Fábula Con Moraleja
Fábula Con Moraleja
Fábula Con Moraleja
Por tener, el felino tenía hasta una panda de ratones en casa, a los que perseguía y
atosigaba cada vez que tenía la oportunidad.
Era ver un ratón y haya iba el gato a perturbarlos e impedirles tomar cualquier cosa de su
cocina. Los perseguía y arrinconaba hasta que los obligaba a volver a su madriguera.
Tan bueno se había hecho el gato de nuestra historia en la persecución, que los ratones
optaron de pronto por no salir más, pues realmente le temían.
Sin embargo, las escasas provisiones que habían logrado almacenar en su ratonera se
agotaron un día, por lo que tuvieron que analizar cómo poder obtener alimentos para no
morir de inanición.
Sabían que si salían de su escondite el gato no tardaría en descubrirlos y los haría correr
hasta el cansancio, sin permitirles obtener alimento alguno. No obstante, la situación era
tan dramática, que requerían medidas urgentes para tratar de aliviarla.
Por ello convocaron a una asamblea en la que debían estar presentes todos los ratones de
la casa; niños y adultos, machos y hembras.
Así, comenzaron a debatir para tomar la mejor decisión e idear un plan que les permitiese
obtener los necesarios suministros.
Todos opinaron, pero ningún criterio era factible. Siempre había un gran obstáculo que
ningún plan parecía vencer: el gato.
Si ponían un cascabel al gato, por el sonido podrían saber siempre por dónde andaba y la
salida de la ratonera y la búsqueda de alimentos sería más segura y tranquila.
Todos aplaudieron y vitorearon al joven, pues la idea lucía perfecta. De materializarse,
atrás quedarían los días en que el gato los asediaba y les impedía alimentarse como Dios
manda.
Ante la falta de voluntarios, pues todos alegaban problemas que les impedían ser ellos los
que pusieran el accesorio al felino, el plan se descabezó.
Era la mejor estrategia, surgida de la mejor de las opiniones, pero los roedores
descubrieron ese día cuán fácil era opinar y qué difícil es actuar.
Dicen que aún debaten cada día para ver quién es el héroe que se atreve a colocar el
cascabel al gato, antes que el hambre termine por acabar con sus vidas.
Pensando en todo esto el ciervo se percató que desde un arbusto lo acechaba un león, que
estaba listo para ir a atacarlo y convertirlo en su presa.
Sin dudarlo un segundo el ciervo se lanzó a la carrera y logró sacar, gracias a su velocidad,
una distancia considerable al captor.
A medida que corría el ciervo se daba cuenta que su fuerza radicaba en sus ligeras piernas
y mientras el terreno fue llano, mantuvo una distancia considerable con respecto al león.
Sin embargo, la fuerza de este radica en el corazón y nunca se dio por vencido a pesar de
la distancia, razón por la que cuando se adentraron en los matorrales del bosque se vio
premiado.
En ese escenario la cornamenta le hacía perder velocidad al ciervo, pues se enredaba con
cuanta rama y arbusto aparecía en el camino.
De esa forma la distancia que separaba a ambos animales se fue haciendo cada vez más
corta hasta que al final el ciervo quedó atrapado. Su cornamenta se había quedado
enredada con unas lienzas.
Ya a punto de morir bajo las garras del león el ciervo comprendió cuán equivocado había
estado en el manantial. Su principal atributo eran sus delgadas piernas y no la bella
cornamenta, que al final le costaría la vida.
Para el ciervo fue muy tarde, pero comprender que lo esencial y más valioso no es
precisamente lo más bello es algo que nos puede ser de mucha utilidad a nosotros a lo
largo de nuestras vidas.
El Doctor y el enfermo
Había un enfermo internado en un hospital,
que cada día se sentía más mal y no veía
mejoría alguna en su estado.
– Siento que tiemblo y tengo más escalofríos que en cualquier otro momento de mi vida
–dijo el paciente.
Otra vez al día siguiente pasó lo mismo y el doctor preguntó al hombre que qué síntomas
presentaba como para sentirse enfermo.
-Eso está bien –ripostó el doctor, que ya se iba del lugar cuando escuchó que el enfermo
le decía a un familiar que lo visitaba:
– Creo que de tanto estar bien me estoy muriendo. Cada día estoy peor.
Pensó que con este animal agasajaría a todos los invitados que frecuentemente tenía en
su casa y sería motivo de envidia y admiración para sus compañeros.
La primera noche que lo tuvo en su casa organizó un festín y lo sacó para exhibirlo, cual
preciado tesoro. Le pidió que entonase un bello canto para amenizar el momento, pero
para su molestia y decepción, el animal permaneció en el más absoluto y férreo silencio.
Así fueron pasando los años y el hombre pensó que había malgastado dinero en la compra
del cisne.
Sin embargo, cuando ya el bello animal se sentía viejo y a punto de partir para otra vida,
entonó el más bello canto que oídos humanos hayan escuchado.
-Que tonto fui cuando pedí a mi bello animal que cantara en aquel entonces. Si hubiera
conocido lo que el canto anuncia, la petición hubiese sido bien distinta.
