 1460 un
manuscrito griego procedente de Macedonia llegó a Florencia traído por uno de los
encargados de Cosimo de Médicis de la búsqueda y recopilación de manuscritos. En
él se incluía una copia de los tratados I al XIV del Corpus Hermeticum. Marsilio Ficino
fue quien realizó su traducción.
La doctrina que contiene proclama que el hombre no sólo ha sido creado a ima-
gen de Dios, sino que también está dotado de su omnipotencia, es decir, que está
hecho de todas las potencias divinas, pero al haberse corrompido no se manifiesta
siempre en él el origen divino.
Los textos afirman ser traducciones griegas de originales egipcios, pero estudios
filológicos modernos apuntan a una redacción griega original que surgió probable-
mente entre los siglos II y III. Fueron ampliamente leídos desde la antigüedad y algu-
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 157
nas sectas religiosas, como los harranitas (que tomaron el nombre de sabeos tras la
conquista islámica) los adaptaron como libros canónicos. Su estudio perdió relevancia
con la cristianización del Imperio Romano, pero todavía en el siglo V San Agustín de
Hipona argumentaba contra su contenido.
Dicho contenido se centra en las enseñanzas impartidas por Hermes en Egipto,
cuyo supuesto original en la lengua de dicho país no debía ser traducido a otras len-
guas ya que podía perder mucho de su sentido oculto; el propio Hermes profetiza su
traducción al griego, pero advierte que al traducirse del griego a otras lenguas perdería
la mayor parte de su valor místico, por lo que se deduce que el texto podía entender-
se originalmente de varias formas tanto en egipcio como en griego. La realidad, como
se mencionó previamente, es que no se ha encontrado ninguna versión egipcia del
mismo y que su existencia hoy parece más mítica que real.
Hermes narra en sus tratados cómo adquirió su conocimiento a través de una
visión mística durante un sueño en la que contempló el movimiento de las esferas; en
dicha visión Poimandres (la Inteligencia Universal) le reveló todos los misterios y de
esa forma Hermes se convirtió en un iniciado.
En los tratados herméticos se tratan temas tan dispares como la naturaleza de lo
divino, el surgimiento del cosmos, la caída del hombre del paraíso, así como las nocio-
nes de verdad, bien y belleza; al considerar dicho contenido de los textos conviene no
olvidar que Hermes originariamente habría sido una simple transfiguración del dios
egipcio Thot, pero que posteriormente fue tenido por un sabio que fundó la alquimia
y otras ciencias herméticas. Estudiosos judíos y renacentistas lo consideraban con-
temporáneo de Moisés.
Su influencia, en cualquier caso, fue extraordinariamente importante en el desarro-
llo espiritual del Renacimiento, y muy especialmente en las obras de autores como Pico
della Mirandola y otros practicantes de la alquimia y defensores del neoplatonismo.
Otro texto atribuido a Hermes y no incluido en la suma del Corpus es en realidad
uno de los de mayor trascendencia de todos los textos herméticos; la Tabula smaragdi-
na (la Tabla Esmeralda), conocida en el mundo occidental desde Alberto Magno, al
que algunos adjudicaron su autoría, aunque también fue atribuida a uno de los mayo-
res magos de la antigüedad, Apolonio de Tiana. Según la tradición, fue el mismo Apo-
lonio quien encontró la tabla en una cueva, bajo tierra. La obra era ya conocida en
Córdoba en el siglo X, y actualmente se data entre los siglos VI y VIII; en el Occi-
dente cristiano empieza a ser conocida a partir del siglo XIV en traducciones árabes.
Algo similar se podría decir del Kybalion, una de las obras herméticas más conoci-
das en la actualidad, de reducido tamaño, pero con un denso conocimiento contenido
en sus páginas; este texto fue escrito en 1890 por tres iniciados, que no mencionan su
nombre, pero cuya identidad se vincula con órdenes mágicas modernas, y en él se
encuentran citas de un Kybalion atribuido a Hermes Trimegisto a partir del cual los tres
iniciados desvelarían el conocimiento hermético, es decir, los siete axiomas o princi-
pios en que se basa la filosofía hermética: el mentalismo (el universo es mental), el
principio de correspondencia (como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba), la
158 ALFONSO X EL MAGO
vibración (nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra), la polaridad (todo es doble,
todo tiene dos polos), el ritmo (todo fluye; todo tiene sus periodos de avance y retro-
ceso), el principio de causa y efecto (toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su
causa) y el principio de generación (todo tiene su principio masculino y femenino).
Con respecto a la alquimia, se trata tanto de una protociencia como de una discipli-
na filosófica que combina química, metalurgia, física, medicina, astrología y misticismo,
y que fue practicada en Mesopotamia, en el antiguo Egipto, en Persia, en la India, en
China y en la antigua Grecia. Parece que existen textos alquímicos chinos que datan del
144 a.C. y que se podría remontar la alquimia en dicho país al menos al siglo IV a. C.
Los intercambios existentes entre el Extremo Oriente y el Oriente Medio hacen
que no sea imposible la procedencia china. La alquimia china era principalmente
esotérica y pretendía producir una medicina que asegurara una larga vida o la inmor-
talidad, como ya analizamos. Sin embargo, en el caso de que China haya trasmitido
estos conceptos sólo podría tratarse de alquimia medicinal y no metalúrgica.
La alquimia occidental forma parte inseparable de las enseñanzas herméticas y se
considera una de las principales disciplinas precursoras de las ciencias modernas, por
la influencia que sus principios y experimentos tuvieron, especialmente en la química
y en la citada metalurgia.
Los dos aspectos más conocidos de la alquimia, como se mencionó antes, serían
la capacidad de transformar plomo u otras sustancias en oro, y directamente relacio-
nado con lo anterior, la búsqueda de la piedra filosofal, con la que se puede lograr la
habilidad para transmutar el oro o para descubrir el secreto de la vida eterna. En la
vertiente espiritual de la alquimia, los alquimistas debían transmutar su propia alma, es
decir, purificarse mediante la oración y el ayuno.
Todos estos procesos simbolizaban la evolución desde un estado imperfecto y efí-
mero hacia un estado perfecto y eterno, y la piedra filosofal representaba la clave mís-
tica que hace posible esta evolución, que en el propio alquimista supone el tránsito
desde la ignorancia hasta la iluminación.
Los alquimistas concebían el universo como compuesto de cuatro elementos clá-
sicos: tierra, aire, fuego y agua, y con ellos preparaban un quinto elemento que con-
tenía la potencia de los cuatro en su máxima exaltación y equilibrio. Toda sustancia se
componía de tres partes de mercurio, azufre y sal, nombres que designaban respecti-
vamente el espíritu, el alma y el cuerpo, y que eran denominados principios; esta idea
de que todas las cosas del universo estaban formadas por sólo cuatro elementos fue
concebida por Empédocles y desarrollada por Aristóteles, que afirmaba que cada ele-
mento tenía una esfera a la que pertenecía y a la que regresaría de forma natural si se
le dejaba intacto.
Por medio de la manipulación de estas sustancias se separaban cada una de las tres
partes que luego eran purificadas individualmente para volver a unirse a continuación y
formar otra vez la sustancia inicial, que ahora había adquirido ya sus buscados poderes.
De especial importancia es la alquimia en el mundo islámico, gracias a autores
como Abu Musa Jabir Ibn Hayyan al-Azdi, cuyo objetivo final era la creación artificial
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 159
profeta Idrîs, que menciona el Corán). De hecho, en los anales islámicos se conocían
tres Hermes diferentes, cada uno de los cuales poseía distintas características: el pri-
mer Hermes (Hirmis alharâmisah), a quien algunos identificaban con Ukhnûkh e Idrîs,
era considerado el primer hombre que obtuvo su conocimiento de los cielos y que ins-
truyó a la gente sobre medicina, al tiempo que se le consideraba también el inventor
del alfabeto y la escritura y quien enseñó a vestir ropas a la humanidad, también fue
él, según esta teoría, quien construyó casas donde dar culto a Allah y anunció el dilu-
vio a Noé.
El segundo Hermes, o Hermes babilónico, vivió en Babilonia después del diluvio
y fue un maestro en medicina, filosofía y la ciencia de las propiedades de los números,
así como el renovador de la ciencia y la filosofía; se le asocia con la reconstrucción de
Babilonia después de Nemrod, donde habría tenido el papel de difusor de la ciencia y
también se considera que se convirtió en el maestro de Pitágoras.
