DepartamentoDeBibliotecas 1982 CioranFragmentos

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pr

Universidad Departamento
de de
Antioquia Bibliotecas

E.M. Cioran
Nació en el año de 1911 en la aldea Rumana de Rasinarí, hijo de un sacerdote
ortodoxo.

Estudió filosofía en Bucarest, donde se licenció con una tesis sobre el pensamien-
to de Bergson.
A , ¿ $
En 1933, gana el premio de los jóvenes escritores Rumanos con una obra titulada
“En las cimas de la desesperación”. Becado por el Liceo Francés de Bucarest se
traslada a París para ampliar sus estudios: ahí se quedará ya para siempre.

Por entonces practica mucho su deporte favorito: la bicicleta, llega a ser un


consumado ciclista, hasta el punto de que, en una reciente emisión de la televisión
francesa sobre la “historia del ciclismo”, se hablaba de Cioran entre otros campeo-
nes del pedal.

Vive en esa época gracias a las becas como estudiante extranjero que le concede la
universidad. “Institución imbécil pero benéfica”” como dice.

En el año de 1950 se le acaban las becas, para ser estudiante no es ya demasiado


joven, pues tiene 39 años.

Intenta ejercer como profesor de Liceo. Pero a los pocos meses se suicida una
alumna y la dirección le hace saber veladamente que le considera culpable. A
volar.

Entra a trabajar en la editorial Plon como director de una colección, en la que


aparecen obras de Ortega al que admira, y de sus poctisas y moralistas favoritos.

La colección es un fracaso comercial. “ ¡Unos pocos meses más y hundo la edito-


rial! ” .

— Tras una existencia en que he conocido bastantes países y he leído muchos


e“

libros he llegado a la conclusión que era el campesino Rumano quien tenía la


razón. Ese campesino que no cree en nada, que piensa que el hombre está perdido,
que no hay nada que hacer, que se siente aplastado por la historia. Esa ideología de
víctima es también mi concepción actual, mi filosofía de la historia. Realmente,
¡Toda mi formación intelectual no me ha servido de nada!

— Yo creo que un libro debe ser realmente una herida debe trastornar la vida
del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien,
azotarle, puesto que los libros que he escrito han surgido de mis malestares por no
decir mis sufrimientos, es preciso que en cierto modo transmitan ésto al lector.

— Un pensamiento fragmentario refleja todos los aspectos de nuestra experien-


cia un pensamiento sistemático refleja solo un aspecto, el aspecto controlado,
luego empobrecido.

— El sistema es siempre la voz de jefe: por eso todo sistema es totalitario,


mientras que el pensamiento fragmentario permanece libre.

= Todo lo que he dicho, y todo lo que desde siempre he comentado, es insepa-


rable de lo que he vivido. No he inventado nada, solo he sido el secretario de mis
sensaciones”.

Cioran fue presentado por Saint John Perse como el más grande prosista del siglo
y el filósofo cristiano Gabriel Marcel sospechó que Cioran es el diablo.
LIBROS DE CIORAN TRADUCIDOS AL ESPAÑOL

Cioran, E.M. Breviario de Podredumbre. Madrid, Taurus, 1972.

——-. La tentación de Existir. Madrid, Taurus, 1973.

---—. El Inconveniente de Haber Nacido. Madrid, Taurus, 1973.

——-. El Aciago Demiurgo. Madrid, Taurus, 1974.

———. Contra la Historia. Barcelona, Tusquets Editores, 1976.

-——. La Caída en el Tiempo. Venezuela, Monte Avila, 1977.

——-. Adiós a la Filosofía: Antología de Fernando Sabater.

LIBROS EN FRANCES
(ALGUNOS PARCIALMENTE TRADUCIDOS)

Cioran, E. M. Syllogismes de L*A merture. París, Editions Gallimard, 1952.

——-. Histoire et Utopie. París, Librarie Gallimard, 1960.

