Jesús y La Mujer Samaritana

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Jesús y la mujer samaritana (Juan 4:1-42)

(Jn 4:1-42) "Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir:
Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus
discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por
Samaria. Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad
que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús,
cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta. Vino una
mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos
habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú,
siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y
samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de
Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua
viva. La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De
dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob,
que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados? Respondió
Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el
que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo
le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. La mujer le dijo:
Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. Jesús le
dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido.
Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y
el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer:
Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y
vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo:
Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis
al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos;
porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también
el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dijo la mujer: Sé que ha de
venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.
Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.

En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer;
sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? Entonces la
mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un
hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces
salieron de la ciudad, y vinieron a él. Entre tanto, los discípulos le rogaban,
diciendo: Rabí, come. El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no
sabéis. Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de
comer? Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que
acabe su obra. ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la
siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están
blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna,
para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es
verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado
a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en
sus labores. Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la
palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho.
Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se
quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la
mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos
oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo."

Introducción
La porción que tenemos delante es bastante larga, así que vamos a hacer un
esquema previo de los diferentes movimientos que encontramos en ella:

 (Jn 4:1-4) Explica la partida de Jesús hacia Galilea y su paso por Samaria.

 (Jn 4:5-26) La conversación de Jesús con una mujer samaritana.

 (Jn 4:27-38) La conversación de Jesús con sus discípulos.

 (Jn 4:39-42) El contacto con los hombres de Samaria.

Y también es importante que nos fijemos en los tres temas sobresalientes que
vamos a estudiar:

 Una lección de evangelismo personal.

 La verdadera adoración (en la siguiente lección).

 La siembra y la siega.

"El Señor salió de Judea y se fue otra vez a Galilea"


Jesús pasó algún tiempo en Judea al comienzo de su ministerio. Este periodo no es
recogido por los otros tres evangelios. Durante ese tiempo estuvo cerca de Juan el
Bautista y ambos se dedicaron a bautizar para arrepentimiento a los israelitas que
venían a ellos, aunque el evangelista nos aclara que "Jesús no bautizaba, sino sus
discípulos".

Después de algún tiempo en Judea, los fariseos habían llegado a conocer el éxito
del ministerio de Jesús, que en ese momento hacía y bautizaba más discípulos que
Juan. Seguramente esta nueva situación era comentada en Jerusalén donde sería
vista con cierta preocupación. Ni a los fariseos, ni tampoco a los líderes judíos les
había agradado la popularidad que Juan el Bautista había alcanzado entre el pueblo.
Pero su ministerio fue sólo el comienzo, porque como él mismo les había anunciado,
había uno más grande que él que estaba a punto de aparecer (Jn 1:25-27). Así
que, una vez que los fariseos vieron el rápido ascenso de Jesús, debieron sentirse
muy alarmados, porque en el fondo de sus corazones sabían que en la misma
medida en que su ministerio creciera, ellos iban a perder mucha de su popularidad
e influencia sobre el pueblo.

Sin embargo, en vista de esta situación, fue Jesús quien decidió abandonar Judea.
La razón es que él no quería entrar todavía en un enfrentamiento abierto con los
fariseos y los líderes judíos, así que decidió salir de su área de mayor influencia y
regresar a Galilea, donde ellos tenían menos poder y presencia.
"Y le era necesario pasar por Samaria"
Antes de que comentemos este corto versículo, es importante que digamos algo
sobre los samaritanos. Lo primero que debemos entender es su ubicación
geográfica. En cualquier atlas bíblico del Nuevo Testamento podemos ver que en los
tiempos de Jesús Palestina estaba dividida en tres regiones: Judea en el sur, Galilea
en el Norte y Samaria que ocupaba la zona central en medio de las dos. Estas
divisiones reflejaban las grandes diferencias culturales y religiosas que había entre
judíos, samaritanos y galileos.

Por ejemplo, los samaritanos eran una mezcla de judíos con personas de otras
nacionalidades. La historia del origen de los samaritanos la podemos encontrar en
(2 R 17:24-41). Allí leemos que cuando el rey de Asiria conquistó el reino del norte,
transportó a la mayoría de los judíos a otras tierras de sus dominios, y pobló las
ciudades samaritanas con gente que trajo de otros lugares. Con el tiempo se
produjo una mezcla racial, pero también religiosa, porque los pueblos que vinieron
de otras partes trajeron sus dioses y prácticas idolátricas, que fueron incorporadas
al culto de Jehová.

Más tarde, cuando los judíos regresaron del cautiverio en Babilonia y comenzaron la
reconstrucción del templo y la ciudad, los habitantes de Samaria se opusieron a
esta obra y fueron sus principales opositores (Esd 4).

Con el tiempo ellos mismos erigieron su propio templo en Gerizim, y disponían


también de ejemplares del Pentateuco, aceptando lo revelado por Moisés, pero
rechazando todos los demás escritos del Antiguo Testamento.

Todo esto nos da una idea de porqué "judíos y samaritanos no se trataban entre sí"
(Jn 4:9). Aunque de hecho, no debemos entender simplemente que no se hablaban
entre ellos, sino que había un verdadero odio arraigado en los corazones de ambas
partes. Tal era así que cuando los judíos quisieron insultar a Jesús, le dijeron que
era "samaritano y que tenía demonio" (Jn 8:48). Y como era de esperar, tampoco
los samaritanos recibían a los judíos cuando pasaban por su territorio. Recordemos
el incidente cuando en una ocasión Jesús envió a algunos de sus discípulos a una
aldea de Samaria para hacer ciertos preparativos y los samaritanos no quisieron
recibirlos porque su aspecto era como de ir a Jerusalén. A lo que los discípulos
respondieron pidiendo al Señor que cayera fuego del cielo sobre ellos y los
consumiera (Lc 9:51-56).

Debido a esta tensión en sus relaciones, cuando un judío quería viajar de Judea a
Galilea, lo que normalmente haría sería cruzar el río Jordán hacia el este pasando a
Perea y bordearlo hasta llegar al Norte donde volvería a cruzarlo nuevamente para
entrar en Galilea. Por supuesto, éste no era el camino más corto, pero así evitaban
pasar por Samaria, lo que dada la hostilidad reinante, les evitaba muchos
problemas y situaciones desagradables.

Habiendo dicho esto, volvemos a nuestro versículo, y vemos que nos dice que en su
viaje de Judea a Galilea, Jesús consideró que le era necesario pasar por Samaria.
¿Cuál era la razón para ello? ¿Por qué no podía cruzar el Jordán como hacían otros
muchos judíos? ¿Por qué era necesario atravesar Samaria?
En vista de los acontecimientos que luego tuvieron lugar allí, y que este capítulo
recoge, queda claro que la necesidad expresada aquí estaba relacionada con su
misión divina en Samaria, y particularmente con una mujer samaritana que lo
necesitaba.

"Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo"


El Señor llegó a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob
dio a su hijo José. Es difícil saber con exactitud a qué lugar concreto se refiere.
Algunos han pensado que la ciudad era Siquem, y por (Gn 33:18-19) sabemos que
Jacob compró un terreno cerca de allí, donde los huesos de José fueron sepultados
por fin (Jos 24:32). Sin embargo, por la historia sagrada no sabemos nada de un
pozo que el patriarca diera a José y tampoco podemos estar seguros de que Sicar
fuera Siquem. Una vez más será necesario que los arqueólogos avancen en sus
investigaciones.

Pero podemos fijarnos en otro detalle mucho más importante: "Jesús cansado del
camino se sentó junto al pozo". De hecho, parece que estaba más cansado que sus
discípulos, porque él se quedó a descansar mientras que ellos iban hasta la ciudad
para comprar comida. Seguramente debemos pensar que el esfuerzo espiritual de
enseñar, sanar y restaurar que hacía el Señor, le producía un agotamiento que no
sentían los discípulos que sólo eran observadores. Con esto el evangelista nos
quiere hacer notar que su naturaleza humana era real. Y es interesante que en un
evangelio como el de Juan, donde tantas veces se enfatiza la divinidad del Hijo, el
evangelista se detiene constantemente para mostrarnos sus reacciones humanas;
por ejemplo, cuando nos dice que Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn
11:35), y su alma se turbó ante la inminencia de la cruz (Jn 12:27), o su espíritu se
conmovió ante la traición de uno de sus apóstoles (Jn 13:21) y tuvo sed cuando
estaba en la cruz (Jn 19:28).

Fijémonos además en otro pequeño detalle que también tiene cierta importancia.
Observamos que Jesús envió a sus discípulos a comprar algo de comer en la ciudad.
Por supuesto, esto no tiene nada de extraordinario, pero cuando unos capítulos más
adelante vemos que el Señor multiplicó panes y peces para dar de comer a una
multitud hambrienta, nos preguntamos por qué no hizo Jesús en este momento un
milagro similar para así no tener que esperar a que sus discípulos regresaran de la
ciudad con comida y así calmar su hambre rápidamente. La respuesta es que el
Señor no hacía milagros para satisfacer sus propias necesidades. Él se sujetaba al
orden normal de las cosas y vivía como las demás personas. De este modo nos
enseñó también que Dios no va a hacer por nosotros lo que nosotros mismos
debemos hacer. Y que el objetivo principal de sus milagros no es facilitarnos a
nosotros la vida, sino mostrar su gloria al mundo.

