Problema de La Sublimacion en Freud

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PROBLEMA DE LA SUBLIMACIÓN EN FREUD

Adolfo Chércoles Medina sj

Sexualidad, sublimación y educación.

Posiblemente la sublimación sea el concepto menos elaborado por el propio Freud, pero al
mismo tiempo de los más importantes en su concepción del hombre. Veamos brevemente
cómo nos lo describe.

La sublimación como alternativa a una sexualidad instintiva.

Por lo pronto su origen hay que buscarlo en la condición peculiar de la sexualidad humana.
Según Freud “el instinto sexual humano: es compuesto, más desarrollado y sin la periodicidad
del de los animales, con la peculiaridad de desplazar su fin, sin perder intensidad
(sublimación), a otros fines no sexuales (culturales). Pero también es susceptible de fijaciones
que lo inutilizan para todo fin cultural (anormalidades sexuales) (La moral sexual ‘cultural’
y la nerviosidad moderna (1908) pp. 1252-1253) (1528).

En esta cita tenemos planteada la complejidad de la sexualidad humana, cargada a un tiempo


de posibilidades y riesgos. Conocer sus posibles procesos para potenciar lo positivo y evitar
los peligros es de gran importancia.

Por lo pronto la gran peculiaridad, pues, de la sexualidad humana, es que “los componentes
del instinto sexual humano se caracterizan por su capacidad de sublimación” (Psicoanálisis
(1909) pp. 1562-1563) (1696). Ésta consiste en que hay componentes de la sexualidad
humana que pueden dinamizar procesos no sexuales, dada su ‘plasticidad’. En efecto, sus
“tendencias sexuales son muy plásticas, pudiendo desviarse a fines sociales con facilidad:
sublimación” (Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) pp. 2337-2338) (2673).

A la hora de concretar dónde radicaría esta capacidad de sublimar, Freud cree que tanto ‘la
tendencia a la represión’ como ‘la capacidad de sublimación han de ser referidas a bases
orgánicas’, prefiriendo otorgar un papel decisivo al ‘azar frente a la concepción piadosa del
universo’ (Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci (1910) p 1619) (1728).

Es curioso que, puestos a buscar el origen de dicha capacidad de sublimar, la alternativa a lo


‘piadoso’ sea el ‘azar’, tan incontrolable como ‘lo divino’. Y es que, en definitiva, la
posibilidad de sublimar en el ser humano es un hecho que en el fondo nos desborda pero que
hace posible la cultura, la gran alternativa a la programación instintiva de otros seres
vivientes. Por otro lado, no podemos dilucidar en qué consisten sus ‘bases orgánicas’
constatando al mismo tiempo que su misma realidad se nos escapa hasta tal punto que o
recurrimos a ‘concepciones piadosas del universo’ o al ‘azar’ (Freud).

Ahora bien, su descripción sí es posible y Freud por lo pronto no sólo le ha dado nombre, sino
que ha aportado observaciones importantes. Recojamos algunas de sus aportaciones.

¿En qué consiste la sublimación?

En el Caso “Schreber” hace la siguiente observación: “Una vez alcanzada la elección


heterosexual de objeto, las tendencias homosexuales no desaparecen ni quedan en suspenso,
sino que son simplemente desviadas del fin sexual y orientadas hacia otros nuevos. Se unen
con elementos de los instintos del yo, para constituir con ellos los instintos sociales, y
representar así la aportación del erotismo a la amistad, a la camaradería, a la sociabilidad y al

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amor general a la Humanidad. Por las relaciones sociales normales de los hombres no
adivinaríamos nunca la magnitud de estas aportaciones procedentes de fuentes eróticas con
inhibición de su fin sexual. A este contexto pertenece también el hecho de que precisamente
los homosexuales manifiestos, y en primer término aquellos que rechazan toda actividad
sexual, se caractericen por una intensa participación en los intereses generales de la
Humanidad, surgidos de la sublimación del erotismo.” (1773)

Según esta observación, la ‘no actividad’ sexual favorecería la ‘sublimación’. Quizás esto
tenga su sentido si tenemos en cuenta la complejidad del instinto sexual humano. Veamos lo
que dice en su trabajo Sobre la degradación general de la vida erótica (1912) (pp. 1715-7)
(1984): “La importancia psíquica de un instinto crece con su prohibición. En la sexualidad
hay dos factores que parecen impedir su plena satisfacción: el que su objeto definitivo nunca
es el primitivo, y la imposibilidad de que todos los componentes iniciales del instinto puedan
ser acogidos en su estructura ulterior, debiendo ser reprimidos o destinados a otros fines. La
cultura siempre provocará pérdida de placer”. Es decir, la ‘plasticidad’ del instinto sexual
humano, a la que aludía más arriba, radica no sólo en su complejidad sino en un problemático
desarrollo cargado de riesgos, entre otras cosas porque ‘hay componentes iniciales que no
pueden ser acogidos en su estructura ulterior’.

Esto quiere decir que algunos instintos son obligados a desplazar las condiciones de su
satisfacción: la sublimación como el caso más importante culturalmente (El malestar en la
cultura, (1929) p 3038) (3780): “Otros instintos son obligados a desplazar las condiciones de
su satisfacción, a perseguirla por distintos caminos, proceso que en la mayoría de los casos
coincide con el bien conocido mecanismo de la sublimación (de los fines instintivos) mientras
que en algunos aún puede ser distinguido de ésta. La sublimación de los instintos constituye
un elemento cultural sobresaliente, pues gracias a ella las actividades psíquicas superiores,
tanto científicas como artísticas e ideológicas, pueden desempeñar un papel muy importante
en la vida de los pueblos civilizados.” Esto no quiere decir que sea algo impuesto por la
‘cultura’: “Si cediéramos a la primera impresión, estaríamos tentados a decir que la
sublimación es en principio, un destino instintual impuesto por la cultura; pero convendrá
reflexionar algo más al respecto.” Este ‘desplazamiento’, por tanto, que ha de sufrir no
siempre va a ser el adecuado, pero al parecer el correcto sería la sublimación.

Esto supuesto, sublimar la libido consiste en “desviar la excitación sexual hacia fines más
elevados” (Cf Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad, (1908), p. 1350)
(1510). Pero esta ‘desviación’ no parece estar siempre a nuestra disposición, sino que tiene un
momento privilegiado en la evolución de la sexualidad humana como es el periodo de
latencia. En efecto, “la repugnancia, vergüenza y moralidad, como diques para el desarrollo
de la sexualidad, pueden considerarse como residuos históricos de inhibiciones exteriores
experimentadas por el instinto sexual en la psicogénesis de la Humanidad”, pero añade algo
que no conviene olvidar: estos ‘diques para el desarrollo de la sexualidad’ no están
‘asegurados’ en el desarrollo del niño, sino que “aparecen en el desarrollo del individuo en
una época determinada y obedeciendo a la educación” (Tres ensayos para una teoría sexual,
p 1188, nota de 1915) (1297). Esta época es el que Freud denomina ‘periodo de latencia’,
pero parece que, de no darse la educación, no surgirían.

En El carácter y el erotismo anal, (1908) vuelve a insistir en que el instinto sexual está
compuesto de instintos parciales ligados a distintas zonas erógenas. Gran parte de estos
instintos parciales son “desviados”, en el “periodo de latencia”, de sus fines sexuales hacia
otros fines (“sublimación”), creándose a costa de ellos productos de reacción tales como “el
pudor, la repugnancia y la moral” (Cf p 1355) (1517).

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Los logros de esta primera manifestación de la sublimación no pueden ser más importantes:
por el pudor, nuestra dimensión sexual no queda reducida a un hecho fisiológico más, y en
este sentido, trivial, pudiendo convertirse en símbolo de una entrega personal única; la
repugnancia delimita nuestras funciones fisiológicas a su campo despojándolas de
dimensiones gratificantes que las hacían autónomas, y la moral nos proporciona un referente
que, sin eliminar nuestra libertad, proporciona un marco que nos responsabiliza personal y
socialmente.

Veamos cómo se lleva a cabo este proceso: “El súper-yo (ideal del yo) es representante del
Ello y del mundo exterior: ha nacido por la introyección en el yo de los primeros objetos de
los impulsos libidinosos del Ello (el padre y la madre), quedando desexualizada esta relación,
lo que hará posible el vencimiento del complejo de Edipo, convirtiéndose en conciencia moral
implacable con el Ello” (Problema económico del masoquismo, (1924) p 2757 (3300). Es
decir, sin este ‘súper-yo’ como referente, el ser humano que no tiene una programación
instintual no podrá dominar el Ello.

Y es que “el súper-yo (como instancia moral), sustitución del complejo de Edipo, llega a ser
representante de la realidad y prototipo de las aspiraciones del yo”. Más aún, a “la figura de
los padres se van agregando las de los maestros, autoridades y, por último, el Destino
impersonal (Razón y Necesidad)”. Freud reconoce que “Dios y la Naturaleza corresponderían
a la pareja parental y crean ligámenes libidinosos” (Ibidem.) (3301), aunque en esta
referencia encuentra él “verdad psicológica” de que la conciencia moral es algo dado por
Dios: no es algo originalmente dado, sino que es una “antítesis de la vida sexual que en el
niño la ejercen los padres” (a través del cariño y el castigo). La “angustia real” que esto
provoca es el antecedente de la “conciencia”. Sólo cuando se internaliza puede hablarse de
súper-yo y conciencia moral” (Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, (1932), p.
3135) (3944).

Es interesante caer en la cuenta que sólo la ‘internalización’ es la que autentifica a ambas


instancias. Dicha internalización no es otra cosa que la sublimación: de no producirse ésta, la
‘conciencia moral’, de ‘referente’ que responsabiliza se convierte en instancia represora.

De todo ello depende nuestra salud psíquica. En efecto, entre las causas ocasionales de la
neurosis está la frustración de la satisfacción: el sujeto pierde el objeto de su amor. Por tanto
empieza por la abstinencia (por ejemplo las restricciones culturales). “Ante la frustración real
de la satisfacción no existen sino dos posibilidades de mantenerse sano: transformar la tensión
psíquica en una acción orientada hacia el mundo exterior, que acabe por lograr de él una
satisfacción real de la libido, o renunciar a la satisfacción libidinosa, sublimar la libido
estancada y utilizarla para alcanzar fines distintos de los eróticos y ajenos, por tanto, a la
prohibición. EI hecho de que la desdicha no coincida realmente con la neurosis, y el de que la
frustración no sea el único factor que decida sobre la salud y la enfermedad del individuo a
ella sujeto, nos indica que ambas posibilidades tienen efecto real en los destinos de los
hombres. El efecto inmediato de la frustración es el de despertar la actividad de los factores
dispositivos, ineficaces hasta entonces.” (Sobre las causas ocasionales de la neurosis,
(1912), p 1718) (1987). Es decir, no hay que identificar ‘frustración’ con ‘neurosis’. El
problema está en que, al parecer, ha de alcanzarse la satisfacción o por vía directa o por
sublimación (la cual lleva consigo la frustración de la satisfacción primitiva).

En efecto, el proceso de curación: a través de la interpretación del médico (usando la


sugestión de la transferencia), se va transformando lo inconsciente en consciente,
ampliándose el yo y reconciliándose con la libido, concediéndole determinadas satisfacciones
y disponiendo de ella por la sublimación. Son impedimentos la viscosidad de la libido y el
narcisismo (Cf Introducción al Psicoanálisis (1915-1917), p 2406 (2792).
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La curación, pues, está en razón directa de que la conciencia vaya ganando terreno, que es lo
mismo que decir que el yo vaya cobrando protagonismo, ‘reconciliándose con la libido’,
reconciliación que consistirá en darle satisfacción directa o ‘disponiendo de ella por la
sublimación’, en cuyo caso también alcanzará una satisfacción sustitutiva (es decir, no
sexual).

En efecto, al describir el destino de los deseos inconscientes liberados por el tratamiento


psicoanalítico, Freud alude a tres alternativas: 1) sustitución de la represión por una
condenación eficaz; 2) su utilización correcta; 3) la sublimación: la energía de los deseos
infantiles es empleada en fines no sexuales, más lejanos y de valor social: civilización (Cf
Psicoanálisis (1909), pp. 1562-1563) (1696).

La cita es importante: los ‘deseos inconscientes’, en cuanto tales, no han tenido destino
alguno por haber sido reprimidos. Una vez que acceden a la conciencia por el tratamiento han
de recibir un ‘destino’. Es de suma importancia caer en la cuenta que dicho destino no está
nunca programado de antemano y, lo que es más importante, el enfermo sólo tiene a su
disposición tres ‘destinos’ posibles y tendrá que ver cuál de ellos es el correcto: una
‘condenación eficaz’, frente a la ‘represión’ que por definición ni condena ni es eficaz, sino
simplemente ‘quita de en medio’, remite al inconsciente (¡La negación consciente y eficaz a
un deseo no es represión!) ; ‘su utilización correcta’: no cualquier utilización de un deseo
liberado es válida; por último, la ‘sublimación’, que es el desvío de la energía de dichos
deseos hacia ‘fines no sexuales’ que posibilitan la civilización. No olvidemos que el ser
humano al no nacer programado por un instinto, necesita de la cultura y ésta la posibilita la
sublimación.

Es interesante ver la respuesta de Freud a Jung, el cual da por supuesto que un anacoreta
“empeñado en extinguir toda huella de interés sexual” (pero “sexual en el sentido vulgar de la
palabra”) tendría reprimida su sexualidad: “no tiene por qué presentar una introversión de la
libido sobre sus fantasías o sobre el propio yo: puede haber sublimado su interés sexual
convirtiéndolo en un intenso interés por lo divino, lo natural o lo animal” (Introducción al
narcisismo, (1914), pp. 2020-2021) (2174). Es decir, la sublimación parece consistir en ese
‘intenso interés’ (‘por lo divino, lo natural, lo animal’) que sustituye al ‘interés sexual’ (¡qué
siempre es ‘intenso’: pone en juego toda la persona!).

A esto hay que añadir lo que él denominará “tendencias sexuales de fin inhibido”: los
instintos sociales (próximos a la sublimación) no han abandonado sus fines directamente
sexuales, pero se ven impedidos a alcanzarlos por resistencias internas, creando vínculos
duraderos por su aproximación a la satisfacción: amistad y cariño conyugal (Psicoanálisis y
teoría de la libido (1922) p 2676) (3181). Es decir, “la desviación del fin sexual es un
principio de sublimación: se crean lazos duraderos al no ser susceptible de satisfacción”
(Psicología de las masas y análisis del yo (1920-1921) p 2606) (3073). La sublimación,
pues, surgiría de ‘instintos coartados en su fin’ (su fin obvio: la genitalidad), porque, ‘la
satisfacción de un instinto puede ser satisfecha de una forma o de otra’ (Nuevas lecciones
introductorias al Psicoanálisis (1932) pp. 3155-3156) (3980), dada su condición plástica.

Amor y sublimación.

Y aquí entramos en el concepto de amor. Freud por lo pronto piensa que “la palabra amar
sólo se usa en relación del yo con el objeto sexual. Por tanto supone la síntesis de todos los
instintos sexuales bajo la primacía de los genitales y al servicio de la reproducción”. Sin
embargo a renglón seguido admite que “también se aplica a la satisfacción de instintos
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sexuales sublimados” (Los instintos y sus destinos (1915) p 2050) (2311). En efecto, en su
Autobiografía (1924) p 2779) (3364) nos recuerda que para el Psicoanálisis, al ampliar el
concepto de sexualidad, “todos los sentimientos cariñosos fueron tendencias sexuales
coartadas en su fin o sublimadas. En esta posibilidad reposa la cultura” En efecto, esta
‘ampliación de la sexualidad’ lleva a considerar cualquier “energía desplazable” como “libido
desexualizada”, es decir, “sublimada”. Más aún, “la labor intelectual sería sublimación de
energía instintiva erótica” (El ‘yo’ y el ‘Ello’ (1923) p 2720) (3229).

Si la sublimación está en la raíz de los logros específicos de la especie humana, se convierte


en pieza clave de la hominización. Sin ella, habría que decir que la experiencia humana en
cuanto tal no se daría. Por tanto, es de suma importancia potenciarla procurando las
condiciones que la posibilitan. Pero por lo pronto habrá que distinguirla de lo que no es para
evitar confusiones.

Idealización y sublimación.

En efecto, Freud nos avisa que hay que diferenciarla del ideal o, mejor dicho, de cualquier
proceso de idealización. Esta distinción es importante, pues en nuestro lenguaje corriente esta
es la acepción que sugiere el término ‘sublimar’. Veamos, pues, cuál es su verdadero alcance
para no confundir la sublimación de la que nos habla Freud con significados que podemos
atribuirle.

Por lo pronto Freud advierte que hay que tener en cuenta la relación entre formación de un
ideal y sublimación. La sublimación se relaciona con la libido, orientando el instinto a un fin
alejado de la satisfacción sexual. La idealización se refiere al objeto (el objeto sexual o el yo)
al que engrandece psíquicamente (Cf Introducción al narcisismo (1914) p 2029) (2193).
Según esto habría que decir que el sentido que normalmente damos al vocablo que nos ocupa
se aproxima más a la ‘idealización’ que a lo que Freud entiende por ‘sublimación’. Cuando
decimos que alguien ‘ha sublimado’ algo, queremos decir que ‘lo ha idealizado’.

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En efecto, el que nuestros ideales sean grandes, no quiere decir que la vida esté resuelta. Por
eso Freud advierte que hay que aclarar “la relación entre el yo ideal y la sublimación de los
instintos: el que un individuo haya transformado su narcisismo por un yo ideal, no supone que
haya sublimado sus instintos libidinosos”. En efecto, él remite al caso del neurótico en el que
no faltan los ideales, pero que se convierten en él en origen de su neurosis. Esto le lleva a
afirmar que “es más difícil convencer a un idealista de la inadecuada localización de su
libido, que a un hombre sencillo y mesurado.” Y es que “el ideal favorece la represión; la
sublimación es un medio de ajustarse a las exigencias del yo sin recurrir a la represión”
(Introducción al narcisismo (1914) p 2029) (2194). Dicho de otra forma: un ideal sin
sublimación de los instintos no tiene salida: no sólo no lo podrá llevar a cabo sino que
provocará la frustración total o parcial de la persona.

Es decir, si la sublimación posibilita que la persona pueda ser lo que quiere, hay que
relacionar este planteamiento con la visión de San Ignacio en EE 32: ‘mi mera libertad y
querer’ es lo ‘propio mío’ y todo lo demás ‘viene de fuera’. Pues bien, lo ‘propio mío’
correspondería al yo, y lo que viene de fuera a la libido con su posibilidad de ser sublimada.
‘Mi mera libertad y querer’ necesitará un ideal, pero éste no puede proporcionar la energía
necesaria para alcanzarlo; en este sentido hay que relacionarlo con el ‘súper-yo’ o como en
otros momentos formula ‘el ideal del yo’. No podemos vivir sin ‘súper-yo’, pero éste puede
convertirse en un tirano que nos destruya. A evitar este fracaso viene la sublimación:
posibilita que el yo pueda responder a las exigencias del súper-yo.

