El Pecado en San Agustin

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SEMINARIO DE SAN AGUSTIN

Una aproximación al pecado en San Agustín

Luis Sebastián Zúñiga Acurio Lima, 28 de noviembre de 2019

I. Introducción

San Agustín en su obra Confesiones hace clara mención de la presencia del pecado
en toda su vida, empezando por su infancia y cómo pese a la inocencia uno no se encuentra

libre de pecar en la primera edad; hace mención del hurto que cometió en compañía de

otros, y de allí pudo establecer que el hombre peca con algún motivo. La razón del pecado

radica en querer conseguir las numerosas y múltiples cosas atractivas de la creación:

halagos, dulzuras, amistad, deleite, etc. Y aquellas no son malas en sí mismas, sino la
inmoderación inclinada hacia ellas obnubila al hombre al punto de pensar que ellos -aun
siendo bienes inferiores- le brindan más gozo que Dios1. El pecado consiste entonces en

una desviación de la mirada y acción humana hacia lo que no es Dios, el presente trabajo
pretende mostrar una aproximación al pecado en San Agustín tomando como referencia
unas determinadas obras: De la verdadera religión, Enquiridión, Confesiones, De los

méritos y el perdón de los pecados; y, Ciudad de Dios. Se trata de una mirada muy general
acerca de esta temática y tiene como fin explicar el pecado como error y manifestación del
mal, continuando con una aproximación a la libertad y voluntad como condición para el

pecado.

II. Desarrollo
a. El pecado como error

Para San Agustín el pecado constituye principalmente un error, mismo que no hace
otra cosa que alejar a la creatura de su creador aumentando así la brecha que lo separa de
la perfección. Pero, el santo de Hipona reparará en que no todo error es malo, ya que
existen errores que son buenos2 que no perjudican a quien lo comete sino que al contrario

1
Confesiones II, V, 10
2
Enquiridión 17,5
le resultan útiles. Por ejemplo, un hombre puede sostener una creencia errónea por razones

ajenas a su voluntad: desinformación, un contexto que propició lo contrario, fuentes

aparentemente confiables, etc. Para responder a la primera cuestión, podemos notar que
han sido las condiciones externas que fortuitamente se han ordenado para conducir al
sujeto a una afirmación o acción. Existen otro tipo de errores, como es en el caso de las

matemáticas, alguien puede equivocarse en una operación pero esto se debe a una débil

asimilación de tal o cual conocimiento, mas no porque se tenga impregnado un deseo

voluntario de enrumbarse hacia el error. Respecto a la segunda cuestión, ¿cómo puede

resultar útil el error? El error constituye un medio de aprendizaje y experiencia, tanto en

el ámbito lógico, matemático o juicio sobre algún tema moral. Esto no debe conducir a una
mirada relativista y subjetivista del error en la que se justifica el mismo ajustándolo a la
persona que lo cometa, el error existe y la diferencia entre el error bueno y el error malo

radica en la voluntad e intencionalidad del sujeto.

En su obra De la verdadera religión, Agustín hace hincapié en señalar que el error

voluntario constituye un pecado; la voluntad es el principio que rige el pecado, sin ella se

niega la existencia del pecado3. La voluntad está íntimamente relacionada con la libertad,
dando a entender que la plena consciencia del mal –traducido muchas veces en
conveniencia personal- es condición suficiente para llamar pecado a una determinada
acción u omisión. En Confesiones, nos muestra cómo la voluntad se direcciona hacia la

inmoderación incurriendo así en el pecado:

“Por conseguir todas estas cosas y otras semejantes peca el hombre, cuando con
inmoderada inclinación a ellas, siendo así que son los bienes más bajos e inferiores que
hay, deja los mayores y soberanos bienes como son vuestra ley, vuestra verdad y a Vos
mismo, que sois nuestro Señor y nuestro Dios. Es cierto que todas estas cosas inferiores
tiene y nos comunican algunos deleites, pero no como los de mi Dios, que creó todas las
cosas, porque en Él se deleitan eternamente los justos, y Él es todas las delicias de los
rectos de corazón4”

3
De la verdadera religión 14,27
4
Confesiones 2,5,10
En el extracto anterior, se señala la inferioridad de los bienes terrenales y humanos

frente a los divinos y cómo los primeros resultan más atractivos al hombre que los otros .

Dios como creador es el dueño y Señor de todo lo creado, y los bienes mundanos no le son

completamente ajenos, pues éstos tienen algo de Dios. Siguiendo esta línea, en Naturaleza
del Bien se afirma que Dios ha puesto en todas los seres creados –tanto espirituales como
corporales- la medida, la belleza y el orden: mientras más mesuradas, hermosas y

ordenadas las cosas, mejores serán; con “mejores” quiere decirse que encierren más bien.

