Cuentos de Perrault - Charles Perrault
Cuentos de Perrault - Charles Perrault
Cuentos de Perrault - Charles Perrault
www.lectulandia.com - Página 2
Charles Perrault
Cuentos de Perrault
ePub r1.0
Colophonius 05.07.2018
www.lectulandia.com - Página 3
Título original: Griselidis, nouvelle. Avec le conte de Peau d’Asne, et celuy des Souhaits ridicules
(París, 1694). Histoires ou Contes du temps passé (París, 1697)
Charles Perrault, 1694
Traducción: Joëlle Eyheramonno y Emilio Pascual
Ilustraciones: Javier Serrano, Paz Rodero, Rocío Martínez, Ulises Wensell, Teresa Novoa, Juan Ramón
Alonso, Emilio Urberuaga, Arcadio Lobato, Ana López Escrivá, Alicia Cañas Cortázar, Asun Balzola
y Carme Solé Vendrell
www.lectulandia.com - Página 4
Introducción
L a vida del hombre cabe en unos pocos argumentos, casi todos recogidos en los
mitos. El mito de Antígona eligiendo ser enterrada con su hermano, oponiendo
ese designio sagrado a la razón misma que funda la ciudad; el de Aquiles en la isla
de Esciros cuando, mezclado con las muchachas, trata de evitar su participación en
la guerra de Troya; el mito de Dido y Eneas, y todos los mitos del olvido del héroe, a
causa del amor, de la tarea que se le asigna; el del regreso a Ítaca de Ulises, que
hace de la casa el centro del mundo; el de la visita del ángel a una muchacha de
Galilea; el del descenso al reino de la muerte: el de Orfeo, y el de todos los que
nunca serán pobres porque tienen un arte, es decir, algo de lo que los demás no
saben nada; el de Ícaro, que se enciende en su vuelo; el de Perceval abandonando su
bosque en pos de los caballeros de la Tabla Redonda, perdiendo en la corte de Rico
Rey Pescador la oportunidad de preguntar; el de Noé construyendo su arca; el mito
de Tristán e Iseo, que es la historia de todos los amantes… Y ya más próximas,
formando parte de ese mundo que hemos dado en llamar el mundo de los libros, la
historia de don Quijote, la del doctor Jekyll y mister Hyde, la del capitán Ahab, en
Moby Dick, la de la metamorfosis de Gregorio Samsa, que es una variante de la de
Bartleby, el pobre escribiente de Melville, o el mito terrible de Drácula, el hombre
que sobrevive en una noche eterna de desolación y desdicha.
Estas historias básicas componen un repertorio secreto, que de una forma más o
menos declarada todas las otras se verán obligadas a reproducir para constituirse.
Un repertorio no muy extenso que no hacemos sino reiterar una y otra vez, tanto en
las historias que contamos conscientemente, sabiendo que estamos haciendo eso,
contar una historia, como en aquellas otras que nacen de nuestra propia vida, del
movimiento que la funda y sostiene. No son demasiadas, como tampoco lo son las
que a nosotros mismos nos será dado vivir, y no tanto por un problema de falta de
tiempo, por el hecho de que la vida sea demasiado corta, sino porque tal vez el
corazón del hombre no dé para mucho más, y la posibilidad de encontrar nuevas y
verdaderas variantes no sea en él excesiva.
Aún voy más lejos, creo que todas ellas se resumen en dos. La de María
recibiendo del ángel el encargo de albergar en su vientre el cuerpo de un dios, y la de
Ícaro entregando como prenda su propio cuerpo que arde. Ambos hechos están
unidos, y de esto saben mucho los amantes, pues el cuerpo que arde, que se enciende
de amor, es el cuerpo que se entrega. Y el momento de la entrega es siempre el
momento del fiat, del hágase. Ese momento en que las palabras obran, hacen cosas
www.lectulandia.com - Página 5
en el cuerpo de quien las escucha.
Don Quijote es un ejemplo. Recibe un encargo semejante, y su ángel, no podía
ser de otra forma, es también un ángel de palabras. Lo recibe a través de esa forma
de oración que es para él la lectura de los libros de caballerías. Esa lectura equivale
a una oración porque su tiempo es un tiempo de espera, espera del fiat, del hágase en
mí según tu palabra. Al leer nos abrimos, nos ponemos en contacto con el reverso del
mundo, y esperamos sin duda ser fecundados. Por eso la lectura, cuando es
verdadera, es una forma de oración, tal vez la única que nos queda, y es el ámbito
donde se formulan los encargos. Don Quijote escucha el suyo una noche, y tiene que
seguir la senda de la caballería para atenderle. Se hace caballero andante, y sale al
mundo a luchar contra la injusticia. Pero ya no es un cuerpo cualquiera, es un
cuerpo, como el de María, animado por la palabra, de ahí su necesidad irredenta de
hablar (de hecho pocos héroes más parlanchines que él, hasta el punto de que se
diría que todo lo hace animado por su deseo de no dejar de hablar, y que es el hablar
mismo, el seguir encontrando cosas que decir, y a quién decírselas, su razón de ser
como caballero, de forma que al lado de esos nombres que tan merecidamente
asume, el Caballero de la Triste Figura, el Caballero de los Leones, podría haberse
llamado con más propiedad el Caballero de la Palabra). Pero también, y este es el
segundo punto imprescindible, nos entrega su cuerpo. Y en esto, nadie más ejemplar.
Pierde lanzas, escudos, yelmos, trozos de armadura, sale maltrecho y herido
infinidad de veces. Pocos personajes en la historia de la literatura han ido dejando
tras de sí un rastro semejante, hasta el punto de que casi podemos decir que no hay
aventura en la que se embarque en que no deje a sus espaldas algo de sí mismo. Es
decir, no habla por hablar. Cuando le toca hacerlo, paga una prenda. En él se
resumen las dos naturalezas: la de Orfeo, y su capacidad para acercar lo lejano y
alejar lo cercano (¿qué otra cosa supone aceptar un encargo, qué las leyes de la
caballería?), y la icárica, que consiste en ir por ahí con el cuerpo lleno de llamas (y
de la que el vuelo en el caballo Clavileño, en el castillo de los condes, da cumplida
cuenta).
Pues bien, esa es mi idea. Para que haya una de esas historias esenciales,
fundantes, tiene que haber estas dos cosas: un encargo, y una prenda que se paga. El
encargo funda el nacimiento de la historia, el pago de la prenda asegura la presencia
del corazón. Porque el corazón del hombre es esa parte de nuestro cuerpo que
ponemos en las manos de los demás. La copa que ponemos en sus labios, el trozo de
comida que damos a comer. Nuestro miembro portátil, nuestro saquito de
excursionistas. Ya lo he dicho, no creo que demos para más.
Veamos lo que pasa con uno de los cuentos más conocidos de Perrault,
Pulgarcito. Una pareja muy pobre no tiene con qué alimentar a sus hijos. El padre,
que es leñador, busca y se desespera, y por fin, incapaz de contemplar el espectáculo
terrible de los niños hambrientos, convence a su mujer para abandonarlos. Una
noche los llevan al bosque y los dejan solos en la oscuridad de la noche. Las
www.lectulandia.com - Página 6
imágenes a partir de entonces se suceden a un ritmo vertiginoso, hasta componer
uno de los conjuntos más emocionantes y sobrecogedores de la literatura universal,
una de esas historias básicas a que me referí al principio, que fundan nuestra vida y
protegen nuestro pensamiento. La expulsión de la casa, la pérdida en el bosque, el
encuentro con el ogro y la muerte de sus hijas, el robo de sus botas y el regreso a
casa cargado de riquezas: esta es la secuencia del cuento. Una imagen destaca
luminosa en ese conjunto imponente, la de Pulgarcito trazando a sus espaldas el
camino de las migas de pan. Antes lo ha hecho con guijarros que ha tomado de la
orilla del río, es decir, objetos que proceden del exterior, y que por lo tanto no le
pertenecen, no al menos como lo hará ese otro camino que traza dejando a sus
espaldas trocitos de pan verdadero, es decir, de una sustancia que puede servirnos de
alimento. Y esto es una diferencia esencial. Pulgarcito y sus hermanos, al seguir el
camino de guijarros, no regresarán al mismo lugar que dejaron, donde estuvo su
primer cobijo, sino a uno bien distinto. Un lugar, una casa, marcado ahora por el
hecho de la expulsión. Que no es el lugar del origen, sino el del conflicto, ese lugar
que todavía no es ese lugar intermedio, donde el hombre debe aprender a vivir con
sus semejantes, de donde parte el impulso socializador (y al que Pulgarcito y sus
hermanos solo tendrán acceso en el tercer regreso, cuando vuelvan con las botas del
ogro, y cargados de riquezas). Un lugar, en suma, en el que no podrán quedarse,
porque está marcado por la desolación y la culpa de los padres. El camino de las
migas de pan apunta a otra cosa, es el verdadero camino. Es el camino que se
interna en el corazón de los cuentos, que nos lleva al centro de nosotros mismos. Y
ese camino debe tejerse desde el interior, a ser posible con trozos de nuestro propio
cuerpo. Pulgarcito emplea migas de pan. Migas del pan que se tendrían que haber
comido, pues están hambrientos, pero que él reserva para esa ocasión. Como si en
vez de comérselo ellos, se lo dieran al bosque. Y el bosque acepta la ofrenda. Es una
imagen que no podremos olvidar. Pulgarcito se queda atrás, en la fila, y a espaldas
de todos, sin que su padre lo sepa, da de comer al bosque, privándose él mismo de lo
que más tarde habría necesitado. Paga una prenda. Y la hilera de migas de pan que
compone ese minúsculo banquete, es también una escritura, porque toda escritura,
toda palabra, es prenda que se entrega. No a cualquiera, sino a aquel que se supone
dueño de la parte que la completa. Por eso se pierden esas palabras de pan. Son
palabras mudas, inaudibles, que, en ausencia de aquel o aquella que debería
escucharlas, el bosque se guarda para sí. Los pájaros acuden en tropel, alborotados
y voraces, y se las llevan en sus picos. Les responden las ramas del bosque, la noche
y sus sombras, la casa siniestra donde viven el ogro y sus hijas, porque todos ellos
forman parte del mismo todo, son criaturas que se juntan en esa unidad terrible. El
bosque entero es una página escrita, una página que sin embargo oculta ahora ese
hilo esencial, el de esas otras palabras perdidas, inaudibles, que trazan el camino de
vuelta, que es el camino del hombre. Es decir, el lugar donde se entregó algo, donde
se pagó en prenda un trozo de pan verdadero.
www.lectulandia.com - Página 7
Ese lugar, en los cuentos, normalmente, es un lugar de carencia. El lugar donde
hay alguien que sufre una falta. Y un personaje que sufre una falta es por necesidad
un personaje de cuento, que necesitará vivir una historia para cubrirla. Cenicienta la
sufre (luego veremos que este es el tema esencial del cuento), pero también la Bella
durmiente, con su sueño, Riquete el del Copete, con su fealdad, el protagonista de El
gato con botas, postergado en la herencia, la niña protagonista de Las hadas, o el
propio Pulgarcito, que apenas acostumbraba a hablar, y cuyo silencio, que todos
tomaban por retraso mental, no era sino expresión de la bondad de su alma.
Es un tema que no deja de reiterarse en los cuentos. Personajes que no pueden
hablar, que han perdido una parte de su cuerpo, que apenas tienen para comer o
vestirse. A los que precisamente esa falta da existencia simbólica. Es ese el
significado de la palabra símbolo. Literalmente significa «señal para reconocerse», y
deriva de una palabra griega que significaba «juntar, hacer coincidir». Era así,
según Emilio Lledó, como los griegos llamaban a una tablilla que servía de
reconocimiento. La tablilla se partía en dos, y a la manera de esas medallas que
intercambian los amantes, y de la que cada uno conserva una parte, que solo podrá
completarse en presencia del otro, servía como identificación y reconocimiento. Es
decir, era una parte de un todo. Un todo que había que buscar. El lenguaje tiene un
carácter simbólico, y cuando hablamos no hacemos sino tratar de sobreponernos a
esa división esencial, de forma que hablar es salir a buscar esa parte que nos falta.
El acto de hablar no es distinto por eso al de pagar una prenda. O dicho de otra
forma, solo el que paga una prenda, puede hablar de verdad.
Hay un juego infantil en el que el acto de entregar algo tiene un valor central.
Los niños se reúnen formando un corro y ponen el juego bajo la advocación de un
personaje llamado Antón Pirulero. Un niño, que hace de madre, se sitúa en el centro
y, al tiempo que todos se ponen a cantar invocando a ese extraño personaje, realiza
algún gesto que los otros deben imitar. El que no está atento, y se descuida, es el que
pierde. Pagar una prenda, ese será su castigo. El niño o la niña tiene que despojarse
de algo que lleve encima y dárselo a la madre, u organizador del veloz y reiterativo,
pero excitante intercambio, en el que hay que permanecer con todos los sentidos
atentos. Es un juego de clara significación erótica, pues las prendas que se entregan
deben elegirse entre las ropas que se llevan puestas, y porque cada una que se pierde
implica un paso a la desnudez.
Pero ese personaje, Antón Pirulero, bajo cuya advocación tenía lugar aquel
juego, también es invocado por todos los amantes del mundo, aunque no lleguen a
decir su nombre. También ellos tienen que estar atentos a lo que el otro quiere,
atender su juego para no ser excluido. Fijaos en lo que pasa entre ellos. Tienen que
darse algo. Suele ser un anillo, un adorno, pero también prendas de vestir. De hecho,
el acto mismo de desnudarse es ofrecer y recibir esas prendas. No solo quitárselas,
sino dárselas al otro para que las guarde. Solo que aquí, es el todo, el cuerpo, el que
representa a la parte. De forma que al final lo que se da no es la ropa sino el cuerpo
www.lectulandia.com - Página 8
desnudo. También eso pasaba en el juego. Solo que entonces, en el corro, era la ropa
la representación del cuerpo, de forma que, si a alguien le tocaba entregar uno de
sus calcetines, lo que en realidad estaba poniendo en el corro era su propio pie. Un
pie que se perdía, pero que el propio juego aseguraba que sería guardado, y que
alguna vez le sería devuelto. Para eso estaba el círculo de cantores, para asegurar
que sería así. Dar en el corro es desprenderse de algo, pero también, y sobre todo,
que otro definido, interior a ese círculo, lo reciba y lo tenga. Una parte de sí mismo
que el otro guardará a partir de ese instante consigo, y que tendrá que recuperar
para completarse. El corro asegura que esa devolución es posible. Es lo mismo que
decía fray Luis de León cuando en su glosa al Cantar de los cantares hablaba del
significado del beso. El amor hace que el amante entregue al otro su propia alma,
que luego debe recuperar. Para eso están los besos. El alma del amante queda
recogida en su boca, y el enamorado besa su boca tratando de recuperar esa parte
esencial de sí mismo que ha perdido al enamorarse. Porque la prenda que pagan los
amantes es su propia alma. Y podríamos decir, en suma, que solo el que entrega esa
prenda entra en el corro de la vida.