El tercer Hermes, o Hermes egipcio, nació en Manaf, cerca de Fustat (que había
sido el centro de la ciencia antes de Alejandría) y fue un maestro en las ciencias de la
medicina, la filosofía, la alquimia y las propiedades de los venenos. El tercer Hermes
instituyó festividades en los momentos de la primera aparición de la Luna creciente,
de la entrada del Sol en cada uno de los signos del Zodíaco y de conjunciones astroló-
gicas favorables. Dejó algunos proverbios sobre la importancia de la ciencia, la filo-
sofía y la justicia y fue el maestro de Asclepios.
Por otra parte, Shaykh al Ishraq Shihab ad-Din Sohrawardi, así como su discípu-
lo Muhammad Shahrazuri, lo consideraban como uno de los teósofos (muta’allihun) y
Shahrazuri es uno de los primeros en llamar a Hermes “padre de los filósofos”. Para
Sohrawardî, en su Mutarahat, Hermes es el origen de una sabiduría que pasó, por una
parte, a través de Asclepios, Pitágoras y Platón, a los griegos y, por otra, a través de
Gayomarth, Faridun y Kay Khusraw a los persas, y finalmente fue unificada durante
el periodo islámico.
Los más importantes alquimistas árabes, en cualquier caso, eran sufíes. Entre los
siglos XII y XIII, al-Ghazzali (1058-1111) y Rumi (1207-1273) hablaban de la expe-
riencia mística como de una transformación alquímica. Resulta interesante en este sen-
tido resaltar que la tradición iniciática en la corriente sufí afirma que ciertas operacio-
nes, aunque la manera de proceder sea correcta, no llegarán al término deseado si no
se producen determinadas circunstancias: el esfuerzo adecuado, hecho por las perso-
nas adecuadas, en el lugar y el momento adecuados. Si estas condiciones no están reu-
nidas, no hay resultado. Este presupuesto explicaría por qué se hace mención en la lite-
ratura alquímica a algo intangible que los alquimistas no han podido definir, cuya pre-
sencia trasforma sus esfuerzos.
Sobre la posibilidad de hallar la piedra filosofal o elixir (al-iksir), que en árabe sig-
nifica “rompedor” y alude a su propiedad de romper la estructura interna de la mate-
ria, los filósofos árabes se dividen en dos bandos irreconciliables encabezados respec-
tivamente por al-Farabi (872-950), que afirma la posibilidad de su existencia, e Ibn Sína–
(Avicena) (c. 980-1037), que lo niega, aduciendo uno y otro argumentos aristotélicos.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 161
El adepto debe, por tanto, experimentar una conversión, es decir, una inversión
con respecto al estado del hombre ordinario que tiende hacia lo literal, lo múltiple y
material, para lo que es necesaria la previa intuición de que existen otras realidades.
Todo este viaje no está exento de sacrificios y pruebas que el iniciado tendrá que
enfrentar y superar reconociendo primero su ignorancia, ya que la verdad no ha
sido inventada por el hombre sino que es revelada y trasmitida de generación en gene-
ración. Por ello, lo primero que debe experimentarse es la muerte, la muerte al mundo
profano, lo que simultáneamente supone un segundo nacimiento, es decir, morir a las
viejas concepciones para renacer a un mundo nuevo.
Es necesario descender primero a los Infiernos, situados en el centro de la tierra
y que simbolizan las regiones más tenebrosas de la psiquis humana, para poder ascen-
der a los Cielos, atravesando primero el mundo intermediario o Purgatorio, que repre-
senta las pruebas iniciáticas, hasta llegar a la cima donde Dante ubica el Paraíso terres-
tre y que corresponde a la culminación del estado humano, la recuperación del estado
edénico, el desarrollo humano completo en el que está presente el equilibrio perfecto,
imagen de la inmutabilidad esencial en el mundo manifestado.
Otro elemento importante dentro de esta tradición y también de época medieval,
a pesar de las muchas teorías y controversias sobre su origen, como ya se comentó
previamente, es el Tarot, vehículo hermético que en tiempos modernos ha sido muy
mal interpretado, y que encierra en sus Arcanos este mismo conocimiento iniciático,
que promueve el despertar de la conciencia a partir de la meditación en el significado
de sus símbolos, compendio de elementos alquímicos, numerológicos, cabalísticos y
astrológicos que ordenan una cosmología completa y constituyen un modelo del uni-
verso, análogo al mismo, que le otorga el poder mágico e iniciático que se le atribuye
tradicionalmente221.
En el siglo XIV la permisividad de la Iglesia hacia las prácticas alquímicas desa-
parece. La búsqueda de la piedra filosofal y el elixir de la juventud ahora se conside-
rarán cosas separadas y el simbolismo y el lenguaje críptico utilizado conducen a varia-
ciones considerables en la interpretación de las antiguas enseñanzas. Los alquimistas
pasarán a ser considerados magos y hechiceros y serán perseguidos frecuentemente
por sus prácticas.
La alquimia y su trabajo práctico de laboratorio tenían como objetivo, sin embar-
go, iluminar lo oscuro, lo enfermo y lo inconsciente. Los grandes alquimistas como
Paracelso (1493-1541) transcribieron su sabiduría en forma de remedios prácticos, de
elixires obtenidos a partir de metales, gemas y plantas, todo ello íntimamente conec-
tado con la astrología, puesto que los siete planetas dividen la luz de la creación en
siete cualidades que a su vez crean los cuatro elementos, así como el quinto, el ele-
mento secreto y sagrado, el éter, y los tres principios alquímicos básicos. Los metales,
los minerales, las gemas, las plantas, los animales y también el hombre se originan a
221
P. Serdà, “Guenon, Dante y la Tradición Hermética”, http://www.geocities.com/symbolos/
s23psrd2. htm
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 163
través de varias combinaciones de las siete energías planetarias, los cuatro elementos
y los tres principios básicos mencionados. La mezcla predominante determina lo que
emergerá y qué clase de carácter tendrá.
El texto griego más antiguo referido a la alquimia es el Physica kai Mystica (De las
cosas naturales y de las cosas ocultas), datado en el siglo I o II a.C., y que distingue ya cua-
tro fases en el opus magnum (nigredo, albedo, citrinitas y rubedo), que son diferentes grados
de curación corporal, mental y espiritual, de maduración interna y desarrollo de la
conciencia: nigredo (negrura) equivale a la vibración de la sal (= cuerpo), corresponde
a los planetas de nivel más bajo y sustenta los procesos de solidificación; albedo (blan-
cura) es la vibración del azufre (= alma) y sustenta los procesos disolutivos y distri-
butivos, y rubedo (rojizo) es la vibración del mercurio (= espíritu) y sustenta los proce-
sos de regulación y armonización. El azufre representa el principio activo, masculino
y solar o ígneo, el mercurio el principio pasivo, femenino y lunar y la sal el principio
neutro que los une. La fase tercera, o amarilla, denominada citrinitas fue eliminada a
partir del siglo XV.
Algunos alquimistas, los despreciados “sopladores”, sólo estaban interesados por
la tarea práctica de tratar de hacer oro. Otros jamás se acercaron a un laboratorio y se
concentraron en el progreso espiritual. El verdadero arte, no obstante, parece haber
sido una combinación de ambas vertientes, puesto que los procesos de laboratorio y
los cambios químicos que se producían en los materiales eran parte integrante de los
cambios espirituales que tenían lugar en el propio alquimista.
Con el paso del tiempo la interpretación de los textos y símbolos alquímicos se
complicó cada vez más, el recurso a las imágenes dio lugar a una imaginería alquími-
ca de gran interés artístico, pero cuya información está profundamente encriptada,
hasta el punto de que en obras como el Rosarium philosophorum (texto cuya primera edi-
ción aparece en 1550 y que contiene veinte imágenes que describen simbólicamente
la verdadera alquimia, un proceso cuyo fruto es el lapis philosophorum) se afirma:
“Cuándo hablábamos abiertamente, no decíamos en realidad nada. Pero cuando
escribíamos en lenguaje cifrado y en imágenes, ocultábamos la verdad”222.
Los alquimistas hacían derivar sus signos y su lengua enigmática directamente de
Hermes, identificado con el dios egipcio Thot, inventor de la escritura jeroglífica, en
su búsqueda de técnicas de oscurecimiento que protegiesen la enseñanza de quienes
no fuesen dignos discípulos.
Por otra parte, el confusionismo de esos textos también se debe a la riqueza de la
sinonimia, ya que un mismo elemento recibe múltiples nombres; en los textos árabes,
por ejemplo, el oro presenta veintidós sinónimos, la plata, diecisiete, el hierro, diecio-
cho, el cobre, quince, etc. Además, con frecuencia el término que en un autor signifi-
ca una cosa en otro indica algo muy distinto.
