Sobre Jorge Cuesta
Sobre Jorge Cuesta
Sobre Jorge Cuesta
UN PESIMISTA SOCRÁTICO.
DECEPCIÓN Y TRADICIÓN EN JORGE CUESTA
1. El quiebre de la tradición.
Díaz Mirón por el culto de una cierta perfección literaria. El gusto por
las descripciones, las rupturas del discurso, el rebuscamiento del
lenguaje, parecen no tener otro objeto que la propiedad y la pureza
de la forma ni otro origen que la satisfacción de un gusto 'clásico',
recomendado por el ejemplo formalista de los 'parnasianos'. Y así
sería, si tuviera una satisfacción como consecuencia. [...] El sacrificio
y la pena son estériles y son, además, amargos. Son la desespera-
ción de una impotencia, el rencor de un Luzbel. Son la obra de un
sentimiento satánico, que carece tanto de reposo como de felicidad.
Esta concepción de la forma como una tortura interior del lenguaje
está tan lejos del espíritu clásico como de la manera 'parnasia-
na"'(165-66)
Esta larga cita no es un abuso. Sintetiza el esfuerzo argumentati-
vo del ensayo cuestiano, la resolución demoníaca de la antitesis, la
coincidencia de los opuestos que tanto ponderó Giordano Bruno.
¿Cómo reconcilia, entonces, Díaz Mirón, el clasicismo y el romanti-
cismo que lo tocan por igual? ¿Cómo hacer de esa indagación de
las diferencias entre fondo y forma, una nueva sensibilidad? Cuesta
cree encontrarla en una reacción frente al romanticismo absoluta-
mente ingenua, carente de toda intención literaria que, aunque pudo
provenir de Baudelaire, no es recibida de ninguna tradición. La belle-
za huye: "de la expresión, del sentimiento", pero es en los desvíos,
en las vueltas de la expresión -en las retorsiones del discurso- don-
de "la encuentra como una gracia". No se trata de renunciar a la be-
lleza clásica, se trata de que esa belleza está en el mal, en la ruptura
de la tradición, en el quiebre: "admite que la poesía es capaz de
habitar en el mal como en la podredumbre".
Esto último nos permite ir hacia otro ensayo, "El diablo en la poe-
sía"^, que ahonda en la radical participación del poeta como necesa-
riamente revolucionario. El verdadero artista va en contra de la tradi-
ción, de toda Iglesia -fortificación contra el demonio, organización
de la conformidad-, es una Fausto que entrega su alma al diablo. "El
demonio es la tentación y el arte es la acción del hechizo". Pero más
allá de esta carta de creencia, lo que nos interesa del ensayo es su
interpretación global del papel de Baudelaire en la poesía moderna,
a partir de quien la poesía goza de una conciencia de sí misma "tan
clara y tan libre como no tuvo jamás". No sólo porque con Baudelai-
re se ve que la poesía es la flor del mal, de la perversidad: puro dia-
bolismo, sino por la relación entre poesía y ciencia. Nos dice Cuesta:
"La poesía como ciencia es la concepción cuya fascinante perversi-
dad todavía no llega a admirarse como se debe. La poesía como
ciencia es la refinada y pura actividad del demonio. [...] ningún límite
traza a su demoníaca pasión de conocer; en que no hay afirmación
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Ortega y Gasset, en su ensayo lleno de errores, dice dei arte moderno que
se deshumaniza cuando se hace más artistico. Más humano, más cerca
de la reaiidad le parece el romántico. Si ia que éste le revela es la naturale-
za más verdadera para él, que se resigne a vivir en eila acomodado a su
mentira, pero que no pretenda que el arte aspira a ia deshumanización de
la realidad. La estiliza, la deforma; io que quiere decir que ia reduce, pero
no deja de vivirla. Es, al contrario, la única manera como puede vivirla sin
repugnancia (...) Ortega ignora cuái es ia virtud dei preciosismo artístico.