Nadie lo ha hecho mejor que Cenicienta, entregando su zapato de cristal, cuando
en la noche del baile se entretiene más de la cuenta (es decir, se descuida: recordad
la canción de Antón Pirulero, y su exigencia de que pague una prenda aquel que no
esté suficientemente atento a las reglas, como no lo está Cenicienta, a la que su
embeleso en los brazos del príncipe hace olvidar la proximidad de la medianoche, y
su promesa de regresar antes de que esta llegue), y tiene que abandonarlo a escape.
También la joven esposa de Barba azul pagará la suya. Entra en el cuarto prohibido
y, al descubrir los cuerpos despedazados de sus predecesoras, y el suelo y las
paredes llenas de sangre, la llave se desprende de sus manos y se mancha de una
sangre que no podrá limpiar. Y será por esa mancha por la que Barba azul sabrá que
la muchacha ha desafiado su prohibición, y por ella decidirá matarla, como ha
hecho con sus anteriores esposas. Ambas escenas, además, se relacionan
estrechamente con el camino de migas de Pulgarcito, que también queda a sus
espaldas, que es, como el zapato y la mancha de sangre en la llave, un rastro, una
escritura, un símbolo, la pequeña parte de un todo que no se sabe reconstruir.
Hay que reconocerle a Perrault una rara perspicacia. Mucho menos delicado y
hondo que Andersen (el más grande escritor de cuentos que ha existido jamás), y al
que los hermanos Grimm superan en sentido de lo maravilloso y por la calidad de
sus visiones, sus cuentos poseen sin embargo una virtud suprema: son un compendio
universal de los cuentos. Supongamos la llegada de alguien de otro mundo. Alguien
deseoso de comprender los asuntos y las tribulaciones de los hombres, y que oyera
referirse por primera vez a esa rara afición de contarnos historias entre nosotros. Le
explicaríamos lo que son, su universalismo, y a la hora de los ejemplos podríamos
ofrecerle sin ningún rubor el librito de Perrault. En este pequeño volumen, le
diríamos, están contenidos todos los cuentos que existen.
www.lectulandia.com - Página 9
Aún voy más lejos. No solo estos once cuentos contienen el germen de todos los
cuentos, sino que guardan, como auténticas joyas, tres de los momentos
fundacionales de la literatura universal. Tres de esas imágenes, que nos constituyen y
sostienen, y sin las que nuestro pensamiento, ni nuestro sentir, podría ser el mismo.
El camino de migas de pan, el cuarto cerrado de Barba azul, y el zapato que
Cenicienta pierde en el baile. Son, sin duda, tres de los instantes más altos de la
literatura de todos los tiempos, y tal vez sea necesario ahora que nos detengamos un
poco en ellos.
Ya he hablado del camino de migas de pan. Lo distinguí entonces de ese otro que
Pulgarcito fue trazando con los guijarros que tomó de la orilla del río. El camino de
las migas no es por eso un mero rastro, un camino que hacemos juntando piezas
ajenas, sino con algo que nos pertenece estrechamente, que llevamos en nuestro
cuerpo, como llevamos nuestros cabellos o nuestra sangre (y el pan y la sangre están
estrechamente relacionados, ambos componen el cuerpo místico del amor, ese
cuerpo, marcado por el erotismo, que pide incluirse en una unidad más amplia, en un
todo desconocido y completo). Un camino que formamos, pues, con trocitos de
nuestro propio cuerpo, con gotas de nuestra sangre, y que desaparece según lo
vamos trazando. ¿Pero qué camino es ese? Los cuentos no se escriben solo con las
palabras de todos los días, las que utilizamos para defender el espacio de nuestra
privacidad, sino sobre todo con esas palabras que nunca llegamos a tener
totalmente, o que las tuvimos para perderlas, palabras que se llevaron los pájaros. O
dicho de otra forma, para que un cuento llegue a conmovernos de verdad, es
necesario que esté recorrido por un camino así, tan comestible como secreto, hecho
con trozos de nuestro propio cuerpo. Que tengamos el sentimiento de que ese camino
existe, aunque no podamos verlo. Eso es leer, buscar ese camino borrado, esa
historia que queda sin contarse.
Isak Dinesen tiene un cuento que se titula La página en blanco. Alude a una
remota costumbre de Portugal, la de mostrar al día siguiente de una boda real la
sábana manchada de sangre que prueba la virginidad de la princesa elegida. Un
convento provee a la casa real esas sábanas de lino y, a cambio, tiene el privilegio de
recibir la sábana manchada que prueba que todo ha ido bien. Esos trozos de tela,
convenientemente enmarcados, se exhiben en uno de los corredores del convento, con
los nombres de las princesas a las que corresponden. Cada pedazo de tela manchado
de sangre, con el nombre inscrito en su marco, tiene una historia que contar. Y pasar
a su lado es ir escuchando todas esas historias, tan hermosas como tal vez
desoladoras. Pero hay una tela que no es igual que las otras. Una tela que está en
blanco, y que no ostenta en su lujoso marco el nombre de ninguna princesa. Y es ante
ella donde más se detienen las viejas princesas de Portugal, «reinas, viudas y madres
con experiencia de la vida, con sentido del deber y con una larga historia de
sufrimiento». Una página en blanco que a todas hace suspirar, y ante la que hasta
las monjas jóvenes y viejas, y la propia madre abadesa quedan sumidas en la más
www.lectulandia.com - Página 10
profunda de las reflexiones. Isak Dinesen afirma que es así porque ellas saben que es
el silencio, es decir, esa blancura que se invoca, el que cuenta la única historia que
todas hubieran querido vivir. «Cuando la pluma más finamente cortada —concluye
Isak Dinesen—, en su momento de mayor inspiración, ha escrito su cuento con la
más preciada tinta, ¿dónde podrá leerse un cuento aún más profundo, dulce, alegre y
cruel?: en la página en blanco».
Ese pedazo de tela sin mancha, esa página en blanco, no representa pues la nada,
sino el secreto. Representa lo que no sabemos, esa otra vida que se nos escapa.
Habla de una escritura perdida, de un camino trazado con migas. Pensemos en un
niño y su madre. La madre se sienta junto a la cama de su hijo y este le pide que le
cuente cuentos. No solo cuentos conocidos, estos de Perrault, por ejemplo, sino
noticias de su propia vida. Cómo era antes de tenerle a él, qué cosas hacía cuando
era joven y aún no se había casado, cuando era una niña. La madre habla de esa
otra que fue, de esa otra remota y próxima a la vez, y el niño que la escucha, no se
cansa de pedirle más. Ve la mancha en el pedazo de tela, pero también ese más allá
que la blancura guarda. Escucha las palabras que su madre le dice, pero está más
atento a su silencio. Es más, cuando ella termina de contarle cosas, es ese silencio lo
único que escucha. ¿Pero qué le está diciendo? Que hay otra, otra de la que ella no
habla, y a la que sorprende en determinados gestos, de abatimiento o de alegría.
Cuando se queda detenida frente a la ventana, mirando a la calle. Cuando esconde
algo. Otra que tiene que ver con lo que no conoce, con lo que ella hace cuando no
está a su lado, con lo que hizo y fue antes de que él llegara al mundo. El niño le pide
que cuente cuentos para sorprender a esa que se calla, que se esconde cuando su
madre empieza a hablar. Ese relato inaudible es la esencia de la literatura. Sostiene
las historias, consigue que estas estén abiertas, se proyecten en un exterior extraño y
remoto del que no sabemos nada. Hace que cada historia contenga una historia
secreta, la historia que de verdad queremos escuchar, y que raras veces coincide con
la que nos cuentan.
Y aquí entramos en el ámbito que simboliza nuestro segundo elemento, el cuarto
cerrado. Ningún cuento lo explica mejor que Barba azul, hasta el punto de que puede
asegurarse que es uno de los cuentos esenciales para explicar la naturaleza del
hombre. Su origen remoto es el encuentro de Psique y de Eros, y la prohibición de no
penetrar en el cuarto cerrado se confunde con la obligatoriedad de que los
encuentros entre los amantes transcurran a oscuras, sin que Psique en ningún
momento pueda contemplar, ni siquiera a la luz de una vela, el cuerpo de su amante.
Hasta el punto de que ambos podrían formar parte de ese conjunto de cuentos
dedicados tópicamente a criticar la curiosidad de las mujeres. Pero, claro, no se
trata de esto. En primer lugar porque en Barba azul, el personaje masculino no es un
apuesto joven, que trata de ocultar su condición divina (¿y qué amante, en cuanto es
amado de verdad, no disfruta de esa misma condición?), sino un hombre taimado y
oscuro, dueño de un extraño atributo: una barba azul, que en verdad, y ya desde el
www.lectulandia.com - Página 11
principio, hace temer lo peor. Sin embargo, nuestra muchacha (las muchachas son de
verdad extrañas) se casa con él, y esa decisión contiene la primera de sus preguntas:
¿Quién es de verdad, y por qué tiene una barba de color azul? Se casa con él para
tener la opción de preguntar, lo que por otra parte es lo que hacen todas las
muchachas cuando se casan (casarse, en los cuentos, es tener la opción simbólica de
la pregunta). Pero la barba azul, de la misma forma que luego el cuarto cerrado,
simboliza el misterio de la diferencia sexual, que en la historia de Eros y Psique
quedará representada por la obligada invisibilidad de Psique. Esas son las
peculiaridades de los que amamos, ser invisibles, tener barbas azules, o estar
sumidos en sueños de los que no hay forma de despertarlos, o al menos no de una
forma completa. Es decir, no pertenecer del todo a este mundo. Las peculiaridades,
en suma, de esa diferencia en la que cabe tanto el horror como toda la belleza del
mundo. Y el amor es, sí, una pregunta, pero sobre todo una operación de rescate. No
se trata de librar al cuerpo de su propio sexo, como de arrancar la sexualidad de su
origen antropofágico, del cuarto de los descuartizamientos. Como si el cuerpo
traspasado por el deseo sexual fuera un cuerpo marcado por poderes maléficos, que
pueden acarrearnos la destrucción. El hombre lo ha sabido desde tiempos remotos,
desde que es lo que es, y por eso ha imaginado las figuras de los ogros, de los
vampiros o de los seres que vuelven de la muerte, dominados por una increíble ansia
de carne humana. Porque el sexo es una falta, y puede dar lugar a formas perversas
de cubrirla, de cubrirla al precio que sea, aun a costa de la muerte de quien amamos.
Es decir, que tanto la prohibición de Barba azul, como la de Eros tienen un
sentido sexual. Ninguno de ellos quiere que los contemplen desnudos, que los
contemplen en la desnudez de su deseo sexual. Y en última instancia tiene un sentido
protector. No mires ahí, no es diferente a decir «soy peligroso porque no estoy
completo». La historia de Barba azul está marcada, por lo tanto, por esa interdicción
perentoria. Pone a disposición de sus esposas un palacio, innumerables sirvientes,
praderas y bosques sin confines, pero les prohíbe traspasar la puerta de un pequeño
cuarto. La barba azul de este personaje imponente, uno de los más misteriosos de la
literatura de todos los tiempos, a quien oculta de verdad es a Eros. Y lo hace de una
manera peculiar, como esos disfraces que no podemos creernos, que no ocultan su
naturaleza de disfraz, y que por tanto más que borrar revelan la existencia de un
rostro escondido. Pero si Eros y Barba azul se confunden, su prohibición es la
misma. Ambos ocultan algo. Eros, su verdadera imagen; Barba azul, un secreto
acerca de sí mismo (un secreto terrible, de indudable naturaleza sexual). Pero esa
interdicción implica una advertencia. Tienes que aceptarme así, incompleto, sin
saber quién soy, ni preguntarme por mi deseo. Esa misma es la condición del sexo,
estar incompleto, nos obliga a partir obligatoriamente en busca de eso que nos falta.
Pero ¿y si no sabemos lo que es? Aún más, ¿y si no existiera esa mitad perdida, o si
la falta remitiera a otro cuerpo, tal vez terrible, cuya forma y apetencias ni siquiera
somos capaces de sospechar? ¿No es eso, por ejemplo, lo que les pasa a los ogros,
www.lectulandia.com - Página 12
que nunca encuentran lo que andan buscando, y que se ven obligados a un
deambular eterno, a instalar la ley de un deseo tan insatisfecho como insaciable?
¿No es esa la razón de que sintamos temor de lo que de verdad estamos queriendo?
Estamos en el reino de las preguntas, porque ese ámbito, el del cuarto cerrado, es el
lugar donde caben todas las preguntas. Se actualiza en La Bella durmiente, cuando
el príncipe pregunta por ese palacio sepultado entre zarzas, y se actualiza en el beso,
pues el beso es una pregunta muda, una pregunta que se responde con otra pregunta,
pues su lenguaje pertenece, como el camino de las migas de pan, al reino de la
página en blanco. Nos recuerda la historia de Perceval, su búsqueda del Grial, y su
llegada al reino de Rico Rey Pescador. El rey está herido, y un criado le lleva una
copa para que beba de ella, en un ambiente de extrema desolación, pues todo el
palacio, el país entero, parece sufrir el mismo mal que está acabando con la vida de
su rey. Perceval, espantado, se retira sin preguntar. Luego sabrá una cosa. Esa
pregunta habría supuesto no solo su curación, sino el fin de la maldición que asola el
reino completo, y que hace que los ríos dejen de correr, los árboles estén secos, y las
aves corran temerosas por el suelo olvidadas de volar. De la misma forma que el
beso del príncipe provoca el fin de la maldición que pesa sobre el palacio donde vive
la Bella durmiente, y hace que todos se despierten.