Es decir, la sublimación realizaría la persona en cuanto tal (lo ‘propio mío’), capacitándola
para disponer de ‘energía desplazable’ que no es otra cosa que su ‘libido desexualizada’ (El
‘yo’ y el ‘Ello’, p 2720) (3229), mientras la idealización ‘engrandece el objeto’ (ya sea el
‘objeto sexual’ o el ‘yo’) pero sin sublimar los instintos, circunstancia que ‘favorece la
represión’. Es tan importante esta conclusión que, de ser así, y creo que lo es, de la
sublimación dependería en gran parte el surgimiento de la persona en cuanto sujeto
responsable. (Volveremos sobre esto).

Es, pues, más importante posibilitar y potenciar (en la medida de lo posible) la capacidad de
sublimación del individuo que alentar sus ideales. (NOTA: ¿No tendría que ver esto con ‘los
deseos de deseos’ que San Ignacio pide al candidato, las Anotaciones 14 (“quanta ayuda o
estorbo podrá hallar en cumplir la cosa que quisiere prometer”) y 18 (“no se den a quien es
rudo o de poca complisión cosas que no pueda descansadamente llevar y aprovecharse con
ellas”), y su mismo concepto de ‘probación’ que pretende comprobar si tiene ‘subjecto’,
(“consideren mucho y por largo tiempo, si se hallan con tanto caudal de bienes espirituales
que puedan dar fin a la fábrica de esta torre, conforme al consejo del Señor” Formula
instituti, y no ‘formación’ que pretendería más bien ‘engrandecer el objeto’?.)

Esto supuesto, ¿qué condiciones posibilitan este cambio del fin sexual directo por fines
sustitutivos? ¿La sublimación está asegurada de antemano? ¿Pueden darse circunstancias que
la imposibiliten?

Sublimación y educación:

Por lo pronto, hay que recordar que la sublimación es posible por la ‘plasticidad’ del instinto
sexual humano. Por otro lado éste no está estructurado de una vez por todas y sus peripecias
son imprevisibles. Más aún, en él se dan paradojas como la que Freud constata: “La
prohibición inicial de goce sexual no proporciona su plena satisfacción en el matrimonio,
como tampoco la libertad sexual ilimitada. La libido necesita un obstáculo para su
potenciación, perdiendo valor psíquico cuando la satisfacción es fácil y cómoda. El ascetismo
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cristiano creó valoraciones psíquicas al amor que la antigüedad clásica desconoció” (Sobre
una degradación general de la vida erótica (1912) p 1716) (1983). Esta constatación, tan
desconcertante como verdadera, nos enfrenta con algo complejo e importante: su frustración
puede darse tanto por defecto como por exceso. ¿Cómo encontrar su verdadera ‘satisfacción’?
o dicho de otra forma, ¿qué función tiene el instinto sexual (libido) en la vida humana? Parece
ser que el ‘libre’ responde a la dimensión estrictamente ‘somática’, mientras el ‘coartado en
su fin’ o ‘sublimado’ remite a la persona en cuanto tal.

Lo que ahora hay que preguntarse es qué posibilita la sublimación y qué no, aunque antes
conviene advertir algo de suma importancia: la capacidad de sublimación no es ilimitada, y no
puede irse más allá de dicha capacidad.

- la capacidad de sublimación no es ilimitada.

En efecto, Freud advierte al médico de “no caer en la tentación ‘educadora’, pues no todos los
enfermos tienen una gran capacidad de sublimación. De tenerla no hubiesen enfermado, ya
que muchos enferman por intentar sublimar sus instintos más allá de su capacidad” (Consejos
al médico en el tratamiento psicoanalítico (1912) pp. 1658-1659) (1972). Y es que “la
capacidad de sublimación es limitada” (Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) p 2338)
(2674), “pudiendo llevar a situaciones patológicas ir más allá de lo posible” (La moral sexual
‘cultural’ y la nerviosidad moderna (1908) pp. 1252-1253) (1528). Es decir, en todo
tratamiento psicológico es tentador confundir ‘curación’ con ‘educación’: ésta tiene una meta;
la curación, para que sea tal, no debe pretender ir más allá de lo posible.

El problema de fondo de la sublimación radica en una especie de ambigüedad que lleva


consigo el complejo instinto sexual humano. Veamos cómo lo formula el propio Freud: “La
incapacidad del instinto sexual de proporcionar plena satisfacción al ser sometido por la
civilización, es fuente de cultura mediante sublimaciones progresivas. De proporcionar pleno
placer no se realizaría progreso alguno. Pero los más débiles (NOTA: Habría que preguntarse
qué quiere decir ‘los más débiles’) sucumben a la neurosis” (Sobre una degradación de la
vida erótica (1912) p 1717) (1985). Es decir, ‘el pleno placer’ impediría el progreso que sólo
la sublimación lo posibilita, pero ‘las sublimaciones progresivas’ llevarán a los más débiles a
la ‘neurosis’. Lo mismo que está llamado a hacernos avanzar, puede convertirse en rémora.
¿Hay posibilidad de conocer la capacidad real de sublimación para no sobrepasarla?

- no olvidar la felicidad.

Encontramos una pista en las siguientes observaciones de Freud: “La exagerada represión
sexual no consigue más civilización, no debiendo olvidarse la felicidad, cayendo en la
tentación de una sublimación progresiva” (Psicoanálisis (1909) p 1563) (1697). Es decir, la
sublimación no puede ser ‘progresiva’ en el sentido de ilimitada, pues en la medida en que no
proporcione algún tipo de ‘felicidad’ no posibilitará ‘más civilización’. Y en El malestar en
la cultura (1929) p 3027), hablando de la búsqueda de la felicidad por parte del hombre,
alude al “placer del artista o del investigador” proporcionado “por el desplazamiento de
nuestra libido por la sublimación”, pero advierte que “su aplicación no es general y nunca
protege totalmente contra el sufrimiento” (3756)

Las observaciones son importantes. Quizás la única clave para conocer la capacidad real de
sublimación en cada persona tenga que ver con ese ‘no olvidarse de la felicidad’, estando
pendiente del ‘placer’ que debe aportar para que sea válida (cree cultura), pero sin caer en la
ingenuidad de soñar con algo que ‘proteja totalmente contra el sufrimiento’. (NOTA: ¿No es
esto lo que pretende San Ignacio con el discernimiento?).

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Abordando en El malestar en la cultura la búsqueda de la felicidad del narcisista plantea lo


siguiente: “estará en función de su vocación y de las sublimaciones instintuales que estén a su
alcance. Con una constitución instintual desfavorable no podrá hacer frente a la realidad
quedándole la fuga de la neurosis, la intoxicación o la tentativa de rebelión que es la psicosis”
(p 3030) (3763). No hay posibilidad de ir más allá de las posibilidades de sublimación, y en
tal caso plantea las tres ‘fugas’ que no pasan de serlo.

Pero el problema de la sublimación no se reduce a la capacidad limitada de cada uno que


depende de “la organización congénita”, sino que al mismo tiempo son las circunstancias las
que la posibilitan o dificultan: “las influencias de la vida y del intelecto sobre el aparato
anímico”, aunque sin perder de vista que “no es infinita, llevando a situaciones patológicas, ir
más allá de lo posible” (La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna (1908) p
1252-1253) (1528).

Es decir, tanto ‘las influencias de la vida’ como ‘del intelecto sobre el aparato anímico’ tienen
que ver con la sublimación. Es decir, podría darse la capacidad y no desplegarse porque las
circunstancias lo impiden.

- la represión la imposibilita.

Ante todo, pues, lo que no puede eliminarse es la ‘energía sexual’ (llamada a ser sublimada)
que es lo que provoca la represión. Por eso la ‘represión’ es un impedimento para que haya
sublimación ya que quita de en medio el instinto sexual remitiéndolo al inconsciente, lo cual
quiere decir que no podemos contar con su energía que sólo se manifestará a través de los
síntomas. En efecto, veamos lo que Freud comenta en Un recuerdo infantil de Leonardo de
Vinci (1910): “La represión casi completa de la vida sexual no ofrece las condiciones más
favorables para el ejercicio de las tendencias sexuales sublimadas”, pudiendo provocar “la
indecisión o la reflexión obsesiva” (p 1617) (1725). (NOTA: Sin embargo, reconoce que “el
psicoanálisis no explica la especial tendencia de Leonardo da Vinci a la represión de los
instintos y su gran capacidad para sublimar instintos primitivos” (p 1618) (1727)).

Por tanto, si “una represión prematura excluye la sublimación del instinto reprimido”
(Psicoanálisis (1909) pp. 1562-1563) (1696), habría que utilizar los hallazgos del
Psicoanálisis en Pedagogía. En efecto, esto es lo que sugiere Freud en Múltiple interés del
Psicoanálisis: “no yugular violentamente los impulsos instintivos perversos del niño, pues
sólo producirá una represión (no su vencimiento) que predispone a la neurosis. Pero el
educador ha de tener en cuenta las valiosas aportaciones de los instintos perversos y asociales
del niño cuando no sucumben a la represión sino que son sublimados” (pp. 1866-1867)
(2090).

- vencer no es reprimir.

Observemos que lo que plantea Freud es el ‘vencimiento’ de los ‘impulsos instintivos


perversos’ como alternativa a la ‘represión’. Esto, como es natural, es tarea primordial del
educador que nunca ha de reprimir sino encauzar unos instintos perversos que el niño ha de ir
venciendo. En este vencimiento consistiría la sublimación.

Es curioso el reconocimiento en Historia de una neurosis infantil (‘El hombre de los


lobos’) (1914) “del papel de la religión en la educación de un sujeto: dominio de sus
tendencias sexuales procurándoles una sublimación, desvalorización de las relaciones
familiares rompiendo un aislamiento peligroso y haciéndolo sociable.” Más aún reconoce “el
papel que desempeñó en esto su identificación con Cristo” (p 2005) (2270). Es decir, lo único

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que puede hacerse de cara a la ‘sublimación’ es ‘procurarla’ (hacerla posible), porque el que
ha de llevarla a cabo es el sujeto. Ahora bien esta posibilitación parece consistir en
‘desvalorizar’ lo que está llamado a ‘sublimarse’. Pero al parecer no basta esta labor negativa
de la ‘desvalorización’, sino que es necesario ofrecer un horizonte positivo que desencadene
la ‘identificación’. Por tanto, si ni se desvaloriza lo ‘perverso’ que llevaría a una ‘aislamiento
peligroso’, ni se ofrece un horizonte positivo que atraiga la ‘identificación’, no se dará la
‘sublimación’ que siempre consistirá en un ‘vencimiento’ (dominio).

- sólo hay vencimiento desde el amor.

No olvidemos que la sublimación consiste en ‘desviar la excitación sexual hacia fines más
elevados’ (Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad (1908), p 1350) (1510), es
decir, que ‘trascienden al individuo’. Más arriba aludíamos a la relación de la sublimación con
el amor, la vivencia de trascendencia más indiscutible. Veamos ahora cómo lo formula Freud
en su obra Psicología de las masas y análisis del yo (1920-1921): “En el desarrollo de la
Humanidad, como en el del individuo, es el amor el principal factor de civilización, y quizás
el único, determinando el paso del egoísmo al altruismo (tanto el amor sexual a la mujer,
como el desexualizado -homosexual sublimado- por otros hombres)” (pp. 2583-2584) (3020).
En efecto, años antes, en Introducción al narcisismo (1914) afirmaba lo siguiente: “La vida
anímica se ve forzada a superar el narcisismo e investir de libido objetos: hemos de comenzar
a amar para no enfermar y enfermamos en cuanto una frustración nos impide amar” (pp.
2023-2024) (2179).

Es decir, si el ‘amor’ no es sólo ‘el principal factor de civilización’ sino que sin él
‘enfermamos’, y por otro lado ya nos dijo que ‘la palabra amar’ no sólo expresaba ‘la relación
del yo con el objeto sexual’ sino que también ‘la satisfacción de instintos sexuales
sublimados’ (2311), amor y sublimación parecen equipararse en parte. Pero la nueva
aportación es que este ‘amor-sublimación’ lleva consigo ‘el paso del egoísmo al altruismo’ o,
dicho de otra forma, ‘la superación del narcisismo’, y este ‘paso’, al parecer, es decisivo tanto
para el desarrollo de la Humanidad, como para el individuo.

Tenemos, pues, que admitir que no hay civilización sin educación ni educación sin
sublimación, pero ésta no es ilimitada, pues tanto su capacidad como su posibilitación no son
siempre las que uno desearía. Por otro lado Freud nos advertía que no podemos confundir
idealización con sublimación: sin capacidad de sublimar, el ideal no dinamiza sino más bien
provoca represión. No podemos, pues, basar la educación en la mera propuesta de ideales; hay
que empezar por contar con la posibilidad de sublimación.

Por lo pronto, no olvidar que la capacidad de sublimar en cada persona es limitada y habrá
que alentarla con discreción (¿discernimiento?). Pero además Freud añadía que no sólo
depende de dicha capacidad sino de “las influencias de la vida y del intelecto sobre el aparato
anímico” (1528). Aquí sí tiene que ver bastante la educación: tanto las circunstancias que
rodean al educando como el fomentar la inteligencia en su formación, sí entran dentro de toda
tarea educadora. Ahora bien, esta tarea ha existido siempre, mientras el Psicoanálisis tiene
poca vida. ¿Aporta algo a la educación?

Aportaciones del Psicoanálisis a la educación:

- no confundir Psicoanálisis con Pedagogía.

Freud puntualiza que la tarea del Psicoanálisis no coincide con la del educador: el papel de la
educación viene determinado por una circunstancia muy concreta: que el sujeto sobre el que
actúa es un niño aún. En el caso del tratamiento psicoanalítico el enfermo es un adulto. Por
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 5

eso advierte que “el método psicoanalítico no consiste en guiar al enfermo (la educación sí
debe guiar al niño), sino que él mismo decida al final del tratamiento.” Sin embargo, “en
situaciones muy inestables y con muchas precauciones, adoptamos el papel de educadores”
(Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) p 2392) (2772).

La razón de esta postura es porque el papel del médico en el tratamiento nunca consiste en
manipular. Sin embargo, “en casos extremos puede tenerse un papel educador provisional,
buscando robustecer la personalidad del enfermo” (Los caminos de la terapia psicoanalítica
(1918) p 2460) (2846). En efecto, si el Psicoanálisis tiene un objetivo indiscutible es éste. La
enfermedad del sujeto consiste en su ‘debilidad’, en que no ha crecido y sigue siendo infantil.
Por eso “el papel del médico es, por un lado, ser sustituto de padres y educadores que fallaron
en su tarea, pero ante todo ha de ser analista: tornar preconsciente lo inconsciente y reprimido,
volviendo a restituirlo al dominio del yo” (Compendio del Psicoanálisis (1938) p 3402)
(4353).

Todas estas relaciones entre pedagogía y psicoanálisis llevan a Freud a sugerir que “el
educador debe poseer formación psicoanalítica”, pero teniendo en cuanta que “la educación
no puede ser sustituida por el psicoanálisis: el niño no es un neurótico, y la educación no
puede confundirse con la ‘reeducación’ psicoanalítica” (Prefacio para un libro de August
Aichhorn (1925) p 3216-3217) (3446).

Por último, de cara a distinguir entre la labor pedagógica y la psicoanalítica, veamos la


observación que Freud hace en Nuevas lecciones introductorias al Psicoanálisis (1932). Se
refiere al “problema de la parcialidad de la educación, que siempre estará ligada a un orden
social vigente”. Esto lleva consigo que algunos ‘logros’ que el psicoanálisis plantea de cara al
crecimiento de la persona pueden chocar con dicho orden. No obstante, “la misión del
psicoanálisis en la educación no es hacer del niño un rebelde (sí un hombre sano y eficiente),
pero contiene en sí factores revolucionarios que siempre estarán del lado del progreso” (pp.
3186-3187) (4029). (NOTA: Qué se entienda hoy por progreso y qué es lo Freud entendía
sería un tema a investigar: quizá él dé una pista al contraponer ‘niño rebelde’ a ‘hombre sano
y eficiente’)

Y es que en esta relación entre psicoanálisis y educación es importante no perder de vista lo


que uno y otro pretenden. En Prefacio para un libro de Oskar Pfister (1913) aborda esta
relación entre la educación y la terapia: “la educación como profilaxis para evitar tanto las
neurosis como las perversiones; la psicoterapia pretende reducirlas por una especie de
reeducación” (p 1936) (2096). Es decir, la educación en su dimensión psicológica no tiene un
alcance terapéutico sino profiláctico: pretende evitar todo lo que impide que lleguemos a ser
sanos, que nuestro yo goce del dominio y libertad que lo hacen tal.

Este reto profiláctico de la educación lleva a Freud a destacar la “importancia de una actividad
psicoanalítica en el educador y el sacerdote para actuar profilácticamente sobre el niño sano”.
Y aclara que “el psicoanálisis no necesita preparación médica sino psicológica y claridad de la
visión intelectual. Pero la garantía de su aplicación correcta sólo depende de la personalidad
del analista” (Ibidem.) (2097). Es importante subrayar que dicha preparación no asegura su
correcta aplicación, sino que ésta depende de la personalidad del educador. Quizá haya que
decir que dicha personalidad consiste en que él mismo sea sano psíquicamente.

Como más arriba vimos, es la sublimación la que lleva a cabo la ‘mutación de los instintos’.
Pero Freud avisa la ‘no estabilidad’ de cualquier logro psicológico: “La cultura como
resultado de la sublimación de los instintos sexuales, no es algo estable y existe el peligro de
que dichos instintos vuelvan a sus fines primitivos. La sociedad adopta un método de
educación que tiende a desviar la atención de lo sexual y se niega a aceptar los resultados del
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 6

psicoanálisis como un peligro” (Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) p 2130) (2481).


Es decir, no sólo avisa de la posibilidad de la regresión, sino que lamenta que no se tomen en
cuenta ‘los resultados del psicoanálisis’ que podrían, según él, evitar el peligro de caer en
dicha regresión.

¿Qué quiere decir ‘desviar la atención de lo sexual’? Quizá tenga que ver con la advertencia
que encontramos cuando habla de la necesaria cooperación entre médico y pedagogo: “Hay
mayor responsabilidad del educador al trabajar con un material plástico, con peligro de
plasmar sus propios ideales, en vez de ajustarse a las posibilidades y disposiciones del niño”
(Prefacio para un libro de Oskar Pfister (1913) p 1936) (2098). En efecto, si la sexualidad
ya es de suyo muy plástica, en el niño se añade un delicado ‘plus’ que ha de tener en cuenta el
pedagogo. El logro de toda educación es potenciar ‘las posibilidades y disposiciones del niño’
y su peligro que el educador (sean los padres o el pedagogo) pretenda imbuirle los propios
ideales, porque en parte podrá conseguirlo aunque con consecuencias deplorables.

En efecto, en Nuevas lecciones introductorias al Psicoanálisis (1932), hablando de la


misión de la educación, advierte que “tiene que prohibir para que el niño aprenda a dominar
sus instintos”. Pero esta tarea lleva consigo el riesgo de “provocar la neurosis”. Por eso, “la
posible aportación del psicoanálisis a esta tarea supone que el educador se psicoanalice (pp.
3185-3186) (4027). Puede que en esto se concrete esa ‘atención de lo sexual’ necesaria en
todo educador: ¿en qué consiste psicoanalizarse sino en tomar conciencia de las peripecias de
la propia sexualidad? Posiblemente de esta forma contará con su experiencia a la hora de
ayudar al niño en su proceso.

