Senderos
Por Alana Saldivar
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Alejandra Rodríguez una joven recién graduada de sus estudios Universitarios, quien se ve obligada a salir de su pueblo natal, para hacer frente a la situación económica actual de su hogar, al llegar a una ciudad no lejana pero para ella desconocida, será acogida en el seno de un hogar donde se verá envuelta en una serie de misteriosos secretos, que curiosamente estarán ligados a su pasado, vera como influyen en su presente y como podrían afectar su futuro, y será ella quien tendrá que encontrar las fuerza para poder hacerle frente a las adversidades que deberá enfrentar, en el recorrido de este camino tropezará con el amor, vivirá misterios e intrigas, su vida y la de su familia llegaran a estar en peligro.
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Senderos - Alana Saldivar
Capítulo N° 1
Después de haber caminado todo el día bajo el lujurioso sol, haber tocado un sin número de puertas y haber sido rechazada en cada entrévista a la que iba; decidí probar, entonces, un poco de suerte con lo que había dejado como mi último recurso. El cansancio me dominaba y deseaba toda la buena vibra del mundo para no volver a casa sin nada.
Debido a la situación que reinaba en mi hogar, me vi obligada a buscar empleo afuera de mi pueblo, dejando atrás todos mis recuerdos y fantasía de mi inocente infancia.
No era la primera vez que abandonaba mi recordado hogar, pero sí la más dolorosa, pues esta vez salía frente a la vida, a mi vida y claro, también a mi destino porque de algo sí estaba segura y era que eso iba a encontrar: mi destino. Aquel del cual cada persona es solo un juguete más; un juguete cual viento se lleva con la primera ráfaga que pasa por la ciudad. No obstante, tenía mi objetivo bien trazado: ayudar a mis padres en la mejor medida posible. Incluso aunque eso significara sacrificar una parte de mi vida. Aquello no me importaba, pues ellos ya habían sacrificado parte de la suya por mí. Por ello, me sentía en deuda; además del amor inmenso que les tenía.
De mi infancia recordaba todos los cariños y cuidados de mi mamá. Así como también algunos de los golpes y desprecios de mi padre desde que cayó en el brutal y sucio vicio del alcohol. Ese dolor era horrible para mamá y para mí, pues resultaba difícil lidiar con un borracho, peor aun cuando es un familiar tuyo muy cercano. Entonces, ¿qué resulta de esto? Pues muchas veces, una vida difícil, llena de gastos y a la vez traumas familiares. En torno a como iban las cosas, me convenía que todo saliera bien con mi trabajo para no darle más dolores de cabeza a mamá y ayudar a papá, que era lo único que tenía de familia hasta ese momento.
Por su parte, si era cuestión de cuidado, mi mamá nunca me dejaba a cargo de otras personas que no fuesen ellos. A pesar de la profesión a la que se dedicaban: ambos maestros de educación primaria; y más aún, el doble trabajo de ella, ya que ejercía su carrera en un colegio también; mi madre, jamás descuido mi vida en cualquier ámbito. Como madre, ama de casa, esposa y profesional, ella era muy capaz y de esa manera, me había educado a mí también. Por lo tanto, me sentía capaz de ser igual que ella, pero no mejor.
Parte de mi infancia y de mi adolescencia había transcurrido en aquel pueblo lleno de riqueza natural, pero de poca inocencia en sus habitantes, debido a que la envidia, egoísmo y chismosería eran evidentes. Por ello, mamá no salía y mucho menos me permitía a mí andar por ahí, vagabundeando con algún amiguito o compañero de tareas ni mucho menos, algún novio. Aquello debido a que, las pocas veces que me permitio salir al principio de mi juguetona niñez, regresaba asustada y llorando, pues los pueblerinos siempre nos criticaban por dos razones: la primera, pero no más absurda, era el hecho de que nosotros éramos católicos y ellos de alguna secta o religión recién llegada a la comunidad; y la otra, era lo misterioso de mi familia, pues parecíamos no tener más familia que nosotros cuatro o tres desde que había muerto la abuela. Esa fue la razón por la cual mi padre se había dejado envenenar el corazón de ese líquido tonto, del cual la mayoría de las personas se valen para olvidar sus penas y que destruye la familia, la economía y la tranquilidad a nivel general dentro de un hogar.
El alcohol estaba consumiendo a mi padre como persona, ser humano y claro, también como profesional. Esto originó que mamá dejara unos de los dos trabajos, pues ya mi padre a causa de eso, estaba siendo pensionado. No era buen ejemplo como maestro para los alumnos en estado de ebriedad y la verdad es que, ¿qué persona lo es? Mamá trataba, en lo posible, de ser la mejor enfermera. Sin embargo, siempre hay gente a la que no le gusta ver tranquilos a los demás; de lo contrario, se empeñan en ver la gente destruida hasta que lo consiguen.