Hay una ceremonia en la Pascua judía que informa sobre el valor metafísico de
la pregunta. La familia se reúne en torno a la mesa y, en los postres, al más pequeño
le corresponde hacer la pregunta que todos esperan. La pregunta que inquiere por el
origen de su pueblo, y por la razón de ese éxodo que aún no ha terminado. Esa
pregunta hace que los más mayores se vean obligados a contar la historia de los
judíos, su salida de Egipto bajo las órdenes de Moisés, la larga marcha por el
desierto en pos de la tierra prometida, y todas las tribulaciones a que ese merodear
interminable dan lugar. A hablar de ese destino sufriente, pero también de los
encuentros venturosos, de la alegría en torno a las hogueras, los cantos en los
campamentos, los juegos de los niños, y los nuevos amores entre los muchachos, que
habrán de asegurar la continuidad de su anhelo. La pregunta del niño hace que esas
historias se recuerden, y sirvan de alimento a los que las escuchan. No podemos
olvidar que esta ceremonia tiene lugar en torno a la mesa comunitaria, y que la
comida que se reparten entre todos se confunde con las palabras que se escuchan y
dicen. De forma que todo es alimento, las palabras, el pan, el cordero sacrificado, el
vino, la misma memoria. Las historias sirven de alimento a quienes las escuchan, y
les animan a seguir adelante, a persistir en sus sueños. Tal vez por eso uno de los
momentos estelares de esa ceremonia es el momento en que uno de los ancianos
evoca el milagro del maná: la caída de la lluvia blanca sobre el poblado errante. Y
me es imposible no señalar su analogía con el camino de migas de Pulgarcito.
Ambos suponen un reparto de alimento, ambos tienen lugar en condiciones adversas,
de pérdida y desolación extremas. Aún voy más lejos, tengo el convencimiento de que
en cualquier historia, si de verdad merece ser escuchada, debe haber algo parecido a
www.lectulandia.com - Página 13
ese reparto de alimento. Aún más, ¿no es eso leer, buscar ese lugar, ese corazón
comestible y retirar de él una parte del alimento que necesitamos para vivir? Viene
ahora a mi mente una escena de E.T., la película de Steven Spielberg. Es la escena
del encuentro entre el niño y la criatura que viene del espacio. El niño siente que hay
algo en la casa, y decide tenderle una trampa. Y traza un camino con bolitas de
chocolate. Nadie puede resistirse a algo así, y E.T., tan pronto como las descubre,
sigue ese rastro tan dulce hasta el cuarto del niño, donde este le espera escondido.
Es un momento que justifica toda la película, pues tengo el convencimiento de que es
justo de esto, y solo de esto, de lo que tratan todas las historias que existen: de cómo
alguien da de comer a otro, prepara el instante en que lo que le dará será su propio
cuerpo como alimento.
Ese es también el tema del cuento de Barba azul, y de hecho el cuarto cerrado, el
cuarto que la joven esposa no debe visitar, es en realidad una despensa, no importa
que demasiado macabra, pues oculta los cuerpos despedazados de sus anteriores
mujeres. Es decir, trozos de materia orgánica. Los amantes también se trocean entre
sí, solo que simbólicamente. De hecho, el encuentro sexual tiene todas las
características de una cita entre dos glotones. Ese es el juego, están hambrientos y
quieren comer sin parar. ¿Comer cualquier cosa? No, comerse el uno al otro. Se
simula el troceamiento, los bocados, las catas, el cuerpo amado es un fruto, pero
también el cuerpo de un animal que acabamos de capturar y cocinar, y que nos
disponemos a comer en la mesa. Las caricias y los besos son ese banquete. Dice
Novalis: «La mesa de los amantes está siempre dispuesta porque es el deseo el que la
provee y prepara». No pasa otra cosa entre las madres y los niños pequeños. El niño
se alimenta del cuerpo de la madre, y esta finge estar muerta de hambre y tener que
alimentarse de su hijo. Nada les gusta más a los niños que esta escena en que su
madre simula que se los quiere comer. Hay incluso un juego. La madre le dice al niño
que vaya al carnicero, y para indicarle lo que tiene que pedirle coge su bracito y
empieza a explicarle que no le diga que le corte por ahí, ni un poco más arriba, y va
señalando en su brazo trozos cada vez más grandes, hasta abarcarle por entero,
momento en que llegan las cosquillas, y el drama se resuelve en risas.
No es difícil saber por eso de dónde viene la figura del ogro, el gran devorador
de carne humana. Es una perversión del amante. Los amantes se trocean
simbólicamente, pero solo para poder sentir al momento el placer de la reunión. En
realidad lo que quieren es que todos esos trozos que ahora son, y que juegan a
mezclar entre sí, se ordenen de una manera nueva hasta componer un cuerpo
distinto, un cuerpo que fuera como el de esas criaturas de las que habla Platón en El
banquete. Esas criaturas poderosas, redondas y veloces como balones, que tenían los
dos sexos, y cuyo poder era tal que los dioses celosos decidieron dividirlas. De esa
división surgieron los sexos, también el anhelo, inscrito en cada uno de ellos, de
volver a reunirse, de encontrar en el sexo contrario la mitad que le complementa.
Por eso el amor nos vuelve poderosos, nos devuelve, no importa que solo por unos
www.lectulandia.com - Página 14
instantes, a esa condición original, nos ofrece un cuerpo único y perfecto. El ogro es
distinto, descuartiza, pero le falta el deseo de religar lo partido. Y el eros es unión,
combinación sin límite, llamada a la totalidad.
Por eso Perrault elige el peor final de Barba azul, y muestra sus grandes
limitaciones como escritor, al menos si le comparamos con Andersen o con los
hermanos Grimm. La muchacha entra en el cuarto y es descubierta por Barba azul,
que la condena a morir. Pero entonces aparecen sus hermanos y logran salvarla, al
tiempo que dan muerte a su feroz marido. Es un final decepcionante porque olvida la
secuencia de la regeneración. Y es eso lo que significa la entrada de la muchacha en
el cuarto, una regeneración del mundo. Porque lo más importante no es entrar en ese
cuarto, desafiando la prohibición, sino devolver al mundo todo lo que en él yace
enterrado. El gesto de entrar es una pregunta que debe resolver el estancamiento,
haciendo que todo lo que en ese cuarto permanece olvidado y excluido regrese al
corro de la vida. Es el instante de la devolución de las prendas. Aparece en otras
versiones, donde la joven esposa no solo vence la maldición, sino que al desafiar el
mandato de su marido hace que los miembros troceados de sus predecesoras vuelvan
a reunirse y puedan regresar al mundo con sus cuerpos completos. Pero también en
otros cuentos. Por ejemplo, en La Bella durmiente, donde la llegada del príncipe, y el
beso a la muchacha dormida tiene, tanto sobre ella misma como sobre todos los
moradores del palacio, el mismo efecto liberador.
Hay una versión de Barba azul en que este da un huevo a sus esposas, junto con
la llave. Ellas entran en ese cuarto y el huevo se les cae en la cuba manchándose de
sangre. No pueden limpiar esa mancha, por mucho que la froten, y eso advierte a
Barba azul sobre lo que acaban de hacer, e inmediatamente pasa a cumplir sus
amenazas. Las mata, trocea sus cuerpos, y guarda sus pedazos en esa despensa
macabra. Y así viene pasando con todas sus esposas, hasta que llega nuestra
protagonista. Esta intuye algo, y antes de entrar en el cuarto deja el huevo a buen
recaudo sobre una repisa. Ve a las otras muchachas despedazadas y se dedica a
reunir sus trozos. Luego, al devolver el huevo impoluto, su esposo se ve obligado a
reconocer que ha pasado la prueba. Pierde entonces su poder y tiene que obedecerla
en todo.
Es curiosa la relación de este cuento con el de La página en blanco, de Isak
Dinesen. Aunque las cosas se presentan invertidas, dado que en el cuento de la
escritora danesa la sábana manchada de sangre es símbolo de la virginidad ofrecida,
mientras que en el de Barba azul todo nos indica que, si las muchachas son
condenadas al mostrar un huevo o una llave manchada de sangre, es precisamente
por descubrirse un disfrute sexual anterior a su boda. No importa, en ambos es lo
blanco —sábana blanca, huevo blanco— lo que destaca por encima de todo. El
huevo, que es germen, origen, nos hace recordar las migas de Pulgarcito. Podemos
presumir incluso que el pájaro que lo puso es el mismo que se comió las migas de
pan. Es, pues, la verdadera llave, la que nos relaciona con ese otro que fuimos y que
www.lectulandia.com - Página 15
dejamos atrás al ser expulsados de la infancia. Procede de la cueva de Eros. Porque
el castillo de Barba azul se confunde con la casa del ogro (es el lugar de los
descuartizamientos), y con el castillo encantado de La Bella durmiente, pero también
con la cueva de Eros.
Aún hay más, la cocina de Cenicienta pertenece al mismo orden de lugares
proscritos. Está sucia, oscura, quien la tiene a su cargo carece de identidad. Ni
siquiera puede optar a casarse, es decir, a cumplir con su destino de muchacha. No
tiene nombre, no cuenta ni siquiera para su familia, pero, cuando sus hermanastras
le hablan de la fiesta del príncipe, ella anhela acudir en secreto. Una hada viene en
su ayuda y le da lo que necesita. Es curioso que sus vestidos, su carroza, sus caballos
y sirvientes, el hada los haga surgir de elementos reales —una calabaza, lagartos,
ratones, de cosas y seres que hay a su alrededor—, en la misma cocina, dándonos a
entender que el pequeño cuarto es una representación del mundo, y que el horror
puede convertirse en maravilla gracias al poder de la analogía, que es el poder
erótico por excelencia. Va a la fiesta y baila con el príncipe en medio de la
admiración de todos, y vuelve a su casa antes de medianoche. Pero al día siguiente
se entretiene. Huye cuando ya es casi demasiado tarde, y al hacerlo pierde uno de sus
zapatos. ¿Lo pierde? En realidad lo que hace, como en el juego infantil, es pagar una
prenda. El gesto tiene un doble significado: haber contraído una deuda y dejar un
rastro. El hecho de que sea una prenda, es decir, algo que llevamos puesto, lo
asemeja con el huevo de Barba azul, y con las migas de pan. Es un trozo metonímico
de nuestro propio cuerpo. La prenda es nuestro propio cuerpo encendido por el amor.
Pero aún hay otra cosa. El zapato es de cristal. Es decir, apenas se ve. O mejor
dicho, es un zapato que se confunde con el pie que lo lleva, de modo que perderlo es
como dejar atrás el propio pie. Al escapar, Cenicienta pierde su pie, de la misma
forma que las jóvenes esposas de Barba azul fueron perdiendo trozos de sus propios
cuerpos, hasta terminar metidas en una cuba. A esa cuba llena de sangre van a parar
las muchachas enamoradas. Eso significa la cuba, el tiempo terrible del amor. El
cuerpo que pierde trozos de sí mismo es el cuerpo de los que aman. Son estos cuerpos
los que sueltan un rastro, escamas, plumas, como los árboles sueltan sus semillas.
Soltarlas es quedarse incompleto. No sé lo que doy, nos dicen. Y tal vez por eso en
los cuentos abundan los personajes mudos, o que sufren alguna deformidad
(Pulgarcito, ser pequeño; Riquete el del Copete, ser horrible). Personajes que
carecen de algo, que no saben lo que les pasa. La prenda que se han visto obligados
a entregar es el símbolo de esa parte de sí mismos que perdieron al vivir. Una parte
de ese relato inaudible, no de lo que puede decirse, sino de lo que no se puede. Una
parte de lo que no saben contar acerca de lo que les pasa. O dicho de otra forma, la
historia de ese cuerpo enamorado que solo en la página en blanco está escrita.
Porque ¿qué significa exactamente, en el cuento de Isak Dinesen, ese lienzo
enmarcado? Significa que la vida de la princesa no comienza en el lecho del rey, y
que hay en ella una historia que no conocemos, una vida oculta, la de esos
www.lectulandia.com - Página 16
encuentros remotos que hacen ahora que la mancha no pueda aparecer. Pero
también, que la historia de esas princesas recién casadas no está tanto en la mancha
de sangre sino en esa otra que la mancha no refleja, y de la que solo la parte en
blanco del lienzo puede dar cuenta. A esa parte no escrita aluden estos tres
elementos: el zapato de cristal, las migas de pan, el huevo o la llave del cuarto.
Perrault no dice que esta sea blanca, pero si tenemos en cuenta el detalle del huevo,
tenemos derecho a suponerlo. Son blancos o transparentes, para que puestos sobre
las sábanas de las recién casadas no se puedan ver. Forman parte de esa historia
secreta, la que la página en blanco cuenta. De ese relato inaudible sin el que ninguna
vida sería lo que es.
¿Entonces quién es de verdad Barba azul? Barba azul es Eros. Se ha disfrazado
con una barba para ver hasta qué punto las muchachas enamoradas dicen la verdad
de su amor. Es el encargado de escuchar sus historias. A cambio, cuando llegue la
noche, se mostrará en toda su hermosura. Pero, ¡ojo!, solo ante aquellas que bajaron
al corro y pagaron complacidas su prenda.
www.lectulandia.com - Página 17
Cuentos en verso
Prólogo
www.lectulandia.com - Página 18
docta antigüedad, nadie tenga derecho a hacerme ningún reproche. Y aun pretendo
que mis fábulas son más dignas de contarse que la mayor parte de los cuentos
antiguos, y particularmente el de la Matrona de Éfeso y el de Psiquis, si se los mira
del lado de la moraleja, cosa principal en toda suerte de fábulas, y por la que deben
haber sido compuestas. Toda la moraleja que puede sacarse de la Matrona de Éfeso
es que con frecuencia las mujeres que parecen las más virtuosas lo son las menos y,
en resolución, que casi no hay ninguna que lo sea verdaderamente.
