02 - Introducción A La Literatura 4to 2019
02 - Introducción A La Literatura 4to 2019
02 - Introducción A La Literatura 4to 2019
¿Qué es la literatura?
Desde la invención de la escritura, y antes Incluso, el ser humano produce y consume textos que responden
a diferentes necesidades sociales: políticas, académicas y, por supuesto, estéticas. Sin embargo, lo que cada
cultura ha denominado literatura ha sido diverso y, a veces, contradictorio. No obstante, hay ciertas
características sobre las que existe un acuerdo general: su carácter ficcional y su función estética.
o El carácter ficcional: El verbo latino fingere significa ‘representar’, ‘componer’, ‘imaginarse’ y de él deriva el
término ficción. De esto, se concluye que el criterio de verdad que rige otros discursos, como el científico o
el periodístico, queda en suspenso para la literatura. Una novela o una obra dramática dan cuenta de un
producto del lenguaje en el que todas las acciones simuladas son producidas por la imaginación del autor.
Un escritor puede conseguir dragones o personas desayunando: en ambos casos, se trata de productos
inventados y comunicados a través del lenguaje.
o La función estética: La literatura trabaja con un material de uso cotidiano -el lenguaje- cuya función general
es comunicar información. Con este instrumento, los escritores son capaces de despertar en sus lectores
emociones y sensaciones inesperadas; conmover y hasta modificar la manera de experimentar el mundo.
El efecto estético de un texto literario se consigue cuando se le presta particular atención a la forma en la que
se comunica el mensaje: la manera en la que se en la que está organizado lo que se dice, los procedimientos
fónicos, sintácticos y semánticos que se emplean. Estos recursos formales agregan un Plus de información que
el lector debe comprender para apreciar el texto literario.
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Proponer un método para estudiar literatura es una cuestión delicada. Para empezar, se trata de que todos
le damos permitiendo que se movilicen el pensamiento, la capacidad de sentir, los sueños. Más allá de esto, la
escuela propone una selección de lecturas organizadas para desarrollar, en forma gradual, las competencias
lectoras y permitir la inserción de nuevos lectores en la tradición cultural de la sociedad de la que forman parte.
Y, a veces, esto dista bastante del placer.
Entonces para enseñar literatura, en principio, hay que leer. Pero, para poder hacer una lectura significativa,
el lector deberá contar con una serie de conocimientos extras que le permitirán profundizar la lectura: la
ubicación de la obra dentro de una red de textos, el reconocimiento de su contexto de producción, el género y
la corriente literaria, la trama textual predominante, los artificios retóricos empleados para producir los efectos
de lectura buscados, etcétera.
En resumen, si hay una forma de estudiar literatura es leyendo los textos y poniendo un juego competencias
de análisis e interpretación literaria
El canon literario
Como surge de lo anterior, los textos literarios son productos humanos realizados mediante palabras que
tienen una finalidad estética. Si bien esta idea parece definir la literatura, hay que tener en cuenta que no
siempre a lo largo de la historia la concepción sobre lo que es literatura fue la misma. En este sentido, muchas
obras literarias que en la actualidad son consideradas maestras fueron rechazadas por sus contemporáneos,
porque –según ellos- carecían de valor estético.
Entonces, existe en cada época y para cada sociedad obras comprendidas en el canon literario (un conjunto
de pautas variables con el tiempo y el lugar que permiten considerar artístico o no un escrito). Las obras que no
son incluidas dentro de este conjunto –o que son deliberadamente excluidas- pasan a formar parte de lo que se
denomina literatura marginal, porque están al margen o fuera de las pautas aceptadas.
Quienes determinan qué textos forman parte del canon son las instituciones, como las universidades, las
editoriales, los críticos literarios y los grupos de escritores.
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Por esta causa, si bien tradicionalmente se han distinguido tres géneros literarios (narrativo, lírico y
dramático), en la actualidad, también se incluye el ensayístico.
El género narrativo
Las obras que conforman el género narrativo se caracterizan por la presencia de un narrador que cuenta
hechos que les suceden a personajes en tiempos y espacios más o menos definidos. El narrador, la voz que el
autor crea para que se haga cargo de contar la historia, puede conocer todos los hechos y presentarlos de manera
objetiva (cuando así es, relata desde una tercera persona). Pero también puede presentar una visión parcial de
la historia, en cuyo caso suele narrar en primera persona, aunque también puede hacerlo en tercera y,
raramente, en segunda.