El Psicoanálisis, pues, no pretende convertirse en Pedagogía, aunque indirectamente sí aporta


datos valiosos a esta disciplina y muchos de los descubrimientos en su tarea terapéutica
pueden ayudar en la tarea educativa

- periodo de latencia.

Uno de los datos a tener en cuenta en toda educación es el del periodo de latencia por el que la
sexualidad humana debe pasar. En dicho periodo de nuestra sexualidad “se constituyen los
poderes que luego se oponen al instinto sexual y lo canalizan. Estos auténticos diques están
fijados orgánicamente por la herencia, lo que simplemente reforzará la educación” (Tres
ensayos para una teoría sexual (1905) p 1197-1198) (1311). Estos ‘diques’ ya vimos que
eran ‘el pudor, la vergüenza y la moral’ (El carácter y el erotismo anal (1908) p 1355)
(1517) y parece ser que una de los fines de la educación debe consistir en reforzarlos.

Gracias a estos diques, en el ‘periodo de latencia’ puede alcanzarse un “acopio de energía que
se utiliza para fines no sexuales: sentimientos sociales”, pero todo esto no surge sin más sino
que Freud afirma que es “con el auxilio de la educación” (Tres ensayos para una teoría
sexual (1905) p 1230-1231) (1397). Es decir, la educación parece tener en este periodo de
latencia una oportunidad que ha de aprovechar, pues de no hacerlo posiblemente no será
posible alcanzar el dominio que pretende.

En efecto, es tan importante este papel del ‘periodo de latencia’ que si no se produce en su
momento y “la sexualidad se manifiesta precozmente”, antes de dicho periodo, “se anularía la
obra de la civilización” (Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) p 2316-2317) (2639). Sin
los diques arriba dichos no hay posibilidad de que la civilización surja. Más aún, “la
seducción o corrupción pueden interrumpir el periodo de latencia, con lo cual el niño
conservará un instinto sexual polimórtficamente perverso, influyendo en su educabilidad”
(Tres ensayos para una teoría sexual (1905) p 1232) (1403), ya que las tendencias sexuales
no validas, de no ser sublimadas, se convertirán en vicios.
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 7

Esto es lo que Freud advierte en su obra tres ensayos para una teoría sexual (1905):
“Siempre escapa de la sublimación, en el periodo de latencia infantil, algún fragmento de la
sexualidad, que es calificado como “vicio” por los educadores” (p. 1158) (1314). (NOTA: En
este contexto comenta Freud que los educadores “comparten así nuestra opinión de que lo
moral surge a costa de la sexualidad”). Es decir, nada es ‘seguro’ en el proceso humano, y
todas las ocasiones no siempre se aprovechan. Lo que parece que no podemos infravalorar es
el periodo de latencia, pues posiblemente sea la única ocasión para que ciertas dimensiones de
nuestra polimorfa sexualidad puedan ser sublimadas (utilizada correctamente).

Pero no todo queda resuelto en el ‘periodo de latencia’. La educación tiene en él


oportunidades que no debe perder, pero siguen tareas pendientes, o bien porque dicho periodo
se produce muy joven cuando aún no han surgido problemas que habrá que afrontar más
adelante, o bien porque como ha observado Freud a veces se ‘escapan’ fragmentos de nuestra
sexualidad provocando desajustes que habrá que solucionar. A esto viene el Psicoanálisis.

- la transferencia.

Esta es otra gran aportación del Psicoanálisis a la Pedagogía, la constatación de la


transferencia. En efecto, veamos cómo Freud nos describe “el proceso de curación” en
Introducción al Psicoanálisis (1915-1917): “A través de la interpretación (usando la
sugestión de la transferencia), se va transformando lo inconsciente en consciente,
ampliándose el yo y reconciliándose con la libido, concediéndole determinadas satisfacciones
y disponiendo de ella por la sublimación”. Pero añade algo que no conviene olvidar que son
impedimentos la viscosidad de la libido y el narcisismo (Cf pp. 2339, 2405, 2406-2407)
(2676), (2791) y (2792).

Empecemos por subrayar las dos observaciones finales. En toda tarea, tanto terapéutica como
educadora, nunca puede olvidarse que la ‘libido’ no es fácil de manejar por su confusa
delimitación, o dicho de otra forma, no se puede objetivar sin más: su ‘viscosidad’ la
difumina encontrándola ‘adherida’ a lo más inesperado, como tampoco la fuerza del
‘narcisismo’, necesario al comienzo de nuestra vida y siempre dispuesto a convertirse en
árbitro de cualquier proceso, dificultarán en principio la curación (como también la
educación).

Para afrontar esta doble dificultad sólo dispone en el tratamiento con ‘la sugestión de la
transferencia’. Veamos cómo expresa esto Freud en Introducción al Psicoanálisis (1915-
1917). En el método psicoanalítico, lo decisivo en el vencimiento de las resistencias es la
transferencia: “El factor que decide el resultado no es ya la introspección intelectual del
enfermo, facultad que carece de energía y de libertad suficientes para ello sino únicamente su
actitud con respecto al médico. Si su transferencia lleva el signo positivo, revestirá al médico
de una gran autoridad y considerará sus indicaciones y opiniones como dignas de crédito.”
(pp. 2400-2401) (2784). Es importante este dato, porque una vez más nos avisa que la
‘energía’ en todo proceso psíquico siempre estará en la libido. Por eso sin ‘transferencia
positiva’ no hay posibilidad de curación.

Recordemos brevemente en qué consiste la transferencia y su alcance. Por lo pronto es “el


desplazamiento hacia el médico del afecto real del enfermo a alguien importante para él”
(Caso ‘Schreber’ (1910) falta página (1767), o dicho de otra manera, “el individuo, cuyas
necesidades eróticas no estén satisfechas, orientará su libido (consciente e inconsciente) hacia
toda nueva persona que surja en su horizonte (por ejemplo el médico) quedando enmarcada en
ciertos modelos vividos por el sujeto” (La dinámica de la transferencia (1912) pp. 1648-

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El problema de la sublimación 8

1649) (1952). Es decir, es libido erótica, y en cuanto tal cargada de energía. Lo importante es
cómo debe actuar esta energía para que alcance lo que se pretende (la curación).

Pero veamos cómo Freud plantea el tratamiento a partir de la situación más delicada del
proceso, el enamoramiento de la paciente: en la actitud del médico ante el enamoramiento de
la transferencia, los motivos ‘éticos’ y los ‘analíticos’ coinciden: “el fin del tratamiento es
devolver a la paciente la libre disposición de su facultad de amar, coartada por fijaciones
infantiles, para que la use al terminar el tratamiento. Tarea no fácil para el médico”
(Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia’ (1914) pp. 1695-1696) (2226).

En efecto, la tarea del médico en estas circunstancias requiere por parte de éste un nivel moral
no común, pues de consentir a los sentimientos de la paciente imposibilitaría lo que se
pretende: el dominio, por parte de la paciente, de ‘su facultad de amar, para que la use al
terminar el tratamiento’. Es proporcionar la libre autonomía de su yo sin depender del médico.

- hay que sustituir el principio del placer por el principio de realidad.

Pero veamos con más claridad lo que nos quiere decir: “Actitud del médico ante el
enamoramiento de la transferencia: la paciente debe aprender de él a dominar el principio del
placer y renunciar a una satisfacción próxima, pero socialmente ilícita, en favor de otra lejana
e incierta, pero irreprochable psicológica y socialmente. Para alcanzar este dominio ha de
pasar por las épocas primitivas de su desarrollo psíquico y conquistar en este camino aquel
incremento de libertad que distingue la actividad psíquica consciente de la inconsciente”
(Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia (1914) p (2227).

La curación, pues, la posibilita la transferencia que hace posible que la paciente acepte las
‘interpretaciones’ del médico. De esta forma ‘se va transformando lo inconsciente en
consciente’, dicho de otra forma, lo ‘reprimido’ en ‘disponible’. Sólo entonces el yo puede
desplegarse en cuanto tal: ¡de lo inconsciente no se puede disponer! Si la energía humana está
en la libido, mientras ésta esté reprimida el yo no podrá disponer de ella libremente.

La curación, por tanto, consiste en que el yo pueda gozar de la hegemonía que le corresponde
y que le era restringida por la imposibilidad de acceder a lo reprimido (inconsciente). El
tratamiento psicoanalítico debe devolver a la conciencia toda esa libido que estaba reprimida
para que sea el yo el que ‘le conceda determinadas satisfacciones y disponga de ella por la
sublimación’. Es decir, la libido ‘no sublimada’ está llamada a la satisfacción directa; para
que el yo pueda disponer de ella en forma de energía para otros fines no sexuales, ha de ser
sublimada. Pero el yo está llamado no sólo disponer de la libido por la sublimación sino
controlar la sexualidad directa, o bien concediéndole satisfacciones adecuadas, o
absteniéndose. (No olvidemos que hay que distinguir entre represión y dominio.)

Pero para rehacer un proceso primitivo que no fue correcto, necesita un referente en el
médico, como debió tenerlo en sus padres, para ‘aprender de él a dominar el principio del
placer y renunciar a una satisfacción próxima’. De no ser así no hay posibilidad de curación.
Por otro lado, este dominio del ‘principio del placer’ supone abrirse al ‘principio de realidad’
que lleva consigo la perspectiva de una satisfacción ‘lejana e incierta, pero irreprochable
psicológica y socialmente’.

Es importante preguntarnos qué entiende Freud por ‘irreprochable’ tanto en psicología como
en la sociedad: respecto a la primera consiste en que ‘la actividad psíquica sea consciente’, y
en la segunda ‘el incremento de libertad’. No hay posible curación sin acceder a la
consciencia y desde ahí poder disponer de las fuerzas que actúan en el psiquismo con libertad.

© Adolfo Chércoles Medina sj


El problema de la sublimación 9

Por lo pronto “es falso que el psicoanálisis espere la curación por la libre expansión de la
sexualidad” (¡no es lo mismo ‘libre expansión’ que ‘dominio desde la libertad personal!). En
efecto, “el que los deseos sexuales afloren a la conciencia” (dejen de ser inconscientes), que
es lo que pretende el tratamiento psicoanalítico, no es para darles la posibilidad de una
autonomía plena sino para “hacer posible su dominio, inalcanzable antes por la represión”
(Psicoanálisis y teoría de la libido (1922) pp. 2672-2673) (3171). Pues bien, este dominio
sólo es posible desde la consciencia. Y es que una cosa es ‘dominio’ y otra ‘represión’. (Si lo
reprimido termina en el inconsciente, queda fuera de todo posible control: sólo podemos
controlar lo consciente).

- hegemonía del yo: posibilitar la consciencia.

Pero ¿cómo hacer que el ‘dominio’ del instinto sexual (que en definitiva puede consistir en su
negación) no se convierta en ‘represión’? ¿Qué hacer cuando la persona toca el límite de su
capacidad de sublimación?

Si tanto la curación como la educación pretenden fortalecer el yo dándole la hegemonía que le


corresponde, hay que ver qué es lo que potencia y consolida dicha hegemonía. La plasticidad
de nuestro instinto sexual hacía posible la sublimación, única fuente de energía disponible. En
efecto, “si la energía desplazable es libido desexualizada, es que es sublimada”. Más aún, “la
labor intelectual sería también sublimación de energía instintiva erótica” (El ‘yo’ y el ‘Ello’
(1923) p 2720) (3229).

¿En qué sentido la labor intelectual es sublimación? Veamos qué es lo que Freud nos dice del
‘instinto de investigación’ del niño: “Destinos del instinto de investigación del niño: 1) puede
quedar coartado como la sexualidad, limitado para toda la vida por la educación (coerción
religiosa del pensamiento) que favorece la neurosis; 2) resiste a la represión sexual, volviendo
la investigación sexual en forma de obsesión investigadora de carácter sexual (los procesos
intelectuales se experimentan con placer y angustia): la sublimación en ideas y la claridad
intelectual se sustituye a la satisfacción sexual, llevando a la imposibilidad de alcanzar
solución alguna; 3) la libido escapa a la represión , sublimándose en ansia de saber. Aquí falta
el carácter neurótico, por darse la sublimación, evitando que surja la investigación desde lo
inconsciente, aunque existe la represión sexual” (Un recuerdo infantil de Leonardo de
Vinci (1910) p 1587) (1703).

Es decir, según esta descripción, el ‘ansia de saber’ es un logro fundamental en la tarea de


sublimación de la libido. Pero no podemos olvidar que este ‘logro’ no está asegurado y puede
fracasar, o bien por ‘coerción religiosa del pensamiento’ (volveremos sobre lo que puede
haber detrás de esta afirmación) favoreciendo la neurosis, o porque el instinto de
investigación conserve su ‘carácter sexual’ imposibilitando de esta forma una ‘satisfacción
sexual’ propiamente dicha. Si la ‘libido’ es sublimada en ‘ansia de saber’, no sólo se evita la
neurosis y la sexualidad en cuanto tal ha mantenido su campo, sino que la ‘investigación’ no
surge desde ‘lo inconsciente’, sino que es controlada (que es lo mismo que decir ‘libremente’)
por el yo.

En resumen, podemos decir que lo sublimado (libido desexualizada) lleva consigo ‘libertad’
(energía desplazable), mientras lo no sublimado parece tener un carácter ‘necesitante’, que se
nos impone.

Es, pues, de suma importancia, de cara a la educación tener en cuenta aquello que posibilita la
sublimación. Si en La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna, Freud advertía
que, aparte de la ‘organización congénita’ (que es la que hay y no la que desearíamos, no
‘pudiendo ir más allá de lo posible’ porque llevaría a ‘situaciones patológicas’), lo que decide
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 10

de cara a la posible sublimación son ‘las influencias de la vida y del intelecto sobre el aparato
anímico’. ¿En qué consisten esas influencias?

- posibilitar la sublimación.

Ya vimos que ‘la introspección intelectual carece de la energía suficiente para el vencimiento
de las resistencias’ sino que es ‘la transferencia amorosa hacia el médico’ la única eficaz
(Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia’ (1914) pp. 1695-1696) (2226). Pero esta
transferencia, para que tenga eficacia, no puede ser ‘consentida’, es decir, el médico no puede
responder a lo que el instinto que ha aflorado del inconsciente (el enamoramiento) pretende,
entre otras cosas porque no es real lo que vive, aunque sí lo reprimido que se está expresando
a través de la transferencia.

Esto supone que la tarea del médico en el tratamiento consiste fundamentalmente en facilitar
la sublimación al paciente, no consintiendo ‘la satisfacción próxima’, devolviendo de este
modo a la paciente la ‘libertad’ propia de ‘la actividad psíquica consciente’ (Ibidem) (2227).
En efecto, “el fin terapéutico del psicoanálisis es devolver al yo su dominio sobre el Ello,
perdido en las represiones infantiles. A través de los síntomas, los sueños y las ocurrencias
espontáneas, y superando resistencias, llegamos hasta lo reprimido, enseñando al yo a no huir
ante su recuerdo (¡la represión fue una fuga!). Para el yo adulto esto es ya fácil”
(Psicoanálisis y medicina (1926) p 2924) (3590).

¿Por qué es fácil para el adulto afrontar el recuerdo de lo reprimido? Posiblemente, entre otras
cosas, por haber alcanzado la función del juicio. En efecto, veamos cómo Freud concibe el
origen del juicio: “el juicio (negar o afirmar contenidos ideológicos), es el sustitutivo
intelectual de la represión. Negar equivale a decir: ‘Esto es algo que me gustaría reprimir’.
Por medio del símbolo de la negación se libera el pensamiento de las restricciones de la
represión” (La negación (1925) pp. 2884-2885) (3412). Por tanto, “el juicio se hace posible
por la creación del símbolo de la negación que permite al pensamiento un primer grado de
independencia de los resultados de la represión y con ello también de la compulsión del
principio del placer” (La negación (1925) p 2886) (3415). Habrá que decir que esta
‘independencia’ posibilitará lo que denominamos ‘discernimiento’.

Pero el distanciamiento del juicio que posibilita el discernimiento no asegura la ejecución de


lo ‘discernido’. Freud no es nada optimista respecto a la eficacia de lo que pretende el
psicoanálisis: “Sustituir las represiones que son inseguras por controles sintónicos del yo.
Pero no siempre se consigue: a la convicción del paciente puede faltarle ‘profundidad’, y esto
depende del factor cuantitativo: la intensidad del instinto puede hacer fracasar el control del
yo maduro” (Análisis terminable e interminable (1937) pp. 3348-3349) (4233).

Es decir, no se puede asegurar el control pleno del yo maduro. Esto hay que relacionarlo con
la advertencia de Freud de que la capacidad de sublimar del individuo no es ilimitada. Si la
sublimación consistía en “desviar la excitación sexual hacia fines más elevados” (Fantasías
histéricas y su relación con la bisexualidad (1908) p 1350) (1510), sin embargo “no es
infinita, llevando a situaciones patológicas ir más allá de lo posible” (La moral sexual
‘cultural’ y la nerviosidad moderna (1908) p 1252-1253) (1528). Y esto parece ser un
problema ‘cuantitativo’. ¿Cómo manejar estas ‘cantidades’ de energía (siempre libido libre o
sublimada) para alcanzar un equilibrio estable capaz de ser controlado por el yo?

- distinguir entre estímulo e instinto.

De cara a encontrar una respuesta a este problema podemos recordar la observación de Freud
en Nuevas lecciones introductorias al Psicoanálisis (1932): “el instinto se diferencia del
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 11

estímulo en que procede del interior del soma y no podemos huir de él. Habría que hablar de
fines instintivos activos y pasivos. La satisfacción de un instinto puede ser sustituida por otra
(sublimación o instintos de fin inhibido” (p 3155-3156) (3980). Esto quiere decir que el
instinto exige una respuesta, ya sea a través de la satisfacción (¿instintos ‘pasivos’?), ya sea
dándole otros fines ‘culturales’: sublimación (¿instintos activos?), porque ‘la satisfacción de
un instinto puede ser sustituida por otra’.

Pero sabemos que puede darse la circunstancia de no poder o no deber satisfacer la exigencia
del instinto (porque el sujeto lo considere incorrecto), y además de no poder sublimar por
carecer el sujeto de capacidad para ello (la capacidad de sublimación no es ilimitada). En tal
caso, posiblemente lo único ‘controlable’ sean los ‘estímulos’. (NOTA: ¿No tendría esto que
ver con la ‘táctica’ de San Ignacio en las Reglas para ordenarse en el comer en las que el
‘control’ gira en torno a ‘lo que se come’, no al ‘apetito’ que tiende a ‘desordenarse’ o ‘ser
tentado’?).

