DepartamentoDeBibliotecas 1982 CioranFragmentos
DepartamentoDeBibliotecas 1982 CioranFragmentos
DepartamentoDeBibliotecas 1982 CioranFragmentos
Universidad Departamento
de de
Antioquia Bibliotecas
E.M. Cioran
Nació en el año de 1911 en la aldea Rumana de Rasinarí, hijo de un sacerdote
ortodoxo.
Estudió filosofía en Bucarest, donde se licenció con una tesis sobre el pensamien-
to de Bergson.
A , ¿ $
En 1933, gana el premio de los jóvenes escritores Rumanos con una obra titulada
“En las cimas de la desesperación”. Becado por el Liceo Francés de Bucarest se
traslada a París para ampliar sus estudios: ahí se quedará ya para siempre.
Vive en esa época gracias a las becas como estudiante extranjero que le concede la
universidad. “Institución imbécil pero benéfica”” como dice.
Intenta ejercer como profesor de Liceo. Pero a los pocos meses se suicida una
alumna y la dirección le hace saber veladamente que le considera culpable. A
volar.
— Yo creo que un libro debe ser realmente una herida debe trastornar la vida
del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien,
azotarle, puesto que los libros que he escrito han surgido de mis malestares por no
decir mis sufrimientos, es preciso que en cierto modo transmitan ésto al lector.
Cioran fue presentado por Saint John Perse como el más grande prosista del siglo
y el filósofo cristiano Gabriel Marcel sospechó que Cioran es el diablo.
LIBROS DE CIORAN TRADUCIDOS AL ESPAÑOL
LIBROS EN FRANCES
(ALGUNOS PARCIALMENTE TRADUCIDOS)
—-—-. Essai Sur La Pensée Reactionarie. (Fata Morgana). Montepellier, Bruno Ray
Editeur, 1977. ”
--—. Estampa: Cioran, para agravar nuestros males. El Viejo Topo. Barcelona, (4):
18-19, 1974,
Arques, Rossend. Entrevista con E.M. Cioran: Los suicidas prefiguran los destinos
lejanos de la humanidad. El Viejo Topo. Barcelona, (38):27-31, Nov'79.
Fijmann, Ben Ami. Entrevista con Cioran. Eco. Bogotá, (211):80-87, May”79.
Existir es un plagio.
,
¿Le diré el fondo de mi pensamiento? ¿Toda palabra es una palabra mas?
Lo que espera un amigo son miramientos, mentiras, consuelos, cosas todas ellas
que implican esfuerzo, trabajo de reflexión, control de si mismo, la permanente
preocupación de delicadeza que la amistad supone es antinatural. Pronto, indife-
rentes O enemigos, para que se pueda respirar un poco!
Años y años para despertar de ese sueño en el que se pavoncean los otros; y
después, años y años para huir de ese despertar.
El escepticismo es la embriaguez del callejón sin salida.
a
, 1 .
¿Quién eres? Soy un extranjero para la policía, para Dios, para mí mismo.
a
Nuestra fuerza se mide por el número de creencias a las que hemos adjurado. Así;
cada uno de nosotros debería concluir su carrera como desertor de todas las
causas.
La muerte es el aroma de la existencia. Sólo ella presta gusto a los instantes, sólo
ella combate su insipidez. Le debemos casi todo. Esta deuda de agradecimiento
que de tarde en tarde consentimos en pagarle es lo más reconfortante que hay en
este mundo.
Mm
Se arrepiente uno de no haber tomado tal o cual resolución, pero más se arrepien-
te uno de cuando se ha tomado alguna, cualquiera. Mejor no actuar que asumir las
consecuencias.
Tengamos la prudencia de reconocer que todo lo que nos sucede, todo aconteci-
miento, como todo lazo, es inesencial y que, si hay un saber lo que debe revelar-
nos es la ventaja de desenvolvemnos entre fantasmas!
ñ
El vacío —yo sin yo— es la liquidación de la AVENTURA DEL YO, es el ser sin
ninguna huella de ser, un hundimiento dichoso, un desastre incomparable.
le
Fundar una familia. Creo que me hubiera sido más fácil fundar un imperio.
En una sociedad perfecta se daría la orden de desaparecer desde el instante en el
que uno comienza a sobrevivirse. La edad no sería siempre el criterio, ya que hay
tantos jóvenes que no se distinguen de los espectros. Toda la cuestión sería saber
pl elegir a aquellos cuya misión consistiría en decir la última hora de cada uno.
