Cioran y Pessoa

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Esa nefasta clarividencia de Cioran y Pessoa

Susan Hernández
Universidad Tecnológica de Pereira

En la obsesión de ese tedio extremo


veo yo la razón de mi fracaso espiritual.
Cioran
Introducción

Trazar una relación entre Cioran y Soares, el heterónimo más cercano a Pessoa, que
vaya más allá de la mera similitud es una cuestión problemática. Por una parte, porque
entre ambos autores no hay un diálogo que justifique tal relación, y por otra, porque no nos
referiremos propiamente a Pessoa, sino a una de sus personalidades literarias. Sin
enfocarnos en el segundo aspecto, que sin duda alguna da pie para un trabajo mucho más
complejo y extenso, es preciso advertir de antemano sobre todo para los conocedores de la
amplia obra de Pessoa, que si entre los múltiples heterónimos del pensador portugués
apelamos para el presente texto solamente a El libro del desasosiego bajo la autoría de
Bernardo Soares, se debe a que este es un libro dispuesto a tratar de la experiencia del tedio
a nivel concreto a manera de diario, y a nivel teórico propiamente desde un marco estético.

Respecto al primer punto señalado, que es al que nos dirigiremos en el presente escrito,
se pretende evidenciar más que una relación directa, un encuentro entre Cioran y Pessoa
entorno a la experiencia del tedio y las implicaciones de esta en sus reflexiones sobre la
existencia y más específicamente sobre el ser humano. Cabe destacar, que el trasfondo de
este escrito no solamente desborda la tradición filosófica occidental, centralizada en una
idea de sujeto en el que impera la claridad y la coherencia, sino además cuestiona el ethos
de esta cultura que impone tales elementos como ideales imprescindibles para la vida
cotidiana.
La abdicación a la existencia que tiene lugar en los escritos de estos pensadores y que se
desarrollará a continuación, tiene sus gérmenes en el moralismo, centrado en describir la
debilidad y contradicción de la condición humana, y en diversos movimientos
contestatarios al logocentrismo moderno cada vez más arraigado en las diversas esferas de
la cultura, soslayando elementos más íntimos del hombre de los cuales se pueden derivar
sus juicios con respecto a sí, al otro y al mundo, como las pasiones o las ideas estacionarias
y relativas negadas por el egiptismo tan característico de los grandes sistemas filosóficos.

El tedio, el aburrimiento y otros estados anímicos con los cuales estos se relacionan o de
los que son sinónimos (spleen, ennui, saudade), tienen un rol fundamental sobre todo en
los movimientos estéticos (Baudelaire o Mallarmé) y filosóficos del fin de la modernidad
(Heidegger-Sartre), puesto que estos son llamados a la reflexión como estados inherentes a
la época en el que se diluyen los grandes ideales modernos o estados intrínsecos de la
cotidianidad humana. De esto son testigos, como lo sugiere Eduardo Berti en ‘Breve
historia del spleen’ las amplias investigaciones y referencias sobre estas cuestiones que
ganaron espacio en los círculos intelectuales del siglo XIX y XX.

Aunque tales gérmenes abren una brecha a las inflexiones respecto a la idea de sujeto
que le da una forma coherente y racional a los acontecimientos, en el que este se muestra a
través de su razón dueño de sí mismo y de su destino histórico, detenernos en ellos y en la
relación de estos con Cioran y Pessoa, equivale a un análisis de tipo contextual, que desvía
el objeto de este escrito que tiene el fin de abarcar una idea general de la insolubilidad e
insustancialidad inherentes al ser humano, además de comprometer de manera implícita
como ya se sugirió, la forma de vida y las costumbres de las que esta racionalidad es vigía,
pues en todo caso se trata de evidenciar una perspectiva en la que los proyectos y los actos
particulares no conducen a ningún fin ni a ningún sentido último, adquiriendo o
rectificando la invalidez, puesto que esta es una óptica negativa, pero también la validez de
las elecciones de formas de vida alternativas, como las de los pensadores en cuestión.
Para dar paso al tema central de esta ponencia, cito a Cioran y a Pessoa, para dejar
entrever las derivaciones de estas posiciones, ya que de manera igualmente opaca se
dejaron ver sus precedentes, que pueden ya encontrarse en la cultura del tedio y el
moralismo, pero que a falta de espacio e indagación, no nos queda más que callar al
respecto.