—-—-. Essai Sur La Pensée Reactionarie. (Fata Morgana). Montepellier, Bruno Ray
Editeur, 1977. ”

-——-. Escartelement. París, Editions Gallimard, 1979.


ANTOLOGIAS EN REVISTAS

Cioran, E. M. Del Inconveniente de Haber Nacido: Antología de Ester Silegson.


Revista Universidad de México, Marzo, 1974.

=—-. Bosquejando Vértigos. Revista Escalandar. New York, abril-junio, 1979.

——-. Desgarraduras. Revista Vuelta. México, abril, 1979.

ENTREVISTAS Y ENSAYOS SOBRE E.M.CIORAN

Savater, Fernando. Ensayo sobre Cioran. Madrid, Taurus, 1974.

--—. Estampa: Cioran, para agravar nuestros males. El Viejo Topo. Barcelona, (4):
18-19, 1974,

Pereira, Armando, E.M. Cioran o el fin de la Historia. Revista Universidad de


México. 32(10):29-32, Jun'78.

Arques, Rossend. Entrevista con E.M. Cioran: Los suicidas prefiguran los destinos
lejanos de la humanidad. El Viejo Topo. Barcelona, (38):27-31, Nov'79.

Fijmann, Ben Ami. Entrevista con Cioran. Eco. Bogotá, (211):80-87, May”79.
Existir es un plagio.
,
¿Le diré el fondo de mi pensamiento? ¿Toda palabra es una palabra mas?

Vivir es ir perdiendo terreno.


E
Vagabundeo a través de los días como una puta en un mundo sin aceras.
a
La inconsciencia es una patria; la conciencia un exilio.
a
Cualquier proyecto es una forma disfrazada de esclavitud. -

En cuanto empieza uno a querer, cae bajo la jurisdicción del demonio.


Ñ
Sufrir es producir conocimiento.
E
Ser es estar acorralado.

Todo se reduce, en suma, al deseo o la ausencia de deseo, el resto es matiz.


a

El único medio de salvaguardar la soledad, es hiriendo a todo el mundo, empezan-


do por aquellos que nos aman.

Lo que espera un amigo son miramientos, mentiras, consuelos, cosas todas ellas
que implican esfuerzo, trabajo de reflexión, control de si mismo, la permanente
preocupación de delicadeza que la amistad supone es antinatural. Pronto, indife-
rentes O enemigos, para que se pueda respirar un poco!

¿Amar? Hasta la chusma repudia el “sentimiento'”” ¿La piedad?, hurgad en las


catedrales: ya sólo se arrodilla la ineptitud. ¿Y quién quiere aún combatir? 1)
héroe está caduco, únicamente la carnicería personal está en curso. Somos fanto-
ches clarividentes apenas aptos para hacer remilgos ante lo irremediable.
Para vencer nuestros apegos, debemos aprender a¿ no adh erirnos a nada, , sino a la
nada de la libertad.
a

Años y años para despertar de ese sueño en el que se pavoncean los otros; y
después, años y años para huir de ese despertar.
El escepticismo es la embriaguez del callejón sin salida.
a
, 1 .
¿Quién eres? Soy un extranjero para la policía, para Dios, para mí mismo.
a
Nuestra fuerza se mide por el número de creencias a las que hemos adjurado. Así;
cada uno de nosotros debería concluir su carrera como desertor de todas las
causas.

La muerte es el aroma de la existencia. Sólo ella presta gusto a los instantes, sólo
ella combate su insipidez. Le debemos casi todo. Esta deuda de agradecimiento
que de tarde en tarde consentimos en pagarle es lo más reconfortante que hay en
este mundo.
Mm
Se arrepiente uno de no haber tomado tal o cual resolución, pero más se arrepien-
te uno de cuando se ha tomado alguna, cualquiera. Mejor no actuar que asumir las
consecuencias.