Si bien muchas de las obras del género narrativo se han escrito en verso –como la Divina comedia del italiano
Dante Alighieri (1265-1321)-, en la actualidad, se escriben predominantemente en prosa. Las formas más
comunes de la narrativa son la novela y el cuento.
A su vez, este género puede dividirse en categorías menores, según la temática que abordan estos textos.
Algunos ejemplos de estos subgéneros son el policial, el realista, el fantástico, el maravilloso, la ciencia ficción,
etcétera.
El género lírico
El género lírico se caracteriza por la marcada presencia de la función emotiva o expresiva del lenguaje. Quien
expresa en el poema su subjetividad (emociones, sentimientos y un modo particular de verse a sí mismo y al
mundo que lo rodea) es el yo lírico.
El ritmo es el rasgo esencial del poema. Además, el uso connotativo del lenguaje adquiere, en este género, su
máxima expresión; y los procedimientos frecuentemente empleados para connotar se llaman figuras retóricas
(como la metáfora, la aliteración, el paralelismo, entre otras).
El género dramático
Las obras pertenecientes al género dramático están destinadas a la representación escénica. En estos textos,
se desarrolla una historia que se conoce mediante los diálogos y las actuaciones de los personajes. Pero, además,
contienen las indicaciones del autor que orientan acerca de la puesta en escena.
A diferencia del discurso narrativo, en el que la historia está mediatizada por la voz del narrador, en los textos
dramáticos no hay intermediarios entre los espectadores y la vida que se hace presente en el desarrollo de la
acción dramática.
El género ensayístico
Los ensayos son textos que ofrecen información, interpretación o explicación acerca de un asunto sujeto a
confirmación. Su propósito es persuadir al lector. Por ello, su pertenencia a la literatura ha sido cuestionada por
algunos teóricos, quienes sostienen que la función poética de los ensayos está subordinada a la apelativa. Sin
embargo, los procedimientos usados para la elaboración del mensaje –como las figuras retóricas- y la inclusión
de fragmentos narrativos, dramáticos o descriptivos lo ubican en el campo de la literatura. Precisamente, lo que
le da al ensayo el poder de convicción es el trabajo con el lenguaje: con él logra capturar el acuerdo del lector.
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Cosmovisiones: una forma de mirar
Una cosmovisión consiste en las nociones (creencias, pensamientos, etc.) con las que un individuo, una
cultura determinada o un momento histórico particular analiza y describe los diversos aspectos de la vida:
políticos, científicos, filosóficos, teológicos, etc.
En el caso de la literatura, ese conjunto de nociones permitirá un ordenamiento de los textos que el ser
humano emplea para configurar su comprensión del mundo. Los textos así ordenados responden a esa forma de
comprender la realidad y, a la vez, proyectan una nueva luz para retroalimentar ese reordenamiento de lo
existente. Por ejemplo, Edipo rey, de Sófocles, es un texto que plantea una visión del mundo trágica, ya que
desarrolla el enfrentamiento infructuoso de un individuo con su destino: pero a la vez, lo que se lee en la obra
enriquece o modifica la propia cosmovisión trágica del lector.
Las posibilidades de organizar los textos en cosmovisiones son variadas: mítica, épica, trágica, realista,
fantástica, cómica. Como podrá observarse, las diferentes variables tienen en cuenta diversos aspectos: a veces,
una determinada forma de representar el mundo; en otros casos, ciertas constantes ligadas al género… pero
siempre brindan una forma de entender e interpretar la experiencia.
La cosmovisión mítica
La cosmovisión mítica permite agrupar todos aquellos textos que brindan una explicación “sagrada” que está
más allá de la lógica racional sobre la existencia del mundo, de los hombres, de la vida natural y social.
Las historias narradas suelen ser de carácter sagrado, ejemplares y significativas. Son sagradas, porque
forman parte de las creencias del pueblo; ejemplares, porque funcionan como ejemplo para que los hombres se
comporten de una determinada manera; y significativas, porque dan a esa cultura la razón de ser de su existencia.
Los mitos permiten entender la creación primera: la del universo. Rememoran brevemente los momentos
esenciales de la creación del mundo, el comienzo absoluto de todo lo existente; pero también plantean un
posible fin de la realidad, que siempre implica un nuevo comienzo. Los cataclismos míticos narran cómo los
dioses castigan al hombre con la destrucción total, excepto por una pareja humana que es salvada para asegurar
una nueva refundación.
