La Obsesión de Un Lunático
La Obsesión de Un Lunático
La Obsesión de Un Lunático
Les voy a contar algo que me sucedió hace alrededor de cuatro años y cuyo recuerdo
delirantes pasajes de mi vida pasada hoy día aún me persiguen apenas las sombras de un
espíritu aquellos recuerdos que, por otra parte, me siguen causando un placer morboso.
Gracias a la bendita luz del cielo y a la sana quietud interior, hoy soy un hombre casi
renacido, a no ser porque todavía mi memoria se ve exaltada por esos recuerdos de los
En fin, sin más preámbulos, en el año de 20** vivía con mis padres y pasaba por una
crisis existencialista indecible. De joven fui siempre retraído, apocado, una especie de
personas con las que tuve algún trato compartían el vicio de las drogas y el alcohol, y
puede decirse que de alguna manera me dejé influenciar por ellos, pues cuando entré a
la preparatoria comencé a fumar marihuana y a beber alcohol sin medida todos los fines
de semana, sumido en una negra ignorancia. Desde que era niño siempre vi a mis padres
discordancia que había entre ellos. Sin embargo, hoy día me doy cuenta que todos esos
problemas que había en nuestra familia era por la falta de dinero y por cosas
insignificantes, pues en el fondo sé que mis padres y mis hermanos son gente buena.
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En aquel entonces yo tenía veintiséis años; nos embargaron la casa donde vivíamos
porque teníamos una deuda de hace como diez años, y por necesidad nos mudamos a la
casa del abuelo, en un terreno espacioso sembrado de árboles. Ahí, a duras penas,
jubilación, y yo vivía con ellos, con el abuelo, con los tíos, primos y muchas visitas que
Me crié con tres hermanos, uno de ellos vivía con su esposa y sus dos niñas en un
departamento que rentaba a unas cinco cuadras de la propiedad del abuelo; otro
hermano se fue a rentar solo un cuarto en una colonia vecina, y mi otro hermano, con el
que tenía más trato, se fue con su novia a vivir en la casa de la madre de ella. De tal
manera, que quedé solo con mis padres en la reducida casa, aguantando coexistir entre
tantas visitas que iban con el abuelo, soportando el ruido de la odiosa programación
televisiva que casi diario veían mis padres, las frecuentes discusiones a causa de la
miseria en la que estábamos sumidos, las observaciones quisquillosas del abuelo, las
críticas que recibíamos a espaldas de parte de la gente que según era nuestra familia. En
una palabra, me era casi imposible seguir viviendo en aquel lugar, no podía tolerar la
presencia de esta gente que nos saludaba con los dientes para afuera. Me di cuenta que
dinero para apoyar a la economía del hogar, y no podía desarrollar una vida artística
que día a día me asfixiaba lentamente; la naturaleza me había arrojado a este mundo con
un espíritu tímido y huraño, lo cual causaba que tuviese dificultades para comunicarme
Dando por hecho que no podía seguir viviendo de esta manera, resolví buscar trabajo a
donde sea. Transcurrido más o menos un mes, después de fatigas, vanos esfuerzos,
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sudor, falsas apariencias, y de maldecir incontables veces la corrompida sociedad, me
vivir solo, y al primer mes de trabajo me fui a rentar un cuartucho en una colonia
céntrica de la ciudad, donde pagaba mil doscientos pesos. Disponía al mes de sólo dos
mil pesos para subsistir, una verdadera miseria para cualquier persona en estos tiempos
tan negros donde gobierna el perverso Nuevo Orden Mundial. Como contaba con poco
dinero para pasar el día, procuré no pagar luz para contar con un poco más de dinero
para mis gastos personales, pues casi a diario iba a una parroquia donde algunas
hermanas me daban de comer. Aunque me había ido a rentar solo, visitaba a mis padres
dos o tres veces por semana, pues en el fondo nos teníamos afecto, aún viéndose
ensombrecido constantemente por los problemas de la vida diaria. Pues sí, me había
El barrio en que recientemente había llegado era tranquilo, además, nadie me conocía,
era un extraño para todos lo mismo que ellos para mí, y por mi sencillo aspecto
desaliñado, no ponía cuidado en que alguien quisiera asaltarme, pues, ¿qué podrían
robarme?
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Finalmente, a principios de noviembre abandoné el miserable empleo. En el transcurso
de dos meses llegué a ahorrar apenas mil pesos, hacía un mes que no le pagaba la renta
a la casera, y las circunstancias me hicieron ver que las opresivas garras de la miseria
vagabundeaba por calles desconocidas sin rumbo fijo, me figuraba como un extranjero
que había venido a este mundo a aprender del sufrimiento y experimentarlo para poder
alcanzar algún día la verdadera felicidad, tranquilidad y gozo que habitan eternamente
opaco color verde oscuro, ahumadas, adornadas de telarañas, y en cuyo interior sólo
había una destartalada mesa de madera, un colchón viejo, un pequeño baño donde
estaba un mueble de dos cajones, y un antiguo candelabro de varios brazos que estaba al
pie de una ventana que se abría en dirección al agradable patio sembrado de girasoles de
una casa de dos pisos que lindaba con el cuarto donde rentaba. Como no pagaba luz
eléctrica, cuando llegaba de mis paseos nocturnos encendía el candelabro, aunque casi
siempre (y más con la aproximación del invierno) en el cuchitril reinaba un sutil aire
frío, y, como se mezclaba con la lóbrega y triste sombra que daba a la vivienda un pino
De día me la pasaba tendido en el colchón divagando sobre mi vida que en ese entonces
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necesidad de salir de aquel triste pozo, salía a las calles, recorría parques, y me la
pasaba vagabundeando hasta bien entrada la noche. Sin embargo, al cabo de unos días
caí en la cuenta de que acabé por sumergirme en una monotonía y flojedad lamentables.