Tengamos la prudencia de reconocer que todo lo que nos sucede, todo aconteci-
miento, como todo lazo, es inesencial y que, si hay un saber lo que debe revelar-
nos es la ventaja de desenvolvemnos entre fantasmas!
ñ

El vacío —yo sin yo— es la liquidación de la AVENTURA DEL YO, es el ser sin
ninguna huella de ser, un hundimiento dichoso, un desastre incomparable.
le
Fundar una familia. Creo que me hubiera sido más fácil fundar un imperio.
En una sociedad perfecta se daría la orden de desaparecer desde el instante en el
que uno comienza a sobrevivirse. La edad no sería siempre el criterio, ya que hay
tantos jóvenes que no se distinguen de los espectros. Toda la cuestión sería saber
pl elegir a aquellos cuya misión consistiría en decir la última hora de cada uno.

Si hubiese una forma común, incluso oficial, de matarse, el suicidio sería mucho
más fácil y mucho más frecuente. Puesto que para acabarse hay que buscar sus
propios medios, se pierde un tiempo precioso pensando en pamplinasy se olvida
de lo esencial,
a
Enviar un libro a alguien es cometer una violación de domicilio. Es una intrusión
en su soledad, en su bien más sagrado, es obligarlo a desistir de sí mismo para
pensar en tus pensamientos.
132
“Ni este mundo, ni el otro, ni la felicidad son para el ser poseído por la duda”.
Este pasaje del Bhaghavad Gita es mi sentencia de muerte.
E
Quisiera proclamar una verdad que me echase para siempre del mundo de los
vivos. Conozco los estados de ánimo, no las palabras para formularla.
E
Conocer en pleno jolgorio, sensaciones que hubieran dado celos a los Padres del
Yermo.

A los santos de calidad no les gustaba hacer milagros; consentían de mala gana,
como si alguien los obligara. Esta repugnancia tan viva venía sin duda del miedo a
caer en el pecado del orgullo y de ceder a la tentación de titanismo, al deseo de
igualar a Dios y robarle sus poderes.
A
Cansado no solamente de lo que se deseó, sino aún de lo que podría haberse
deseado. Cansado de todo deseo posible.
E
Cada quien ha tenido en un momento dado, una experiencia extraordinaria que
será, a causa del recuerdo que de ella guarde, el obstáculo capital para su meta-
morfosis interior.
Si queremos recobrar nuestra libertad, lo que nos cuadra es deponer el fardo de la
sensación. No reaccionar ya al mundo por medio de los sentidos, romper nuestros
lazos. Empero, toda sensación es lazo. El placer tanto como el dolor, la alegría
como la tristeza. Sólo se libera el espíritu que, puro de todo contubernio con seres
u Objetos, se ejerce en su vacuidad.
a
Retirarse a la felicidad es algo que la mayoría logra; la desdicha en cambio es
insidiosa de otro modo ¿La habéis probado alguna vez? nunca os saciarcis de ella,
la buscaréis con avidez y, preferentemente, allí donde no está, y la proyectaréls
ahí pues, sin ella, todo os parecería inútil y sin brillo. Se encuentre donde se
encuentre, expulsa el misterio y lo torna luminoso. Sabor y llave de las cosas,
accidente y obsesión, capricho y necesidad, os hará amar la apariencia en lo que
tiene de más potente, de más duradero y de más cierto, y os atará a ella para
siempre, pues “intensa”? por naturaleza, es como toda “intensidad”, servidumbre y
sujeción. ¿cómo alzarse hasta el alma indiferente y nula, hasta el alma desligada?
y ¿cómo conquistar la ausencia, la libertad de la ausencia? Nunca figurará esta
libertad entre nuestras costumbres, como tampoco “el sueño del espíritu infini-
to”.
a
Frente a pensadores desprovistos de patetismo, de carácter y de intensidad, y que
se modelan sobre las formas de su tiempo, se yerguen otros en los cuales se siente
que, en cualquier momento en que hubieran aparecido, hubieran sido semejantes a
sí mismos, despreocupados de su época, extrayendo sus pensamientos de su pro-
pio fondo, de la eternidad específica de sus taras... Prendados de su fatalidad, se
asemejan a irrupciones, fulgores trágicos y solitarios, cercanos al apocalipsis y a la
psiquiatría.
E
El espíritu en su Ímpetu, procede de nuestras funciones comprometidas: Remonta
su vuelo a medida que el vacío se dilata en nuestros órganos. Sólo es sano en
nosotros aquello por lo que no somos específicamente nosotros mismos: son
nuestros ascos los que nos individualizan; nuestras tristezas las que nos conceden
un nombre; nuestras pérdidas las que nos hacen posesores de nuestro yo. Sólo
somos nosotros mismos por la suma de nuestros fracasos.
Todo fenómeno es una versión degradada de otro fenómeno más vasto: el tiempo,
una tara de la eternidad; la historia, una tara del tiempo; la vida, tara también, de
la materia.
¿Qué será entonces lo normal, lo sano? ¿acaso la eternidad? . Ella misma no es
más que una debilidad de Dios.
En
Sin el dolor, bien lo vió el autor de la Voix Souterraine, no habría conciencia
(.....) Para que la conciencia alcance una cierta intensidad, es necesario que el
organismo sufra y que incluso se disgregue: la conciencia, en sus principios, es
conciencia de los órganos.
E
o