Entonces, la situación nos comprometía a mantener a mi padre un poco aislado de la sociedad. Hasta que un día, fue cuando le dio por querer salir y le dio una bofetada a mamá, llegando hasta el límite de los estribos. En ese momento, fue cuando se dio cuenta de que estaba en el pico de su enfermedad. Lloro con mi madre y le pidió perdón, prometiendo hacer lo que ella creyera conveniente. Entonces, mi padre, fue tan pronto como pudo a un centro de rehabilitación, auspiciado por la misma iglesia a la que pertenecíamos. Por otro lado, mamá no parecía tener familia. Por alguna razón, para mí estaba prohibido hablar o preguntar por el tema y lo respetaba, aunque mi curiosidad era deliberante y a veces, evidente. A pesar de ello, no existía ninguna explicación, pues solo era un asunto intocable.
Mi madre no se quejaba de la enfermedad de él y de que, en parte, mi educación nos dejaría más pobres de lo que en realidad ya estábamos. «Las cosas pasan por algo», decía ella. No obstante, yo sabía bien que mi carrera de medicina era lo más caro a pesar de que, durante el tiempo en que comencé a estudiar, los dos trabajaban y todo era más solvente; pero después, ni ella, ni yo sabíamos que papá bebía. La abuela murió en medio de mi especialidad y papá a raíz de esa pérdida, tan inesperada, se dejó caer tan bajo en ese vicio. Sin embargo, mamá le tuvo la mayor de las paciencias. Ella siempre trató de que yo lograra terminar la universidad a como de lugar y eso, era solo cuestión de tiempo…
Por fin había llegado a mi destino, luego de haber caminado un poco por esa gran ciudad. Me detuve frente a un portón de hierro, pintado en negro y cerrado con candado, donde un muro, muy alto, rodeaba al margen del solar. Había tocado el timbre, ya dos veces, y esperaba impaciente. Estaba completamente invadida por los nervios traicioneros, que en ese momento crecían más y más. En el momento en que ya había decidido tocar por tercera vez, salió una señora que, más bien, parecía una joven muy cuidada. Su saludo fue amable y corto, por lo cual le respondí en la misma tonalidad. Luego de eso, se limitó a preguntar.
—¿Si? —preguntó una voz, era suave y delicada, por lo que suspiré tan profundo para poder dar una respuesta.
—Vengo a la entrévista para el trabajo —acoté.
—¡Oh!, ¡sí!, pasa, eres la primera.
Me alegre de serlo, pues también quería dar buena impresión. Pasé hasta el porche de la casa, donde previo a este, se encontraba la decoración del jardín, que más parecía un pequeño bosque con árboles sembrados y palmeras rodeando un enorme y viejo árbol de magnolio, el cual se veía bello desde ese ángulo, en la parte derecha de la casa.
—¿Traes tu currículo? —preguntó, mientras se acomodaba en una silla de hierro pintada de color blanco.
—¡Sí! —contesté, dándoselo en un folder azul, bien ordenado.
La casa estaba pintada de verde menta, lo cual la hacía verse sencilla a simple vista. Había un juego de sillas de hierro y en el centro, una mesa formaba parte del porche y con esta, muchas plantas en maseteros de barro, color café oscuro.
—Mi nombre es Jessy Oliva —dijo de súbito.
La observé bien mientras devolvía la mirada hacia el fólder. Su piel era canela y se veía muy tersa; su cabellera era semi larga, muy negra y lisa por tratamientos de belleza de alguna estética; sus uñas eran largas y estaban decoradas y barnizadas en un tono rosa. Entonces, se puso de pie y luego me indicó que la siguiera. Con un tono jovial, me mostró la casa, que aunque era pequeña, estaba muy bien decorada con un sinfín de lujos por todos lados. Era impresionante ver como esa sencilla casa albergaba tanto lujo y belleza. En pocas palabras, era la casa soñada: las paredes de la sala, estaban pintadas de beige; la sala, como todas, constaba de un juego de muebles verde menta, muy a la moda; asimismo, el espacio mencionado contaba con un centro de sala de vidrio con rosas naturales colocadas en un florero. Pasamos, entonces, por un pasillo pintado de rosa, con unos dos o tres cuadros en sus paredes.
—Esta será tu recámara —dijo al fin, abriendo una puerta ligeramente pintada y barnizada de color caoba.
En la habitación, se encontraba una cama matrimonial, un tocador y un clóset; donde junto a este, había un cuarto de baño, en el cual, había dejado mis pocas pertenencias. Aquello para que, entonces, me pueda explicar lo que había que hacer diariamente en la casa para ella. Entonces, se dirigió a mí, cuando la tuve en frente.
—Muy bien Dra. Mary Alejandra Hernández Oliva —mencionó—. Veo que llevas Oliva como apellido, el mismo que yo, solo que yo lo llevo de principal y tú en segundo lugar, lo cual no me sorprende pues ese apellido es muy común, existen muchos Oliva en el país, ¿no?
Asentí y sonreí un poco. Ella vestía un buzo gris y sus pies eran cubiertos por unos tenis de muy buena marca. Sus ojos negros, recorrieron mi cuerpo de pies a cabeza. De esa manera, sentí como iba escudriñándome, poco a poco, pero no dijo nada y solo asintió. Luego, se sentó en unos de los muebles de sala y me hizo una seña para que la imitara también yo.