La cosmovisión mítica nos permite comprender la visión del mundo que han tenido los hombres a lo largo del
tiempo, las verdades que han mantenido viva a la humanidad; nos ayuda a entender nuestras raíces y los valores
que todos los hombres –de una u otra forma- compartimos, más allá de nuestras específicas creencias.
La cosmovisión épica
La cosmovisión épica propone una visión del mundo centrada en la figura de un héroe cuyas hazañas y
cualidades –físicas y morales- se resaltan. El héroe es un ser humano, a veces hijo de un dios, que se diferencia
de los otros mortales. Por lo general, se distingue del común de los hombres por su fuerza, su coraje, su
determinación, su lealtad y su inteligencia. El héroe representa una guía para el pueblo y pone en juego las
cualidades de un gran jefe.
Los textos que pertenecen a esta cosmovisión proponen que el héroe se templa a través de una serie de
pruebas que lo desafían, y que debe superar para su propia transformación y la de su pueblo.
El periplo de este personaje puede leerse como modelo de la existencia humana ya que los hombres, día a
día, se ven enfrentados, en la vida cotidiana, a pruebas que deben superar para crecer y transformarse. De esta
forma, el héroe funciona no solo como modelo social –en tano representa los valores de peso para la sociedad
que relata sus hazañas-, sino también como ejemplo de vida, ya que es un individuo que no se detiene ante las
adversidades.
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El viaje heroico es una puesta en movimiento del héroe desde un punto de partida problemático hacia un
punto de llegada que simboliza el triunfo sobre las dificultades planteadas, y una nueva situación personal o
social para el individuo.
La cosmovisión trágica
La cosmovisión trágica propone una mirada ligada a los hechos terribles e irreparables que arrasan con la vida
humana. Ciertas circunstancias dolorosas –la guerra, la enfermedad, la muerte- parecen enfrentar al hombre con
sus propios límites, lo dejan inerme, sin posibilidad de reaccionar y con la sensación de que nada de lo que
pudiera hacer modificaría lo que le sucede. Sostiene la escritora española Rosa Montero (1951) en su libro La
ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013), que lo trágico es un “dolor que es tan grande que ni siquiera
parece que te nace de dentro, sino que es como si hubieras sido sepultada por un alud. Y así estás. Tan enterrada
bajo esas pedregosas toneladas de tierra que no puedes ni hablar. Estás segura de que nadie va a oírte (…). Y sin
embargo, y a pesar de ello, los escritores nos empeñamos en poner palabras en la nada. Arrojamos palabras
como quien arroja piedrecitas a un pozo radioactivo hasta cegarlo”.
De eso se trata la cosmovisión trágica que nos permite agrupar no solo aquellos textos que se denominan,
genéricamente, tragedias –las griegas, las de Shakespeare, las de los autores clásicos franceses, entre otras-, sino
también textos poéticos, como las elegías, poemas de amor desesperados, y textos narrativos que plantean lo
inexorable del sufrir que marca el devenir de una vida de ficción.
Al inicio es posible que una persona ni siquiera entienda el verdadero goce que puede llegar a producir la
literatura, ya sea al leer o al escribir una obra que se pueda considerar como arte. Es más, quizá ni siquiera se
plantee la idea del goce estético de la lectura. Ese rumbo que se adquiere desde las primeras lecturas y que
marca de una manera definitiva la vida de un autor, se torna irreemplazable y el lector adquiere el gusto sibarita,
adquiere una visión diferente de la vida, esa ruta transitada desde las primeras lecturas y que transcurre por los
caminos del arte.
Aparte de ese goce espiritual que acontece mientras una persona lee o escribe, se adquiere el conocimiento
suficiente como para decir que se ha conocido a mucha gente, que se ha estado en la mente de otras personas
y en otras latitudes sin la necesidad de viajar.
A lo largo de su vida un lector llega a conocer a muchas personas sin haberlas visto antes ni haberlas conocido,
pero reconoce esas cuestiones vitales que resultan imborrables de su personalidad. Personas que al igual que él
han experimentado sentimientos y emociones que se revelarán a través de sus escritos.