Sí, yo también soy vago y pedigüeño...


Ser vago y mendigo no es ser vago y mendigo:
Es estar fuera de la jerarquía social...
Álvaro de Campos

(…) el principio del mal reside en la tensión de la voluntad, en la ineptitud para el quietismo, en la
megalomanía prometeica de una raza que revienta de ideal, que estalla bajo sus convicciones y la
cual, por haberse complacido en despreciar la duda y la pereza -vicios más nobles que todas las
virtudes-, se ha internado en una vía de pernición, en la historia, en esa mezcla indecente de
banalidad y apocalipsis... Cioran

La existencia como ruptura

Es indudable que el centro de las cavilaciones de Cioran y Pessoa/Soares, es el hombre


en su irrevocable ruptura con la totalidad. A diferencia de los grandes sistemas filosóficos
que intentan desvelar la esencia humana en su íntima relación con el todo, ambos
pensadores hacen un señalamiento a la existencia desprovista de añadidos metafísicos que
le dan un estatuto privilegiado, mostrándola en su desnudez, contradictoria e insignificante
destinada a la mediocridad. Así, como bien lo indica Rosset en su escrito dedicado a Cioran
“El don de la existencia es un regalo emponzoñado, puesto que viene acompañado a la
fuerza por una cruel atribución de pequeñez en el orden de lo infinito (…)” (Rosset 2002:
122)

Aunque la insignificancia de la existencia indicada por Rosset sea general, es preciso


puntualizar algo que separa de manera definitiva al ser humano de lo demás: su conciencia.
La conciencia hace que el hombre se desdoble de su condición natural, por ella se pregunta,
reflexiona, interpreta, da sentido, en otras palabras se individualiza frente al todo, crea una
realidad propia tejida de diferencias. Nada más ajeno al hombre que la idea de identidad
donde las cosas tienen un marco definitivamente fijado, diferente de aquel, condenado a
inventarse, es decir, a hacerse un camino simulado fuera de la naturaleza. Razón por la cual
es posible pensar que lo más propio del ser humano sea el quebrantamiento de una unidad
anhelada “(...) creo más bien que algo se resquebrajó cuando el hombre comenzó a
manifestarse, algo se rompió en él, quizá al convertirse en hombre propiamente dicho”
(Cioran, 1996: 96).

Como consecuencia de tal ruptura, la conciencia suele estar vinculada con la


intranquilidad e insaciabilidad del carácter humano, proveniente de la voluntad la cual hace
que el salga de lo real, es decir, de lo fijado y se proyecte en lo posible. Ella es la fuente
del padecimiento humano que paradójicamente lo es también del gozo alienado del hombre
común. En tal sentido la conciencia es analítica, se interroga, pero en busca de soluciones y
elecciones que configuran la red de experiencias cotidianas, que le adhieren un sentido y un
telos a la ínfima presencia humana.

El papel que cumple la voluntad en relación con la acción en Cioran y Pessoa/Soares es


determinante, dado que sin la primera no sería posible la segunda. Solo a quien su voluntad
le impone proyectos actúa, creando enlaces que se unen de una manera arbitraria para
otorgar sentidos que permiten tener la ilusión momentánea de la satisfacción de tales
proyectos. Pero ¿Acaso el cumplimiento de las proyecciones o la creencia en ellas ha
satisfecho al ser humano? Un deseo suplanta al otro y lo sobrepasa con voluptuosidad, pero
jamás llega hasta el punto de dar la sensación de plenitud en la que los demás actos serían
nulos en conformidad y complacencia con el presente, no obstante, el ser humano vive en
pos de utopías, paraísos viciados por los deseos a través de los cuales se niega la futilidad
trágica de la vida “La sensatez a la que nada fascina, recomienda la felicidad dada,
existente; el hombre la rechaza, y ese mero rechazo hace de él un animal histórico, es decir,
aficionado a la felicidad imaginaria” (Cioran, 1995: 118).
Este tipo de conciencia se tilda de inconsciente, debido a que el hombre destinado a
crear simulacros se sirve de ellos, enaltece su presencia y se crea diversas ideas y paliativos
que soslayan la finitud, incongruencia y marginalidad que le son propias, en otras palabras,
la conciencia se engaña sobre sí misma: “Vivimos en la misma inconsciencia que los
animales, del mismo modo fútil e inútil, y si prevemos la muerte, sin que sea seguro que
ellos no prevén, la prevemos a través de tantos olvidos, de tantas distracciones y desvíos,
que apenas podemos decir que pensamos en ello” (Pessoa, 2004: 261).