Es por eso que Dios está sobre toda medida, belleza y orden de cualquier criatura con un

poder inefable y divino. Donde se encuentren estas tres cosas en alto grado de perfección,

hay grandes bienes; donde haya menos perfección, los bienes serán inferiores y donde no

existan, no hay bien alguno. Análogamente, se dice también que donde estas tres cosas son

grandes, grandes son las naturalezas; donde sean pequeñas, pequeñas serán las naturalezas,

y donde carezcan, no existe la naturaleza. Se concluye que toda naturaleza es buena en

mayor o menor grado5, el pecado que se manifiesta en los bienes terrenos no se encuentra

carente de Dios, de ser así, no existiría.

b. El pecado como manifestación del mal

Si se quiere saber de dónde viene el mal, es preciso descubrir su naturaleza: el mal

es la corrupción de la medida, de la bella y del orden. La naturaleza será mala si ella está

corrompida, porque la que no lo está, es buena. El mal no es un ser, sino una carencia y

privación de ser: “Y el mal, cuyo origen buscaba, no es una substancia, porque si lo fuese

sería un bien. Y sería una substancia incorruptible, y por tanto sin ninguna duda un gran

bien, o sería una substancia corruptible, y por tanto un bien que no podría estar sujeto a la
corrupción” (Reale & Antiseri, 2010)

Agustín propondrá el mal en tres aspectos:

 El mal desde el punto de vista metafísico-ontológico: Desde esta óptica en el


cosmos no existiría el mal, sino únicamente grados inferiores de ser en

5
Naturaleza del Bien III
comparación con el supremo que es Dios. Dichos grados inferiores del ser y las
cosas finitas vienen a constituir momentos articulados en un gran conjunto
armónico. Lo malo desempeña un papel en el cosmos; por ejemplo, cuando el

hombre juzga como mala la existencia de determinados animales nocivos, en


realidad éste está empleando su propia medida de su utilidad y el provecho
contingente, deducimos entonces que se está apelando a una perspectiva

errónea. Que un bien terreno –que representa un bien minúsculo dentro de todo

el cosmos- sea considerado como un mal para un ser –que a su vez, también

representa algo minúsculo dentro del cosmos- resulta insignificante, porque

ambos tienen su propia razón de ser dentro de todo lo creado, por tanto, lo
“malo” realmente constituye algo positivo
 El mal en sentido moral: aquí es donde tiene lugar el pecado, y como se ha

mencionado, depende de la mala voluntad. Dicha voluntad no tiene una causa

eficiente, sino, más bien, una causa deficiente. La voluntad humana por su

propia naturaleza debería tender hacia el Sumo Bien, es decir, a su creador. Sin

embargo, dada la existencia numerosa de bienes creados, finitos y limitados, la

voluntad puede inclinarse hacia éstos generando así un nuevo orden jerárquico:

en lugar de preferir a Dios, la criatura preferiría los bienes inferiores a los

superiores. Esto conlleva a creer que el mal procede del hecho de que no hay

un único Bien, sino que existen numerosos bienes, y la elección incorrecta de

estos es la que lo provoca.

 El mal físico: aquí se encuentran las enfermedades, dolencias, padecimientos

y la muerte; vienen a ser consecuencia del pecado original, es decir, del mal

moral.

c. El pecado y la libertad

Volviendo sobre el mal moral, el pecado es entendido cuando se actúa bajo la

libertad que el Creador6 confiere, pero si el hombre tiene a disposición numerosos bienes

6
De la verdadera religión 14,28
y un solo Bien, resulta más que comprensible que el hombre peque. Sin embargo, es

posible concebir la libertad del hombre y a la vez el dominio universal de Dios; se trata

entonces de una conciliación entre la gracia y la libertad (Pegueroles, 1972), la libertad

agustiniana abarca dos elementos: autodeterminación de la voluntad y orientación del bien.

La voluntad implicará un riesgo pero fundará la grandeza del hombre, pues le orientará a

buscar su lugar, su fin, de manera consciente que es con Dios.

La libertad humana está condicionada al bien, y destina al hombre a Dios que es el

Bien infinito; quedará frustrado, incompleto e infeliz si carece de Dios. El alma que vive

con Dios, vive bien, y no se puede vivir bien si no es obrando; pero el alma actúa a través

del cuerpo y ambos no pueden separarse –en la vida humana y terrena-, por ende, el cuerpo

debe conducirse por el alma y no por su apetito7. La libertad no exime la gracia divina,

pues aunque suene paradójico el hombre es libre cuando sirve a Dios, es decir, cuando se

siguen sus preceptos y Él nos ilumina para actuar coherentemente; y es propia de la

voluntad y no de la razón, de allí se entiende que pueda conocerse el bien pero ya voluntad

pueda rechazarlo (Reale & Antiseri, 2010). Se debe a que la voluntad es autónoma de la

razón: la razón conoce, la voluntad elige y puede elegir incluso lo irracional; y es que la
prohibición no hace más que acrecentar el deseo de la acción ilícita cuando no se ama la
justicia, cuando no se encuentra gusto y deleita en ella, se cae en el apetito de pecar8.