Necesitaba algo que me motivara a vivir de verdad, pero no acertaba qué era ese algo;
quizá una mujer, o un cambio de ideas, o tener una visión optimista de la vida, o
calma sobre los buenos caminos que podía seguir. No obstante, llegaba la noche y
funeste idea de ahorcarme, pero siempre me quedaba irresoluto a llevar a cabo tan
confuso y desesperado acto; en el fondo algo me decía que no debía por ningún motivo
dar fin a mi propia existencia…era algo absurdo, terrible, oscuro. Pero entonces, ¿que
debía hacer para encontrarle sentido a la vida? ¿Cuándo llegaría a saludarme y quedarse
cambió.
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II
Poco después del mediodía, llevaba un buen rato recorriendo a pie una transitada
avenida con el fin de dirigirme a una interesante biblioteca que cerraba sus puertas a las
fresca y espaciosa sombra de un frondoso árbol del nim que estaba cerca de ahí para
descansar un poco. Había varios chicos uniformados que platicaban y reían, era evidente
padres, pero como oía charlas insustanciales y estúpidas por parte de ellos, acabé por
la criatura más encantadora y dulce que jamás había visto en toda mi vida. Un
Era una niña de unos catorce o quince años, de facciones adorables y muy bien
dibujadas, con un figura exquisitamente bien proporcionada y con una carita angelical
castaño claro caía en mechones desordenados sobre sus mejillas y sus hombros hasta
flotar alrededor de su curvilínea y esbelta cintura; tenía la piel blanca y sus mejillas
virginales parecían amasadas con pétalos de rosa, era como si en su suave cutis dejara
descansar cada noche pétalos de la más colorada amapola. Vestía una camiseta color
azul marino con el logotipo de la escuela, una sutil falda tableada del mismo color que
le llegaba encima de las rodillas, tenis rosas y unas calcetas negras que subían por
encantadora virgen, me acerqué con ademán distraído a ella para verle los ojos, pero
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para ello debía preguntarle o decirle cualquier cosa que al menos llamara su atención
unos momentos…Pero, ¿qué podía decirle un hombre tan tímido como yo?, ¿cómo
abordarla? Si bien no era una de esas bellezas que cantaban los poetas del dorado
carnosas, sus infantiles curvas, y la tierna proporción de sus agradables facciones era
detenidamente en sus piernas: era una carne fresca, suave, blanca, y bajo la falda que
cubría sus muslos, imaginé una vagina rosadita y jugosa, el más hermosa santuario de la
creación. ¡Ah, dios mío, qué cuerpo virginal! Juro que toda su persona rebosaba de
dulzura, no podía creer que tuviera a unos pasos de mí a esta criatura angelical, era
aquellos momentos era verla a los ojos, entonces, con paso trémulo e indeciso, me
—Hola, chica, disculpa…,eh… ¿sabes si en esta escuela recitarán poemas en ruso hoy
por la noche?
Fue una pregunta realmente absurda; no obstante, por fin miré sus ojos de cerca: quedé
como transportado en un deleitoso sueño al verle los ojos. Eran hermosos y redondos,
bien puestos, con el iris de color ámbar y con unos ligeros tonos verdes, eran tan claros
que podía ver mi imagen reflejada en ellos, tenía las pupilas dilatadas (quizá fuera por la
atención, tanto, que tuve la sensación de que el tiempo se había congelado y las
personas y cosas que nos rodeaban parecían inanimadas, fue ver la singular dulzura
deliciosa, me miró con una mirada de un tímido y desconcertante pudor, muy propia de
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su agraciada figura, y me respondió a media voz a la vez que hacía un ligero
—No…no…
—Oh, está bien…, gracias…—le respondí, y quedé perplejo mirándola fijamente a los
ojos; no podía apartar de ella mis ojos, tras unos breves segundos noté en su carita una
expresión de ligera incomodidad, sus ojos parecían decirme: “No quiero estar sola con
sostener mi intensa mirada en su tersa carita, ella se alejó unos pasos de mí sin dejar de
verme con ojos en los que distinguí una expresión de vergüenza, como si la hubiera
desnudado con la mirada. De pronto, se acercó a una chica morena y de esbelta figura,
le susurró algo al oído respecto a mí, pues noté que mientras movía los labios me
latir con más fuerza, sonreía para mis adentros, no obstante, me di cuenta que la chica se
sentía acosada por mi presencia, de modo que volví el rostro hacia la calle y empecé a
silbar con fingido aire despreocupado, sin que por ello no pasara un solo momento en
que no dejara de mirarla. Pero la verdad es que una llama abrasadora me devoraba por
dentro, pues experimenté por esta exquisita criatura un sentimiento carnal indescriptible.
Tenía tantos deseos de tocarla, que estuve a punto de volver a acercarme a ella, pero
después de unos dos o tres minutos subió junto con su amiga a un camión urbano. Se
fue. No recuerdo cuánto tiempo permanecí abstraído, inmóvil, con la mirada perdida y
con una vaga sonrisa en los labios en la que se traslucía un síntoma de locura. Un deseo
aquella niña adorable, hacerla mía como sea, día y noche tenerla para mí sola,
disfrutarla sin cesar, nalguearla hasta dejarla enrojecer…Mi existencia había cambiado
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de manera drástica, aguda, intensa, extraña. La imagen indefensa de esta niña ocupó
claros ojos. ¿Cómo conocerla? ¿De qué manera me ganaría al menos su amistad? ¿Qué
tenía que decirle para empezar una conversación? Para mi desventaja, la diferencia de
edad era notable, le llevaba como once o doce años, me había presentado ante ella
vestido con una camiseta andrajosa, con una barba de más de dos semana sin rasurar (lo
que me daba un aspecto un poco mayor), y como llevaba días sin comer y dormir bien,
tenía ojeras y mi tez había adquirido una palidez opaca. Aunque, a decir verdad, no me
rasurado en aquel entonces mostrando un cutis limpio, fácil aparentaba tener a lo menos
veinte o veintiún años. Pero en aquellos ensombrecidos días mi apariencia era lo que
confusa existencia.