Si hubiese una forma común, incluso oficial, de matarse, el suicidio sería mucho
más fácil y mucho más frecuente. Puesto que para acabarse hay que buscar sus
propios medios, se pierde un tiempo precioso pensando en pamplinasy se olvida
de lo esencial,
a
Enviar un libro a alguien es cometer una violación de domicilio. Es una intrusión
en su soledad, en su bien más sagrado, es obligarlo a desistir de sí mismo para
pensar en tus pensamientos.
132
“Ni este mundo, ni el otro, ni la felicidad son para el ser poseído por la duda”.
Este pasaje del Bhaghavad Gita es mi sentencia de muerte.
E
Quisiera proclamar una verdad que me echase para siempre del mundo de los
vivos. Conozco los estados de ánimo, no las palabras para formularla.
E
Conocer en pleno jolgorio, sensaciones que hubieran dado celos a los Padres del
Yermo.
A los santos de calidad no les gustaba hacer milagros; consentían de mala gana,
como si alguien los obligara. Esta repugnancia tan viva venía sin duda del miedo a
caer en el pecado del orgullo y de ceder a la tentación de titanismo, al deseo de
igualar a Dios y robarle sus poderes.
A
Cansado no solamente de lo que se deseó, sino aún de lo que podría haberse
deseado. Cansado de todo deseo posible.
E
Cada quien ha tenido en un momento dado, una experiencia extraordinaria que
será, a causa del recuerdo que de ella guarde, el obstáculo capital para su meta-
morfosis interior.
Si queremos recobrar nuestra libertad, lo que nos cuadra es deponer el fardo de la
sensación. No reaccionar ya al mundo por medio de los sentidos, romper nuestros
lazos. Empero, toda sensación es lazo. El placer tanto como el dolor, la alegría
como la tristeza. Sólo se libera el espíritu que, puro de todo contubernio con seres
u Objetos, se ejerce en su vacuidad.
a
Retirarse a la felicidad es algo que la mayoría logra; la desdicha en cambio es
insidiosa de otro modo ¿La habéis probado alguna vez? nunca os saciarcis de ella,
la buscaréis con avidez y, preferentemente, allí donde no está, y la proyectaréls
ahí pues, sin ella, todo os parecería inútil y sin brillo. Se encuentre donde se
encuentre, expulsa el misterio y lo torna luminoso. Sabor y llave de las cosas,
accidente y obsesión, capricho y necesidad, os hará amar la apariencia en lo que
tiene de más potente, de más duradero y de más cierto, y os atará a ella para
siempre, pues “intensa”? por naturaleza, es como toda “intensidad”, servidumbre y
sujeción. ¿cómo alzarse hasta el alma indiferente y nula, hasta el alma desligada?
y ¿cómo conquistar la ausencia, la libertad de la ausencia? Nunca figurará esta
libertad entre nuestras costumbres, como tampoco “el sueño del espíritu infini-
to”.
a
Frente a pensadores desprovistos de patetismo, de carácter y de intensidad, y que
se modelan sobre las formas de su tiempo, se yerguen otros en los cuales se siente
que, en cualquier momento en que hubieran aparecido, hubieran sido semejantes a
sí mismos, despreocupados de su época, extrayendo sus pensamientos de su pro-
pio fondo, de la eternidad específica de sus taras... Prendados de su fatalidad, se
asemejan a irrupciones, fulgores trágicos y solitarios, cercanos al apocalipsis y a la
psiquiatría.
E
El espíritu en su Ímpetu, procede de nuestras funciones comprometidas: Remonta
su vuelo a medida que el vacío se dilata en nuestros órganos. Sólo es sano en
nosotros aquello por lo que no somos específicamente nosotros mismos: son
nuestros ascos los que nos individualizan; nuestras tristezas las que nos conceden
un nombre; nuestras pérdidas las que nos hacen posesores de nuestro yo. Sólo
somos nosotros mismos por la suma de nuestros fracasos.
Todo fenómeno es una versión degradada de otro fenómeno más vasto: el tiempo,
una tara de la eternidad; la historia, una tara del tiempo; la vida, tara también, de
la materia.
¿Qué será entonces lo normal, lo sano? ¿acaso la eternidad? . Ella misma no es
más que una debilidad de Dios.
En
Sin el dolor, bien lo vió el autor de la Voix Souterraine, no habría conciencia
(.....) Para que la conciencia alcance una cierta intensidad, es necesario que el
organismo sufra y que incluso se disgregue: la conciencia, en sus principios, es
conciencia de los órganos.
E
o
Nuestros males físicos, más bien causas que reflejos de nuestros males espirituales,
determinan nuestra visión de las cosas y deciden la dirección que tomarán nuestras
es
ideas.