Explícitamente tanto Cioran como Pessoa abdican de esta forma de conciencia atada y
cegada por el deseo, que se concibe ilusoriamente en un enlace sustancial con la totalidad,
esto es, como parte fundamental de ella, siendo el eje de su sentido y coherencia. Pues para
ellos la conciencia esta desgarrada irreparablemente de su comunión con el todo, ya no se
reconoce en él y quizá nunca lo ha hecho, porque como bien lo expresa Simona Modreanu
la fuente del mal en el hombre es su irrevocable vuelco hacia la conciencia, la caída del
uno: “La no coincidencia con el caos bienhechor anterior a la herida de la individuación,
es responsable (…) de todos nuestros desgarramientos” (Modreanu, 2008: 198). Solo queda
la esperanza de un estado definitivo de sosiego, de una tranquilidad absoluta de la que no se
estaría consciente, a menos que sea ese paraíso viciado al que aspiran el común de los
mortales.

El tedio como condición de lucidez

En el aparte anterior se hizo referencia a la conciencia atada a la voluntad que genera


proyectos e ideales. Mas ¿Qué sucede cuando el hombre se encuentra desnudo ante sí
mismo con la inutilidad de la vida o lo que es lo mismo, de sus proyecciones?
Hay una particularidad que entrecruza los caminos de Cioran y Pessoa/Soares, no por
condiciones exteriores sino por sus experiencias del tedio y sus concepciones metafísicas
del mismo. El tedio para estos pensadores está ligado insoslayablemente a una concepción
negativa de la existencia por ser es el sentimiento más próximo a ella. Es el tedio el que da
lugar a una reflexión de la conciencia sobre sí misma, despojada de ideales que en todo
caso le son ajenos, percibiéndose sola y concreta en el universo; reflexión que permite en
palabras de Pessoa una Conciencia de la conciencia y en palabras de Cioran la Lucidez.

Las reflexiones de Cioran y Pessoa acerca del tedio no son pocas puesto que no solo se
ocupan y hablan de él en un aspecto teórico, en el que quizá se entrecrucen sus lecturas de
Job, Senancour, Mallarmé o Baudelaire. El tono en el que se habla del tedio es más
personalizado, incluso se podría decir que es la confesión de una experiencia cotidiana
donde la existencia de sí mismos y del mundo que los circunda les resulta vacía e
insignificante o en palabras de Rosset es “el continuo pensamiento de la igual y lúgubre
insignificancia de todas las cosas” (p. 119).

La conciencia se percibe en una abrumadora soledad desprovista de toda esperanza, pues


en su ejercicio de introspección se da cuenta que no puede ni siquiera aferrarse a sí misma,
en la medida en que todo constituye un entramado de ilusiones, un sistema de creencias sin
necesidad de nexo. Así, al margen de los demás hombres y del mundo, de las actividades y
deseos de la vida cotidiana es posible percatarse del deslinde definitivo de lo finito con lo
infinito, de la conciencia desgarrada sufriendo en el tejado espiritual “De repente estoy solo
en el mundo. Veo todo desde lo alto del tejado espiritual. Estoy solo en el mundo, ver claro
es detenerse” (Pessoa: 100). Detenerse porque no hay posibilidades de huir de la celda
infinita de la trágica existencia en la que no hay lugar de redención alguna y más aún, no
hay lugar de dejar de reflexionar acerca de ella.

En tal sentido se separa al tedio del aburrimiento, sentimiento de inquietud estacionario


puesto que aquel constituye un quebrantamiento total de las ilusiones, un desasosiego
permanente del alma cansada de vivir. Es un sentimiento primordial de resquebrajamiento e
insignificancia generalizada, propia de un ser insustancial al que le se le paralizan sus
instantes y con ellos su ser, estancado en la lentitud de las horas. Al margen de ese tiempo
que no se presta para actuar, es posible cavilar sobre la finitud del hombre olvidada como
dice Pessoa, esto significa que al margen del tiempo es posible paradójicamente pensar en
él, analizarlo y percatarse de la ínfima presencia que se olvida en la cotidianidad “Si bien
no siento el tiempo, y estoy más alejado de él que nadie, no por ello dejo de conocerlo,
observarlo sin cesar: ocupa el centro de mi conciencia” (Cioran 2003: 161).

