Custodia Compartida de Los Hijos
Custodia Compartida de Los Hijos
Custodia Compartida de Los Hijos
1. Introducción ***
Este trabajo también tiene una segunda virtud, que es sustentar al incorporar al
Derecho de la Infancia en el Derecho de la Personalidad y alejarse de las
tradicionales disquisiciones del Derecho Patrimonial Civil o lo que podemos
denominar la hermenéutica clásica del Derecho Civil patrimonial. De esta forma, la
obra de la autora recurre constantemente a aspectos económicos, psicológicos y
sociológicos sin los cuales no es posible aplicar, ni entender el Derecho de la
Infancia. También, Lathrop, en sus análisis, recurre tanto al Derecho comparado -y
en especial a países como Canadá, Suecia, Alemania, Australia, Inglaterra,
Holanda, Italia, Francia, España y Estados Unidos de América-, como a estudios
sobre Infancia de diversa índole.
2. primer capítulo
Para entender el trabajo de Lathrop no se debe pasar por alto su primer capítulo,
que es esencial por cuanto recurre a categorías conceptuales del Derecho
comparado, que recién, en los últimos años, se están comenzando a incorporar en
nuestro Derecho. Así, entre nosotros, aún no se distingue entre ámbitos de la
relación filial conjuntos e indistintos y se regulan las facultades y deberes con
relación a los hijos con una matriz conceptual que nos fue dada en la época de la
formación de la República (basadas fundamentalmente en el Código Civil de Bello )
y que son incompatibles con el avance del Derecho de la Infancia 2. Por ello se debe
hacer un esfuerzo en entender, en este contexto, conceptos del Derecho
comparado como el ejercicio y la titularidad de la patria potestad del Derecho
español, la autoridad parental del Derecho francés (que no es exactamente nuestra
autoridad parental, sino el "conjunto de derechos y obligaciones que tienen como
fin el interés del hijo") o el cuidado personal del Derecho alemán.
En el capítulo primero se analizan las voces "guarda y custodia" para entender que
se trata de expresiones que en la actualidad se refieren al cuidado personal de los
hijos, ya sea ejercido por los padres o, incluso, por un tercero. También la autora
nos indica que el cuidado personal, en la medida que los padres vivan juntos, se ha
asimilado a la patria potestad -aunque en realidad se refiere a su ejercicio-. Cabe
recordar que, en la inmensa mayoría de los ordenamientos jurídicos, la patria
potestad comprende tanto aspectos personales como patrimoniales. En este
sentido, se debe tener presente que la gran distinción, antes de la Reforma
española del 2005, era entre cuidado personal, y titularidad y ejercicio de la patria
potestad. El cuidado personal era una de las facultades del ejercicio de la patria
potestad. A este respecto la autora indica que si bien es verdad que la distinción
entre guarda y custodia y cuidado personal de los hijos, en la mayoría de los casos
se desdibuja, en la medida que los padres vivan juntos, dicha distinción siempre
está latente. Así, se apreciaría en la responsabilidad de los padres que tienen la
guarda y custodia del niño o niña respecto de los daños que éste produzca. Por una
parte, ambos padres serían responsables por cuanto a ellos les corresponde por
regla general la guarda y custodia, independientemente que el cuidado esté a cargo
de uno de ellos. A su vez, la guarda y custodia exige una inmediatez que admite
que el titular no tenga el cuidado y custodia (página 58). En este sentido, se define
la guarda y custodia, siguiendo a M. García Pastor, como "el conjunto de funciones
parentales que requieren el contacto constante entre el adulto y el niño". Sin
embargo, para Lathrop esta concepción de guarda y custodia, es más bien
restringida, por cuanto se contrapone con una más amplia que alcanza a la
educación y formación integral de los hijos, y que sobrepasa el mero cuidado o
protección física de éstos (página 58). Así al trabajo de Lathrop se puede agregar
que, sin lugar a dudas, este deber de educación de los padres está íntimamente
ligado a la patria potestad3. A través de este deber se pretende lograr una
formación integral del niño. Este deber de educación es accesorio al ejercicio de la
patria potestad. Pero, el padre que tiene la guarda y custodia del niño tendrá
ciertos atributos exclusivos, que corresponden a la educación cotidiana de éste (el
otro padre tendrá una deber-facultad de información y controlsobre esta facultad).