Nuestros males físicos, más bien causas que reflejos de nuestros males espirituales,
determinan nuestra visión de las cosas y deciden la dirección que tomarán nuestras
es

ideas.
Bn
Me destruyo a mí mismo y así lo quiero; mientras tanto, en ese clima de asma que
crean las convicciones, en un mundo de oprimidos, yo respiro; respiro a mi
manera. ¿Quién sabe? Quizá un día conozca usted el placer de apuntar a una
idea, disparar contra ella, verla yaciente, y después volver a empezar este ejercicio
con otra, con todas; este deseo de inclinarse sobre un ser, de desviarle de sus
antiguos apetitos, de sus antiguos vicios, para imponerle otros nuevos, más noct-
vos, a fin de que perezca a causa de ellos; encarnizarse contra una época o contra
una civilización, precipitarse sobre el tiempo y martirizar sus instantes; volverse
OOO

después contra uno mismo, torturar vuestros recuerdos y vuestras ambiciones y,


corroyendo vuestro propio aliento, tornar pestilente el aire para asfixiarse mejor...
un día quizá conozca usted esta forma de libertad, esta forma de respiración que
libera de sí mismo y de todo. Entonces podrá usted dedicarse-a cualquier cosa sin
ad herirse a ello.
a
Esos momentos en que se desea estar absolutamente solo por que se está seguro de
que, cara a cara con uno mismo, se sería capaz de encontrar verdades raras, únicas,
inauditas; después la decepción y pronto la amargura, cuando se descubre que de
esa soledad finalmente alcanzada nada sale, nada podía salir.
La única función de la memoria es ayudarnos a deplorar.
a
El espíritu desfondado por la lucidez.
a
Desear la gloria es preferir morir despreciado que olvidado.
m
Se está acabado, se es un muerto en vida, no cuando se deja de amar, sino de
odiar. El odio conserva: en El, en su química, reside el “misterio” de la vida. Por
algo es el mejor tónico, nunca encontrado, tolerado además por cualquier organis-
mo, por débil que sea.
al
El sufrimiento te hace vivir el tiempo detalladamente, instante tras instante. ¡Es
decir, si existe para tí!
Resbala sobre los otros, sobre los que no sufren; de este modo, es cierto que no
viven en el tiempo, e incluso que no han vivido jamás.

Sueño con una lengua en la que las palabras, como los puños, rompiesen las
mand íbulas.
E
El sentimiento de maldición lo conoce sólo aquél que sabe que lo experimentaría
en el mismo corazón del paraíso.