¿Quién no ve que esta moraleja es malísima, y que su intención no es otra que
corromper a las mujeres con el mal ejemplo y hacerles creer que, faltando a su deber,
no hacen sino seguir el camino trillado? No sucede así con la moraleja de Grisélidis,
la cual tiende a inducir a las mujeres a aguantar a sus maridos, y a hacerles ver que
no hay ninguno tan malcriado ni tan raro, al que no pueda hacer entrar en razón la
paciencia de una mujer honesta. En cuanto a la moraleja oculta en la Fábula de
Psiquis, fábula en sí muy agradable e ingeniosa, yo la compararé con la de Piel de
Asno cuando la sepa, porque hasta ahora no he podido adivinarla. Bien sé yo que
Psiquis significa el alma; pero no alcanzo a comprender qué se quiere dar a entender
con eso de que el amor está enamorado de Psiquis, es decir, del alma, y menos aún
cuando añade que Psiquis sería feliz en tanto no conociera al que la amaba, que era
el Amor, pero que sería muy desgraciada desde el punto y hora en que llegara a
conocerlo: es este un enigma para mí impenetrable. Todo lo que puede decirse es que
esta fábula, lo mismo que la mayor parte de las que nos quedan de los antiguos, no
fue hecha más que para agradar, sin consideración a las buenas costumbres, que
descuidaban en gran manera.
No sucede lo mismo con los cuentos que nuestros antepasados inventaron para
sus hijos. No los contaron con la elegancia y el artificio con que los griegos y los
romanos adornaron sus fábulas, pero tuvieron siempre un gran cuidado de que sus
cuentos encerrasen una moraleja loable e instructiva. Allí la virtud es siempre
recompensada, y el vicio castigado. Todos tienden a hacer ver la ventaja que supone
ser cortés y biencriado, paciente, avisado[5], laborioso, obediente, y el mal que
acaece a los que no lo son. A veces se trata de hadas que, a la joven que les haya
contestado con amabilidad y cortesía, le otorgan el don de que, a cada palabra que
diga, le salga de la boca una perla o un diamante; y a la joven que les haya
contestado con descortesía, que a cada palabra le salga de la boca un sapo o una
rana. A veces se trata de niños que, por haber sido muy obedientes a su padre o a su
madre, llegan a ser grandes señores, o de otros que, habiendo sido viciosos y
desobedientes, vienen a caer en desgracias espantosas. Por frívolas y extrañas que
sean todas estas fábulas en sus aventuras, no hay duda de que excitan en los niños el
deseo de parecerse a los que ven llegar a ser felices, y al mismo tiempo el miedo a
las desgracias en que cayeron los malos por su maldad. ¿No es loable que los padres
y las madres, cuando sus hijos no son aún capaces de saborear las verdades sólidas y
desnudas de todo artificio, se las hagan amar y, si es lícito decirlo, se las hagan
www.lectulandia.com - Página 19
tragar, envolviéndolas en relatos agradables y proporcionados a la debilidad de su
edad[6]? Es increíble con cuánta avidez esas almas inocentes, cuya natural rectitud
nada ha corrompido todavía, reciben las instrucciones ocultas; se los ve sumidos en
la tristeza y el abatimiento mientras el héroe o la heroína del cuento están sumidos
en la desgracia, y gritar de alegría cuando llega la hora de su felicidad; del mismo
modo, después de haber sufrido con impaciencia la prosperidad de los malos, están
encantados de verlos finalmente castigados como se merecen. Son semillas que se
lanzan, que al principio no producen más que movimientos de alegría o de tristeza,
pero que germinan hasta dar buenas inclinaciones.
Hubiera podido hacer mis cuentos más agradables, mezclando en ellos esas
cosas un poco libres con que se los ha solido amenizar; pero el deseo de agradar no
me ha tentado jamás lo suficiente para violar la ley que me he impuesto de no
escribir nada que pueda herir el pudor o el decoro. He aquí un madrigal que una
joven señorita[7] de mucho talento ha compuesto sobre este tema, y que escribió
debajo del cuento de Piel de Asno que yo le había enviado:
www.lectulandia.com - Página 20
Grisélidis
Ilustraciones de Paz Rodero
www.lectulandia.com - Página 21
A la Señorita**[8]
Y no es que la paciencia
no se halle entre las finas
www.lectulandia.com - Página 22
virtudes de las damas parisinas,
pero, por su larguísima experiencia,
la ciencia han adquirido
de hacérsela ejercer solo al marido.
www.lectulandia.com - Página 23
A orilla de las célebres montañas
donde el Po[9], deslizándose entre cañas,
estrena su corriente
paseando por las próximas campañas[10],
vivía un joven príncipe valiente,
gozo de su provincia y de su gente:
cuando el cielo lo hubo formado apenas,
ya derramó sobre él a manos llenas
lo que tiene de más extraordinario,
eso que de ordinario
reserva a sus amigos sabiamente
y da a los grandes reyes solamente.
www.lectulandia.com - Página 24
a ejercer un imperio soberano
sobre el hombre infeliz y miserable
que caerá en su mano.
www.lectulandia.com - Página 25
Un día hasta el palacio en cuerpo[18] fueron
para hacer una última intentona;
un orador con ellos se trajeron,
el mejor por entonces de la zona,
y de grave apariencia,
quien dijo en su elocuencia
lo que puede decirse en ese caso.
Hizo hincapié no escaso
en el intenso anhelo de su gente,
que deseaba ver con impaciencia
del príncipe la ilustre descendencia
que haría para siempre floreciente
su estado; dijo incluso finalmente
que estaba viendo un astro ya en la cuna,
nacido de su púdico himeneo,
el cual, según el general deseo,
haría oscurecer la Media Luna[19].
www.lectulandia.com - Página 26
y cae el disfraz a un lado,
y, habiendo su destino asegurado,
ya no tiene importancia ser discreta,
cada una de su parte[20] se despoja
después de lo que hubieron de penar,
y dentro de su hogar
hacen todo lo que se les antoja.
www.lectulandia.com - Página 27
cuando hayáis encontrado tal doncella,
me casaré con ella».
www.lectulandia.com - Página 28
barbecheras y campos cultivados,
halla a sus cazadores
sobre la verde hierba recostados;
al verlo se levantan y, avizores,
hacen temblar con sus cuernos tronantes
de aquellos bosques a los habitantes.
Los galgos ladradores
brillan aquí y allá entre los rastrojos,
y los sabuesos, con ardientes ojos,
que vuelven a sus puestos de batida
desde el fondo del bosque, donde tienen
las bestias su guarida,
arrastran, la mirada enardecida,
a los criados que firmes los retienen.
Habiéndose informado
por uno de que todo está dispuesto
y que están sobre el rastro deseado,
ordena con un gesto
que a la caza se dé comienzo presto
y que suelten los perros al venado.
El fragor de los cuernos que resuenan,
el agudo ladrido
de los perros picados[23], más el ruido
de los caballos que relinchan, llenan
el bosque de tumulto y confusión,
y en tanto el eco sin interrupción
los multiplica, piérdense con ellos[24]
en el más intrincado corazón
de los bosques aquellos.
www.lectulandia.com - Página 29
al espíritu en un secreto horror;
espontánea, la naturaleza
mostraba tal belleza y tal pureza,
que mil veces bendice allí su error.
El príncipe, embebido,
se desliza en el bosque, contemplando
la hermosura que su alma ha conmovido;
pero, al hacerlo, el ruido
de sus pasos mientras se va acercando
hizo[25] que la belleza
hacia él dirigiera la cabeza;
al verse sorprendida,
un encendido y súbito rubor
www.lectulandia.com - Página 30
aumentó de su tez el esplendor,
dibujando en su cara enrojecida
el triunfo del pudor.
www.lectulandia.com - Página 31
Sobrecogido de un temor callado,
algo en él totalmente inusitado,
se aproxima aturdido,
y, más tímido que ella,
con voz trémula dice que ha perdido
de sus monteros todo rastro y huella,
y luego le pregunta si ha advertido
que cerca de este lado
de los bosques la caza haya pasado.
www.lectulandia.com - Página 32
por estas soledades —ella dice—,
y nadie, salvo vos, aquí ha venido;
pero, señor, nada os intranquilice:
yo os pondré en buen camino».
En esto, la muchacha
ve de pronto que el príncipe se agacha
hacia el húmedo borde del riachuelo
para apagar, de bruces sobre el suelo,
en el agua la sed que lo atenaza.
«Esperad un momento solamente,
señor», le dice, y corre prontamente
a su cabaña, toma allí una taza,
y, alegre y con benévolo semblante,
se la presenta a aquel novel amante.
www.lectulandia.com - Página 33
dibujó un mapa fiel de todo eso.
www.lectulandia.com - Página 34
Cuanto más la contempla, más se enciende
con la viva belleza de su alma;
y, viendo aquella calma,
tantos dones preciosos, él comprende
que la joven pastora
es tan encantadora,
porque una chispa, un destello alado,
de su alma a sus ojos ha pasado.
www.lectulandia.com - Página 35
reinaba, con objeto de atraerse
y merecer del príncipe la opción,
a quien solo lo casto y lo modesto
seducía con creces
y le encantaba más que todo el resto,
como llevaba dicho ya cien veces.
www.lectulandia.com - Página 36
los cielos embellecen y amenizan.
Acullá se procura
concertar con cuidado la locura
agradable de una ingeniosa danza,
y más allá se alcanza
a escuchar el ensayo repetido
de la dulce tonada
de una ópera, por mil dioses poblada,
la mejor que haya Italia producido[31].
www.lectulandia.com - Página 37
los campos que recubren la llanura
y gana la montaña,
penetrando en el bosque con presteza
en medio del asombro y la extrañeza
de la tropa que entonces lo acompaña.
www.lectulandia.com - Página 38
«Hablo en serio —dijo él—, no me he burlado,
y vuestro padre ya está de mi lado
—el príncipe, en efecto,
habíale advertido ya al respecto—.
Dignaos, pues, pastora, a ello acceder,
que es todo lo que queda por hacer.
Mas para que haya entre nosotros paz
y se mantenga firme día a día,
juradme antes que no tendréis jamás
ninguna voluntad más que la mía».
www.lectulandia.com - Página 39
un plátano elevado,
les parece un lugar que está encantado.
www.lectulandia.com - Página 40
Llegan por fin al templo palatino,
en donde, con el vínculo perenne
de promesa solemne,
los dos esposos unen su destino;
en seguida al palacio se encaminan,
donde mil diversiones les destinan:
www.lectulandia.com - Página 41
y antes que el año hubiese terminado,
bendijo el cielo el lecho afortunado;
no fue un príncipe, contra su deseo;
mas la joven princesa
tenía tal belleza,
que no pensaron ya mas que en su vida;
el padre, que en seguida
le encuentra un aire dulce y fascinante,
a verla se venía a cada instante,
y la madre, aún más loca de contento,
no le quitaba ojo ni un momento.
www.lectulandia.com - Página 42
en dudar de su gran felicidad.
www.lectulandia.com - Página 43
que al recibirlas tuvo en su momento.
www.lectulandia.com - Página 44
es que hasta ahora solo ha sido herida
en puntos donde ya no está su afecto.
www.lectulandia.com - Página 45
«Habrá que obedecer», le contestó.
Luego tomó a su hija,
la cual con sus bracitos tiernamente
la estrechaba inocente;
Grisélidis la contemplaba fija,
besándola con maternal ardor,
y, llorando desconsoladamente,
se la entregó al odioso ejecutor.
¡Ah, cuán amargo fue allí su dolor!
Quitarle el hijo bueno
a una madre tan tierna de su seno
es la misma aflicción
que arrancarle del pecho el corazón.
Cerca de la ciudad
un monasterio entonces existía,
famoso por su mucha antigüedad,
en el que varias vírgenes[34] había
observando una gran austeridad,
bajo la dirección de una abadesa
célebre por su gran recogimiento.
Dejaron en silencio a la princesa,
sin dar a conocer su nacimiento,
con joyas de valor, y la promesa
de un galardón digno de los cuidados
que le fuesen allí proporcionados.
El príncipe quería
desterrar, entregándose a la caza,
el intenso pesar que le embaraza
por su crueldad impía,
y temía mostrarse a la princesa,
como se teme a una feroz tigresa
a la que su cachorro le han quitado;
pero, a pesar de todo, fue tratado
con mimo, con dulzura
e incluso con idéntica ternura
a la que ella le prodigó en los días
de sus más venturosas alegrías.
www.lectulandia.com - Página 46
se sintió golpeado
por la vergüenza y el remordimiento;
pero su malhumor inveterado
siguió siendo el más fuerte:
dos días después, con lágrimas fingidas,
para infligirle más vivas heridas,
se presentó a decirle que la muerte,
acabó de su hija con la suerte.
www.lectulandia.com - Página 47
nada que a la pareja desuniera;
porque, si por capricho y ex profeso
tal vez se complacía
en disgustarla, ya solo quería
evitar que su amor disminuyera,
de la misma manera
que el herrero apresura su labor
echando un poco de agua
en las débiles brasas de la fragua
para avivar la llama y el calor.
www.lectulandia.com - Página 48
Lo mismo que un lucero,
una estela de luz por doquier deja;
y, habiéndola una vez visto a la reja
un noble caballero
de la corte, muy joven, bien plantado
y más hermoso en fin que el sol naciente,
quedó prendado de ella prontamente
y concibió un amor apasionado.
Pero con ese instinto indiscutible
que al bello sexo dio naturaleza,
y que toda belleza
www.lectulandia.com - Página 49
tiene para notar esa invisible
herida que ha causado su mirada
en el mismo momento en que es causada,
la princesa supo inmediatamente
que estaba siendo amada tiernamente.
www.lectulandia.com - Página 50
su discreción sin par,
porque la tierra, viéndose adornada
de estos dones tan grandes, tan preciosos,
se sienta de respeto penetrada
y bendiga a los cielos generosos».
www.lectulandia.com - Página 51
escuchó la princesa su sentencia;
mas, bajo la apariencia
de un rostro imperturbable,
en silencio su pena devoraba
y, sin que tal quebranto
menguase lo más mínimo su encanto,
de sus ojos bellísimos manaba
copioso y tierno llanto,
de la misma manera
que a veces, al llegar la primavera,
alumbra el sol y llueve mientras tanto.
www.lectulandia.com - Página 52
ni mi amor más constante y más completo».
www.lectulandia.com - Página 53
En cuanto a su desierto ella ha llegado,
otra vez rueca y husos ha tomado,
y va a hilar junto al mismo riachuelo
en que la había el príncipe encontrado.