De esta forma, el hombre y todos lo que le conocían comprendieron que las cosas en la
vida, incluso las más bellas y anheladas, no pueden apurarse. Todo llega en el momento
oportuno.
El León y el Ciervo
Temido por todos los
animales de la selva un fiero
león empezó a rugir con
fuerza, sin conocerse el
motivo del barullo.
Tanto el ciervo como el resto de los animales comprendieron que siempre puede haber
un mal mayor y a partir de ese escándalo del león comenzaron a pensar mejor antes de
quejarse por sus problemas cotidianos. Asimismo, fueron lo bastante inteligentes como
para mantenerse lo más a salvo posible cada vez que el fiero animal se proyectaba de esa
forma.
Un día descubrió un recipiente repleto de dulces y sin pensarlo ni averiguar de quién eran,
introdujo su mano y agarró tantas golosinas como pudo. Cuando trató de retirar su mano
se dio cuenta que no podía y como no quería dejar escapar ningún dulce de los que había
cogido, lo cual le permitiría sacar la mano, empezó a llorar desconsoladamente.
-Pedro, si te conformas con la mitad o un poco menos de lo que has tomado podrás sacar
tu mano de ahí y disfrutar algunos dulces. La avaricia no te permitirá hacer ni lo uno ni
lo otro.
Así, Pedro siguió el consejo y disfrutó de sabrosos dulces. Desde ese día comprendió que
la ambición y la avaricia pueden ser verdaderamente dañinas y prohibitivas para el
desarrollo y crecimiento de un ser humano.
El rico y el zapatero
Había una vez un
zapatero muy laborioso,
cuyo único
entretenimiento era
reparar los zapatos que
sus clientes le llevaban.
El zapatero tenía un vecino que por el contrario era un hombre abundantemente rico, al
que además le molestaba un poco los cánticos diarios del laborioso hombre.
-Venga acá buen hombre, dígame usted ¿cuánto gana al día? ¿Acaso es la riqueza la causa
de su desbordada felicidad?
-Pues mire vecino –contestó el zapatero, -por mucho que trabajo solo obtengo unas
monedas diarias para vivir con lo justo. Soy más bien pobre, por lo que la riqueza no es
motivo de nada en mi vida.
-Eso pensé y vengo a contribuir a su felicidad –dijo el rico, mientras extendía al zapatero
una bolsa llena de monedas de oro.
Sin embargo, las monedas hicieron que nada volviese a ser igual en la vida del trabajador
hombre.
Como ahora tenía algo muy valioso que cuidar, ya no dormía tan plácidamente, ante el
temor constante de que alguien irrumpiese para robarle.
Asimismo, por dormir mal ya no tenía las mismas energías para afrontar con ganas el
trabajo diario y mucho menos para cantar de felicidad.
Tan tediosa se volvió su vida de repente, que a los pocos días de haber recibido dicha
fortuna de su vecino acudió a devolverla.
-¿Cómo que rechaza tal fortuna? –interrogó al zapatero. -¿Acaso no disfruta el ser rico?
-Vea vecino –contestó el zapatero, -antes de tener esas monedas en mi casa era un hombre
realmente feliz que cada mañana se levantaba luego de dormir plácidamente para
enfrentar con entusiasmo y energía su trabajo diario. Tan feliz era que incluso cantaba
cada vez que podía. Desde que recibí esas monedas ya nada es igual, pues solo vivo
preocupado por proteger la fortuna y ni tan siquiera tengo tranquilidad para disfrutarla.
Por tanto, gracias, pero prefiero vivir como hasta ahora.
En breve comenzaría a iluminar la Tierra solo durante seis meses, por lo que el resto del
año sería una etapa de oscuridad y frialdad.
Las ranas comprendieron de inmediato lo que esto significaría para la vida, tal cual la
conocían.
Los charcos se secarían, los ríos irían perdiendo su cauce hasta desaparecer, ellas no
podrían calentarse como antes y los insectos de los que se alimentaban dejarían de existir.
-¿Piden clemencia sólo para ustedes o para todos los seres vivientes del planeta?
– Pues para nosotros. ¿Por qué habríamos de preocuparnos por otras especies? Cada cual
que cuide y pida por lo suyo.
-Así les irá –replicó la voz, que desde entonces se desentendió de los pedidos de las ranas
por su egoísmo.
Ciertamente el sol no dejó de brillar, pero desde entonces las ranas son animales con muy
pocos amigos, y todo por el egoísmo de aquellas de una pequeña laguna, capaces solo de
preocuparse por su bienestar y desentendidas de todo lo que les rodeaba.
Un día el perro no pudo aguantar más su curiosidad y fue adonde el toro y le preguntó:
-Compañero, ¿cómo es que tú, un toro tan fuerte, pasas tus días jugando con tres
insignificantes cabras? ¿Acaso no ves que puedes ser la comidilla del resto de los
animales? Pensarán que eres un toro débil y por eso es que te juntas con animales
indefensos.
Las palabras del perro pusieron a pensar al toro, que no quería ser el hazmerreír del resto
de los animales ni le hacía gracia la idea de que subestimaran su fuerza y valor.
En resumen, por el que dirán fue apartándose cada vez más de sus amigas cabras, al punto
de que llegó un día en el que no las vio más.