No existe ningún medio de demostrar que es preferible ser que no ser.


a
Uno no destruye, sino que se destruye uno. Me he odiado en todos los objetos de
mis odios, he imaginado milagros de aniquilamiento, he pulverizado mis horas, he
experimentado las gangrenas del intelecto. Instrumento o método en un principio,
el escepticismo ha acabado por instaurarse en mí, por llegar a ser mi fisiología, el
destino de mi cuerpo, mi principio visceral, el mal del que no sé cómo EE ni
como perecer. :
Me inclino —es demasiado cierto— hacia cosas desprovistas de oportunidad de
triunfar o sobrevivir.
Sólo es sano en nosotros aquello por lo que no somos especificamente nosotros
mismos: son nuestros ascos los que nos individualizan, nuestras tristezas las que
nos conceden un nombre; nuestras pérdidas las que nos hacen posesores de nues-
tro yo. Sólo somos nosotros mismos por la suma de nuestros fracasos.
a
Sólo se conversa provechosamente con los que han dejado de ser unos entusiastas,
con los ex-ingenuos... finalmente tranquilizados han dado, por gusto o a la fuerza,
el paso decisivo hacia el conocimiento, esa versión inpersonal de la decepción.
B
Quien ha tenido frecuente contacto con los hombres y todavía se hace ilusiones
sobre ellos, debería ser condenado a reencarnar para que aprenda a observar, a
mirar, a ponerse al tanto.
a
Una obra está terminada cuando ya no podemos mejorarla, aunque sepamos que
es insuficiente y que está incompleta.
Cuando nos sentimos tan excedidos que nos falta el valor de agregar una sola
coma, aunque fuese indispensable. Lo que decide el grado de perfección de una
obra, no es de ninguna manera una exigencia artística o una veracidad, es la fatiga
y, más aún el fastidio.
E
A un estudiante que quería saber cuáles eran mis relaciones con el autor de
Zaratustra, le respondí que había dejado de frecuentarlo desde hacía tiempo. ¿Por
qué> Preguntó él Porque lo encuentro demasiado Naif... Le reprocho sus
arrebatos y hasta sus favores. Sólo demolió ídolos para reemplazarlos por
otros. Un falso iconoclasta con sus visos de adolescente, y no sé qué virgi-
nidad, qué inocencia inherente a su carrera de solitario. No observó a los hom-
bres más que de lejos. Si los hubiese mirado de cerca, nunca hubiese concebido
ni pregonado al superhombre, visión extravagante, risible, “grotesca, quimera o
chifladura qué sólo podía surgir en el espíritu de alguien que no tuvo tiempo de
envejecer, de conocer el desapego, el largo tedio sereno. Mucho más cercano me
es un Marco Aurelio. Ninguna duda por mi parte entre el lirismo del frenesí y la
prosa de la aceptación: encuentro más consuelo, e incluso más esperanza cerca
de un emperador fatigado que junto a un profeta fulgurante.
Hacer hincapié en un acto, aunque fuese incalificable, inventarse excrúpulos y
atascarse en ellos, demuestra que todavía uno hace caso de sus semejantes, que
gusta de torturarse a costa de ellos.
No me tendré por liberado más que el día en que, a ejemplo de los
asesinos y de los sabios, haya limpiado mi conciencia de todas las impurezas del
remordimiento.
A
Estoy harto de ser yo y, sin embargo, rezo sin cesar a los dioses que me devuelven
a mi mismo.
a
De la pasión de borrarse de no dejar huellas, es incapaz quien se apega a su
nombre y a su obra, y, todavía más quien sueña con un nombre o una obra, el
vacilante, en suma: ése, si se obstina en la salvación, no logrará, en el mejor de los
casos, más que un atascamiento en el nirvana.
2
El grado de nuestra liberación se mide por la cantidad de empresas de las que nos
hemos emancipado, tanto como por nuestra capacidad de convertir todo objeto
en un no objeto. Pero nada significa hablar de liberación a partir de una humani-
dad apresurada que ha olvidado que no se podría reconquistar la vida ni gozar de
ella sin haberla antes abolido.
A
Ignoro si es legítimo hablar del fin el hombre, pero estoy seguro de la caída de
todas las ficciones en las que hemos vivido hasta la fecha.
a
A causa de la palabra, los hombres dan la ilusión de ser libres. Si hicieran mudos,
lo que hacen, se les tomaría por robots. Al hablar se engañan a sí mismos, así
como engañan a los demás: pregonando lo que van a hacer, ¿cómo se podría