"Vino una mujer a sacar agua"


Desde una perspectiva humana, podríamos pensar que el único propósito de Jesús
cuando se quedó solo en el pozo era el de tener un rato de descanso mientras sus
discípulos compraban en la ciudad algo de comer. Pero él tenía otros planes. Había
elegido la ruta de Samaria porque estaba buscando a una mujer que le necesitaba
urgentemente. Y en su omnisciencia sabía que en aquella hora ella iría hasta el
pozo a sacar agua.

Según parece, la hora sexta no debía ser la más apropiada para ir a por agua, ya
que según nuestro pasaje, esta mujer era la única persona que había elegido ese
momento del día para hacerlo. Es probable que los demás prefirieran ir antes o
después, cuando el calor del sol no fuera tan intenso. Pero por alguna razón que tal
vez luego podamos deducir, la mujer no quería compañía, algo que al Señor le
convenía también para poder tener con ella una conversación personal sin que
hubiera otras interferencias que le pudieran distraer. Así pues, vemos que el Señor
estaba buscando a esta mujer y eligió el momento más adecuado para acercarse a
ella.

Así pues, aquí comienza un encuentro que nos puede servir de ejemplo de cómo
Jesús evangelizaba a los perdidos. Notemos especialmente la forma sencilla en la
que el Señor le expuso la verdad a la mujer, le mostró su necesidad espiritual,
despertó su conciencia, y le contestó a todas las preguntas que inquietaban su
alma, para llevarla finalmente a la fe en él, el auténtico Mesías y Salvador del
mundo.

"Jesús le dijo: Dame de beber"


Cuando la mujer llegó aquel día al pozo, no sabía todavía lo que Dios tenía
preparado para ella, pero se disponía a tener un encuentro con el mismo Hijo de
Dios que cambiaría su vida entera.

Jesús fue quien comenzó la conversación. Y curiosamente lo hizo pidiéndole un


favor: "Dame de beber". No cabe duda de que en ese momento la mujer se sintió
importante. Ella era la que tenía los medios para sacar el agua del pozo.

Es notable observar cómo Jesús se acercaba a los hombres y mujeres con toda
humildad, no buscando impresionar a las personas con su majestad y gloria. ¡Y
menos mal que lo hizo así, porque de otra manera, tanto la mujer samaritana,
como nosotros mismos, habríamos salido huyendo de temor! Sólo hace falta
recordar el momento cuando Dios dio la ley a los israelitas en el monte Sinaí y
manifestó su gloria. Entonces todos quedaron espantados y temblando (He 12:18-
21). Por esta razón cuando el Hijo trataba con los hombres encubría su gloria bajo
la débil apariencia humana para así poder acercarse con facilidad al pecador sin
atemorizarlo.

Ahora bien, Jesús había pedido agua a la mujer, pero ¿querría la mujer dar de
beber a este desconocido judío?

"¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy


mujer samaritana?"
En la respuesta de la mujer se percibe inmediatamente la desconfianza reinante
entre judíos y samaritanos. A esto hay que añadir las diferencias de sexos, porque
la samaritana deja también claro que ella era "mujer". Y si esto no fuera suficiente,
Jesús se saltó los convencionalismos sociales que eran propios de aquella cultura y
que prohibían que un rabino judío pidiera algo a una mujer.

Pero Cristo no reconoció las divisiones y enemistades entre los hombres, ya sea que
éstas tengan su origen en la raza, la religión, el sexo o cualquier otro aspecto. La
razón es que todos los seres humanos estamos necesitados de salvación por igual,
así que, aunque "judíos y samaritanos no se trataban entre sí", Cristo trató con
todos ellos.

Por lo tanto, lo primero que la mujer percibió es que este judío no era como los
demás. Él sí que estaba dispuesto a acercarse a los "odiados samaritanos" y tener
trato con ellos.

De todas maneras, esto no sirvió para que la samaritana complaciera al Señor


dándole un poco de agua para su sed.

"Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame


de beber..."
A pesar de la negativa de la mujer, Jesús continúa la conversación diciéndole que
tenía un agua mejor que la de ese pozo y que él sí que estaría dispuesto a
compartirla con ella. De esta manera, partiendo de algo material como el agua, el
Señor comienza a hablarle acerca de las realidades espirituales: "el don de Dios" y
"el agua viva".

Pero notemos cómo presenta el asunto. Comienza diciéndole: "Si conocieras...".


Hay cierto toque de misterio que tiene como finalidad causar extrañeza en la mujer
y obligarle a reflexionar. Es una forma de incitar a la mujer para que haga más
preguntas y se siga interesando por lo que Jesús le quiere decir.

Luego le habla del "don de Dios", porque la mujer desconocía el regalo de Dios.
Podemos imaginarnos algunos de sus pensamientos en este momento: ¿En qué
consistiría este regalo? ¿Realmente Dios me quiere regalar algo? La vida es tan
dura... todo hay que ganarlo por uno mismo... me resulta sospechoso que alguien
me quiera dar algo sin recibir nada a cambio...

Por último le habla de sí mismo: "si conocieras quién es el que te dice: Dame de
beber". Aunque ella no tenía ni idea, Jesús, quien en aquellos momentos estaba
hablando con ella, es el regalo de Dios al mundo pecador. En él, Dios ha
manifestado toda su gracia, misericordia, justicia, perdón, santificación... a favor de
los hombres.

"Tú le pedirías, y él te daría agua viva"


Cristo le estaba haciendo un ofrecimiento realmente importante a la samaritana, y
esto a pesar de que ella se había negado a darle siquiera un poco de agua del pozo.
Al considerar la actitud de la mujer, podemos sacar una opinión muy pobre de ella,
pero si lo pensamos bien, así es constantemente con el ser humano. Nos negamos
a darle a Dios lo que por derecho le corresponde de nuestras vidas, pero aun así él
sigue buscándonos para ofrecernos su regalo precioso, el "agua viva".
¿En qué consiste este "agua viva"? Bueno, el pozo de Jacob junto al que estaban
manteniendo su conversación se llenaba con el agua de la lluvia que saturaba el
terreno. Era una especie de cisterna con agua buena, pero en ningún caso podría
compararse con el agua de un manantial que brota constantemente fluyendo
siempre fresca. Aunque, por supuesto, todo esto era simplemente una ilustración
de las verdades espirituales que Cristo quería compartir con la mujer y que
finalmente apuntaban a la vida eterna con todas sus bendiciones inagotables.

En cualquier caso, es importante notar también que aunque este "agua viva" está a
la disposición de todos los hombres de forma totalmente gratuita, sólo aquellos que
la piden se podrán apropiar de ella.

"La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla"


Evidentemente, la mujer no comprendió el lenguaje espiritual que Jesús estaba
utilizando. Ella ignoraba que aquel judío con el que estaba hablando era el Salvador
del mundo. Y tampoco lograba entender la grandeza de la salvación que le estaba
ofreciendo gratuitamente. Para ella Jesús era un judío necesitado, cansado, con las
manos vacías, sediento... ¿Qué podía ofrecerle? Por el contrario, ella era una mujer
autosuficiente, que contaba con los recursos necesarios para ayudarle a él a calmar
su sed.

La cuestión, por lo tanto, era quién necesitaba a quién. Jesús a la samaritana o la


samaritana a Jesús. La mujer sólo veía en Jesús a un viajero desvalido, sin medios
para sacar agua del pozo y calmar así un poco su sed. Y de la misma manera,
muchos siguen rechazando creer en un Cristo crucificado, vencido, que en sus
últimos momentos de vida volvía a repetir en medio de su agonía la misma frase:
"Tengo sed" (Jn 19:28).

No logran ver que tras su humanidad se encontraba el mismo Hijo de Dios, que
ofrece a la humanidad la vida eterna. Hoy, igual que ayer, los hombres se sienten
autosuficientes, creen que no necesitan a Dios, y que en tal caso, si llegaran a creer
en él, serían ellos los que le harían un inmenso favor a él.

"¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob?"


Sin embargo, a pesar de su debilidad, parece que la mujer estaba empezando a
percibir una autoridad inusual en Jesús y quizá por eso adoptó una actitud
defensiva: "¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo
del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?". Como ya hemos dicho, la historia
bíblica no nos da detalles acerca de ningún pozo que Jacob diera a sus
descendientes en la tierra de Palestina. Puede tratarse de una tradición, pero en
cualquier caso, la mujer la aprovechó para comparar a Jesús con Jacob, y por
supuesto, colocarlo en un plano de clara inferioridad. ¿Quién se creía este joven
judío para ofrecer un "agua viva" mejor que la que salía del pozo dado por el mismo
Jacob?