Pasó el tiempo así y el toro se fue sintiendo cada vez más solo. Extrañaba a sus amigas
cabras, que eran como su única familia, y los juegos que a diario hacían juntos.
Ese estado emocional lo hizo reflexionar y comprendió su error. Nunca uno se puede
dejar llevar por lo que digan los demás y debe hacer lo que le nazca y le dicten su
conciencia y corazón. De no ser así, podemos perder lo que más apreciamos o deseamos
en la vida.
Afortunadamente, para el toro no fue muy tarde y recuperó la amistad de sus hermanas
cabras, con las que fue muy feliz para siempre, jugando cada día.
La tortuga y el águila
Había una vez una tortuga muy inconforme
con la vida que le había tocado, y que en
consecuencia no hacía otra cosa que
lamentarse.
Su más profundo deseo era poder volar a gran velocidad y disfrutar de la tierra desde las
alturas, tal y como hacían otras criaturas.
Un día un águila la sobrevoló a muy baja altura y sin pensárselo dos veces la tortuga le
pidió que la elevara por los aires y la enseñase a volar.
Extrañada el águila accedió al pedido de lo que le pareció una extraña tortuga y la atrapó
con sus poderosas garras, para elevarla a la altura de las nubes.
La tortuga estaba maravillada con aquello. Era como si estuviese volando por sí misma y
pensó que debía estar maravillando y siendo la envidia del resto de los animales terrestres,
que siempre la miraban con cierta compasión por la lentitud de sus desplazamientos.
-Si pudiera hacerlo por mí misma –pensó. –Águila, vi cómo vuelas, ahora déjame hacerlo
por mí misma –le pidió al ave.
Más extrañada que al inicio el águila le explicó que una tortuga no estaba hecha para
volar. No obstante, tanta fue la insistencia de la tortuga, que el águila decidió soltarla,
solo para ver cómo el animal terrestre caía a gran velocidad y se hacía trizas contra una
roca.
Mientras descendía, la tortuga había comprendido su error, pero ya era tarde. Desear y
atreverse a hacer algo que estaba más allá de sus capacidades le había costado la vida,
una vida que vista desde esa perspectiva ya no le parecía tan mala.
Ese mismo razonamiento fue hecho por el águila, que contrario a la tortuga se sentía muy
satisfecha y conforme con lo que la naturaleza le había dado.
El amor y el tiempo
Cuentan que había una vez una isla de
belleza inusitada en la que habitaban
todos los sentimientos buenos de los
humanos, así como sus valores.
Resulta que un día se cernía sobre la isla la más terrible tormenta de todas. Los
sentimientos y valores fueron informados de que la isla sucumbiría y quedaría atrapada
bajo las aguas, por lo que todos se alistaron para huir en desbandada.
La huida por ponerse a salvo fue muy rápida, mas en la isla quedó un habitante, que
prefirió no abandonar nunca su hogar. Se trataba del amor, que con su actitud demostró
que es él el sentimiento que siempre acompañará a hombres y mujeres durante toda la
vida, sin importar las calamidades ni los tiempos que se avecinen.
El amor y la mula
Había una vez una mula muy orgullosa de su
anatomía, que se repetía a sí misma y siempre
alardeaba:
-No llores más mi pequeño, o de lo contrario te llevo con el lobo –decía la niñera.
Al lobo esto le pareció muy bien para su hambre, de modo que permaneció en las afueras
de la choza a ver si el niño seguía llorando y lo llevaban donde él.
Al oír esto el lobo se arrepintió de haber desperdiciado tanto tiempo y decidió ir a buscar
alimento a otro sitio, no sin antes darse cuenta que había sido indirectamente engañado.
-Los humanos dicen una cosa y luego hacen otra totalmente diferente- pensó, sin
comprender que había malinterpretado habituales gestos de amor.
Fábula china
Hace mucho, pero mucho tiempo,
un príncipe del norte de China,
llamado a ser Emperador, lanzó un
concurso entre las jóvenes solteras
de la corte.
Acudieron decenas de jóvenes ricas y bellas, y una de muy singular belleza también, pero
que era muy pobre y solo había ido para ver de cerca al príncipe.
La muchacha se sabía en desventaja, pero como siempre había estado enamorada del
príncipe, le bastaba estar cerca de él aunque fuera por unos minutos.
Así, el príncipe entregó una semilla a cada joven y les dijo que la que llegase al cabo de
seis meses con la flor más bonita brotada de esa semilla, sería su esposa.
Todas las jóvenes se dieron a ello de inmediato, y la de pocas riquezas, por no decir nulas,
le puso permanente empeño.
A pesar que sabía poco de técnicas de cultivo investigó e intentó todo. Mas cada esfuerzo
fue en balde, pues a los seis meses nada había brotado de la semilla.
Llegado el día de presentar las flores entonces, decidió acudir con su vaso vacío. Aunque
estaba segura de que no ganaría, porque todas las demás candidatas tenían bellísimas
flores de variados colores, pensó que volver a ver al príncipe y futuro emperador de cerca
bien valía cualquier vergüenza.
Sin embargo, cuál no sería su sorpresa al ser ella la escogida. El príncipe dijo que la
prueba se basaba en la honestidad y que solo ella la había pasado.