pensar que no son dueños de sus actos?
B
El mayor servicio que se le puede hacer a un autor es el de prohibirle trabajar
durante un cierto tiempo. Tiranías de corta duración serán necesarias para obligar-
le a suspender toda actividad intelectual. La libertad de expresarse sin ninguna
interrupción expone los talentos a un peligro mortal, pues los obliga a afanarse
más allá de sus recursos y les impide acumular sensaciones y experiencias. La
libertad sin límites es un atentado contra el espíritu.
a
El espíritu tanto como el cuerpo, paga los gastos de la “vida intensa”. Maestros en
el arte de pensar contra sí mismos, Nietzsche; Baudelaire; y Dostoievski, nos han
enseñado a apostar por nuestros peligros, a ampliar la esfera de nuestros males, a
adquirir existencia por la división de nuestro ser.
a
Apenas se ha comprendido todo, lo mejor sería reventar de golpe. ¿Qué es com-
prender? Lo que de veras se ha comprendido no puede expresarse en forma
alguna y no puede transmitirse a nadie, ni siquiera a uno mismo, de suerte que
uno muere ignorando la naturaleza exacta de su propio secreto.
A
La primera palabra que viene a la mente, apenas sale uno a la calle y se ve a la
gente, es exterminación.
E
En cuanto se deja de desear, se convierte uno en ciudadano de todos los mundos y
de ninguno; se es de aquí por el deseo; una vez superado el deseo, no se es ya de
ninguna parte y ya no se tiene nada que envidiar a un santo o a un espectro.
Puede suceder que haya felicidad en el deseo, pero la beatitud no aparece más que
allí donde se rompe toda la atadura. La beatitud no es compatible con este
mundo.
Por ella el eremita destruye todos sus lazos, por ella se destruye.
1
Por desdicha, no podemos exterminar nuestros deseos; podemos solamente debili-
tarlos, comprometerlos. Estamos acorralados en el yo, en el veneno del “yo”.
Sólo cuando escapamos de ahí, cuando nos figuramos escapar, tenemos algún
derecho a emplear las grandes palabras que usa la verdadera, y. la falsa, mística. No
existe conversión radical: se convierte uno con su naturaleza. Incluso el Buda tras
la iluminación no era más que Siddharta Gautama más el conocimiento.
Todo lo que se cree haber ahogado vuelve a salir a la superficie tras un cierto
tiempo: defectos, vicios y obsesiones.
Las imperfecciones más patentes de las que se ha “corregido” uno retornan disfra-
zados, pero tan molestas como antes. El trabajo que se habrá tomado uno para
deshacerse de ellas no habrá sido, empero, completamente inútil. Tal deseo, aleja-
do durante mucho tiempo, vuelve a aparecer; pero sabemos que ha vuelto; ya no
nos lacera en secreto ni nos coge desprevenidos; nos domina, nos avasalla, segui-
mos siendo sus esclavos, es cierto, pero esclavos que consienten. Toda sensación
consciente es una sensación que hemos combatido sin éxito. Nos aflige de otro
modo, pues su victoria la habrá expulsado de nuestra vida profunda.
a
Sabiduría y rebelión: dos venenos, incapaces de asimilar ingenuamente, no encon-
tramos en ninguna de las dos una fórmula de salvación. Sigue siendo cierto que en
la aventura luciferina hemos adquirido una maestría que nunca poseémos en la
sabiduría. Para nosotros la misma percepción es sublevación, comienzo de trance
o de apoplejía. Pérdida de energía, voluntad de gastar nuestras disponibilidades.
Rebelarse por cualquier motivo comporta una reverencia contra uno mismo, con-
tra sus fuerzas. ¿De dónde sacaríamos para la contemplación ese derroche estáti-
co, esa concentración en la inmovilidad? Dejar las cosas tal como están, mirarlas
sin querer modelarlas, percibir su esencia, nada más hostil a la dirección de nues-
tro pensamiento; aspiramos por el contrario, a zarandearlas, a torturarlas, a pres-
tarle nuestros furores. Así debe ser: idólatras del gesto, del juego y del delirio
gustamos de los que arriesgan el todo por el todo tanto en poesía como en
filosofía. El tao—te kin va más lejos que una “temporada en el infierno”. O Ecce
Homo. Pero Lao—Tse no nos propone ningún vértigo, en tanto que Rimbaud y
Nietzsche, acróbatas que se contorsionan en el punto externo de sí mismos, nos
invitan a sus peligros. Sólo nos seducen los espíritus que se han destruido por
haber querido dar un sentido a sus vidas.

