Curso de Lingüística General
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B. MUTABILIDAD.
El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, tiene el efecto de alterar más o menos rápidamente los
signos lingüísticos, de modo que se puede hablar a la vez de la inmutabilidad y la mutabilidad del signo.
El signo está en condiciones de alterarse porque se continúa. Lo que domina toda alteración es la
persistencia de la materia vieja. Por eso el principio de alteración se funda en el principio de continuidad.
La alteración en el tiempo adquiere formas diversas. Sean cuales fueren los factores de alteración, ya obren
aisladamente o combinados, siempre conducen a un desplazamiento de la relación entre el significado y el
significante. Ej: la palabra que en latín significa “matar” se hizo en francés “ahogar” y en español “anegar”.
Cambió tanto la imagen acústica como el concepto. El vínculo entre la idea y el signo se relajó y hubo un
desplazamiento en su relación.
Saussure con el hecho de atribuir dos cualidades contradictorias a la lengua (mutabilidad e inmutabilidad)
quiso subrayar que la lengua se transforma sin que los sujetos hablantes puedan transformarla.
Una lengua es radicalmente incapaz de defenderse contra los factores que desplazan minuto tras minuto la
relación entre significado y significante. Es una de las consecuencias de lo arbitrario del signo.
Las otras instituciones humanas están todas fundadas, en grados diversos, en la relación natural entre las
cosas; en ellas hay una acomodación necesaria entre los medios empleados y los fines perseguidos. El
carácter arbitrario de la lengua la separa de todas las demás instituciones. Se ve bien por la manera en que la
lengua evoluciona; nada tan complejo: situada a la vez en la masa social y en el tiempo, nadie puede cambiar
nada de ella; y, por otra parte, lo arbitrario de sus signos implica teóricamente la libertad de establecer
cualquier posible relación entre la materia fónica y las ideas.
La continuidad del signo en el tiempo, unida a la alteración en el tiempo, es un principio de semiología
general; y su confirmación se encuentra en los sistemas de escritura, en el lenguaje de los sordomudos, etc.
La lengua es el conjunto de los hábitos lingüísticos que permiten a un sujeto comprender, y hacerse
comprender. Hace falta una masa parlante para que haya lengua. Contra toda apariencia, en momento
alguno existe la lengua fuera del hecho social, porque es un fenómeno semiológico. Su naturaleza social es
uno de los caracteres internos.
Como el signo lingüístico es arbitrario, parecería que la lengua es un sistema libre, organizable a voluntad,
dependiente únicamente de un principio racional. Sin embargo, lo que nos impide ver la lengua como una
simple convención, modificable a voluntad de los interesados es la acción del tiempo, que se combina con la
de la fuerza social; fuera del tiempo, la realidad lingüística no es completa y ninguna conclusión es posible.
Si se tomara la lengua en el tiempo, sin la masa hablante probablemente no se registraría ninguna
alteración; el tiempo no actuaria sobre ella. Inversamente, si se considerara la masa parlante sin el tiempo
no se vería el efecto de fuerzas sociales que obran en la lengua.
La lengua no es libre, porque el tiempo permitirá a las fuerzas sociales que actúan en ella desarrollar sus
efectos, y se llega al principio de continuidad que anula a la libertad. Pero la continuidad implica
necesariamente la alteración, el desplazamiento más o menos considerable de las relaciones.
Capitulo III. La lingüística estática y la lingüística evolutiva.
La lingüística estática y la lingüística evolutiva.
a. Dualidad interna de todas las ciencias que operan con valores.
Pocos lingüistas se dan cuenta de que la intervención del factor tiempo es capaz de crear a la lingüística dificultades
particulares y coloca a su ciencia ante dos rutas absolutamente divergentes.
La mayoría de las otras ciencias ignoran esta dualidad radical; el tiempo no produce en ellas efectos particulares.
Cuanto más complejo y rigurosamente organizado sea un sistema de valores, más necesario es, por su complejidad
misma, estudiarlo sucesivamente según sus dos ejes. Y ningún sistema llega en complejidad a igualarse con la
lengua: en ninguna parte se advierte una equivalente precisión de valores en juego, un número tan grande y tal
diversidad de términos en dependencia reciproca tan estricta. La multiplicidad de signos, ya invocada para explicar la
continuidad de la lengua, nos prohíbe en absoluto estudiar simultáneamente sus relaciones en el tiempo y sus
relaciones en el sistema. Por esto distinguimos dos lingüísticas: los términos evolución y lingüística evolutiva son
precisos; por oposición se puede hablar de la ciencia de los estados de lengua o de lingüística estática.
Para señalar mejor esta oposición y cruzamiento de dos órdenes de fenómenos relativos al mismo objeto,
preferimos hablar de lingüística sincrónica y diacrónica.