No es deshumanizar, sino desromantizar la realidad; es decir, humanizaria
dándole un interés, una utiiidad (...) Pero el arte que defiende su pureza
con su preciosidad y pone su virtud en la perífrasis, que es todavia una
manera de abstenerse, tiene que aislarse del mundo y prohibirse una parte
de la vida (...) Construirse un lenguaje personal para representar el mundo
(...) Improvisar todo un sistema para recoger una impresión aisiada, para
dibujar laboriosamente un objeto.^
[...] para dejar a saivo nuestra dignidad, por io menos ante ios ojos de ios
extraños que no conocen a fondo ei actuai movimiento iiterario de México
y pudieran tomar ai pie de la ietra lo que Jiménez Rueda escribió sin otro
propósito -queremos creerio así- que ei de estimuiar las obras representa-
tivas.
148 PEDRO ÁNGEL PALOU
Esta idea recurrente de que los jóvenes fueron sus propios maes-
tros -reconociendo aquí y allá la influencia de López Velarde, Tabla-
do González Martínez y Vasconcelos- es muestra del estado de
campo en el que produjeron sus primeras obras. Tal vez siempre
hubo una parte del grupo convencido del mesianismo vasconcelista
y otra, los más jóvenes, pesimista, herética, crítica a ultranza. Lo lo-
graron con la paulatina objetivación de sus posiciones y con el des-
velo progresivo del espacio que construyeron -habitable, íntimo co-
mo sus estudios- para poder soportar la realidad, o como dice Blan-
co, su ambición es: "todo un proyecto de sobrevivencia, de cons-
trucción de una personalidad fuerte, capaz de existir aislada y hosti-
lizada, arrogante, segura de su victoria final"'^.
Pero pasados los años adolescentes, incorporados al campo del
poder que será su mecenas reiterado, los Contemporáneos viven
otro ambiente que Monsiváis ha caracterizado nítidamente en torno
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Conclusiones
NOTAS:
1. "Montaigne y Gide" (Cuesta II, 1994: 227ss).
2. "Salvador Díaz Mirón" (Cuesta II, 1994: 212ss).
3. "El diablo en la poesía..." (Cuesta 1,1994: 287ss).
4. "El clasicismo mexicano..." (Cuesta 1,1994: 304ss).
5. "Un pretexto: Margarita de niebla, de Jaime Torres Bodet". (Cuesta I, 1994:
128ss). Y agrega que el primer autor que se vale de ese artificio para oponer-
se a la literatura romántica es Edgar Alian Poe. Debido, piensa Cuesta, a un
orden meditado que logra ocultar la naturaleza de cada sentimiento con un
propósito calculado.
6. Aunque a Monterde no le preocupa gran cosa la discusión sobre el no afemi-
namiento de los poetas mexicanos, la contribución más importante del artícu-
lo es la que podemos llamar el redescubrimiento de Mariano Azuela. El nove-
lista también editaba sus obras en imprentas económicas para regalarlas, y
Monterde lo presenta así: "¿Quién conoce a Mariano Azuela, aparte de unos
cuantos literatos amigos suyos? Sin embargo, es el novelista mexicano de la
revolución, el que echa de menos Jiménez Rueda en la primera parte de su
artículo." (Schneider: 166).
7. Tomamos el término "vanguardia" en esta parte de nuestro ensayo como la
avanzada generacional de cualquier época, sin referirnos aún a la vanguar-
dias históricas. Otro miembro del grupo Contemporáneos, Enrique González
Rojo, también lo veía así: "Yo entiendo la vanguardia literaria como un afán de
renovación, de superación, y muchas veces un simple movimiento de reac-
ción contra la estética de nuestros inmediatos antecesores (...) casi es una ley
natural, nunca una escuela". (González Rojo 1992:32).
8. Gorostiza por cierto también se queja de que los editores no editen, y que
cobren la publicación de los libros con una tarifa igual a la de las imprentas;
se lamenta, como lo hará toda la vida, de la falta de un ambiente propicio.
9. Existe una edición reciente a cargo de Guillermo Sheridan (1985a). El prólogo
de Sheridan es imprescindible.
1 0. Véase el reciente y documentado estudio de Luis Mario Schneider (1995).
1 1 . Es sumamente interesante rastrear por el lado del teatro burgués y el mono-
polio de los productores una de las fisuras con el campo del poder que abrió
el grupo.
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BIBLIOGRAFÍA:
Borges, Jorge Luis. "Ei escritor argentino y ia tradición". Discusión. Madrid: Aiianza
Editoriai, 1976.
Bourdieu, Pierre. La distinction. Paris: PUF, 1980.
—. Las regias dei arte. Barcelona: Anagrama, 1996.
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