Bosque de Valores

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EL BOSQUE DE VALORES

DESARROLLO:

 Dividir a la clase en grupos de cuatro.


 Repartir a cada grupo uno de los cuentos del Anexo.
 Cada grupo debe leer el cuento y extraer los valores que aparecen
reflejados.
 Entre todos los valores que aparezcan deben elegir, en consenso,
los dos que consideren más importantes.
 Cada grupo, en una puesta en común general, aporta su valor y se
van escribiendo en la pizarra.
 Debemos conseguir un total de seis valores no repetidos.
 Repartir a cada grupo una plantilla de árbol del Anexo y pedir que
lo completen colocando los seis valores según su importancia. En
la base colocamos el que consideramos el más importante y los
demás los ponemos en sentido ascendente hasta el final.
 Recoger los árboles y colgarlos en un lugar visible del aula para
formar “El Bosque de Valores”.

REFLEXIÓN:

Aunque los valores que aparecen en los árboles son los mismos, cada
uno es diferente, porque cada grupo los habrá colocado como hayan
considerado por distintos motivos.

No hay una solución correcta a la hora de colocar los valores, lo


importante es tener claro cuál es nuestro árbol y actuar de acuerdo a
a nuestra escala de valores.

Hay que respetar y comprender que dentro del bosque tenemos que
convivir con otros árboles diferentes.

ANEXO

Cuentos pertenecientes al libro:


Regálame la salud de un cuento. José Carlos Bermejo.
Ed. Salterrae

1
Cruzando el río

De camino hacia su monasterio, dos monjes budistas se encontraron


con una bellísima mujer a la orilla de un río. Al igual que ellos,
también ella quería cruzar el río, pero éste bajaba demasiado crecido.
De modo que uno de los monjes se la echó a la espalda y la pasó a la
otra orilla.
El otro monje estaba absolutamente escandalizado, y por espacio de
dos horas estuvo censurando su negligencia en la observancia de la
Santa Regla: ¿Había olvidado que era un monje? ¿Cómo se había
atrevido a tocar a una mujer y transportarla al otro lado del río? ¿Qué
diría la gente? ¿No había desacreditado la Santa Religión?
El acusado escuchó pacientemente el interminable sermón. Y al final
estalló:
- Hermano, yo dejé a aquella mujer en el río. ¿No eres tú quien
la lleva ahora?

2
Amigos

Dice una linda leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto
y, llegados a un determinado punto del viaje, se pusieron a discutir.
El ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
<<Hoy, mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro>>
Siguieron adelante y llegaron a un oasis, donde resolvieron bañarse.
El que había sido abofeteado estuvo a punto de ahogarse, pero fue
salvado por el amigo. Al recuperarse, tomó un estilete y escribió en
una piedra:
<< Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida>>
Intrigado, el amigo preguntó:
- ¿Por qué, después de que te lastimé, escribiste en la arena, y
ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió:
- Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la
arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de
borrarlo y apagarlo. Pero cuando nos sucede algo grande,
debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, de
donde ningún viento del mundo entero podrá borrarlo.

3
El barquero y el sabio

Un sabio griego hacía exploraciones por las tierras del Nilo. Muy
satisfecho de su ciencia y de su filosofía, buscaba ufano por aquellas
regiones oscuras los secretos que guarda la naturaleza.
En una ocasión tuvo que pasar un río y subió a una barca. El viejo
barquero movía acompasadamente sus remos y miraba distraído las
aguas. De pronto, el sabio le preguntó:
- ¿Sabes astronomía?
- No, señor.
- Pues has perdido la cuarta parte de tu vida. ¿Sabes filosofar?
- No, señor.
- Pues has perdido la otra cuarta parte de tu vida. ¿Sabes algo de
la historia de este mundo?
- No, señor.
- Pues has perdido otra cuarta parte de tu vida.
En esto, un golpe de viento zarandeó con estrépito la barca, la cual
no resistió el golpe, dio media vuelta, y los dos cayeron al agua. El
barquero comenzó a nadar a grandes brazadas en busca de la orilla;
el sabio se hundía sin remisión dando grandes gritos y luchando por
salvarse.
- ¿Sabes nadar, amigo sabio?
- No, señor.
- Pues ha perdido usted toda la vida.