Lingüística sincrónica: es sincrónico todo lo que se refiere al aspecto estático de nuestra ciencia. Designa un
estado de la lengua.
Lingüística diacrónica: todo lo que se relaciona con las evoluciones. Designa una fase de evolución.
Las dos lingüísticas, opuestas en sus métodos y en sus principios.
La oposición entre lo diacrónico y lo sincrónico salta a la vista en todos los puntos:
No tienen la misma importancia. El aspecto sincrónico prevalece sobre el diacrónico, ya que para la masa
hablante es la verdadera y única realidad. Y también lo es para la lingüística: si la lingüística se sitúa en la
perspectiva diacrónica no será la lengua lo que él perciba, sino una serie de acontecimientos que la
modifican.
Se puede decir que la diacronía no tiene su fin en si mismo. Lleva a todas partes, a condición de que se le
deje a tiempo.
Los métodos de cada orden difieren también, y de dos maneras:
a. La sincronía no conoce más que una perspectiva, la de los sujetos hablantes, y todo su método consiste en
recoger su testimonio; para saber en qué medida una cosa es realidad será necesario y suficiente averiguar
en qué medida existe para la conciencia de los sujetos hablantes. La lingüística diacrónica, por el contrario,
debe distinguir dos perspectivas: la prospectiva, que siga el curso del tiempo, y la retrospectiva, que lo
remonte.
b. Otra diferencia resulta de los límites del campo que abarca cada una de estas dos disciplinas. El estudio
sincrónico no tiene por objeto todo cuanto es simultaneo, sino solamente el conjunto de hechos
correspondientes a la lengua; según lo que requiere la necesidad, la separación irá hasta los dialectos y los
subdialectos. La lingüística diacrónica, por el contrario, no solo no necesita, sino que rechaza una
especialización semejante; los términos que considera no pertenecen forzosamente a una misma lengua.
Precisamente la sucesión de hechos diacrónicos y su multiplicación espacial es lo que crea la diversidad de
idiomas. Para justificar una relación entre dos formas basta que tengan entre si un vínculo histórico, por
indirecto que sea.
El fenómeno sincrónico es una relación entre elementos simultáneos. El fenómeno diacrónico es la sustitución
de un elemento por otro en el tiempo, un suceso.
Ley sincrónica y ley diacrónica.
Siendo la lengua una institución social, se puede pensar que está regulada por prescripciones análogas a las que
rigen en las colectividades. Toda ley social tiene dos caracteres fundamentales: son imperativas y generales. La ley
social se impone, y se extiende a todos los casos, por supuesto con ciertos límites de tiempo y lugar.
Hablar de ley lingüística, en general es abrazar un fantasma.
La ley sincrónica es general, pero no es imperativa. Se impone a los individuos por la sujeción del uso colectivo, pero
no vemos en ello una obligación relativa a los sujetos hablantes. En la lengua ninguna fuerza garantiza el
mantenimiento de la regularidad cuando reina en algún punto. La ley sincrónica, simple expresión de un orden
existente, consigna un estado de cosas. En resumen, si se habla de ley en sincronía, es en el sentido de orden y
arreglo, de principio de regularidad.
La diacronía supone, por el contrario, un factor dinámico por el cual se produce un efecto, un algo ejecutado. Pero
este carácter imperativo no basta para que se aplique la noción de ley a los hechos evolutivos; no se habla de ley
más que cuando un conjunto de hechos obedece a la misma regla, y, a pesar de ciertas apariencias contrarias, los
sucesos diacrónicos siempre tienen carácter accidental y particular. Los hechos diacrónicos son particulares; la
alteración de un sistema se cumple por la acción de sucesos que no solo le son extraños, sino que están aislados, sin
formar un sistema entre sí.
En resumen, los hechos sincrónicos, sean cuales fueren, representan cierta regularidad, pero no tienen carácter
imperativo. Los hechos diacrónicos, por el contrario, se imponen a la lengua, pero nada tienen de general. Ni unos ni
otros están regidos por leyes en el sentido definido arriba, y si con todo se quiere hablar de leyes lingüísticas, es
término abarcará significaciones enteramente diferentes según que lo apliquemos a cosas de uno o de otro orden.
¿Hay un punto de vista pancrónico?
La cuestión es si se podrá estudiar en la lengua relaciones que se verifican en todas partes y para siempre. La
respuesta que da Saussure es que sí, hay reglas que sobreviven a todos los acontecimientos. Pero esos son principios
generales que existen independientemente de los hechos concretos.
Consecuencias de la confusión de lo sincrónico y lo diacrónico.