despejado y la pálida luz azulada del crepúsculo naciente se colaba por la ventana y
dejaba la pieza sumida en una peculiar atmósfera tristemente poética. Me sentía muy
extraño, no tenía hambre ni ganas de salir, de nada, sólo de volver a ver a la encantadora
criatura. Ansiaba con vehemencia tener en mis brazos su apetecible y tersa carne, esta
pensé que me sería casi imposible dormir sin volver a ver a esta niñita tan bonita de
mejillas encarnadas. Estaba solo sin saber qué hacer, lo único que me acompañaba eran
algunos libros que desde hacía algún tiempo había adquirido en diversas bibliotecas y
librerías. Tenía tales como El Castillo de Otranto, de Walpole; Justine o los Infortunios
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de la Virtud, de Sade; Los Elixires del Diablo, de Hoffman; La Flor Roja, de Garshin, y
parecía estar en consonancia con mi extraña y melancólica manera de ser. Hacía algún
Dostoievski, pero en esos momentos no me sentía con ánimos de leer, así que mejor salí
del cuarto y me dirigí a un parque que distaba unas seis cuadras, cerca de la preparatoria
Era pleno crepúsculo. En cuanto llegué me fui al fondo del parque que estaba cercado
por los alrededores y donde crecían frondosos árboles de la india. Miré a mi alrededor:
había niños jugando acompañados de sus padres, varias personas que caminaban afuera
de la pista, alguna que otra pareja de novios y unos chicos que jugaban fútbol en una de
las canchas que están al otro extremo del parque. Todas las caras me eran desconocidas,
caminaban haciendo ejercicio; y si bien fijé la vista en varias nalgas bien abultadas, mi
afición eran las niñas, y en cuanto pensé en la chica que miré en la escuela, estas
Me hallaba oculto detrás del grueso tronco de un frondoso árbol, de modo que nadie
reparaba en mí…, y ahí permanecí durante unos siete u ocho minutos cuando de
repente, a unos veinte pasos de mí, venía trotando con paso suave la misma criatura
encantadora que contemplé afuera de la preparatoria, la misma deliciosa niña por la cual
cuerpo se enardeció y fijé los ojos en ella sin perderla de vista ningún instante: no me
atrevía a hablarle, no sabía qué decirle, y durante unos minutos me limité sólo a mirarla.
Iba vestida con un pants de licra de color negro, una camiseta del mismo color que le
quedaba deliciosamente entallada al igual que el pants, y llevaba tenis deportivos color
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azul. El negro de su vestimenta hacía resaltar exquisitamente la blancura de su piel.
Podía ver claramente sus pechitos ajustados e infantilmente pronunciados, unos pechitos
muy tentadores, pues me había acercado sigilosamente a ella escondiéndome detrás del
tronco de otro árbol que estaba más cerca de ella. Su larga cabellera estaba peinada en
una bonita trenza de cola que le llegaba por encima de sus carnosas y duritas nalgas.
En cuanto la chica detuvo su caminata, consultó un celular que traía consigo en una
pequeña bolsa de mano, y se puso a escribir un mensaje; luego de unos segundos, metió
de nuevo el celular a la bolsa, y la dejó en una banca que estaba enfrente de ella, y se
puso hacer ejercicios de estiramiento. Poníase en poses seductoras, levantaba los brazos
a la vez que inhalaba y los dejaba caer suavemente en cuanto exhalaba, y mientras hacía
esto pudo ver su suave y blanco vientre. Hizo un par de sentadillas, pero lo que acabó
por llenarme de un ardor sexual desmesurado fue cuando se acostó en el suelo y empezó
a elevar y abrir sus piernas. El solo hecho de verla en esa postura era algo realmente
delicioso, no cesaba de mojarme los labios con la lengua, su grácil figura se movía con
hacerme ver que lo que me estaba ocurriendo eran los brotes de una fijación enfermiza.
¡Pero es que esta niña era toda una delicia! ¡Lo juro, una verdadera delicia!
Mientras la espiaba, murmuré en voz baja: “No cabe duda, es virgen… ¡sí, es una virgen
indefensa y muy bonita!..., está como quiere… ¡cómo me gustaría hablarle!... ¿pero qué
le digo? Soy un hombre en extremo huraño y tímido, además, ella es casi una niña…,
aunque, ¡qué importa! ¡Mejor aún que sea una niña!..., maldita sea, qué frustración es no
poder tocar siquiera la manecita de tan encantadora criatura…, pero… ¿qué demonios
estoy diciendo? ¡Claro que puedo!, sólo me acerco a ella y en cuanto estemos solos los
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dos…, pero soy capaz de… Me está volviendo loco…, juro que la desvestiría con sumo
duermo… Tengo que hablarle, quiero conocerla, pero si tengo el valor de hacerlo es
preciso que me muestre como un hombre inofensivo…, sí, debo dirigirme a ella con una
sonrisa amistosa…, vamos…, anímate… ¡No!, ¿para qué me engaño? Mejor espero el
¿cómo me introduzco en su confianza?...Vas a ser mía, nena…, juro que vas a ser
mía…”
Eché una ojeada alrededor: no había nadie cerca de nosotros, entonces, di cuatro o seis
impresión de que su pecho se agitó ante mi inesperada presencia, y estaba claro que
sentía una especie de miedo al verme que la espiaba desde una sombra oculta.
—Te juro que no estaba espiándote—le dije de repente con voz insegura y con una
sonrisa que pretendía ponerme en un aire amistoso; di dos pasos hacia ella y observé
que sus mejillas se colorearon de un rubor escarlata, pero se notaba por su mirada que le
¿vienes diario aquí?..., eh…—dije estás últimas palabras como intentando empezar una
conversación sana.
