Simari, Leandro

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XXVII Jornadas de Investigadores del Instituto de Literatura Hispanoamericana

Facultad de Filosofía y Letras (UBA) - Buenos Aires, marzo de 2015

Lecturas del cuerpo en Irresponsable de Manuel Podestá:


ciencia, literatura, animalidad

Leandro Simari

En noviembre de 1879, la “Carta literaria” de Benigno Lugones, publicada en La


Nación, instala en las páginas de la prensa periódica una mirada programática sobre el
futuro de la literatura argentina y sentencia que su modelo y su aspiración máxima deben
perseguirse en los cánones de la escuela naturalista. Su perspectiva replica hasta la
paráfrasis los argumentos con que el naturalismo se definía y defendía en Francia y se
adelanta a otras voces del contexto argentino que poco después reivindicarían, con mayor o
menor énfasis, esos mismos postulados.
Una década más tarde, Irresponsable, la novela con la que Manuel Podestá pasaría a
engrosar la nómina local de los médicos escritores, no sólo pondrá en práctica las
principales líneas trazadas por aquel antecedente remoto, sino que además dejará en
evidencia hasta qué punto los años transcurridos no alcanzarían para remover del centro de
la escena literaria al más leído, celebrado y rebatido representante del naturalismo: Emile
Zola. Porque el innominado protagonista de la novela, a quien se apoda el hombre de los
imanes, en alusión a un fracaso de su época de estudiante, será, como Lugones pero diez
años después, un fervoroso lector de La taberna y Naná. Hacia el final del cuarto capítulo,
desesperado ya por la miseria y la soledad en que ha caído, y a punto de ceder a la tentación
de prender fuego su propia casa, el hombre de los imanes rescatará justamente esas dos
novelas de un “derrumbe de libros y folletos” para propiciar el recuerdo de viejas lecturas y
reencontrarse con su “filosofía amarga y positiva”. 1
Esta preferencia literaria, además de hablar simultáneamente de la biblioteca personal
del protagonista y del autor, ofrece al primero de ellos la posibilidad de leer, en clave

