Luis Caropresse Quintero
Luis Caropresse Quintero
Luis Caropresse Quintero
No lo conozco mucho, siempre algo faltará, pero me comprometí a sacar adelante una
entrevista, solo pretendo conocer mi memoria, dispuesto a andar ese largo camino, en eso
estoy. Tampoco soy periodista, están ausentes, siempre les toca viajar, de cualquier manera es
más trabajo para mí. Son las 9 de la mañana, no puedo evitar el extrañamiento que me causa
la lluvia araucana, estoy en el parque central, un amigo me llama, termino mi café humeante,
brisa mañanera, él me dice que don Luis me espera, está en el remodelado edificio de la
Academia de Historia que queda al frente.
Adentro, don Luis espera sentado, es el único en el lugar oloroso a humedad; el día anterior
tuve la posibilidad de encontrarlo, hablamos desde los fragmentos –mis fragmentos-, fue un
encuentro breve en el que le comenté acerca de una iniciativa a medias para reconstruir
memoria histórica con la comunidad indígena Makaguan; lo primero que hizo fue corregirme de
manera sabia, volvió a las líneas del cura Joseph Gumilla en su Orinoco Ilustrado, libro canon
publicado en 1745, necesario para conocer la región que habitamos.
Don Luis me dijo que el nombre originario de la comunidad indígena Makaguan es el de Airicos,
etnia venida del Gran Airico en el Vaupés que a la llegada del misionero Gumilla a Tame
principiando el siglo XVIII, se encontraba en disputa con los indígenas Jiraras -pobladores
nativos de la región-, hasta que se logró la difícil reubicación de la comunidad y se les asignó
Makaguan a manera de topónimo, al ser asentados en inmediaciones a la Makaguana, río
cercano al actual casco urbano del municipio de Tame, donde en un principio lograron construir
una acogedora villa con jardines comunales y unas treinta casas, hasta que la presión
colonizadora provocó la salida de los indígenas de la Makaguana que se llevaron tan sólo su
nombre y de los que hoy sobreviven algunas personas en los resguardos del departamento
dispersos entre Tame, Fortul y Arauquita.
Fue un gran encuentro, don Luis es un hombre dado a difundir sus conocimientos y
experiencias de manera abierta y honesta, no evita delatar la preocupación en sus ojos y
expresa su sentir frente a los problemas que hoy aqueja la Academia de Historia de Arauca;
está cerrada y quiere re abrirla, pero faltan soluciones y estrategias posibles a la vista, también
sabe que seguir esperando no es la opción y urge la necesidad de acción, yo insisto
vagamente en las acciones de memoria, alcanza para comentarios sueltos, hasta que irrumpe
la premura y la ansiedad se torna inevitable ¿Será el peso de la historia anclada en el pasado?
¿Será esta propia incredulidad que se empeña en borrar nuestros precedentes? El recuerdo
pesa, pero algunos insumos tengo ya, debo reconocerlo y algo se puede hacer, la entrevista va.
La Academia de Historia nunca contó con personal de planta y cuando empezó a funcionar en
Tame con algunos recursos asignados por la Asamblea se cuestionó su existencia como
institución oficial; fueron docentes quienes en su mejor momento llegaron a escribir más de
veinte textos que publicaron desde la Academia, como resultado de su capacitación de la mano
de la Academia de Historia de Boyacá, desde la que se apropiaron su método y expresaron
desde su interpretación como historiadores –científicos sociales-, atados y movidos por
sentimientos surgidos del habitar y vivir la región llanera, sus orígenes.
Sin embargo, la historia de la Academia da la impresión de ser la narración de una sola pérdida
progresiva -la última acción acabó con buena parte del archivo que se conservaba hasta la
acrílica remodelación-. Cuando don Luis recuerda parecen muy lejanos los días en que los
académicos respondían consultas y ayudaban a hacer las tareas de historia a los estudiantes
del municipio y a cualquier curioso en el ejercicio de escudriñar en el pasado.
Ahora, pensémonos desde la actualidad ¿Qué significa que la institución encargada de velar
por nuestra memoria permanezca cerrada? El problema ni siquiera resulta ser la cantidad de
papeles destruidos y la fachada que no se conservó, más bien preocupan las opciones y su
proyección lejana, falta el criterio para asentar acciones pertinentes que lleven la historia a la
gente y viceversa en un vínculo estrecho. Ahora bien ¿Cuál es el precio que se paga al
desconocer nuestro propio pasado? La cotidianidad misma nos pone de cara ante nuestras
carencias, el progreso basado en la explotación minero energética sigue en boca de todos
como si fuera la única clave posible, pero nos cuesta reconocer que nuestro pensamiento parte
de una mediocridad normalizada que una vez logras abandonar con mucho esfuerzo, te
convierte en amenaza abierta y de nuevo el silencio.