— ¿Me está siguiendo?—dijo ella a media voz, y a juzgar por sus expresiones faciales
—A decir verdad, hace unos momentos que te acabo de ver—respondí con una
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bonita, te ves muy bien cuando hacer ejercicio, y sobre todo en esas posturas…,
— ¿Para qué quiere saberlo?—balbució la chica, y al ver fijamente sus ojos claros y por
—Quiero conocerte, eres una chica demasiado linda—le dije, pero esta vez mi tono de
voz se oyó como un susurro íntimo, sombrío, insinuante—… ¿Sabes?, me gusta mucho
cómo lucen tus mejillas sonrojadas…,eh.., ¿siempre las tienes así de encarnadas?—y en
esto, di un paso más y unos escasos centímetros nos separaban el uno del otro; me
cuerpo virginal: clavé mis ojos brillantes en sus tetas, que estaban bien duritas, y en sus
ante mi lasciva mirada; retrocedió sin dejarme de mirar a los ojos, y parecía que quería
enrojecidas mejillas!
—De verdad, no te haré daño—le dije con lentitud a la vez que un ligero temblor me
sacudía de pies a cabeza—…Vivo solo, rento un cuarto cerca de aquí… ¿quieres venir
Creo que estas palabras le mostraron claramente lo que pretendía llevar a cabo con ella.
llevármela al cuarto. Miré fijamente sus pupilas: estaban muy dilatadas y podía leer en
sus ojos un delicioso miedo que me alimentaba, a cada segundo que pasaba me tentaba
más y más, y era como si me dijera: “¿Qué quiere hacer conmigo? ¿Me quiere quitar la
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pasos apartándose de mí, y luego salió corriendo como si huyera de un depredador
sexual, mientras que yo permanecí clavado en mi sitio sin dejar de mirarla y sin saber
qué hacer. Noté que mientras la niña corría a veces volvía el rostro por temor de que yo
sujeto de unos cuarenta años, de poblado bigote negro y de constitución fornida, que iba
acompañado de dos niños, quizás sus hijos, había reparado en la chica y en mí, y a ojos
vistas me tomó por un acosador sexual. Mientras miraba a este sujeto con un estupor
estúpido, observé que sacó de uno de los bolsillos del pantalón un celular, luego marcó
brevísimos segundos, advertí que este hombre muy probable estuviese hablando con la
policía, de manera que, con paso lento, me alejé poco a poco mirándolo de reojo, y
cuando estuve más retirado de él, tomé la resolución de echar a correr con un fingido
aire deportista. Entre más me alejaba de aquel sujeto entrometido, mi pecho se sentía
había rechazado, le inspiré temor, era muy difícil de que llegara a ser mi novia, de
forma en mi mente. “Te desdeño, te rechazó, le diste miedo”, estas palabras sonaban
atención… después de unos minutos, salía de ahí con dos botellas de whiskey.
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III
A eso de las nueve de la noche, me hallaba dentro del cuartucho sin dejar de pensar con
agitábanse mis ahorros, y con la compra de estas dos botellas de whiskey escocés reparé
en que me había gastado de un sentón casi quinientos pesos, acabando por disponer de
sólo doscientos pesos. Pero en aquellos momentos el dinero era lo que menos me
importaba. Durante todo el día sólo había comido dos panes dulces y un plátano, sin
embargo no tenía hambre, pues estaba tan ensimismado pensando en la chica que todo
lo demás carecía de necesidad, y, dicho sea de paso, también se debía a que estaba
acostumbrado a una dieta frugal y a beber abundante agua, lo que hacía que me diese
menos hambre.
Cuando llegué al cuartucho, me quité la camisa de manga larga que tría puesta, me puse
una raída sudadera para protegerme del frío que se colaba por las rendijas de la ventana,
me serví whiskey en una vaso de vidrio y me paré junto a la ventana mirando de cuando
en cuando el cielo nocturno y la calle mientras bebía lentamente. Aunque era fuerte, el
whiskey sabía bien, y a partir del segundo vaso bebí con avidez sin dejar de
menos de dos horas había vaciado casi por completo una botella de whiskey con
cuarenta grados de alcohol. La atmósfera del cuarto lucía triste a la amarillenta luz del
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intensa excitación que me produjo esta niña; de repente, lanzaba carcajadas lúgubres y
por ella un cálido y romántico sentimiento, no la veía como una chica ideal, sino más
satisfecho de oírla gemir ante mí, vulnerable y suplicándome con lágrimas en los ojos
una especie de ente sádico…Pero, ¿saben ustedes lo que causa un ente sádico en la
mente de un lunático? Pues era que este agente externo e insano engendró en mi cabeza
una decena de imágenes infantiles empañadas de sangre; pero especialmente había algo
peculiar en ello: en cada una de estas imágenes (que eran cuerpos de niñas de menos de
quince años) estaba el rostro de ella. “¡Vas a ser mía, niñita!—gesticulaba sonriendo
mirarme a los ojos… ¿entendiste? ¿Verdad que eres virgen?...Vas a ser mía, vas a ser
mía”. De pronto, agitado por esta enfermiza idea, sentí impulsos de salir a la calle para
buscarla en donde sea, pero en cuanto daba algunos pasos advertí que sería una locura
trastornando? ¿Quién dice que esto es malo?, ¿por qué ha de estar vedado hacer mujer a
una niña de menos de quince años! ¡No, claro que no!, ¡es de lo más natural enamorarse
de una niña!, ¡no hay nada de perverso en ansiar con vehemencia a una niña, es la
naturaleza la que nos ha creado así!...Rechinaba los dientes, pero no era a causa del frío,
sino por la abrasadora ansia de violarla. En resumen, aquella noche me hallé extraviado
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Tardé mucho en dormitar, y entreveía la alborada por la ventana, cuando el cansancio
me aplastó por completo y caí en un hondo sueño de muerte. Lo último que recuerdo es
que me veía inmerso en una impenetrable oscuridad. A eso de las once de la mañana me
desperté sobresaltado con los pelos de punta y lanzando un grito horroroso, mi cara
estaba empapada por un sudor helado y claramente había echado espumarajos por la
boca, pues miré que la parte superior de la sudadera negra que llevaba puesta estaba
mojada de abundante saliva. No fue para nada un reposo suficiente, aún me hallaba bajo
corazón seguía agitado quizá a causa de una pesadilla o de un sueño tortuoso del cual no
recuerdo nada.