1
Podestá, Manuel, Irresponsable, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, p. 67. Todas las citas
corresponden a esta edición.
literaria, sus padecimientos, sus defectos e incluso su futuro en los destinos ficcionales que
Zola perfila. Si un personaje “idiotizado por el alcohol y por el hambre” es capaz de
perturbarlo y conmoverlo hasta la conmiseración o el odio, no sólo se debe a la pericia
literaria de quien escribe, sino también a que, “[p]ara sus adentros” no consigue dejar de
decirse: “[a]lguna vez seré así” (p. 68). Es precisamente esa identificación la que hace de la
irrupción de los libros de Zola en la escena de Irresponsable y, sobre todo, del modo en que
son leídos por el hombre de los imanes, un punto de inflexión para la novela, a partir del
cual se resignifican elementos previos y se anticipan otros que serán fundamentales más
adelante. Por una parte, esas lecturas ofrecen la primera interpretación de conjunto para las
descripciones disgregadas que del protagonista se hace en los capítulos previos. Porque si el
hombre de los imanes puede reconocerse de inmediato en la “larga fila de seres
desgraciados, enfermos, enviciados” (p. 69) que recorren la obra de Zola, la explicación
que se ofrece para los males de estos últimos también puede ser proyectada sobre él mismo,
otorgándole nuevo sentido a los rasgos de decadencia física con que se lo caracteriza desde
su primera aparición. Al mismo tiempo, la referencia directa a la lectura de Zola constituye
también una alusión indirecta a los patrones estéticos sobre los cuales estas y otras
descripciones se configuran. En efecto, siguiendo un concepto que preconizan por igual los
adeptos vernáculos y extranjeros de la escuela naturalista, Podestá no escatima en detalles
escabrosos ni en golpes de efecto a la hora de describir: a los cuerpos vivos que empiezan a
revelar la inminencia de la muerte en las pieles amarillentas y arrugadas, en los ojos vacíos
y las órbitas “ahuecadas como las de un muerto” (p.33), se agregan, en ese sentido, las
descripciones de la morgue, en la que los estudiantes de medicina se rodean de “despojos
humanos (…) piernas que les faltaba la piel (…) músculos, color vinagre subido (…) una
cabeza desprendida del tronco” (pp. 37-38), y cuya atmósfera se impregna de “los miasmas,
los malos olores que despedían las piezas en descomposición” (p.39). En una novela de
organización difusa, que encuentra la distancia objetiva del narrador naturalista cuando el
relato ya está promediando, que cae por momentos en el cuadro de costumbres o en la nota
memorialista, las estrategias de descripción del cuerpo pueden ser consideradas como la
más consistente muestra del modo en que Podestá leyó a Zola. Y, en todo caso, esa lectura
interesada de un autor a la búsqueda de recursos asimilables a su propia práctica de
escritura se intuye por detrás del énfasis con que el hombre de los imanes recordará las
descripciones corporales leídas en las páginas de La taberna y Nana: “la mano temblorosa
y cubierta de pústulas” (p.67), la carne manchada y consumida por los trabajos diarios, la
“trama delicada” (p.69) de los pulmones obreros destruida por el carbón, la “fisonomía de
idiota” (p.69) que se fija en el rostro de un ebrio.
Por otra parte, los juicios que el hombre de los imanes realiza en su condición de lector
anticipan los que el impiadoso diagnóstico de un antiguo amigo y compañero de estudios le
deparará a él mismo, tres capítulos más adelante. Unos y otro giran, de hecho, sobre los
mismos tópicos, recurren a las mismas analogías y sentencian las mismas conclusiones: las
tendencias hereditarias conducen a los individuos hacia el vicio, la “máquina humana”
(p.70 y p.105) se deteriora y falla por la acción devastadora del alcohol; la conjunción de la
herencia y el vino desdibujan el linde entre enfermedad, locura y crimen y, finalmente, la
degradación de la condición humana conoce su límite último cuando se precipita hacia las
formas primitivas de la animalidad.
Aun cuando el destino del hombre de los imanes sea el eje central de Irreponsable, y la
narración se estructure a su alrededor según el modelo del “caso clínico” 2 (siguiendo, por
otra parte, un rasgo típico del naturalismo argentino, tal como señaló Gabriela Nouzeilles),
Podestá también introduce otros personajes menores en los que se repiten y profundizan los
males que padece el protagonista; entre ellos, el cuidador de la morgue, a quien el
“alcoholismo crónico” ha afectado hasta “hacerle perder sus facciones de figura humana”
(p.41), o el “cebador de mate” que el protagonista encuentra en un comité partidario cuando
trata de incorporarse a la actividad política y a quien “las dosis de alcohol que diariamente
infiltraba en su organismo” han convertido en un “conjunto abigarrado de hombre y de
bestia” (pp.120-121).
Ya no humanos pero todavía no animales, flotando en una zona de indefinición que abre
un dilema para las taxonomías de la ciencia pero también para los mecanismos de
regulación social, los personajes degradados de Irresponsable, con su protagonista a la
cabeza, hacen ingresar en la novela, a través de sus figuras enfermizas y sus conductas
erráticas, una serie de discursos, problemáticas e interrogantes contemporáneos que toman
como uno de sus ejes principales de estudio al cuerpo y sus fenómenos, pero que tienen,
desde el comienzo, la pretensión de proyectar sus conclusiones mucho más allá de la esfera