Es decir, igual que en el tratamiento advierte muy seriamente al médico (que se ha convertido
en ‘estímulo’ para la paciente ‘enamorada’) que ‘no consienta’, para lo cual exige por parte
del médico altura moral, de la misma forma puede ser un medio eficaz y sobre todo posible el
plantearse que el único recurso posible en determinadas circunstancias para posibilitar tanto la
curación como la educación. Es decir, en estos casos, sólo una ‘abstinencia’, de alguna forma
impuesta desde la realidad, puede posibilitar el crecimiento de la persona que siempre
consistirá en la hegemonía del yo, controlando el sujeto sus ‘instintos’, como en el caso que
Freud alude la paciente se capacitaría para disponer de su ‘capacidad de amar para adelante’.
Quizás, en ocasiones, el único recurso para alcanzar el equilibrio psíquico en el que el yo se
sienta libre y ‘señor de sí’ (EE 214), sea este control ‘externo’ de estímulos que posibilitaría
el dominio de unos ‘instintos’ de los que ‘no podemos huir’.

Esto nos lleva a la problemática que más arriba nos planteábamos: la educación. Hemos
intentado relacionar ‘curación’ con ‘educación’. Si la curación psicoanalítica pretende hacer
aflorar a la conciencia los instintos sexuales reprimidos y que fueron remitidos al
inconsciente, posibilitando de esta forma su dominio, la educación debe apuntar al mismo
dominio con la diferencia de que en su caso los instintos no están en principio ‘reprimidos’ y,
por tanto, no son inconscientes. En realidad, la educación sería la tarea ineludible de todo ser
humano: nacemos como mera posibilidad desprogramada, y estamos llamados a alcanzar unas
metas imprevisibles llamadas a superar las más altas cotas de desarrollo de cualquier otro ser
viviente, pero que pueden quedar frustradas. La ‘desprogramación instintual’ que nos abre a
lo mejor, puede terminar en lo peor.

El problema está en que esta desprogramación, como el mismo nombre indica, carece de
cualquier recurso que supliese su indeterminación (como puede ser el ‘instinto’ en los
animales). Esta carencia total ha de ser suplida por los padres, llamados a dar respuesta a las
necesidades perentorias del nuevo ser; y esto durante años.

Esta tarea irrenunciable de los padres, sin embargo, va teniendo etapas que deben ajustarse a
las del hijo. Normalmente resaltamos y describimos detalladamente las del hijo (infancia,
adolescencia) sin preguntarnos por el papel de los encargados de acompañar dicho proceso.
Pues bien, la tarea de llevar a cabo este proceso es lo que denominamos ‘educación’. Pero las
peripecias que las complejas etapas por las que el ser humano ha de pasar pueden dejar
heridas que hay que curar. No es pues lo mismo curación que educación: la primera debe
corregir los fracasos de la segunda. ¿En qué consiste, pues, la educación? ¿Podemos sacar
algunos datos útiles descubiertos por el Psicoanálisis en su tarea terapéutica para no fracasar
en la educación?

© Adolfo Chércoles Medina sj


El problema de la sublimación 12

- la gran educadora, la realidad.

Freud hace un paralelismo entre el proceso que el hombre ha tenido que hacer en su
filogénesis y el que después tendrá que hacer personalmente desde su nacimiento hasta la
madurez. Esto supuesto en la Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) defiende que “los
desarrollos del yo y la libido son repeticiones abreviadas de la trayectoria evolutiva de la
Humanidad”, y la gran educadora en esta evolución ha sido la “Necesidad”, la “realidad” (pp.
2343-2344) (2684). Es tan importante esta afirmación que, de hecho, la realidad se convierte
en el gran referente de Freud de cara a la normalidad psíquica: según sea nuestra capacidad de
acceder a la realidad así será nuestro grado de salud mental.

A este respecto es interesante cómo describe las distintas perturbaciones psíquicas desde
nuestra relación con la realidad. En La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis
(1924) ve así este problema: “La neurosis no niega la realidad sino que se limita a no querer
saber nada de ella. La psicosis la niega e intenta sustituirla. La conducta normal reúne
caracteres de ambas: no niega la realidad (como la neurosis), pero se esfuerza por
transformarla (como la psicosis)” (p 2745) (3318). En efecto, en vez de ‘no querer saber nada
de ella’ (neurosis) que es en lo que consiste la represión, la afronta, que no es lo mismo que
‘sustituirla’ (psicosis) sino que intenta ‘transformarla’

Pero viniendo a nuestro problema, hay que partir del reto indiscutible de la educación:
posibilitar el paso correcto de la infancia a la madurez, de una dependencia total a la completa
autonomía, de una situación necesitante a la libertad. Para Freud el niño empieza rigiéndose
por el Principio del placer, pero, como hemos visto, este principio está llamado a ser
sustituido en la madurez por el Principio de realidad, esa realidad que está llamada a ser ‘la
gran educadora’.

En efecto, “el progreso más importante en el desarrollo del yo es el paso del principio del
placer al principio de la realidad (que la sexualidad sólo da tardía y forzadamente)”. Pero
advierte que siempre existe el “peligro de la regresión” (Introducción al Psicoanálisis (1915-
1917) p 2345) (2689).

Esta sustitución comienza a plantearse pronto. El aparato psíquico tiene que empezar a
adaptarse a las exigencias de la realidad. Esto es posible por “la mayor importancia de los
órganos sensoriales (abiertos al exterior) y de la conciencia enlazada a ellos (y no sólo al
placer-displacer). Surge la atención (: tantear periódicamente la realidad externa antes de que
surja la necesidad interna inaplazable) y la memoria” (Los dos principios del
funcionamiento mental (1910-1911) p 1639) (1796).

Los datos son importantes: el que el referente no sea exclusivamente el placer-displacer, como
al nacer, sino una realidad captada por los sentidos y que puede ser conocida al acceder a la
conciencia, surgiendo la ‘atención’ y la ‘memoria’. Ambas se contraponen a las ‘exigencias’
que lleva consigo el Principio del placer que se experimenta como ‘necesidad interna
inaplazable’. En efecto, ante la atención y la memoria, ligadas a la conciencia, el yo puede
experimentarse libre frente a la imposición del Ello (regido por el Principio del placer) e
incorporarse de este modo al Principio de la realidad.

Pero sigamos con la descripción de Freud: “Consecuencias del principio de la realidad: en


lugar de la represión (exclusión de las representaciones susceptibles de displacer) surge el
discernimiento (instancia imparcial que decide si una representación determinada concuerda
con la realidad)” (Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1911) p 1639)
(1797). Es decir, mientras estemos regidos por el Principio del placer, la represión será la

© Adolfo Chércoles Medina sj


El problema de la sublimación 13

única alternativa para dominarlo. Es importante, por tanto, saber cómo se produce ese paso
necesario del Principio del placer al de realidad, pues la represión no es respuesta.

Aquí nos encontramos con una alternativa importante a la represión: el discernimiento-


deliberación. Su referencia no es ‘placer-displacer’ sino la ‘realidad’, a la que hay que dar
respuesta. Ante el ‘placer-displacer’ nunca seremos ‘imparciales’ porque la instancia que
percibe dicha disyuntiva es mi ‘deseo’, mi ‘apetencia’, sin embargo, ante la realidad es la
inteligencia la que la percibe y ésta sí está llamada a ser una instancia ‘imparcial’, y en ese
sentido es capaz de discernir.

Zubiri define ‘la realidad’ como ‘lo de suyo’, ‘lo que está ahí’ y por eso es previa al ser, y la
inteligencia que es la única que puede captar dicha realidad defiende que es ‘sentiente’. Freud
viene a decir lo mismo: distingue entre ‘instintos’ (procedentes del Ello) y los ‘órganos de los
sentidos’: “Los instintos del Ello tienden a la satisfacción inmediata. El yo actúa de mediador
entre las exigencias del Ello y del mundo exterior: por medio del órgano sensorial busca la
satisfacción exenta de peligro, u obliga a los instintos a aplazarla, o a modificar sus fines
(:sustitución del principio del placer por el de la realidad). No sólo se adapta al mundo
exterior sino que puede modificarlo” (Psicoanálisis y medicina (1926) pp. 2921-2922)
(3585). Más aún, dice que “la clave de la sabiduría consiste en que el yo sea capaz de saber
cuándo es más adecuado minar las pasiones y doblegarse ante la realidad, y cuándo atacar el
mundo exterior” (Ibidem) (3585), y esto lo hace a través de la inteligencia, la única capaz de
discernir y remitirnos al principio de realidad.

Hay que partir del hecho de que “el yo se encuentra entre la realidad y el Ello (lo propiamente
anímico)” (Psicoanálisis y medicina (1926) p 2918) (3577). Y es que “el yo se esfuerza en
transmitir al Ello la influencia del mundo exterior, sustituyendo el principio del placer, que
reina en el Ello, por el de realidad”. Y a continuación alude a ‘la percepción’, esto es a los
órganos sensoriales que nos ponen en contacto con la realidad: “La percepción es para el yo lo
que para el Ello el instinto. El yo representa la razón frente al Ello que contiene las pasiones.
El yo rige, normalmente, el acceso a la motilidad, pero con energías prestadas, viéndose
forzado, a veces, a hacer la voluntad del Ello” (El ‘yo’ y el ‘Ello’ (1923) p 2708) (3202).

Es decir, la percepción se contrapone al instinto, la razón se remite a los datos que le


proporciona la percepción mientras las pasiones proceden del instinto, pero el conflicto viene
cuando la energía que el yo necesita para acceder a la motilidad (la realidad) procede del Ello,
con el riesgo de quedar sometido a su voluntad, sin poder acceder al Principio de realidad.

Esto tiene una consecuencia: “El principio de realidad sólo puede surgir en el yo con la
pérdida (negación) de objetos que un día le procuraron una satisfacción” (La negación (1925)
p 2885) (3413), lo cual quiere decir que mientras no nos desliguemos de algún modo del
mundo de nuestros deseos, es imposible que podamos dar respuesta a la realidad.

Veamos cómo plantea este problema en Los dos principios del funcionamiento mental
(1910-1911): Los procesos anímicos primarios (inconscientes) obedecen al principio del
placer: están regidos por las necesidades internas (deseos), pretendiendo su satisfacción por la
alucinación (como es el caso de los sueños). “La no satisfacción por este camino abre el
aparato psíquico a la realidad (aunque sea desagradable) y a su modificación: principio de
realidad” (pp. 1638-1639) (1795). Esto supone que el paso no es, en principio, agradable.
Toda educación tiene como meta algo penoso

En efecto, en Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1911) afirma que “La
educación tiende a procurar una ayuda al desarrollo del yo, sustituyendo el principio del
placer por el principio de la realidad. Como prima ofrece el cariño de los educadores” (p
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 14

1641) (1802). Más aún, Freud está convencido que “los desarrollos del yo y la libido son
repeticiones abreviadas de la trayectoria evolutiva de la Humanidad, y la gran educadora en
esta evolución ha sido la Necesidad, la realidad” (Introducción al Psicoanálisis (1916-1917)
pp. 2343-2344) (2684). Es decir, según él habría que decir que la finalidad de la educación no
es sólo posibilitar que el sujeto se rija por el Principio de realidad, sino que la gran educadora
es ‘la Necesidad, la realidad’.

En efecto, la Realidad está llamada a ser la gran educadora. Por tanto, no hay nada más grave
que ‘ahorrar’ a un niño realidad. El problema hoy día en nuestra sociedad posmoderna está en
que la realidad que nos rodea es todo menos ‘Necesidad’ (limitación), sino todo lo contrario,
exuberancia, posibilidad siempre al alcance de la mano para satisfacer un ‘deseo’ que es
ilimitado en el ser humano. Es decir, si el Principio de realidad está llamado a suplantar el
Principio del placer, ¿podrá hacerlo cuando el sujeto constate que en la ‘realidad’ que le rodea
prácticamente todo lo que desea puede alcanzarlo?

Freud afirma que el Principio del placer es ‘omnipotente’ (Inhibición, síntoma y angustia
(1925) p 2836) (3458), lo cual quiere decir que parece imposible que pueda ser desmontado si
no se topa con una Realidad-Necesidad que lo limite, que le demuestre que no lo puede todo.
Qué duda cabe que en la vida (aun en la de nuestro Primer mundo) hay ‘realidades’ no
deseadas que nos salen al paso, demostrándonos nuestra limitación, pero si se ha ahorrado
toda limitación o contratiempo (lo que después impondrá la realidad) a lo largo de todo el
proceso, consintiendo toda apetencia (caprichos), ¿qué capacidad puede tener el sujeto para
afrontarla y asumirla?

Es decir, el problema clave de toda educación es el mismo que tiene el método psicoanalítico:
“el enfermo debe avanzar desde el principio del placer (niño) al principio de la realidad
(hombre maduro). El médico se sirve para esta segunda educación de cualquier componente
del amor” (Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica (1916) pp. 2413-
1414) (2799). Aquí nos topamos con algo nuevo: el recurso por excelencia en esta ‘segunda
educación’ será ‘cualquier componente del amor’, como de hecho debe serlo en la primera.

- no mimar al niño.

Sin embargo, este ‘amor’ ha de ser usado correctamente. Un ahorro de ‘realidad’ al niño
puede incapacitarlo para superar el Principio del placer. Si los procesos anímicos
inconscientes ‘obedecen el principio del placer’ (Los dos principios del funcionamiento
mental (1910-1911) pp. 1639) (1795) y sus características son “insaciabilidad, terquedad e
incapacidad de adaptarse a la realidad” (Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci (1910)
p 1617) (1725), nadie puede discutir que describen a la perfección la manera de comportarse
del niño. Es decir, toda tarea educadora habrá de enfrentarse con dichas posturas. Pues bien,
en Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1911) nos avisa del “fracasa ante la
seguridad del sujeto infantil de poseer incondicionalmente tal cariño y no poder perderlo en
ningún modo” (p 1638-1639) (1802). No puede ser aliciente lo que ya tiene asegurado de
antemano, no hay por qué afrontar nada, pero tampoco habrá posibilidad de autonomía que la
experimentará como desprotección. En efecto, “El ’mimo’ del niño hace que experimente el
desamparo como el peligro por excelencia, favoreciendo su permanencia en la infancia
(desamparo moral y psíquico)” (Inhibición, síntoma y angustia (1925) p 2880) (3542).

Es decir, el amparo que el niño experimenta en sus padres tiene que ir desapareciendo para
posibilitar la autonomía que requiere la madurez. Un cariño excesivo (el ‘mimo’) puede
llevarle a contar indefinidamente con un amparo que está llamado a ser sustituido por unos
referentes personales. Un sujeto sin el referente moral y la autonomía psíquica sintetizada en
la hegemonía del yo se sentirá ‘desamparado’ en la vida.
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 15

En efecto, si la educación está llamado posibilitar dichos referentes personales, el niño


mimado estará incapacitado para que su influjo pueda tener eco en él, dado que la prima de
cariño que el educador debe ofrecer al educando para llevar esa penosa tarea de autonomía,
carecerá de aliciente al estar asegurado y plenamente satisfecho en el ‘mimo’. Pero a este
peligro se añade otro al que Freud alude en La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad
moderna (1908). Hablando de las consecuencias que un matrimonio no satisfecho puede
provocar en el hijo, comenta: “La mujer, insatisfecha por su marido y, por ello, neurótica,
hace objeto a sus hijos de una exagerada ternura, despertando en ellos una prematura madurez
sexual, y los desacuerdos matrimoniales hacen vivir al niño amor, odio y celos. Luego, la
educación reprime la vida sexual prematuramente despertada, que luego provocará neurosis”
(p 1260) (1546).

Es decir, la sexualidad del niño está llamada a alcanzar su madurez: ‘síntesis de todos los
instintos sexuales bajo la primacía de los genitales y al servicio de la reproducción’ (Los
instintos y sus destinos (1915) p 2050) (2311). Pero esta ‘madurez’ tiene su momento. Una
madurez ‘prematuramente’ despertada por la ‘exagerada ternura’ de la madre, será reprimida
por la educación, provocando neurosis.

Veamos otra forma de describirnos esta difícil sustitución de un principio por otro: “Bajo el
influjo del instinto de conservación del yo, el principio del placer es sustituido por el
principio de la realidad: aplazamiento de la satisfacción para asegurar el placer. Pero el
instinto sexual, difícilmente educable, puede llegar a dominar el principio de la realidad, lo
cual es peligroso” (Más allá del principio del placer (1919-1920) p 2509) (2907).

Como siempre su descripción no deja de ser compleja: no es algo mecánico que bajo el
impulso del ‘instinto de conservación’ se lleva a cabo, como cualquier fenómeno fisiológico
(la caída de los dientes de ‘leche’), sino que requiere la intervención inteligente del sujeto: no
se trata sin más de la suplantación de un principio por otro, sino de un ‘aplazamiento de la
satisfacción para asegurar el placer’. El ‘displacer’ en cuanto tal nunca dinamizará. El
problema está en quién decide, si el Principio del placer de forma autónoma, o el ‘instinto de
conservación’ desde la capacidad de previsión que proporciona la inteligencia. Pero en esta
tarea nunca hay que olvidar la advertencia final: que ‘el instinto sexual es difícilmente
educable’, y ‘es peligroso’ que llegue a anular el Principio de realidad. (NOTA: Una sociedad
tan permisiva y hedonista como la nuestra ¿es consciente de este peligro? ¿No se ufana, más
bien, de las cotas de ‘liberación’ que ha logrado en una sociedad que hasta este momento
habría estado ‘reprimida’?).

Y es que el papel de la educación consiste en “que la libido del niño no quede fijada en sus
padres, sino que se desligue de ellos”. Este cambio es tan decisivo que el papel del
Psicoanálisis “es una segunda educación para vencer los restos infantiles” (Psicoanálisis
(1909) p 1559) (1688). Es decir, la ‘libido’ si sigue ‘fijada’ en quienes surgió no podrá
disponer de ella, sino que la seguirá vivenciando pasivamente, creándole por otro lado
problemas sin salida (complejo de Edipo). Todo retraso, pues, en esta liberación ha de ser
diagnosticado como fijación infantil.

- la educación ha de ser satisfactoria.

Pero no olvidemos lo que según el Psicoanálisis está en juego en el proceso psíquico y que
debe tener presente toda educación. “Ante las exigencias instintuales del Ello, el yo puede
satisfacerlas o renunciar a ellas por el principio de realidad: para que esto no suponga una
tensión permanente, ha de darse una disminución de la fuerza del instinto mediante
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 16

desplazamientos de energía. Pero la renuncia al instinto puede ser motivada por la


internalización de las instancias inhibidoras exteriores (padres, educadores): el súper-yo que
se enfrenta al yo como instancia observadora, crítica y prohibitiva. Pero esta renuncia
motivada por el súper-yo proporciona una satisfacción sustitutiva: el amor del súper-yo
(padres): carácter narcisista del orgullo” (Moisés y la religión monoteísta (1934-1938) p
3311) (4178).

El problema, pues, radica en la capacidad del yo para responder a dos exigencias


contrapuestas (las ‘instintuales del Ello’ y las ‘prohibitivas del súper-yo’), sin salirse del
principio de realidad. El problema está en la ‘satisfacción’ que esta respuesta debe
proporcionar, ya sea directa o sustitutiva. De no producirse, la respuesta no tendrá alcance y
fracasará el proceso educador. En efecto, este es el problema estrella que tiene planteado el yo
en su mediación entre el Ello y el súper-yo. De no ‘satisfacer’ a ambas instancias, el equilibrio
psicológico (la salud psíquica) no se dará.