4
Arreglar el mundo

Un pensador/filósofo, preocupado por los problemas que afligían al


mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos.
Se pasaba días y días en su despacho, en busca de respuestas para
sus dudas. Cierto día, su hijo de siete años invadió su santuario,
decidido a ayudarle en su trabajo.
El pensador/filósofo, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que
fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible echarlo de allí, el
padre pensó en algo que pudiera darle para distraer su atención.
De pronto, encontró una revista en la que había un mapa del mundo,
justamente lo que precisaba. Con unas tijeras recortó el mapa en
varios pedazos y, junto con un rollo de cinta, se lo entregó a su hijo
diciendo: como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo
roto en pedazos para que lo repares sin ayuda de nadie.
El pensador/filósofo calculó que al pequeño le llevaría al menos diez
días componer el mapa. Pero no fue así.
Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que le llamaba
serenamente:
- Papá, papá, ya lo hice todo; conseguí terminarlo.
Al principio, el padre no creyó al niño. Pensó que era imposible que, a
su edad, hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había
visto antes.
Desconfiado, el pensador/filósofo levantó la vista de sus anotaciones,
con la certeza de que no vería el trabajo impropio de un niño de su
edad en tan poco tiempo.
Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían
sido colocados en su debido lugar.
¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?
Así que el padre preguntó con asombro a su hijo:
- Hijo, tú no sabías cómo era el mundo…¿Cómo lo lograste?
- Papá – respondió el niño – yo no sabía cómo era el mundo, pero
cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro
lado estaba la figura de un hombre. Así que le di vuelta a los recortes
y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era. Cuando
conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y vi que había
arreglado el mundo.

5
Con qué ojos miramos

Dos hombres, ambos seriamente enfermos, ocupaban la misma


habitación de un hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse en su
cama durante una hora cada tarde para ayudar a drenar los fluidos
de sus pulmones. Su cama estaba junto a la única ventana de la
habitación. El otro hombre debía permanecer todo el tiempo tendido
sobre la espalda. Los hombres hablaban, durante horas y horas,
acerca de sus esposas y familias, de sus hogares, sus trabajos, su
servicio militar, de cuando habían estado de vacaciones…
Cada tarde, el de la cama cercana a la ventana, el que podía
sentarse, se pasaba el tiempo describiendo a su compañero de
habitación las cosas que podía ver desde allí. El hombre en la otra
cama comenzaba a vivir, en esos pequeños espacios de una hora,
como si su mundo se agrandara y reviviera gracias a la actividad y el
color del mundo exterior. Se divisaba desde la ventana un hermoso
lago, cisnes, personas nadando y niños jugando con sus pequeños
barcos de papel. Jóvenes enamorados caminaban abrazados entre
flores de todos los colores del arco iris. Grandes y viejos árboles
adornaban el hermoso paisaje.
Como el hombre de la ventana describía todo esto con todo lujo de
detalles, el hombre de la otra cama podía cerrar sus ojos e imaginar
tan idílicas escenas. Una cálida tarde de verano, el hombre de la
ventana le describió un desfile que pasaba por allí. A pesar de que el
otro hombre no podía escuchar a la banda, sí podía verlo todo en su
mente, pues su compañero lo representaba todo con palabras muy
descriptivas.
Pasaron días y semanas. Un día, la enfermera de mañana llegó a la
habitación llevando agua para el baño de cada uno de ellos. Al
descubrir el cuerpo del hombre de la ventana, observó que había
muerto tranquilamente en la noche mientras dormía. Ella se
entristeció mucho y llamó a los compañeros del hospital para sacar el
cuerpo. Tan pronto como lo creyó conveniente, el otro hombre
preguntó si podría ser trasladado cerca de la ventana. La enfermera
estaba feliz de realizar el cambio. Cuando lo hubo cambiado, lo dejó
solo.
Lenta y dolorosamente, se incorporó apoyado en uno de sus codos
para tener su primera visión del mundo exterior. Finalmente, tendría
la dicha de verlo por sí mismo.
Se estiró para mirar por la ventana. Lentamente giro su cabeza y, al
mirar, vio una pared blanca. El hombre preguntó a la enfermera qué
pudo haber obligado a su compañero de habitación a describir tantas
cosas maravillosas a través de la ventana.
La enfermera le contestó que aquel hombre era ciego y que de
ningún modo podía ver esa pared, y que quizá solamente quería darle
ánimos.