En resumen, se puede decir que para entender las bases sobre las que se edifica
toda la doctrina hermética hay que recurrir a sus orígenes en Alejandría, a la filosofía
222
A. Roob, El museo hermético. Alquimia & Mística, p. 11.
164 ALFONSO X EL MAGO
223
J. C. Galende Díaz, “La criptografía medieval: El Libro del Tesoro”, pp. 49-50.
166 ALFONSO X EL MAGO
224
E. S. Procter, Alfonso X de Castilla, patrono de las letras y del saber, p. 21.
225
F. J. Díez de Revenga (ed.), Alfonso X, Obras (Selección), p. 54.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 167
226
Para una mejor comprensión del tema hay que recomendar la edición crítica y el comentario ya
citados en anteriores ocasiones de Carmen Ordóñez de Santiago, así como los trabajos del Grupo Sir-
venta, cuya finalidad es dar a conocer los fundamentos de la astrología medieval.
227
E. S. Procter, Alfonso X de Castilla, patrono de las letras y del saber, pp. 22-24.
168 ALFONSO X EL MAGO
Se incluyen, por otra parte, en los Libros del Saber de Astronomía los llamados Libros
sobre relojes, que el rey mandó componer para las prácticas astronómicas puesto que los
considera de imprescindible necesidad. Se describen cinco relojes: el reloj de la piedra
de la sombra, que es un reloj solar; el reloj de agua o clepsidra, empleado desde tiem-
pos muy antiguos y del que existían ya algunos tratados, pero que implicaba algunas
dificultades técnicas; el reloj de la candela, que se construye con una vela de cera con
pabilo o mecha de algodón, de modo que pueda permanecer ardiendo desde la pues-
ta del sol hasta su salida; el reloj de mercurio, que se denominaba relogio del argent vivo,
nombre con el que se conocía al mercurio en el siglo XII, y el reloj del palacio de las
horas, un reloj de sol muy ingenioso, pero que probablemente no se llegó a construir.
Las obras astronómicas son importantes, además de por su contenido, por ser una
de las principales fuentes de información acerca del sistema de trabajo seguido por los
talleres alfonsíes. Estos tratados exigían la realización de varias funciones; la de trans-
ladar (o traducir), la de capitular (dividir la obra en capítulos, darles título y recoger
dichos títulos en un sumario), la de emendar (enmendar, corregir), y más escasamente,
pero se alude también a la tarea de endreçar (que parece afectar a la forma final del
texto, sea en su organización general o su estilo y lengua; el Libro de la ochava esfera
reserva dicha función al mismo rey Alfonso), en algún caso aparece además la figura
de un glosador, que sería un especialista capaz de apreciar, juzgar e incluso completar la
obra original, y, por último, quedaría el proceso de ayuntar, labor que apunta al proce-
so más complejo de la compilación y selección de fuentes, la labor de ensamblarlas de
manera coherente y significativa y dividir la materia así conseguida228.
Por otra parte, fue muy habitual la realización de diferentes redacciones de un
mismo texto también en el caso de las obras astronómicas; el Libro de la ochava esfera,
el Libro de la Alcora, el Libro de la Açafea, o el Lapidario fueron todos ellos transladados
por primera vez entre los años 1250 y 1259 y traducidos de nuevo, o emendados, cuan-
do no capitulados, entre 1276 y 1279.
La presencia e intervención personal del rey en estas obras aparece mencionada,
además del caso ya citado, en el prólogo de un manuscrito de las Tablas, según el cual
Alfonso X presidía con frecuencia las reuniones de su grupo de astrónomos. La pre-
ocupación propiamente científica, junto con la idea de fundamentar la acción política
en un saber certero, no fue ajena a la empresa astronómica alfonsí, pero también inter-
vino el aliciente más pragmático de orientar por los astros la actuación del rey, pese a
los problemas religiosos que la práctica de la astrología conllevaba, de los cuales se
valieron los enemigos y detractores del “rey estrellero”.
En cuanto a la identidad de los traductores de las obras denominadas habitual-
mente científicas, encontramos, como ya se comentó, que los más importantes de
ellos son colaboradores muy cercanos al rey. Quizá el más significativo sea Yehu-
dah ben Mosheh ha Kohen, cuya labor de traducción se inicia antes del reinado de
don Alfonso, puesto que colabora ya en 1231 en una recensión latina del Libro de
228
G. Martin, “Los intelectuales y la Corona: la obra histórica y literaria”, pp. 266-268.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 169
la Açafea, para entrar al servicio del entonces infante en 1243, traduciendo el Lapi-
dario en 1250.
Yehudah ben Mosheh contribuye después a la traducción del Libro conplido en los
iudizios de las estrellas (en 1254), del Libro de la ochava esfera (1256), del Libro de las Cruces
(1259) y, el mismo año, del Libro de la Alcora. También pudo haber participado, según
diversas opiniones, en las observaciones que entre 1262 y 1272 precedieron a la com-
posición de las Tablas; acabó la compilación y redacción del libro en 1277.
Fue, además, rabino de la sinagoga de Toledo y gozó de una gran influencia en la
comunidad judía toledana, entre otras cosas por ser médico del rey y porque perte-
necía a su más íntimo entorno, razón por la cual no es sorprendente el hecho de que
fuera, como hemos dicho, el principal traductor de las obras astrológicas, al ser un
experto tanto en el arte del pronóstico como en materias técnicas.
Otro destacado colaborador sería Rabi Ishaq ben Sid (Rabiçag), cuyas traduccio-
nes están ampliadas con considerables aportaciones personales; entre 1263 y 1277 tra-
dujo o compuso el Libro de la Açafea, el Libro del astrolabio redondo, el Libro del Ataçir, la
Lamina universal, el Libro del quadrante para rectificar, así como la casi totalidad de los tra-
tados cronométricos: Libro del relogio de la piedra de la sombra, Libro del relogio del agua,
Libro del relogio del argent vivo y el Libro del relogio del palacio de las horas en que Rabiçag
ideó un palacio cuyas ventanas estuvieran ordenadas de modo que proyectaran las
horas del día en el patio.
Rabiçag fue también un personaje significativo en la comunidad hebrea toledana,
fue talmudista y hasan (cantor) de la sinagoga antes de acceder probablemente al rabi-
nato; favorecido por las donaciones reales, fue un hábil financiero y, junto a Zag ibn
Zadock, Don Yuçaf, Abraham ibn Xuxan y Roy Ferrán de Sahagún, perteneció al
grupo de los hombres acaudalados a quienes acudió en varias ocasiones el rey para
superar las dificultades económicas de la Corona.
Además de estas dos grandes figuras, encontramos a Abraham al-Hakim (Abra-
ham Alfaquí), también toledano, médico del rey y de su hijo Sancho, traductor (des-
pués de 1270) del Libro de la Açafea, del Libro de la constitución del universo y autor (antes
de 1264) de la traducción castellana hoy perdida de la Escala de Mahoma; Semuel ha-
Levi Abulafiah, miembro de una familia tunecina instalada en Toledo en el siglo XII
a la que pertenecía el médico de la reina, tradujo el Libro del Ataçir, fue autor del Libro
del relogio de la candela y ayuntador del Libro de la ochava esfera. Por último, Xosse Alfaquí
fue también médico del rey y autor del último capítulo, de carácter astrológico, del
Libro de la Alcora.
Con respecto a las prácticas astrológicas entre los judíos, conviene recordar que
su interés por ellas obedece también a la necesidad de profundizar en el conocimien-
to astronómico que permitiera fijar con absoluta fiabilidad el calendario litúrgico, lo
que tiene una importancia fundamental en la vida religiosa judía. Algo similar se puede
afirmar también de los musulmanes y, en menor medida, de los cristianos.
La realidad, en cualquier caso, es que astrónomos judíos tuvieron un papel rele-
vante en la compilación de las más importantes tablas astronómicas hispanas de época
170 ALFONSO X EL MAGO
medieval, aún antes de la época alfonsí, por ejemplo, Mosheh Sefardi (Pedro Alfonso
de Huesca, c. 1062-1140), a quien se atribuyen diversas obras de carácter astronómi-
co, así como unas tablas consistentes en una traducción de algún tratado árabe; Abra-
ham bar Hiyya (c.1065/70-1136), quizá astrólogo de reyes o familias nobiliarias y
autor de tres obras astronómicas y de unas tablas, que se esforzó especialmente en
conciliar astrología y fe religiosa, negando que la ciencia astrológica fuera en contra
del principio de la omnipotencia divina; y Abraham ibn Ezra (1089-1164), el más
influyente de los científicos judíos altomedievales en territorio cristiano, autor de
diversos tratados astronómicos y de unas tablas muy utilizadas durante varios siglos, y
que sólo quedaron superadas a partir del siglo XVI.