Bn
Me destruyo a mí mismo y así lo quiero; mientras tanto, en ese clima de asma que
crean las convicciones, en un mundo de oprimidos, yo respiro; respiro a mi
manera. ¿Quién sabe? Quizá un día conozca usted el placer de apuntar a una
idea, disparar contra ella, verla yaciente, y después volver a empezar este ejercicio
con otra, con todas; este deseo de inclinarse sobre un ser, de desviarle de sus
antiguos apetitos, de sus antiguos vicios, para imponerle otros nuevos, más noct-
vos, a fin de que perezca a causa de ellos; encarnizarse contra una época o contra
una civilización, precipitarse sobre el tiempo y martirizar sus instantes; volverse
OOO
Sueño con una lengua en la que las palabras, como los puños, rompiesen las
mand íbulas.
E
El sentimiento de maldición lo conoce sólo aquél que sabe que lo experimentaría
en el mismo corazón del paraíso.
Cuando se excecra esta sarna llamada vida, y se está harto de las comezones de la
duración, la firmeza del loco en medio de todos sus agobios llega a ser una
tentación y un modelo: “que una suerte clemente nos dispense de nuestra razón”.
..Aspiro a las noches del idiota, a sus sufrimientos minerales a la dicha de gemir
con indiferencia, como si fueran los gemidos de otro, a un calvario en donde se es
extraño a uno mismo, donde los gritos propios vienen de otra parte, a un infierno
anónimo donde se baila y se rie mientras se destruye uno. Vivir y morir en tercera
persona exilarme en mi mismo, disociarme de mi nombre, distraído por siempre
del que fui... alcanzar finalmente —puesto que la vida sólo es tolerable a ese pre-
cio— —la sabiduría de la demencia—.
Limpiemos la conciencia de todo lo¡que engloba, de todos los universos que arras-
tra, purguémosla al mismo tiempo que la percepción, confirmémonos en el blan-
co, olvidemos todos los colores, salvo el quelos niega. ¡Qué paz en cuanto se
anula la diversidad, en cuanto se hurta al calvario del matiz y se precipita en lo
unitario! La conciencia como forma pura, y después la ausencia incluso de con-
ciencia.
Para evadirnos de lo intolerable, busquémosnos un derivativo, un escape, una
región en la que ninguna sensación se digne tomar un nombre ni ningún apetito se
encarne, recobremos el reposo inicial, hagamos abolir, con el pasado, la odiosa
memoria y, sobre todo, la conciencia, nuestra enemiga de siempre, cuya misión es
empobrecer, gastarnos. La inconsciencia, por el contrario, es nutritiva, fortifica,
nos hace participar en nuestros comienzos, en nuestra integridad, primitiva, y nos
vuelve a sumergir en el caos bienhechor a la herida de la individuación.
A
Voluptuoso del fracaso, busca en todo su propia mengua, nunca supera los preli-
minares de su futuro ni franquea el umbral de ninguna empresa. Rivalizando en
abulia con los ángeles, medita sobre el secreto del acto y no toma más que una
iniciativa: la del abandono. Su fe, si la tiene, le sirve de pretexto para nuevas
capitulaciones, para una degradación vislumbrada y deseada: se desploma en
Dios..... ¿Que reflexiona sobre el “misterio””? Es para hacer ver a los otros hasta
donde lleva la indignidad. Habita sus convicciones como el gusano el fruto; cae
con ellas y sólo se repone para soliviantar contra sí las tristezas que le quedan. Si
ahoga sus dones es porque, con todas sus fuerzas, ama su cansancio; avanza hacia
su pasado, desanda el camino en nombre de sus talentos.
A
El ideal sería perder, sin sufrir por ello el gusto por los seres y las cosas. Cada día
nos haría falta honrar a alguien, criatura u objeto, renunciando a él. Llegaríam
os
así, tras recorrer las apariencias y despedirlas una tras otra, el perpetuo desisti-
miento, el secreto mismo de la alegría. Todo lo que nos apropiamos, los conoci-
mientos aún más que las adquisiciones materiales, no hace más que alimentar
nuestra ansiedad; ¡A cambio, que quietud, que resplandor cuando se apacigua esta
búsqueda desenfrenada de bienes, incluso espirituales! . Ya es grave decir “Yo”,
más grave aún decir “mío” pues eso supone
un suplemento de desplome, un
refuerzo de nuestro enfeudamiento al mundo. Es un consuelo la idea de que no se
posee nada, de que no se es nada; el consuelo supremo reside en la victoria sobre
esa misma idea.
A
No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el
sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera
que respondiendo a su vocación y cumpliéndola, se agita en el interior de la
historia; sólo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su
condición de hombre, pueda reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafísica,
no puedo a ningún precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor
residuo que me quede de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel
histórico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle
con ellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindi-
car un modo exacto de hundimiento.