Todas las semillas entregadas por él eran estériles, de forma que el resto de las candidatas
eran viles mentirosas y solo ella era la indicada para amar y reinar a su lado. Así, el
Emperador y su honesta Emperatriz fueron felices para toda la vida.
A pesar de todos los pedidos, el aventurero quiso marchar. Le dijo a su hermano que no
se preocupara, que con solo unos días de viaje sería feliz y regresaría a la comodidad del
hogar.
Apenas partió el gorrión comenzó a vivir nuevas sensaciones, pero no de la manera que
imaginaba.
Estaba mojado, calado por el frío, y temeroso ante las amenazas que el resto de las
criaturas representaban para él.
Divisó a lo lejos un trigal con granos en el suelo, que podría degustar para compensar su
apetito, pero inexperto como era no imaginó que se trataba de una trampa.
Fue tocar el suelo y picotear el primer grano, cuando una pesada red de caza lo atrapó.
A pesar que no conocía nada de esto, el gorrión sabía que se trataba de un inminente
peligro. Aleteó con fuerza y picoteó la red, que por suerte era vieja, hasta que pudo
liberarse, no sin dejar varias plumas atrás.
Esta sensación se incrementó cuando divisó un buitre que rapazmente se venía desde lo
alto para devorarlo. Afortunadamente para él, un águila se lanzó contra el buitre,
desatándose una brutal pelea que terminó dañándolo de forma colateral e indirecta.
Esta fue la gota que colmó el vaso e hizo comprender al gorrión lo mal que había hecho
en su primer viaje.
Sin pensarlo dos veces regresó a su árbol, maltrecho y herido, donde lo aguardaba con
temor y preocupación su hermano.
Con los cuidados de este último el gorrión aventurero mejoró, pero nunca más quiso
emprender un viaje de riesgos y desafíos solo. Tenía a su hermano para acompañarlo, y
si no podría prepararse con más racionalidad. Entendió que la vida es maravillosa, un
milagro en sí misma, pero que hay que saber vivirla con raciocinio para vivirla a plenitud.
-Bueno –dijo Dios-, es un ser que dispondrá de cuatro pares de ojos y seis brazos.
-¿Pero para que querrá ese ser ocho ojos? ¿Acaso no son muchos?
Con su paciencia característica, sin molestarse por tantas preguntas, el Señor explicó:
-Con un par de ojos será más capaz que cualquier otro ser de apreciar lo bello del mundo
que le rodea. Otro le permitirá entender todo lo que suceda a su alrededor, es decir, las
acciones de todo lo creado por mí. Mediante el tercero será capaz de leer los
pensamientos, eso que no se dice con palabras y sale de lo hondo del corazón, y con el
cuarto par podrá descubrir mi presencia en los grandes detalles de la vida, como la paz
que desbordan los niños mientras duermen.
-Está bien, suena maravilloso –dijeron los ángeles. Pero con su curiosidad aún en alza
volvieron a preguntar: -¿Y los seis brazos para qué?
-Dos brazos serán para servir en todas las tareas hermosas de la vida, las simples y las
complejas. Otro par le permitirá acunar a todos mis hijos, acariciarlos en todo momento
que estos lo requieran y dar amor, cariño y ternura. Los restantes dos son los que le
servirán para levantar a los hijos cada vez que caigan, así como para combatir frente a lo
injusto.
Cada vez que Dios explicaba los ángeles se mostraban más asombrados. Ciertamente,
parecía que esta sería la mejor obra del creador supremo.
-¿Será inteligente este ser padre? –preguntaron de conjunto.
-Sí –respondió Dios. Será capaz de entender todos los temas complicados y apreciar la
belleza de la poesía, así como de hallar siempre la luz aunque parezca que la oscuridad
reinará irremediablemente.
-¿Pero para qué en específico lo concibes? ¿Qué funciones le darás? –volvieron a la carga
los ángeles y una vez más fueron respondidos.
-Esta creación estará bendecida por mí para calmar el llanto de los niños, alentar a los
emprendedores, perdonar a los que se equivocan, y acompañar en todo momento incluso
cuando no esté ya físicamente o en vida.
Los ángeles no comprendieron lo que quería decir con exactitud el Señor en todas las
descripciones que había hecho. Su obra se veía magnífica, pero parecía muy débil y poco
contundente para todos los atributos y funciones mencionados.
-Mi creación luce frágil, pero tiene una fortaleza envidiable para cualquier otra de las que
he hecho antes. Puede aguantar la mayor parte de las calamidades de la vida y nunca
permitirá que sus hijos y seres queridos que le rodeen se vean envueltos en abrumadoras
vicisitudes.
Aún intrigados, y seguros de que aquello que presenciaban era la mayor obra de su padre,
los ángeles finalmente preguntaron:
-Su nombre prevalecerá por siempre en la historia de los hombres. Por ello tendrá el mejor
nombre posible. Se llamará Madre y será lo más grande en la humanidad.
-Desconozco si mi hijo obtendrá el premio ante el juicio divino, pero para mí y mis ojos,
así como para mi amor de madre, es el más bello y querido de todos los pequeños del
mundo.