Ese placer estético puede ser distinto en cada texto o en cada persona por el hecho de que cada autor abordará
de diferentes maneras una idea o determinada situación y en un escritor resulta como una fascinación
indescriptible. Para el verdadero autor el resto de cosas en su vida -las que no tienen que ver con literatura-
pueden resultar sin importancia y su pensamiento estará orientado a eso: el arte.
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PLACER. Lo mejor que le puede dejar la lectura a una persona es que la hace humana, la hace sensible al dolor
ajeno, a lo irracional de la vida, a los fenómenos sociales, abre el entendimiento y conocimiento, despierta la
mente y sobre todo educa.
Cito a Roland Barthes cuando en “El placer del texto” dice que La escritura es esto: la ciencia de los goces del
lenguaje. Y es que la literatura se vale de ese elemento que es la palabra para expresar belleza, emociones,
sentimientos, todo lo que un autor desea que sus lectores perciban al leerlo.
Hay personas para quienes la literatura significa una amenaza, hay personas para las que la literatura significa
una esperanza, una salida, un lugar mágico al cual solo se llega por medio de la fuerza del lenguaje. Como cuando
el amante busca expresar lo que siente realmente, pero no le alcanzan sus palabras para dar con esa versión
romántica que deambula en sus pensamientos, pero que encuentra en la literatura justamente lo que desea
manifestar.
Cito a Silvia Colmenero Morales en su ensayo “Goce del texto y la Babel feliz. Sobre ‘El placer del texto’, de Roland
Barthes” cuando dice que existen dos tipos de reacciones ante un texto.
El texto del goce es aquel que nace de una pérdida, de una deriva, aquel que carece de sociolecto, que nace del
cuerpo, que es erótico. Distinto, el texto de placer es aquel de la literatura hermosa, intencional, pedagógica,
aquel que toma de la cultura, aquel deseo… El texto del placer, como lo plantea Barthes, sería: “Clásicos. Cultura.
Inteligencia. Ironía. Delicadeza. Maestría. Seguridad: arte de vivir”. El placer del texto puede definirse por un
lugar y tiempo de lectura; hay en él un excesivo refuerzo del yo; el texto del placer”.
Por otro lado, El texto del goce no puede someterse a una crítica. Es “el placer en pedazos; la lengua en pedazos;
la cultura en pedazos. Los textos del goce son perversos en tanto están fuera de toda finalidad imaginable, incluso
la finalidad del placer”.
Luego de describir los dos tipos de texto que plantea Colmenero Morales, parafraseando a Barthes, y
considerando el origen y la función que cada uno de ellos tiene, nos damos cuenta que el placentero oficio de la
literatura, el goce estético, se fundamenta en el lenguaje -ya sea desde el punto de vista del emisor del mensaje
o del receptor- y que todo, desde la función poética de éste, consiste en que el mensaje sea lo más directo
posible.
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humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas
que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.
Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del
infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de
que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de
opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de
la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta
suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la
imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad
que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real.
Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que
el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación,
si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las
mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y
mejor. La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos,
nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. (…) De niño soñaba
con llegar algún día a París (…) debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la
literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. (…)
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proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las
sorpresas (…) Ahora debería reescribir todo el artículo para que resultara bien claro que los clásicos sirven
para entender quiénes somos y adónde hemos llegado (…).
Después tendría que reescribirlo una vez más para que no se crea que los clásicos se han de leer porque sirven
para algo. La única razón que se puede aducir es que leer los clásicos es mejor que no leer los clásicos.
El cuentista - Saki
Era una tarde calurosa y el vagón del tren también estaba caliente; la siguiente parada, Templecombe, estaba
casi a una hora de distancia. Los ocupantes del vagón eran una niña pequeña, otra niña aún más pequeña y un
niño también pequeño. Una tía, que pertenecía a los niños, ocupaba un asiento de la esquina; el otro asiento de
la esquina, del lado opuesto, estaba ocupado por un hombre soltero que era un extraño ante aquella fiesta, pero
las niñas pequeñas y el niño pequeño ocupaban, enfáticamente, el compartimiento. Tanto la tía como los niños
conversaban de manera limitada pero persistente, recordando las atenciones de una mosca que se niega a ser
rechazada. La mayoría de los comentarios de la tía empezaban por «No», y casi todos los de los niños por «¿Por
qué?». El hombre soltero no decía nada en voz alta.