R
El sabio, es algo que el Oriente ha sabido siempre, se rehusa a hacer planes, no
proyecta nunca. Tú serías, pues, una especie de sabio. En verdad, algunos proyec-
tos sí que haces, pero te repugna ejecutarlos. Cuanto 'más meditas uno, más,
cuando lo abandonas, experimentas un bienestar que puede alzarse hasta el éxta-
SIS,
Todo mundo vive en y del proyecto, consecuencia del no saber: obnubilación
metafísica que alcanza las dimensiones de la especie. Parael que no está obnubila-
do, el futuro y, con mayor razón aún, todo acto que se incerte en él, no es más
que engaño, espejismo generador de asco y de espanto. o
Lo que importa no es producir, sino comprender. Y comprender significa discernir
el grado de despertar al que un ser ha llegado, su capacidad de percibir la suma de
irrealidad que entra en cada fenómeno.
El “perro celestial”
No puede saberse lo que un hombre debe perder por tener el valor de pisotear
todas las convenciones, no puede saberse lo que Diógenes ha perdido por llegar a
ser el hombre que se le permite todo, que ha traducido en actos sus pensamientos
más íntimos con una insolencia sobrenatural como lo haría un dios del conoci-
miento, a la vez libidinoso y puro. Nadie fue más franco; caso límite de sinceridad
y lucidez al mismo tiempo que ejemplo de lo que podríamos llegar a ser si la
educación y la hipocresía no refrenasen nuestros deseos y nuestros gestos.
“Un día un hombre le hizo entrar en su casa ricamente amueblada y le dijo: fsobre
todo no escupas en el suelo”. Diógenes, que tenía ganas de escupir, le lanzó el lapo
a la cara, gritándole que era el único sitio sucio que había encontrado para poder
hacerlo”. (Diógenes Laercio).
¿Quién, después de haber sido recibido por un rico, no ha lamentado no disponer
de océanos de saliva para verterlas sobre todos los propietarios de la tierra? Y
¡quién no ha vuelto a tragarse su pequeño escupitazo por miedo a lanzarlo a la
cara de un ladrón respetado y barrigón?
Somos todos ridículamente prudentes y tímidos: el cinismo no se aprende en la
escuela. El orgullo tampoco.
“Menipo, en su libro titulado La virtud de Diógenes, cuenta que fue hecho prisio-
nero y vendido y que le preguntaron qué sabía hacer. Respondió: “Mandar”, y
gritó al heraldo: “Pregunta quién quiere comprar un amo? ”
El hombre que se enfrentaba con Alejandro y con Platón, que se masturbaba en la
plaza pública (“Plugiere al cielo que bastase también frotarse el vientre para no
tener ya hambre”), el hombre del célebre tonel y de la famosa linterna, y que en
su juventud fue falsificador de moneda (¿hay dignidad más hermosa para un
cínico? ), ¿qué experiencia debió tener de sus semejantes? Ciertamente la de
todos nosotros, pero con la diferencia de que el hombre fue el único tema de su
reflexión y de su desprecio. Sin sufrir las falsificaciones de ninguna moral ni de
ninguna metafísica, se dedicó a desnudarle para mostrámosle más despojado y
más abominable que lo hicieron las comedias y los apocalipsis.
“Sócrates enloquecido”, le llamaba Platón. “Sócrates sincero”; así debía haberle
llamado. Sócrates renunciando al Bien, a las fórmulas y a la ciudad, convertido al
fin en psicólogo únicamente. Pero Sócrates —incluso sublime— es aún convencio-
nal; permanece siendo maestro, modelo edificante. Solo Diógenes no propone
nada; el fondo de su actitud y la esencia del cinismo, está determinado por un
horror testicular del ridículo de ser hombre.
El pensador que reflexiona sin ilusión sobre la realidad humana, si quiere perma-
necer en el interior del mundo y elimina la mística como escapatoria, desemboca
en una visión en la que se mezclan la sabiduría, la amargura y la farsa; y, si escoge
la plaza pública como espacio de su soledad, despliega su facundia burlándose de
sus “semejantes” O paseando su asco, asco que hoy, con el cristianismo y la
policía, no podríamos ya permitirnos. Dos mil años de»-sermones y de códigos han
endulcorado nuestra hiel; por otra parte, en un mundo con prisas, ¿quién se
detendría para responder a nuestras insolencias O para deleitarse con nuestros
ladridos?