En cuanto me desperecé bebí abundante agua, me lavé la cara con agua fría, me dirigí a
Estuve pensando que la chica no quería tener ningún trato conmigo, estaba claro que le
disfrutar de aquella carne apetecible?, ¿qué debía hacer?, ¿qué le diría para atraerla
cerca de mi cuarto, agarrarla desprevenida y amarrarle los brazos para disfrutar a mis
lugar oculto y apartado?, ¿cómo se llamaba?, ¿dónde vivía?, ¿qué le gustaba hacer y qué
planteándome estas cuestiones, tocaron a la puerta; sin embargo, los golpes los oía
como si viniesen de lejos (a pesar de que en realidad me encontraba a poco más de dos
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cual observé con la boca abierta como si me hubiera causado sorpresa su inesperada
presencia. Era esta una mujer de unos cuarenta y tantos años, alta, metida en carnes, y
de ojos de un peculiar tono azul grisáceo. Tenía el cabello negro y recogido en forma de
moño, y algunos mechones caían sobre sus hombros; se descubría en toda su persona
detenidamente supe que bajo el vestido gris que la cubría, había un cuerpo apetecible,
de caderas anchas y piernas seductoras. La primera vez que la vi no reparé en ella, sólo
recuerdo que me dijo su nombre y que era viuda mientras me mostraba el pequeño
cuchitril deshabitado que le renté. Pero hacía dos meses que no le daba ni un peso.
En medio de un pasmo rayano a lo risible nos miramos el uno al otro durante unos
veinte segundos.
mirarme con un aire de recelo—. Sólo he venido a decirle si tiene al menos un abono
del alquiler.
—Me da pena con usted, señora Lucía—le respondí con voz apagada—, pero la verdad
pausadamente unos dos o tres pasos para examinarme de cerca—. Bien recalca la Biblia
cuidadosamente.
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—Sin embargo, lo noto extraño, ¿qué le sucede?
—No dormí bien, nada más…—y de pronto me levanté y me puse frente a ella—. ¿Se
La mujer me miró con los ojos muy abiertos y con indecisión, y, en cuanto la observé de
—Le hace falta descansar y comer bien—me dijo, y parecía querer decirme algo más
pero a juzgar por su semblante indeciso no supo qué. Entonces, de pronto, me sentí
seducido y excitado al tener de cerca a esta cuarentona, y no pude evitar clavar mis
hambrientos ojos lujuriosos en sus pechos que se dejaban ver tentadoramente en ese
ligero vestido que traía puesto: tenía unas tetas abultadas, blancas y muy redondas. Sentí
un deseo ardiente de mamar aquellas ubres rosadas. Pero la señora Lucía, dándose
cuenta de que le miraba los pechos, retrocedió turbada y, antes de retirarse, me dijo
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IV
Mi ocupación durante las siguientes tres semanas fue espiar a la encantadora chica. Me
hambriento de su cuerpo virginal. Pero me daba cuenta de que esta pretensión mía
quedaba atascada ante las posibles desastrosas consecuencias que traería mi enfermo
envolvía en una noche artificial, cubría la única ventana que había con una cortina de
color café oscuro que impedía que los rayos del día penetraran en el interior, pues en la
desnuda frente a mí, para hacerle lo que se me viniese en gana. Ansiaba con una locura
abrasadora pellizcar y lamer sus pezones…, pero estas ansias debían convertirse en
acciones, debía actuar, debía elaborar un plan sobre cómo raptarla, buscar un medio que
me facilitara hacerlo, un engaño certero…, tenía que hacerla mía como sea. Para serles
sincero, de buena gana me hubiera gustado ganarme su corazón mediante una vía noble,
pero al recordar nuestros dos encuentros eché de ver claramente que aquello era casi
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ella me enloquecía, y lo que más me atraía y me trastornaba de su persona era el pudor
virginal de su cara. ¡Tenía que tener su carita entre mis manos, pellizcarle violentamente
Dos días antes de la posada que se llevaría a cabo en la preparatoria, me hallaba, como
encuentro que tuvimos en el parque, pues los días siguientes procuré ocultarme,
alejándome a la esquina o del otro lado de la calle en cuanto veía que se aproximaba,
pero esta ocasión llevaba puestos unos lentes oscuros y un sombrero de paja que me
camión, a platicar, o a divertirse con tontería y media. Yo estaba impaciente por verla a
ella, miraba a todos los rincones del interior de la escuela, pero no la veía…hasta que,
después de unos quince minutos, la miré que venía acompañada de la misma chica
morena a la que le advirtió sobre mi presencia la primera vez que la vi. Para no seguir
viéndola temiendo que se diera cuenta de mi presencia, volví el rostro hacia la avenida
silbando con aire despreocupado; en esto, noté de reojo que ella y su amiga estaban tan
cerca de mí, que podía escuchar claramente su conversación. ¿Qué decían? Pero yo no
oía sus palabras, sólo me concentré en mirar de reojo a la niña de claros ojos, volvía a
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“¡Oh, Adaris, Adaris, Adaris!—pensé con una sensación agradable al saber por fin el
—Claro que sí, llegaré como a eso de las cinco—respondió Adaris sonriendo—. ¿Te
—Me gusta más bailar—respondió la amiga—. Oye…, antes de irme, quiero decirte
algo.
—No tiene caso que lo sepas ahorita, mañana lo sabrás..., no seas impaciente… ¡ahí
Se despidieron con un beso, y, durante un rato, Adaris se quedó parada con aire
la palabra? Por supuesto que no, era mejor esperar el momento adecuado para… ¿para
qué? Después de reflexionar, resolví seguirla hasta su casa, necesitaba saber dónde y
con quién vivía. Entonces, la busque con la mirada y observé, pasmado, que se alejó
sola a pie por la avenida F…, hacia el norte de la ciudad; me incorporé en seguida, y la
seguí silenciosamente, preguntándome por qué se había ido sola, cosa que no
acostumbraba hacer. Apenas habíamos caminado cuatro cuadras, observé que la chica
dobló por una calle y tras unos pasos se internó en una casa de dos pisos de paredes
color azul blanquecino, bien enrejada, con un espacioso patio adornado de flores, y en la
cochera había una camioneta de modelo reciente. No vivía muy lejos de la escuela y al
parecer vivía con sus padres. En aquella casa sin duda había gente.