2
Nouzeilles, Gabriela, Ficciones somáticas, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2000, p.22.
de lo estrictamente corporal. Una serie de avances significativos en el campo de las ciencias
naturales y las urgencias de un proyecto modernizador que empieza a desnudar su reverso
bajo la forma del hacinamiento, el delito, las epidemias y los problemas sanitarios, parecen
sugerir de manera conjunta que es el cuerpo el terreno donde se pueden plantear preguntas,
hallar respuestas y propiciar soluciones a través de distintos mecanismos de estudio y
regulación. En un contexto dominado por la filosofía positivista de corte spenceriano, en el
que la ciencia y sus métodos ostentan un prestigio indiscutido y se conciben como el
modelo preferencial para toda forma del pensamiento, un interés tal por la faceta material,
orgánica y fisiológica de los individuos propiciará la extrapolación de la mirada científica
hacia el terreno social y político, sobre todo a través de nuevas disciplinas que, con
mayores o menores pretensiones de cientificidad, asientan su autoridad en una revitalizada
ciencia médica y en las influyentes y revolucionarias teorías de Charles Darwin, preludio de
la biología moderna. Como consecuencia, la particular intersección entre ciencia, política y
sociedad tiende a instalar dos modalidades complementarias de evaluación de los conflictos
políticos y sociales: por una parte, una mecánica de diagnosis en la cual las problemáticas
emergentes serán entendidas con síntomas de una enfermedad latente en algunos de los
miembros del cuerpo social; por otra parte, una evaluación de esas mismas problemáticas
en términos evolutivos, según la cual el natural desarrollo de la sociedad podría verse
interrumpido debido a la subsistencia en ella de elementos regresivos, degenerativos, que
no sólo son capaces de detener la línea evolutiva, sino que además podrían desmentirla y
desandarla.
En ese marco, se establecerán asociaciones unilaterales entre cualquier factor de
alteración del orden social (la pobreza, las epidemias, la locura, el delito) y supuestos
rasgos hereditarios, orgánicos y fisiológicos de los individuos involucrados. Un
determinismo biológico que equipara a quienes no se ajusten al estado de cosas imperante
con lo anormal, lo patológico, lo regresivo, lo atávico, sustituirá así a las explicaciones
históricas, económicas, sociales e incluso individuales por explicaciones hipotéticamente
naturales, fundadas sobre una tergiversación de la verdad científica. La consecuencia
última de esas especulaciones implica una distribución de los cuerpos individuales, en
función de su forma, de su funcionamiento y de las conductas que se le atribuyen, en una
suerte de escala tendida entre polos dicotómicos: de un lado lo normal, la salud, lo humano,
del otro lo anormal, lo enfermo, lo animal; y entre unos y otros términos una gama de
alteraciones más o menos profundas de la norma dominante.
En su pretensión de reflexionar sobre la constitución de la sociedad y sus problemáticas,
la escuela naturalista se verá tentada a establecer un diálogo intenso con esas disciplinas,
integrándolas como piezas centrales de su imaginario. Desde luego, que en los casos
particulares de Zola y Podestá la mirada médica y biologicista se proyecta sobre la
representación del cuerpo y las conductas de los personajes de sus novelas resulta un dato
incontrastable. No obstante, si Podestá encuentra en Zola los parámetros estéticos para
encausar dicha representación, en lo que respecta a sus fundamentos teóricos comunes,
demuestra ser mucho más que un lector de segunda mano. En otras palabras, Podestá
despliega en Irresponsable un conocimiento fehaciente de algunos de los más
representativos discursos de la época que conforman el entramado teórico sobre el que las
ficciones naturalistas suelen asentarse. En concreto, las figuras del hombre de los imanes y
de los demás individuos degradados que circulan en la novela, así como las reflexiones que
éstas habilitan, remiten de forma particular a la antropología criminal de Cesare Lombroso
y a la eugenesia de Francis Galton, y lo hacen de maneras diversas e insistentes, y con un
grado de coincidencia que, por momentos, excede la mera adscripción conceptual para
aproximarse incluso a la cita textual.
La idea de que existe un delincuente nato, 3 prefigurado en las tendencias hereditarias, la
certeza de que las predisposiciones para el delito pueden ser leídas en la fisonomía de los
individuos porque los criminales poseen rasgos morfológicos propios de los hombres
primitivos o incluso de los animales y, muy especialmente, el concepto de atavismo, según
el cual un delincuente padecería, en palabras de Roberto Espósito, de “una suerte de
anacronismo bio-histórico que revierte hacia atrás la línea de la evolución humana hasta
ponerla nuevamente en contacto con la del animal”, 4 son, sin dudas, algunos de los
principales puentes que Irresponsable, en particular, y el naturalismo, en general, tienden
hacia la antropología criminal. De hecho, aun sin caer de lleno en el delito, el hombre de los
imanes responde con cierta fidelidad a los patrones del delincuente lombrosiano. Más
significativa aún resulta la estrategia a través de la cual se describe a una de las figuras