Los samaritanos se sentían orgullosos de su padre Jacob, del cual pretendían


descender por medio de sus hijos Efraín y Manasés. Y aunque sus vecinos judíos
pudieran discutir este punto, no cabe duda de que también para ellos la figura de
Jacob, el padre de la nación judía, era tenido en muy alta estima.
Así pues, la cuestión que la mujer planteó es importante: ¿Es Jesús mayor que el
mismo Jacob, el padre de la nación judía? ¿Quién es Jesús?

"Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta


agua, volverá a tener sed"
La respuesta del Señor deja fuera de toda duda que él era infinitamente mayor que
Jacob.

Lo primero que hace es mostrar a la mujer que el agua del pozo que Jacob les había
dado, no lograba calmar definitivamente su sed. En realidad, Jacob era un hombre
y todo lo que podía darle eran cosas materiales, como el agua, que nunca puede
dejar plenamente satisfecho al hombre. El alma humana tiene necesidades
profundas que nada material puede saciar. Y todos los que vivimos en sociedades
materialistas sabemos que es verdad. El hombre de nuestros días se afana por
poseer nuevas cosas en un intento desesperado por llenar su vida pero sin llegar a
conseguirlo nunca. De hecho, cada vez necesita más cosas y experiencias más
fuertes para llenar el vacío que constantemente está creciendo en él. Todos
nosotros deberíamos recordar siempre las palabras de Jesús: "Cualquiera que
bebiere de este agua, volverá a tener sed".

En este punto de la conversación, la mujer tuvo que pensar necesariamente en su


propia experiencia: ¿Acaso se sentía satisfecha con su vida? ¿No encontraba que su
alma cada vez estaba más sedienta? ¿No era cierto que la religión le había dejado
vacía y frustrada sin dar respuesta a sus necesidades espirituales? Allí estaba ante
el pozo del patriarca Jacob, ¿y de qué le había servido beber de ese agua por tanto
tiempo? ¿En qué había cambiado su vida?

"Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed


jamás"
Una vez mostradas las limitaciones de lo que Jacob, o cualquier otro hombre puede
ofrecer a sus semejantes, el mismo Señor hizo su ofrecimiento: "Mas el que bebiere
del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será
en él una fuente de agua que salte para vida eterna".

Cristo hace aquí una promesa universal, ya que sólo él puede llenar plenamente el
vacío de nuestro interior y darnos una felicidad duradera. Aunque esto no ocurrirá
hasta que le entreguemos nuestras vidas.

Así pues, frente a las aguas estancadas del pozo de Jacob, el Señor ofrece un
manantial de agua saltando. Como más adelante explicó, se estaba refiriendo al
Espíritu Santo que él daría a todos los que creyeran en él:

(Jn 7:37-39) "En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz,
diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la
Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían
de recibir los que creyesen en él..."
Y esta oferta sigue estando vigente para todos los hombres y mujeres en cualquier
parte. Así nos lo recuerda también el libro de Apocalipsis justo al terminar:

(Ap 22:17) "...El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida
gratuitamente"

"Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga


aquí a sacarla"
Por fin las palabras de Jesús habían logrado despertar la curiosidad de la mujer,
que en ese momento llega a pedir que le dé esta nueva clase de agua. Sin
embargo, parece que no había escuchado las últimas palabras de Jesús: "una
fuente de agua que salte para vida eterna". Ella no dejaba de pensar en el agua
física, pero Jesús se refería a verdades espirituales y eternas. Ella pensaba en su
propia comodidad al no tener que ir hasta el pozo cada día a buscar el agua, pero el
Señor le estaba ofreciendo la vida eterna. La mujer samaritana es un buen ejemplo
de las dificultades que el hombre natural tiene para entender la Palabra de Dios.

"Jesús le dijo: Vé, llama a tu marido, y ven acá"


De repente, Jesús da un giro inesperado en la conversación, pidiéndole que llamara
a su marido. ¿Qué necesidad había de que él viniera para que ella pudiera recibir el
agua de vida? Bueno, en realidad su presencia no era necesaria en este sentido,
puesto que cada persona puede tener un encuentro personal con Jesús
independientemente de lo que hagan los que le rodean, incluidos sus cónyuges en
el caso de que la persona esté casada.

Por lo tanto, el propósito del Señor era otro. Él quería que entendiera que no se
puede disfrutar de los beneficios del evangelio sin que previamente se enfrente el
pecado con confesión y arrepentimiento. Y sin duda, la samaritana, al igual que
todos nosotros, tenía muchas cuentas pendientes en este sentido. Así que el Señor,
perfecto conocedor de la vida de esta mujer, llamó su atención sobre algo que a ella
le causaba un dolor y frustración especial: su fracaso matrimonial y su inmoralidad
sexual.

Evidentemente, toda la vida de esta mujer era como un libro abierto delante del
Señor. La samaritana estaba descubriendo que no había nada que pudiera ocultarle.
Y el Señor usó este conocimiento para arrojar luz sobre los repliegues de su
conciencia con el fin de mostrarle cuán grande era la necesidad que tenía de
purificación y perdón.

"Respondió la mujer y dijo: No tengo marido"


La mujer respondió de una forma un tanto brusca y cortante: "No tengo marido".
Parece que se había puesto en guardia. Tenía miedo de ser desenmascarada y
expuesta a la luz. Pero ¿por qué le molestaba el tema? No tener marido no es
ningún pecado. Podía estar soltera, o incluso ser viuda, y no por eso debería
sentirse acusada.
Pero tanto ella, como el Señor, sabían que su respuesta era sólo una verdad a
medias. Así que, ante la sorpresa de la mujer, "Jesús le dijo: Bien has dicho: No
tengo marido, porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu
marido; esto has dicho con verdad". El Señor fue directo al asunto, no lo camufló ni
lo adornó. Llamó a las cosas por su nombre y con ello puso al descubierto las lacras
de su vida moral. Por supuesto, esto tuvo que ser muy doloroso para ella, pero sólo
cuando la persona empieza a sentir su culpabilidad y fracaso, es cuando Dios puede
hacer algo por el bien de su alma. Sólo quien se reconoce enfermo va al Médico (Lc
5:31-32).

Y como podemos ver, la mujer samaritana estaba realmente muy enferma y


necesitada. Por un lado había tenido cinco maridos. La misma cantidad de
matrimonios, seguramente en rápida sucesión, muestran su fracaso y tragedia. Y
finalmente, dejando a un lado la "formalidad" del matrimonio, la mujer estaba
viviendo con un hombre con el que no se había casado. Y aunque ella quisiera
justificarlo, algo que no parece que hiciera, estaba viviendo en pecado.

Todo esto evidenciaba el descenso moral que desde hacía tiempo aquella mujer
había experimentado. Y es probable que además del dolor que sus continuos
fracasos matrimoniales le producían, tenía que añadir también el rechazo de sus
vecinos, razón por la cual habría ido a aquellas horas de tanto calor a buscar agua
del pozo para así no tener que sufrir sus miradas inquisitivas.

Habiendo llegado a este punto, es importante que nos demos cuenta de cómo
valora el Señor ciertos comportamientos que han llegado a ser "normales" en
nuestros días. Por un lado están aquellos que acumulan divorcios y nuevos
matrimonios. La idea de una unión para toda la vida parece haber quedado obsoleta
en la mente de la mayoría. Los actores, cantantes y deportistas son los que ahora
parecen moldear el carácter de las nuevas sociedades, y ¿cuál de ellos no tiene dos
o tres matrimonios a sus espaldas? Quizá se nos presenten como abanderados de la
libertad, pero según la forma en la que el Señor trató el asunto con la mujer
samaritana, todo esto no hace sino sacar a la luz su deterioro moral y su vacío
existencial. Y por otro lado, están aquellos que "pasan" del matrimonio y conviven
con un hombre o una mujer sin legalizar su situación. Notemos que tampoco esto
fue aprobado por el Señor. Sigamos el ejemplo de Jesús que llamó a las cosas por
su nombre.

Y tomemos también buena nota de que al intentar ganar almas para Cristo, nunca
hemos de evitar la cuestión del pecado. Sólo los que reconocen que están perdidos
pueden ser salvados. Pero ¡cuán pocos son los que están dispuestos a admitir su
situación!

"Les dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta"


El conocimiento de la vida íntima de la mujer fue una manifestación de la
omnisciencia del Señor.

(He 4:13) "Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien
todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que
dar cuenta."
La mujer no niega lo que Jesús había dicho sobre ella, sino que más bien no puede
ocultar su sorpresa y admiración, llegando a reconocer la posibilidad de que Jesús
fuera profeta. Y esto es muy significativo, porque como ya hemos dicho, los
samaritanos sólo creían en el Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la
Biblia, por lo tanto, ellos no esperaban un rey, sino un profeta (Dt 18:15). Así que,
cuando dijo que le parecía que Jesús era profeta, estaba diciendo que había
empezado a sospechar que él era alguien realmente muy importante.

"Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que


en Jerusalén..."
Todos ofrecemos cierta resistencia cuando tenemos que reconocer nuestros
pecados o admitir nuestros fracasos. Seguramente por esta razón la mujer intentó
en ese momento desviar la conversación de su situación personal a una disputa
teológica muy de moda en aquel entonces: "Nuestros padres adoraron en este
monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar".

No sabemos cuál era el interés real que la samaritana tenía en este debate. Como
decimos, es probable que sólo era una manera de encubrir su triste fracaso
personal. Pero tal vez estaba también indicando la frustración que la religión le
producía en su intento de conocer el camino a Dios. Aunque pueda parecer extraño,
muchas personas culpan a la religión de su falta de fe. En ocasiones hemos oído a
las personas quejarse diciendo: "Yo creo en Dios pero no en la religión". Estas son
personas, que como la samaritana, se sienten confundidas por la religión.

"Vosotros adoráis lo que no sabéis"


Ahora bien, el Señor no evitó entrar en el tema, sino que lo abordó de frente, dando
una perspectiva divina al problema. Y tenemos que decir que nos interesa mucho su
respuesta, porque la cuestión planteada por la samaritana sigue teniendo plena
vigencia. Muchos se preguntan: Si sólo existe un Dios, ¿por qué entonces hay
tantas religiones?, ¿cuál es la religión verdadera? ¿Dónde debemos adorar? Otros
sacan la conclusión de que en todas las religiones hay algo de verdad y que lo que
debemos hacer es entresacar lo mejor de cada una de ellas. Y aun hay quienes
piensan que lo importante es creer en algo. ¿Qué dijo el Señor Jesucristo acerca de
esta cuestión?

Pues con la claridad que le caracterizaba, se dirigió a la mujer samaritana en estos


términos: "Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos;
porque la salvación viene de los judíos".

En el debate sobre cuál era el lugar correcto para adorar, los judíos afirmaban que
Dios había elegido a Jerusalén, mientras que los samaritanos habían construido un
templo alternativo en el monte Gerizim. El Señor no dejó lugar a la duda. No dio
una respuesta ambigua, sino que de una forma que a nosotros nos puede parecer
incluso hasta brusca, dijo que los samaritanos adoraban lo que no sabían. Era una
forma de decir que estaban completamente equivocados y que lo que estaban
haciendo no agradaba a Dios.
A la hora de adorar, no todo vale. Y los samaritanos habían olvidado algo muy
importante: la Palabra de Dios. El Antiguo Testamento decía que los israelitas
debían adorar en el lugar que Dios escogiere para poner su nombre:

(Dt 12:5) "El lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras
tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ese buscaréis, y allí iréis."

Y en muchas otras partes de la Escritura Dios afirmó que era Jerusalén la ciudad
elegida para este fin:

(2 Cr 6:6) "A Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre"

¿Cuál era la base del problema de los samaritanos? Pues que sólo aceptaban una
parte de la revelación, en concreto lo dicho por Moisés en el Pentateuco. Por lo
tanto, al rechazar el resto de la Palabra, habían llegado a "adorar lo que no sabían".
En este sentido, a pesar de que habían tenido grandes ventajas sobre las otras
naciones paganas, al final se encontraban tan lejos de la verdadera adoración como
los idólatras atenienses, a los que el apóstol Pablo encontró adorando delante de un
altar que tenía la siguiente inscripción: "Al dios no conocido" (Hch 17:23).

Llegamos pues a la conclusión de que no es posible adorar adecuadamente a Dios si


desconocemos su Palabra. A esto se refería Jesús cuando más adelante dijo que
"los verdaderos adoradores adorarán al Padre en verdad". Tenemos que reflexionar
muy seriamente sobre este asunto, porque se puede ser un falso adorador si
tenemos un conocimiento insuficiente de la Palabra.

"Porque la salvación viene de los judíos"


La gracia y la ternura del Señor no le impedían declarar la verdad, aun cuando ésta
no fuera del gusto del oyente. Así pues, afirmó de manera categórica algo que a la
mujer samaritana seguramente no le agradó: "La salvación viene de los judíos".
Esto implicaba necesariamente que los samaritanos estaban equivocados en el
camino que seguían en su búsqueda de la salvación. Esta es una seria advertencia
para todos nosotros, porque contrariamente a lo que muchos creen, no todos los
caminos conducen a la salvación.

Ahora bien, ¿en qué sentido la salvación viene de los judíos? ¿Cómo debemos
entender estas palabras de Jesús? Esta afirmación se basa en el hecho de que Dios
había dado su revelación especial por medio de los judíos. Ellos habían sido
escogidos por Dios como un instrumento a los efectos de recibir, guardar y
transmitir la Palabra de Dios. Y sólo a través de la revelación de Dios podemos
saber con exactitud cuál es el camino trazado por él para la salvación.

(Ro 3:1-2) "¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión?
Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra
de Dios."

Pero aún más importante que esto, el Salvador del mundo sería alguien que vendría
de la descendencia de Abraham. Las Escrituras lo anunciaban con claridad.
(Ro 9:4-5) "Son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la
promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de
los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito
por los siglos. Amén."

Por lo tanto, los samaritanos estaban equivocados cuando esperaban que la


salvación viniera a través de su pueblo. El Salvador del mundo es judío. Ahora bien,
nos podemos imaginar la resistencia que ellos ofrecerían para reconocer como su
Salvador a un judío. Sin duda, el odio que se profesaban entre ambos pueblos sería
un grave obstáculo para ello. Y algo parecido les ocurre en la actualidad a millones
de árabes que no pueden aceptar que la salvación eterna de Dios viene de los
judíos.

"Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías"


Las enseñanzas que la mujer acababa de recibir, causaron en ella una profunda
impresión, hasta el punto de que comenzó a pensar en el Mesías, aquel que cuando
viniera les declararía todas las cosas. Y muy probablemente, algo dentro de ella
misma le estaba diciendo que de hecho, aquel judío que se había acercado a ella
para pedirle agua junto al pozo de Jacob, podía ser el Mesías que esperaban. Al fin
y al cabo, ¿no le había declarado con toda claridad cuál era su estado moral, y
además había dado explicación a todas sus dudas teológicas? Parece que en su
mente y corazón comenzó a establecerse esta conexión entre Jesús y el Mesías. De
hecho, así se lo planteó a los samaritanos de la ciudad un poco más tarde: "Venid,
ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?"
(Jn 4:29).

En cualquier caso, a la mujer no le quedó ninguna duda sobre este asunto cuando
Jesús mismo le declaró que él era el Mesías: "Jesús le dijo: Yo soy, el que habla
contigo".

Debemos detenernos un momento en este punto, porque esta es la única ocasión


en que nuestro Señor hizo una manifestación tan clara de su naturaleza y su misión
mesiánicas. Y nos sorprende que eligiera para ello a una mujer samaritana e
inmoral. Pero esto es lo que dijo Jesús:

(Mt 11:25-26) "En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los
entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó."

No se reveló a Nicodemo, el principal entre los judíos, tampoco lo hizo a los eruditos
escribas, ni a los estrictos fariseos. Fue a una mujer de Samaria.

Por otro lado, también es importante considerar la forma exacta de esta


declaración. Jesús dijo: "Yo soy". Por supuesto, gramaticalmente se sobreentiende
que quería decir "Yo soy el Mesías". Pero ningún conocedor del Pentateuco podría
dejar de asociar estas palabras de Cristo con aquellas con las que Dios se presentó
a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3:13-14). De hecho, esta es la primera aparición
de la expresión "Yo soy" que Jesús usa muchas veces en el evangelio de Juan para
revelar su verdadera naturaleza. Esto lo iremos viendo más adelante.
"En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que
hablaba con una mujer"
¿Cuál fue la razón para que los discípulos se maravillaran de que Jesús estuviera
hablando con una mujer? Bueno, en nuestra cultura esto puede ser muy normal,
pero entre los judíos había un precepto rabínico que decía: "Nadie hable con una
mujer en la calle, ni con su propia esposa". Y los discípulos consideraban a Jesús
como un rabí, por lo tanto, les pareció que estaba actuando por debajo de su
dignidad.

Sin embargo, ninguno le dijo nada debido al respeto y la reverencia que sentían por
él.

"Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad"


Mientras tanto, la mujer desapareció rápidamente de la escena y fue a la ciudad. El
evangelista observa que dejó allí su cántaro, un detalle que es muy significativo.
¿Qué podemos pensar de este hecho?

Una posibilidad es que la mujer dejara el cántaro para que Jesús bebiera agua. Al
fin y al cabo, a pesar de la sed de Jesús y su petición, ella todavía no le había dado
agua.

Pero aunque esto es posible, seguramente dejó el cántaro allí con el propósito de
llegar más rápidamente a la ciudad, puesto que como a continuación veremos,
había empezado a sentir la urgencia de comunicar a todos el descubrimiento que
acababa de hacer. No es difícil entender que su corazón estaba rebosando de
alegría por todo lo que había escuchado y por lo tanto, llevar el cántaro con ella
sólo serviría para retrasarla.

