Los Dioses Decapitados-Lectura

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'Los dioses decapitados', o cómo el cristianismo


destruyó el mundo clásico.
Por LUIS FERNANDO AFANADOR (REVISTA SEMANA, EDICIÓN 1934, PÁG 78)

En 'La edad de la penumbra', la historiadora Catherine Nixey lanza un planteamiento


polémico y lo sustenta de manera cautivante.

Catherine Nixey estudió Historia Clásica en Cambridge y actualmente es periodista cultural en The Times.

Catherine Nixey
La edad de la penumbra
Taurus, 2019
317 páginas

En 2016 vimos con horror por televisión las escenas en las que el Estado Islámico
decapitaba en Palmira (Siria) una colosal estatua de Atenea del siglo II. Pues bien, esa
misma estatua había sido reconstruida porque en el siglo IV los cristianos le habían
hecho lo mismo por considerarla ‘un ídolo’: la decapitaron y le cortaron los brazos. Algo
parecido hicieron con las figuras del gran frontón oriental del Partenón, en Atenas: las
arrancaron y, luego, construyeron una iglesia cristiana con sus restos. Peor lo que pasó con
el templo de Serapis –un dios mitad griego y mitad egipcio–, considerado “el edificio más
maravilloso en la Tierra”, por sus pasillos, sus columnas y sus extraordinarias estatuas: “En
el 392 d. C. un obispo, con el apoyo de una banda de cristianos fanáticos, lo redujo a
escombros”. La destrucción no solo se enfocó en estatuas y edificaciones, también
quemaron libros y sobrescribieron sobre ellos, mataron personas, las persiguieron y las
obligaron al exilio. El cristianismo destruyó el mundo clásico o, por lo menos, lo intentó.
“El cristianismo, en definitiva, se levantó sobre la sangre de miles de inocentes y sobre las
piedras del mundo clásico”. En todo caso, no fue un tránsito apacible, como nos habían
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hecho creer. Tal es el planteamiento polémico –la novedad– de la historiadora Catherine


Nixey en este libro.

La destrucción duró varios siglos, el mismo periodo de la cristianización de Roma.


Cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo –año 313–, solo el 10 por
ciento de los habitantes del imperio eran cristianos. Y en 200 años ya casi no quedaban
paganos. Entretanto, habían acabado con miles de monumentos y, con –nada menos–, ¡la
Biblioteca de Alejandría! “Quemar libros era algo aprobado, e incluso recomendado,
por las autoridades de la iglesia. ‘Buscad los libros de los herejes… en todos los
lugares –advertía Rábula, el obispo sirio del siglo V–, siempre que podáis, traédnoslos
o quemadlos en el fuego’”. Es cierto que se preservó mucho, pero fue más lo que se
destruyó. Solo un 10 por ciento de la literatura clásica ha sobrevivido hasta la era moderna
y, en el caso del latín, la cifra es peor: apenas el uno por ciento.

¿Y qué hay de la persecución de los romanos a los cristianos? En efecto, fue un


tiempo terrible que empezó con Nerón. Sin embargo, para Catherine Nixey, hay algo de
exageración y de glorificación. Los mártires dan lugar a relatos dramáticos: “No es
tanto que los romanos quieran matar como, en mayor medida, que los cristianos
quieren morir”. Orígenes, el autor del primer cristianismo, reconoce que “el número de
mártires era tan pequeño que resultaba fácil contarlos y los cristianos solo habían muerto
por su fe”.

El cristianismo, una ideología que creció dentro del Imperio romano, se tomó
el poder desde adentro y, una vez lo obtuvo, eliminó con eficacia otras ideologías. Los
romanos no eran precisamente liberales. Cuando tomaban una ciudad podían ser brutales
y, en la guerra, despiadados. Pero Cartago, por ejemplo, supuso un peligro para su
existencia. “El cristiano no se enfrentaba a ninguna amenaza existencial: era una ideología
persiguiendo a otra hasta acabar con ella”, dice Nixey. Es la misma tesis desarrollada por
Edward Gibbon en su célebre Decadencia y caída del Imperio romano: parte de la culpa de
la caída de ese imperio se debe al cristianismo.

Más allá de sus planteamientos incómodos –recordemos que la obra de Gibbon fue
prohibida por la iglesia–, La edad de la penumbra es un libro cautivador, plagado de
historias y de anécdotas, sobre Pompeya, la vida cotidiana en Roma, los poetas latinos, el
médico Galeno y la matemática Hipatia, de Alejandría. Comienza y termina con el relato
del exilio del filósofo ateniense Damascio, el último responsable de la Academia de Platón,
expulsado por el emperador Justiniano en el año 529. “El cristianismo contó a las
generaciones posteriores que su victoria sobre el viejo mundo fue celebrada por todos, y las
siguientes generaciones lo creyeron”.

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