En consecuencia, el deber de educación, en los aspectos relacionados con los
derechos de la personalidad, corresponderá a ambos padres, a pesar que sólo uno
de ellos tenga la guarda y custodia. La guarda otorga un deber-facultad de
educación exclusiva al guardador que se ejerce dentro de los límites naturales de la
guarda4.
El tercer acápite del trabajo de Lathrop es muy interesante por cuanto se refiere a
los criterios de atribución de la guarda y custodia (página 106 a 182).
La autora identifica tres áreas en las cuales el Derecho americano presenta fallas en
torno al interés superior del niño; como lo son (i) la de la suficiencia y relevancia de
la información para poder decidir sobre los derechos de la infancia; (ii) la predicción
del futuro del niño y (iii) lo que se entiende, en definitiva, por el interés del hijo. Sin
perjuicio de lo cual, en los países del Common Law se ha hecho un gran esfuerzo
por señalar lo que se entiende por interés superior del hijo y además por
concretizarlo.
Sin perjuicio de lo anterior, la autora nos aclara que la Reforma del 2005
modificaría esta situación al apegarse al artículo 12 de la CNUDN, que establece
que el niño debe ser oído, atendiendo sólo a su suficiente juicio y discernimiento 8. A
ella no le parece que este sea un mal criterio; pero es, sin lugar a dudas, una mala
señal9. Es verdad que los tribunales, siguiendo una jurisprudencia ya sentada en el
Derecho español, exigen la comparecencia de los niños mayores de doce años; y
que la CNUDN no establece dicho derecho como un deber para los jueces; pero ello
se debe sólo a que la CNUDN es naturalmente una convención de mínimos, como
se aprecia de su proceso de aprobación. Para aprobar la Convención hubo que
conciliar muchos intereses distintos, por eso es precisamente que su interpretación
debe atender más a su sentido que a la literalidad de sus preceptos. De este modo
se debe tender a la aplicación progresiva de este derecho. El espíritu de la CNUDN
es promover el desarrollo gradual de la persona hasta la plena capacidad, por lo
que el establecer un principio de obligatoriedad, que tiene excepciones, que
implique escuchar necesariamente a los niños de doce años es un avance.
3. Capítulo segundo
El capítulo segundo trata del ejercicio de la guarda y custodia de los hijos. Este
capítulo comienza distinguiendo entre situaciones de normalidad familiar, por una
parte, y de ruptura entre los padres, por la otra. La regla general, en situaciones de
regularidad matrimonial, es el ejercicio conjunto. Pero, en realidad, en dicha
situación raramente los padres recurrirán a tribunales para arreglar sus diferencias.
Sin perjuicio de lo cual, la asignación conjunta es un acierto, por cuanto incentiva el
diálogo entre los padres. En todo caso, los desacuerdos de los padres, a diferencia
de lo que sucede en el Derecho chileno, están regulados en el Derecho español que
distingue si ellos son reiterados o no13. Si no son reiterados, el juez resolverá el
problema, a solicitud de uno de los padres, escuchando a ambos y al hijo, si tuviere
suficiente juicio y discernimiento; en cambio si son reiterados el juez puede atribuir
parcial o totalmente la patria potestad, y por ende, la guarda, o distribuir entre
ellos sus funciones por un período máximo de dos años (página 206).