Veamos como describe esta tarea de compaginar instancias contrapuestas en


Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte (1915): “La transformación de
los instintos malos es obra de dos factores: uno interior (erotismo: la necesidad de amor); otro
exterior (la educación que representa las exigencias de la civilización). La coerción exterior
va transformándose en interior” (p 2105-2106) (2395). Es decir, esta ‘transformación’
necesaria depende de saber coordinar las dos instancias, una ‘interior’ (procedente del Ello) y
la otra ‘exterior’: ‘las exigencias de la civilización’ (asumidas por el súper-yo) y que la
educación ha de incorporar al yo. Estos ‘dos factores’ han de cooperar para lograr
transformaciones necesarias y habría que decir, irrenunciables.

Como vemos ‘la necesidad de amor’ es el verdadero motor que puede hacer posible esta tarea.
Sin embargo en el mismo trabajo que acabamos de citar Freud hace caer en la cuenta de lo
siguiente: “La educación y el ambiente (coerción exterior) no se limitan a ofrecer primas de
amor sino también recompensas y castigos: el individuo puede obrar culturalmente sin que se
haya dado una mutación de los instintos egoístas en sociales” (Ibidem pp. 2106-2107)
(2397). Es decir, si no se lleva a cabo una ‘mutación de los instintos’ por medio del amor, la
cultura ‘se impondrá’, pero el sujeto no actúa como persona, al no haber cambiado los
‘instintos egoístas en sociales’ y la cultura que vive no le puede dar ninguna ‘satisfacción’.

- el trabajo, fuente de felicidad.

En esta difícil pugna entre los dos ‘principios’ básicos del ser humano, de la que debe salir
victorioso el Principio de realidad, hay un caso especialmente importante y que según Freud
no se le ha dado el alcance que tiene: es el caso del trabajo.

En Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) (pp. 2316-2317) (2639) afirma que “la


sociedad ha de desviar la energía sexual hacia el trabajo”, como una tarea irrenunciable de la
educación. Más aún en El malestar en la cultura (1929) se queja de que la sociedad no haya
valorado más el trabajo como fuente de ‘felicidad’. Veamos, cómo formula esta idea:
“Importancia del trabajo en la economía libidinosa: posibilidad de desplazamiento de sus
componentes narcisistas, agresivos y aun eróticos. Particular satisfacción cuando ha sido
elegido libremente, permitiendo la sublimación. Pero el trabajo es menospreciado como
camino a la felicidad y sólo se trabaja bajo el imperio de la necesidad” (p 3027) (3757).

Es especialmente sugerente esta observación, porque es posible que estemos dando de lado a
una fuente de equilibrio de gran alcance. En efecto, el trabajo hoy y en nuestro Primer mundo,
más que en tiempo de Freud, gira en torno, no ya a la ‘necesidad’, sino lo que es peor, en
torno a su pura dimensión lucrativa, crematística. Esto descalifica aún más el trabajo, pues ‘el
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 17

profesional’ cada vez está menos vocacionado y no siempre ‘ha elegido libremente’ (lo cual
supondría que dicho trabajo era el que ‘quería’ la persona en cuanto tal, y no por su seguridad
y rendimiento económico). Pues bien, esta elección ‘en libertad’ parece ‘permitir’ la
sublimación, y ésta, en cuanto tal, siempre será fuente de felicidad. Freud confiesa que este
logro (un trabajo concebido como fuente de felicidad), permitiría el desplazamiento de los
componentes ‘narcisistas, agresivos, y aun eróticos’ de nuestra libido. (NOTA: Aquí tengo
que aportar una experiencia personal en mi vida de trabajo manual. Los muchachos que me
llevé a trabajar más jóvenes – 14 o 15 años – fueron los que llegaron a ‘disfrutar’ de su
trabajo. A partir de los 17 años ya concebían el trabajo como una ‘necesidad’ – una condición
sin la cual no podían ‘cobrar’ – y no han llegado a ser propiamente ‘profesionales’).

Religión y educación.

Y en todo esto, ¿qué lugar ocupa la religión? Freud era muy consciente de su influjo y fue
muy crítico de cara a él en todo aquello que consideró erróneo, al margen de su condición de
ateo convencido.

Por lo pronto no podemos olvidar su relación no sólo ‘tolerante’ como hoy se diría, sino
enriquecedora por lo que podemos saber gracias al intercambio epistolar (NOTA: Citar
trabajo de Carlos Domínguez sobre Freud y Pfister). En efecto él mismo reconoce esta
relación y alude a ello en su obra. En su Autobiografía (1924), a propósito de la aplicación
del Psicoanálisis a la Pedagogía, añade: “y a la religiosidad sublimada por parte del
protestante O. Pfister” (p 2797) (3400); más arriba aludíamos a su reconocimiento del papel
del sacerdote “para actuar profilácticamente sobre el niño sano” (Prefacio para un libro de
Oskar Pfister (1913) p 1936) (2097) , como también a la aportación sorprendente de la
religión cristiana en concreto de cara a la sexualidad humana: “El ascetismo cristiano creó
valoraciones psíquicas al amor que la antigüedad clásica desconoció” (Sobre una
degradación general de la vida erótica (1912) p 1715) (1983).

Pero es especialmente sugerente la afirmación que encontramos en Historia de una neurosis


infantil (‘Hombre de los lobos’) (1914) a propósito del papel de la religión en la educación
de cara al dominio de sus tendencias sexuales a través de la sublimación, reconoce “el papel
que desempeñó en esto su identificación con Cristo” (p 2005) (2270). Al margen de su
ateísmo, reconoce que la ‘identificación’ que vive el creyente ‘con Cristo’ posibilita uno de
los logros más irrenunciables de cara a la ‘hominización’ como es la sublimación.

Hay una alusión a la religión especialmente sugerente por el contexto en el que la hace. En
Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1011) plantea de la diferencia entre un
yo ‘regido’ por un principio o por otro: “El yo regido por el principio del placer sólo puede
desear. El yo regido por el principio de la realidad tiende a lo útil y a la seguridad. Por lo tanto
el principio de la realidad intenta afianzar el principio del placer, es decir, renunciar al placer
momentáneo para alcanzar uno seguro.” Es decir, el que el yo tienda a lo ‘útil’ o a la
‘seguridad’ es señal de ha incorporado el Principio de realidad como principio de
comportamiento o, dicho de otra forma, que ha madurado. Pues bien, como confirmación de
este ‘logro’ contrapone la ‘religión’ con la ‘ciencia’: “la religión como una proyección mística
de esta transformación psíquica; La ciencia, sin embargo, ofrece la mejor solución” (p 1641)
(1801).

Si nos fijamos admite que ambas tentativas pretenden lo mismo, con la diferencia que una es
‘mística’ y esto es lo que la descalifica, mientras la otra no se sale de la realidad y por eso
‘ofrece mejor solución’. Sin embargo es interesante lo que comenta en El porvenir de una
ilusión (1927) a propósito de la religión como ilusión: “La ilusión no es propiamente error y
se deriva de los deseos humanos. Se distingue del delirio en que éste es más complicado y
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 18

contrario a la realidad” (p 2977) (3666). Sin embargo, esto no quita que en El malestar en la
cultura (1929), a propósito de las tentativas del hombre en busca de felicidad como “huida de
la realidad”, alude a las religiones “que nunca reconocerán que es un delirio” (p 3028) (3759).

En definitiva, su juicio global sobre la religión es más bien desfavorable. Por lo pronto opina
que ésta no debe sentirse amenazada por el psicoanálisis y veamos por qué: “No hay
contradicciones ni peligros en las afirmaciones de Freud sobre la religión: ningún creyente
dejará de serlo por estos argumentos, pues la fe se fundamenta en fuertes lazos afectivos. (Lo
mismo ocurre al no creyente respecto a la religión)”. Pero además la acusa de “dos grandes
problemas pedagógicos: retraso de la evolución sexual y adelanto de la influencia religiosa :
esto lleva a crear una debilidad mental en muchos, siendo la inteligencia el único medio para
dominar nuestros instintos” y añade algo que hoy hiere especialmente nuestra sensibilidad:
esta ‘debilidad mental’ que lleva consigo la religión ha afectado de una manera especial a la
mujer en la que el influjo de la religión es mayor (El porvenir de una ilusión (1927) pp.
1986-1987) (3679). (NOTA: Habría que preguntarse si la ‘influenciabilidad’ de la mujer
respecto a la ‘religión’ es fruto de su ‘debilidad mental’, o ésta es la que provoca su mayor
religiosidad. De cualquier forma queda clara su afirmación de la ‘debilidad mental’ de la
mujer).

Sólo conviene resaltar dos de sus convicciones: que ‘la fe se fundamenta en fuertes lazos
afectivos’, lo cual provoca la ‘debilidad mental’ que le atribuye, resulta un tanto simplista;
pero sobre todo el ‘retraso de la evolución sexual’ que le atribuye no se compagina con otras
afirmaciones suyas a las que aludíamos al comienzo de este apartado.

¿Es posible una educación irreligiosa?

Supuesta esta convicción del influjo negativo de la religión en la sociedad, se plantea la


posibilidad de una ‘educación irreligiosa’, ponderando al mismo tiempo los peligros que
dicha alternativa podía tener en ambientes no ‘evolucionados’. Pero recojamos algunas de sus
propuestas a este respecto. Todas ellas las encontramos en la misma obra: El porvenir de una
ilusión (1927).

Por lo pronto empieza proponiendo que “vale la pena intentar una educación irreligiosa,
aunque sea otra ilusión. Si fracasa habría que aceptar que el hombre es un ser de inteligencia
débil y dominado por sus deseos instintivos” (p 2987-2988) (3680). El planteamiento es
coherente con las acusaciones que hacía al fenómeno religioso.

La propuesta está hecha con un tono modesto: ‘aunque sea otra ilusión’: no es que crea haber
encontrado la gran solución, sólo es un intento. La conclusión que saca, de ser un fracaso su
propuesta, es plenamente coherente desde sus planteamientos: habría que reconocer que ‘el
hombre es un ser de inteligencia débil’, ya que necesitaría de la ‘religión’ (cuya fuerza radica
en ‘fuertes lazos afectivos’, prescindiendo de la inteligencia), y sobre todo un ser ‘dominado
por sus deseos instintivos’, y por tanto lo único que podría responder a esta situación es una
religión que intenta dominar lo instintivo no precisamente por la inteligencia. Pero sigamos su
argumentación.

“Hay que ‘educar para la realidad’, superando el infantilismo del consuelo de la ilusión
religiosa. Si no se ha contraído la neurosis religiosa, el hombre tendrá que reconocer su
impotencia, no creerse el centro de la creación, ni sentirse protegido por una providencia” (p
2988) (3682). La argumentación es correctísima. Dejando de lado hasta qué punto es correcta
la visión que tiene de la ‘religión’ como una ‘ilusión’ que ‘infantiliza’ poniendo en el centro
de la creación al hombre con una ‘providencia’ que impide experimentar la propia
‘impotencia’, es importante recoger las razones que aduce, pues posiblemente nos aporte
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 19

datos importantísimos de cara a lo que nos planteamos: cuáles son los supuestos
irrenunciables de cara a una educación correcta.

En efecto, hay que educar ‘para la realidad’, que es lo mismo que superar cualquier
‘infantilismo’, ya sea el que todos vivimos, ya sea el provocado por la ‘ilusión religiosa’ (en
la medida en que la experiencia religiosa nos saca de la realidad hay que denominarla
‘ilusoria’). Lo ‘ilusorio’ de la religión está en no haber superado la experiencia de
‘omnipotencia’ que en nuestra infancia tuvimos, asumiendo la impotencia que lleva consigo
nuestra limitación.

Y es que en definitiva, toda educación debe llevar, según Freud a la primacía de la razón. Por
eso plantea la objeción siguiente a su propuesta de una ‘educación irreligiosa’: “Objeción de
que la supresión de la religión no llevaría a la primacía de la inteligencia sobre lo instintivo,
debiendo ser sustituida por otro sistema que encerraría las mismas características de la
religión para hacer posible la educación” (p 2989) (3684).

Es decir, de no llevar a ‘la primacía de la inteligencia sobre lo instintivo’, la supresión de la


religión carecería de sentido, porque habría que montar ‘otro sistema’ que tendría los mismos
inconvenientes que la religión. Por eso añade una objeción de carácter práctico: “Objeción a
la supresión de la religión: ésta es la base de la educación y la sociedad, siendo un problema
práctico de cara a mantener nuestra civilización. Su fuerza consoladora y cumplidora de
deseos (ilusión) responde a una necesidad de la realidad humana” (pp. 2989-2990) (3685).

De hecho, esta objeción es totalmente lógica dentro de los planteamientos del Psicoanálisis:
ha de darse una ‘satisfacción’ (directa o indirecta) a nuestros deseos, si no queremos que
queden ‘reprimidos’. A resolver esta exigencia viene la sublimación. ¿No ha admitido el
mismo Freud en alguna ocasión, como hemos visto, la función posibilitadora de sublimación
que en ocasiones había que reconocer a la religión?

Y es que, según él, en contraposición a la educación religiosa, “la educación sin religión no
cambiará al hombre: el dios logos, no tan omnipotente, no hará que perdamos el interés por la
vida. La ciencia ha demostrado no tener nada de ilusoria: sus opiniones son evolución y
progreso, nunca contradicción” (pp. 2991-2992) (3690). De nuevo volvemos al mismo
planteamiento: hay que dar la supremacía a la inteligencia (origen de toda ‘evolución’ y
‘progreso’), evitando toda ‘contradicción’. De esta forma otorga al ‘logos’ la función de
‘dios’, pero quitándole la ‘prerrogativa’ de la ‘omnipotencia’.

En resumen, su propuesta de una ‘educación sin religión’ está motivada por su convicción de
que la religión es una rémora para la hegemonía de la inteligencia. Veamos el juicio que hace
en Moisés y la religión monoteísta (1934-1938) a propósito de la situación política que se
daba en 1938: “la Iglesia católica es precisamente la que opone una poderosa defensa contra
la propagación de ese peligro cultural, ella, acérrima enemiga del libre pensamiento y de todo
progreso hacia el reconocimiento de la verdad” (p 3272) (4102).

Prescindiendo de la ‘objetividad’ de su concepción del hecho religioso (cosa que en absoluto


pretendemos en este trabajo y que no conviene confundir con la verdad que en muchísimas
ocasiones encierre, dependiendo de los que nos confesamos creyentes desmentirla), sacamos
algo claro de estas citas: el logro de toda educación consistirá en instaurar la supremacía de la
inteligencia sobre los instintos y no tener que recurrir a la represión para su dominio.

Por lo pronto no olvidemos cómo formula esta propuesta: “vale la pena intentar una
educación irreligiosa, aunque sea otra ilusión” (pp. 2987-2988) (3680). No es, pues, una
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 20

alternativa tan evidente y segura. Y es que ha reconocido que la ‘fuerza consoladora y


cumplidora de deseos (ilusión)’ de la religión ‘responde a una necesidad de la realidad
humana’ (pp. 2989-2990) (3685). ¿Cómo ‘satisfacer’, pues, esta ‘necesidad’ juntamente con
‘la primacía de la inteligencia sobre el instinto’?

Dificultades con que cuenta toda educación.

Es evidente que el ‘logro teórico’ es claro. En Compendio del Psicoanálisis (1938) nos
recuerda el reto: “La función del yo es enfrentar sus tres relaciones de dependencia (de la
realidad, del Ello y del súper-yo) sin menoscabar su autonomía. Lo patológico consiste en el
debilitamiento del yo ante el Ello o ante el súper-yo: ambos hacen causa común contra el yo
que trata de aferrarse a la realidad para mantener su estado normal. Si el yo se desprende de la
realidad cae en la psicosis” (p 3396) (4335).

En efecto, el ‘estado normal’ del yo es cuando no le da la espalda a ‘la realidad’, aunque ‘sin
menoscabar su autonomía’. No hay más que recordar la tarea primordial de toda terapia
analítica: “El médico y el yo debilitado del paciente, apoyados en el mundo real, deben tomar
partido contra las exigencias del Ello y las demandas morales del súper-yo. Para esto, el
enfermo promete poner a disposición del médico todo el material de su autopercepción. Los
conocimientos del médico han de restituir la hegemonía del yo” (p 3396) (4336). Es decir,
esta hegemonía no supone prescindir de dichas instancias con las que tiene que contar, sino
mantener una independencia o distanciamiento que le dé posibilidad de decidir (NOTA: ¿No
es esto lo que plantea san Ignacio cuando dice que ‘lo propio mío es mi mera libertad y
querer? EE 32).

El yo no puede prescindir de la energía que le viene del Ello, ni del referente que debe
suponerle su súper-yo al no estar programado por un instinto, pero tampoco salirse de la
realidad. Por tanto tiene que responder tanto a las ‘exigencias del Ello’ como a las ‘demandas
morales’ (y no tanto en ‘tomar partido contra’ ellas, pues sin los impulsos del Ello carecería
de fuerza y sin el referente moral se sentiría perdido), pero desde la realidad.

Ahora bien, esta meta no es tan fácil. Las ‘exigencias del Ello’ tienen tal energía que no es
fácil dominarlas. Veamos cómo formula este problema en El porvenir de la ilusión (1927):
“Las instituciones culturales se mantienen sólo mediante cierta coerción (por falta de amor al
trabajo y la ineficacia de los argumentos contra las pasiones). Las masas no admiten gustosas
la renuncia al instinto y sus individuos se apoyan unos a otros en la tolerancia de su
desenfreno. Sólo individuos ejemplares pueden moverlas a aceptar dichas renuncias. Pero es
necesario que éstos posean un profundo conocimiento de las necesidades del hombre y
dominio de sus propios instintos. Peligro de que hagan a las masas mayores concesiones que
éstas a ellos, necesitando de medios de poder que los independizan de la colectividad (pp.
2962-2963) (3640).

La cita toca varios frentes, todos ellos dignos de tenerse en cuenta. Y empecemos por lo que
ya hemos visto: que no es posible ‘mantener la cultura’ sin ‘cierta coerción’. Es decir, la
cultura no es un logro sólido que se mantiene en sí mismo sino algo que puede desmoronarse.
Parece que se nos olvida que la Historia nos ofrece repetidos derrumbamientos de
‘construcciones culturales’ dignas de admiración. Y no es que fueron sustituidas por otras más
elevadas sino que se diluyeron sumiendo a épocas enteras en verdaderos barbechos.

Y toca dos temas a tener en cuenta como ‘pilares’ de dicho mantenimiento. El primero ya nos
advirtió Freud de su importancia: el ‘amor al trabajo’, pero el segundo en cierto sentido es
algo novedoso: ‘la ineficacia de los argumentos contra las pasiones’. Los instintos han de ser
dominados por el yo, y este dominio no es precisamente la represión (que tan sólo era
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 21

‘quitarlos de en medio’ por incapacidad de afrontarlos) sino una respuesta razonada, es decir
lo que llamamos ‘argumentos’. Pues bien, estos argumentos, para que ‘dominen’, han de ser
‘eficaces’, pero ¿de dónde sacar dicha eficacia? Después aludirá a ello, pero antes nos
advierte de unos escollos a tener en cuenta.