Y así Zeus decidió premiarla, pues comprendió que no hay nada como el amor de madre,
más si va acompañado del orgullo a pesar de cualquier limitación, deficiencia o
adversidad.
El gato y su sardina
Había una vez un gato amante de las
sardinas, cuya torpeza le imposibilitaba
obtener a gusto su preciado alimento.
Llegado el momento el felino saltó, pero su torpeza hizo que el hombre se percatase
enseguida y lo azorase con un palo, permitiéndole coger solo una pequeña sardina.
Frustrado, pero no del todo, el gato fue hasta un lago a calmar su sed. Tanto había corrido
para huir de los golpes, que antes de degustar el pescadillo sintió la necesidad de beber
del preciado líquido.
Cuando se disponía a hacerlo vio la imagen de otro gato en el agua con una sardina más
grande que la suya, lo cual le disgustó mucho y lo hizo lanzarse para atrapar aquella.
Sin embargo, tras mucho pelear comprendió que solo había visto su reflejo distorsionado
y agrandado, y que por la codicia había perdido hasta su sardina pequeña. Otro día que
pasaría sin degustar su alimento favorito.
El león y el elefante
Todos los animales veneraban
profundamente a su rey el león.
Reconocían su porte, fuerza, fiereza y
valentía y no les importaba en absoluto
que los gobernara desde hacía mucho
tiempo.
Sin embargo, había algo que los molestaba mucho y era que el monarca tenía por amigo
predilecto a un viejo y pesado elefante, hecho que no llegaban nunca a comprender.
Todos se desvivían por ser el predilecto del rey y se creían con mejores atributos que el
elefante para serlo.
El rencor y la envidia llegaron a tal punto, que un día quisieron hacer una asamblea para
compartir sus inconformidades y ver cómo hacer que el león escogiese otro amigo.
-No entiendo como el león puede andar con un animal que carece de garras grandes y
poderosas como las mías- dijo a su vez el oso, que ni había atendido a todo lo dicho por
la zorra.
– Para mí está más que claro. Al rey le gusta el elefante porque tiene unas orejas grandes
como las mías, solo que descubrió a aquel primero y a mí no ha tenido el gusto de
conocerme.
– ¡Qué manera de halagarse a sí mismos estos tontos!- dijo un pato a otro. –Se ve que
desconocen que lo mejor del mundo es graznar- agregó.
Y así, aptos solos para ver sus supuestas virtudes, los animales nunca lograron ponerse
de acuerdo y mucho menos determinar el porqué de la preferencia del león por el elefante.
Mucho menos fueron capaces de llevarle sus inquietudes a este y de entender la
importancia de valores como la modestia y el desinterés, capaces de hacer que las mejores
cosas de la vida vengan por su propio peso y derecho.
La cigarra y la hormiga
Había una vez una cigarra y una
hormiga que reaccionaron
distintamente al verano.
Cada día del período estival era lo mismo. La cigarra disfrutaba y la hormiga trabajaba.
Sin embargo, las estaciones se suceden unas a otras y el verano fue dando paso al otoño,
cuando la vegetación cede y los alimentos que la primavera y el verano ponen a
disposición de todos empiezan a escasear.
Poco a poco esto fue ocurriendo, pero para cuando la juguetona cigarra se dio cuenta, ya
era muy tarde; no le quedaba alimento alguno.
Entonces recordó que la hormiga se había aprovisionado bien para las estaciones duras y
le pidió que le dejara acompañarla y disfrutar de sus provisiones. Molesta por el descaro,
la hormiga le reprochó a la cigarra y le dijo:
-Acaso no viste cuán duro trabajé mientras tú solo jugabas y reías. ¿Cómo te atreves a
pedirme tal cosa? Además, en mi casa no hay sitio para ti como bien puedes ver por el
tamaño.
De esta forma la cigarra comprendió lo tonta que había sido. Su actitud perezosa y su falta
de previsión le impedirían pasar felizmente el otoño y el invierno, para los que aún no
tenía un refugio seguro.
Tanto cantaba la cigarra que los animales del bosque se alegraban con sus melodías y
caminaban de un lado al otro bailando al compás de la música. Sin embargo, una pequeña
hormiga que habitaba cerca del lugar, apenas tenía tiempo para detenerse a disfrutar las
canciones de su compañera la cigarra. Trabaja tanto la hormiga recogiendo alimentos,
que desde que amanecía bien temprano hasta que el Sol se ocultaba en el horizonte, no
paraba nuestra amiga de buscar provisiones.
“¿No piensas parar un segundo, amiga adorada?” – le dijo la cigarra a la hormiga al verla
tan esforzada. “El verano no durará para siempre, querida compañera. Pronto llegará el
invierno y debo estar preparada. Tú también deberías hacer lo mismo”. Pero la cigarra no
hizo más que reírse con estruendosas carcajadas mientras que la hormiga continuaba
transportando frutas y granos al interior de su casita.
Así pasaron los días, las semanas y los meses. La hormiga jamás se detuvo un instante,
pero la cigarra continuaba cantando con alegría y despreocupación. Al cabo de un tiempo,
comenzó a sentirse un aire frío que bajaba de las montañas, los rayos del Sol no eran tan
fuertes y la yerba había perdido su brillo. El invierno había comenzado, y lo que antes era
frescura y luz, ahora se convertía en un ambiente gris y muy frío.