Que el mayor conocedor de los humanos haya sido motejado de perro, prueba que
en ninguna época el hombre ha tenido el valor de aceptar su verdadera imagen y
que siempre ha reprobado las verdades sin miramientos. Diógenes ha suprimido en
él la fachenda. ¡Que mostruo a los ojos de los otros! Para tener un lugar honora-
ble en la filosofía, hay que ser comediante, respetar el juego de las ideas y
excitarse con falsos problemas. En ningún caso el hombre tal cual es, debe ser
vuestra tarea. Siempre según Diógenes Laercio:
“En los juegos olímpicos, habiendo proclamado el heraldo: Dioxipo ha vencido a
los hombres', Diógenes respondió: “Sólo ha vencido esclavos, los hombres son
asunto mío' ”
Y en efecto, los £ venció como ningún
! 2
otro, con armas
:
más temibles que
] las: de los
conquistadores; él, que no poseía más que una alforja, el menos propietario de los
,
. Hasta que viniste tú, insomnio, a sacudir mi carne y mi orgullo; tú que transfor-
mas al bruto juvenil, matizas sus instintos, avivas sus Sueños; tú que, en una sola
noche, dispensas más saber que lo días consumados en el reposo, y, en los párpa-
dos doloridos, descubres un suceso más importante que las enfermedades sin
nombre o los desastres del tiempo ! tú me permitiste escuchar el ronquido de la
salud, los humanos sumergidos en el olvido sonoro, mientras que mi soledad
englobaba la negrura circundante y se hacía más basta que él. Todo dormí, todo
dormía para siempre. No más aurora: velaré así para siempre hasta el fin de las
edades: se me esperará entonces para pedirme cuentas del espacio en blanco de
mis sueños... Cada noche era igual a las otras, cada noche era eterna. Y me sentía
solidario de todos los que no pueden dormir, de todos esos hermanos desconoci-
dos. Como los viciosos y los fanáticos, yo tenía un secreto; como ellos hubiera
constituido un clan, a quien excusarlo todo, darlo todo, sacrificarlo todo; el clan
de los insomnes. Atribuía yo genio al primer llegado con párpados pesados de
fatiga, y no admiraba a ningún ingenio que pudiera dormir, aunque fuese gloria
del estado, del arte o de las letras. Hubiera tributado culto a un tirano que —para
vengarse de sus noches— hubiera prohibido el reposo, castigado el olvido, legislado
la desdicha y la fiebre.
Y fue entonces cuando apelé a la filosofía: pero no hay idea que consuele en la
oscuridad, no hay sistema que resista las vigilias. Los análisis del insomnio desha-
cen las certezas, Cansado de tal destrucción, llegaba a decirme: no más dudas:
dormir o morir...., reconquistar el sueño o desaparecer...
Pero tal conquista no es fácil: cuando uno se acerca a ella, se da cuenta de hasta
que punto está marcado por las noches. Si amáis, vuestro Ímpctu estará corrompi-
do para siempre; saldréis de cada “éxtasis” como un espanto de delicias; a las
miradas de vuestra excesivamente próxima vecina mostraréis un rostro de crimi-
nal; a sus sinceros retozos responderéis con las irritaciones de una voluptuosidad
envenenada; a su inocencia, con una poesía de culpable, pués todo se os volverá
poesía, pero una poesía de la culpa... ¿Ideas cristalinas, engranaje feliz de pensa-
mientos? Ya no pensaréis más: advendrá una irrupción, una lava de conceptos, sin
consistencia ni acuerdo, conceptos vomitados, agresivos, salidos de las entrañas,
castigos que la carne se inflige a si misma, pues el espíritu permanece víctima de
los humores y fuera de cuestión...
Padeceréis por todo, y desmesuradamente; las brisas os parecerán borrascas; los
roces, puñales; las sonrisas, bofetadas; las bagatelas, cataclismos. Y es que las
vigilias pueden cesar; pero su luz perdura cn uno: no se ve impunemente en las
tinieblas, no se extrae de ello enseñanza sin peligro; hay ojos que jamás podrán ya
aprender nada del sol, y almas enfermas de noches de las que nunca curarán...
Entre la poesía y la esperanza, la incompatibilidad es completa; de este modo el
poeta es víctima de una ardiente descomposición. ¿Quién se atrevería a preguntar-
le como ha experimentado la vida, cuando ha vivido gracias a la muerte? Cuando
sucumbe a la tentación de felicidad, pertenece a la comedia... Pero si por el
contrario, de sus llagas brotan llamaradas, y canta a la felicidad. Esa incandescen-
cia voluptuosa de la desdicha se sustrae al matiz de vulgaridad inherente a todo
acento positivo. Es Holderlin refugiándose en una Grecia soñada y transfigurando
el amor en embriagueces más puras, en las de la irrealidad... El poeta sería un
tránsfuga odioso de la realidad si en su huida no llevase consigo su desdicha. Al
contrario del místico o el sabio, no sabría escapar a si mismo ni evadirse del
centro de su propia obsesión: incluso sus extasis son incurables, y signos premonl-
torios de desastres. Inepto para salvarse, para él todo es posible, salvo su vida...