No es novedad que ‘las masas’ sean reacias a renunciar a sus instintos, pero tiene más alcance
el recordarnos que esta resistencia no es algo meramente ‘pasivo’ sino que lleva consigo un
factor contagioso ya que ‘sus individuos se apoyan unos a otros en la tolerancia de su
desenfreno’. Esta afirmación puede que hoy tenga más calado que cuando Freud la escribía, a
causa del alcance de los medios de comunicación.

En efecto, los medios de comunicación nos masifican más de lo que estamos dispuestos a
reconocer, y la ‘tolerancia del desenfreno’ es mucho más sutil y eficaz. Sutil por lo
impersonal de su contagio: la información estratégicamente presentada da carta de ciudadanía
a posturas que el hombre de la calle no les concedería personalmente; pero además
sumamente eficaz pues se apoya en un ‘consenso’ reforzado por unas ‘estadísticas’, ambos
anónimos, que desmontan verdaderos ‘logros’ de la cultura, pero que un hedonismo
desculpabilizado justifican, descalificando por otro lado toda discrepancia. Vivimos una
época en la que la ‘descalificación’, que supone quedarse fuera del ‘consenso’, tiene mucha
más eficacia que cualquier ‘argumento’ racional.

Cómo superar las dificultades.

¿Qué camino de recuperación puede haber ante esta situación? Freud alude a una única salida:
‘Sólo individuos ejemplares pueden moverlas a aceptar dichas renuncias’. En realidad es
coherente con sus hallazgos psicoanalíticos: hemos insistido cómo no hay ‘curación’ sin
‘transferencia’ hacia el médico, una transferencia que le confiere una autoridad sin la cual no
tendría influjo alguno, pero ha de ser utilizada de forma intachable ‘moral y socialmente’ para
garantizar la recuperación del enfermo.

Recordemos que Freud tiene muy claro que ‘la libre expansión de la sexualidad’ no posibilita
curación alguna (Psicoanálisis y teoría de la libido (1922) pp. 2672-2673) (3171), sino que
ha de consistir en ‘devolver a la paciente la libre disposición de su facultad de amar para que
la use al terminar el tratamiento’, y esta tarea ‘nada fácil’ está en manos del médico a través
de la ‘transferencia del enamoramiento’ (Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia’
(1914) pp. 1695-1696) (2226), porque sólo la ‘transferencia amorosa hacia el médico’ puede
vencer la resistencia del enfermo a dominar sus instintos (Introducción al Psicoanálisis
(1916-1917) pp. 2400-2401) (2784).

Ahora podemos entender esa necesidad de ‘individuos ejemplares’ que, igual que el médico
en el tratamiento psicoanalítico, no sólo ‘posean un profundo conocimiento de las
necesidades del hombre’, sino que tengan a su vez ‘dominio de sus propios instintos’, y avisa
del riesgo de no contar con dichos individuos: ‘peligro de que hagan a las masas mayores
concesiones que éstas a ellos’. ¿Esto es peligro o realidad en el momento presente?

Pero Freud exige no sólo ‘ejemplaridad’ en estos individuos llamados a ‘mantener’ la cultura,
sino que tengan ‘conocimiento de las necesidades del hombre’. La mera imposición por la
fuerza no crea valores culturales. En El malestar en la cultura (1929) alude a los ‘logros’
organizativos en el reino animal que no serían respuesta para el ser humano: “En los animales
no se da nuestra lucha cultural, alcanzando algunos organizaciones estatales, distribución de
trabajo y limitación de la libertad individual admirables. Pero sabemos que no podríamos ser
felices en ninguno de estos estados” (p 3053) (3820). Y sin embargo nuestra ‘lucha cultural’
ha de alcanzar una ‘organización estatal’, una ‘distribución de trabajo’ e imponer una
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 22

‘limitación de la libertad individual’, pero ¿cómo ha de ser para que puedan considerarse
‘valores culturales’?, o dicho de otra forma ¿cuáles han de ser esos conocimientos de ‘las
necesidades del hombre’ que hiciesen eficaces sus ‘argumentos contra las pasiones”?

Veamos lo que nos dice en La moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad moderna (1908):
“No vale la pena el sacrificio que nos impone nuestra moral sexual cultural, cuando uno no se
ha liberado del hedonismo lo suficiente como para alcanzar en su cumplimiento un cierto
grado de satisfacción y felicidad individual” (p 1261) (1548). Es decir, sin un cierto grado de
liberación del ‘hedonismo’ parece imposible la necesaria ‘satisfacción y felicidad’ que debe
producir cualquier logro cultural para que sea tal. Pero en una sociedad en la que el
hedonismo no sólo está ‘desculpabilizado’ sino que se ha convertido en razón de
comportamiento, ¿cómo potenciar valores culturales?

Y aquí hay que volver a la problemática de la sublimación. La energía disponible en el


hombre procede de su ‘libido’, pero ésta, dado el carácter ‘plástico’ de la sexualidad humana,
puede a través de la sublimación ‘desplazar su fin, sin perder intensidad, a otros fines no
sexuales (culturales)’ (Ibidem pp. 1252-1253) (1528). Por otro lado según Freud “la
estructura social siempre incide en la libertad sexual” (El malestar en la cultura falta cita y
página) (3792). Es decir, la convicción generalizada de que la incidencia de la cultura (¡en
particular del cristianismo!) en el control de la sexualidad es ilícita y la causante de una
sociedad ‘reprimida’ es falsa, ya que dicha incidencia es inevitable, siempre se ha dado y
deberá seguirse dando, pues el instinto sexual humano “de proporcionar pleno placer no se
realizaría progreso alguno” (Sobre una degradación general de la vida erótica (1912) p
1717) (1985).

El problema está en que la forma de incidir sea la correcta y posibilite una sublimación que
por otro lado no es ilimitada. En efecto, ya nos avisaba Freud que ‘la exagerada represión
sexual no conseguía más civilización’, lo cual quiere decir que ‘no debe olvidarse la felicidad’
(Psicoanálisis (1909) p 1563) (1697) y definía el proceso terapéutico como la transformación
de lo inconsciente en consciente, cosa que ha de llevar a cabo el yo, para lo cual ha de
reconciliarse con la libido, “concediéndole determinadas satisfacciones y disponiendo de ella
por la sublimación”, advirtiendo dos grandes impedimentos: “la viscosidad de la libido y el
narcisismo” (Introducción al Psicoanálisis (1915-1917) pp. 2406-2407) (2792).

Si el incremento de libertad es lo que distingue la actividad psíquica consciente de la


inconsciente (fruto de la represión) (Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia’
(1914) p 1696) (2227), cobra especial importancia la posibilidad de disponer de la libido por
medio de la sublimación, pues parece ser que no hay forma de gozar de libertad frente a lo
psíquico: “La vida anímica quizá carezca de libertad y arbitrariedad” (El delirio y los sueños
de ‘Gradiva’ de W. Jensen (1906) p 1286) (1449). Más aún, en Introducción al
Psicoanálisis (1915-1917), hablando de los ‘actos fallidos’, llega a decir que “la existencia de
una libertad psíquica es una ilusión” (pp. 2145-2147) (2489), y en (Ibidem) que “la creencia
en la libertad y espontaneidad psicológicas es anticientífica. Se da un determinismo psíquico”
(pp. 2183-2184) (2518).

Problema del equilibrio psíquico.

Esto parece llevar a un callejón sin salida: ‘todo está determinado’. Sin embargo, Freud es
más complejo y sus observaciones nos proporcionan recursos para alcanzar lo que por otro
lado toda persona anhela: su autonomía. El problema es lograr esta meta sin engañarse.

Recojamos datos que nos ha aportado Freud:

© Adolfo Chércoles Medina sj


El problema de la sublimación 23

- la plasticidad de la sexualidad humana (2673) posibilita la sublimación: desplazar su


fin a otros fines no sexuales (culturales) sin perder intensidad (1528)
- la libre expansión de la sexualidad no es un factor terapéutico (3171);
- la libertad sexual no puede generar cultura: “Si se decretase la libertad sexual,
suprimiendo la familia (germen de la cultura), sería imposible predecir los caminos de
la Humanidad...” (El malestar en la cultura (1929) p 3047) (3804);
- no hay posibilidad de dominio sobre lo reprimido; para que los deseos sexuales
puedan ser dominados han de aflorar a la conciencia (3171);
- de cara a este posible dominio, ocupa un puesto privilegiado el juicio: éste es posible
por la creación del símbolo de la negación que permite al pensamiento un primer
grado de independencia de los resultados de la represión y con ello también de la
compulsión del principio del placer (3415);
- sin embargo, en el tratamiento psicoanalítico se descubre que la introspección
intelectual carece de la energía y libertad suficientes para vencer las resistencias de
nuestros instintos (2784);
- sólo la transferencia amorosa hacia el médico es capaz de dominarlos (2784), con tal
de que no consienta el médico, para que aprenda de él ‘a dominar el principio del
placer y a renunciar a una satisfacción próxima (pero ilícita) a favor de otra lejana e
incierta (irreprochable psicológica y socialmente) (2227);
- porque “el instinto sexual del hombre ha de pasar de un estadio de autoerotismo
(consecución de placer de las zonas erógenas) que la educación debe limitar, pues la
permanencia en él, haría incoercible e inaprovechable el instinto sexual; luego pasa al
amor a un objeto, con la subordinación de las zonas erógenas a la primacía de los
genitales al servicio de la reproducción” (La moral sexual ‘cultural’ y la
nerviosidad moderna (1908) p 1253) (1529);
- por tanto “el método psicoanalítico pretende que el enfermo avance desde el principio
del placer (niño) al principio de la realidad (hombre maduro). El médico se sirve para
esta segunda educación de cualquier componente del amor” (2799);
- ahora bien, “esta renuncia a las exigencias instintuales del Ello para acceder al
principio de realidad, si queremos que no lleve consigo una tensión permanente, ha de
darse una disminución de la fuerza del instinto mediante desplazamientos de energía.
En efecto, la renuncia al instinto puede ser motivada por la internalización de las
instancias inhibidoras exteriores (padres, educadores) que hacen surgir el súper-yo el
cual se enfrenta al yo como instancia observadora, crítica y prohibitiva. Pero esta
renuncia motivada por el súper-yo proporciona una satisfacción sustitutiva: el amor
del súper-yo (padres): carácter narcisista del orgullo” (4178). Es el narcisismo
irrenunciable del que surgirá el Yo;
- y es que en nosotros hay instintos válidos y otros no tanto, por no decir ‘malos’. Pues
bien la transformación de estos instintos negativos “es obra de dos factores: uno
interior (erotismo: la necesidad de amor); otro exterior (la educación que representa
las exigencias de la civilización). La coerción exterior está llamada a ir
transformándose en interior” (2395);
- esta transformación imprescindible va a imponerla “la educación y el ambiente
(coerción exterior), las cuales no se limitan a ofrecer primas de amor sino también
recompensas y castigos. Esto supone que el individuo puede obrar culturalmente sin
que se haya dado una mutación de los instintos egoístas en sociales” (2397). Dichos
instintos egoístas, al no cambiar en sociales, llevan a una experiencia de frustración,
de amargura, que imposibilita cualquier vivencia de realización propia, de felicidad;
- todo esto lleva a una conclusión, que “en el desarrollo de la Humanidad, como en el
del individuo, es el amor el principal factor de civilización, y quizás el único,
determinando el paso del egoísmo al altruismo (tanto el amor sexual a la mujer, como
el desexualizado -homosexual sublimado- por otros hombres)” (3020);
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El problema de la sublimación 24

- sin llegar a tan altas cotas, hay que recordar el fin terapéutico del Psicoanálisis:
“devolver al yo su dominio sobre el Ello, perdido en las represiones infantiles.
Llegando hasta lo reprimido, el yo aprende a no huir ante su recuerdo. Para el yo
adulto esto es ya fácil” (3590), esto es, “sustituir las represiones que son inseguras por
controles sintónicos con el yo. Pero no siempre se consigue: a la convicción del
paciente puede faltarle ‘profundidad’, y esto depende del factor cuantitativo: la
intensidad del instinto puede de nuevo hacer fracasar el control del yo maduro” (no
olvidemos que la capacidad de sublimación no es ilimitada);
- y es que lo sublimado (libido desexualizada) lleva consigo ‘libertad’ (energía
desplazable), mientras lo no sublimado parece tener un carácter ‘necesitante’, pues “si
la fuerza del instinto es excesiva, el yo maduro, ayudado por el análisis, fracasa en su
tarea de igual modo que el yo inerme fracasó anteriormente” (4233);

- ¿cómo, pues, alcanzar el ‘control’ necesario y su consolidación? Volvemos a toparnos


con el problema de la ‘determinación’ del aparato psíquico: ‘todo está determinado’
(2518), nos decía Freud. ¿De qué dominio, pues, podemos hablar?, ¿sobre qué hay
posibilidad de ‘tener dominio’ si ‘la vida anímica quizá carezca de libertad’ (1449)?
Esto parece llevarnos a un callejón sin salida, ¿cómo alcanzar la autonomía personal
con este ‘determinismo’ de lo psíquico?

Este es el problema clave que habría que afrontar y al que hay que dar respuesta. Recojamos
algunas de sus constataciones a este respecto.

En El malestar en la cultura (1929), hablando de la búsqueda de la felicidad en el hombre,


se refiere a una de las más obvias: “sin apartarse de la realidad, hacer del amor el centro de
todo”, y alude al amor sexual como la experiencia placentera más poderosa y prototipo de
todas las demás, pero añade que “es fuente de grandes sufrimientos por pérdida del objeto
amado” (p 3028-3029) (3760). En efecto, esta pérdida no es algo que nosotros podamos
‘controlar’, con lo cual su amenaza está siempre presente.

Sin embargo reconoce que “una minoría de hombres halla la felicidad independizando su
amor del consentimiento del objeto (experiencia de ser amado), protegiéndose de la pérdida
de objeto, amando a todos por igual y evitando las peripecias del amor genital. Para esto, ha
de transformar su instinto sexual en un impulso coartado en su fin: ternura imperturbable,
ajena al tempestuoso amor genital” (El malestar en la cultura (1929) falta cita (3787), y
pone como ejemplo de este logro a “Francisco de Asís, prototipo de la utilización del amor
para lograr una sensación de felicidad interior. Esta técnica se ha vinculado a la religión con la
que probablemente coincide donde deja de diferenciarse el yo de los objetos y éstos entre sí”
(Ibidem.) (3788). (Aquí echamos de menos lo que en Historia de una neurosis infantil
(1914) reconocía: “el papel que desempeñó en esto su identificación con Cristo” (p 2005)
(2270): no fue precisamente un sentimiento ‘oceánico’ el que dinamizó a Francisco de Asís).

¿Cómo explicar estos logros? Por lo pronto vamos a recoger una observación que
encontramos en Psicología de las masas y análisis del yo, (p. 2591): «Es muy interesante
observar que precisamente las tendencias sexuales coartadas en su fin son las que crean entre
los hombres lazos más duraderos; pero esto se explica fácilmente por el hecho de que no son
susceptibles de una satisfacción completa, mientras que las tendencias sexuales libres
experimentan una debilitación extraordinaria por la descarga que tiene efecto cada vez que el
fin sexual es alcanzado. El amor sensual está destinado a extinguirse en la satisfacción. Para
poder durar tiene que hallarse asociado, desde un principio, a componentes puramente tiernos,
esto es, coartados en sus fines, o experimentar en un momento dado una transposición de este
género».

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El problema de la sublimación 25

Esta afirmación recoge algo que ya sabíamos: la satisfacción directa de la sexualidad no es un


factor terapéutico (3171) ni genera cultura (3804). Ahora tenemos la explicación: porque ‘el
amor sensual está destinado a extinguirse en la satisfacción’. Sólo ‘podrá durar’ en la medida
en que esté ‘coartado en su fin’ (sexual, se entiende), y ya sabemos que toda ‘desviación del
fin sexual es un principio de sublimación’. En efecto, recordemos el comentario de Freud en
Psicología de las masas y análisis del yo: “Podemos afirmar con todo derecho, que tales
tendencias han sido desviadas de dichos fines sexuales, aunque resulte difícil describir esta
desviación del fin conforme a las exigencias de la metapsicología. De todos modos, estos
instintos coartados en su fin conservan aún algunos de sus fines sexuales primitivos. El
hombre afectivo, el amigo y el admirador buscan también la proximidad corporal y la vista de
la persona amada, pero con un amor de sentido «pauliniano». Podemos ver en esta desviación
del fin un principio de «sublimación» de los instintos sexuales, o también alejar aún más los
límites de estos últimos.” (pp 2605-2606) (3073).

Y es que no es lo mismo la satisfacción de un instinto no sublimado que la del sublimado.


Mientras la del primero (‘tendencias sexuales libres’) está llamada a extinguirse, la del
segundo (‘tendencias coartadas en su fin’) puede crear en el ser humano ‘lazos más
duraderos’, dar un sentido, una estabilidad.

¿Qué alcance tiene esta diferencia? En Compendio del Psicoanálisis (1938), Freud dice algo
que puede sintetizar en qué consiste esa hegemonía que el yo debe ejercer: “Una acción del yo
es correcta si satisface a un tiempo las exigencias del Ello, del súper-yo y de la realidad” (p
3381) (4291). Pero no olvidemos que no hay hegemonía sin libertad, pero ésta no se da ni en
el Ello ni en el súper-yo ni en la realidad. Esto supuesto, la libertad del yo se concretará en
equilibrio y discernimiento que llevará a cabo gracias a la inteligencia: ha de ‘dominar’ (no
reprimir) el Ello, ‘internalizar’ el súper-yo (no someterse sin más) convirtiéndolo en
conciencia moral y transformar la realidad, pero todo esto sin olvidar que hay que dar
‘satisfacción’ a las tres instancias, no por coacción, sino libremente.

Ahora bien, la plena satisfacción de las tendencias sexuales libres no es posible (1984), está
llamada a extinguirse, más aún una ‘satisfacción fácil y cómoda pierde valor psíquico’ (Sobre
una degradación general de la vida erótica (1912) p 1715) (1983) y ‘el pleno placer impide
el progreso’ (1985) y un ‘hedonismo’ no dominado puede dificultar ese ‘cierto grado de
satisfacción y felicidad’ que hay que alcanzar (1548), pero la represión tampoco es respuesta.
Hay que retomar la actitud del médico en el tratamiento ante ‘el enamoramiento de la
paciente’, es decir, ‘dominar el principio del placer y renunciar a una satisfacción próxima,
pero socialmente ilícita, en favor de otra lejana e incierta, pero irreprochable psicológica y
socialmente’. Sólo así se posibilitará ‘su desarrollo psíquico y conquistar en este camino aquel
incremento de libertad que distingue la actividad psíquica consciente de la inconsciente’
(Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia’ (p 1696) (2227).