La cigarra ya no cantaba tanto como antes, y cuando llegó la noche, la nieve inundó el
bosque y repletó las ramas de los árboles sin hojas. Cansada de tanto caminar y sin
encontrar un buen refugio, la cigarra llegó a la casa de la hormiguita apartando los copos
de nieve del lugar. Con gran esfuerzo tocó en la puerta de su amiga, y como el sonido del
viento frío era insoportable, gritó con todas sus fuerzas:
“Amiga mía, por favor. Estoy desvanecida por la fatiga y por el hambre, mi cuerpo no
aguantará tanto frío y temo que pueda morir congelada. Ayúdame, necesito comer algo y
resguardarme. ¡Por favor!”. Pero la hormiga no le prestó atención a los sollozos de la
cigarra, y después de oír durante un tiempo sus plegarias, se acercó a la puerta y le dijo:
“Lo siento, amiga cigarra. Yo trabajé con gran esfuerzo para reunir comida y protegerme
del frío, y mientras tanto, ¿Tú qué hacías? ¿En qué empleaste tu tiempo mientras el verano
aún era bondadoso?”
“Pues yo cantaba y cantaba acompañada de los rayos del Sol. Era muy feliz, pero ahora
ya no tanto”.
“Entonces, si te dedicaste a cantar todo este tiempo bajo el Sol, ahora te toca bailar al
compás del frío. Eso le pasa a los holgazanes como tú”.
Y dicho aquello, la hormiguita se alejó de la puerta para continuar con su cena y disfrutar
del calorcito tan agradable que le brindaba su casita. ¿Y la cigarra? Pues no tuvo más
remedio que pasar un duro invierno rodeada de nieve, pero estamos seguros que aprendió
su lección de una vez y por todas.
Es así, queridos amigos, el tiempo es oro y debemos saber aprovecharlo. No lo
desperdicien.
La liebre y la tortuga
Había una vez una liebre muy veloz que,
consciente de su capacidad, se burlaba
constantemente de los demás animales
porque se creía superior a ellos.
-¡Pero vaya que eres lenta tortuga! Ten cuidado no seas muy vieja ya para cuando llegues
a tu destino de hoy. No vayas tan deprisa que te harás daño –decía continuamente de
forma burlona e irónica la liebre.
Al inicio muchos animales les rían sus gracias, pero al no disminuir estas y ser tan
constantes, muchos se sentían ya cansados de la liebre, a la que creían altanera, prepotente
y realmente pesada.
-Sabes, estoy segura que con toda mi lentitud podría ganarte una carrera.
-¿Cómo? –preguntó la liebre. –Qué puedes ganarme en una carrera, eso lo dudo.
-Pues mira –ripostó la tortuga-, hagamos una apuesta con el resto de los animales como
testigos y veamos quién se lleva el premio.
Segura de su velocidad y la lentitud del rival, la liebre aceptó el reto, aunque más que eso
lo consideraba un pan comido.
Cuando se hizo la señal de arrancada la liebre se mantuvo alardeando con los demás en
la salida y dejó que la tortuga, con paso lento, tomase distancia.
Pasado un rato la liebre emprendió su carrera y ciertamente era veloz. En poco tiempo
rebasó a la tortuga, no sin antes proferirle insultos y tildarla de loca.
Cuando tomaba relativa ventaja, la liebre se echaba a un lado del camino a descansar o
hacer otras cosas y dejaba que la tortuga, que no se detenía nunca, le pasase con su andar
lento.
Esta operación la repitió muchas veces, confiada en que acabaría ganando la carrera en
un impulso final, sin importar cuanta ventaja sacase la tortuga.
Sin embargo, cuando le hubo sacado a esta mucha distancia en uno de los adelantos, vio
un frondoso árbol que proyectaba una rica sombra en la que descansar unos minutos. Así
lo hizo y tan bien y confiada se sentía, que terminó por dormirse.
Al despertar, la liebre se percató que la tortuga estaba casi llegando a la meta, razón por
la que echó a correr con suma velocidad.
Desde ese día, la liebre aprendió a respetar a los demás tal y como son, y a no ser tan
orgullosa ni confiada.
Esta combinación de timidez y miedo la tenía muy harta, pero al final no tenía valor para
hacer nada más y el pesar seguía haciendo mella en su vida.
Un día como otro cualquiera salió a dar un pequeño paseo, sin alejarse mucho de su
refugio, y ante un ruido extraño corrió como de costumbre a guarecerse. Tal velocidad
desarrolló que no se percató que iba directo a un charco de ranas, hasta que al final lo
pisó.
No adaptado a ser lisonjeado, pues siempre había sido un ave asociada a la mala fortuna,
el cuervo se dejó seducir por el halago de la zorra. Creyó que su atención bien merecía
complacerlo con un canto, por lo que abrió el pico para cantar, dejando caer el trozo de
queso hasta el suelo, donde espera rapazmente la zorra.
Dicho esto la zorra se marchó y el cuervo se sintió molesto y lleno de vergüenza. Juró
que no sería engañado tan fácilmente nunca más.