Uno se duerme siempre con un indefinible contentamiento, se sumerge uno en el


sueño y se es feliz al undirse en él,si se despierta uno a duras penas es porque no se
abandona sin dolor al ámbito del inconsciente, verdadero y único paraiso. Lo
mismo resulta decir que el hombre sólo encuentra su plenitud cuando deja de ser
hombre.
Lo peor no son ni el hastío ni la desesperación, sino su encuentro, su choque, y
verse triturado entre ambos. “El pensamiento es destrucción en su esencia”. Más
exactamente: en su principio se piensa, se comienza a pensar, para romper lazos,
disociar afinidades, comprometer la armazón de lo “real” sólo después, cuando el
trabajo de zapa está ya muy avanzado, el pensamiento se apoltrona y se insurge
contra su movimiento natural.

Sólo merece confianza quien se constriñe a perder la partida: si lo logra, habrá


matado el mostruo, el mostruo que él era en tanto que se empeñaba en actuar, cn
triunfar. No progresamos más que en detrimento de nuestra pureza, esa suma de
nuestros retrocesos sostenidos, atravesados por un impulso hacia la mancilla, nues
tros actos nos apartan del paraíso fortifican nuestra decadencia, nuestra difelidad
al mundo: no hay movimiento hacia adelante que no excite y consolide en noso-
tros la antigua perversión de existir.
¿ixpulsar los seres no basta, hay también que expulsar a las cosas, excecrarlas y
abolirlas una a una. Para recobrar nuestra primera ausencia sigamos en sentido
inverso nuestras cosmogonias y ya que nos falta el pudor de morir, aniquilemos al
menos todo rostro en nosotros de este mundo y hasta el último recuerdo de lo
que fuimos. ¡Que un Dios nos conceda la fuerza de apartarnos de todo y de
traicionarlo todo, la audacia de una cobardía sin nombre!