—¿Estás bien joven sabes?, creo que eres perfecta para el trabajo, pues tienes 23 años y me sorprende que ya tengas una especialidad, así que creo que estas en el lugar indicado —me dijo—. Al principio te quería para mí, pero te daré otro trabajo y no aquí; de todas formas, quiero que sigas viviendo conmigo, pues en eso sí te necesito más como compañera y quizás, lleguemos a ser muy buenas amigas porque me caes muy bien.
—¿No comprendo? —pregunté con una sonrisa muy tranquila y es que en realidad, no se había explicado bien.
—Bueno, lo que pasa es que mi plan era que te quedaras como empleada de mi compañía, como mi nutrióloga… Pero eres doctora y tengo algunos gimnasios con mi hermana que tú puedes visitar unas tres veces por semana para dar un plan nutricional a nuestros clientes, pues creo que será algo innovador aquí en la ciudad —me comentó—. Sin embargo, también quiero que estés aquí, viviendo conmigo, porque yo lo que buscaba era compañía para no vivir tan sola y ya sabes, aquí no hay trabajo, pues yo mando a limpiar la casa una vez por semana, pero sí me ayudarías en la comida para que comamos algo sano porque eso sí, yo no cocino, no lo hago bien, todo se me quema; entonces, vives conmigo y trabajas conmigo y en el gimnasio, ¿qué dices?
Mientras ella esperaba mi respuesta, yo por mi parte, me sentía con suerte, así que aceptaría sin pensarlo mucho porque aunque aceptara solo los gimnasios, no tenía donde quedarme y no quería buscar un apartamento y luego vivir yo sola. No me costaba nada tener fruta picada en el refrigerador y cocinar un poco, por lo que le contesté.
—Acepto, me gusta la idea —dije—. Solo que creo que hay un problema, pues estoy tratando de sacar una licenciatura en ciencias naturales de la educación a distancia en la universidad pedagógica; es aquí, pero es cada 15 días, los fines de semana.
—Bueno, te felicito porque parece que te gusta lo de estudiar y está bien —mencionó—. No hay problema, pues como tú ya lo dijiste, es cada 15 días aquí, en la Ceiba y son solo fines de semana, eso no nos afecta en nada.
Realmente era mi suerte o ella estaba siendo muy buena conmigo. Pero eso me gustaba mucho, le caía muy bien. Al parecer mi trabajo había cambiado para buen rumbo y eso me mantenía más tranquila. No obstante, al principio pensé que no sería más que una simple dama de compañía, lo cual en estos tiempos es algo muy raro, pues eso de dama de compañía solo se daba en la época antigua y por eso, lo había dejado como una última opción. Por otra parte, como doctora, lo que antes pedían era una buena experiencia en alguna clínica privada y en una pública, aparte de exigirme otros requisitos que no llenaba. Entonces, ¿qué podía hacer? Apenas me había graduado el año pasado y el trabajo era algo urgente. Mamá ya había dejado el segundo empleo y requería de mi ayuda económicamente para salir adelante, ahora que papá ya había optado por un cambio más radical.
Ella continúo mostrándome la hermosa casa, con la fiel convicción de que yo sería como una compañera a la cual le rentaba un cuarto o, bien una amiga. Me indicó más o menos cuáles eran las frutas que comía y los días que iba al supermercado de compras, además, me dijo que le gustaba comer sano y que nunca almorzaba en casa. Por otra parte, mencionó que vivía sola desde hace un año y que aún no se había casado porque no había encontrado el amor de su vida. Asimismo, que la única visita que recibía era la de sus sobrinos y de vez en cuando, por la presencia de su hermana mayor. Cada que decía algo, sonreía muy amigable. Jessy Oliva me había caído muy bien. La manera en que me recibió y las atenciones que me brindó, a pesar de haber sido una desconocida, me impresionó mucho. «Todavía existen personas amables y confiadas en este mundo», pensé, pues ella era un ejemplo vivo del caso.
—¿Tienes más equipaje? —me preguntó.
—¡Sí!, en un hotel de aquí —respondí—. ¿Me dejaría ir por ello?
—De hecho, sí, yo te llevo y no me tratés de usted —mencionó—. Dime tú
, pues es más casual y además, eres toda una doctora, lo cual nos hace más iguales.
Por mi parte, asentí más tranquila. Me llevó al hotel donde me había quedado solo un día, sin muchas palabras. Luego, nos volvimos de regreso y me recosté un rato mientras ella iba de visita donde su hermana. Di mil gracias a Dios por aquel empleo, que tanto nos hacía falta en casa, pues de aquí en adelante todo cambiaria tanto para mi familia, como para mí. La meta era cuidar esto y con el tiempo, una mejora entonces vendría. Siempre pensaba con optimismo ante todo.
La paz que respiraba en aquella casa era agradable y reconfortante; no obstante, no dejaba de sentirme extraña después de todo lo que estaba viviendo. Ya era tarde, Jessy había vuelto y se había retirado. Por mi parte, yo me dedicaba