Se valía para ello de su trompa y demostró al final ser el más hábil de todos los animales,
a pesar de sus grandes patas.
Los dos ratones fueron camino a la corte y al llegar el cortesano le mostró miles de delicias
a su amigo, higos, trigo, legumbres, queso, miel y frutas.
El ratón campesino al ver tanta comida bendecía una y otra vez a su amigo y maldecía su
pobre vida. Cuando ya estaban preparados para comer, entró un hombre y los dos ratones
muy asustados corrieron sin parar hacia el agujero para esconderse.
Pasado un rato regresaron en busca de higos secos y nuevamente otra persona llegó al
lugar provocando gran temor en los pequeños roedores que volvieron a la rendija con
mucho temor. Después de esto el ratón campesino le dijo a su amigo suspirando y dejando
a un lado su hambre:
– Me marcho, adiós amigo mío, es verdad que tienes mucha comida y muy deliciosa; pero
son tantos los peligros que tienes que afrontar para poder comerla. Sin embargo, yo podré
vivir como una hormiga y solo comer cebada y trigo pero sin temor alguno.
El cerdo maltratado
Érase una vez, hace mucho pero muchos
años, se escapó de una granja un cerdo que
era muy maltratado por el resto de sus
compañeros. Partió de la granja y estuvo
muchos días caminando sin encontrar un
rumbo hasta que encontró un gran rebaño de carneros que se encontraban comiendo
pacíficamente en un extenso prado.
El pobre cerdito se acercó muy despacio y sin hacer ruido, esperando poder mezclarse
con ellos si que lo dañaran. Los carneros no le hicieron ningún daño y además le
permitieron que se incorporara al rebaño como si fuera otros de ellos.
Pasaron varios días y el cerdito continuó con los carneros hasta el día que el pastor se dio
cuenta de que estaba ahí y lo cogió y lo llevó a su casa. Cuando él se vio atrapado por
aquel hombre, comenzó a gruñir fuertemente y hacer todo lo posible para tratar de
liberarse de las manos del pastor. Los carneros al ver esa situación comenzaron a reñirle
fuertemente al pobre cerdo:
– Oye amigo no hagas tanto escándalo. Nosotros también somos agarrados por el pastor
y no formamos tanta bulla.
Moraleja: Hay cosas que ya no puedes volver a tener y por eso si merece la pena llorar
pero no debes llorar por aquello que puedes reparar.
El gato goloso
Esta es la historia de un gato que le
encantaba comer, principalmente sardinas
que era su plato preferido. Él era un poco
retraído y torpe y casi nunca podía comer
eso que tanto gustaba.
El pobre gato tenía tanta hambre que olvidó cuan tímido y torpe era y se lanzó a buscar
aquellas sardinas. Como estrategia se propuso vigilar a los vendedores, y nada más que
uno de estos se descuidó, se metió en una de las cajas atrapando una muy hermosa entre
sus bigotes. A pesar de que quiso actuar con discreción era tan torpe que el vendedor se
dio cuenta rápidamente de lo que estaba haciendo y comenzó a perseguirlo muy enojado
por todo el mercado.
Corrió mucho para salvarse de aquel vendedor molesto y fue entonces cuando llegó a un
bosque que tenía un precioso arroyo rodeado de mucha hierba fresca. Allí se sintió a salvo
y pensó que había llegado al lugar ideal para saborear aquella sabrosa sardina. De repente,
el gato miró al agua y pensó que había visto a otro gato con una sardina aún más grande
y más deliciosa. Su envidia era tanta que decidió saltar al agua para quitársela.
Rápidamente se dio cuenta de que no existía ningún gato ni sardina alguna, y que lo único
que había hecho era ver su propio reflejo deformado y más grande sobre el agua. Cuando
salió del agua vio que había perdido su apetecida sardina y que ya no podría saborearla.
¡Pobre gato, que dura lección recibió por dejarse llevar por la envidia y la glotonería!
El mulo altanero
Había una vez dos mulos que
andaban caminado por un terreno y
en su espalda llevaba una pesada
carga. Cada uno de ellos servía a
dos amos muy diferentes, el
primero lo hacía para un pobre
molinero y cargaba avena. El
segundo, trabajaba para el rey de
esa región y su carga eran monedas de plata.
Este último andaba muy altanero y vanidoso con su carga y hacía sonar bien fuerte el
cencerro de oro que llevaba. Mientras hacía eso, el sonido llamó la atención de unos
ladrones que andaban cerca. Estos al ver bien la carga que llevaban rápidamente fueron
atacar al segundo de los mulos el cual trató de defender con gran fuerza su preciosa carga
por lo que quedo seriamente herido por los ladrones, y cayó muy afligido sobre el suelo
del camino.
– ¿Es que acaso merezco esto después de trabajar tan fuerte y llevar sobre mis espaldas
cargas tan pesadas?- dijo el mulo del rey muy desconcertado.