Su corazón, sin hiel y sosegado,
cien veces cada día pide al cielo
que le colme a su esposo de riqueza,
de gloria y de grandeza,
que no le niegue, en fin, ningún anhelo;
un amor con caricias sustentado
no sería jamás tan inflamado.
www.lectulandia.com - Página 54
»Y, para que os hagáis mejor el cargo
de los cuidados que de vos espero,
mostraros ahora quiero
a quien servir de tal modo os encargo».
En el mismo momento
concibió por aquella jovencita
un amor tan intenso y violento,
que, apenas se marchó la princesita,
el instinto siguiendo,
que sin saberlo se iba entrometiendo,
al príncipe le habló de esta manera:
«Si me lo permitís, decir quisiera
que esta princesa tan encantadora,
de la que esposo vais a ser ahora,
criada en medio de comodidades,
entre púrpuras y suntuosidades,
no sufrirá sin entregar la vida,
el trato a que yo he sido sometida.
www.lectulandia.com - Página 55
morirá ante el más mínimo rigor,
a la menor palabra un poco dura.
¡Os suplico, señor,
que la tratéis con la mayor dulzura!».
www.lectulandia.com - Página 56
no está deseando ver este himeneo,
y precisamente él que en el torneo
va a alcanzar la victoria
sobre el Rival que sea?
Pues sin embargo no, no lo desea.
www.lectulandia.com - Página 57
»Debéis saber también que, vivamente
conmovido del celo y la paciencia
de esta esposa prudente
y fiel que yo he arrojado indignamente,
la recibo otra vez en mi presencia,
a fin de reparar con todo el gozo
que dar puede el amor más dulce y puro
el trato fiero y duro
que recibió de mi ánimo celoso.
www.lectulandia.com - Página 58
la levanta en seguida,
la besa y la conduce hasta su madre,
a quien tanto placer en un momento
casi privaba del conocimiento.
Su corazón, que en tantas ocasiones,
por los más duros golpes acosado
de las tribulaciones,
con tal valor había soportado
el sufrimiento, ahora sucumbía
al peso más sutil de la alegría;
a duras penas estrechar lograba
a la hija adorable
que le devuelve el cielo favorable,
y a contener el llanto no acertaba.
Condujeron, radiantes,
al templo a los dos jóvenes amantes,
en donde prometieron mutuamente
quererse tiernamente,
afirmando con tal prometimiento
para siempre su dulce ofrecimiento.
Todo se vuelve luego diversiones,
torneos fastuosos,
músicas, juegos, danzas y canciones,
festines deliciosos,
en donde hacia Grisélidis se vuelven
todos los ojos y, por su probada
paciencia que hasta el cielo es ensalzada,
en gloriosos elogios mil la envuelven:
es tal la complacencia
que por su caprichoso
príncipe siente el pueblo jubiloso,
que llega en su aquiescencia
hasta a alabar su bárbara experiencia,
www.lectulandia.com - Página 59
que un modelo tan puro y acabado
de tan bella virtud ha originado,
virtud a la mujer tan conveniente,
pero en todo lugar tan infrecuente.
www.lectulandia.com - Página 60
A Monsieur***[38] enviándole Grisélidis
Si hubiera hecho caso de los diferentes consejos que me han dado a propósito de
la obra que os envío, no hubiera quedado más que el cuento seco y simple, y en ese
caso hubiera sido mejor que no la tocara y que la dejara envuelta en su papel azul,
donde yace desde hace tantos años.
Empecé por leérsela a dos amigos míos:
—¿Para qué —dijo uno— extenderse tanto en el carácter de vuestro héroe? ¿Qué
se nos da de saber lo que hacía por la mañana en su consejo, y menos aún en qué se
divertía después de comer? Todo eso no es bueno más que para cortarlo.
—Yo os ruego —dijo el otro— que me quitéis esa respuesta jocosa que da a los
diputados de su pueblo que lo apremian a casarse; no cuadra en absoluto a un
príncipe grave y serio. ¿Me permitís también —prosiguió— que os aconseje suprimir
la larga descripción de la caza? ¿Qué tiene que ver todo eso con el fondo de vuestra
historia? Creedme, no son más que vanos y ambiciosos perifollos, que empobrecen
vuestro poema en lugar de enriquecerlo. Lo mismo pasa —añadió— con los
preparativos de la boda del príncipe: todo eso es ocioso e inútil. En cuanto a esas
damas que bajan los peinados, que se cubren el pecho y que alargan las mangas,
resulta una burla enojosa, igual que lo del orador que se aplaude a sí mismo por su
elocuencia.
—Yo os pediría aún —continuó hablando el primero— que quitéis los
pensamientos cristianos de Grisélidis, cuando dice que es Dios el que quiere
probarla; es un sermón fuera de lugar. Tampoco puedo sufrir las crueldades del
príncipe, me sacan de quicio; yo las suprimiría. Es verdad que forman parte de la
historia, pero no importa. También quitaría el episodio del joven caballero, que no
está ahí más que para casarse con la princesa; eso alarga excesivamente el cuento.
—Pero —le dije yo— sin eso el cuento acabaría mal.
—No sabría qué deciros —respondió—, pero yo no dejaría de quitarlo.
A los pocos días repetí la misma lectura ante otros dos amigos, que no me dijeron
una sola palabra acerca de los pasajes de que acabo de hablar, pero me pusieron
cantidad de reparos en otros.
—Muy lejos de quejarme del rigor de vuestra crítica —les dije—, de lo que me
quejo es de que no sea lo suficientemente severa: os habéis dejado pasar un sinfín de
pasajes que a otros les parecen muy dignos de censura.
—¿Como cuál? —dijeron ellos.
—Parece ser —les dije— que el carácter del príncipe está descrito con excesiva
extensión, y que a nadie se le da nada de saber lo que hacía por la mañana y menos
por la tarde.
—Están burlándose de vos —dijeron los dos a una—, cuando os hacen
semejantes críticas.
www.lectulandia.com - Página 61
—Reprueban —proseguí— la respuesta que da el príncipe a los que lo apremian
a casarse, como demasiado jocosa e indigna de un príncipe grave y serio.
—Pero venid acá —repuso uno de ellos—, ¿y qué mal hay en que un joven
príncipe de Italia, país donde están acostumbrados a oír burlas a los hombres más
graves y más encumbrados por su dignidad, y que además tiene a gala hablar mal de
las mujeres y del matrimonio, materias tan dadas a la burla, se haya holgado un
poco con tal tema? Sea como fuere, yo os pido gracia para ese pasaje así como para
el orador que creía haber convertido al príncipe, y para la bajada de los peinados;
pues a los que no les haya gustado la respuesta jocosa del príncipe, camino llevan de
haber arramblado también con esos dos pasajes.
—Lo habéis adivinado —le dije—. Pero, por otro lado, los que no gustan más que
de las cosas divertidas no han podido sufrir los pensamientos cristianos de la
princesa, cuando dice que es Dios el que quiere probarla. Pretenden que es un
sermón que no viene a cuento.
—¿Que no viene a cuento? —repuso el otro—. No solo tales pensamientos
convienen al tema, pero incluso son ahí absolutamente necesarios. Necesitabais
hacer creíble la paciencia de vuestra heroína: ¿y qué otro medio os quedaba que el
de mirar los malos tratos de su esposo como venidos de la mano de Dios? Sin eso, se
la tomaría por la más estúpida de las mujeres, lo que indudablemente no sería de
buen efecto.
—Aún reprueban —les dije— el episodio del joven caballero que se casa con la
princesa.
—Error —repuso él—; como vuestra obra es un verdadero poema por más que le
hayáis dado el título de novela, es preciso que al final no deje nada que desear. Pero,
si la princesa volviera al convento sin casarse después de haberlo esperado, ni
quedaría contenta ella ni los que leyeran la novela.
A consecuencia de tal discusión, he decidido dejar mi obra poco más o menos
como fue leída en la Academia. En una palabra, he tenido el cuidado de corregir las
cosas que se me ha demostrado ser malas en sí mismas; pero, en lo que atañe a las
que me han parecido no tener otro defecto que el de no ser del gusto de algunas
personas quizá excesivamente delicadas, he creído que no debía tocarlas.
Sea como fuere, he creído que debía remitirme al público, el cual siempre juzga
www.lectulandia.com - Página 62
bien. Él me enseñará lo que debo pensar, y yo seguiré exactamente todos sus
consejos, si alguna vez tuviese que hacer una segunda edición de esta obra.
www.lectulandia.com - Página 63
Piel de Asno
Ilustraciones de Rocío Martínez
www.lectulandia.com - Página 64
A la señora Marquesa de L***[39]
www.lectulandia.com - Página 65
Era una vez un rey, el más notable
que hubo sobre la tierra,
amable en paz como terrible en guerra,
en fin, solo a sí mismo comparable:
sus vecinos temían, sus estados
estaban sosegados,
y las virtudes y las bellas Artes
se veían florecer por todas partes
a la sombra del cedro y la palmera.
Su adorable mitad, fiel compañera,
era tan bella y tan encantadora,
de un carácter tan dulce, delicado,
y tan acomodado[42],
que el rey con ella ahora
no se sentía nunca tan dichoso
de ser el rey como de ser su esposo.
De su casto himeneo, de ternura
rebosante, de encanto y de dulzura,
una hija tuvieron solamente,
pero tan virtuosa,
que al fin se consolaron fácilmente
de no tener familia numerosa.
www.lectulandia.com - Página 66
mas seguro que en cuanto
conozcáis sus virtudes sin igual,
no os parecerá grande en demasía
todo el honor de que se lo cubría.
Tan limpio lo formó naturaleza,
que nunca se ensuciaba,
y en lugar de boñigos él soltaba
buenos luises[44] y escudos, pieza a pieza,
que, en cuanto despertaba,
cada mañana allí se recogía
sobre la rubia cama[45] en que dormía.
www.lectulandia.com - Página 67
mejor hecha que yo, buena y prudente,
vos podréis prometeros libremente
y casaros con ella».
Tenía tal confianza en su belleza,
que una promesa así le parecía
un juramento, habido con destreza,
de que nunca jamás se casaría.
El príncipe, de hinojos,
y bañados en lágrimas los ojos,
juró cuanto la reina le pidió;
la reina entre sus brazos se murió,
y entre gritos, plañido y lloriqueo,
nunca un marido armó tanto jaleo.
Oyendo sus sollozos noche y día,
dedujeron que ya no duraría
mucho su duelo por su amor difunto,
pues lloraba a destajo
como hombre apresurado que el trabajo
quiere acabar al punto.
www.lectulandia.com - Página 68
Y no se equivocaron al respecto.
Al cabo de unos meses, en efecto,
el rey quiso casarse
y empezó la elección a prepararse;
mas no era fácil cosa:
tenía que guardar su juramento
y era preciso que la nueva esposa
fuera más agraciada y más hermosa
que la llevada ha poco al monumento[48].
www.lectulandia.com - Página 69
de beldades, ni el campo, ni la villa,
ni los reinos vecinos,
recorridos en todos sus caminos,
pudieron proveer otra como ella;
la infanta únicamente era más bella
y un juvenil encanto poseía
que la difunta al fin ya no tenía.
El mismo rey también cayó en la cuenta
y, ardiendo de pasión tan violenta,
en su locura dio en imaginarse
que con ella tenía que casarse.
Llegó a encontrar incluso un casuista[49]
que, resolviendo el caso a simple vista,
juzgó posible la proposición.
Pero, de oír hablar de tal pasión,
la princesa, sombría,
se quejaba y lloraba noche y día.
www.lectulandia.com - Página 70
mas sin contradecirlo, con mis trazas,
hay un modo de darle calabazas.
Decidle de improviso
que, antes de que se rinda vuestro pecho
a su amor, y para saciar de hecho
todos vuestros deseos, es preciso
que un vestido os regale
color del tiempo[50]: a ver por dónde sale.
Con todo su poder y su riqueza,
y por más que los cielos
siempre colmen en todo sus anhelos,
jamás podrá cumplir esa promesa».
Temblando, la princesa
marchó rápidamente
a decirlo a su padre enamorado,
quien inmediatamente
pasó un comunicado
a los mejores sastres del estado,
advirtiéndoles que, si no le hacían,
sin tardar demasiado,
un vestido color del tiempo, irían
a parar a la horca de contado.
www.lectulandia.com - Página 71
el famoso vestido,
cuando el rey ordenó a su bordador:
«Que no pueda tener más resplandor
ni el astro de la noche, y que tu gente
me lo haga en cuatro días puntualmente».
En la indicada fecha
la rica vestidura estuvo hecha,
tal como el rey la había detallado.
Cuando la noche en lo alto de los cielos
ha extendido sus velos,
la luna, con su manto plateado,
no se muestra tan regia e imponente
en medio de su curso diligente,
cuando su claridad, más viva que ellas,
hace palidecer a las estrellas.
www.lectulandia.com - Página 72
que el rubicundo amante de Climene[52]
no deslumbra los ojos y no tiene
brillantez tan profusa,
cuando en su carro de oro de Este a Oeste
pasea por la bóveda celeste.
www.lectulandia.com - Página 73
a someterse a la conyugal ley,
pero al momento, sola y disfrazada,
que se marchara a algún país lejano,
obviando un mal tan cierto y tan cercano.
Honda melancolía
se extendió por doquier, triste y sombría;
se acabaron las bodas, el convite,
la tarta y el confite;
las damas de la corte, en su tristura,
www.lectulandia.com - Página 74
apenas si probaron plato alguno;
pero el más triste fue sin duda el cura,
porque llegó muy tarde al desayuno
y, para más castigo,
encima se quedó sin el bodigo[53].
www.lectulandia.com - Página 75
acabada temprano la faena,
se metía en su cuarto, se encerraba,
la mugre se quitaba,
abría luego su baúl viajero,
armaba el tocador con gran esmero
y encima sus tarritos colocaba.