6
El leñador trabajador

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una


maderera. El sueldo era bueno, y las condiciones de trabajo mejores
aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó
una zona del bosque.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.
En un solo día cortó dieciocho árboles.
- Te felicito - le dijo el capataz -. Sigue así.
Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar
su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó muy
temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más que quince
árboles.
- Debo de estar cansado – pensó; y decidió acostarse con la puesta
de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho
árboles. Sin embargo, ese día no llegó a talar ni la mitad de esa cifra.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda
la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le
estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando
hasta el desfallecimiento.
El capataz le preguntó:
- ¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?
- ¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar. He estado demasiado
ocupado talando árboles.

7
La piedra de hacer sopa

En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver


que había llamado a su puerta un extraño correctamente vestido, que
le pedía algo de comer.
- Lo siento, dijo, pero ahora no tengo nada en casa.
- No se preocupe, dijo amablemente el extraño, tengo una piedra de
hacer sopa en mi bolsa; si usted me permitiera echarla en un puchero
de agua hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un
puchero muy grande, por favor.
A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a
contar el secreto de la piedra de hacer sopa a sus vecinas. Cuando el
agua rompió a hervir, todo el vecindario se había reunido allí para ver
a aquel extraño y su piedra de hacer sopa. El extraño dejó caer la
piedra en el agua, luego probó una cucharada con verdadera
delectación y exclamó:
- ¡Deliciosa! Lo único que necesita es unas cuantas patatas.
- ¡Yo tengo patatas en mi casa! – gritó una mujer.
Y, en pocos minutos, estaba de regreso con una fuente de patatas
peladas que fueron derechas al puchero.
El extraño volvió a probar el brebaje.
- ¡Excelente! – dijo –; y añadió pensativamente: si tuviéramos un
poco de carne, haríamos un guiso de lo más apetitoso…
Otra ama de casa salió presurosa y regresó trayendo un pedazo de
carne que el extraño, tras aceptarlo cortésmente, lo introdujo en el
puchero. Cuando volvió a probar el caldo, dijo:
- ¡Está muy sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras, quedaría
mejor…
Una de las vecinas se apresuró a ir a su casa y regresó con una cesta
llena de judías y zanahorias. Después de introducir las verduras en el
puchero, el extraño probó nuevamente el guiso y dijo a la dueña de
la casa:
- La sal, por favor.
- Aquí la tiene, le dijo la dueña de la casa.
A continuación exclamó:
- Preparad platos para todos.
La gente se apresuró a ir a sus casas en busca de platos. Algunas
regresaron trayendo incluso pan y frutas.
Luego se sentaron todas a disfrutar todas a disfrutar de la comida.
Todas se sentían extrañamente satisfechas compartiendo aquella
sopa de piedra. En medio de la comida, el extraño se escabulló
silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de hacer
sopa, que ellas podrían usar siempre que quisieran hacer una
nutritiva y reconfortante sopa.

8
Las tres rejas

El joven discípulo de un filósofo sabio llega a casa y le dice a éste:


- Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia…
- ¡Espera! – le interrumpe el filósofo - ¿Hiciste pasar por las tres
rejas lo que vas a contarme?
- ¿Las tres rejas? – preguntó el discípulo.
- Si. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres
decirme es absolutamente cierto?
- No. Lo oí comentar a unos vecinos.
- Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la
bondad. Eso que deseas decirme ¿es bueno para alguien?
- No, en realidad no. Al contrario.
- ¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme
saber eso que tanto te inquieta?
- A decir verdad, no.
- Entonces – dijo el sabio sonriendo – si no es verdad, ni bueno, ni
necesario, sepultémoslo en el olvido.