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Di por hecho que sería muy difícil llevar a cabo mi acto sexual en su casa, era muy
los sesos pensando en dónde podría hacerla mía sin que nadie lo supiera. Pero, ¿en qué
lugar? Pensaba que para ello era indispensable atraerla a un sitio apartado mediante un
había escuchado que Paulina le daría un regalo, se me ocurrió escribir en una carta,
haciéndome pasar por Paulina, que el susodicho regalo se lo entregaría en tal dirección
al bulevar miré a un transeúnte y le pregunté dónde había una papelería, y me dijo que a
la siguiente calle al doblar a la izquierda estaba una. Corrí hacia allá sin dejar de sonreír
burlonamente; llegué, compré un sobre, una hoja blanca y una pluma de tinta azul y
luego me dirigí hacia una banca para escribir la carta. Escribí con una letra delicada,
dibujé corazones y caras de gatos en miniatura para darle un toque de amistosa dulzura.
En la carta se decía, de manera breve, que el regalo sería entregado entre las calles B…,
y R…, en la colonia O…, afuera de una casa de dos pisos color azul claro, donde la
destinataria sería recibida por su amiga de quien la escribía, después se irían juntas
que le mandaba muchos besos y abrazos. Empero, a decir verdad, la dirección que había
gran terreno repleto de árboles secos, que estaba a orillas de la colonia O…, en una
parte no muy frecuentada por personas, alejada de las demás casas y que lindaba con el
incontables vagabundeos por las calles, tuve la ocasión de pasar frente a aquella tétrica
construcción y en medio de mis cavilaciones se me antojó pensar que era una casa que
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había sido abandonada por una familia cuya generación acarreaba desde hacía siglos
una sombra fantasmal y opresora. Como se ve, tenía espíritu novelesco de empedernido
poeta gótico. Estaba completamente abandonada, y a juzgar por el perturbador aire que
se respiraba en aquel aislado paraje, supuse que nadie tenía interés en comprar o alquilar
aquella lúgubre morada…, o tal vez tendría dueño, pero la había abandonado a causa de
un terrible suceso paranormal que ocurrió dentro de sus habitaciones. Sin extenderme
carta en el sobre de correos de tal manera que se mostrara visible, toqué el timbre y corrí
como un chicuelo hacia la esquina ocultándome detrás del tronco de un árbol para
hermosa Adaris; aún llevaba puesto el uniforme escolar, miró alrededor y de repente
tomó su carita angelical al leer la carta, pues estaba bastante retirado de ella.
enrojecidas haciéndola gemir con las piernas abiertas. ¡Cuán placentero debía ser
Pasé el resto del día deambulando sin rumbo fijo, y sólo sé que llegué al cuarto en la
noche. Me había comprado una botella de mezcal de un litro que tenía alrededor de
cincuenta grados de alcohol, y volví de nuevo a la bebida. Durante las tres semanas que
llevaba acechando a la chica, el poco dinero que me restaba y el que conseguí a duras
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embriagantes, y casi todas estas noches me la pasaba sumido en un miserable y delirante
estado de borrachera.
proporcionó un sujeto del barrio, y luego me tendí sobre el colchón sonriendo con un
abandonada. Al cabo de veinte minutos, caí en una profunda somnolencia, sin embargo,
deprimente. De repente, creía sentirme arrebatado por ataques de pánico, pero no podía
moverme; a veces, podía mover mis miembros empapados por un sudor frío, otras
veces, creía escuchar voces graves que me incitaban a degollar niñas para beber su
sangre, y durante un buen rato esas voces me sumieron en una paranoia perturbadora.
Cerraba y abría la boca con furia, miraba cada rincón del cuarto temiendo que,
tiempo, y en ciertos momentos sentía que algo invisible intentaba asfixiarme. En cuanto
de repente observé de una manera muy viva a la deliciosa Adaris frente a mí. Ella se
sonreía de una forma seductora. ¡Oh, qué suaves y blancos muslos!, ¡dios mío, qué
muslos!, ¡qué placer encontraría al lamer esa carne tan blanca y delicada! Como un león
hambriento me lancé sobre ella, le despedazaba la blusa a la vez que rechinaba los
dientes, y entonces…, pero… ¡delirios y más delirios!, pues una densa bruma nos
envolvió y desperté riendo como un triste loco. El resto de la noche permanecí insomne
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frenético, les juro que me era imposible disipar semejante idea…, tenía que violarla,
éxtasis.
regocijante, pues en el atardecer la niña sería completamente mía. Sin embargo, apenas
me levanté noté que había un tono musical dentro de mi mente que resonaba con
monótona frecuencia, era un sonido hostil y enfermizo envuelto en un aire psicótico que
me dejaba una rara desazón. No sabría definir mi estado psicológico en esos momentos,
era indefinible. “Debes saciar cuanto antes tu devorador y ardiente deseo—me decía una
voz interior que me era desconocida—, busca a la niña, y no permitas que nadie se dé
podrías, ¡no te engañes a ti mismo! Si no la haces tuya, ¿qué cosa eres? ¿Un miserable
violarla y le dirás que se quede calladita si no quiere que su familia se vea malherida…
¡hazla tuya!, ¡rómpele el himen!” Me llevé las manos a la cabeza figurándome que mi
situación no tenía otra salida más que la de acatar lo que esa voz perturbadora me decía.