EN O E O E O A a A A III A o A A e [O o aa a 2 E
Aquel que habiendo gastado sus apetitos se acerca a una forma límite de desape-
go, no quiere ya perpetuarse; detesta sobrevivirse en otro, al cual por otra parte no '
tiene nada que transmitir; la especie la espanta. Es un mostruo y los mostruos ya
no engendran. El “Amor” le cautiva aún: aberración entre sus pensamientos.
Busca un pretexto para volver a la condición común; pero el hijo le parece incon-
cebible, como la familia, la herencia, las leyes de la naturaleza. Sin profesión ni
progenie, cumple su última hipóstasis su propio acabamiento. . ...
Si se trabaja para la conservación de otro, nunca será para salvarlo, sino para
obligarlo a sufrir como uno, para que se someta a las mismas pruebas y los
atraviese con la misma impaciencia. Si se vela, se ora, se padece mortificaciones,
que también el otro haga lo mismo: que suspire, que clame, que se debata en
medio de las mismas torturas. La intolerancia es el patrimonio de espíritus estraga-
do cuya fe se reduce a un suplicio más o menos deliberado que quisieran ver
generalizado, instituido como la felicidad de los demás no ha sido nunca un móvil
ni un principio de acción, sólo se la invoca para tranquilizar la conciencia O
escudarse en nobles pretextos: cualquiera sea el acto al que uno se determina, el
impulso que lo provoca y que precipita su ejecución es casi siempre inconfesable.
Nadie salva a nadie; sólo nos salvamos a nosotros mismos, y ello, en la medida en
que se disfrace de convicciones el mal que queremos distribuir y prodigar, por
prestigiosas que sean las apariencias, el proselitismo no deja de derivar de una
generosidad dudosa, de peores efectos que una agresividad patente. Nadie está
dispuesto a soportar sólo la disciplina que sin embargo ha asumido ni el yugo al
cual se ha sometido la revancha se abre paso a través de la alegría del misionero y
del apostol. Nadie se dedica a convertir para liberar, sino para encadenar.
En cuanto alguien se deja ganar por una certidumbre, envidia nuestras opiniones
flotantes, nuestras resistencias y los dogmas o a los slogans, nuestra feliz incapaci-
dad para sometemos a ellos. Secretamente avergonzado de pertenecer a una secta
o un partido, de poseer una verdad y de haberse a ella no guardara rencor a sus
enemigos declarados, a los que poseen otra verdad, sino al culpable de no buscar
ninguna, al indiferente. Si, para huir de la esclavitud en la que aquel ha caido,
buscamos refugio en el capricho o en la aproximación, hará lo posible para impe-
dirlo, para obligarnos a una esclavitud, similar y si es posible idéntica a la suya. El
fenómeno es tan universal que sobrepasa el campo de la certidumbre para englo-
bar también el de la forma. Las letras como es lógico, nos proporcionan un penoso
ejemplo ¿que escritor que goce de cierta notoriedad no termina por sufrir con
ello, por experimentar el malestar de que se lo conozca o comprenda, detener un
público, por restringido que sea? Envidioso de sus amigos que se solazan en el
bienestar de la oscuridad, se esforzara por sacarlos de ella, por perturbar su pacífi-
co orgullo, a fin de que ellos también sufran las mortificaciones y las ansiedades
del éxito. Para obtener ésto, cualquier maniobra le parecerá legítima. Desde esc
momento, sus vidas se convertirán en una pesadilla. Los acosa, los incita a produ
cir y a exibirse, contaria su aspiración a una gloria clandestina, sueño supremo de
los débiles y de los abúlicos. Escribid, pulbicad, les repite con rabia, con impudor.
Los infelices obedecen sin sospechar lo que los espera.
La civilización nos enseña como apoderarnos de las cosas cuando por el contrario,
debería iniciarnos en el arte de desprendernos de ellas, pues no hay libertad ni
“verdadera vida” sin el aprendizaje del desprendimiento. Me apodero de un obje-
to, me considero su dueño; de hecho soy su esclavo; esclavo también del instru-
mento que fabrico y manejo. No hay nueva adquisición que no signifique una
cadena más, mi factor de poder que no sea causa de debilidad. Hasta nuestros
dones contribuyen a nuestro sometimiento; el espíritu que se eleva por encima de
los demás, es menos libre que ellos, los hace volver a costa de su salvación. Nadie
se libera si se compromete a ser algo o alguien. Todo lo que poseemos, todo lo que
se Superpone a nuestro ser O procede de él, nos desnaturaliza y nos ahoga. En
cuanto a nuestro propio ser, Ique error, que herida haberle otorgado la existencia,
cuando hubiésemos podido, intactos, perseverar en lo virtual y lo invulnerable!
nadie se repone del mal de nacer, plaza capital por excelencia. Sin embargo, con la
esperanza de curarnos de ella, aceptamos la vida y soportamos sus pruebas. Los
años pasan, la plaza permanece.