El artículo 156 del CCE asigna el ejercicio de la patria potestad, en la medida que
los padres vivan separados, al padre que convive con el niño. La autora entiende,
como lo hace la mayoría de la dogmática española, que esta es una regla de
aplicación general y desecha la interpretación por la que sólo procedería respecto
de los hijos extra-matrimoniales. Esta regla es muy interesante por cuanto
reconoce la realidad de los hechos; pero no es una regla de asignación de la patria
potestad propiamente tal. La asignación definitiva, e incluso eventualmente
transitoria, de la patria potestad, a falta de acuerdo, corresponde a los tribunales,
que debe considerar otros antecedentes. En el fondo, la regla establecida en el
artículo 156 del CCE evita la judicialización del conflicto, estableciendo una
asignación transitoria. Y el sustento de esta solución legal y transitoria es el respeto
al “statu quo”, al mantener los hijos con el padre que viva con ellos. Así, la autora
nos señala que “…el criterio legal general de atribución del ejercicio de la patria
potestad cuando los padres no conviven está contenido en el art. 256, párrafo
quinto, del CC. Se trata de una situación de hecho no sometida a conocimiento
judicial a la cual el ordenamiento jurídico da una solución automática” (página
211). Por ello, la asignación definitiva, o incluso transitoria, de la patria potestad se
debe hacer conforme al artículo 159 del CC, que dispone que “[s]i los padres viven
separados y no decidieren de común acuerdo, el juez decidirá, siempre en beneficio
de los hijos, al cuidado de qué progenitor quedarán los hijos menores de edad. El
juez oirá, antes de tomar esta medida, a los hijos que tuvieran suficiente juicio y,
en todo caso, a los que fueran mayores de doce años”.
4. Capítulo tercero
Lathrop analiza en las siguientes páginas de su obra, de una forma muy inteligente,
la custodia compartida y la igualdad desde una perspectiva formal y material. Así,
la autora subraya la importancia que han tenido la agrupación de padres separados
y divorciados en la promulgación de la Reforma, introducida por la Ley Nº 15/2005,
a la legislación civil y la oposición que dicha Reforma ha generado en parte del
mundo feminista. Para algunos grupos feministas, dada la diferencia de
remuneración entre hombres y mujeres, la custodia compartida se traducirá en una
importante herramienta de presión para que las madres cedan sus derechos a
cambio de mantener la custodia de los hijos, llevando esta legislación en definitiva
a una discriminación en el resultado. Sin perjuicio de ello, coincidimos con la autora
que el juez posee las herramientas para evitar este peligro.
En definitiva, Lathrop deja en evidencia que la Reforma española del 2005 es una
consecuencia necesaria del principio de no discriminación entre sexos, que ha sido
reconocido en una diversidad de normas, tanto de la UE como del Estado español
(artículo 3º de la LOIE).
Nuestra autora define al SAP, siguiendo a Aguilar Cuenca y Sánchez Iglesias, como
“un trastorno caracterizado por el conjunto de síntomas que resultan del proceso
por el cual un progenitor (alineador) transforma la conciencia de sus hijos mediante
distintas estrategias, con el objeto de impedir, obstaculizar o destruir sus vínculos
con el otro padre o madre, hasta hacerla contradictoria con lo que debería
esperarse de su condición” (página 385). Las manifestaciones del SAP se ordenan
en siete que podríamos resumir como una identificación con el padre alienador y un
desprecio hacia el padre no custodio tan arraigado, que se presenta como
pensamiento autónomo del niño. Al respecto la autora nos aclara que “[l]os
expertos han señalado que, dependiendo del grado de manifestación del SAP, que
puede ser leve, moderado o severo, los jueces deben adoptar decisiones que
impliquen un cambio sustancial de la realidad que vive el hijo (nota al pie)” (página
386). El informe psicosocial será de trascendental importancia en la acreditación del
SAP. Y dicha prueba es de tal relevancia que el Estado alemán fue condenado por
una sentencia del TEDH, de 13 de julio del 2000, por negarse a la verificación del
SAP por parte de la madre, ante su negativa de respetar un régimen de
comunicación con el padre respecto de un niño de cinco años de edad. En su
versión más negativa el SAP nos señala Lathrop se manifiesta en el “Síndrome de la
Madre Maliciosa Asociado al Divorcio” (página 388).