La influencia de Abraham ibn Ezra como astrólogo fue enorme tanto entre sus
correligionarios como entre los cristianos; su obra figuraba en numerosas bibliotecas
medievales y fue traducida al latín y a diversas lenguas romances y germánicas. Entre sus
tratados astrológicos los más importantes son el Sefer re’sit hokhmah (El libro sobre el prin-
cipio de la sabiduría), en el que se exponen los principios teóricos de la astrología y sus apli-
caciones prácticas, el Sefer ha-mibharim (El libro de los tiempos elegidos), acerca de los tiempos
idóneos para las distintas acciones humanas, y el Sefer ha she’elot (El libro de las preguntas).
Sus juicios o predicciones astrológicas alcanzaron gran notoriedad, en particular
sus horóscopos o natividades (es decir, la determinación del futuro de una persona a
partir de la fecha de su nacimiento), sus interrogaciones o elecciones (averiguaciones
acerca del momento más adecuado para realizar alguna acción con resultado positivo)
y sus mundiales (predicciones acerca de lo que ocurrirá en un año determinado)229.
En el campo de la astronomía y la astrología, los cristianos que participaron en las
obras alfonsíes, en cambio, no tienen tanta relevancia, pues son más bien ayudantes de
los expertos judíos, útiles por su pericia escolástica y su buen conocimiento del latín,
lo que supone que fueron en su gran mayoría quienes realizaron las traducciones lati-
nas y se encargaron de dotar al romance castellano de una terminología científica. For-
mados en la universidad, a menudo maestros, algunos de los nombres más importan-
tes son: Álvaro de Oviedo, que trabajó durante los reinados de Alfonso X y Sancho
IV y fue el traductor al latín del Libro conplido en los iudizios de las estrellas, además de
autor de algunos otros tratados de diferente temática; Garcí Pérez, que colaboró con
Yehudah ben Mosheh en la traducción del Lapidario y de quien dice el prólogo de esta
obra que fue un clérigo muy entendido en astrología; Ferrando de Toledo, maestre y
arabista, fue el primer traductor, en 1256, del Libro de la Açafea, aunque su traducción
fue revisada en 1277 por Abraham Alfaquí; Bernardo el Arábigo, que también era
maestre y probablemente converso del Islam; Juan de Aspa, maestre al igual que los ante-
riores, y que capituló las traducciones acabadas en 1259 por Yehudah ben Mosheh del
Libro de la Alcora y del Libro de las Cruces; y Guillén Arremón d`Aspa, canónigo sevi-
llano, también colaborador de Yehudah, en este caso en la traducción del Libro de las
estrellas de la ochava esfera.
229
E. Cantera Montenegro, “Los judíos y las ciencias ocultas en la España medieval”, pp. 69-70.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 171
Entre los sabios cristianos también los hubo extranjeros, como ya antes se men-
cionó: italianos como Egidio de Tebaldis de Parma y Pedro de Reggio, expertos lati-
nistas; Egidio tradujo al latín el Quadripartitum y, junto con Pedro de Reggio y sobre la
base de la traducción al romance hecha por Yehudah ben Mosheh, el Liber Magnus de
Iudiciis Astrologiae. Otros dos sabios italianos, Juan de Mesina y Juan de Cremona, fue-
ron en 1276, y al lado de los traductores Yehudah ben Mosheh y Semuel ha-Levi, los
ayuntadores del Libro de la ochava esfera.
En resumen, los colaboradores cristianos de la obra científica de Alfonso X,
además de conformar el castellano científico, fueron también quienes principalmente
difundieron por las universidades europeas los conocimientos recogidos y reelabora-
dos en la corte alfonsí230.
Con respecto a la conocida alternancia de los términos astronomía y astrología, es
necesario aclarar nuevamente que es de entender en las obras alfonsíes, puesto que
ambas disciplinas se encuentran entremezcladas en numerosas ocasiones. La diferen-
cia entre las dos, no obstante, es clara, puesto que mientras la astronomía es la ciencia
que trata de cuanto se refiere a los astros y especialmente a las leyes de sus movi-
mientos, la astrología estudia también la posición y el movimiento astral, pero en este
caso con la finalidad de realizar una interpretación mediante la cual se pretende pre-
decir el destino de los seres humanos y pronosticar los acontecimientos futuros, en
concreto a través de la astrología judiciaria, destinada a la elaboración de pronósticos
y a señalar el momento más adecuado para llevar a cabo una determinada tarea; de la
astrología judiciaria derivará la elaboración de horóscopos, que entran dentro de las
artes adivinatorias propiamente, al igual que la llamada astrología horaria, usada para
determinar la respuesta a preguntas concretas mediante una figura trazada para el
momento en que se formula dicha cuestión.
Ya hemos dicho que sus inicios se remontan a la civilización caldea y la cultura asi-
ria, debido a sus divinidades astrales, y que existen muchas personalidades importan-
tes que dedicaron parte de sus estudios a la astrología y cuya influencia fue conside-
rable, como Galeno, que relacionaba las manifestaciones de algunas enfermedades
con los fenómenos astrales a los que se imputaba su responsabilidad, o Ptolomeo, que,
como sabemos, en el siglo II fue el primero en aportar una explicación científica de la
influencia estelar, basándose en la teoría aristotélica de los cuatro elementos (calor,
frío, sequedad y humedad).
Una vez introducida en el mundo griego esta doctrina avanza con la llegada de la
escuela pitagórica, en la que tanto la astrología como la astronomía adquieren parte de
su misticismo mágico-religioso. Gracias a las escuelas de los siglos V y IV se dan los
primeros pasos en la concepción geométrica del universo; proliferan grandes nombres
como Heráclito, Parménides o Anaxágoras, aunque fueron Platón y Aristóteles quie-
nes incitaron a grandes científicos como Eudoxo y Autólico de Pítane, en el siglo IV,
y Eratóstenes e Hiparco en los sucesivos, a llevar a cabo una importante labor
230
G. Martin, “Los intelectuales y la Corona: la obra histórica y literaria”, pp. 279-282.
172 ALFONSO X EL MAGO
231
R. Delgado Suárez, “Antecedentes e influencias en la obra científico-mágica de Alfonso X el
Sabio: La unión fascinante de la Astrología, la Astronomía, la Alquimia, la Magia, la Medicina y los Mila-
gros a través de la Historia”, http://www.ucm.es/info/especulo/numero37/alfonsox.html
232
S. Page, La astrología en los manuscritos medievales, pp. 13-15.
233
Ibídem, pp. 23-25.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 173
cambio aparte de la rotación circular de las esferas. Este conjunto de esferas concén-
tricas y cristalinas, transparentes, contiene en cada una de ellas un planeta, y sus ejes
encajan en la esfera que se encuentra a continuación.
Debido a que las esferas no tienen que modificar su forma para su perfecciona-
miento, y puesto que las rotaciones no presentan un fin propiamente, los movimientos
celestes no son una causa propia sino que se atribuye a sustancias separadas de la mate-
ria, es decir, los ángeles, cuya inteligencia puede concebir un fin para su movimiento; el
fin sería completar el orden natural, debido a que al mover los cielos provocan los cam-
bios de las estaciones y todo lo necesario para la vida humana en la tierra.
Durante la alta Edad Media (siglos VI-XII), no hay observación del cielo por parte
de los astrónomos europeos y Occidente olvida las tradiciones científicas griegas.
Durante mucho tiempo, la astronomía que se estudiaba en las escuelas medievales
procedía del comentario de Macrobio al Somnium Scipionis, de las exégesis al Timeo de
Platón, de la obra de San Isidoro o de los escritos de Beda, siendo los autores más
influyentes Calcidio, Marciano Capella y, sobre todo, el citado Macrobio. En este
momento la cosmología, la astronomía y las matemáticas se confunden.
Lo cierto, por otra parte, es que quizá en esos momentos tuvo un cierto peso el
hecho de que también hubo siempre quienes negaron el poder de las estrellas para
modificar los destinos humanos y que, por ejemplo, durante el imperio de Dioclecia-
no (c. 245-311) se decretó expresamente la prohibición de las prácticas astrológicas.
La Iglesia, por su parte, mostró una clara oposición por tratarse de un arte adivi-
natorio y además inherente al paganismo; por una parte, la aceptación de que los
astros regían los destinos humanos conducía a la doctrina del fatalismo, contraria a los
planteamientos religiosos, y por otra, recordemos también que entendían que cual-
quier arte adivinatorio, al ir más allá de las facultades humanas, sólo podía tener lugar
mediante el concurso del demonio.
En la práctica, durante los primeros siglos de la era cristiana fueron muchos los
debates mantenidos acerca de la astrología y su interpretación en armonía con la orto-
doxia de los textos sagrados. Prisciliano, por ejemplo, identificaba los signos del zodía-
co con los patriarcas y a los planetas con los ángeles; también hubo quienes atribuye-
ron al propio Dios el hacer uso de las predicciones astrológicas, citando el oscureci-
miento del Sol coincidiendo con la muerte de Jesucristo o la guía de la estrella de los
Reyes Magos.