Del ensayo: Valery de cara a sus ídolos.
Saber mostrar el mecanismo de todo, ya que todo es mecanismo, suma de artifi-
cios, de trucos o para emplear una palabra más honorable, de operaciones; atacar
los resortes, convertirse en relojero, ver dentro, dejar de engañarse: eso es lo que
cuenta.
El hombre, tal como Valery lo concibe, sólo vale por su capacidad de no consenti-
miento, por el grado de lucidez que haya alcanzado. Esta exigencia de lucidez
hace pensar en el grado de vigilia que supone toda experiencia espiritual, y que
estará determinada por la respuesta que se dé a la pregunta capital: “¿Hasta dónde
he llegado en la percepción de la irrealidad? ”
Se podría seguir con detalle el paralelismo entre la búsqueda de la lucidez más acá
del absoluto, tal como se presenta en Valery, y la búsqueda de la vigilia con vistas
al absoluto, que es la vía propiamente mística. En ambos casos se trata de una
exacerbación de la conciencia ávida de sacudirse las ilusiones que arrastra.
Asignarse una tarea imposible de llevar a cabo, e incluso de definir, querer el vigor
cuando se está roído por la más sutil de las anemias, tiene algo de inmise en scéne,
un deseo de engañarse, de vivir intelectualmente por encima de sus capacidades,
una voluntad de leyenda y de fracaso: el fracasado a un cierto nivel, es sin
comparación, mucho más cautivador que el que ha tenido éxito.
Rd E E A O E O ERE E O E OE A EEE RAR
Nos interesamos, cada vez más, no en lo que un autor ha dicho, sino en lo que
hubiera querido decir, no en sus actos, sino en sus proyectos, mucho menos en su
obra real que en su obra soñada.
De: mecanismos de la utopía.
Lo más loable en las utopías es haber denunciado los daños que causa la propie-
dad, el horror que representa, las calamidades que provoca. Pequeño o grande, el
propietario está mancillado, corrompido en su esencia: su corrupción recae sobre
su fortuna, si se le despoja de ella, se verá obligado a una toma de conciencia de la
que normalmente es incapaz. Para retornar una apariencia humana para recuperar
su “alma”, es necesario que el propietario se vea arruinado y que consienta en su
ruina. La revolución le ayudará. Al devolverlo a su desnudez primitiva, lo anula en
lo inmediato y lo salva en lo absoluto, pues la revolución libera —interiormente, se
entiende— a aquellos a quienes primero golpeo: se posesiona de ellos; los re-sitúa
como clase al darles su antigua dimensión y los devuelve a los valores que traicio-
naron. Pero incluso antes de tener el medio o la ocasión de golpearlos, la revolu-
ción mantiene en ellos un miedo saludable: perturba su sueño, alimenta sus pesa-
dillas, y la pesadilla es el principio del despertar metafísico. Es pues, como agente
de destrucción como revela su utilidad; aunque fuese nefasta una cosa la redimirá
siempre: sólo ella sabe que clase de terror utilizan para sacudir a ese mundo de
propietario, el más atroz de los mundos posibles. Cualquier forma de posesión, y
no temamos insistir en ello, degrada, envilece, halaga al monstruo adormecido que
dormita en el fondo de cada uno de nosotros. Disponer, aunque no fuese más que
de una escoba, contar con cualquier cosa como bien propio, es participar en la
indignidad general. ¡Que orgullo descubrir que nada nos pertenece, que revela-
ción! Uno se consideraba el último de los hombres, y he aquí que, de pronto,
sorprendido y como iluminado por la desposesión, ya no sufre, por el contrario,
ella se convierte en un motivo de suficiencia, y todo lo que se desea es estar tan
desposeído como lo está un santo o un alienado.