Ante todo, más allá de lo fácil que resulta enjuiciar la aparente inacción, la Academia de
Historia de Arauca encabezada por el señor Luis Caropresse Quintero se juega sus cartas más
certeras en una batalla silenciosa que los demás araucanos no alcanzamos a comprender, y si
la Academia de Historia ha tenido problemas en la misma capital del Departamento, ni que
decir sobre las demás academias municipales de historia. El panorama está claro, no sobra la
invitación –más vale tarde que nunca-; de nosotros depende salvar los últimos coletazos que
nos lanza nuestra memoria en un intento por recuperar los pasos perdidos, por nuestro lugar y
nuestra gente. La Academia de Historia de Arauca como espacio de encuentro y símbolo de
nuestro pasado, interrogado desde el presente y de cara al futuro; categorías siempre
interrelacionadas y dinámicas, en cambio constante y a las que debemos permanecer siempre
atentos.
Titán pese a la adversidad: Pablo Tambora.
No ha sido fácil, ayer llegué a la casa de Pablo, pero no estaba. Hoy vuelvo y lo encuentro
después de la tormenta y la respectiva inundación. Es sólo cuestión de empezar. Otra vez, nos
reconocemos desde cierto sentimiento de desarraigo, desde nuestros sueños y lo que quisimos
dar, desde las deudas inconclusas con nuestra tierra, lo que significó tener que dejar nuestro
lugar por amenazas y el impacto de la violencia: nosotros convencidos a partir y otros
dispuestos a llegar.
Del 2002 al 2007 Pablo Jiménez Mosquera se fue a estudiar a la Universidad de Pamplona
donde también trabajó recién se graduó, hasta el 2010. Hubo algunos intentos por mover
eventos públicos y artísticos en Saravena, pero fue imposible concretarlos; al contrario, Pablo
vio peligrar su vida, las extorsiones y amenazas lo llevaron a tomar la difícil decisión de vender
su casa para irse sin ánimo de volver; por fortuna, surgió una oportunidad laboral en la
Universidad Nacional –sede Orinoquía-, en Arauca.
Desde entonces, empieza la gesta que logra reunir a unos doscientos jóvenes de distintas
edades alrededor del deporte, el baile y sus ritmos tradicionales, reconocida hoy con el premio
Titanes Caracol por sus aportes a la cultura en la región, especialmente en el municipio de
Arauca. Sin embargo, Pablo comenta con cierta nostalgia que esa iniciativa era la que en un
principio había proyectado para hacerla real en Saravena, pero constata con dolor que el
panorama es sensible y que los jóvenes siguen repitiendo las mismas dinámicas; no lo puede
evitar, solo encuentra vicios en la mentalidad belicosa y recurrente que pretende convertir la
guerra en opción de vida porque hoy las armas son otras; según Pablo, existe un grado de
consciencia importante que de ninguna manera se debe desconocer, el baile y el deporte como
ejes de la vida cuando la violencia se desborda, se vuelve inaguantable y no le queda otra
opción más que esfumarse para pasar página y superar su capítulo. Pablo lo sabe muy bien.
Tal vez hubo un tiempo en que las organizaciones armadas contaron y difundieron ideas
comunitarias que tuvieron su alcance por aquel entonces, pero las experiencias más recientes
arrojan la irrupción de la corrupción generalizada en los distintos niveles de la sociedad de la
que muchos no pudieron escapar, aunque Pablo es una valiosa excepción y es que ha
aprendido a trabajar desde las fortalezas halladas en sus grupos de deporte y baile, donde
resalta el baloncesto que aprendió de su hermano, la danza que apropió en Arauca y ante todo,
el empuje de los araucanos, quienes más allá de las adversidades han logrado generar algunas
propuestas valiosas que han sido difundidas, como es el caso de la banda Chimó Psicodélico
hoy, un proyecto musical interesante igualmente nacido en la región y que Pablo admira
abiertamente.
Solo me queda agregar que el día en que encontré a Pablo ocurrió otro valioso aprendizaje, no
puedo negar la admiración producida al re encontrar y saber que son mis vecinos de la infancia
los que hacen y se mueven en los escenarios públicos y políticos más relevantes del
departamento de Arauca hoy. Pablo no pierde su humildad a pesar de haberse convertido en
una figura pública relevante, agradece todavía sorprendido la organización del festival de la
afrocolombianidad realizado en Saravena y que lleva su nombre. Existe una seguridad y
claridad tan grande en las palabras del líder cultural que a pesar de las adversidades y los
imprevistos solo me dan fuerzas y energía para continuar adelante con la certeza del impulso
que poseemos, para buscar y encontrar las oportunidades negadas a manera de reivindicación,
por el simple hecho de ser araucanos en un país dado a marcar diferencias y desigualdades,
un solo sentir del que hacemos parte pocos, pero que a su vez hace innegable el poder que
contiene y los pasos irreversibles que ya se han empezado a dar para dejar atrás el odioso
estigma de ser araucano. Es nuestro deber.