Por otro lado, era un claro indicio de que tenía la intención de regresar a donde
estaba Jesús. Además, es interesante ver que de repente sus bienes materiales
habían dejado de ser tan importantes como la persona de Jesús. Una evidencia
importante de que la semilla sembrada en ella por el Señor estaba empezando a
germinar.

Y otra prueba más de esto último fue la necesidad que repentinamente comenzó a
tener de compartir con los habitantes de su ciudad las verdades que acababa de
descubrir acerca de Jesús, el Salvador del mundo. Ante tanta maravilla no podía
permanecer callada. Y esto es también una hermosa prueba de la nueva vida en
Cristo.

"Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he


hecho. ¿No será éste el Cristo?"
A partir de aquí tenemos el testimonio que la mujer dio en su ciudad acerca de
Jesús. Es especialmente interesante notar la habilidad con la que se dirigió a sus
paisanos. No adoptó una postura de superioridad, afirmando haber encontrado al
Cristo, sino que con una intuición femenina muy fina suscitó en ellos la curiosidad:
"Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el
Cristo?". También de este detalle podemos aprender mucho a la hora de dar
testimonio a otras personas.

En cualquier caso, es indudable que la vida licenciosa de esta mujer tenía que ser
bien conocida en la ciudad, así que también era de esperar que no sería tomada
muy en serio por sus conciudadanos. Sin embargo, ella adoptó la misma táctica que
Felipe había usado antes con Natanael: "Ven y ve" (Jn 1:46). Evidentemente sus
palabras no tendrían ninguna autoridad, y menos en temas espirituales, pero ella
estaba segura de que si lograba poner en contacto a estas personas con Jesús, ellos
mismos serían finalmente convencidos, como así ocurrió unos días después (Jn
4:42). ¡Qué hermoso ejemplo de un auténtico evangelista! La mujer no sabía
mucho del evangelio, pero en su sencillez logró interesar a otros para que acudieran
a Jesús.

"Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come"


Como recordaremos, mientras Jesús se quedó descansando junto al pozo, los
discípulos habían ido a la ciudad para comprar de comer. Ahora, una vez que
hubieron regresado, les extrañó que Jesús no quisiera comer. No lograban
entenderlo. Pero como siempre, el Señor estaba intentando enseñarles algunas
verdades importantes relacionadas con su Reino.

Con su comportamiento estaba poniendo de manifiesto la gran importancia que


para él tenía el cumplimiento de la misión sagrada que le había sido encomendada
por el Padre. Tal era así que llegó a decir: "Mi comida es que haga la voluntad del
que envió, y que acabe su obra". Una vez más estaba usando aspectos como el
hambre y la sed físicas para ilustrar que la verdadera satisfacción de las
necesidades más profundas del hombre se encuentra en hacer la voluntad de Dios.

Así que, el Señor descuidaba el alimento material por el interés que tenía en la obra
que el Padre le había encomendado. Aquí tenemos una buena razón por la que
nosotros también debemos practicar el ayuno.

"Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que


acabe su obra"
Ahora bien, tal vez podríamos pensar que en ese momento no habría supuesto
ningún inconveniente que él dedicara un poco de tiempo para comer. Al fin y al
cabo, la mujer se había ido, y los samaritanos todavía iban a tardar un tiempo
hasta que llegaran. ¿Por qué no aprovechar para reponer fuerzas mientras tanto?

Es probable que a nosotros nos cueste entender su actitud. Desgraciadamente


pensar en hacer "la voluntad del Padre" normalmente encuentra en nosotros una
fuerte resistencia. Nada parecido a la delicia y el placer que suponían para Cristo.
Cuando él tenía delante la posibilidad de llevar el evangelio a un perdido, se
olvidaba del cansancio, la sed y el hambre. Jesús vivía para obedecer al Padre. ¡Oh,
si nosotros pudiéramos decir sinceramente lo mismo!

La comida divina que sustentaba al Hijo consistía en "hacer la voluntad del que le
envió" y en "acabar su obra". Esto le llevó a predicar el evangelio a la mujer
samaritana, pero también al resto de los samaritanos que en poco tiempo irían a su
encuentro. Aun así, en último término, el hecho de "acabar la obra" encomendada
por el Padre le llevaría a morir en una cruz por los pecadores. Y fue en aquellos
momentos donde se puso a prueba de la forma más intensa posible su devoción al
Padre y su deseo de hacer su voluntad sin importar el precio. En este sentido
adquieren un valor especial las palabras con las que Jesús se dirige al Padre en el
huerto de Getsemaní: "Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de
mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú" (Mr 14:36).

"Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están


blancos para la siega"
Pero en este momento, acabar su obra implicaba atender a los samaritanos de la
ciudad que estaban recibiendo el testimonio de la mujer. Y el Señor con su espera
nos enseña la importancia de terminar lo que empezamos.

Evidentemente, los discípulos no comprendían la urgencia de la obra que el Señor


estaba realizando, por eso les citó un proverbio que ellos seguramente usaban en
aquel tiempo: "¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la
siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están
blancos para la siega". El proverbio daba a entender que había un periodo de varios
meses entre la siega y la siembra, por lo que se podía actuar sin prisas. Esto suena
al tipo de excusas que nosotros ponemos habitualmente: "mis compañeros no
tienen interés en Dios, ya les hablaré en otro momento más oportuno", "debo
conocerlos mejor antes de hablarles", "aun no ha llegado el momento"...

Pero frente a esta actitud, el Señor veía que los campos ya estaban listos para la
siega. Parece que imaginaba a los samaritanos que salían de la ciudad buscándole
como espigas de trigo maduras, listas para la cosecha. Era el momento de
aprovechar los efectos del testimonio de la mujer. Si se retrasaba el trabajo, se
podía perder la cosecha. Esto nos enseña que hay que aprovechar cualquier
oportunidad que el Señor nos da porque puede no volver nunca.

"Para que el que siembra goce juntamente con el que siega"


Siguiendo con la misma ilustración, el Señor describe la variedad de las distintas
etapas: "Los que labraron... el que siembra... el que siega".

Quizá podemos identificar a los labradores como los profetas del Antiguo
Testamento, que llevaron a cabo una labor preliminar, de despertar conciencias, de
aguantar en días malos, de predicar la palabra en oídos sordos. Esta fue una tarea
ingrata y muy dura, pero sin ella no se podría haber llevado a cabo la siembra y la
siega.

Luego tiene lugar la siembra. En ella aparentemente se pierde el grano que se echa
en el campo. Pero es una labor igualmente necesaria si se quiere ver fruto.

Por último llega la siega cuando se recoge "fruto para vida eterna". Y esto
compensa todos los esfuerzos anteriores.
Ahora bien, aunque hay varias etapas, se subraya la unidad del proceso total, de tal
manera que no sólo reciben recompensa los que siegan, sino que "el que siembra
goza juntamente con el que siega". Por otro lado, tal como el Señor lo expuso, se
apunta otro principio importante, que es el de la colaboración. Unos prepararon el
terreno, otros sembraron y finalmente otros segaron. Cada uno de nosotros
tenemos una parte que hacer en la obra de Dios. No competimos, sino que
debemos colaborar y trabajar unidos. Por todo esto, si alguno es infiel, la obra
sufrirá pérdida, porque nadie tiene exactamente las mismas oportunidades y dones
que otro.

"Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él


por la palabra de la mujer"
El Señor había sembrado la Palabra en la mujer samaritana, y ahora los apóstoles
se tenían que preparar ahora recoger el fruto de una multitud de samaritanos que
llegaron a creer en el Señor por medio del testimonio de ella.

Y no sólo esto, sino que probablemente también podemos establecer una conexión
entre este incidente y la obra que Felipe el evangelista llevó a cabo entre los
samaritanos algunos años después y que encontramos relatada en el libro de
Hechos de los Apóstoles (Hch 8:5-8). En ese caso, Felipe segó donde Jesús había
sembrado. ¡Cuán amplio radio de acción puede ser alcanzado por un pequeño
fuego!

Por lo tanto, vemos que la obra entre los samaritanos tuvo una amplia proyección,
pero no olvidemos que Dios usó para su comienzo a una mujer inmoral y
seguramente despreciada por sus propios conciudadanos. De esta manera vemos
una vez más que Dios se complace en usar instrumentos débiles para llevar a cabo
su obra. Con frecuencia muchos de nosotros somos tentados a pensar que para
comenzar una gran obra es necesario hacer un importante despliegue de medios en
periódicos, televisión, actos públicos sofisticados, invitación a las personalidades de
la ciudad... Pero Jesús buscó una conversación personal con alguien insignificante,
sin relevancia social. Y este fue precisamente el comienzo de un gran movimiento
espiritual entre los samaritanos. ¡Cuánto tenemos que aprender de todo esto!