Solo como referencia sin acogernos a ello en su amplitud, según Eduardo Berti el tedio
comentado en el presente escrito, es similar al ennui baudeleriano en el que se desprecia la
experiencia vivida y la que está por venir en medio de la sordidez de la ciudad. Sin
embargo, en Cioran y Pessoa el tedio comienza adueñándose de sus vidas y luego se
extiende a la existencia, haciendo que todo se vea con esa nefasta clarividencia irreductible
a cualquier intervalo de bienestar. El tedio es un ciclón que arrastra todo consigo, a partir
del cual se comprende la nulidad del ser, abriendo una abdicación a la vida misma y en ello
comulgan ambos autores. Dice Cioran en su conversación con J. L. Almira:

Una tarde, de verano sin duda, todo lo que me rodeaba perdió sentido, se vació, se
inmovilizó: una especie de angustia insoportable (...) Me estaba dando cuenta de la
existencia del tiempo (...) hablo del tedio esencial, que es una toma de conciencia
extraordinaria de la soledad del individuo. Me resulta un sentimiento tan ligado a la
vida, que estoy seguro de que podría sentirlo hasta en el paraíso (1996: 93).

Y en El libro del desasosiego Pessoa/Soares describe una sensación similar, de


incomodidad con la vida:
El tedio es, en efecto, el aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el
cansancio de haber vivido; el tedio es realmente la sensación carnal de la múltiple
vaciedad de las cosas. Pero el tedio, más que eso, es el aburrimiento de otros
mundos, tanto si existen como si no; el malestar de tener que vivir aunque sea como
otro, aunque sea de otro modo, aunque sea en otro mundo; el tedio es el cansancio
de hoy y mañana, de la eternidad, si es que existe, y de la nada, si es que en ello
consiste la eternidad (p. 390).

Sin embargo, aunque sea el tedio esa demoledora sensación de desasosiego que hace
renunciar a la vida, constituye el elemento fundamental de la lucidez. Solo el hombre que
sufre ese desdoblamiento de la conciencia se afirma como hombre desprovisto de toda
creencia, preso de la tragedia de la vida haciéndole frente sin posibilidad alguna de
redención. Esto es lo que olvida el hombre común con esa conciencia exterior siempre
abocada hacia el mundo y hacia la acción. En la medida en que intenta desligarse de esa
voluntad que plantea proyectos, el hombre desilusionado, falto de creencia, en su lucidez
aniquila la exigencia de lanzarse a la diferencia.

El lúcido no siente la necesidad imperiosa de actuar, pues el acto sin creencia no tiene
ningún propósito, sólo conlleva una creciente incomodidad aparte de la incomodidad
sustancial, pues implica una violencia contra la inmediatez. En contraste con esto, sabio es
quien no pretende comprender, ni lograr, porque se da cuenta de la irrealidad del mundo y
la insolubilidad de la vida negadas por los grandes y pequeños ideales del hombre común
“Solo en el devaneo absoluto, donde no interviene nada activo, donde incluso por fin la
conciencia de nosotros mismos se atolla en un lodo, solo ahí, en ese tibio y lúcido no ser -la
renuncia a la acción puede lograrse completamente. No querer comprender, no analizar...
(…) en eso consiste la sabiduría” (Ibíd: 271).

Para concluir, es necesario dejar claro que ni para Cioran ni para Pessoa el lúcido es un
privilegiado, como ningún hombre lo es en tanto que nada tiene posibilidad de salvación. El
lúcido a diferencia del hombre común margina sus ilusiones, incluso se podría decir que
aniquila a la vida sumergiéndose en ella, arrastrado y despedazado por la fatalidad del
devenir “Vivir es sufrir la magia de lo posible; pero, cuando se percibe incluso en lo
posible lo caduco por venir, todo se vuelve virtualmente pasado y deja de haber presente y
futuro” (Cioran, 2003: 159). Así pues, siendo la envidia uno de los sentimientos primarios
del hombre, Cioran y Pessoa en su condición de lúcidos no dejan de maravillarse y envidiar
lo que se sumerge en la inconsciencia, lo que no la ha alcanzado o lo que está para siempre
desprovisto de ella, anhelando el paraíso de la inconsciencia.