A partir del siglo XII aumenta el interés por la astrología a través de las traduc-
ciones de los textos antiguos, destacando en este sentido la figura de Gerardo de Cre-
mona (1114-1187) quien, aunque italiano de origen, se estableció en Toledo, y tradu-
jo, relacionadas con la astrología, obras como el Almagesto y dos obras de Aristóteles
hasta entonces desconocidas que tuvieron una gran importancia en la historia de la
astrología: Meteorológica y De Generatione et Corruptione.
Adelardo de Bath (c.1116-1142) fue uno de los primeros eruditos en introducir en
Occidente tablas astronómicas precisas, mientras que el famoso médico Arnaldo de
Vilanova (1240-1311) cultivó la astrología y publicó dos tratados sobre el tema;
174 ALFONSO X EL MAGO
234
J. Barón Fernández, “Medicina e Historia”, http://www.servetus.org/newsletter/newsletter3/
links/baron. htm
Véase también para ampliar esta cuestión Estrellas y astrólogos en la literatura medieval española de Luis Miguel
Vicente García, Ediciones del Laberinto, Madrid, 2006.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 175
235
En este sentido desarrolla Carmen Ordóñez su estudio de las fuentes del Libro conplido que lo
sitúan sobre todo en la tradición griega.
176 ALFONSO X EL MAGO
de la Astrología, que es una de las obras sobre el tema más difundidas en la Edad Media;
y Albohazen Haly o Abenragel Haly (Abul Hassan Ali ibn Abi-l-Ridjal), conocido
como el “summus astrologus” o incluso como “Ptolomaeus alter”; vivió entre 1016 y 1062
en la corte del sultán al-Mamoun y sus Juicios de los astros fueron primeramente tradu-
cidos al castellano a petición de Alfonso X, y después al latín236.
En general, se puede decir que la lista de personajes y aportaciones árabes con una
cierta significación en la historia de la astronomía y la astrología podría ser práctica-
mente interminable, dada su extensión y variedad, reflejo de la importancia que se le
otorgaba en el mundo musulmán, y en concreto, en al-Andalus.
Pero volviendo al interés alfonsí por los temas astrológicos, es evidente que no
resulta especialmente extraño con los antecedentes históricos referidos; la relación
entre astrología y astronomía durante mucho tiempo no supuso ningún inconvenien-
te puesto que se consideraban simplemente distintos aspectos de una misma ciencia.
Si en algo era una cuestión problemática era desde el punto de vista religioso, como
se apuntó anteriormente, ya que la astrología se asociaba con la magia y con la supers-
tición pagana y eso la convertía en una herejía. En realidad, casi todos los postulados
astrológicos podían interpretarse desde la ortodoxia religiosa, como también se men-
cionó con anterioridad, ya que era posible hacerlos depender en última instancia de la
voluntad divina; sin embargo, había una cuestión que era claramente incompatible con
cualquier planteamiento religioso: la predestinación.
Este tema ha sido ampliamente debatido entre los filósofos de todas las religiones
debido a su importancia. Entre los autores judíos se puede citar a Abraham ibn Ezra
(1089-1164)237, que afirma que el orden y los movimientos estelares superiores repre-
sentan el orden de Dios y, por tanto, gobiernan los eventos humanos, o a Maimóni-
des (1138-1204), que insistía en que todo responde a la voluntad divina. Por su parte,
la Cábala afirma que hay en el ser humano dos espíritus, el “espíritu del bien” y el
“espíritu del mal” y se deja a la persona la posibilidad del mérito o del demérito a ojos
de Dios, quien premia a los justos y castiga a los malvados.
También dentro de la filosofía árabe es éste un tema importante; Ibn Sina (Avice-
na, 980-1037) opina que todos los fenómenos están controlados por un encadena-
miento de causas necesarias que arranca del mundo celeste; pero en el mundo terres-
tre el complejo causal es tan complicado que los hechos que se presentan ante la elec-
ción voluntaria pueden producir ciertos cambios, por lo que, dentro de los límites del
orden cósmico necesario, la voluntad racional del ser humano puede elegir libremen-
te y esta elección sirve para juzgar las acciones humanas y las consecuencias que se
derivan de ellas.
236
M. Aladrén, “Apuntes sobre la existencia de la astrología ibérica”, http://www.elpalau.info/
astrologia %20articulos.htm
237
Puede recomendarse aquí la traducción de Demetrio Santos de algunos de los textos de Ibn
Ezra, así como la del Tetrabiblos de Ptolomeo o el Astronomicón de Manilius, entre otras que podrían des-
tacarse del mismo autor.
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 177
Todo lo anterior contrasta con la idea presentada en la filosofía griega donde habi-
tualmente los fenómenos y sucesos del universo se hacen depender de la voluntad de
un dios o dioses y la conducta humana, individual o colectiva, es en gran medida
imprevisible, arbitraria, dependiendo en su curso de la voluntad de la divinidad. Sin
embargo, esa arbitrariedad tiene ciertas limitaciones, puesto que la actuación misma de
los dioses está sometida a ciertas fuerzas de carácter cósmico, como el destino, contra
el que nadie puede, ni seres humanos ni dioses, y que establece una cierta necesidad
en el acontecer universal. Así comienza la explicación racional (logos) y la idea de arbi-
trariedad es sustituida definitivamente por la de necesidad, es decir, se impone la con-
vicción de que las cosas suceden cuando y como tienen que suceder.
En líneas generales, se puede apreciar que dentro del pensamiento medieval la
noción de determinismo o predestinación está siempre presente de alguna manera
para ser utilizada desde un punto de vista religioso. La idea de la elección humana, la
distinción básica entre el bien y el mal y, en consecuencia, la recompensa o castigo
posterior no tendría sentido si cada persona estuviese previamente determinada a
escoger el bien o el mal, a ser justo o malvado. Para que el papel del ser humano y su
actitud y decisión personal tengan algún valor, obviamente debe ser libre, debe tener
la posibilidad real de elegir cuál será su conducta y actuación, de lo contrario el méri-
to o el demérito de sus acciones nunca sería suyo.
Sin embargo, también es innegable que cuando se empieza a profundizar en el
tema surgen las contradicciones. El ser humano es libre pero al mismo tiempo todo
depende de la voluntad divina; Abraham ibn Ezra llega a afirmar la influencia de los
astros sobre los actos humanos, aunque presente esto a su vez como un reflejo del
orden divino, y dentro del pensamiento cabalista medieval, por ejemplo, se alude al
hecho de que cada alma antes de bajar a la Tierra y encarnarse ya está calificada de
algún modo como justa o malvada.
En definitiva, pese a la postura básica contraria al determinismo subyace una cier-
ta idea, si no de predestinación, sí al menos de necesidad de ciertos acontecimientos,
por lo que tal vez la clave esté en un problema de terminología; si desde el punto de
vista religioso, y también místico, la idea de la predestinación parece carecer de senti-
do sí aparece en cambio a menudo un concepto de necesidad más o menos explícito.
La Iglesia, por su parte, oscilará también en algunos momentos entre una mayor
permisividad hacia disciplinas que contradicen estos principios y una progresiva
intransigencia, debido a que, en definitiva, es una cuestión directamente relacionada
con la fe lo que subyace al problema de afirmar que los astros determinan el carácter
y los acontecimientos de la vida humana.
En este contexto hay que situar obras como el Libro conplido en los iudizios de las estre-
llas, cuyo motivo central es la correcta adivinación basándose en el influjo de los
astros; se parte de la seguridad de que todo lo que va a ocurrir es susceptible de ser
adivinado, y de que los astros influyen en todos los campos de actividad, de modo que
junto a la topografía astronómica surgen rasgos de la vida cotidiana en toda su ampli-
tud, desde los negocios, a los amores y desamores, las batallas, pleitos, etc. Aquí se
V. LOS LIBROS DE ASTROMAGIA ALFONSÍES 179
defiende la idea, por tanto, de que a través de los astros y con la ayuda de Dios, todo
se puede anticipar.
El interés y difusión del tema lo demuestra el éxito de este manual astrológico, que
fue traducido al latín al menos dos veces, una de ellas en el mismo siglo XIII, por los
ya citados Egidio de Tebaldis y Pedro de Reggio, y que tuvo una versión al judeo-por-
tugués, conservada en un texto aljamiado en caracteres hebreos, a principios del siglo
XV (1410-1411), además de tres traducciones al hebreo, una al alemán, sendas versio-
nes parciales al inglés y al holandés, y quizá dos perdidas al francés y al catalán. La otra
versión latina fue realizada por Álvaro de Oviedo.