9
Los mil espejos

Se dice que hace tiempo, en un pequeño y lejano pueblo, había una


casa abandonada.
Un día, buscando refugiarse del sol, un perrito logró meterse por un
agujero de una de las puertas de dicha casa. El perrito subió
lentamente las viejas escaleras de madera y, al terminar de subirlas,
se topó con una puerta semiabierta; lentamente se adentró en el
cuarto. Para su sorpresa, se dio cuenta de que dentro de ese cuarto
había mil perritos más, observándolo tan fijamente como él los
observaba a ellos.
El perrito comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a
poco. Los mil perritos hicieron lo mismo. Luego sonrió y le ladró
alegremente a uno de ellos. El perrito se quedó sorprendido al ver
que los mil perritos también le sonreían y ladraban alegremente con
él. Cuando el perrito salió del cuarto, se quedó pensando para sí:
<<¡Qué lugar tan agradable!¡Voy a venir muchas veces a
visitarlo!>>
Tiempo después, otro perrito callejero entró en el mismo lugar, pero,
a diferencia del primero, al ver a los otros mil perritos, se sintió
amenazado, ya que creía que lo miraban de manera agresiva. Luego
empezó a gruñir y, naturalmente, vio como los otros mil perritos le
gruñían a él.
Comenzó a ladrarles ferozmente y los otros mil perritos le ladraron
también. Cuando este perrito salió de allí pensó: <<¡Qué lugar tan
horrible es este! ¡Nunca más volveré a entrar aquí!>>
En la portada de aquella casa había un viejo letrero que decía: <<La
casa de los mil espejos>>.

10
Una competición de sapos

El objetivo era llegar a lo alto de una gran torre.


Había en el lugar una enorme multitud de gente dispuesta a vibrar y
gritar por ellos.
Comenzó la competición.
Pero como la multitud no creía que pudieran alcanzar la cima de
aquella torre, lo que más se escuchaba era:
- ¡Qué pena! Esos sapos no lo van a conseguir, no lo van a
conseguir…
Los sapitos comenzaron a desistir.
Pero había uno que persistía y continuaba subiendo en busca de la
cima.
La multitud seguía gritando:
- ¡Qué pena, no lo van a conseguir!
Y los sapitos estaban ya dándose por vencidos…salvo aquel sapito,
que seguía y seguía tranquilo, y ahora cada vez con más fuerza.
Ya llegando el final de la competición, todos desistieron, menos ese
sapito, que curiosamente, en contra de todos, seguía y pudo llegar a
la cima con todo su esfuerzo.
Los otros querían saber qué le había pasado.
Un sapito fue a preguntarle cómo había conseguido concluir la
prueba.
Y descubrieron que…¡era sordo!

11
Una estrella de mar

Cierto día, caminando por la playa, reparé en un hombre que se


agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al
mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Tan pronto como me aproximé,
me di cuenta de que lo que el hombre agarraba eran estrellas de mar
que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de
nuevo al mar.
Intrigado, le pregunté sobre lo que estaba haciendo, y él me
respondió:
- Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano.
Como ves, la marea es baja, y estas estrellas han quedado en la
orilla; si no las arrojo al mar, morirán aquí por falta de oxígeno.
- Entiendo – le dije -, pero debe de haber miles de estrellas de mar
sobre la playa…No puedes lanzarlas todas. Son demasiadas. Y quizás
no te des cuenta de que esto sucede probablemente en cientos de
playas a lo largo de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene
sentido?
El nativo sonrió, se inclinó y tomó una estrella marina; y mientras la
lanzaba de vuelta al mar, me respondió:
- ¡Para ésta sí tiene sentido!

12
Una historia china: el caballo

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo


caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las
montañas.
Cuando sus vecinos deploraron la mala suerte que había tenido al
perder el caballo, él les replicó:
- ¿Buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe?
Una semana después, el caballo regresó trayendo consigo una
manada de caballos salvajes. Entonces sus vecinos felicitaron al
labrador por su buena suerte, y éste les respondió:
- ¿Buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe?
Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos
salvajes, se cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró
esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir:
- ¿Buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe?
Unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron
reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas
condiciones.
Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota, lo dejaron
tranquilo.
¿Había sido buena suerte?, ¿mala suerte? ¿Quién sabe?

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