Bibliografía
BERTI, Eduardo, Breve historia del spleen en Revista El malpensante.com edición n° 85,
marzo- abril Bogotá 2008
CIORAN, Emil. (1995) Historia y utopía. Trad. E. Seligson, ed. Tusquets, Barcelona
____________ (1996) Conversaciones. Trad. C. Manzano, ed. Tusquets, Barcelona
____________ (2003) La caída en el tiempo. Trad. C. Manzano, ed. Tusquets, Barcelona
HERRERA, Liliana -ABAD, Alfredo. (Selección y Traducción) (2008) Cioran, los
místicos y los santos en Cioran. Ensayos críticos, Universidad Tecnológica de Pereira
PESSOA, Fernando (2004) El libro del desasosiego. Trad. P. Cuadrado, ed. El acantilado,
Barcelona
ROSSET, Clément (2000) Post-Scriptum: el descontento de Cioran en La fuerza
mayor. Notas sobre Nietzsche y Cioran Trad. R. del Hierro, ed. Acuarela, Madrid

El autor parte definiendo la diferencia distintiva que existe entre un error y un recuerdo fallido
fenómenos que expone en los capítulos anteriores, la diferencia de estos dos estriba en que en el
primero no solo no se reconoce su condición sino que se le da credibilidad, a diferencia del
recuerdo fallido que inmediatamente se le reconoce como tal. Además, aclara que se hablara de un
error de memoria y no uno por ignorancia de un tema.
Sigmund Freud nos dirá ‘’ donde aparece un error es que hay una represión {suplantación} Oculta.
Mejor dicho: hay una insinceridad, una desfiguración, qué en definitiva se apoya sobre algo
reprimido. ’’ (1901, p. 213). Es decir existe una mentira, algo que se quiere ocultar a nosotros o a
los demás, esto surge en un acto fallido, como un retorno de lo reprimido.

Nos muestra en una serie de ejemplos, de cómo esta insinceridad de algo que esta reprimido surge
en forma de lapsus a través de errores cotidianos, un ejemplo notable, es cuando expone como el
prohíbe a un paciente que siga viendo a su novia, este se convence de que no quiere seguir el
amorío con esta persona, por lo que este decide escribir una carta a esta mujer para finiquitar la
relación, antes de enviarla el sujeto decide llamar a su madre, pero resulta que se equivoca y llama
a su novia, pues en el fondo, no quería terminar su relación con esta, y a través de este lapsus
retorna lo reprimido, los otros ejemplos que expone el padre del psicoanálisis siguen el mismo
mecanismo.

Acto sintomático o casual

En los capítulos anteriores Freud plantea lapsus que en realidad son ejecuciones de motivos
inconscientes y que salen en la conducta bajo el manto de error, los lapsus que presentara en este
capítulo no se apoya en un error consciente por lo que no es reconocido como como tal, pasa
inadvertida o como una acción casual, estos actos igual a todos anteriormente descritos son
manifestaciones sintomáticas. Además, nos dirá el padre del psicoanálisis que donde se puede ver
con mayor claridad estos ‘’actos casuales sintomáticos’’ son en los neurótico.

Estas acciones sintomáticas parecen tan casuales que el ejecutante ni siquiera lo comunica sino que
se las guarda para sí. Además, advierte que hay que tener cuidado porque la línea divisoria entre
una acción sintomática y una acción fallida por simple torpeza es bastante delgada. Finalmente,
afirma que es importante detectar estas acciones porque nos dirá mucho de lo que subyace en el
paciente, el esclarecer si es un acto fallido por torpeza o por el fenómeno descrito requiere análisis.

Uno de los ejemplos, muestra una mujer se pasa a cortar la cutícula de un dedo, el autor a través
del análisis se da cuenta de que este dedo es justo donde tiene el anillo de matrimonio. Además,
recuerda de que anteriormente le hiso la interpretación de un sueño donde su marido aparece
como alguien descuidado. Entonces, este acto sintomático es la expresión de este disgusto que
siente ella con el matrimonio

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