Salté del colchón, me puse una camisa oscura de manga larga que me venía grande, un
pantalón de color café, unos converse negros, después me lavé la cara y salí afuera con
una navaja cuya hoja medía un poco más de quince centímetros, la afilé y para que
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nadie me viera con ella la escondí cuidadosamente detrás del pantalón de manera que
quedara oculta bajo la camisa que llevaba puesta. De este modo, de ser necesario, podía
amenazar a la chica en caso de que quisiera gritar para que alguien la oyera. Me faltaba
una cosa más: en cuanto salí a la calle me dirigí a una ferretería a comprar un pedazo de
Por fin, a eso de las tres de la tarde me encaminé hacia la casa vacía. Era un día nuboso
me parecía que podía verse retrasada a causa del tipo de letra que empleé en la carta. No
estaba seguro que Adaris hubiera dado por hecho de que en realidad se trataba de su
amiga Paulina la que le había escrito a última hora, y bien pudo suceder que, tomándola
como una falsificación o una broma por parte de algún compañero suyo de la escuela, la
dentro de poco más de una hora llegaría sola justo enfrente de la casa abandonada?
¿Llegaría sola o acompañada de sus padres? ¿Qué otros obstáculos se interpondrían para
con numerosos cuartos grandes y con algunas ventanas cubiertas con viejas cortinas
oscuras que le daban un aspecto aún más lúgubre. Algunos árboles secos rodeaban a la
casa de tal manera que los rayos del sol rara vez daban a parar a sus paredes. Para mi
ventaja, la entrada principal de la casa no distaba mucho de la calle, sería unos diez
metros que debía avanzar en caso de que Adaris se quedara recelosa sin moverse en la
banqueta. Había una ventana en la parte de la sala donde podría observar deslizando un
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Todo parecía marchar a pedir de boca, sin embargo, una cuestión vino enseguida a
sexual, la chica corriera enseguida a denunciarme ante la policía o iría con sus padres o
de afirmar que la dulce niña no se atrevería a denunciarme, no diría ni una sola palabra a
nadie de lo ocurrido, pues una insuperable vergüenza le impediría hacerlo, cosa que es
natural en una jovencita de esa edad; además, la amenazaría con hacerle daño a su
oportunidad de volver a hacerla mía una y otra vez, pues estaba absolutamente
convencido de que para saciarme de esta deliciosa criatura haría falta poseerla cientos
de veces.
El comienzo del acto sexual se acercaba, consulté un reloj (que encontré en una caja de
cereal) y faltaba diez minutos para que llegara Adaris, la mayor fuente de placer. En
masturbarme con frenesí al imaginar las piernas, los pezones y los labios carnosos de
Adaris…, porque seguramente sus pezones eran rosaditos, como tanto me gustan en las
voy a arrancarte la ropa y a humedecer tus mejillas rojas con mi lengua… Vas a ser mía,
sólo mía…”, musitaba con aire enfermizo. Permanecía asomado por la ventana
por el ansia abrasadora de amasar pechitos femeninos, esas locas ideas me empujaban a
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todos que sólo se complace de ver rostros pudorosos llenos de miedo, de dolor sexual,
Volví a mirar el reloj y vi que por fin eran las cinco. Extrañamente, no había un alma en
la calle. Sólo de vez en cuando pasaba un carro…Se acercaba el momento del mayor
placer…, el corazón comenzó a latir con más fuerza…, de pronto, un taxi se paró frente
a la casa, agucé la vista: del coche descendió una chica muy joven, se acercó a la
ventana donde estaba el chofer, le pagó y unos instantes después el taxi se alejó y la
calle volvió a quedar desierta. Un deseo sexual indecible ardió dentro de mí al instante:
frente a la entrada de la casa estaba Adaris, luciendo un hermoso vestido corto con
mangas de color azul rey que le llegaba por encima de las rodillas. Se veía
gemir!, ¡hazla tuya, date prisa!” ¡Estaba loco, temblorosamente loco! El ansia de tocar
su carne me empujaba infaliblemente en hacerla mía cuanto antes. Clavé los ojos en
ella: la niña miraba a un lado y a otro con desconfianza, y en cuanto miró en dirección
donde yo estaba oculto pude notar claramente que el temor pintó su semblante…Pues,
¿dónde estaba su amiga? ¿Qué tenia que hacer ella en aquel lugar sombrío y
abandonado? ¿Por qué seguía inmóvil mirando con aire escrutador sin optar por irse de
obstante, me relamía al mirarla y me daba cuenta que la chica estaba sola, a unos
escasos pasos de mí. De ahí que debía actuar cuanto antes, lo más rápido posible. En tan
sólo unos breves segundos me figuré que tomaba su cuello blanco con mis manos para
estrangularla, que agarraba sus mejillas para amasarlas, para escupirlas…, pero en el
fondo lo único que quería hacer era violarla, nada más. Entonces, con locura febril corrí
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hacia ella, me escondí en un enmarañado matorral y cuando observé que ella estaba a
espaldas de mí mirando con aire indeciso la calle, salí y la agarré por detrás
desprevenidamente: la niña lanzó un grito, pero apenas lo hizo tapé su boca con la mano
delirio placentero:
— ¡Cállate, cállate!..., en unos momentos gritarás lo que quieras, pero aquí en la calle,
no.
La chica, temblando de terror, hizo un gesto afirmativo con la cabeza, y noté que al
hacerlo cada fibra de mi cuerpo ardía al tenerla por fin en mis manos, y al escuchar su
con una frialdad escalofriante. En seguida, la llevé conmigo dentro de la casa sin dejar
de amenazarla con la navaja, y nos dirigimos a una habitación apartada que daba con el
patio trasero y donde había en su interior una cama con un colchón blanco, cubierto
ligeramente de polvo. En cuanto puse la navaja en el suelo, la chica intentó huir, pero la
alcancé con facilidad, y, adoptando un aire morboso y feroz, le dije con lentitud:
—Escucha niñita: ¡voy a violarte! ¡Te violaré hasta el cansancio!, ¿me oyes?, gritarás de
dolor y querrás que me detenga suplicándome con gemidos… ¿Me tienes miedo,
— ¡Quítese, no me haga daño!—imploraba la niña con los ojos llorosos sin dejar de
temblar y de mirarme a los ojos con pavor, pero con un pavor pudoroso que me gustaba
y me hacía sonreír—. Haré lo que usted quiera, pero por favor no me toque—y comenzó
a gemir, mientras que me regocijaba al oír esos sonidos infantiles tan gratos para mi
oído.