La autora, antes de entrar en el análisis del artículo 92 del CCE, señala cuál es la
posición de la doctrina y la jurisprudencia en torno a la aplicación de la guarda y
custodia compartida. A pesar que los argumentos que se pueden dar en contra de
la guarda y custodia compartida, aún en caso que dicha figura proceda contra la
voluntad de uno de los padres –que quiera detentar la patria
potestad de forma exclusiva–, son más bien débiles, los tribunales españoles
aplican esta figura de forma más bien excepcional. A pesar que la asignación de la
guarda y custodia es más bien indistinta, la regulación española vela por los
derechos del niño por cuanto establece facultades y deberes para el padre no
custodio. De esta forma, en los hechos la custodia y la patria potestad exclusiva, en
el Derecho español, se asemeja bastante a un sistema de cuidado o patria potestad
compartida. Nuestra legislación, en cambio, es muy atrasada, si se la compara con
la española, por cuanto establece un sistema de asignación indistinta o exclusiva,
en el que el padre no custodio sólo tiene una relación directa y regular, que se
reduce a una comunicación de cuatro días al mes. A lo que se suman reglas débiles
para hacer cumplir incluso este precario régimen. Ello lleva a que lo que tengamos,
sea lo que en economía aplicada se denomina un juego de ganancia cero o cercana
a cero. Ello se debe a que no se aprecia que la legislación cree los incentivos para
que los padres tengan lo que se denomina una conducta cooperativa. Así, la
regulación chilena es muy deficiente, como se puede apreciar si aplicamos la teoría
de los juegos. Dada nuestra regulación, si el derecho se suele asignar a la madre,
ésta no tiene por qué negociar con el padre. Para reproducir los incentivos que
genera nuestra legislación, analícese el cuadro Nº 1. En el juego que se plantea a
continuación es la madre quién decide, si acceder o no al cuidado compartido (ella
es la única que puede iniciar la partida por cuanto a ella se le asigna el cuidado
personal y las facultades y parte de los deberes de la filiación de forma exclusiva).
Para apreciar los efectos de nuestra legislación con asignación exclusiva de cuidado
personal, supongamos que la madre puede decidir cooperar o no. En el caso que
coopere generará un beneficio para ella (primer número de cada casillero), para el
padre (segundo número de cada casillero) y para el hijo (tercer número de cada
casillero). Nótese que el óptimo social se produce en el casillero superior izquierdo,
en el cual ambos padres cooperan, lo que lleva a que padres e hijos se beneficien
(en dicho casillero se genera un beneficio social de 18 unidades).
Lamentablemente, dada nuestra regulación, el equilibrio en el juego será de los que
se llaman “nash equilibrio” o equilibrios no óptimos. El equilibrio no óptimo se
producirá en los casilleros inferiores. En dichos casilleros, la madre no cooperará,
frente a lo cual el padre puede cooperar (casillero inferir izquierdo) o no hacerlo
(casillero inferior derecho), con relación al hijo. En caso que la madre no coopere,
el padre podrá hacer esfuerzos adicionales a los mínimos que le exige la legislación,
permitiéndole a la madre adueñarse de parte de su beneficio, lo que generará un
beneficio social de 10 unidades (el padre coopera, y se auto-perjudica, en favor de
su hijo) o negarse a cooperar, generando una pérdida social de 18 unidades. Este
ejercicio bastante realista en torno a las acciones que tomarán los jugadores, dada
nuestra actual regulación y las jugadas de los otros jugadores, demuestra que lo
óptimo es el cuidado conjunto, con asignación excepcional indistinta del cuidado
personal, de acuerdo al interés superior del niño.
