Notas de Estudio
Notas de Estudio
Notas de Estudio
Me preparas un banquete
y mi copa rebosa.
«En medio del desierto hay un oasis con una gran fuente de agua. Fuera,
la arena abrasa, pero a la sombra de las palmeras crece la hierba. Las
ovejas comen alimento tierno, beben agua en abundancia y sestean al
fresco. Más tarde se ponen en camino por las sendas que el pastor conoce
bien, porque las ha recorrido muchas veces. Así, hace honor a su nombre
de pastor. Tienen que atravesar un desfiladero entre las montañas y se
hace de noche. Las ovejas avanzan seguras, porque pueden escuchar el
sonido del bastón del pastor, que golpea rítmicamente el suelo al andar.
Si una de ellas se desvía, el pastor acude solícito en su búsqueda, y con
unos toques del cayado sobre los lomos, la devuelve al camino justo. Si
acuden lobos u otras alimañas para atacar el ganado, el pastor defiende su
rebaño a bastonazos.
Por el mismo desierto, una persona intenta huir de sus enemigos, sin
ninguna posibilidad de sobrevivir. De repente, divisa a lo lejos el
campamento de unos beduinos. Lo alcanza y, poco tiempo después,
llegan también sus perseguidores. No pueden hacerle nada, porque la ley
de la hospitalidad considera sagradas a las personas acogidas bajo una
tienda. El jefe del campamento, no sólo le acoge en la suya, sino que,
además, le ofrece agua abundante para calmar su sed, le prepara un
banquete para que tome fuerzas y le unge con aceites perfumados para
sanar las quemaduras del sol y refrescarle. Estas imágenes sirven para
hablar de nuestra relación con Dios: Nos guía, nos protege, nos
alimenta... Si ya en esta vida podemos hacer unas experiencias tan fuertes
del amor de Dios, el orante confía en que su salvación no tendrá fin, y
podrá habitar en la Casa de Dios por toda la eternidad». Analicemos,
ahora, cada una de las palabras del salmo.
«El Señor es mi Pastor». El primer verso ya nos dice que hay que leer
todo el poema como una imagen para hablar de la relación entre el orante
y Dios. El título de «pastor» para nombrar a los reyes y guías del pueblo
es habitual en el Oriente antiguo, así como en Grecia y en otros pueblos.
La Biblia lo utiliza varias veces para hablar de Dios, tanto en los libros
históricos como en los proféticos, en los poéticos y en los sapienciales
(Génesis 49, 24; Isaías 40, 11; Salmo 80, 2; Eclesiástico 18, 13; etc.).
Dios mismo, en el capítulo 34 del profeta Ezequiel, se compara a sí
mismo con un Pastor que quiere cuidar, proteger y alimentar a sus fieles.
Como los jefes del Pueblo han sido malos pastores, porque han utilizado
a las ovejas en su propio provecho, Dios se ocupará personalmente de
cada una, cubriendo todas sus necesidades: «Vosotros os bebéis su leche,
os vestís con su lana, matáis las ovejas gordas, pero no apacentáis el
rebaño, ni robustecéis a las flacas, ni vendáis a las heridas, ni buscáis
las perdidas... Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré...
Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada, vendaré a la
herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda. Las apacentaré como
se debe». Son imágenes tiernas, que nos hablan de un amor personal de
Dios por su rebaño, que no nos trata a todos por igual, sino que sale a
nuestro encuentro, respondiendo a las necesidades y esperanzas concretas
de cada uno.
calor del desierto y las penalidades de la huida. «¡Qué hermoso es que los
hermanos vivan unidos! Es como ungüento perfumado derramado en la
cabeza.» (Salmo 133 1-2). Una mujer de Betania tendrá este gesto con
Jesús y él lo agradecerá a pesar de la incomprensión de los discípulos,
llegando a afirmar que esa mujer sería recordada en todos los lugares
donde se predique el Evangelio (Mateo 26, 6ss).
Las dos partes del salmo (el pastor que cuida de las ovejas y el señor de
la casa que acoge un huésped bajo su techo) comienzan con una situación
de descanso y terminan con los protagonistas en actitud de caminar. Las
ovejas comen, beben y sestean en el oasis. Después emprenden la
marcha, guiadas por el pastor. El que huía del desierto encuentra la
salvación en la tienda del beduino. Allí sacia su hambre y su sed, se
perfuma y, posteriormente, emprende la marcha custodiado por dos
escoltas. Las dos partes del salmo parecen insinuar que nuestra vida es un
continuo andar de la mano del Señor. Cuando lo necesitamos, él nos
ofrece momentos de descanso para restaurar nuestras fuerzas. Cuando
nos hemos recuperado, hay que volver a caminar. Como los discípulos
que acompañaron a Jesús en el Tabor: Después de la Transfiguración
tuvieron que regresar al valle. El Salmo 122, como los otros llamados
«salmos de ascensión a Jerusalén», nos recuerda que siempre somos
peregrinos: «¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del
Señor!».
El libro del Éxodo, que nos narra el camino de Israel por el desierto hacia
la Tierra Prometida, se convierte en imagen de nuestra vida: El Señor nos
guía y nos acompaña, nos instruye y nos corrige todas las jornadas de
nuestra existencia, hasta el día en que entremos en el descanso definitivo.
El salmo 95 insiste en esta idea, invitándonos a aprender de los errores
cometidos por los israelitas en su caminar por el desierto, para no
repetirlos: «Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro
corazón... como en el desierto, cuando me tentaron vuestros
antepasados... Son un pueblo que no conoce mis caminos, por eso juré
airado que no entrarían en mi descanso». El Antiguo y en Nuevo
Testamento son un testimonio continuo de las ansias que arden en
nuestros corazones de alcanzar la patria verdadera, la definitiva: «Si
Josué les hubiera proporcionado un descanso definitivo, David no
hablaría de un posterior día de descanso. Hay, pues, un descanso
definitivo reservado al pueblo de Dios... Apresurémonos, pues» (Hebreos
4, 8ss).