"Y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho,


porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos"
No cabe duda de que el testimonio de la mujer resultó muy impactante a todas las
personas que le conocían en su ciudad. Un cambio tan radical tuvo que llamarles
necesariamente la atención. Y aun más la fuerza, el entusiasmo y la convicción con
que hablaba de Jesús. Esta fue la primera razón por la que los samaritanos
creyeron en Jesús. Y normalmente, siempre es así; llegamos a Jesús porque alguien
nos habló de él.

Pero una vez que se produjo el primer encuentro entre Jesús y los samaritanos,
ellos debieron comprobar inmediatamente que había algo especial en él, de tal
manera que contra todo pronóstico "le rogaron que se quedase con ellos", algo a lo
que el Señor accedió. Esto era algo insólito, puesto que como ya vimos al comienzo
del capítulo, los judíos y los samaritanos no se trataban entre sí.
Fue entonces cuando ellos pudieron conocer personalmente a Jesús, y en su propio
análisis llegaron a la conclusión de que él era "el Salvador del mundo, el Cristo". Y
quisieron dejar claro que aunque inicialmente se habían acercado a él por el
testimonio de la mujer, finalmente llegaron a creer porque ellos mismos habían oído
a Jesús personalmente. Y cada hombre debe llegar también a su propio encuentro
personal con él. Nuestra fe no puede estar puesta en lo que otros nos han dicho de
él, sino en la "palabra de él".

Al final del pasaje todos los samaritanos estaban de acuerdo en que Jesús era el
"Salvador del mundo". Este también fue un paso muy importante, sobre todo si
tenemos en cuenta las rivalidades religiosas que había entre judíos y samaritanos.
Ellos llegaron a entender y aceptar que Jesús no era un Mesías exclusivamente de
los judíos, sino del mundo entero. ¡Qué gran fruto tuvo el breve ministerio del
Señor entre los samaritanos! Ahora entendemos por qué le era necesario pasar por
Samaria.

Preguntas
1. ¿Qué sabe de los samaritanos y por qué no se trataban con los judíos?
Investigue por su cuenta quiénes eran los galileos y por qué ellos sí se trataban con
los judíos.

2. Explique los diferentes pasos que dio Jesús para predicar el evangelio a la mujer
samaritana.

3. ¿Qué evidencias podemos ver en la actitud de la mujer que nos indiquen que
realmente había llegado a conocer a Jesús como su Salvador?

4. ¿Por qué dijo Jesús que la salvación viene de los judíos? Justifique su respuesta
con citas bíblicas adecuadas.

5. Explique desde una perspectiva espiritual las tres etapas a las que Jesús se
refirió en su ilustración: "los que labraron, el que siembra y el que siega". ¿Quiénes
las llevaron a cabo? ¿Qué podemos aprender de esto?

La hija de Jairo y la mujer que tocó el manto de Jesús -


Marcos 5:21-43
(Mr 5:21-43) "Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió
alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar. Y vino uno de los
principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y
le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella
para que sea salva, y vivirá. Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le
apretaban.

Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había
sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había
aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre
la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré
salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba
sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había
salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus
discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?
Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer,
temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró
delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; vé
en paz, y queda sana de tu azote.

Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu


hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro? Pero Jesús, luego que oyó lo
que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente. Y no
permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo. Y
vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y
lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no
está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó
al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la
niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a
ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y
se espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo
que se le diese de comer."

Introducción
Este pasaje, junto con los dos anteriores, completan una serie de historias en las
que el Señor Jesucristo se enfrentó a cuatro elementos adversos para el hombre y
contra los cuales se encuentra impotente.

 Las fuerzas hostiles de la naturaleza (Mr 4:35-41).

 Los poderes espirituales de maldad (Mr 5:1-20).

 Las enfermedades incurables y la muerte (Mr 5:21-43).

En todos los casos, el Señor mostró su poder divino, venciendo sin ninguna
dificultad aquellas cosas que para el hombre resultan imposibles. Al hacerlo, su
propósito es mostrarnos anticipadamente algunas de las características de su Reino,
en el que los límites impuestos por la caída son superados por la Obra de Cristo. Así
por ejemplo, en este pasaje veremos que el dolor y la muerte son superados por su
poder para sanar y resucitar.
Otra de las características principales de este pasaje, es que este poder restaurador
del Señor llega hasta nosotros a través de la fe. Así fue tanto en el caso de la mujer
con flujo de sangre, como en el de Jairo, que vieron su fe recompensada, la primera
con la sanidad de su enfermedad y el segundo con la resurrección de su hija. Pero
tendremos ocasión de considerar también, que en ambos casos su fe fue probada y
tuvo que vencer grandes obstáculos.

Las circunstancias
Jesús acababa de ser rechazado por los gadarenos que le rogaron que se fuera de
sus contornos (Mr 5:17), pero ahora, al regresar al lado occidental del lago,
probablemente a Capernaum, nada más llegar salió a su encuentro un hombre
llamado Jairo, principal de la sinagoga, que le rogaba insistentemente que fuera con
él a su casa.

¡Qué contraste! Mientras unos le rechazan y le piden salir de sus contornos, otros le
esperan con el fin de acercarse a él e invitarle a venir a su casa. Y esta misma
situación se repite en nuestros días constantemente, donde personas, e incluso
pueblos enteros, manifiestan posturas completamente opuestas frente a Jesús.

También nos llama la atención la actitud de la multitud, que según nos dice Lucas,
"cuando volvió Jesús, le recibió con gozo; porque todos le esperaban" (Lc 8:40).
¿Cuáles eran sus expectativas? Tal vez eran llevadas por su curiosidad por
presenciar alguno de los milagros de Jesús. No lo sabemos.

"Jairo, uno de los principales de la sinagoga"


Jairo era uno de los que esperaba ansiosamente el retorno del Señor. La razón es
que su hija yacía moribunda y su tiempo se acababa sin que pudieran hacer nada
por ella. Así que, tan pronto como Jesús llegó, vino a su encuentro y le pidió
desesperadamente que le acompañara a su casa. Sin duda, fue un acto evidente de
fe, pero como decíamos antes, su fe tuvo que superar diferentes obstáculos,
algunos de ellos muy difíciles.

El evangelista nos dice que Jairo era uno de los principales de la sinagoga, y como
ya hemos considerado en pasajes anteriores, en este momento, las sinagogas
estaban prácticamente cerradas para Jesús. Recordemos que la última vez que
había estado en la sinagoga de Capernaum, los fariseos se unieron a los herodianos
con el fin de destruirle, porque en un día de reposo había sanado a un hombre con
una mano seca (Mr 3:1-6).

Y ahora Jairo, uno de los principales de la sinagoga, quizá de esa misma sinagoga
en Capernaum, acudió a Jesús para que sanara a su hija enferma. No es difícil
imaginar lo difícil que tuvo que ser para él pedir ayuda a Jesús.

Siempre nos resulta humillante tener que pedir ayuda a otros, pero en este caso
aun era más doloroso, porque Jairo era uno de los gobernantes judíos y Jesús era
un rabí despreciado y tenido por endemoniado por los líderes religiosos (Mr 3:22).
¡Qué difícil tuvo que resultarle superar "el qué dirán" de sus correligionarios judíos!
Y tal vez, si él mismo había participado en el rechazo a Jesús, tendría también que
haberse arrepentido y confesado su equivocación y pecado.
Pero la auténtica fe siempre se encuentra con estos obstáculos y para que pueda
obtener su recompensa, tendrá que superarlos. ¡Pero que difícil resulta para el
orgullo humano reconocer que necesitamos a Dios, al mismo Dios al que muchas
veces hemos ignorado y menospreciado, y pasar por encima del "qué dirán" de la
gente cuando nos ven acercarnos a Jesús!

La petición de Jairo y la respuesta de Jesús


Así que Jairo, un hombre respetable en su comunidad, llegó a los pies de Jesús y le
pidió por su hija moribunda. Todos los que somos padres sabemos el dolor que se
siente cuando vemos a nuestros pequeños enfermos o amenazados por la muerte.
Así que, postrado a los pies de Jesús, con una intensa ansiedad y un tierno afecto
hizo su ruego: "mi hijita está agonizando, ven..."

Es evidente que Jairo tenía fe en Jesús. ¿Por qué entonces el Señor no hizo como
en la historia del centurión en que con una palabra bastó para sanarlo (Lc 7:1-10),
evitando así el sufrimiento del padre y la misma muerte de la niña? Seguramente
quería enseñar a Jairo, y también a todos nosotros, un principio fundamental: allí
donde hay fe, el Señor la probará para que crezca.

La fe de Jairo alcanzaba a saber que Jesús podía sanar a su hija gravemente


enferma, pero el Señor quería que avanzara hasta llegar a comprender que también
tenía poder para resucitar a los muertos. Pero para poder llegar a aprender esto, no
había otra manera que esperar hasta que su hija muriera, lo que sin duda convirtió
aquellos momentos en que Jairo intentaba abrirse paso entre la multitud junto a
Jesús camino de su casa, en una angustia inimaginable.