Apartes de carta sobre algunas aporias
Escribir libros no deja de tener alguna relación con el pecado original. Pues ¿qué
es un libro, sino una pérdida de inocencia, un acto de agresión, una repetición de
nuestra caida? ¡Publicar sus taras para divertir o exasperar! . Una barbaridad para
nuestra intimidad, una profanación, una mancilla. Y una tentación. Le habló con
conocimiento de causa. Por lo menos, tengo la excusa de odiar mis actos, de
ejecutarlos sin creer en ellos, usted es más honrado: usted escribirá libros y creerá
en ellos, creerá en la realidad de las palabras, en esas ficciones pueriles e indecen-
tes. Desde las profundidades del asco se me aparece como un castigo todo lo que
es literatura; intentaré a falta de alcanzar el absoluto del desengaño, me condenaré
a una frivolidad morosa. Brisnas de instinto, empero, me obligan a agarrarme a las
palabras. El silencio es insoportable: ¡que fuerza hace falta para establecerse en la
concisión de lo Indecible! Más fácil es renunciar al pan que a las palabras. Desdi-
chadamente, la palabra resbala hacia la palabrerfa, hacia la literatura. Incluso el
pensamiento tiende a ello, siempre listo a expandirse, a inflarse; detenerle por
medio de la agudeza, reducirlo a aforismo oa donaire, es oponerse a su expansión,
a su morimiento natural a su ímpetu hacia la disolución, hacia la inflación. De
aquí los sistemas, de aquí la filosofía. La obsesión del laconismo paraliza la
marcha del espíritu, el cual exige palabras en masa, a falta de reiterar, de desacre-
ditar lo esencial, es que el espíritu es profesor.
Contra la Imagen.
Í
El espíritu que se orienta hacia la desnudez rechaza las semejanzas que le recuer-
dan este mundo del que quiere separarse. Sólo siente exasperación ante lo que
existe O parece existir. Mientras más se aleje de las apariencias, menos necesitará
de signos que las realcen o de simulacros que las denuncien, unos y otros igualmen-
te funestos para la búsqueda de lo importante, de lo que se oculta, de ese fondo
último que exige, para ser aprendido, la ruina de toda imagen, espiritual inclusive.
O
Privilegio maldito del hombre exterior, la imagen, por más pura que sea, conserva
una pizca de materialidad, apenas una rugosidad y, puesto que remite necesaria-
mente al mundo, lleva consigo un elemento de incertidumbre y de perturbación;
Solo mediante una victoria sobre ella podremos encaminarnos hacia el ser desnu-
do, hacia esa seguridad sin amarras que lleva por nombre liberación. Librarse en
verdad significa despojar la imagen, desprenderse de todos los símbolos del aquí
abajo.
MT
Nos liberamos de la imagen si, en un movimiento semejante, nos liberamos de la
palabra. Todo vocablo equivale a una mancha, “ninguna palabra puede esperar
otra cosa fuera de su propia derrota”, proclama Gregorio Palamas en su Defensa
de los santos quietistas. Sólo merced al silencio se accede a ese fondo de más allá
de las apariencias, ese silencio del que Séraphin Sarov dice hacía al hombre seme-
jante de los ángeles.
Algo digno de tomarse en cuenta: no hay silencio frívolo, silencio superficial. Todo
silencio es esencial. Cuando se le saborea, se conoce automáticamente una forma
de supremacía, una soberanidad extraña. Es posible que lo que se designa por
interioridad, no sea más que una espera muda. De la misma manera, no hay “vida
verdadera”, vida espiritual a secas, que no implique la muerte de la imagen
y de la
palabra, la destrucción, en lo más fntimo del ser, de este mundo y de todos los
mundos. La experiencia mística se confunde, en su límite, con la beatitud de un
supremo rechazo.
IV
Perseguir, buscar la imagen, es demostrar que nos hemos quedado más acá del
absoluto, y que no estamos capacitados para la visión pura. Y es comprensible,
pues no se trata de una visión sin objeto, sino de una visión que está más allá de
todo objeto. Se podría decir incluso que lo que ella nos permite ver es la ausencia
sin límites de todo lo que puede ser visto, la desnudez tal cual, la vacancia como
plenitud, o, mejor aún, ese “abismo de la superesencia”, celebrado por Ruys-
brock.
V
De todos aquellos que buscan, sólo el místico ha encontrado, pero en pago de un
favor tan excepcional, jamás podrá decir qué encontró, a pesar de tener la seguri-
dad que únicamente el saber intrasmisible confiere (el verdadero saber, en suma).
El camino por el cual nos invitará a seguirlo, desemboca en una vacuidad sin
precedente, pero —y ahí radica lo maravilloso— una vacuidad que colma, pucs
reemplaza a todos los universos abolidos. De lo que aquí se trata es de una
empresa, la más radical que se haya intentado, para anclarse en algo más puro que
el ser o la ausencia de ser, en algo superior a todo, al absoluto mismo.
VI
El saber que se nutre en las apariencias, es un falso saber, o, si se prefiere, un
no-saber. Para el místico, el conocimiento, en el sentido último de la palabra, se
concreta a una ignorancia iluminada, una ignorancia “transluminosa”. “Aquellos
que viven en la frecuentación de esta ignorancia y de la luz divina, perciben por sí
mismos algo como una soledad devastada”, dice Ruysbroek.