Contenta y satisfecha ante el espejo,
el vestido de luna se ponía,
o aquel en que el reflejo
del sol resplandecía,
o el hermoso vestido azul de vuelo,
al que el azul del cielo
igualar no podría,
y solo le dolía
comprobar que en aquel pequeño suelo
no se podía sola
del todo desplegar la larga cola.
A ella verse joven le gustaba,
con aquella rosada y blanca tez,
y cien veces más brava[57]
que nadie hubiera sido alguna vez;
aquel dulce placer la sustentaba
y hasta el otro domingo la llevaba.
www.lectulandia.com - Página 76
Olvidaba decir con este cuento
que la gran alquería
de criadero[58] servía
a un rey muy poderoso y opulento;
que dentro de él había
gallinas del país de Berbería[59],
cormoranes, pintadas, gallarones,
rascones, almizclados[60] ansarones,
y mil aves exóticas y bellas,
que, diferentes casi todas ellas,
llenaban diez completos corralones.
www.lectulandia.com - Página 77
El hijo del rey iba con frecuencia
a aquella encantadora residencia,
siempre que, al regresar
de la caza, quería descansar
y beber con los nobles de su corte.
No fue Céfalo[61] de belleza tal:
era su noble porte,
y su aspecto marcial,
propio para espantar con su presencia
al batallón de más fiera insolencia.
Piel de Asno lo vio en la lejanía
con ternura y cariño,
y él dedujo de aquella su osadía
que debajo de tanto desaliño,
sus harapos y aquella mugre espesa,
latía el corazón de una princesa.
www.lectulandia.com - Página 78
la contempla a su gusto con agrado,
y, de puro contento,
recobrar puede apenas el aliento.
Por más bello que sea su vestido,
cien veces más lo tienen conmovido
del rostro la hermosura,
su óvalo perfecto,
sus rasgos delicados, su blancura
espléndida, su juvenil frescura;
con todo, la nobleza de su aspecto
y aún más su recato y discreción
—la prueba más segura
de la belleza de su alma pura—
se apoderaron de su corazón.
www.lectulandia.com - Página 79
contra males de Amor, porque hasta un ciego
vería que es la tal,
después del lobo, el más feo animal».
www.lectulandia.com - Página 80
un corpiño de plata, que abrochó,
para hacer su trabajo dignamente,
al cual se dedicó inmediatamente.
www.lectulandia.com - Página 81
Como es el himeneo hasta el presente,
por mucho que se lo haya denigrado,
un remedio excelente
para la enfermedad de que se ha hablado,
dedujeron de modo concluyente
que casarlo sería lo sensato;
hízose de rogar no poco rato
y al fin dijo: «De acuerdo, pero accedo
solo si en matrimonio se me dona
a la única persona
que le vaya este anillo bien al dedo».
Fue grande de los reyes la sorpresa
ante esta petición estrafalaria,
pero estaba tan mal, que, en su extrañeza,
no osó nadie llevarle la contraria.
www.lectulandia.com - Página 82
que alguna dama no ponga por obra,
con tal de ver su dedo hecho dedillo
y conseguir que quepa en el anillo.
www.lectulandia.com - Página 83
la pobre Piel de Asno en su cocina.
«¿Pero cómo hay quien crea —dijo uno—
que a reinar a esa el cielo la destina?».
Mas el príncipe dijo al importuno:
«¿Y por qué no? Que venga esa cuitada».
Todo el mundo soltó la carcajada,
y a voces dicen: «¿Qué significa esto?
¿Es que va a entrar aquí ese coco infesto?».
Pero cuando sacó la vil sirvienta
de debajo de aquella piel pizmienta[67]
una pequeña mano juvenil,
que parecía hecha de un marfil
que la púrpura hubiera coloreado,
y cuando con justeza sin igual
la sortija fatal[68]
hubo su breve dedo rodeado,
sufrió toda la corte
tal asombro que no es para contado.
www.lectulandia.com - Página 84
sin herir y agradar a quien los vieran;
y su cintura, en fin, que de tan fina,
y menuda como era
abarcar con dos manos se pudiera,
mostraron su gentil gracia divina,
ante tanto atractivo,
las damas de la corte,
con todos sus encantos y alto porte,
perdieron su incentivo.
www.lectulandia.com - Página 85
Bien pronto cada cual se dio al empleo
de prepararse para el himeneo;
el monarca invitó con mil honores
a los reyes de los alrededores,
quienes, brillantemente engalanados,
dejaron sus estados,
para asistir a tan notable día.
Llegar se los veía
de los cálidos climas de la aurora[71],
montados en sus grandes elefantes,
también vinieron de la costa mora[72],
que, más negros y feos que los de antes,
www.lectulandia.com - Página 86
con aquellas facciones
asustaban a niños y lactantes;
finalmente, de todos los rincones
del mundo van llegando,
hasta quedar la corte rebosando.
www.lectulandia.com - Página 87
y sus transportes locos y fogosos
la más fuerte razón es débil dique,
y no existen tesoros tan valiosos
que un amante no pierda y sacrifique;
www.lectulandia.com - Página 88
Los deseos ridículos
Ilustraciones de Ulises Wensell
www.lectulandia.com - Página 89
A la señorita de la C***[74]
www.lectulandia.com - Página 90
Era una vez un pobre leñador,
tan harto de la vida que llevaba
de miseria y dolor,
que —decía— tan solo deseaba
perder de vista el monte
e irse a reposar al Aqueronte[76]:
porque veía, en su dolor profundo,
que desde que se hallaba en este mundo
nunca jamás el cielo empedernido
ni un deseo le había concedido.
www.lectulandia.com - Página 91
Júpiter a los cielos se subió
y el leñador, contento,
abrazando al momento
el haz de leña, al hombro se lo echó
y volvió con la carga a su morada.
¡Jamás le pareció menos pesada!
Mientras iba trotando de carrera,
decía: «No hay que obrar a la ligera;
la cosa es importante, y aun sospecho
que me tiene más cuenta
pedir su parecer a la parienta».
Y, entrando bajo el techo
de su choza de helecho,
www.lectulandia.com - Página 92
dijo: «Bueno, Paquita, ahora hagamos
un buen fuego y una buena comida,
pues vamos a ser ricos de por vida;
solo necesitamos
formular los deseos que queramos».
www.lectulandia.com - Página 93
actuar con prudencia,
dijo a su esposo: «Blas, amigo mío,
para no cometer un desvarío,
y por nuestra impaciencia
estropearlo todo,
examinemos mano a mano el modo
de obrar en este caso y no a voleo;
dejemos, pues, nuestro primer deseo
para mañana y, antes de hacer nada,
vamos a consultarlo con la almohada».
«Me parece de perlas el consejo
—dijo el bueno de Blas—; trae vino añejo».
Bebió, y ante aquel fuego delicioso,
saboreando a sus anchas el reposo,
se apoyó en el respaldo de la silla
y dijo: «Con rescoldo tan hermoso,
¡qué bien vendría un ana de morcilla!».
Estaba estas palabras aún diciendo,
cuando su mujer, presa
de asombro y de sorpresa,
vio una larga morcilla que, saliendo
de una esquina junto a la chimenea,
se aproximaba a ella serpenteando.
www.lectulandia.com - Página 94
Al pronto lanzó un grito, mas pensando
que la imprudente idea
que su marido por torpeza pura
propuso, ocasionaba la aventura,
no hubo injuria ni pulla ni improperio
que, de rabia y coraje, no dijera
al pobre esposo. «Cuando se pudiera
—le decía— obtener todo un imperio,
oro, perlas, rubíes y diamantes,
vestidos que causaran maravilla,
¿no tienes cosas más interesantes
que desear morcilla?».
«Bueno, me he equivocado,
www.lectulandia.com - Página 95
he andado en mi elección desacertado
—dijo él—, una gran falta he cometido;
para otra vez lo haré con más sentido».
«¡Ya —dijo ella—, espérame sentado!
¡Se necesita ser un animal
para poder tener deseo tal!».
Más de una vez, de cólera llevado,
el buen esposo se sintió tentado
de formular allí el deseo mudo
de quedarse inmediatamente viudo.
Y, dicho entre nosotros, tal vez fuera
la cosa que mejor hacer pudiera.
«Los hombres —se decía— hemos venido
a sufrir a este mundo fementido.
¡Mala fiebre amarilla
se lleve dos mil veces la morcilla!
¡Oh, plega a Dios, pécora condenada
que se te quede en la nariz colgada!».
La súplica sencilla
al punto por el cielo fue escuchada,
y apenas el marido
sus palabras había proferido,
a la nariz de la mujer airada
el ana de morcilla vio pegada.
Este nuevo prodigio sorprendente
acabó de irritarla enormemente.
El caso es que Paquita
era bien parecida, era bonita,
de muy agradable aspecto,
y, si se ha de decir la verdad pura,
en tal lugar tamaña floritura[79]
no hacía, francamente, buen efecto;
salvo que tal pendiente,
al colgarle por cima de la boca,
le impedía charlar tranquilamente,
lo que para un esposo, ciertamente,
resultaba una auténtica bicoca,
tan grande, que en aquel feliz momento
andúvole rondando el pensamiento
la tentación golosa
de no desear ya ninguna cosa.
www.lectulandia.com - Página 96
«Pudiera —se decía— fácilmente,
después de una desgracia tan funesta,
emplear el deseo que me resta
en convertirme en rey seguidamente.
Desde luego no existe nada igual
al esplendor real;
pero pensar aún es conveniente
qué físico la reina ofrecería,
y en qué dolor se la sumergiría
al sentarla en un trono, soberana,
y con una nariz de más de un ana.
Escucharla sobre esto convendría,
que ella misma decida en esta empresa
si quiere convertirse en gran princesa
con la horrible nariz que tiene ahora,
o, si no, seguir siendo leñadora
con la nariz corriente
como la de cualquier bicho viviente,
y como todavía
antes de esta desgracia ella tenía».
www.lectulandia.com - Página 97
no deben formular deseo alguno,
y que de entre ellos no hay casi ninguno
que sepa usar de modo acomodado
las mercedes que el cielo le ha otorgado.
www.lectulandia.com - Página 98
Historias o cuentos de antaño
A Mademoiselle[81]
P. DARMANCOUR
www.lectulandia.com - Página 99
www.lectulandia.com - Página 100
La Bella durmiente del bosque
Ilustraciones de Teresa Novoa
El pobre hombre, al ver que no podía burlarse de una ogresa, cogió su gran
cuchillo y subió a la habitación de la pequeña Aurora; tenía por entonces cuatro años
y vino saltando y riendo a arrojarse a su cuello a pedirle caramelos. Él se echó a
llorar, el cuchillo se le cayó de las manos y se fue al corral a degollar un corderito y
lo preparó con una salsa tan buena, que su ama le aseguró que nunca había comido
nada tan rico. Al mismo tiempo se llevó a la pequeña Aurora y se la entregó a su
La pobre mujer estaba casi tan muerta como su marido y no tenía fuerzas para
levantarse y abrazar a sus hermanos.
Sucedió que Barba azul no tenía herederos, y así su mujer quedó dueña de todos
sus bienes. Empleó una parte en casar a su hermana Ana con un joven gentilhombre
Pistolas[107] y diamantes,
pueden mucho sobre la voluntad;
mas las palabras llenas de bondad
son aún más pujantes
y de mayor valor y utilidad.
El Rey se guiaba por su parecer y hasta a veces iba a celebrar Consejo a sus
aposentos.
Habiéndose propagado el rumor de aquel cambio, todos los jóvenes príncipes de
los reinos vecinos hicieron lo posible por conseguir su amor, y casi todos la pidieron
en matrimonio; pero ella no encontraba ninguno que tuviera bastante inteligencia, y
los escuchaba a todos sin comprometerse con ninguno.
El autor
Las biografías clásicas de Perrault, casi por sistema, suelen empezar con una
entonación de cuento: «Éranse cinco hermanos…». Naturalmente, uno de ellos es
Perrault. En realidad Charles Perrault, nacido en París el 12 de enero de 1628, era el
séptimo. Pero su hermano mellizo, François, nacido unas horas antes que él, murió a
los seis meses. Y su única hermana, Marie, murió a los trece años. La familia Perrault
quedaba así reducida a los cinco hermanos del cuento[126].
Su padre, Pierre Perrault, era abogado en el Parlamento de París, sabía latín y
revisaba los «deberes» escolares de sus hijos. En sus Memorias de mi vida recuerda
Perrault que su padre se tomaba el trabajo de preguntarle las lecciones después de
cenar, obligándole a decir en latín el resumen de las mismas. Su madre, Pâquette
Lecler, estaba emparentada con los Lhéritier de Villandon y aportó al matrimonio una
discreta dote. Podemos decir que la familia Perrault pertenecía a la burguesía
cultivada. Si a ello añadimos un talante humanista en lo intelectual, y en lo religioso
una vuelta a las fuentes evangélicas —rayana en el jansenismo—, tendremos una
visión aproximada del marco primitivo en que se movió el autor de los Cuentos de
antaño.
A los nueve años entró en el colegio Beauvais, al lado de la Sorbona. Ingresó sin
saber leer bien todavía y posiblemente repitió un año, cosa al parecer bastante
corriente, lo que no impidió que llegara a ser uno «de los primeros de la clase», según
cuenta en sus Memorias. La enseñanza de la época aún está basada en el latín y los
autores clásicos —desde Cicerón y Virgilio hasta Juvenal—, y la filosofía es la
aristotélica. Nadie ignora cuáles eran los métodos de enseñanza del siglo XVII: clases
en latín, memorización de textos clásicos (en ediciones expurgadas, por supuesto),
composiciones en verso latino, traducciones, etc. No obstante, en los años cuarenta
publica Descartes sus libros más importantes (El discurso del método es de 1637; las
Meditaciones metafísicas, de l641), y no parece que el joven Charles fuera totalmente
ajeno a su influencia.