Algo similar ocurrió en el caso de Lázaro y sus dos hermanas y que relata Juan.
Cuando le llegó la noticia a Jesus de que su amigo Lázaro estaba enfermo, aun se
quedó dos días más en donde estaba antes de ir (Jn 11:3-6). Este retraso tuvo
como finalidad enseñar a Marta y a María que Jesús no sólo tenía poder para sanar
a su hermano enfermo, sino que él mismo era la resurrección y la vida (Jn 11:21-
27).

"Una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de


sangre"
Pero en el camino a casa de Jairo, el Señor tuvo que detenerse para atender a otra
mujer enferma y que también le estaba buscando. Este "retraso" fue sin duda otra
dura prueba para la fe de Jairo.

Marcos nos ofrece algunos datos acerca de la enfermedad de esta mujer que nos
sirven para hacernos una idea de su estado. Padecía de flujo de sangre desde hacía
doce años, por lo que podemos imaginar que se encontraría muy débil físicamente.
Además, una enfermedad de tan larga duración, siempre resulta agotadora tanto
para el que la sufre como para los que le cuidan.

Pero la enfermedad no sólo había minado sus fuerzas físicas, sino que también
había terminado con todos sus recursos económicos, gastados inútilmente en
médicos que no habían logrado dar con una solución para su enfermedad, incluso,
"antes le iba peor". Nos podemos hacer una idea de lo que aquella mujer tuvo que
haber sufrido a manos de los médicos, en una época en la que la medicina y sus
tratamientos tenía mucho más de superstición que de ciencia. Y esto, para que
finalmente perdiera todo cuanto tenía y fuera desahuciada por los médicos que no
lograron encontrar una solución para ella. Su situación era totalmente
desesperante, sin solución humana posible. Por todo esto, Marcos dice que su
enfermedad era un "azote", como un látigo de los empleados por los romanos para
castigar a los malhechores.

En muchos sentidos, el caso de esta mujer es un buen ejemplo de la situación de


miles de personas que pasan años de angustia en busca de paz en sus corazones
sin lograr encontrarla. La buscan a través de diferentes remedios humanos sin
encontrar ningún alivio. Van de una iglesia a otra sin sentir ningún tipo de mejoría
para su estado espiritual, antes se encuentran cada vez más desengañados de todo
y desanimados. Lo que necesitan urgentemente es ir a Jesús, cueste lo que cueste.

Pero una enfermedad de este tipo tenía también ciertas implicaciones religiosas que
sin duda vendrían a aumentar su dolor. Según la ley levítica (Lv 15:25-27), una
mujer con flujo de sangre se encontraba en una condición de impureza ceremonial,
que le impedía participar en el culto a Dios. Podemos imaginarnos cómo esta
enfermedad habría condicionado su relación con Dios a lo largo de los años.

Pero también impedía su trato normal con sus semejantes, ya que cualquiera que
tuviera contacto con ella quedaría en la misma condición de impureza. De hecho,
cuando gastando sus escasas fuerzas logró abrirse paso entre la multitud que
apretaba a Jesús, "contaminó" su impureza ceremonial a todos ellos, y finalmente,
al mismo Jesús cuando le tocó.

¡Qué curiosa situación! En aquel camino, Jesús se encontraba en medio de Jairo y


de la mujer enferma. Dadas las implicaciones religiosas de su enfermedad, aquella
mujer nunca habría ido a la sinagoga que presidía Jairo, así que, difícilmente se
conocerían, pero ahora, por circunstancias muy diferentes, los dos estaba junto a
Jesús, ambos igualmente necesitados de él.

La fe de la mujer enferma
No cabe duda que la mujer sentía hondamente su necesidad, y fue a raíz de
escuchar hablar de Jesús y de las maravillas que hacía (Mr 5:27), cuando surgió en
ella la fe. Como en el caso de Jairo, se trataba de una fe auténtica, que lograba
superar los obstáculos.

Como ya hemos dicho, su fe le dio las fuerzas necesarias para lograr abrirse paso
entre la gente y llegar hasta Jesús. Y cuando finalmente fue sanada, la fe le llevó a
confesar toda la verdad acerca del bien que había recibido de Jesús, venciendo las
posibles críticas de aquellos que habían llegado a estar inmundos ceremonialmente
por causa del contacto con ella.

Algunos han pensado, que puesto que lo que la mujer se había propuesto era tocar
el borde del manto de Jesús, no se trataba tanto de fe sino de superstición. Otros
han intentado usar el incidente para justificar su confianza en las reliquias, una
práctica muy extendida en el catolicismo por muchos siglos. Pero debemos notar
que Jesús subrayó que lo que le había salvado era su fe en él: "Hija, tu fe te ha
hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote". El toque del manto de Jesús fue
sólo una expresión de la fe que ella tenía en el poder de Jesús.

"¿Quién me ha tocado?"
La mujer fue sanada por el hecho de tocar con fe el borde del mando de Jesús, pero
al hacerlo, intentó pasar desapercibida entre la multitud. Su actitud podía ser
razonable, dado que los judíos no habrían aceptado que una mujer inmunda
ceremonialmente les tocara. Pero sin embargo, Jesús percibió con total claridad que
había salido poder de él. Este es un hecho muy interesante que no debemos pasar
por alto.

Por un lado, es importante notar que aunque eran muchas las personas que iban
con Jesús y que incluso le apretaban, sólo una de ellas tocó con fe a Jesús y fue
sanada. Tal vez la multitud acompañaba a Jesús en un ambiente festivo, esperando
ver un milagro en la casa de Jairo. En este estado, un tanto alocado, se daban
empujones e incluso apretaban a Jesús desconsideradamente. Por el contrario, la
mujer enferma buscaba cómo aproximarse a Jesús con un propósito completamente
diferente. Ella era movida por su profunda sensación de necesidad y con un corazón
lleno de fe y esperanza en Jesús. ¡Qué contraste! Pero esto mismo ocurre
constantemente en la iglesia de Cristo en el presente. Muchos acuden a escuchar
acerca de él, pero muy pocos son los que se acercan a él con una fe personal que
les puede salvar.

Observamos también la actitud de los discípulos cuando Jesús hizo la pregunta:


"Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?". Esto pone en
evidencia no sólo una falta de entendimiento de los discípulos, sino que también
revela cierta ausencia de respeto y sensibilidad hacia Jesús. Si el Maestro se detuvo
para hacer aquella observación, a ellos les tocaba preguntarse la razón por la que lo
hacía y no criticarle de esta forma un tanto cruda y ruda en que contestaron a su
pregunta. Ellos también necesitaban aprender algo muy importante.

"Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él"


Los discípulos no entendían el "desgaste" de Jesús por todas esas sanidades.
Probablemente se habían acostumbrado a ver fluir el poder de Jesús sin ningún tipo
de limitación y pensaron que era algo "natural" en él. Pero el Señor tenía que
enseñarles que había un coste y que era alto.

Humanamente hablando, podríamos decir que cuando el Señor Jesucristo creó este
inmenso universo, no sufrió ningún tipo de "desgaste". Pero una cosa totalmente
diferente era tratar con el pecado del hombre. En algún sentido que es imposible
explicar y cuantificar, la salvación del hombre sí que ha supuesto fatiga, cansancio
y mucho dolor para el Hijo de Dios. Recordemos que la misma Ley de Dios decía
que Jesús había quedado religiosamente impuro cuando la mujer con flujo de
sangre le tocó (Lv 15:25-27). Y todo esto, como explica el apóstol Pablo, con la
finalidad de llevar nuestra maldición para que nosotros pudiéramos ser salvados:
(Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros
maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)". No
podemos ir más allá en nuestros razonamientos por temor a equivocarnos, pero sí
que debemos detenernos a adorar a Dios por su amor hacia cada uno de nosotros.

Vemos entonces, que los discípulos que estaban tan cerca del Señor, ignoraban lo
que estaba pasando. Por eso, el Señor se detuvo para enseñarles un principio
fundamental que nosotros debemos aprender también. Nunca podremos hacer algo
digno para el Señor a menos que pongamos en ello algo de nosotros, de nuestra
propia vida. El rey David lo expresó magníficamente cuando dijo: "No ofreceré a
Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada" (2 S 24:24).

Nos resultan incomprensibles aquellos creyentes que dicen estar dispuestos a servir
al Señor, pero "con calma", cuando les apetezca y se sientan con ánimos, sin
agobios ni prisas. Esta actitud es incompatible con lo que el Señor ha hecho por
nosotros y nos ha enseñado. Si queremos seguir sus huellas, tendremos que estar
dispuestos, no sólo a gastar lo nuestro, sino especialmente a gastarnos a nosotros
mismos.

"La mujer, temiendo y temblando, vino y se postró delante de


él, y le dijo toda la verdad"
El Señor Jesús cumplía con todo el programa que su Padre le había encomendado, y
aunque una niña moribunda esperaba el toque de su mano, debía detenerse para
atender a la mujer y sacar del incidente todo el perfume de su fe. Para ello era
necesario que la mujer no quedara en el anonimato, sino que confesara lo que
había pasado. Fue entonces cuando Jesús preguntó: "¿Quién ha tocado mis
vestidos?".