En esta tarea tiene un papel clave la ‘sublimación’, teniendo presente que la capacidad de
sublimación no es ilimitada pues depende en parte de ‘la organización congénita’ del sujeto,
pero sí hay que posibilitarla a través de la labor intelectual (por ejemplo ‘el ansia de saber’)
como la única instancia capaz de ser imparcial y poder discernir sobre la realidad (Los dos
principios del funcionamiento mental (1910-1911) p 1639) (1797), aunque lo intelectual
carezca de ‘la energía y libertad suficiente’ (Introducción al Psicoanálisis (1916-1917) pp.
2400-2401) (2784) para garantizar el dominio de los instintos (por sublimación o dominando),
y sobre todo esta tarea, ya sea en la terapia, ya en la educación (padres, maestros), para que
sea eficaz ha de ser por el ‘amor’, ‘principal factor de civilización’ (Psicología de las masas y
análisis del yo (1920-1921) pp. 2583-2584) (3020).

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El problema de la sublimación 26

Ahora bien, no conviene olvidar su distinción entre instinto y estímulo: ‘El instinto se
diferencia del estímulo en que procede del interior del soma y no podemos huir de él’
(Nuevas lecciones introductorias al Psicoanálisis (1932) pp. 3155-3156) (3980). Esto es lo
que hace a Freud hablar de la ‘viscosidad’ de la sexualidad humana, y de que lo sexual no
sublimado es difícilmente educable. Pero tenemos una táctica, por otro lado subrayada por él,
en el uso de la ‘transferencia amorosa’, ‘instintos amorosos’ que el médico ‘no debe’
consentir al paciente, con lo cual le otorga una especie de tarea ‘ascética’ que consiste
controlar los ‘estímulos’ que el paciente experimenta hacia el médico, ya que incidir en las
tendencias instintivas del enfermo desencadenadas por la transferencia no es posible. Sólo a
través del amor transferencial no consentido por el dominio del propio médico sobre sus
instintos, le hará enfrentarse libremente con su instinto y ‘devolver a la paciente la libre
disposición de su facultad de amar, coartada por fijaciones infantiles, para que la use al
terminar el tratamiento. Tarea no fácil para el médico’ (Observaciones sobre el ‘Amor de
transferencia’ (1914) pp. 1695-1696) (2226), comenta Freud.

Nos topamos, pues, con un problema de equilibrio, en el que el influjo del yo a veces se
reducirá a una intervención indirecta, de ‘control de estímulos’ por incapacidad, llegado un
límite, de control de la propia libido no sublimada. Este equilibrio nunca parece estar
asegurado y se experimenta más bien como don y sorpresa.

En efecto, la libertad tendría que ver más con este equilibrio de fuerzas que con un
voluntarismo ilusorio e impotente. Nunca debemos olvidar una afirmación molesta de Freud,
pero creo que verdadera: “la vida anímica quizá carezca de libertad y arbitrariedad” (El
delirio y los sueños de ‘Gradiva’ de W. Jensen (1906) p 1286) (1449). No podemos
enfrentarnos a su complejidad, casi siempre ‘necesitante’, con euforia sino con astucia. Quizá
haya que ‘engañarla’, igual que lo hacemos con el ordenador. Hay que contar con unos
‘instintos’ que nos habitan y desbordan, de los que no podemos ni huir, ni a menudo dominar,
pero sí podemos en esos momentos controlar los estímulos que han de satisfacerlos.

Siempre me ha impresionado una constatación de Freud en una de sus primeras obras sobre la
vivencia de nuestra ‘libertad’. La encontramos en Psicopatología de la vida cotidiana (p
915) (975): “Conocido es que gran número de personas alega, en contra de la afirmación de
un absoluto determinismo psíquico, su intenso sentimiento de convicción de la existencia de
la voluntad libre. Esta convicción sentimental no es incompatible con la creencia en el
determinismo. Como todos los sentimientos normales, tiene que estar justificada por algo.
Pero, por lo que yo he podido observar, no se manifiesta en las grandes e importantes
decisiones, en las cuales se tiene más bien la sensación de una coacción psíquica y se justifica
uno con ella. ‘Me es imposible hacer otra cosa’.En cambio, en las resoluciones triviales e
indiferentes se siente uno seguro de haber podido obrar lo mismo de otra manera; esto es, de
haber obrado con libre voluntad no motivada”.

Esta constatación es universal: nadie podrá negar que las grandes decisiones de su vida han
sido más sorpresa que previsión y, lo más importante, con la sensación de que ‘no podía hacer
otra cosa’, pero no en cuanto sentirse coaccionado sino todo lo contrario, de plenitud. Desde
que leí este pasaje en la obra de Freud lo relacioné con el ‘primer tiempo de hacer sana y
buena elección’ que San Ignacio describe en su libro de los Ejercicios: “El primer tiempo es
cuando Dios nuestro Señor así mueve y atrae la voluntad que, sin dubitar ni poder dubitar, la
tal ánima devota sigue lo que es mostrado” (EE 175). La ‘sensación de una coacción psíquica’
es al pie de la letra la experiencia que San Ignacio formula como ‘así mueve y atrae la
voluntad que, sin dubitar ni poder dubitar...’

Es decir, para San Ignacio, el acto supremo de libertad es aquel que pone en juego a la
persona sin quedar nada ‘insatisfecho’, es aquél en el que se logra el equilibrio integral de la
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El problema de la sublimación 27

persona y que uno descubre que no ha sido el ‘protagonista’ total, sino que lo experimenta
como don liberador, cosa que no ocurre en la actuación voluntarista en la que uno lo ha
‘controlado’ todo, pero posiblemente a costa de ‘represiones’ que nunca serán solución.
Observemos que no es alcanzar la satisfacción del fin de un instinto (llamado a extinguirse en
dicha satisfacción) sino que el yo con todas sus implicaciones alcanza un equilibrio de
‘satisfacciones’ que lo harán duradero.

Todo lo que llevamos dicho nos confirma algo que ya sabíamos: la complejidad del ser
humano. El problema está en qué debe tenerse en cuenta para potenciar lo que posibilita que
la persona logre tal equilibrio.

Por lo pronto distinguir entre regirse por la ‘necesidad’ o por la ‘autonomía’, pero sin caer en
la trampa de convertir esta distinción en disyuntiva: la autonomía irrenunciable para sentirnos
persona no puede prescindir de las ‘necesidades’ que la realidad, tanto personal como
circundante nos plantea.

No creer que vamos a conseguir en todo momento este equilibrio. Habrá situaciones en las
que su logro habrá que ‘negociarlo’, sin caer en la trampa de darle la espalda a unas
‘exigencias’ procedentes tanto del Ello como del súper-yo porque no acabamos de saber qué
respuesta dar en ese momento. Esto habrá que hacerlo desde la inteligencia, (el juicio,
‘sustituto de la represión’ (3414) que ‘supone un primer grado de independencia’ (3415)),
esto es, el discernimiento y la deliberación-elección. [NOTA: Caer en la cuenta que no es otra
cosa la que San Ignacio pretende con el discernimiento, en el que no sólo decide el principio
intelectual sino el afectivo. De hecho, en su primer experiencia ‘de las cosas de Dios’, lo que
va a decidir es aquello que no se agotaba en la experiencia gratificante sino lo que ‘dejaba
alegre y contento’, lo que ‘no se extinguía en la satisfacción’ (Autobiografía 8). Pero no está
todo resuelto con el ‘discernimiento’ sino que hay que pasar a la ‘deliberación-elección’. En
efecto, su discernimiento de Loyola no resolvió su acceso a la realidad y cometió
exageraciones en su intento de ‘imitar a los santos’ que minaron su salud. Faltaba el segundo
paso, no sólo congraciarse con las instancias interiores, sino con la realidad (en su lenguaje ‘la
voluntad de Dios’): en qué debía concretarse su acceso a la realidad: qué hacer].

En efecto, no sólo hay que discernir, que es buscar el equilibrio de nuestras instancias
interiores (algo imprescindible para que el yo sea hegemónico), sino que tiene que responder
a la realidad, o bien adaptándose a ella o transformándola. Esto es lo que San Ignacio
denominará discernimiento y deliberación-elección. En efecto, Freud ya nos dijo que “una
acción del yo es correcta si satisface a un tiempo las exigencias del Ello, del súper-yo y de la
realidad” (4291).

Ahora bien, este discernimiento-deliberación-elección nunca quedará cerrado sino abierto


permanentemente, aunque en la medida que la persona discierna y delibere correctamente, su
equilibrio interior podrá crear ‘lazos duraderos’. Sólo un discernimiento correcto puede
posibilitar en la persona estabilidad dando respuestas conscientes a las exigencias del Ello, sea
‘satisfaciéndolas realmente’ sea ‘sublimándolas’ sin represiones, ya que ‘la frustración no
coincide con neurosis’ Sobre las causas ocasionales de la neurosis (1912) p 1718) (1987).

Por tanto, el gran logro de toda educación consistirá en capacitar a la persona a esta
permanente actitud despierta (lúcida, inteligente) y hegemónica, aunque no siempre podrá
llevarse a cabo directamente (la ‘viscosidad de la libido’ y las exigencias del ‘narcisismo’
(2792) se encargan de dificultar su dominio), teniendo que controlar desde la realidad los
‘estímulos’, como más arriba comentábamos a la hora de plantear esta gran tarea de equilibrio
(3980) (NOTA: Ésta parece ser la propuesta de San Ignacio en sus Reglas para ordenarse
en el comer, en las que plantea el ‘habituarse a comer manjares gruesos’, mientras ‘si
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 28

delicados, en poca quantidad’ (EE 212), lo mismo que Freud avisa al médico a no ‘consentir’
al ‘enamoramiento transferencial’, convirtiéndose por tanto en un regulador de estímulos para
enseñar a la paciente a dominar sus instintos. Tanto en un caso como en otro la ‘abstinencia’
es un punto de arranque para el dominio.)

Pero terminemos como empezamos: todo lo dicho puede plantearse por la peculiaridad de la
‘plasticidad’ del instinto sexual que posibilita la ‘sublimación’, la cual no es ilimitada, pero
sin ella no habría cultura ni progreso. Ahora bien, para posibilitarla tiene que darse una
educación, y además depende de unas ‘bases orgánicas’ y de circunstancias que a veces
escapan a cualquier control, llegando Freud a hablar de ‘azar’, contraponiéndolo a ‘la
concepción piadosa del universo’ (1728). Este ‘plus’ incontrolable parece ser más decisivo de
lo que estamos dispuestos a admitir, pero que le lleva a Freud a constatar que los móviles de
nuestras grandes decisiones se nos escapan, pero son los decisivos. El hecho está ahí y no se
puede negar. Quizá la genialidad de San Ignacio sea admitir que la suprema experiencia de
libertad es el logro incontestable de un equilibrio que nos desborda, ¿’sin causa precedente’
(EE 330)?

Pero, como hemos visto, es el mismo Freud el que admite ‘logros’ personales indiscutibles
que han conseguido ‘amar a todos por igual’, evitando ‘las peripecias del amor genital’ y
transformando ‘su instinto sexual en un impulso coartado en su fin, como la ternura
imperturbable, ajena al tempestuoso amor genital’ (3787). Este hecho debe plantear a la
educación unos retos ‘imprevisibles’, pero que sería torpe ignorar y, menos aún, impedir,
cerrando posibilidades a la peculiaridad más sorprendente de la sexualidad humana (gracias a
su ‘plasticidad’): la sublimación. Pero no olvidemos que ésta, si bien es verdad que no se
puede dar por supuesta pues su capacidad es limitada, tampoco podemos abandonarla a la
espontaneidad, pues pueden darse condicionantes o circunstancias que la imposibiliten.

El equilibrio psíquico, pues, no se puede asegurar. Factores que lo posibilitan no están a


nuestra disposición. Sin embargo, todos lo buscamos y lo deseamos (incluso lo exigimos) en
los demás. Freud reconoce que el Psicoanálisis no siempre puede alcanzarlo. Por otro lado el
reto sigue estando ahí. ¿Hemos de asumir pasivamente estas limitaciones o podemos abrirnos
a distintos logros y niveles de equilibrio?

Todos estos datos están presentes en la espiritualidad ignaciana. La tarea de ‘ordenar los
afectos’ que Ignacio plantea en los EE apunta a ese equilibro psicológico que toda persona
desea, al menos, en los que le rodean. Pues bien, en esta tarea de acompañamiento advierte
seriamente en la Anotación 18 “que no se den a quien es rudo o de poca complisión cosas que
no pueda descansadamente llevar y aprovecharse dellas”. Es decir, lo que la persona no va a
llevar ‘descansadamente’ no le ‘aprovechará’ y por tanto no tiene sentido ‘dárselo’. (Dicho
con una terminología freudiana, la ‘sublimación’ no se puede imponer ni todos tienen la
misma capacidad de llevarla a cabo). Esto supone que la ‘educación’, el ‘acompañamiento’,
han de acomodarse a “según que se quisieren disponer, se debe dar a cada uno, porque más se
pueda ayudar y aprovechar” (EE 18).

Y posiblemente la palabra ‘aprovechar’ recoge el planteamiento de Ignacio acerca del


problema que nos ocupa: el equilibrio psicológico. Los logros psíquicos no se pueden
programar: van a consistir en el ‘aprovechamiento’ que uno haga de las distintas
oportunidades que se le presenten. Pero dicho aprovechamiento sí lo considera como un
proceso. ¿Cómo plantea Ignacio el acompañamiento de dicho proceso? Por lo pronto, lo único
que aquí quiero adelantar es que lo hace sin idealizaciones ni maximalismos. Pero esto es lo
que intentamos desarrollar en la 2ª parte de ¿Es posible una formación?

CITAS INTERESANTES
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El problema de la sublimación 29

Introducción al narcisismo (1914) p 2029 (2193): Examinemos ahora las relaciones de esta
formación de un ideal con la sublimación. La sublimación es un proceso que se relaciona con
la libido objetal y consiste en que el instinto se orienta sobre un fin diferente y muy alejado de
la satisfacción sexual. Lo más importante de él es el apartamiento de lo sexual. La
idealización es un proceso que tiene efecto en el objeto, engrandeciéndolo y elevándolo
psíquicamente, sin transformar su naturaleza. La idealización puede producirse tanto en el
terreno de la libido del yo como en el de la libido objetal. Así, la hiperestimación sexual del
objeto es una idealización del mismo. Por consiguiente, en cuanto la sublimación describe
algo que sucede con el instinto y la idealización algo que sucede con el objeto, se trata
entonces de dos conceptos totalmente diferentes.

Introducción al narcisismo (1914) p 2029 (2194): La formación de un ideal del yo es


confundida erróneamente, a veces, con la sublimación de los instintos. El que un individuo
haya trocado su narcisismo por la veneración de un ideal del yo, no implica que haya
conseguido la sublimación de sus instintos libidinosos. El ideal del yo exige por cierto esta
sublimación, pero no puede imponerla. La sublimación continúa siendo un proceso distinto,
cuyo estímulo puede partir del ideal, pero cuya ejecución permanece totalmente independiente
de tal estímulo. Precisamente en los neuróticos hallamos máximas diferencias de potencial
entre el desarrollo del ideal del yo y el grado de sublimación de sus primitivos instintos
libidinosos, y, en general, resulta más difícil convencer a un idealista de la inadecuada
localización de su libido que a un hombre sencillo y mesurado en sus aspiraciones. La
relación de la formación de ideal y la sublimación respecto a la causación de la neurosis es
también muy distinta. La producción de un ideal eleva, como ya hemos dicho, las exigencias
del yo y favorece más que nada la represión. En cambio, la sublimación representa un medio
de cumplir tales exigencias sin recurrir a la represión.

Sobre una degradación general de la vida erótica (1912) p 1716 (1983): EI hecho de que el
refrenamiento cultural de la vida erótica traiga consigo una generalizadísima degradación de
los objetos sexuales nos mueve a transferir nuestra atención, desde tales objetos, a los
instintos mismos. El daño de la prohibición inicial del goce sexual se manifiesta en que su
ulterior permisión en el matrimonio no proporciona ya plena satisfacción. Pero tampoco una
libertad sexual ilimitada desde un principio procura mejores resultados. No es difícil
comprobar que la necesidad erótica pierde considerable valor psíquico en cuanto se le hace
fácil y cómoda la satisfacción. Para que la libido alcance un alto grado es necesario oponerle
un obstáculo, y siempre que las resistencias naturales opuestas a la satisfacción han resultado
insuficientes, han creado los hombres otras, convencionales, para que el amor constituyera
verdaderamente un goce. Esto puede decirse tanto de los individuos como de los pueblos. En
épocas en las que la satisfacción erótica no tropezaba con dificultades (por ejemplo, durante la
decadencia de la civilización antigua), el amor perdió todo su valor, la vida quedó vacía y se
hicieron necesarias enérgicas reacciones para restablecer los valores afectivos indispensables.
En este sentido puede afirmarse que la corriente ascética del cristianismo creó para el amor
valoraciones psíquicas que la antigüedad pagana no había podido ofrendarle jamás. Esta
valoración alcanzó su máximo nivel en los monjes ascéticos, cuya vida no era sino una
continua lucha contra la tentación libidinosa.

Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia’ (1914) pp. 1695-1696: Así, pues, los
motivos éticos y los técnicos coinciden aquí para apartar al médico de corresponder al amor
de la paciente. No cabe perder de vista que su fin es devolver a la enferma la libre disposición
de su facultad de amar, coartada ahora por fijaciones infantiles, pero devolvérsela no para que
la emplee en la cura, sino para que haga uso de ella más tarde, en la vida real, una vez
terminado el tratamiento. No debe representar con ella la escena de las carreras de perros, en
las cuales el premio es una ristra de salchichas, y que un chusco estropea tirando a la pista una
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 30

única salchicha, sobre la cual se arrojan los corredores, olvidando la carrera y el copioso
premio que espera al vencedor. No he de afirmar que siempre resulta fácil para el médico
mantenerse dentro de los límites que le prescriben la ética y la técnica. Sobre todo para el
médico joven y carente aún de lazos fijos. Indudablemente, el amor sexual es uno de los
contenidos principales de la vida, y la reunión de la satisfacción anímica y física en el placer
amoroso constituye, desde luego, uno de los puntos culminantes de la misma. Todos los
hombres, salvo algunos obstinados fanáticos, lo saben así, y obran en consecuencia, aunque
no se atreven a confesarlo. Por otra parte, es harto penoso para el hombre rechazar un amor
que se le ofrece, y de una mujer interesante, que nos confiesa noblemente su amor, emana
siempre, a pesar de la neurosis y la resistencia, un atractivo incomparable. La tentación no
reside en el requerimiento puramente sensual de la paciente, que por sí solo quizá produjera
un efecto negativo, haciendo preciso un esfuerzo de tolerante comprensión para ser
disculpado como un fenómeno natural. Las otras tendencias femeninas, más delicadas, son
quizá las que entrañan el peligro de hacer olvidar al médico la técnica y su labor profesional
en favor de una bella aventura.