Dos casos se pueden presentar:
a. La verdad sincrónica parece ser la negación de la verdad diacrónica y, viendo las cosas superficialmente, se le
ocurrirá a alguien que hay que elegir entre ambas.
No es así, ya que no es necesario elegir porque cada verdad subsiste sin excluir a la otra.
b. La verdad sincrónica concuerda de tal modo con la verdad diacrónica que se las confunde, o bien se cree
superfluo al desdoblarlas.
Conclusiones.
Una vez que se tiene este doble principio de clasificación (lengua-habla; sincrónico-diacrónico), se puede agregar
que todo cuanto es diacrónico en la lengua solamente lo es por el habla. En el habla es donde se halla el germen de
todos los cambios: cada uno empieza por ser práctica exclusiva de cierto número de individuos antes de entrar en el
uso.
La lingüística sincrónica se ocupará de las relaciones lógicas y psicológicas que unen términos coexistentes y que
forman sistema, tal como aparecen a la conciencia colectiva.
La lingüística diacrónica estudiará por el contrario, las relaciones que unen términos sucesivos no percibidos por una
misma conciencia colectiva, y que se reemplazan unos a otros sin formar sistema entre sí.
Capitulo IV. El valor lingüístico.
La lengua como pensamiento organizado de la materia fónica.
En el funcionamiento de la lengua (sistema de valores puros) entran en juego dos elementos: ideas y sonidos.
El papel característico de la lengua frente al pensamiento no es el de crear un medio fónico material para la
expresión de las ideas, sino el de servir de intermediaria entre el pensamiento y el sonido, en condiciones tales que
su unión lleva necesariamente a deslindamientos recíprocos de unidades. El pensamiento debe precisarse al
descomponerse. El “pensamiento-sonido” implica divisiones y la lengua elabora sus unidades al constituirse entre
dos masas amorfas.
Se podría llamar a la lengua el dominio de las articulaciones, cada termino linguistico es un miembro, un articulus
donde se fija una idea en un sonido y donde un sonido se hace el signo de una idea. La lengua es comparable a una
hoja de papel donde el pensamiento es el anverso y el sonido el reverso: no se puede cortar uno sin cortar el otro.
La lingüística trabaja pues, en el terreno limítrofe donde los elementos de dos órdenes se combinan, esta
combinación produce una forma, no una sustancia.
La colectividad es necesaria para establecer valores cuya única razón de ser está en el uso y en el consenso
generales; el individuo por sí solo es incapaz de fijar ninguno.
El valor lingüístico considerado en su aspecto conceptual.
Cuando se habla del valor de una palabra se habla de la propiedad que tiene la palabra de representar una idea, y
ese es uno de los aspectos del valor lingüístico.
El valor tomado en su aspecto conceptual, es un elemento de la significación.
La lengua es un sistema donde todos los términos son solidarios y donde el valor de cada uno no resulta más que de
la presencia simultánea de los otros. Los valores están siempre constituidos:
1. Por una cosa desemejante susceptible de ser trocada por otra cuyo valor está por determinar.
2. Por cosas similares que se pueden comparar con aquella cuyo valor está por ver.
Estos dos factores son necesarios para la existencia de un valor. Una palabra puede trocarse por algo desemejante:
un idea; además, puede compararse con otra cosa de la misma naturaleza: otra palabra. Su valor no estará fijado
mientras nos limitemos a consignar que se puede “trocar” por tal o cual concepto, es decir, que tiene tal o cual
significación; hace falta además compararla con los valores similares, con las otras palabras que se le pueden
oponer. Su contenido no está verdaderamente determinado más que por el concurso de lo que existe fuera de ella.
Como la palabra forma parte de un sistema, está revestida no sólo de una significación sino también de un valor.
Dentro de una misma lengua, todas las palabras que expresan ideas vecinas se limitan recíprocamente: los
sinónimos no tienen valor propio más que por oposición. Al revés, hay términos que se enriquecen en contacto con
otros. El valor de todo término está determinado por lo que lo rodea.
No hay correspondencia exacta de valores para el sentido entre lenguas, ya que las palabras no están encargadas de
representar conceptos dados de antemano.
Cuando se dice que los valores corresponden a conceptos, se sobreentiende que son puramente diferenciales,
definidos no positivamente por su contenido, sino negativamente por sus relaciones con los otros términos del
sistema. Su más exacta característica es la de ser lo que otros no son.
El valor lingüístico considerado en su aspecto material.
Lo que importa en la palabra no es el sonido por sí mismo, sino las diferencias fónicas que permiten distinguir una
palabra de todas las demás, pues ellas son las que llevan la significación.
Puesto que no hay imagen vocal que responda mejor que otra a lo que se le encomienda expresar, es evidente,
hasta a priori, que nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado en otra cosa que en su no-coincidencia con el
resto. Arbitrario y diferencial son dos cualidades correlativas.