-No, Cyril, no -exclamó la tía cuando el niño empezó a golpear los cojines del asiento, provocando una nube
de polvo con cada golpe-. Ven a mirar por la ventanilla -añadió.
El niño se desplazó hacia la ventilla con desgana.
-¿Por qué sacan a esas ovejas fuera de ese campo? -preguntó.
-Supongo que las llevan a otro campo en el que hay más hierba -respondió la tía débilmente.
-Pero en ese campo hay montones de hierba -protestó el niño-; no hay otra cosa que no sea hierba. Tía, en
ese campo hay montones de hierba.
-Quizá la hierba de otro campo es mejor -sugirió la tía neciamente.
-¿Por qué es mejor? -fue la inevitable y rápida pregunta.
-¡Oh, mira esas vacas! -exclamó la tía.
Casi todos los campos por los que pasaba la línea de tren tenían vacas o toros, pero ella lo dijo como si
estuviera llamando la atención ante una novedad.
-¿Por qué es mejor la hierba del otro campo? -persistió Cyril.
El ceño fruncido del soltero se iba acentuando hasta estar ceñudo. La tía decidió, mentalmente, que era un
hombre duro y hostil. Ella era incapaz por completo de tomar una decisión satisfactoria sobre la hierba del otro
campo.
La niña más pequeña creó una forma de distracción al empezar a recitar «De camino hacia Mandalay». Sólo
sabía la primera línea, pero utilizó al máximo su limitado conocimiento. Repetía la línea una y otra vez con una
voz soñadora, pero decidida y muy audible; al soltero le pareció como si alguien hubiera hecho una apuesta con
ella a que no era capaz de repetir la línea en voz alta dos mil veces seguidas y sin detenerse. Quienquiera que
fuera que hubiera hecho la apuesta, probablemente la perdería.
-Acérquense aquí y escuchen mi historia -dijo la tía cuando el soltero la había mirado dos veces a ella y una al
timbre de alarma.
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Los niños se desplazaron apáticamente hacia el final del compartimiento donde estaba la tía.
Evidentemente, su reputación como contadora de historias no ocupaba una alta posición, según la estimación
de los niños.
Con voz baja y confidencial, interrumpida a intervalos frecuentes por preguntas malhumoradas y en voz alta
de los oyentes, comenzó una historia poco animada y con una deplorable carencia de interés sobre una niña que
era buena, que se hacía amiga de todos a causa de su bondad y que, al final, fue salvada de un toro enloquecido
por numerosos rescatadores que admiraban su carácter moral.
-¿No la habrían salvado si no hubiera sido buena? -preguntó la mayor de las niñas.
Esa era exactamente la pregunta que había querido hacer el soltero.
-Bueno, sí -admitió la tía sin convicción-. Pero no creo que la hubieran socorrido muy deprisa si ella no les
hubiera gustado mucho.
-Es la historia más tonta que he oído nunca -dijo la mayor de las niñas con una inmensa convicción.
-Después de la segunda parte no he escuchado, era demasiado tonta -dijo Cyril.
La niña más pequeña no hizo ningún comentario, pero hacía rato que había vuelto a comenzar a murmurar la
repetición de su verso favorito.
-No parece que tenga éxito como contadora de historias -dijo de repente el soltero desde su esquina.
La tía se ofendió como defensa instantánea ante aquel ataque inesperado.
-Es muy difícil contar historias que los niños puedan entender y apreciar -dijo fríamente.
-No estoy de acuerdo con usted -dijo el soltero.
-Quizá le gustaría a usted explicarles una historia -contestó la tía.
-Cuéntenos un cuento -pidió la mayor de las niñas.
-Érase una vez -comenzó el soltero- una niña pequeña llamada Berta que era extremadamente buena.
El interés suscitado en los niños momentáneamente comenzó a vacilar en seguida; todas las historias se
parecían terriblemente, no importaba quién las explicara.
-Hacía todo lo que le mandaban, siempre decía la verdad, mantenía la ropa limpia, comía budín de leche como
si fuera tarta de mermelada, aprendía sus lecciones perfectamente y tenía buenos modales.
-¿Era bonita? -preguntó la mayor de las niñas.
-No tanto como cualquiera de ustedes -respondió el soltero-, pero era terriblemente buena.
Se produjo una ola de reacción en favor de la historia; la palabra terrible unida a bondad fue una novedad
que la favorecía. Parecía introducir un círculo de verdad que faltaba en los cuentos sobre la vida infantil que
narraba la tía.
