Llueve en Piura

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LLUEVE EN PIURA

Los momentos de la vida de Vicente Panza Flaca transcurrieron en Piura, ciudad del eterno
verano donde el sol es el único transeúnte de dos a cuatro de la tarde. El día que Vicente se
convirtió en pollo se fue corriendo, corriendo de Lima a Piura, en una jaula traqueteante
donde, al llegar lo bajaron a la mala en el terminal terrestre. Con el primer “piú”, le dijeron que
la plaza de armas estaba a la vuelta, el hotel a la vuelta y el comedero a la vuelta.

Eso de convertirse en pollo en una ciudad calenturienta tiene su gracia, ya podía mostrar su
incipiente cresta a las polillas que lo miraban raro; pero no, Vicente no tenía moquillo, solo era
mocoso, pero así y todo cuando llegara a gallo – eso se le figuraba- comería harto maíz, y no
arroz que era lo único que podía ofrecer.

Como es natural, alquiló un altillo en un auténtico gallinero con un solo bebedero, dos cuartos
muy ventilados y la seguridad de que no llovería nunca, ya que en Piura, hace siete años, no
llovía ni una gota. Pero, había ríos de cerveza y, pollo como era, le bastaba algún gusanillo de
pan para el desayuno, arroz para el almuerzo y otro gusanillo para la comida. Salía en las
mañanas a estrenar sus cacareos por la ciudad, donde tomó conciencia que en toda ella, él
solo se había convertido en pollo y los demás ostentaban su animalesca manera por decisión
propia.

El que le alquilaba el gallinero era un auténtico chancho con diente de oro y todo; cuando
quería presentarse sacaba una tarjeta tipo diploma y se relamía de gusto al ver en el pobre
Vicente, una futura vianda desahuciada por el costo de vida. La verdad sea dicha: los chanchos
son omnívoros.

De tantas reverencias, mirando al piso siempre, piando más de lo acostumbrado para


sobrevivir en la ciudad y en sus cuatro trabajos, esquivando a los gatos techeros, a las terribles
zarigüeyas, al alcalde y sus concejales que tenían hocico, cola y lágrimas de cocodrilo, pasaron
los años en Piura.

En el vecindario las cosas iban igual. Se construyeron las viviendas por los años de un tal
Apolinario que parece tenía cara de pollo, y el vecindario no hacía nada sino tenderse al sol o a
la sombra. Leocadio su vecino, salía en vividí a la puerta para averiguar la vida de los demás y
así, sentirse mejor de lo que estaba.

Vicente pintó su gallinero, arregló la puerta y se puso corbata. Ante esta reforma llena de
dignidad, Leocadio Lenguado, porque tenía dos caras, se puso frenético y esbozando sonrisas
de buena gente decía: “Ustedes los ricos ya no conocen a los pobres; el que puede lo hace,
pues”. Y así todos los días, con el cielo despejado vivió Vicente más pollo que nunca
levantando la cabeza al cielo y bajando la cabeza al suelo ante el cachaciento saludo de la
vecina comadreja.

Vicente se casó en el peor momento, según su señora madre. Así y todo, se fue con su mujer
que mantenía condición humana, al gallinero que convirtió en casa. Puso flores en las ventanas
y le dio un niño hermoso y fuerte. Llegando marzo preguntó a Vicente si llovería y como nunca
dijo que sí, esa noche, día de San José.

Eran las cinco de la mañana cuando María dio un brinco súbito- ¡Vicente, llueve en Piura,
escucho el ruido en los vidrios de nuestra ventana! Vicente se levantó y miró hacia arriba;
unos desorbitados ojos lo miraban, sacó la cabeza como un pollo y un vómito lluvioso lo bañó
de ron.
Panza Flaca se metió a la ducha, se perfumó la cabeza con la colonia del bebé y se miró al
espejo; cresta caída, ojos pequeños y vidriosos, profundas ojeras y el pico afilado y tieso.

Llegó diciembre, después de sus cuatro trabajos y sus dos oficios tuvo tiempo para armar el
nacimiento y poner los cerros de papel periódico pintado, sobre el único aparador de la casa.
Las figuritas de yeso y los trigos germinados en viejas latitas de leche condensada, le hicieron
entender que debía poner un animalito más para ofrecérselo al Niño. Cogió un poco de pasta
de alfajor que su mujer tenía preparada, e hizo un pollo que fue convirtiendo en gallo y lo puso
en el techo del pesebre. Esa noche comieron arroz con pollo.

Enero traía un cielo inédito para Piura. El pollo se miró al espejo esa mañana y se vio cansado,
pero con una mirada transparente, se dibujaba una sonrisa humana en los labios. Aquel día
llovió como nunca vio: primero se anegó la pista, luego la verede ahogada lentamente hasta
desaparecer. Los otros asomaban unos sus caras,otros sus hocicos, otros sus fauces.

Ya Vicente no tenía miedo a la lluvia. Llamó a su mujer y le dio el brazo. Se fueron hacia el río
que crecía y crecía hasta desgarrar los árboles del malecón. Las moscas y después los grillos
invadían la ciudad.

Regresó a sus cuatro trabajos y sus dos oficios. A los funcionarios de la municipalidad,
tratándolos como personas les hizo ver que eran lagartos.

Ellos soltaron una lágrima y archivaron una queja envidiosa del vecindario contra Vicente
Panza Flaca, porque había tenido la desvergüenza de vivir dignamente entre tanta inmundicia.

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