Algo parecido podemos decir del Libro de las Cruces, obra que viene a comple-
mentar de algún modo a la anterior, puesto que se ocupa de la adivinación relaciona-
da con las materias que pueden afectar de forma más directa al rey y a las relaciones
con sus súbditos. El original se atribuye a Oveidalla u Obeidala, que se podría identi-
ficar con el astrólogo árabe Abu Marwan Ubayd Allah ben Jalaf al-Istiyi, de cuya obra
original se conservan fragmentos en El Escorial.
También se mencionó anteriormente el Libro de las formas et de las imágenes, colec-
ción originalmente formada por once textos distintos, de los cuales diez de ellos son
lapidarios, tratados acerca de las propiedades de las piedras en relación con los cuer-
pos celestes, o según los signos que las piedras tengan grabados convirtiéndolas en
talismanes, y un único tratado de características distintas es el tercero, que se ocupa
del influjo de las estrellas, planetas y constelaciones sobre los hombres nacidos bajo
su signo. Cada tratado es de un autor diferente, difícil de identificar por lo general:
Abolays, Timtim (Tumtum), Pitágoras, Yluz, Yluz y Belienus (Belenus o Apolonio de
Tiana), Plinio y Belienus, Utarit, Ragiel (Aly Aben Ragel), Yacoth, y Aly; sólo el últi-
mo tratado se presenta como anónimo238.
Esta obra, junto con otras como el Picatrix, el Liber Razielis o la Magna introductio
in Astrologia de Abulmasar, fueron reutilizadas a finales de los años 70 en la propia
corte alfonsí para la elaboración de un tratado de Astromagia zodiacal y planetaria del
que se conservan seis libros: Libro de los paranatellonta, Libro de los decanos, Libro de la
Luna, Libro de las imágenes de los doce signos, Libro de Marte y Libro de Mercurio239.
A esta obra se le ha denominado Astromagia o Libro de astromagia en época moder-
na, puesto que en realidad se trata de un manuscrito incompleto cuyo título original
se desconoce. Se conserva en la Biblioteca Vaticana, entre los manuscritos latinos pro-
cedentes de la colección de la Reina Cristina de Suecia. El historiador del arte alemán
Aby Warburg lo redescubrió en 1911. Según Alejandro García Avilés, en las ilustra-
ciones de este manuscrito se ofrece el más completo repertorio de imágenes de cere-
monias mágicas de la Edad Media.
Frente a estas, hay otra serie de obras que son de carácter puramente científico
cuya finalidad es la descripción de las estrellas, los planetas y las constelaciones, y la
238
C. Alvar, “Textos científicos traducidos al castellano durante la Edad Media”, pp. 31-32.
239
Ibídem, p. 45.
180 ALFONSO X EL MAGO
La historia de la magia y todas las disciplinas afines ha sufrido una evolución muy
condicionada por motivos ideológicos. A pesar de haber existido siempre en todas las
culturas y de no poder disociarse fácilmente ni en sus orígenes ni durante mucho tiem-
po de otros campos como la religión, la medicina o la ciencia, a partir de un determi-
nado momento, en concreto a lo largo de la Edad Media, comienza un rechazo sis-
temático, que paradójicamente no consigue eliminarla nunca por completo. Incluso a
día de hoy, al amparo de la libertad existente al menos en determinados lugares del
mundo, se ha recuperado una tradición nunca perdida y se ha comenzado a sacar a la
luz estableciendo incluso un Día del Orgullo Pagano, celebrado el veinte de septiem-
bre en algunos países. En otros lugares del mundo, menos afortunados a causa de su
situación política y religiosa, todavía es posible que se dicten sentencias por brujería y
delitos similares.
En Europa, la idea de la magia como algo pernicioso y punible surge a raíz del
intento de la Iglesia por terminar con todo posible resto de paganismo en época
medieval. La finalidad era acabar con los cultos antiguos que podían suponer una
competencia para el cristianismo por encontrarse fuertemente arraigados entre la
población, de hecho, se puede decir que se trataba de una labor prácticamente impo-
sible de lograr sin hacer algunas concesiones, motivo por el cual, como sabemos, se
asimilaron prácticas y festividades paganas vestidas ahora con ropajes cristianos. Este
mismo proceso tuvo lugar también en otras zonas y tradiciones religiosas distintas.
La caza o “delirio de brujas”, como se denominó después, no fue otra cosa más
que un mecanismo de represión social, un sistema de control que bajo una acusación
imposible de demostrar, y en una época en la que la confesión bajo tortura era sufi-
ciente para probar la culpabilidad, se utilizó para eliminar cualquier posible elemento
disonante en el entramado social, aparte de servir también como instrumento perfec-
to para resolver pleitos y venganzas personales, y como socorrido chivo expiatorio
ante las situaciones de crisis; el hecho de que ese culpable para todo fuesen a veces los
judíos y en otros momentos las malvadas brujas era en realidad irrelevante240.
240
Más aún si tenemos en cuenta que, por ejemplo, instituciones como la Inquisición se financia-
ban en buena medida con la confiscación de bienes de los encausados, por lo que era necesario disponer
siempre de nuevas víctimas, fuesen judaizantes, brujas, etc.
181
182 ALFONSO X EL MAGO
efectos ofrece Dios como recompensa al estudioso, pues constituyen un gran don
para la humanidad. En este sentido, los esfuerzos por conciliar todo ello con la orto-
doxia cristiana le llevan, por ejemplo, a presentar una astrología vinculada con lo divi-
no en el Setenario, asimilando las influencias de los astros con atributos teológicos.
También en la General Estoria se inserta un tratado sobre adivinación y artes mágicas
relativa a los hebreos en tiempos bíblicos y a los griegos241. Todo ello, como afirma el
mencionado Francisco Márquez Villanueva, suponía disociar latinidad y saber, supe-
rando así las tradiciones y prejuicios previos admitiendo por primera vez el saber no
cristiano en pie de igualdad y con independencia del fenómeno religioso. Para don
Alfonso ese saber formaba parte de sus deberes como rey, y no sólo para adquirirlo
de manera personal, sino para fomentarlo entre su pueblo, puesto que según su opi-
nión sólo los tiranos desean mantener en la ignorancia a sus gentes para evitar que se
levanten contra ellos242; por esta razón, siguiendo la línea de pensamiento de Márquez
Villanueva, se puede concluir que su proyecto cultural es una extensión de su proyec-
to político243.
Su interés por la magia y por la astrología, incluida la judiciaria, no debió ser sim-
plemente teórico puesto que se trata, de hecho, de disciplinas de una aplicación prác-
tica sin la cual realmente carecen de sentido, y así hay quienes vincularon determina-
dos episodios del reinado de don Alfonso con predicciones astrológicas, como en el
caso de la ejecución del infante don Fadrique y de don Simón Ruiz de los Cameros244.
Parece, en efecto, probable que alguien que dedicó tanto tiempo y empeño al estudio
y difusión de temas tales tuviese también una cierta inclinación a considerar sus con-
sejos como válidos y, por tanto, a tenerlos en cuenta.
El legado de Alfonso X en cualquier caso fue, como hemos venido constatando,
de incalculable valor en cuanto a temas científicos se refiere, especialmente en lo que
respecta a las Tablas astronómicas, que le dieron ya fama de sabio en su época, como
dijimos, pero también en otras cuestiones de considerable importancia en cuanto a
legislación o para la historia misma de la lengua castellana; a todo ello quedará para
siempre unido el nombre del “Estrellero”, de manera que están justificadas las pala-
bras que le dedicó su sobrino don Juan Manuel en el Libro de la caza, según las cuales
“non podría dezir ningun omne quánto bien este noble rey fizo sennalada mente en
acresçentar et alunbrar el saber”.245
241
F. Márquez Villanueva, El concepto cultural alfonsí, pp. 206-209. Igualmente podemos añadir que
también en la Parte II de la General Estoria, en la sección II, se incluye una historia de la magia y sus dis-
tintos tipos, así como en la Parte IV se alude al caldeo y a su tradición como lenguaje mágico. También
en la Estoria de España se habla, por ejemplo, de la famosa leyenda de la Cueva de Hércules.
242
Part. II, 1, 10.
243
No deja de ser significativo el contraste entre esta actitud alfonsí y la posterior decisión inquisi-
torial de crear el famoso Index librorum prohibitorum et expurgatorum que llegó a implicar la excomunión de
los lectores de libros prohibidos contenidos en el mismo.
244
F. Márquez Villanueva, El concepto cultural alfonsí, p. 198.
245
Libro de caza, en Obras completas, Ed. J. M. Blecua, 2 vols., (Madrid, Gredos, 1981), I, p. 520.
Cita tomada de F. Márquez Villanueva, op. cit., p. 25.