-Era tan buena -continuó el soltero- que ganó varias medallas por su bondad, que siempre llevaba puestas en
su vestido. Tenía una medalla por obediencia, otra por puntualidad y una tercera por buen comportamiento.
Eran medallas grandes de metal y chocaban las unas con las otras cuando caminaba. Ningún otro niño de la
ciudad en la que vivía tenía esas tres medallas, así que todos sabían que debía de ser una niña
extraordinariamente buena.
-Terriblemente buena -citó Cyril.
-Todos hablaban de su bondad y el príncipe de aquel país se enteró de aquello y dijo que, ya que era tan
buena, debería tener permiso para pasear, una vez a la semana, por su parque, que estaba justo afuera de la
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ciudad. Era un parque muy bonito y nunca se había permitido la entrada a niños, por eso fue un gran honor
para Berta tener permiso para poder entrar.
-¿Había alguna oveja en el parque? -preguntó Cyril.
-No -dijo el soltero-, no había ovejas.
-¿Por qué no había ovejas? -llegó la inevitable pregunta que surgió de la respuesta anterior.
La tía se permitió una sonrisa que casi podría haber sido descrita como una mueca.
-En el parque no había ovejas -dijo el soltero- porque, una vez, la madre del príncipe tuvo un sueño en el que
su hijo era asesinado tanto por una oveja como por un reloj de pared que le caía encima. Por esa razón, el príncipe
no tenía ovejas en el parque ni relojes de pared en su palacio.
La tía contuvo un grito de admiración.
-¿El príncipe fue asesinado por una oveja o por un reloj? -preguntó Cyril.
-Todavía está vivo, así que no podemos decir si el sueño se hará realidad -dijo el soltero despreocupadamente-
. De todos modos, aunque no había ovejas en el parque, sí había muchos cerditos corriendo por todas partes.
-¿De qué color eran?
-Negros con la cara blanca, blancos con manchas negras, totalmente negros, grises con manchas blancas y
algunos eran totalmente blancos.
El contador de historias se detuvo para que los niños crearan en su imaginación una idea completa de los
tesoros del parque; después prosiguió:
-Berta sintió mucho que no hubiera flores en el parque. Había prometido a sus tías, con lágrimas en los ojos,
que no arrancaría ninguna de las flores del príncipe y tenía intención de mantener su promesa por lo que,
naturalmente, se sintió tonta al ver que no había flores para coger.
-¿Por qué no había flores?
-Porque los cerdos se las habían comido todas -contestó el soltero rápidamente-. Los jardineros le habían
dicho al príncipe que no podía tener cerdos y flores, así que decidió tener cerdos y no tener flores.
Hubo un murmullo de aprobación por la excelente decisión del príncipe; mucha gente habría decidido lo
contrario.
-En el parque había muchas otras cosas deliciosas. Había estanques con peces dorados, azules y verdes, y
árboles con hermosos loros que decían cosas inteligentes sin previo aviso, y colibríes que cantaban todas las
melodías populares del día. Berta caminó arriba y abajo, disfrutando inmensamente, y pensó: «Si no fuera tan
extraordinariamente buena no me habrían permitido venir a este maravilloso parque y disfrutar de todo lo que
hay en él para ver», y sus tres medallas chocaban unas contra las otras al caminar y la ayudaban a recordar lo
buenísima que era realmente. Justo en aquel momento, iba merodeando por allí un enorme lobo para ver si
podía atrapar algún cerdito gordo para su cena.
-¿De qué color era? -preguntaron los niños, con un inmediato aumento de interés.
-Era completamente del color del barro, con una lengua negra y unos ojos de un gris pálido que brillaban con
inexplicable ferocidad. Lo primero que vio en el parque fue a Berta; su delantal estaba tan inmaculadamente
blanco y limpio que podía ser visto desde una gran distancia. Berta vio al lobo, vio que se dirigía hacia ella y
empezó a desear que nunca le hubieran permitido entrar en el parque. Corrió todo lo que pudo y el lobo la siguió
dando enormes saltos y brincos. Ella consiguió llegar a unos matorrales de mirto y se escondió en uno de los
arbustos más espesos. El lobo se acercó olfateando entre las ramas, su negra lengua le colgaba de la boca y sus
ojos gris pálido brillaban de rabia. Berta estaba terriblemente asustada y pensó: «Si no hubiera sido tan
extraordinariamente buena ahora estaría segura en la ciudad». Sin embargo, el olor del mirto era tan fuerte que
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el lobo no pudo olfatear dónde estaba escondida Berta, y los arbustos eran tan espesos que podría haber
estado buscándola entre ellos durante mucho rato, sin verla, así que pensó que era mejor salir de allí y cazar un
cerdito. Berta temblaba tanto al tener al lobo merodeando y olfateando tan cerca de ella que la medalla de
obediencia chocaba contra las de buena conducta y puntualidad. El lobo acababa de irse cuando oyó el sonido
que producían las medallas y se detuvo para escuchar; volvieron a sonar en un arbusto que estaba cerca de él.