Cuadro Nº 1
5. Capítulo cuarto
Además, la autora establece los requisitos para la guarda y custodia compartida, los
que básicamente presuponen el acuerdo de los padres y una buena cooperación y
comunicación entre ellos. Lathrop además se refiere al contenido de la guarda y
custodia compartida. A este respecto se pueden producir diversas situaciones. Una
de ellas, que no critica la autora, es que uno de los padres tenga la residencia
principal. Al respecto, nos parece que ciertamente se acerca mucho a este régimen,
uno que establezca un ámbito amplio de comunicación directa y regular y no,
necesariamente, una custodia y guarda compartida. A pesar que, en cierto grado,
la custodia compartida es incompatible con una residencia principal, el Derecho de
la Infancia no debe inclinarse antes soluciones absolutas. El que uno de los padres
tenga la residencia principal trae como consecuencia que el otro tenga menores
atribuciones; pero ello puede ser perfectamente normal y conveniente para el hijo.
La regulación del contenido de la guarda y custodia está íntimamente ligada al
ejercicio de la patria potestad y exige una regulación “en concreto” por parte del
juez. Así, aunque parezca extraño, la guarda y custodia compartida supone una
atribución de contenido del ejercicio de la patria potestad, que no necesariamente
es conjunto, por cuanto las habilidades de los padres y los acuerdos, en torno a
ella, pueden llevar a que no sea conveniente que todas las facultades sean
conjuntas. De este modo, si, por ejemplo, uno de los padres tiene habilidades
deportivas es mejor que sea éste el que se encargue de dichas aficiones, o puede
ser que el otro tenga afinidades religiosas, que lleven a que sea éste el encargado
de dicha educación. Por ello, la guarda y custodia compartida supone la regulación
por parte del juez del contenido del ejercicio de la patria potestad. En este punto
nos separamos de la Lathrop, que parece inclinarse por la declaración de un padre
como custodio principal. Nos parece además, que no puede haber un deber de
custodia y vigilancia respecto de la guarda y custodia compartida, pero si lo puede
haber respecto del contenido del ejercicio de la patria potestad indistinta. Así,
aunque no existen soluciones absolutas, la opción por una residencia principal y un
modelo en que uno de los padres convive la mayoría del tiempo con el niño
desdibuja, en cierto grado, la guarda y custodia compartida. En este supuesto,
renace el deber de vigilancia, desde el momento en que la guarda y custodia
conjunta no es tal (páginas 507 a 509). Por otra parte, la autora nos aclara que la
guarda y custodia compartida no necesariamente tiene que ver con el pernoctar,
sino tiene que guarda relación con la convivencia diaria. Así, nos indica “[p]ara
nosotros, si bien en este caso el menor no cambia de una vivienda a otra, no deja
de ser una custodia compartida, pues se trata solamente de una especial
distribución del espacio en el cual se convive con los hijos” (página 510),
agregando más adelante que “…resulta completamente compatible con la custodia
compartida el establecimiento de su residencia sólo con uno de sus progenitores”
(página 511). Además, Lathrop nos aclara que la custodia compartida está
relacionada con la convivencia cotidiana de ambos padres con el hijo (Cfr.
Dogliotti).
En cuanto al Derecho chileno, hace algún tiempo los autores se inclinaban por una
interpretación rígida de los artículos 225.1º y 3º del CC, lo que llevaba a desechar
la custodia compartida, pero se aprecia que esta forma de cuidado se terminará
imponiendo vía reforma legal o interpretación jurisprudencial 24.
6. Conclusiones
Para finalizar esta obra rechaza la custodia compartida como régimen supletorio,
señalando la conveniencia, que el juez establezca la custodia compartida a petición
de los padres. Entre los requisitos indispensables para ello, la autora nos señala el
acuerdo de los padres y desecha la posibilidad que el juez la decrete a petición de
uno de los padres. En este sentido, Lathrop estudia adecuadamente el artículo 92,
apartado 8º del CC, reformado por la Ley Nº 15/200525, que admite esta
posibilidad.