i. El pecado como herencia

Esto podría generar un problema que abriría la pregunta ¿por qué Dios impone
preceptos sabiendo que no se cumplirán?9, ¿Se trata de una libertad a medias? Si Dios lo

sabe todo, ¿por qué dio a los primeros hombres un precepto no precaviendo su

desobediencia? Ciertamente, Dios omnisciente conocía del mal que sucedería si Adán y

Eva comían del fruto prohibido pero a su vez, conocía el bien que hubiese traído el no

7
Ciudad de Dios XIII, II
8
Ciudad de Dios XII, V
9
De los méritos y perdón de los pecados II, 15, 22
hacerlo. Dios no quería darle una única dirección en la que el hombre pudiera moverse,

sino, ¿qué sentido hubiese tenido? La libertad es concebida entonces como regalo, la

apertura y confianza de concederle al hombre moverse en múltiples direcciones; es posible

para el hombre alcanzar esa dirección divina si aprende a ordenarse. Queda abierta como
posibilidad real que el ser humano se halle en esta vida sin pecar con la ayuda de la gracia
de Dios, pese a ello, ninguno lo ha conseguido; y esto es porque el mismo hombre no ha

querido, e incluso no ha encontrado gusto en ello10.

El relato del Génesis muestra el pecado de la humanidad ilustrado en Adán y Eva;

se ha mencionado ya la libertad que les fue otorgada por Dios; y ello conllevó a la

“condena” de todo el género. Aunque parezca una pequeña desobediencia, hasta cierto

punto infantil e insignificante, esta acción permite entender otros muchos pecados. En

primer lugar, la soberbia, pues el hombre gustó más de ser dueño de sí mismo que estar

bajo el dominio de Dios; en segundo lugar está el sacrilegio, por no haber creído en Dios.

Continúa con el homicidio pues al aceptar el ruto prohibido se precipitó en la muerte; la


fornicación espiritual se evidencia en cómo la integridad de la mente humana fue violada
por la persuasión de la serpiente. El hombre también cometió hurto al apropiarse de algo

que no le pertenecía y estaba prohibido11. Y otros pecados se pueden desprender de estos

cinco mencionados, es una lucha entre lo mundano y lo divino: la carne comienza a desear

contra el espíritu, el hombre nace con esta batalla que origina la muerte, y en cada miembro

de nuestro cuerpo está la naturaleza corrompida que sigue batallando12, porque fue criado

recto aunque depravado por su propia voluntad, lo cual conduce a engendrar hijos

malvados y condenados13.

10
Ibíd. II, 17, 26
11
Enquiridión 45,13
12
Ciudad de Dios XIII, XIII
13
Ibíd. XIII, XIV
III. Conclusiones

El ser humano se encuentra propenso a cometer errores de todo tipo, muchos de

ellos por razones ajenas a su voluntad; pero el error “malo” es derivado de la ignorancia y

de la intención egoísta. Una primera y –hasta cierto punto- evidente solución es la

educación, con ella se enrumbaría nuevamente la mirada humana hacia el Padre a fin de

orientar la libertad y la voluntad para el Sumo Bien.

El seguimiento del Sumo Bien no niega el contacto con los otros y numerosos
bienes terrenales, es el estancamiento o priorización de ellos de lo que el hombre debe

cuidarse a fin de salvar su alma, misma que ya comparte la corrupción del cuerpo, que ha

heredado de los primeros hombres. El pecado que ha sido una herencia latente en toda la

humanidad solo puede ser expiado por Jesucristo, que es el único mediador entre Dios y

los hombres14. Con la frase anterior, Agustín muestra un camino de esperanza para el ser

humano, pues aunque frágil y alejado que puede estar de su creador, el Padre –además de

la gracia que nos es regalada- concedió al género humano la persona de su Hijo, para poder

reducir la brecha existente entre criatura y Creador.

IV. Bibliografía

de Hipona, A. (1964). Obras de San Agustín; Tratados sobre la gracia: "De los méritos y del
perdón de los pecados". Madrid: La Editorial Católica

de Hipona A. (1966). Obras de San Agustín; Obras apologéticas: "De la verdadera religión" y
"Enquiridión". Madrid: La Editorial Católica

de Hipona A. (2014). Confesiones. Madrid: Tecnos

de Hipona A. (1987). La ciudad de Dios. Madrid: Gredos

Pegueroles, J. (1972). El pensamiento filosófico de San Agustín. Barcelona: Labor.

Reale, G., & Antiseri, D. (2010). Historia del pensamiento filosófico y científico (Tomo I).
Barcelona: Herder.

14
Enquiridión 48, 14

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