Se lanzó dentro de él, con los ojos gris pálido brillando de ferocidad y triunfo, sacó a Berta de allí y la devoró
hasta el último bocado. Todo lo que quedó de ella fueron sus zapatos, algunos pedazos de ropa y las tres medallas
de la bondad.
-¿Mató a alguno de los cerditos?
-No, todos escaparon.
-La historia empezó mal -dijo la más pequeña de las niñas-, pero ha tenido un final bonito.
-Es la historia más bonita que he escuchado nunca -dijo la mayor de las niñas, muy decidida.
-Es la única historia bonita que he oído nunca -dijo Cyril.
La tía expresó su desacuerdo.
-¡Una historia de lo menos apropiada para explicar a niños pequeños! Ha socavado el efecto de años de
cuidadosa enseñanza.
-De todos modos -dijo el soltero cogiendo sus pertenencias y dispuesto a abandonar el tren-, los he mantenido
tranquilos durante diez minutos, mucho más de lo que usted pudo.
«¡Infeliz! -se dijo mientras bajaba al andén de la estación de Templecombe-. ¡Durante los próximos seis meses
esos niños la asaltarán en público pidiéndole una historia impropia!»
Para encontrar esa respuesta habrá que retroceder hasta una tribu de Neanderthal, una noche en especial. Los
hombres y mujeres están alrededor del fuego, buscan calor y celebran el fin de otra jornada.
A la mañana de ese mismo día, los hombres habían partido de caza en busca de alimentos. Las mujeres, en tanto,
cuidaban a sus críos. Ahora que el sol ya se fue, es tiempo de descanso y de contar las experiencias del día. Cada
hombre dice cómo atrapó a la presa que perseguía. No saben mentir.
Cuando llega su turno, no tiene proezas para contar. Entonces decide inventarlas. Miente una cacería imposible.
Lo hace con tal perfección que transforma una mentira en una historia bella y apasionante. Todos piden que la
repita.
Aquella noche, sin saberlo, ese anónimo hombre de Neanderthal acaba de inventar la literatura.
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Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían,
a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado:
había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían
un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró
un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente
en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas
totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.
-Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural-: te encerrarás no
bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré
cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante
simpáticas.
Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación,
podía ser clasificada entre las simpáticas.
-¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos
suficiente comunicación silenciosa.
-Casi nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de
presentación para algunas personas del lugar.
Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.
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-Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería
viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.
-Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue su hermana.
-¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.
-Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre -dijo la sobrina
señalando una gran ventana que daba al jardín.
-Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton- pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?
-Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el
día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en
una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran
firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de
todo.
A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.
-Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que
entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche.
Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco
en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre “¿Bertie, por qué saltas?”, porque sabía
que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la
sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana…
La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por
haberlo hecho esperar tanto.
-Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con animación-; mi marido y mis hermanos
están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el
estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de
ustedes los hombres ¿no es verdad?
Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas
que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo
desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta
de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección
a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico
aniversario.
-Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación
mental y de ejercicios físicos violentos -anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer
que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles
de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.
-¿No? -dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la
atención más viva… pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.
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INSTITUTO AGUSTINIANO
Literatura - 4° año Sociales y Naturales
-¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no
es verdad?
Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su
compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa
de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.
En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el
brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros.
Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz
joven y ronca que cantaba: “¿Dime, Bertie, por qué saltas?”
Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron
etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un
lado para evitar un choque inminente.
-Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana-: bastante
embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?
-Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de otra cosa que de sus
enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había
visto un fantasma.
-Supongo que ha sido a causa del spaniel -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó que los perros le producen
horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar
la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma
encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.
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