184 ALFONSO X EL MAGO
Aristóteles, que fue más cumplido de los otros filósofos, y el que más naturalmente mostró
todas las cosas por razón verdadera, y las hizo entender cumplidamente según son, dijo que todas
las cosas que son sólo velos se mueven y se enderezan por el movimiento de los cuerpos celestia-
les, por la virtud que han de ellos, según lo ordenó Dios, que es la primera virtud y donde la han
todas las otras. Y mostró que todas las cosas del mundo son como trabadas, y reciben virtud unas
de otras; las más viles, de las más nobles.
Con respecto a los Libros del saber de astronomía, se trata de la compilación princi-
pal de contenido astrológico y científico llevada a cabo en el scriptorium alfonsí y se
conserva en un códice original (C), aunque muy deteriorado, en la Biblioteca de la
Universidad Complutense de Madrid: ms. 156 (olim 94-I-115-2-14), además de en
varias copias de los siglos XIV al XIX que han sido imprescindibles para restituir las
partes perdidas y que son las siguientes:
246
C. Alvar-J. M. Lucía Megías, Diccionario filológico de literatura medieval española, p. 3.
185
186 ALFONSO X EL MAGO
Del códice C de la cámara regia se conservan actualmente 201 de los 241 folios
originales que contienen una recopilación de dieciséis tratados diferentes: ff. 1r-23r:
Libro de la Ochava espera, ff. 24r-39r: Libro del alcora (o de la esfera redonda), ff.40r-65r: Libro
del astrolabio redondo, ff. 66r-80r: Libro del astrolabio llano, ff. 80v-106r: Libro de la lámina
universal, ff. 106v-132r: Libro de la açafeha, ff.132v-152v: Libro de las arnellas, ff. 153r-:
Libro de las láminas de los siete planetas, ff.-: Libro del cuadrante, ff-: Libro de la Piedra de la
Sombra, ff-: Libro de la Relogio del agua, ff-: Libro de la Relogio de argente vivo, ff-: Libro de la
Relogio de la candela, ff-: Libro de la Palacio de las oras y ff-: Libro del estrumento llano para
fazer atacir.
En cuanto al resto de las copias; la V está fechada en 1341 y se trata de una tra-
ducción florentina; el códice M es de finales del siglo XV, consta de 302 folios en
papel y perteneció al condestable Juan Fernández de Velasco; el códice H es de prin-
cipios del XVI y está formado por 105 folios con ilustraciones, sólo copia el Libro de
la Ochava (Libro de las figuras de las estrellas fijas) e incluye numerosas notas ajenas al texto;
el códice N es del siglo XVI y consta de II+163+II folios en papel escritos a dos
columnas con ilustraciones intercaladas, contiene el Libro de la Ochava espera, el Lapi-
dario alfonsí más algunas recetas escritas en castellano, catalán y latín; el códice D está
fechado en Alcalá de Henares en 1562 y fue copiado por Diego de Valencia para el
príncipe Carlos (perteneció al emperador y después a su hijo Felipe II), consta de
V+257+VIII folios con dibujos de Juan de Herrera248.
Acerca del Lapidario alfonsí podemos decir que se conserva en el ms.h.I.15 de la
Biblioteca de El Escorial y que en su estado actual consta de 119 folios, aunque un
aviso del último folio (119v) informa de que el original tuvo 135, y comprende cuatro
tratados: el Primer Lapidario (1r-92v), el Segundo (94r-100v), el Tercero (102r-110v) y el
Cuarto (111r-119v). Los tres primeros parecen escritos por una misma persona, a dife-
rencia del cuarto. En el Primer y Segundo Lapidarios se terminaron todas las miniaturas,
mientras que en el Tercero aparecen sin acabar y en el Cuarto ni siquiera se dejó espa-
cio con esa finalidad.
247
Ibídem, p. 36.
248
Ibídem, p. 37.
VII. ANEXO. LA TRANSMISIÓN DE LOS TEXTOS 187
La traducción se inició, según el prólogo del códice, en el año 1243, siendo aún
príncipe Alfonso, y se terminó en 1250, aunque el manuscrito conservado tuvo que
escribirse en fecha posterior a 1252, puesto que en él ya es denominado rey. Nada se
sabe del posible original griego y la traducción árabe del Primer Lapidario, ni de los ára-
bes del Segundo y el Tercero249.
En cuanto al Libro de las formas y de las imágenes, se ha considerado como el prólo-
go e índice de una serie de tratados que Alfonso X pensaba mandar escribir, o que tal
vez ya había mandado realizar en ese momento, y como una especie de recopilación
de lapidarios. El manuscrito (Escorial: ms. h. I. 16) consta únicamente de 14 folios,
aunque se ha identificado el tratado que se menciona en tercer lugar (De la tercera parte
de este libro que fabla segund el dicho de Pitagoras de las figuras que suben en los grados de los doze
signos e de las obras dellas en las nascencias. Et a en ellas trescientos e sessenta capitolos, f.8) con
el primero que aparece incompleto en el Manuscrito astrológico vaticano (versión del Pica-
trix) (Reg. Lat. 1283)250.
Con respecto al Libro de las cruces, se puede afirmar que debido a su contenido, la
aplicación de los vaticinios astrológicos a nivel político, se llevó a cabo de manera
especialmente cuidadosa, por ejemplo, en cuanto a su tamaño, mayor de lo habitual,
para facilitar su consulta, y también en cuanto a la especial intervención del rey en su
elaboración, según revela el prólogo.
Se trata de la traducción terminada en 1259 por Yehudah ben Mosheh, con la
colaboración de Johan d`Aspa, a partir de un texto árabe de Ubayd Allah, cuya iden-
tidad se hace coincidir con la de Abu Marwan Ubayd ben Jalaf al Istiyi por parte de
algunos investigadores, aunque no existe consenso al respecto251. En este sentido es
necesario decir aquí que la labor de estudio de los textos alfonsíes se dificulta aún más
por el hecho de que se hayan perdido muchos de los originales árabes, y también por-
que los textos que pudieran conservarse no han sido todavía suficientemente estudia-
dos en la mayoría de los casos.
De cualquier modo hay que decir que la primera versión conocida del Libro de las
cruces data de finales del siglo VIII o principios del IX, es decir, antes de la introduc-
ción en España de textos astrológicos árabes. En este texto se nos dice que lo fizieron
los sabios antigos, y que lo esplanó Oueydalla, así como que este sistema de las cruces era
el utilizado habitualmente en la Península y el norte de África para la predicción
meteorológica, por lo que debió existir una versión de éste ya en la España visigoda
o, quizás durante la baja latinidad252.
En uno de los pasajes del Libro de las cruces se compara a Alfonso X con Salomón,
y se exalta su figura como la del monarca elegido por Dios de entre todos los de su
tiempo a causa de su sabiduría, afirmando que es la inspiración divina la que le lleva a
249
A. Domínguez Rodríguez, Astrología y arte en el Lapidario de Alfonso X el Sabio, pp. 37-39.
250
Ibídem, pp. 320-321.
251
R. Muñoz, “Los orígenes del Libro de las Cruces, de Alfonso X el Sabio”, p. 154.
252
C. Ordóñez de Santiago, El pronóstico en astrología. Edición crítica y comentario astrológico de la parte VI
del “Libro conplido en los iudizios de las estrellas de Abenragel”, p. 42.
188 ALFONSO X EL MAGO
recuperar los saberes perdidos, y que por dicha voluntad divina supo que la ciencia y
el saber eran necesarios a los hombres (de manera similar, en el prólogo del Libro con-
plido se da gracias a Dios por la existencia de un rey conocedor de la justicia y del bien,
buscador del saber, que reúne a su alrededor a los sabios y les concede bienes). Se con-
servan en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial los dos únicos manuscritos ára-
bes que corresponden a una parte de la versión alfonsí, mientras que el manuscrito
castellano de 1259 se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid (ms. 9294).
En relación a las ya anteriormente citadas obras del Liber Picatrix y del Liber Razie-
lis nada se conserva de las versiones castellanas realizadas en 1257 y alrededor de 1259
respectivamente y sólo se conocen sus traducciones latinas. La del manuscrito Reg.
Lat. 1300 de la Biblioteca Vaticana, de los siglos XV o XVI, es en todo caso la versión
considerada más completa del Liber Razielis alfonsí., mientras que del Picatrix conta-
mos con el Reg. Lat. 1283 vaticano, códice que contiene una suma de fragmentos cuyo
origen aún no ha podido ser determinado en todos los casos.
