Crimen y Castigo

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 5

Ángel Iglesias Amaro

Crimen y castigo

Si la sencillez y la sobriedad en la escritura pueden alcanzar las máximas cuotas de


brillantez y un ritmo elocutivo de unas dimensiones pocas veces repetidas en la historia
de la literatura universal, entonces, hemos de referirnos obligatoriamente a Fiódor
Dostoievski. Quizá, y remitiéndome a las palabras de uno de los escritores y pensadores
más eficientes a la vez que infravalorados del pasado siglo (hablo de Ernesto Sábato),
después de Cervantes no haya nada. Pero con Dostoievski, y con sus antecesores rusos,
se abre un periodo en el que la elegancia discursiva, amparada en la más precisa
expresión, tiene, si se me permite la arrogancia, un lugar privilegiado en esa cumbre
literaria presidida por el ingenioso hidalgo y su no menos ingenioso escudero.
Crimen y castigo no es una novela que habitualmente atraiga al “lector contemporáneo”
y menos aún a esa caterva de universitarios (de la que es perteneciente un servidor) que,
con todos mis respetos, inclinan sus preferencias por lo que ellos mismo denominan
“narrativa actual”, y cuya gran mayoría, ve en Dostoievski poco menos que un
“escarmiento”. Y es que si miramos la obra de éste visionario ruso desde la perspectiva
de aquellos cuyo interés literario se centra en cuestiones meramente lúdicas, ésta podría
aparecérsenos como un historia oscura, triste, cargada de penalidades, borrachos,
tísicos, suciedad, hambre, arrepentimiento, muerte. Demasiados elementos negativos
para una sociedad insensibilizada por los medios. Mas, en cierta medida, es esa la otra
cara o la otra lectura que se puede sacar de esta respetable obra, de la cual, y en relación
con lo dicho anteriormente, según Carlos Puyol en su introducción a la edición de
Austral: sus elementos folletinescos desconciertan al lector actual.
Otro de los aspectos que se le reprocha a la novela es su supuesto final impreciso, que
muchos atribuyen a las urgencias económicas del poeta, porque Dostoievski es ante
todo poeta. Si, un poeta sencillo cuya modestia literaria le hace ocultarse en la prosa,
amén de sus innumerables deudas que solo podían solventarse con el tirón comercial
que comenzaba a tener el género novelesco.
Por todo esto, y por algunas críticas más procedentes de distintos sectores, y en
contraste con mi primera comparación con la prosa cervantina, podría haber realizado

1
un ejercicio critico-literario “completo” y no dedicarme, según la opinión de algunos, a
la mera alabanza y a la exaltación de una obra que, por su condición de clásico,
despierta los recelos de los más modernísimos “literatos”. Pero después de la lectura, la
relectura y del estudio pertinente de la obra, me veo incapaz de enjuiciar en el más
mínimo detalle una novela que podría verse como la Divina Comedia moderna, la
Divina Comedia de la industria y la máquina.
En Crimen y castigo se plantea principalmente un debate sobre las nuevas corrientes de
pensamiento cientificista, que en el siglo XIX parecían tener la respuesta a todas las
injusticias del mundo. De igual modo que se hace hincapié en la necesidad de la
permanencia de los valores del cristianismo ortodoxo, que, en los últimos años de su
vida, tanto preocuparon al poeta. Dostoievski crea una historia detectivesca que le sirve
como marco para desarrollar su tesis, al mismo tiempo que sacia las necesidades de un
público emergente ávido de lecturas policíacas. Su protagonista, Raskólnikov, es el
modelo de joven ruso influido por las doctrinas provenientes de occidente y oprimido
por una masa social, que huyendo de sus antiguas raíces, se hallaba abstraída por la
maquinización, el clasismo y el poder económico. Este joven estudiante, enfermizo y
propenso a la soledad, le sirve a nuestro escritor para plasmar los peligros, que después
de sus viajes por Europa, éste supo adivinar en aquellas ideologías que proponían un
cambio radical en la sociedad, un cambio, que a pesar de apostar por el colectivismo y
la extinción de las clases sociales, veía en la violencia el mejor elemento para llegar a
sus fines. Es esta la teoría que el poeta pone en manos de Raskólnikov, el cual publica
un artículo donde se defiende la “teoría napoleónica”, en la que ciertos individuos,
señalados por la historia, tienen el derecho o el privilegio de incumplir las leyes, ya sea
con asesinatos, robos, o cualquier otra atrocidad, si ello es imprescindible para
conseguir su objetivo. Es decir, que estos napoleones en oposición a los “piojos” (el
vulgo) tienen el derecho moral y la conciencia suprema de realizar cualquier acción,
aunque del asesinato se trate, si de este modo consiguen tanto su beneficio como el
común.
El pensamiento de Dostoievski es un torbellino que se adentra en la más pura psicología
humana para debatirse, después, entre la fe y el ateismo, circunstancia esta que explica
los densísimos argumentos que salen de la boca de sus personajes.
Este pintor del sufrimiento, cuya inteligencia hacía pasar su fe por el crisol de la duda,
no desarrolla una simple argumentación en defensa de los valores cristianos sin más,
sino que expone primero, y con buen acierto, las penurias a las que es sometida la