En 1643 Perrault tiene una discusión con el profesor de Filosofía, sin duda por
cuestiones de ideología jansenista, a la que, como sabemos, la familia de Perrault era
adicta. Sería más exacto decir que no hubo tal discusión, pues lo que sucedió en
realidad fue que a Charles se le prohibió «disputar» sobre el tema. Charles, privado
así de un derecho de todo estudiante, «hace una reverencia» y sale «dando un
portazo». Con el abandono del colegio se inicia una época de autodidactismo, en que,
La obra
Grisélidis
Piel de Asno
Piel de Asno ha sido uno de los cuentos más célebres y populares, hasta el punto de
Los deseos ridículos fue publicado en el Mercure Galant, en 1693, un año antes que
Piel de Asno, aunque luego en el tomito que reunió los tres cuentos en verso fue
colocado en tercer lugar. En realidad más que de un cuento se trata de una fábula,
elaborada con los temas de otras dos: El leñador y la muerte y Los deseos. La
primera, que le sirve de introducción a la segunda, tiene amplia tradición fabulística.
La encontramos en Esopo (fáb. 78) y Perrault pudo leerla en el mismo La Fontaine
(I,15). El segundo tema también procede del mundo de las fábulas, en este caso del
fabulista latino Fedro, y se encuentra igualmente en La Fontaine (VII,5). Perrault
pudo tomarlo de cualquiera de ellos, e incluso de Faerno o de Philippe de
Vigneulles[131], cuya novela 78 guarda muchas similitudes con su cuento.
Los deseos ridículos tiene una gracia y una rapidez de que, a mi juicio, carecen
los otros dos cuentos en verso (por más que a Boileau no le gustara ninguno de los
tres y despotricara a placer «del cuento de Piel de Asno y de la mujer con nariz de
morcilla, puesto en verso por el señor Perrault, de la Academia francesa»). La
concesión del primer deseo, por ejemplo, posee gran plasticidad: no es lo mismo
aparecer una morcilla por arte de birlibirloque que aproximarse «serpenteando» desde
una esquina de la chimenea. ¡Todavía nos parece estar viéndola salir con la
consiguiente sorpresa de Paquita! Igualmente, las observaciones socarronas sobre la
belleza de Paquita, echada a perder por la morcilla en la nariz, o esa de que no hay
nariz mal modelada si se tiene corona en la cabeza. Con todo, al llegar a la moraleja,
nos entra una molesta sensación de desasosiego. Hoy, a casi trescientos años de su
composición, nos sentimos tentados a decirle a Monsieur Perrault que mejor hubiera
hecho ahorrándosela. Porque una cosa es pedir peras al olmo, como el rey importuno
de Grisélidis, y otra muy distinta negar la posibilidad de «formular deseos» a quien a
veces más lo necesita.
Caperucita roja
El único cuento del que no se han detectado fuentes escritas anteriores a Perrault es el
de Caperucita. Además, Caperucita es un caso insólito dentro de los Cuentos de
antaño: se trata de un cuento que acaba mal. En todos los cuentos, tal como advertía
Barba azul
El tema central de Barba azul —la curiosidad de las mujeres— es probablemente uno
de los más viejos del mundo, sin que para ello sea preciso buscar un relato que sirva
linealmente de pauta al de Perrault. El objeto de la curiosidad, o la causa de la
desgracia consiguiente, ha sido múltiple a lo largo de la historia: desde la manzana de
Eva o la caja de Pandora[132] hasta la llavecita encantada de Barba azul, pasando por
la lámpara de Psiquis y Las mil y una noches (noche 16), hay toda una antología de
recursos para expresar la misma realidad: habitaciones prohibidas, manchas
indelebles, asesinato ritual —u otra desgracia estereotipada— son otros tantos
motivos que recorren las más diversas historias.
De todos modos, es indudable que Perrault tomó el cuento de la tradición oral.
Pero, como otras veces, hay detalles que nos indican una elaboración del autor. En las
versiones orales transmitidas, la heroína, una vez descubierta, pide auxilio
normalmente a través de un animal: un perro que lleva una carta en la oreja o atada al
cuello, un zorro montado en un caballo, un pájaro hablador, una paloma mensajera…
En la de Perrault, en cambio, da la casualidad de que sus hermanos le habían
prometido venir «hoy». Lo mismo sucede con el cuarto prohibido: en general era un
tema tabú, es decir, bastaba violar la prohibición para merecer el castigo. Aquí, en
cambio, hay una razón: al abrir el gabinete, ha visto a las otras mujeres muertas, y
Hay en El gato con botas una fusión de dos temas que han constituido a lo largo de
toda la historia otros tantos lugares comunes de la literatura y de las tradiciones
orales: el animal espabilado que hace la fortuna de su dueño, o bien el pobrete que
por su astucia y buena suerte logra «saber subir siendo bajo», que diría nuestro
Lázaro de Tormes. El primer motivo cuenta con una larguísima historia, aunque el
animal varíe: las tradiciones italiana y francesa tienen su gato; a veces también un
zorro, como las griegas; muchos cuentos africanos han preferido la gacela o el chacal.
El segundo es prácticamente el argumento de todo cuento popular. Las mil y una
noches tienen una abundantísima lista de zapateros, barberos, mendigos y gente baja
que llegó a situarse «en la cumbre de toda fortuna»: el conocido Aladino sería uno de
tantos, lo mismo podría decirse de Simbad, etcétera.
El núcleo de El gato con botas podemos rastrearlo en Straparola (XI,1) y en
Basile (II,4). Pero el gato de Perrault tiene un detalle original: las botas. Unas botas
que, si no son de siete leguas, podrían serlo, a juzgar por el poder singular que
parecen tener (¿no se convierte el gato en Maese gato nada más ponérselas?) y que,
unidas al motivo del hermano más pequeño y desgraciado, hacen pensar
inevitablemente en Pulgarcito. Las botas, el ogro, la astuta forma de conquistarle el
castillo a costa de su estúpida vanidad, las alusiones a las miraditas enamoradas
confieren al cuento de Perrault un desarrollo absolutamente original, lo que permite
Las hadas
Pulgarcito
Emilio PASCUAL
la costa de Jonia —aunque no falta quien asegura que son de origen oriental—,
fueron atribuidas al escritor griego Arístides de Mileto, que vivió en el siglo II antes
de C. Traducidas al latín en tiempos de Cicerón, gozaron de cierta fama a partir del
Renacimiento. Sobre sus características, podemos recordar la descripción que de ellas
hizo el benemérito Canónigo del Quijote (I,47): «Y según a mí me parece, este
género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman
milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a
enseñar; al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan
juntamente». <<
latino Petronio (siglo I), aunque en realidad en Grisélidis sigue más de cerca un
cuento del Decamerón de Boccaccio (véase Apéndice). <<
avisé. <<
niños «cosas útiles, pero sin que lo parezca», materias de estudio, «mas sin notarlo»,
es precisamente lo que más critica Paul Hazard, por lo demás tan entusiasta de
Perrault. (De todos modos, no hay que olvidar que todavía estamos en los cuentos en
verso). Con eso —concluye Hazard— «arrebatan a la imaginación el lugar que en
justicia le corresponde y declaran la guerra a los sueños»… <<
bien definido: los Alpes franco-italianos, las «célebres montañas» donde nace el Po.
En oposición a Piel de Asno, ambientado en un lugar desconocido y exótico,
Grisélidis quiere tener más visos de verosimilitud y cercanía, y probablemente no se
deba solo al hecho de que el cuento de Boccaccio también se desarrolla en Italia. Por
cierto, en el de Boccaccio no se nombra el río Po. <<
oficio de Marte es, pues, el oficio de la guerra, las campañas militares, todo lo
relacionado con las armas. <<
humores afluían sobre el modo de ser de las personas. La bilis era uno de los cuatro
humores que dejaban sentir sus influencias (véase nota siguiente). Por extensión,
pues, con los humores se significaba el carácter de una persona. Más abajo se aplicará
el calificativo de maligno, es decir, inclinado a pensar o hacer el mal. <<
llamaba también melancolía a la bilis negra o atrabilis, humor negro y espeso que
suponían segregado por el bazo, y al que atribuían la melancolía y la hipocondría.
Más adelante, nos encontraremos otra vez al Príncipe a merced de su famosa «bilis»
(véase nota 35). <<
Sexto Tarquino, hijo del rey Tarquino el Soberbio, se suicidó desesperada a causa del
ultraje recibido. Al menos eso afirma la leyenda: y, en todo caso, ha pasado como
símbolo de fidelidad conyugal. <<
cantos nupciales. Por extensión, significa boda o epitalamio. Hemos preferido dejar el
término himeneo porque, salvo en dos o tres raras ocasiones, es el que emplea
Perrault para designar la boda y el matrimonio. <<
misma acepción. Así, bajo la voz arma, registra María Moliner: «Cualquiera de los
medios naturales de un animal para atacar o defenderse; por ejemplo, los cuernos».
<<
<<
amante designaba justamente lo que es, o sea, participio activo del verbo amar. No
tenía aún el actual significado, a veces peyorativo, que ha desplazado al anterior.
Conviene tenerlo en cuenta en lo sucesivo, porque Perrault lo utiliza con suma
frecuencia y siempre en su primitivo sentido. <<
mujeres elegantes y de clase distinguida de los siglos XVII y XVIII en Francia, que se
distinguían por la pureza de su lenguaje; y, desde Voltaire, a las mujeres que las
imitaban con afectación ridícula» (María Moliner). De todos modos, ya antes de
Voltaire (1694-1778) la palabra había adquirido ese matiz peyorativo. Recuérdese que
ya Molière (1622-1673) tiene una obra titulada Las preciosas ridículas, con el mismo
matiz que emplea Perrault. <<
caza. Este párrafo, tan oscuro y ambiguo en español como en francés, ha sido
erróneamente interpretado en las pocas traducciones que no se lo han comido. <<
Excepto en un lugar, insoportable para el oído español, los hemos respetado siempre
escrupulosamente. <<
acentúa para salvar el ritmo del verso, recordando otro notable precedente en la
literatura española: una rima de Bécquer:
géneros artísticos que honraban a los modernos y que había que apuntar en su haber
en las famosas querellas entre los antiguos y los modernos. Cuatro años antes había
alabado ya la ópera en Le siécle de Louis le Grand y volvería a hacerlo en su
Parallèle des anciens et des modernes en ce qui regarde la poésie. Por otra parte, no
hay que olvidar que la acción se desarrolla en Italia, cuna de la ópera. <<
misma acepción podemos hallarla en el Quijote (II,69): «¡Ea, ministros desta casa…,
acudid unos tras otros…!». Y poco más tarde: «¡Afuera, ministros infernales…!». La
palabra francesa ministre ha tenido idéntico significado y evolución. <<
dividido el cielo, atribuyendo a cada una de ellas una virtud o influencia particular,
especialmente para la confección de los horóscopos. Se trata, pues, de los doce signos
del Zodíaco, que en francés se llaman maisons. Recuérdese cómo se lo explicaba
aquel colegial del P. Isla a Fray Gerundio: «Los doce signos del Zodíaco, o las doce
casas que dividen en doce partes iguales aquel espacio del cielo que corre el sol en el
discurso de un año, son otros tantos jeroglíficos o símbolos que representan lo que
comúnmente pasa en la tierra en cada uno de los doce meses correspondientes a las
doce casas». (Fray Gerundio de Campazas, l.V, c.4,6. Véase también l.III, c.3,4). <<
cuento. Se ha pensado, no sin fundamento, que pudiera ser Fontenelle. Este, cuyo
nombre completo era Bernard Le Bovier de Fontenelle, había nacido en Ruán en
1657 y murió en París cien años después. Era hijo de un abogado y sobrino del
famoso dramaturgo Corneille (1606-1684). Asiduo del salón literario de la marquesa
de Lambert (véase nota siguiente), se dio a conocer con una serie de obras teatrales y
sobre todo con sus Diálogos de los muertos. Como vulgarizador científico, escribió
seis Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos, e incluso llevó su labor
vulgarizadora hasta el campo de la teología con la Historia de los oráculos, por la
que, debido a su método crítico y racionalista en la explicación de las verdades de la
fe, se le ha considerado como un precursor de La Enciclopedia. Tomó parte en la
famosa «querella de los antiguos y los modernos», poniéndose de parte de los
últimos, y en su Digresión sobre los antiguos y los modernos sostuvo la teoría del
progreso, lo que le atrajo las iras de La Bruyère (1645-1696), quien de hecho lo
satirizó en sus Caracteres. Como es lógico, sin duda se ganaría al mismo tiempo las
simpatías de Perrault, partidario como era de los modernos. No es extraño, pues, que
Perrault quisiera enviarle este cuento. <<
escritora francesa nacida en París en 1647 y que murió allí mismo en 1733. Tenía un
salón literario al lado de la Biblioteca del rey, y sin duda ejerció cierta influencia
entre los escritores de su tiempo, algunos de los cuales, como Fontenelle y la Motte,
fueron asiduos de la tertulia. Escribió para sus hijos dos manuales de moral, titulados
Consejos a mi hija y Consejos de una madre a su hijo. Sus Obras completas
aparecieron quince años después de su muerte, y contienen obras como Reflexiones
sobre las mujeres, Tratado de la amistad, Tratado de la vejez, La ermitaña (novela),
y Cartas a varias personas. <<
y usaron chinos, egipcios, griegos y romanos, fue en la Edad Media y sobre todo en
Italia donde alcanzaron gran perfección y difusión. Podían ser movidas a mano (el
actual guiñol) o por medio de hilos. En París constituyeron un verdadero éxito en la
segunda mitad del siglo XVII, hasta el punto de que alguno de los empresarios ha
pasado a la literatura, como «Fragotin y sus marionetas», mencionado por Molière en
su Tartufo. El hijo debió de seguir con el oficio, pues La Bruyère lo menciona en sus
Caracteres, diciendo de él que «se hace rico exhibiendo marionetas en un circo»
(«De los juicios», 21). También en España tuvieron su aceptación. El Quijote (II,26)
nos lo recuerda en la magnífica secuencia del Retablo de Maese Pedro, que no fue
otra cosa que una sesión de marionetas, probablemente en su modalidad de guiñol.