– Hay veces que lo que parece ser un gran negocio, no resulta serlo en realidad…
El pequeño ratón indisciplinado
Esta es la historia de un pequeño ratoncito
al que su padre cada día antes de salir
rumbo a la escuela le advertía:
En una ocasión, el travieso roedor, encontró en un rincón muy alejado un extraño equipo
que sujetaba un pedazo de queso. Después de mirarlo por unos instantes pensó:
– Yo no creo que ese aparato constituya peligro alguno, y como nadie le ha prestado
atención alguna me comeré ese pedazo de queso completamente.
La glotonería del ratoncillo lo hizo tratar de agarrar el queso y fue solo en cuestiones de
segundos cuando quedó prisionero en la trampa.
Moraleja: Los mayores siempre te aconsejan por tu bien, así que debes escucharlo y solo
así te evitarás muchos males.
Uno de los monos, que se había convertido en el rey de los monos, les exigió a los
hombres que se acercaran a verlo para que le contaran lo que ellos pensaban de él.
Después de llevar un rato de preparaciones, el monarca de los monos les saludó con la
siguiente expresión:
– ¿Qué impresión les causo yo como rey? El primero en responder fue el viajero
mentiroso y le dijo:
– Por lo que he visto estoy seguro de que eres el mejor de los monarcas con los que he
tratado.
– Los monos que te rodean son los más sacrificados que he podido ver – dijo el viajero
mentiroso.
El rey mono se sintió muy satisfecho ante tal respuesta y les ordenó a los otros monos que
le llevaran un obsequio como recompensa a sus palabras.
El otro viajero como vio que a su amigo le daban regalos a su compañero que lo único
que había hecho era mentir, pensó que si decía la verdad tendría mayores recompensas.
El rey mono, una vez que había terminado con el primer viajero, procedió a preguntarle
al otro las mismas preguntas a lo que este contestó:
– Creo que usted es un mono muy común y corriente, y sus súbditos son iguales también.
Cuando el monarca escuchó estas respuestas se sintió ofendido, y muy enfadado se lanzó
sobre su descortés invitado arañándolo y mordiéndolo sin parar.
Moraleja: Los que solo gustan ser elogiados no le digas jamás la verdad ya que nunca la
van aceptar.
– Hoy seré yo la que decida a que vamos a jugar- ante tal comentario la otra respondió-
No, seré yo lo que decida esta vez.
Durante mucho tiempo ninguna de las dos cedía ante los deseos de la otra por lo que no
llegaban a un acuerdo. Varias horas de discusión pasaron hasta que por fin llegaron a un
consenso y una de ellas dijo:
Fue de este modo como lograron evitar todo tipo de problemas y su amistad perduró para
toda la vida.
Muy angustiado ante aquella situación empezó a pensar para ver que podía hacer con tal
de liberarse del malvado lobo. El tiempo que le queda era poco pues el feroz animal se
acercaba con prisa. De repente una idea alumbró su cabeza y consistía en engañar al lobo
haciéndole creer que se había clavado una espina.
Para no levantar sospechas el borrico empezó andar bien despacio y a simular una cojera,
y con cara de dolor empezó a emitir gemidos. De momento el lobo apareció frente a él
con sus colmillos y garras afuera preparado para atacar, pero el burro continuó con su
plan y siguió fingiendo.
– Menos mal que está usted por aquí es que me ha ocurrido un accidente y solo alguien
tan inteligente como usted, señor lobo, podría ayudarme.
– ¿Qué es lo que te ha ocurrido?- dijo el lobo muy gustoso ante aquellas palabras y
haciéndose el muy preparado.
– Como siempre andaba muy distraído y me he clavado una espina en una de las patas
traseras. Tengo tanto dolor que casi ni puedo caminar.
El lobo ante aquella situación pensó que nada pasaría por ayudar al pobre burrito pues
este estando herido no podría escapar de sus garras e igualmente se lo iba a comer.
– Levanta la pata para ver que puedo hacer por ti – dijo el lobo.
Colocándose detrás del burro agachado empezó a buscar pero no veía ni rastro de aquella
astilla que el borrico mencionaba.
– Si, claro que hay, mira bien en mi pesuña pues me duele mucho; si te acercas más podrás
verla.
Nada más que el lobo pegó sus ojos a la pesuña, el borrico le dio una enorme patada en
el hocico y salió rápidamente para protegerse en la granja de su dueño. Por su lado el lobo
quedó tendido en el suelo muy golpeado y tenía hasta cinco dientes rotos.
– ¡Qué tonto soy! Si no me hubiese creído más listo que nadie, ese borrico no me habría
engañado y ahora no estaría aquí tendido en el suelo.
Moraleja: Si no sabes hacer las cosas no te metas pues como dice el refrán zapatero a tus
zapatos.
Fue entonces cuando se le ocurrió la siguiente idea: era tanta la insistencia del león que
le dijo que parecía ser un esposo merecedor de su hija pero que si quería casarse con ella
debía arrancarse los dietes y cortarse muy las afiladas uñas pues su hija le temía
muchísimo a eso.
Era tanto el amor que sentía que el león aceptó las condiciones y llevó a cabo lo pedido.
Cuando volvió a ver al labrador sin sus dientes no garras, este sin piedad ninguna lo echó
de su casa a golpes.
Moraleja: Tu defensa es lo único que te permite que te respeten así que nunca confíes
como para despojarte de ella pues todos los que te respetaban entonces podrán vencerte.