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El problema de la sublimación 1

Observaciones sobre el ‘Amor de transferencia’ (1914) p 1696: Y, sin embargo, para el


analista ha de quedar excluida toda posibilidad de abandono. Por mucho que estime el amor,
ha de estimar más su labor de hacer franquear a la paciente un escalón decisivo de su vida. La
enferma debe aprender de él a dominar el principio del placer y a renunciar a una satisfacción
próxima, pero socialmente ilícita, en favor de otra más lejana e incluso incierta, pero
irreprochable tanto desde el punto de vista psicológico como desde el social. Para alcanzar un
tal dominio, ha de ser conducida a través de las épocas primitivas de su desarrollo psíquico y
conquistar en este camino aquel incremento de la libertad anímica que distingue a la actividad
psíquica consciente -en un sentido sistemático- de la inconsciente.

De este modo, el psicoterapeuta ha de librar un triple combate: en su interior, contra


los poderes que intentan hacerle descender del nivel analítico; fuera del análisis, contra los
adversarios que le discuten la importancia de las fuerzas instintivas sexuales y le prohiben
servirse de ellas en su técnica científica; y en el análisis, contra sus pacientes, que al principio
se comportan como los adversarios, pero manifiestan luego la hiper-estimación de la vida
sexual que los domina, y quieren aprisionar al médico en las redes de su pasión, no refrenada
socialmente.

Nuevas lecciones introductorias al Psicoanálisis (1932) pp 3155-3156: Así, pues, un


instinto se diferencia de un estímulo en que procede de fuentes de estímulos del interior del
soma, en que actúa como una fuerza constante y en que la persona no puede sustraerse a él
por medio de la fuga, como cuando se trata de un estímulo externo. En el instinto podemos
distinguir una fuente, un objeto y un fin. La fuente es un estado de excitación en el soma; el
fin, la cesación de esta excitación, y en el camino de la fuente, al fin, el instinto logra
actuación psíquica. Lo representamos como cierto montante de energía, que tiende hacia una
dirección determinada. Se habla de instintos activos y pasivos, pero sería más exacto hablar
de fines instintivos activos y pasivos; también para la consecución de un fin pasivo es
necesario un gasto de actividad. El fin puede ser conseguido en el propio cuerpo; por lo
regular se interpola un objeto externo, en el que el instinto alcanza su fin exterior; su fin
interior es siempre la modificación somática, sentida como satisfacción. No sabemos aún a
punto fijo si la relación con la fuente somática da al instinto una especificidad y cuál sea ésta.
En cambio, son hechos indudables, según el testimonio de toda la experiencia analítica, que
impulsos procedentes de una fuente se unen a otros de fuentes distintas y comparten sus
ulteriores destinos, y que, en general, una satisfacción de un instinto puede ser sustituida por
otra. Si bien habremos de confesar que no acabamos de comprenderlos. También la relación
del instinto con el fin y el objeto consienten variantes; ambas pueden ser trocadas por otras,
aunque de todos modos sea siempre la relación con el objeto la más fácil de relajar. A cierta
clase de modificaciones del fin y cambios del objeto, en la que entra en juego nuestra
valoración social, le damos el nombre de sublimación. Distinguimos también fundadamente
instintos del fin inhibido; esto es, impulsos instintivos de fuentes conocidas y con fin
inequívoco, pero que hacen alto en el camino de la satisfacción, produciéndose así una carga
de objeto duradera y una tendencia permanente [de efecto]. De esta clase es, por ejemplo, la
relación de cariño, que procede, indudablemente, de las fuentes de necesidad sexual y
renuncia regularmente a su satisfacción. Ya veis cuánto de las cualidades y los destinos de los
instintos se sustrae aún a nuestra comprensión. En este punto debemos recordar también una
diferencia, que se muestra entre los instintos sexuales y de auto-conservación, y que sería muy
importante teóricamente si correspondiera a todo el grupo. Los instintos sexuales nos
sorprenden por su plasticidad, por la capacidad de cambiar de fines, por la facilidad con que
una satisfacción se deja sustituir por otra y por su facultad de aplazamiento, de la que nos
acaban de dar un excelente ejemplo los instintos de fin inhibido. En cambio, a los instintos de
auto-conservación quisiéramos negarles estas cualidades y definirlos como inflexibles,
inaplazables, muy de otro modo imperativos y en relación muy distinta, tanto con la represión
© Adolfo Chércoles Medina sj
El problema de la sublimación 2

como con la angustia. Pero la reflexión más inmediata nos dice que esta situación de
excepción no corresponde a todos los instintos del yo, y sí tan sólo al hambre y la sed, y que
se funda ostensiblemente en una particularidad de las fuentes de instinto. Buena parte de
aquella nuestra primera impresión errónea depende de no haber examinado antes por separado
qué modificaciones experimentan bajo la influencia del yo organizado los impulsos
instintivos, originalmente pertenecientes al ello.

Introducción al Psicoanálisis (1915-1917): El paso del principio del placer al principio de la


realidad constituye uno de los progresos más importantes del desarrollo del yo. Sabemos ya
que los instintos sexuales no franquean sino tardíamente y como forzados y constreñidos estas
fases del desarrollo del yo, y más tarde veremos qué consecuencias pueden deducirse para el
hombre de estas relaciones más laxas que existen entre su sexualidad y la realidad exterior. Si
el yo del hombre experimenta un desarrollo y tiene, al igual de su libido, su historia evolutiva,
no puede ya sorprendemos la existencia de regresiones del yo a fases anteriores de su
desarrollo, regresiones cuya influencia en la etiología y curso de las enfermedades neuróticas
habremos de examinar detenidamente.

Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1911): (Cfr. Consecuencias del
principio de la realidad) 1) Ante todo, las nuevas exigencias impusieron una serie de
adaptaciones del aparato psíquico, sobre las cuales no podemos dar sino ligeras indicaciones,
pues nuestro conocimiento es aún en este punto, muy incompleto e inseguro.
La mayor importancia adquirida por la realidad externa elevó también la de los
órganos sensoriales vueltos hacia el mundo exterior y la de la consciencia, instancia enlazada
a ellos, que hubo de comenzar a aprehender ahora las cualidades sensoriales y no tan sólo las
de placer y displacer, únicas interesantes hasta entonces. Se constituyó una función especial -
la atención-, cuyo cometido consistía en tantear periódicamente el mundo exterior, para que
los datos del mismo fueran previamente conocidos en el momento de surgir una necesidad
interna inaplazable. Esta actividad sale al encuentro de las impresiones sensoriales en lugar de
esperar su aparición. Probablemente se estableció también, al mismo tiempo, un sistema
encargado de retener los resultados de esta actividad periódica de la consciencia, una parte de
lo que llamamos memoria.

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El problema de la sublimación 1

Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1911): (Cfr. Consecuencias del
principio de la realidad) En lugar de la represión que excluía de toda carga psíquica una parte
de las representaciones emergentes, como susceptibles de engendrar displacer, surgió el
discernimiento, instancia imparcial propuesta a decidir si una representación determinada es
verdadera o falsa, esto es, si se halla o no de acuerdo con la realidad, y que lo decide por
medio de su comparación con las huellas mnémicas de la realidad.

Psicoanálisis y medicina (1926) p 2921-2022: Cuando las aspiraciones instintivas del ello no
encuentran satisfacción, surgen estados intolerables. La experiencia muestra pronto que tales
situaciones de satisfacción sólo pueden ser constituidas con ayuda del mundo exterior, y
entonces entra en funciones la parte del ello, vuelta hacia dicho mundo exterior, o sea, el yo.
La fuerza que impulsa al navío corresponde toda al ello; pero el yo es el timonel, sin el cual
nunca se llegaría a puerto. Los instintos del ello tienden a una satisfacción, ciega e inmediata;
mas por sí solos no la alcanzarían jamás dando, en cambio, ocasiones a graves daños. Al yo
corresponde evitar un tal fracaso, actuando de mediador entre las exigencias del ello y la del
mundo exterior real. Su actuación se orienta en dos direcciones: por un lado observa, con
ayuda de su órgano sensorial del sistema de la consciencia, el mundo exterior para aprovechar
el momento favorable a una satisfacción exenta de peligro, y por otro actúa sobre el ello,
refrenando sus «pasiones» y obligando a los instintos a aplazar su satisfacción, e incluso, en
caso necesario, a modificar sus fines o a abandonarlos contra una indemnización. Al domar
así los impulsos del ello sustituye el principio del placer, único antes dominante, por el
llamado principio de la realidad, que si bien persigue iguales fines, lo hace atendiendo a las
condiciones impuestas por el mundo exterior. Más tarde averigua el yo que para el logro de la
satisfacción existe aún otro camino distinto de esta adaptación al mundo exterior. Puede
también actuar directamente sobre el mundo exterior, modificándolo, y establecer en él
intencionadamente aquellas condiciones que han de hacer posible la satisfacción. En esta
actividad hemos de ver la más elevada función del yo. La decisión de cuándo es más
adecuado dominar las pasiones y doblegarse ante la realidad, y cuándo se sabe atacar
directamente al mundo exterior, constituye la clave de la sabiduría.

El ‘yo’ y el ‘Ello’ (1923) p 2708: Fácilmente se ve, que el Yo es una parte del Ello
modificada por la influencia del mundo exterior, transmitida por el P.-Cc., o sea, en cierto
modo, una continuación de la diferenciación de las superficies. El Yo se esfuerza en transmitir
a su vez, al Ello, dicha influencia del mundo exterior, y aspira a sustituir el principio del
placer, que reina sin restricciones en el Ello, por el principio de la realidad. La percepción es,
para el Yo, lo que para el Ello el instinto. El Yo representa lo que pudiéramos llamar la razón
o la reflexión, opuestamente al Ello, que contiene las pasiones.

La importancia funcional del Yo reside en el hecho de regir, normalmente, los accesos


a la motilidad. Podemos, pues, compararlo, en su relación con el Ello, al jinete que rige y
refrena la fuerza de su cabalgadura, superior a la suya, con la diferencia de que el jinete lleva
esto a cabo con sus propias energías, y el Yo, con energías prestadas. Pero así como el jinete
se ve obligado alguna vez a dejarse conducir a donde su cabalgadura quiere, también el Yo se
nos muestra forzado, en ocasiones, a transformar en acción la voluntad del Ello, como si fuera
la suya propia.

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El problema de la sublimación 1

Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1911) pp. 1638-1639: En la psicología
basada en el psicoanálisis nos hemos acostumbrado a tomar como punto de partida los
procesos anímicos inconscientes, cuyas particularidades nos ha revelado el análisis, y en los
que vemos procesos primarios, residuos de una fase evolutiva en la que eran únicos. No es
difícil reconocer la tendencia a que estos procesos primarios obedecen, tendencia a la cual
hemos dado el nombre de principio del placer. Tienden a la consecución de placer, y la
actividad psíquica se retrae de aquellos actos susceptibles de engendrar displacer (represión).
Nuestros sueños nocturnos y nuestra tendencia general a sustraernos a las impresiones
penosas son residuos del régimen de este principio y pruebas de su poder.

En La interpretación de los sueños expusimos ya nuestra hipótesis de que el estado de


reposo psíquico era perturbado al principio por las exigencias imperiosas de las necesidades
internas. En estos casos, lo pensado (lo deseado) quedaba simplemente representado en una
alucinación, como hoy sucede con nuestras ideas oníricas. La decepción ante la ausencia de la
satisfacción esperada motivó luego el abandono de esta tentativa de satisfacción por medio de
alucinaciones, y para sustituirla tuvo que decidirse el aparato psíquico a representar las
circunstancias reales del mundo exterior y tender a su modificación real. Con ello quedó
introducido un nuevo principio de la actividad psíquica. No se representaba ya lo agradable,
sino lo real, aunque fuese desagradable. Esta introducción del principio de la realidad trajo
consigo consecuencias importantísimas.

© Adolfo Chércoles Medina sj


El problema de la sublimación 1

Inhibición, síntoma y angustia (1925) p 2836: A mi juicio, tal influencia la adquiere el yo a


consecuencia de sus íntimas relaciones con el sistema de la percepción, relaciones que
constituyen su esencia y la causa de su diferenciación del ello. La función de este sistema que
hemos llamado P-Cc, se halla enlazada al fenómeno de la conscienciación. Este sistema no
recibe solamente estímulos del exterior, sino también del interior, y por medio de las
sensaciones de placer y displacer intenta orientar todas las corrientes del suceder anímico en
el sentido del principio del placer. Gustamos de suponer al yo impotente contra el ello; pero lo
cierto es que cuando pugna contra un proceso instintivo desarrollado en el ello, no necesita
sino dar una señal de displacer para alcanzar su propósito con la ayuda del principio del
placer, instancia casi omnipotente.

Los dos principios del funcionamiento mental (1910-1911) p 1641: 5) La educación puede
ser descrita como un estímulo al vencimiento del principio del placer y a la sustitución del
mismo por el principio de la realidad. Tiende, por tanto, a procurar una ayuda al desarrollo del
yo, ofrece una prima de atracción para conseguir este fin, el cariño de los educadores, y
fracasa ante la seguridad del sujeto infantil de poseer incondicionalmente tal cariño y no
poder perderlo en ningún modo.

Inhibición, síntoma y angustia (1925) p 2880: El «mimo» del niño pequeño tiene la
indeseable consecuencia de hacerle poner por encima de todos los demás peligros el de la
pérdida del objeto -del objeto como protección contra todas las situaciones de desamparo-.
Favorece, por tanto, a la permanencia en la infancia a la cual es propia el desamparo, tanto
moral como psíquico.

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El problema de la sublimación 2

Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte (1915) pp. 2106-2107): Hemos


visto que la coerción exterior que la educación y el mundo circundante ejercen sobre el
hombre provoca una nueva transformación de su vida instintiva, en el sentido del bien, un
viraje del egoísmo al altruismo. Pero no es ésta la acción necesaria o regular de la coerción
exterior. La educación y el ambiente no se limitan a ofrecer primas de amor, sino también
recompensas y castigos. Pueden hacer, por tanto, que el individuo sometido a su influjo se
resuelva a obrar bien, en el sentido cultural, sin que se haya cumplido en él un
ennoblecimiento de los instintos, una mutación de las tendencias egoístas en tendencias
sociales. El resultado será, en conjunto, el mismo; sólo en circunstancias especiales se hará
patente que el uno obra siempre bien porque sus inclinaciones instintivas se lo imponen,
mientras que el otro sólo es bueno porque tal conducta cultural provoca ventajas a sus
propósitos egoístas, y sólo en tanto se las procura y en la medida en que se las procura. Pero
nosotros, con nuestro conocimiento superficial del individuo, no poseeremos medio alguno de
distinguir entre ambos casos, y nuestro optimismo nos inducirá seguramente a exagerar sin
medida el número de los hombres transformados en un sentido cultural.

Psicopatología de la vida cotidiana (1900-1901) p 915: Esta comprensión de la


determinación de nombres y números elegidos arbitrariamente en apariencia puede, quizá,
contribuir al esclarecimiento de otro problema. Conocido es que gran número de personas
alega, en contra de la afirmación de un absoluto determinismo psíquico, su intenso
sentimiento de convicción de la existencia de la voluntad libre. Esta convicción sentimental
no es incompatible con la creencia en el determinismo. Como todos los sentimientos
normales, tiene que estar justificada por algo. Pero, por lo que yo he podido observar, no se
manifiesta en las grandes e importantes decisiones, en las cuales se tiene más bien la
sensación de una coacción psíquica y se justifica uno con ella. «Me es imposible hacer otra
cosa.» En cambio, en las resoluciones triviales e indiferentes se siente uno seguro de haber
podido obrar lo mismo de otra manera; esto es, de haber obrado con libre voluntad no
motivada. Después de nuestros análisis no hace falta discutir el derecho al sentimiento de
convicción de la existencia del libre albedrío. Si distinguimos la motivación consciente de la
motivación inconsciente, este sentimiento de convicción consciente no se extiende a todas
nuestras decisiones motoras. ‘De minimis non curat lex’. Pero lo que por este lado queda libre
recibe su motivación por el otro, por lo inconsciente, y de este modo queda conseguida, sin
solución alguna de continuidad, la determinación en el reino psíquico.

Análisis terminable e interminable, (1937), (pp. 3348-3389) (4233) Aplicando estas


observaciones a nuestro problema presente, pienso que la respuesta a la pregunta de cómo
explicar los variables resultados de nuestra terapéutica psicoanalítica podría ser que cuando
pretendemos sustituir las represiones, que son inseguras, por controles sintónicos con el yo no
siempre conseguimos nuestras aspiraciones en su plenitud -es decir, no lo logramos por
completo-. Hemos obtenido la transformación, pero con frecuencia sólo parcialmente:
fragmentos de los viejos mecanismos quedan inalterados por el trabajo analítico. Es difícil
probar que esto ocurre realmente así, porque no tenemos otro camino para juzgar lo que
sucede que el resultado que estamos intentando explicar. Sin embargo, las impresiones que se
obtienen durante el trabajo analítico no contradicen esta suposición; más bien parecen
confirmarla. Pero no debemos tomar la claridad de nuestra comprensión como una medida de
la convicción que producimos en el paciente. Podríamos decir que a su convicción puede
faltarle «profundidad»; esto es, que siempre depende del factor cuantitativo, que tan
fácilmente se pasa por alto. Si ésta es la contestación correcta a nuestra pregunta podemos
decir que el psicoanálisis, al pretender curar las neurosis por la obtención del control sobre el
instinto, tiene siempre razón en la teoría, pero no siempre en la práctica. Y esto porque no en
todos los casos logra asegurar en un grado suficiente las bases sobre las que se asienta el
control de un instinto. La causa de este fracaso parcial se descubre fácilmente. En el pasado,
el factor cuantitativo de la fuerza instintiva se oponía a los esfuerzos defensivos del yo; por
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El problema de la sublimación 3

esta razón hemos llamado en nuestra ayuda al psicoanálisis, y ahora aquel mismo factor pone
un límite a la eficacia de este nuevo esfuerzo. Si la fuerza del instinto es excesiva, el yo
maduro, ayudado por el análisis, fracasa en su tarea de igual modo que el yo inerme fracasó
anteriormente. Su control sobre el instinto ha mejorado, pero sigue siendo imperfecto, porque
la transformación del mecanismo defensivo es sólo incompleta. No hay en esto nada
sorprendente, en cuanto el poder de los instrumentos con los que opera el psicoanálisis no es
ilimitado, sino que se halla restringido, y la irrupción final depende siempre de la fuerza
relativa de los agentes psíquicos que luchan entre sí

El malestar en la cultura, 1929, p 3040 (3781): Gracias a su constitución, una pequeña


minoría de éstos logra hallar la felicidad por la vía del amor; mas para ello debe someter la
función erótica a vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas. Estas personas se
independizan del consentimiento del objeto, desplazando a la propia acción de amar el acento
que primitivamente reposaba en la experiencia de ser amado, de tal manera que se protegen
contra la pérdida del objeto, dirigiendo su amor en igual medida a todos los seres en vez de
volcarlo sobre objetos determinados; por fin, evitan las peripecias y defraudaciones del amor
genital, desviándolo de su fin sexual, es decir, transformando el instinto en un impulso
coartado en su fin. El estado en que de tal manera logran colocarse, esa actitud de ternura
etérea e imperturbable, ya no conserva gran semejanza exterior con la agitada y tempestuosa
vida amorosa genital de la cual se ha derivado.

© Adolfo Chércoles Medina sj

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