<<
grabada la efigie de Luis XIII, de donde tomó el nombre hacia 1640. Empezó
valiendo 11 libras y después 24. (Desde 1803 siguió llamándose luis otro tipo de
moneda de oro que valía 20 francos). En cuanto a los escudos (ecus au soleil =
literalmente: escudos con el sol, así llamados porque tenían un sol pequeño de ocho
rayos) eran unas monedas de oro, mucho más antiguas, que aparecieron en 1475, bajo
el reinado de Luis XI, y valían entonces 3 libras. Aunque desde 1656 dejaron de
acuñarse, siguieron en circulación aún durante mucho tiempo. <<
que el ganado descanse y para hacer estiércol» (D.R.A.E.). El mismo sentido tiene en
francés litière empleado por Perrault. <<
Cristo y el más grande de la antigüedad, que fue llamado Padre de la Medicina. Los
que aspiraban a obtener el título de bachiller en medicina debían someterse
previamente a un examen sobre Hipócrates, y por eso la Facultad de Medicina debía
«estudiar el Griego». Por lo que respecta a los charlatanes, eran una verdadera plaga
en la época. La Bruyère los satirizó repetidas veces en sus Caracteres: «Otro
charlatán llega del otro lado de los montes con un baúl, y apenas lo ha soltado,
cuando ya le llueven las pensiones y puede volver adonde vino con mulas y
furgones» («De los juicios», 21). Volveremos a ver a estos famosos charlatanes en la
prueba del anillo, dando remedios para adelgazar dedos. <<
según la mitología griega, fue la «amante» de Apolo —es decir, el sol—, de quien
tuvo a Faetón. En las Metamorfosis de Ovidio (libro I, fábula 18) encontramos la
siguiente declaración de Climene a Faetón: «Te juro, hijo mío, por este resplandor
adornado de tan refulgentes rayos, que nos oye y ve, que tú eres hijo de este sol que
miras, de este sol que gobierna todo el mundo». <<
las misas de difuntos, es una costumbre que ha existido hasta hace poco, y
probablemente se mantenga aún en algún sitio. <<
otro una acción que lo lastime o zahiera. La locución francesa «ils ne savaient quelle
piéce lui faire» tampoco se utiliza ya normalmente. <<
generalmente de color gris. De ahí pasó a designar a las personas que lo llevaban
habitualmente, y después a toda persona de baja condición, de cualquier modo que
fuese vestida. María Moliner la ha definido así: «Españolización del nombre grisette
[la palabra empleada por Perrault], dado en Francia a las obreras jóvenes y pizpiretas,
particularmente, a las modistillas». A principios de siglo quizá fuera más conocida
que ahora, y así todavía podemos leer en Blasco Ibáñez: «También le parecía bonito
hacer la griseta: pasear del brazo del maestro como si fuesen una modistilla y un
empleadillo» (La maja desnuda, II,3). Y en Pío Baroja: «… las galerías del Odeón,
antes paseo y punto de cita de estudiantes y de grisetas, estaban desanimadas» (Los
últimos románticos, XIX). <<
sobrevino nueva lástima de ver que […] le hubiese perdido [el entendimiento] tan
rematadamente en tratándose de su negra y pizmienta caballería» (Quijote I,38). <<
África. <<
apunta la hipótesis de que pudiera ser Philis de La Charce (1645-1703), hija de Pierre
de la Tour du Pin. En 1692, después de haberse batido contra las tropas del duque de
Saboya, al frente de un puñado de campesinos, fue llamada a París por Luis XIV,
donde adquirió gran fama por su valor y fue retratada a caballo, vestida de guerrera
como una segunda Juana de Arco. A pesar de la espada, parece que no olvidó la
pluma, y así mostró interés por las letras, e incluso llegó a hacer versos a ratos
perdidos. Introducida en el círculo de Madame Deshoulières y de la Lhéritier, íntimas
ambas de la familia Perrault, no cabe duda de que Perrault la conoció y trató con ella.
Ahora bien, en estas circunstancias, y dada la fama de La Charce aquel año, es muy
verosímil que Los deseos ridículos fuera dedicado a ella, tanto más cuanto que
apareció en un periódico como Le Mercure Galant. <<
infiernos, y que todos los muertos tenían que cruzar en la barca de Caronte.
Poéticamente se emplea para designar los infiernos y la muerte. <<
ornement, para resaltar más la ironía y el humor que rezuma todo este párrafo. <<
(una localidad cerca de Ruán, la célebre ciudad donde fue quemada Juana de Arco)
eran consideradas milagrosas para curar la esterilidad conyugal, hasta el punto de que
Ana de Austria, sin hijos tras veinte años de matrimonio, fue a Forges en 1632 para
probar la bondad de dichas aguas. Seis años después nació Luis XIV, lo que obliga a
pensar que, si las aguas eran «milagrosas», resultaban de efecto un poco retardado.
<<
fue expresamente querido por Perrault. Recordemos que de La Bella durmiente… hay
una edición anterior (la del Mercure Galant, de 1696): pues bien allí decía il marcha
(se dirigió). El paso al presente, pues, es una corrección destinada a la edición de
1697. <<
siglo XVII: «Arma de fuego, pequeño arcabuz de rueda, que llevaban los arcabuceros
de a caballo. Esta arma ya no se usa en el ejército, por el tiempo que se pierde
armando el resorte». La definición corresponde prácticamente a las escopetas de
rueda que encontramos en el Quijote (I,22) en manos de dos guardas «de a caballo».
Clemencín las describe así: «Al principio los arcabuces o espingardas se disparaban
con mecha; luego vinieron las escopetas de rueda, en que por medio de una rodaja se
montaba la llave para que el pedernal diese lumbre, e incendiase el cebo». <<
moda apareció en Francia a finales del reinado de Enrique IV, unos cien años antes de
la publicación de los Cuentos. <<
poco de mostaza. Ya François Rabelais decía que «Robert fue el inventor de la salsa
Robert, tan saludable y necesaria para los conejos asados, patos, cochifritos, huevos
duros, merluza salada y mil otras viandas por el estilo» (Gargantúa y Pantagruel,
I.IV, c.40). <<
debido a esa falsa creencia, suelen aparecer en los cuentos de Perrault al lado de
víboras y serpientes. El lexicógrafo y escritor francés Furetière (1619-1688) decía del
sapo que, aunque «no tiene dientes, puede morder peligrosamente con los hocicos.
Arroja el veneno, a través de la orina, la baba y el vómito, sobre las hierbas y
particularmente sobre las fresas y setas, que le gustan mucho. El sapo más peligroso
es el llamado sapo verde o rana de zarzal… Su sangre es mortal, lo mismo que el
polvo que se hace de ella». <<
que haya entendido el texto (e incluso no todos los editores franceses). El verbo cocer
significa aquí «hacer el pan». Verbo intransitivo como es, no afecta para nada a tortas.
El texto quiere decir simplemente que el día que coció— esto es, que hizo pan— hizo
también de paso unas tortas, ya que tenía el horno caliente. No hace aún veinte años,
en muchos pueblos de Castilla se cocía, es decir, se hacía el pan en el horno de casa.
Para muchos de nosotros, el verbo cocer en esta acepción no es en absoluto culto ni
arcaico. Ha formado parte del vocabulario habitual de nuestra niñez. <<
más cuidado. Generalmente era este el piso destinado a la señora, mientras que en el
de abajo vivía el señor. <<
poudroyer francés lo está a partir de poudre (= polvo). Quiere decir que el polvo se ve
danzando en los rayos del sol. Es una secuencia de gran intensidad, y es preciso
mantener también el encanto de las palabras y las fórmulas. <<
las manos para protegerlas del frío» (Paul Robert). Al principio solo los utilizaban las
mujeres, pero en la época de Perrault ya los usaban también los hombres. <<
antigüedad como signo de dolor, humillación o penitencia. Así, por ejemplo, Ulises,
después de haber suplicado al rey Alcinoo que le permitiera regresar a su patria
—«¡tanto tiempo lejos de los míos he sufrido tantos males!»—, añade el poeta que
«se sentó en la ceniza, cerca del fuego, al borde del hogar, y todos permanecieron en
silencio» (Odisea, canto VIII, VV. 152-154). En el mundo bíblico sobre todo era un
gesto penitencial que encontramos con frecuencia. Así, en el Libro de Jonás (3,6)
vemos al arrepentido rey de Nínive que «se levantó de su trono, se quitó su manto, se
cubrió de saco y se sentó en la ceniza». Y Job (42,6), en medio de su dolor, concluirá:
«Me arrepiento en el polvo y la ceniza». <<
tipo de peinados y da una pista para imaginárselo: «Las Fábulas —dice— que tanto
echáis de menos no son más esenciales para la poesía de lo que lo son los peinados de
dos pisos para la belleza de las mujeres. Os parecerá sin duda que esos peinados
elevados les sientan admirablemente y añaden mucho más gracia y majestad a los
encantos que la naturaleza les ha dado, pero podéis acordaros de que esas mismas
mujeres, quiero decir, sus madres o sus abuelas, en vuestra juventud, os agradaron
más aún con sus peinados de raya, que les dejaban la parte de arriba de la cabeza
totalmente lisa, y con sus garcetas engomadas, que ocultaban las tres cuartas partes de
su frente». <<
propios para no distanciar al lector, en este caso Perrault inventa un nombre, quizá no
sin intención. Marc Soriano lo analiza así: «La jerigonza, conocido lenguaje
convencional de los niños, que consiste —en francés— en intercalar en las palabras
las sílabas av o va, con el fin de hacer el texto incomprensible para los no iniciados,
¿fue en realidad, como pretende el diccionario Larousse, inventada hacia 1885?
Nuestra investigación ha descubierto varias veces procedimientos de “codificación”
que emplean técnicas similares. Pues bien, en Cenicienta hay un breve fragmento de
jerigonza en estado puro. En efecto, si se suprime la sílaba av de la palabra Javotte,
nombre de la hermana mayor de Cenicienta (de quien se dice que es la más descortés
de las dos y que no duda en llamar “Culocenizón” a la pobre muchacha), Javotte
queda convertida en Jotte, es decir, fonéticamente, en J’ôte (“yo despojo”), verbo que
caracteriza a esa pequeña peste egoísta y “frustradora”». Algo parecido ocurriría con
Mataquín y Cantalabutte en La Bella duermiente…, aunque también cabe la
posibilidad de que, a fuerza de buscar sentidos y subsentidos, estemos otra vez
rizando el rizo. <<
bonne grace, que encierra todos esos matices y aun los de dulzura, afabilidad y
afines, pero que no tiene correspondencia exacta en español. <<
hemos preferido una vez más traducir Riquete, aun a sabiendas de que Riquet, sea o
no abreviatura de Henriquet, significa en normando «contrahecho», «jorobado», con
lo cual ya el nombre estaría apuntando a las características del protagonista. Pero,
como el lector castellano ignora también ese dato, entre perder la fonética y el
significado, hemos preferido que se pierda solo el último. <<
mitad del siglo XVII, eran de las cosas más caras que había, pues venían de China y
Japón. En la sátira VIII, Boileau se burlaba mordazmente de los que eran capaces de
irse hasta el Japón con tal de encontrar «la porcelana y el ámbar». Hacia 1680
empezaron algunos fabricantes franceses a hacer las primeras imitaciones. El revellín
es el saliente que sirve de vasar en la campana de la chimenea. <<
ya en Grisélidis:
mechas de tocino, jamón, etc., en la carne de las aves y otras viandas. Rabo de zorro:
Cola colgante que pendía del gorro de los cocineros en las casas importantes. <<
«con todas sus fuerzas», expresión que en español no casa con el verbo temblar. Hay
quien ha traducido, con no mal sentido, «de pies a cabeza». Nosotros hemos preferido
emplear la fórmula como un azogado, recordando que también Sancho Panza, en
cierta ocasión, «comenzó a temblar como un azogado». <<
muerte de Felipe IV (1665), Luis XIV reivindicó los Países Bajos como
legítimamente pertenecientes a su mujer, en cuanto hija del primer matrimonio de
Felipe IV. Aunque indirectamente, aquella boda provocaría también la Guerra de
Sucesión española: al morir Carlos II sin descendencia, testó en favor de Felipe de
Anjou, nieto de Luix XIV y María Teresa —y bisnieto, por tanto, de Felipe IV—, a lo
que se opuso el Archiduque Carlos de Austria, también pretendiente al trono. La
guerra acabó con la victoria del duque de Anjou, convertido así en Felipe V: de este
modo se instauró la dinastía de los Borbones en España. El actual rey español, Juan
Carlos I, desciende de aquellos lejanos acontecimientos. <<
mayor, fue abogado como su padre, y murió en Burdeos en 1669 durante un viaje que
realizó con Claude. Pierre (1611-1680), recaudador de finanzas con Fouquet, y caído
en desgracia de Colbert por alguna imprudencia en su gestión, dedicó sus vacaciones
forzosas a las ciencias y a las letras: entre otras cosas merece recordarse, por lo que
nos toca, un escrito suyo titulado Crítica del libro de don Quijote de la Mancha.
Claude (1613-1688), doctor en medicina y miembro de la Academia de Ciencias y
del Consejo de Obras, edificó la columnata del Louvre. Murió de una enfermedad
infecciosa tras haber disecado un camello. Nicolas (1624-1662), doctor en teología y
un apasionado de las matemáticas, fue expulsado de la Sorbona por defender las
doctrinas jansenistas de Antoine Arnauld. Por lo demás, el jansenismo será al
principio una especie de marca de familia. <<
una colección de fábulas latinas, que fueron publicadas tres años después de su
muerte con el título de Centum fabulae ex antiquis auctoribus delectae. Escritas en
un latín cuya elegancia recuerda a Fedro, fueron reimpresas varias veces con el título
de Phaedrus alter. <<
siglo XV, sin que haya logrado saberse con certeza el año de su nacimiento, así como
tampoco el lugar y año de su muerte. Solo se sabe que en 1557 vivía aún. Su obra
Noches agradables apareció en Venecia en 1550 y 1553. Consiste en una tertulia de
damas y caballeros, a estilo del Decamerón, que durante 13 noches se cuentan sus
respectivas historias. Straparola influyó sin duda en Molière y Perrault. <<
ordenó a Vulcano que la fabricase, y los dioses la rodearon de todas las gracias y
dones intelectuales. En su boda con Epimeteo le regalaron una caja, que contenía
todos los males del mundo. Pero, llevada de la curiosidad, la abrió, y todos los males
se esparcieron por la Tierra. En el fondo de la caja solo quedó la Esperanza… <<