3
Lombroso, Cesare, Criminal man, Durham, Duke University Press, 2006.
4
Espósito, Roberto, Bíos. Biopolítica y filosofía, Buenos Aires, Amorrortu, 2011, p. 191.
menores que aparecen en la escena de la cárcel, un ladrón configurado según el tipo del
delincuente nato. Y no sólo resulta significativa porque los detalles que Podestá acumula
remiten de manera unívoca al perfil trazado por Lombroso, sino también porque la
descripción se remata aseverando que “un antropologista” habría completado estos rasgos
“con dos orejas en ansa y dos pares de caninos afilados como flechas" (p. 145). Para
terminar de delinear a su personaje, entonces, Podestá no convoca a un novelista a la Zola,
sino a un antropologista, término que en este contexto no puede sino remitir de manera
directa a la antropología criminal.
Otros dos puntos de contacto entre Irresponsable y las teorías lombrosianas, sin
embargo, parecen más singulares. El primero de ellos, está en el título mismo de la novela
porque, desde las últimas décadas del siglo XIX, el concepto de responsabilidad o
irresponsabilidad moral frente a un crimen se transforma en materia de disputa médica y
jurídica, en la medida en que teorías como las de Lombroso sostienen una explicación
natural, orgánica y hereditaria para la conducta de los delincuentes. Que Podestá haya
escogido para su título la forma afirmativa, y no la interrogativa y disyuntiva como hace
Argerich, implica, además de una definición sobre la conducta de su personaje, un tácito
posicionamiento frente a esas polémicas que la antropología criminal despertaba hacia
1889. Significativamente, el hombre de los imanes mismo, como si de un delincuente en el
marco de un proceso judicial se tratara, agitó idénticas controversias entre lombrosianos y
anti-lombrosianos en las páginas de la prensa periódica, tal como analiza Graciela Salto en
su artículo sobre la recepción de Irresponsable.5
El otro elemento que remarca la articulación entre la novela de Podestá y las teorías de
Lombroso radica en dos de los rasgos principales que delinean la figura del hombre de los
imanes. Uno de ellos, el brote epiléptico que termina por arruinar su salud mental hasta
destinarlo al manicomio, coincide con la mirada lombrosiana, que añade a la epilepsia
como otra de las causas propiciatorias de las conductas criminales. La irrupción inesperada,
hacia el final de la novela, de este nuevo factor de desequilibrio en la configuración del
protagonista, ratifica y consolida, en los tres últimos capítulos, su condición de
irresponsable.

5
Salto, Graciela, “El debate científico y literario en torno de Irresponsable, de Manuel T. Podestá”, en
Anclajes, II.2, Universidad Nacional de La Pampa, 1998.
El segundo rasgo, lejos de ser distintivo del protagonista, se comprueba en casi todos los
personajes degradados que pueblan la novela: se trata del alcoholismo. Desde luego, las
ficciones del naturalismo, con La taberna a la cabeza están pobladas de ebrios, pero la
insistencia con que Podestá repite un mismo vicio en los marginales, enfermos y
delincuentes de Irresponsable, cobra una nueva significación a la luz del monólogo
extenso, programático, aleccionador y condenatorio que le dedica, en el capítulo octavo, el
compañero de estudios del hombre de los imanes:
El alcohol es un ladrón que penetra dulcemente para llevarse todos los días algo: hoy
destruye una célula, mañana inmoviliza un resorte que era el eje sobre el que giraba un
sentimiento; (…) y a medida que va penetrando en la intimidad del organismo, va rompiendo
el ritmo de nuestras acciones, de nuestros sentimientos, de nuestros afectos, para convertir al
hombre en un idiota, en un malvado, en un criminal (p. 106).
Si bien la interpretación conjunta de estos puntos en común no alcanzan para fechar de
manera concluyente la lectura de El hombre delincuente por parte de Podestá, sí sugiere de
modo suficiente su alto grado de atención a las variantes que Lombroso introduciría en sus
teorías con el correr de los años, descartando de plano la posibilidad de que los
conocimientos de Podestá sobre la antropología criminal fueran de segunda mano y que sus
personajes únicamente repitieran los moldes naturalistas. La enfática definición del alcohol
como el principal disparador social de las conductas delictivas prestablecidas, corresponde
a un agregado que Lombroso introduce, en 1878, a la segunda edición de El hombre
delincuente, luego de las múltiples objeciones recibidas por haber centrado su criminología
en la noción de atavismo; el concepto del delincuente nato y la tipología correspondiente,
recién aparecen en la tercera edición, fechada en 1884, y la noción del “delincuente
epiléptico”6 sólo tendrá su lugar central en la edición siguiente, de 1889.
Indudablemente, el diálogo entre el hombre de los imanes y su antiguo compañero de
estudios constituye la zona más programática de la novela, en la que el tono de por sí
variable de la voz narrativa cede su lugar a la prédica reflexiva y sentenciosa de uno de los
personajes. Ese desplazamiento premeditado, además de conferirle a Podestá la posibilidad
de explicar de un modo directo lo que hasta el momento se narró y, en cierto sentido, lo que
todavía queda por narrar, también delimita un recorte textual, el del diálogo, disponible
para que ingresen, con un grado relativamente bajo de mediación, las preocupaciones del
autor, no en tanto creador de ficciones, sino en tanto médico e higienista. Por eso, la prosa