—Eres una encantadora delicia—respondí con una entonación sombría, y con la yema
de los dedos palpé suavemente sus carnosos labios rosaditos—… ¿Crees que te voy a
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dejar libre sin verte desnuda?.. ¡Sí, mírame con ese miedo púdico que te hace ver más
adorable!..., ¿te gusto?..., estás deliciosa, niña, te deseo con ardor infinito…, te juro que
pasaría todo el día lamiendo tu cuerpo y tu carita de virgen… ¿verdad que eres virgen?
¡Contéstame!
—Sí…, sí…—balbució la niña sin cesar de temblar—. ¡Déjeme, por favor!...—y con la
mano derecha intenté palpar su pubis pero ella opuso resistencia—, ¡no me toque, no lo
haga...!, ¡ay, suélteme!—gimió al borde del llanto cuando pasé mi ávida lengua sobre su
— ¡Sí, grita más fuerte, sigue gimiendo!—dije apretando los dientes con furia lasciva y
escurriéndome saliva por la boca semejante a un perro con rabia—. ¡Me encanta que
grites y me mires de ese modo tan especial!..., ¡sí, mírame así!, te deseo tanto, eres mi
movió la cabeza en una gesto de negación, y al ver fijamente sus pupilas muy dilatadas
que me causaba un sumo placer—: voy a morder y lamer tus pezoncitos, ¿sí?
muy superior a la de ella, resultando inútil que intentara escapar de mis brazos —.
¡Déjeme!..., ¡no, no!—y sus labios rosaditos y húmedos se contrajeron, y noté que en
agarrándole las muñecas con más fuerza, le di una bofetada que la tumbó en el colchón.
En cuanto la vi acostada cubriéndose las mejillas con las manos y sin dejar de llorar, me
abalancé lentamente sobre ella, tomé sus brazos, los estiré, y, al estar encima de su
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carne fresca y tersa me hallé presa de un enfebrecido deseo sexual. Al verme encima de
ella, dejó escapar entrecortados gemidos que expresaban un púdico miedo que me
alimentaba—. Nunca he estado con una mujer—dije con voz trémula y baja, a punto de
pechitos blancos e insinuantes, ¡sí, como lo oyen!, ¡qué placer sublime me causó chupar
esos pezoncitos duros y rosados mientras la oía gemir y la sentía moverse de un lado a
entonces, le arranqué el vestido y le abría las piernas para violarla sin cesar con una
furia bestial…pero, de repente, justo en esos instantes se oyó una voz que provenía de la
entrada de la casa.
“¡Adaris, Adaris!, ¿estás ahí?” Rápidamente la tapé la boca a la niña con la mano y la
cuerpo. Esa voz era la de su amiga Paulina… ¿cómo supo que Adaris estaba en la casa
vacía?...Agucé el oído y escuché varios pasos…”Vente, hija, ¿cómo crees que tu amiga
va a estar aquí sola?”, se oyó otra voz, me di cuenta que era indudable que había gente a
como para que la oyera, yo apretaba más su boca, pero al echar una mirada escrutadora
— ¡Ayúdenme…, ayúdenme!
El mundo entero de derrumbó horriblemente ante mis ojos; sin embargo, en breves
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— ¡Vas a ser mía, te juro que vas a ser mía!—fue lo único que pronuncié antes de
lanzarme como loco fuera de la habitación atravesando una ventana abierta que daba al
patio trasero. Corrí con una fuerza extraordinaria y minutos después me interné en la
“¡Maldita sea, no pude hacerla mía!—pensé al verme solo entre los árboles—. Y ahora,
¿qué hago?” No obstante, en cuanto se aclaró un poco las brumas que oscurecían mi
estado mental, advertí que para esos momentos ya se habría dado aviso a las
cuarto. Para ello, tuve que escalar el cerro y salir por el otro lado donde estaba una
colonia.
Antes del anochecer comenzó a llover. Era de noche cuando llegué al cuarto empapado
de agua. En seguida me desvestí, busqué en un cajón del viejo mueble que estaba en el
la cara. Tenía que abandonar el cuarto cuando antes e irme a un lugar oculto…, pero,
¿adónde? Se me ocurrió raparme la cabeza, pero no tenía una máquina de rasurar para
ello. ¿Qué debía hacer? A cada minuto que pasaba una monstruosa inquietud me
devoraba por dentro como un gusano. Entonces, me puse el pantalón, que aún estaba
mojado, y una camisa de manga larga gris, me froté la cara con agua fría, y resolví irme
de ahí cuanto antes. Tomé una bolsa negra que se usa para poner basura, eché los libros
que tenía en ella y salí afuera cerrando con llave el cuarto. La idea de que pudiera
identificarme la policía me aterrorizaba; pensé que no debía irme caminando por las
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la parada y le dije al chofer que me llevara a la iglesia de San J…, donde iba con
frecuencia a comer.
En cuanto toqué el timbre que estaba en la entrada del edificio, donde algunos hermanos
dormían o rezaban, me abrió el sacristán que velaba de noche, y, al ver que estaba
temblando como una hoja y al reparar en mi aspecto misérrimo e inquieto me tomó por
un mendigo víctima de la bebida y me hizo pasar. Estaba dentro de una cálida celda
cuando un pesado sopor atacó mis sentidos, vacilé, las paredes dieron vueltas alrededor
VI
Hoy, cuatro años después, soy sacristán en la iglesia donde me alojaron aquella noche,
vivo recluido en un pequeño aposento dentro de la iglesia, alejado casi por completo de
VAN HARZÖNG
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