Es imposible que el sonido, elemento material, pertenezca por sí a la lengua. Para la lengua no es más que una cosa
secundaria. Todos los valores convencionales presentan este carácter de no confundirse con el elemento tangible
que les sirve de soporte. El significante lingüístico, en su esencia, de ningún modo es fónico, es incorpóreo,
constituido no por su sustancia material, sino únicamente por las diferencias que separan su imagen acústica de
todas las demás.
Este principio es esencial, por lo que se aplica a todos los elementos materiales de la lengua.
El signo considerado en su totalidad.
Todo lo procedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Pero en la lengua solo hay diferencias
sin términos positivos. La lengua no comporta ni ideas ni sonidos preexistentes al sistema linguistico, sino solamente
diferencias conceptuales y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. La prueba está en que el valor de un
término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con el solo hecho de que tal otro término vecino
haya sufrido una modificación.
Pero decir que en la lengua todo es negativo es verdad sólo cuando se toman aisladamente significado y
significante: cuando se toma al signo en su totalidad, nos hallamos ante una cosa positiva en su orden. Un sistema
lingüístico es una serie de diferencias de sonidos combinados con una serie de diferencias de ideas; pero este
enfrentamiento de cierto número de signos acústicos con otros tantos cortes hechos en la masa del pensamiento
engendra un sistema de valores; y este sistema es lo que constituye el lazo afectivo entre los elementos fónicos y
psíquicos en el interior de cada signo. La combinación de significado y significante es un hecho positivo.
Capitulo V. Relaciones sintagmáticas y asociativas.
Definiciones.
Las relaciones y diferencias entre términos se desarrollan en dos esferas distintas, cada una generadora de cierto
orden de valores. Ellos corresponden a dos formas de nuestra actividad mental, ambos indispensables a la vida de la
lengua.
En el discurso, las palabras contraen entre sí, en virtud de su encadenamiento, relaciones fundadas en el carácter
lineal de la lengua, que excluye la posibilidad de pronunciar dos elementos a la vez. Los elementos se alinean uno
tras otro en una cadena del habla. Estas combinaciones que se apoyan en la extensión se llaman sintagmas, y se
componen siempre de dos o más unidades consecutivas. Colocado en sintagma, un término solo adquiere su valor
porque se opone al que le precede o al que le sigue o a ambos. Ej: “re-leer”, “contra todos”, “la vida humana”, “si
hace buen tiempo, saldremos”, etc.
Fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la memoria, y asi se forman grupos en el
seno de los cuales reinan relaciones muy diversas. Ej: la palabra española enseñanza, hará surgir inconscientemente
en el espíritu otras palabras (enseñar, o bien templanza, esperanza, o bien educación, aprendizaje); todas estas
palabras tienen algo en común. Estas coordinaciones de palabras ya no se basan en la extensión; su sede esta en el
cerebro, y forman parte de ese tesoro interior que constituye la lengua de cada individuo. Las llamaremos relaciones
asociativas.
Relaciones sintagmáticas.
No basta considerar la relación que une las diversas partes de un sintagma (Ej: contra y maestre en contramaestre),
sino que también hace falta tener en cuenta la relación que enlaza la totalidad con sus partes (Ej: contramaestre
opuesto a contra y a maestre).
La oración es el tipo de sintagma por excelencia. Pero la oración pertenece al habla, no a la lengua; ¿No se sigue de
aquí que el sintagma pertenece al habla? No lo creemos así. Lo propio del habla es la libertad de combinaciones; hay,
pues, que preguntarse si todos los sintagmas son igualmente libres.
En el dominio del sintagma no hay límite señalado entre el hecho de lengua, testimonio de uso colectivo, y el hecho
de habla, que depende de la libertad individual.
Relaciones asociativas.
Los grupos formados por asociación mental no se limitan a relacionar dominios que presentan algo de común; el
espíritu capta también la naturaleza de las relaciones que los atan en cada caso y crea con ello tantas series
asociativas como relaciones diversas haya. La asociación puede basarse en la mera analogía de los significados o en
la simple comunidad de las imágenes acústicas. Por consiguiente, tan pronto hay comunidad doble del sentido y de
la forma, como comunidad de forma o de sentido solamente. Una palabra cualquiera puede evocar todo lo que sea
susceptible de estarle asociado de un modo u otro.
Mientras que un sintagma evoca en seguida la idea de un orden de sucesión y de un número determinado de
elementos, los términos de una familia asociativa no se presentan ni en un numero definido ni en un orden
determinado. Sin embargo, de estos dos caracteres de la serie asociativa (orden indeterminado y número indefinido)
sólo el primero se cumple siempre; el segundo puede faltar.