2
familia del malaventurado Marméladov, cual sufrimiento y desamparo (sobre todo el de
los hijos de su esposa) abren el interrogante de la existencia de Dios, existencia que
queda en entredicho cuando son los niños, esas criaturas indefensas, los que tiene que
pagar sin haber pecado por ello. Todo este escepticismo, apoyado en la teoría de
Raskólnikov y en el famoso “todo está permitido” proveniente del pensamiento nihilista
occidental, se ve refutado por el amor y la fe incondicional de Sonia, símbolo del
pensamiento último de Dostoievski. En Sonia, se nos muestra la necesidad que ve el
autor en los valores religiosos frente a la desazón y el mal futuro del racionalismo,
actitud que ya desde el principio de la novela queda subrayada en la elocuente
intervención del ebrio Marlméladov, que con sus palabras, nos deja ver el cierto tono
irónico del escritor en lo referente al progresismo occidental: “Pero el señor
Lebeziátnikov, que está al tanto de las nuevas ideas, me explicó no hace mucho que la
compasión, en nuestros tiempos, está prohibida por la ciencia, y que así se practica en
Inglaterra, donde existe la economía política.”
Sonia, junto con Dunia (hermana de Raskólnikov), significan el amor fraternal, la
compasión, la pureza del alma, el sacrificio, el sueño de una Rusia basada en sus
costumbre religiosas y sociales; el sueño de un eslavófilo, Dostoievski, que en su
madurez, cambió sus creencias en una utopía política por una utopía mística.
La novela es un continuo contraste entre personajes, si al escepticismo de Raskólnikov
se opone la fe de Sonia, a la relación por conveniencia de Luchin se opone el amor
verdadero de Razúmujin. Y como éstos, todos los personajes encuentran su antítesis en
una verdadera lucha ideológica, símil del propio contraste entre oriente y occidente.
Pero lo ideológico no es el único motivo por el que chocan las personalidades de los
personajes, y es que dentro de esta amplia gama de aspectos filosóficos, políticos y
religiosos, aparece también la intriga policíaca, reflejada en la figura de Porfirii
Petróvich, juez instructor astuto, inteligente, finísimo, y en última instancia, compasivo.
Que sin embargo, nuestro escritor no nos pinta como un héroe al estilo de los más
famosos detectives novelesco, tan imperantes en la época, es decir, que aunque se nos
presenta como un tipo extremadamente pertinaz y preciso no es, en ningún modo, el
prototipo de hombre duro, al contrario, Porfirii Petróvich aparece como un hombre
entrado en kilos, bonachón, risueño, y alejado completamente de la violencia, un
hombre que, por encima de todo, busca el arrepentimiento del culpable, dejando en un
segundo plano las exigencias de la ley.

3
El simpático detective es el protagonista, junto con Raskólnikov, de varios diálogos en
los que el escritor pone todo su potencial tanto estilístico como argumental, y donde se
puede ver directamente la fuerza de la novela.
Este uso habitual del diálogo y la continua simultaneidad de voces han llevado a
algunos críticos como Mijaíl Bajtín ha catalogar esta obra como novela polifónica,
término que ha sido discutido por otros teóricos rusos que sostienen una tesis contraria.
Pero fuera de dilucidar si es o no polifonía lo que existe en Crimen y castigo, debemos
de centrarnos en su universalidad, pues, si hay algo que no se le puede negar es su
humanidad, porque en la psicología de sus personajes podemos vernos reflejados en
cualquier momento, ya sea en la angustia vital de Raskólnikov, en la debilidad de
Marlméladov e incluso en la cierta desesperanza de Svidrigáilov. Todo un compendio de
matices psicológicos que hacen de sus caracteres verdaderos entes autónomos, que de
algún modo, parecen cobrar vida propia, al tiempo que demuestran la gran objetividad
del autor.
Como ya apunte al principio de estas líneas, mi impresión después de terminar la novela
fue la de haber leído una obra que está un escalón por encima de la mayoría de los
ejemplares de su género, ya que no solo me había sorprendido su brillante elocuencia,
su profundidad psicológica y su entretenida trama, sino más bien su capacidad para
hacerme pensar; en otras palabras, que con su lectura se me abrieron diferentes dudas
que creía tener solventadas. Me refiero concretamente al tema del nihilismo, por el cual
siempre me había decantado, aunque eludiendo el tema de la ineficacia de las artes y
más bien centrándome en la sola creencia en hechos empíricos; creencia, que no sentí
afectada en su totalidad, pero si en lo referente a la maquinización de la sociedad y a la
sustitución de la compasión por elementos materiales. Dostoievski me hizo ver la
necesidad de la permanencia de ciertas costumbres, que fuera de elementos religiosos,
mantienen al hombre como tal, y que la ciencia y la tecnología están absorbiendo con
una fuerza incontrolable. No quiero decir con esto que el progreso, en todos sus
sentidos, no tenga muchos aspectos positivos que han mejorado y siguen mejorando las
condiciones de vida de una gran mayoría, aunque si me gustaría incidir en las miles de
personas que, gracias a estas modernísimas ciudades y a sus sistemas supercapitalistas,
han crecido en edificios de veinte plantas y han sido educados como robots para el
trabajo, con la máxima aspiración del dinero, personas que no han visto nunca el
nacimiento de un perro, ni han visto a una gallina poner un huevo, personas que no
disfrutan de una conversación en un café porque están mirando su teléfono móvil o

4
manteniendo un fría conversación por Internet. Este es el peligro del que me advirtió
este ruso adicto al juego y epiléptico, el peligro de la deshumanización, que si ya era
patente en los tiempos del poeta y en la pasada centuria, hoy es una de las máximas
amenazas de nuestras generaciones, que abstraídos en el teclado de un ordenador,
hemos olvidado lo indispensable del “roce de la piel”.

También podría gustarte