Bajo la denominación de Otros tratados astrológicos Carlos Alvar y José Manuel Lucía
Megías agrupan las Tablas alfonsíes, los Cánones de Albateni, el Libro del cuadrante señero y
las Tablas de Zarquiel. Las Tablas alfonsíes que mencionan Alvar y Lucía Megías son real-
mente una obra de alrededor de 1320 de un grupo de astrónomos parisinos, que pare-
ce tuvieron como guía las tablas elaboradas en Toledo a instancias de Alfonso X.
Los Cánones, por su parte, son la traducción de una obra del astrónomo árabe al-
Battani de la que se conserva una traducción al castellano en la Biblioteca del Monas-
terio de El Escorial: ms. T-III-29, realizada a finales del siglo XV en papel y que ocupa
los folios 120r-169v de la misma.
También existe otra recopilación de obras astrológicas conservadas en la
Bibliothèque de l`Arsenal (París): ms. 8322, que consta de 142 folios que incluyen los
Cánones de Albateni (ff. 1r-27v), las Tablas de Albateni (ff. 28r-93v), las Tablas de Zarquiel
(ff. 94r-135r) y el Libro del cuadrante señero (ff. 136r-142v). Sabemos que perteneció a la
biblioteca de don Juan Lucas Cortés253.
Por su parte, otra compilación de textos de carácter astrológico es el llamado Libro
de Astromagia editado por D`Agostino en el que perviven restos de varios libros dis-
tintos conservados en 36 folios con miniaturas editados de la siguiente forma: Libro
de los paranatellonta o Pseudo Pitágoras (ff. 1r-9v), Libro de los decanos (ff. 10r-v), Libro de
la luna (ff. 11r-24v), Libro de las imágenes de los doce signos o Pseudo Aristóteles (ff. 25r-
26v), Libro de Marte (ff. 27r-30v) y Libro de Mercurio (ff. 31r-36v).
Este códice se ha conservado únicamente en la Biblioteca Apostólica Vaticana
(Reg. Lat. 1283) y contiene veintiún manuscritos de épocas comprendidas entre el
siglo X y el XVI, en diferentes formatos y lenguas (castellano, francés, latín y griego)
y con temáticas variadas, puesto que encontramos no sólo textos astrológicos sino
también jurídicos, literarios o históricos254.
253
C. Alvar-J. M. Lucía Megías, Diccionario filológico de literatura medieval española, pp. 38-39.
254
Ibídem, pp. 39-40.
VII. ANEXO. LA TRANSMISIÓN DE LOS TEXTOS 189
Por su parte, acerca del Libro conplido en los iudizios de las estrellas sabemos que se
trata de la traducción de la obra árabe titulada Kita–b al-ba–ri ‘fi ajkam al-nuy^um de Abu l-
Hasan ‘Ali ibn Abi l-Rijal as4 - S4 ayba– ni– al-Ka– tib al-Magribi– al-Qayrawa– ní (Abenragel) y
que fue Yehudah ben Mosheh ha-Kohen quien encontró el texto árabe y propuso a
Alfonso X la realización de una traducción castellana (del texto árabe original no se
ha conservado ninguna copia anterior al siglo XIII).
Se hicieron además dos traducciones latinas, conservadas la primera de ellas, escri-
ta por el ya citado Alvarus Ovetensis, en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial
(ms. J-II-17) y en la Biblioteca Apostólica Vaticana (ms. Palat. Lat. 1370), mientras que
de la segunda, debida a los colaboradores italianos Petrus de Regio y Egidius de The-
baldis Parmensis, se han conservado unos cincuenta manuscritos, la mayoría de ellos
incompletos, y varias ediciones impresas de los siglos XV y XVI.
Además, de la versión castellana se realizó una traducción judeo-portuguesa
(Laud. Or. 310 de la Biblioteca Bodleiana), escrita en caracteres hebreos que contiene
las partes cuarta a octava, está fechada en 1411 y que llegó a ser propiedad del alqui-
mista y mago inglés John Dee, quien la adquirió en Lovaina en 1563 (en su biblioteca
también se encontraba un ejemplar de la versión latina de la obra)255. Igualmente se
conserva una especie de resumen de las partes cuarta y quinta en catalán del siglo XIV
en el denominado Tractac d`astrología de Bartomeu de Tresbéns.
Las ocho partes del libro, con excepción de la séptima, se han conservado en los
siguientes testimonios:
El códice M es el único que parece proceder del scriptorium alfonsí, aunque sólo
conserva las cinco primeras partes, son II+230+II folios en vitela escritos a dos
columnas con cuarenta líneas, letra gótica y la ornamentación característica del resto
de manuscritos alfonsíes.
El texto contiene algunas notas marginales relativas a la traducción así como algu-
nas correcciones; posteriormente, en los siglos XV o XVI, se añadieron nuevas notas
y se completó el último folio, dejado en blanco por el amanuense alfonsí, con una serie
de apuntes de carácter astrológico que remiten al contenido del texto.
Conocemos al menos a uno de los propietarios del códice puesto que en su segun-
da guarda se lee que su dueño en 1603 es el Doctor Don Agustín Bernaldo de Villa-
255
C. Ordóñez de Santiago, El pronóstico en astrología. Edición crítica y comentario astrológico de la parte VI
del “Libro conplido en los iudizios de las estrellas de Abenragel”, p. 153.
256
C. Alvar-J. M. Lucía Megías, Diccionario filológico de literatura medieval española, p. 30.
190 ALFONSO X EL MAGO
da; en 1718 pasó a formar parte de la Biblioteca Regia fundada por Felipe V, y desde
allí llegó a la Biblioteca Nacional.
En cuanto al códice B, se trata de 96 folios en papel escritos a dos columnas en
la segunda mitad del siglo XIV por varios amanuenses diferentes, procede de la Biblio-
teca Campomanes y es sólo una copia parcial puesto que contiene la primera parte y
algo más de la mitad de la segunda.
El códice V es de finales del siglo XIII o de comienzos del siglo XIV y consta de
II+136+I folios en pergamino a dos columnas de 25 líneas en letra gótica con algu-
nos ornamentos; conserva solamente las partes quinta y sexta con lagunas. Presenta
notas marginales que incluyen algunos comentarios, varios de ellos en castellano, pero
la mayoría en lengua hebrea.
En cuanto al códice S, es de la primera mitad del siglo XV (se considera escrito
en Sevilla en torno a 1430) y son 228 folios en papel escritos a dos columnas con un
número variable de líneas (entre 30 y 40). Conserva la parte octava del Libro conplido
(fols. 8r-85v) además de los siguientes textos: Cuestiones en los juicios de las estrellas, Cáno-
nes del almanaque perpetuo, Introductorio del alcabicii, Siete climas de la tierra, Sobre la circufe-
rencia, Juicios al libro de Ali Aben Ragel, Tablas de las conjunciones verdaderas de la luna y Capí-
tulo en saber de las lluvias.
Finalmente, el códice R es una copia ya del siglo XVII realizada en papel que con-
tiene en sus 43 folios el inicio de la octava parte del Libro conplido (fols. 18r-42r) además
de otros tratados astronómicos. El texto se interrumpe en mitad del capítulo sexto257.
En resumen, puede afirmarse que la escasa difusión de las obras alfonsíes escritas
en romance justifica la traducción latina de las mismas, que sí tuvieron una amplia
divulgación, gracias a lo cual se han conservado en mejores condiciones. Así mismo,
es preciso sumar al problema de que los textos astrológicos (y también los mágicos)
han sido objeto de censura en muchos momentos posteriores el hecho de que es ver-
daderamente complicado abordar la cronología de ciertas obras, puesto que hay que
hacerlo con respecto a diversos momentos de su elaboración, es decir, la redacción o
traducción del texto, su revisión, la composición del prólogo y la copia del códice a
través del cual nos ha llegado258.
257
Ibídem, p. 31.
258
C. Ordóñez de Santiago, El pronóstico en astrología. Edición crítica y comentario astrológico de la parte VI
del “Libro conplido en los iudizios de las estrellas de Abenragel”, p. 101.
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167
C O L E C C I Ó N d e E S T U D I O S
ALFONSO X EL MAGO
doctoró en Filología Hispánica por la Universidad
Se trata, por tanto, de situar en su adecuado
Autónoma de Madrid en 2011. Su tesis doctoral,
contexto las obras salidas del scriptorium
Tradición y fortuna de los libros de astromagia del
alfonsí, cuyo contenido no ha empezado a ser
scriptorium alfonsí, dirigida por el doctor Luis
debidamente considerado prácticamente hasta
Miguel Vicente García, es el germen del presente
hace unos pocos años. Dentro de la amplia obra
libro.
alfonsí de carácter astromágico se han agrupado
aquí para su estudio, por una parte, el Picatrix,
Hasta la fecha ha publicado artículos en varias como exponente de la literatura propiamente
revistas, así como en obras colectivas, y ha mágica, el Liber Razielis, por su relación con