6
Lombroso, Cesare, Criminal Man, op. cit.
que caracteriza la diatriba contra el alcohol recuerda a la que se deja leer en muchos pasajes
de Niños, un autodenominado estudio médico-social que Podestá publicara un año antes de
su primera experiencia literaria. En ese texto de explícita voluntad propagandística, los
enemigos sociales frente a los que la prosa de Podestá se inflama son el hambre, la mala
alimentación y las deficientes condiciones de higiene que dejan a los cuerpos infantiles a
merced de las enfermedades y de un desarrollo disminuido de sus capacidades físicas. No
obstante, como ocurre con el alcoholismo del hombre de los imanes, todos esos factores
sociales son analizados principalmente como elementos capaces de profundizar una
tendencia hereditaria corrompida o de enturbiar una constitución heredada saludable. Por
eso, junto con una serie de medidas, consejos para las madres y reclamos a las instituciones
públicas, Podestá se atreve a insinuar que un modo de paliar las enfermedades y muertes
que se registran en la población infantil consiste en una suerte de procreación regulada con
el objeto de impedir uniones inconvenientes y descendencias débiles, degeneradas o
peligrosas. Por eso, nada costaría imaginar a Podestá repitiendo frente a un individuo como
el hombre de los imanes la frase que, una vez más, resulta atribuida a aquel viejo
compañero de estudios: “[f]elizmente, no has constituido familia” (p. 104). Tanto detrás de
los matrimonios biológicamente planificados de Podestá como de la celebración de su
personaje por la herencia degenerativa interrumpida se insinúa el principio de la selección
artificial con que la eugenesia de Galton pretendía corregir la influencia negativa que
ciertas conductas sociales impropias, como la caridad, ejercen sobre la evolución del
hombre, permitiendo la supervivencia de los menos aptos. Esa procreación eugenésica
regulada, como el propio Galton señala, ya tiene un antecedente de probado éxito en la cría
de los animales domésticos, y su extrapolación al ámbito humano permitiría, entre otras
cosas, evitar que individuos como el hombre de los imanes perpetuaran a través de su
descendencia la regresión irrefrenable hacia la animalidad que en ellos se corrobora. Para
garantizar el desarrollo de lo humano, entonces, se elige aplicar a quienes amenacen la
forma humana una técnica reproductiva habitualmente dirigida hacia el animal.
Como médico y como escritor, como naturalista y como higienista, la mirada de Podestá
encuentra en el cuerpo un eje de análisis, de representación y significación en el cual ver
cifrados algunos de los principales dilemas de la sociedad de su época. Si la lectura de Zola,
internalizada en Irresponsable a través de su protagonista, ofrece el gesto y el modelo
estético para fundamentar una posible aproximación a la esfera de lo corporal como la que
se evidencia en sus novelas, el entramado teórico y conceptual que las respalda parece un
capital con el que Podestá ya contaba de antemano. Así, si las escenas de lectura del
hombre de los imanes explicitan una zona de la biblioteca sobre la que la escritura de
Podestá se asienta, la otra zona, la que incluye las obras pretendidamente científicas de
Lombroso y Galton, se exhibe de manera tácita en la profusión y el detalle con que
Irresponsable parece interpelarlas.

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