Por supuesto, Cristo sabía quién era la persona que había sido sanada, pero era
necesario que la mujer se identificara y diera testimonio público de la obra de Dios
en su vida. Esto era necesario por varias razones:

 Confirmaba el principio que el apóstol Pablo expresó: "Porque con el corazón


se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Ro 10:10).

 Permitía a Cristo llegar a tener una relación personal con la mujer. Nunca es
su deseo que seamos salvados por su poder, pero que no tengamos nada que
ver con él. Por eso, después de la sanidad, buscó el diálogo personal con la
mujer.

 Además, tan precioso ejemplo de fe no debía quedar oculto a los ojos de la


multitud de curiosos, que debían aprender que sólo por la fe es posible obtener
los beneficios de Cristo.

En un principio, la mujer intentó esconderse, probablemente para no tener que


ruborizarse contando públicamente la naturaleza de su enfermedad y la manera en
la que había recibido su sanidad. Pero como cristianos, debemos recordar que
nunca hemos de avergonzarnos de confesar ante los hombres lo que Cristo ha
hecho por nosotros. De hecho, debemos esforzarnos en buscar la oportunidad para
hacerlo.
Finalmente, la fe de la mujer le hizo vencer todos los obstáculos e hizo una
conmovedora confesión, donde de manera maravillosa se combinaba humildad y
franqueza en cuanto a su necesidad, y la debida gratitud y adoración en vista de su
curación.

Tal vez ella esperaba alguna reprensión de parte del Señor por haberle tocado
estando inmunda ceremonialmente, pero nada más lejos de eso. El Señor le animó
y confirmó su sanidad con unas cariñosas palabras: "Hija, tu fe te ha hecho salva;
ve en paz y queda sana de tu azote".

Fácilmente podemos imaginar el alivio de la mujer después de haber confesado a


Cristo públicamente.

Y a partir de este momento, la mujer volvió a formar parte de la vida social y


religiosa del pueblo de Dios.

"Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?"


Pero mientras la mujer sentía el profundo alivio de su sanidad, no debemos olvidar
que Jairo seguía al lado de Jesús, impaciente, consumiéndose en su angustia,
preguntándose una y otra vez por qué el Señor se demoraba tanto con aquella
mujer mientras su hija agonizaba.

Muchas veces llegamos a sentir lo mismo, viendo cómo Dios soluciona los
problemas de otros, mientras que nosotros nos consumimos en la impaciencia
esperando que obre también en nuestra situación. Es entonces cuando debemos
recordar que el Señor tiene propósitos diferentes con cada uno de nosotros.

Fue en ese momento cuando llegó la trágica noticia desde la casa de Jairo: "Tu hija
ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro".

No es difícil imaginar el estado de ánimo de Jairo. La muerte siempre es dolorosa,


pero si se trata de un niño pequeño, y es nuestro propio hijo, entonces se convierte
en una experiencia desgarradora. Ante una situación así parece que ya no queda
lugar para la esperanza. Como muchos dicen: "todo tiene solución, menos la
muerte". De hecho, esta fue la actitud de los que le dieron la noticia a Jairo: "¿Para
qué molestas más al Maestro?", ya no hay nada más que se pueda hacer.

Pero si esto no era suficiente, el ambiente al llegar a casa, con todas las plañideras
llorando, gritando, gesticulando, hacían que la desesperación y la desolación fueran
totales.

Pero en ese mismo instante el Señor intervino: "No temas, cree solamente". Si
alguien podía transmitir algún tipo de esperanza en una situación así, ese sólo
podía ser Cristo. Cuando todos los recursos humanos fallan, sólo quedan los
divinos.

Ya comentamos al principio, que el propósito de Cristo era elevar la fe de Jairo a


nuevos horizontes. Quería que llegara a entender que él no sólo tiene poder para
sanar enfermos, sino también para resucitar muertos. Pero para ello, tendría que
vencer nuevos obstáculos. Para empezar, debía creer que Jesús podía hacer lo que
todos los demás hombres consideran que es imposible: resucitar un muerto. Tenía
que creer con Cristo la muerte no es el fin de todas las esperanzas humanas. Y más
tarde, cuando llegaron a la casa, tendría que soportar también las burlas de la
gente que se rieron de Cristo cuando dijo que la niña no estaba muerta sino que
dormía.

"No permitió que le siguiese nadie"


Cuando llegaron a la casa de Jairo, Cristo echó a todos fuera, quedándose sólo con
los padres de la niña y tres de sus discípulos; Pedro, Juan y Jacobo. ¿Por qué no
permitió que otros entraran? ¿Por qué después de resucitar a la niña mandó a los
padres que no dijeran nada a nadie?

Probablemente, una de las razones para sacar fuera a las plañideras y muchos otros
de los presentes, era porque su actitud constituía un estorbo para la manifestación
del poder del Señor. No nos olvidemos que muchos de ellos se estaban burlando de
Jesús cuando dijo que la niña estaba durmiendo.

Por otro lado, el escoger a estos tres discípulos, tal vez se debió al hecho de que
éste era el número de testigos que exigía la ley para que un testimonio fuera válido
(Dt 17:6). Aunque curiosamente, este grupo de tres discípulos fue el mismo con el
que el Señor se apartó también en el monte de la transfiguración y más tarde en el
huerto del Getsemaní. Debemos deducir que estos tres apóstoles formaban un
grupo más íntimo con el Señor y que los estaba formando para tareas especiales.

Y en cuanto a la insistencia del Señor por mantener sus milagros en secreto, ya


hemos señalado en otras ocasiones, que él no quería encender el fervor popular
hasta el punto en que las multitudes lo tomaran para dirigir un levantamiento
contra los romanos.

En el comportamiento de Jesús nunca encontramos la actitud de algunos hacedores


de milagros de nuestro tiempo, que se ufanan de lo que hacen y buscan toda la
publicidad posible para sí mismos. Y el Señor tampoco se prestaba nunca para
satisfacer la curiosidad de la gente que sólo andaba en busca de lo espectacular.

"Talita cumi"
Otro detalle muy interesante es la forma en la que Jesús resucitó a la niña. El le
dijo: "Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate". Ya hemos visto
que Marcos fue el intérprete de Pedro, uno de los tres discípulos que acompañaron
a Jesús en esa ocasión. Y en su memoria él siguió escuchando aquel "talita cumi"
toda su vida. El amor, la dulzura, el cariño con que Jesús dijo aquellas palabras no
llegaron a borrarse nunca de su mente. Así que, cuando él contara esta historia a
Marcos, seguiría pronunciando estas mismas palabras.

Pero por otro lado, el Señor había dicho que la niña no estaba muerta, sino que
dormía. Esto llegó a ser algo característico del mensaje cristiano; la muerte es
como un sueño del que finalmente nos despertará el Señor en su venida (1 Ts
4:14-17). Por esta razón, algunos han pensado que estas cariñosas palabras de
Jesús a la niña, "talita cumi", eran las mismas con las que su madre le despertaría
cada día.
Reflexión final
Probablemente, muchos de nosotros estemos pensando en este momento que
aunque Jesús sanó a esta mujer y resucitó a esta niña, sin embargo, no hace lo
mismo con nosotros en este tiempo. Nosotros también tenemos fe en Cristo, pero
sin embargo, aunque deseamos ver sanados a nuestros seres queridos, no siempre
vemos que esto ocurra, y en muchas ocasiones, la muerte nos separa de ellos de
manera irremediable. ¿Por qué Dios no actúa de la misma forma hoy en día?

Es evidente que este relato no tiene como finalidad animarnos a que nosotros
esperemos lo mismo en el día de hoy. Tal vez esa sea una de las razones por las
que Cristo encargó a todos que mantuvieran el secreto tanto como fuera posible
para que nadie lo supiese.

Pero lo que sí que se proponía enseñarnos por medio de estos milagros, es que
nuestra fe en él nos debe llevar a tener una visión completamente nueva de la
enfermedad y de la muerte, una visión que el mundo no compartirá nunca. Ni la
enfermedad ni la muerte tienen un poder permanente sobre los que hemos creído
en Cristo. Ambas han sido vencidas por él y en su Reino ya no existirán más.

(Ap 21:4) "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte,
ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el
que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas..."

Preguntas
1. ¿Qué lección principal aprendemos de la sección Marcos 4:35-5:43? Comente su
importancia.

2. Señale y comente cuatro formas en las que el Señor probó la fe de Jairo.

3. ¿Qué implicaciones tenía la enfermedad para la mujer con flujo de sangre?

4. ¿Por qué preguntó Jesús: "Quién me ha tocado"? Razone su respuesta.

5. ¿Por qué Jesús no permitió que nadie le siguiese cuando resucitó a la hija de
Jairo, sino sólo sus padres y tres discípulos?

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