Cuando se excecra esta sarna llamada vida, y se está harto de las comezones de la
duración, la firmeza del loco en medio de todos sus agobios llega a ser una
tentación y un modelo: “que una suerte clemente nos dispense de nuestra razón”.
..Aspiro a las noches del idiota, a sus sufrimientos minerales a la dicha de gemir
con indiferencia, como si fueran los gemidos de otro, a un calvario en donde se es
extraño a uno mismo, donde los gritos propios vienen de otra parte, a un infierno
anónimo donde se baila y se rie mientras se destruye uno. Vivir y morir en tercera
persona exilarme en mi mismo, disociarme de mi nombre, distraído por siempre
del que fui... alcanzar finalmente —puesto que la vida sólo es tolerable a ese pre-
cio— —la sabiduría de la demencia—.
Limpiemos la conciencia de todo lo¡que engloba, de todos los universos que arras-
tra, purguémosla al mismo tiempo que la percepción, confirmémonos en el blan-
co, olvidemos todos los colores, salvo el quelos niega. ¡Qué paz en cuanto se
anula la diversidad, en cuanto se hurta al calvario del matiz y se precipita en lo
unitario! La conciencia como forma pura, y después la ausencia incluso de con-
ciencia.
Para evadirnos de lo intolerable, busquémosnos un derivativo, un escape, una
región en la que ninguna sensación se digne tomar un nombre ni ningún apetito se
encarne, recobremos el reposo inicial, hagamos abolir, con el pasado, la odiosa
memoria y, sobre todo, la conciencia, nuestra enemiga de siempre, cuya misión es
empobrecer, gastarnos. La inconsciencia, por el contrario, es nutritiva, fortifica,
nos hace participar en nuestros comienzos, en nuestra integridad, primitiva, y nos
vuelve a sumergir en el caos bienhechor a la herida de la individuación.
A
Voluptuoso del fracaso, busca en todo su propia mengua, nunca supera los preli-
minares de su futuro ni franquea el umbral de ninguna empresa. Rivalizando en
abulia con los ángeles, medita sobre el secreto del acto y no toma más que una
iniciativa: la del abandono. Su fe, si la tiene, le sirve de pretexto para nuevas
capitulaciones, para una degradación vislumbrada y deseada: se desploma en
Dios..... ¿Que reflexiona sobre el “misterio””? Es para hacer ver a los otros hasta
donde lleva la indignidad. Habita sus convicciones como el gusano el fruto; cae
con ellas y sólo se repone para soliviantar contra sí las tristezas que le quedan. Si
ahoga sus dones es porque, con todas sus fuerzas, ama su cansancio; avanza hacia
su pasado, desanda el camino en nombre de sus talentos.
A
El ideal sería perder, sin sufrir por ello el gusto por los seres y las cosas. Cada día
nos haría falta honrar a alguien, criatura u objeto, renunciando a él. Llegaríam
os
así, tras recorrer las apariencias y despedirlas una tras otra, el perpetuo desisti-
miento, el secreto mismo de la alegría. Todo lo que nos apropiamos, los conoci-
mientos aún más que las adquisiciones materiales, no hace más que alimentar
nuestra ansiedad; ¡A cambio, que quietud, que resplandor cuando se apacigua esta
búsqueda desenfrenada de bienes, incluso espirituales! . Ya es grave decir “Yo”,
más grave aún decir “mío” pues eso supone
un suplemento de desplome, un
refuerzo de nuestro enfeudamiento al mundo. Es un consuelo la idea de que no se
posee nada, de que no se es nada; el consuelo supremo reside en la victoria sobre
esa misma idea.
A
No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el
sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera
que respondiendo a su vocación y cumpliéndola, se agita en el interior de la
historia; sólo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su
condición de hombre, pueda reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafísica,
no puedo a ningún precio guardar mi identidad; debo liquidar hasta el menor
residuo que me quede de ella; mas si, por el contrario, me aventuro en un papel
histórico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta que estalle
con ellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindi-
car un modo exacto de hundimiento.
R
El sabio, es algo que el Oriente ha sabido siempre, se rehusa a hacer planes, no
proyecta nunca. Tú serías, pues, una especie de sabio. En verdad, algunos proyec-
tos sí que haces, pero te repugna ejecutarlos. Cuanto 'más meditas uno, más,
cuando lo abandonas, experimentas un bienestar que puede alzarse hasta el éxta-
SIS,
Todo mundo vive en y del proyecto, consecuencia del no saber: obnubilación
metafísica que alcanza las dimensiones de la especie. Parael que no está obnubila-
do, el futuro y, con mayor razón aún, todo acto que se incerte en él, no es más
que engaño, espejismo generador de asco y de espanto. o
Lo que importa no es producir, sino comprender. Y comprender significa discernir
el grado de despertar al que un ser ha llegado, su capacidad de percibir la suma de
irrealidad que entra en cada fenómeno.
El “perro celestial”

No puede saberse lo que un hombre debe perder por tener el valor de pisotear
todas las convenciones, no puede saberse lo que Diógenes ha perdido por llegar a
ser el hombre que se le permite todo, que ha traducido en actos sus pensamientos
más íntimos con una insolencia sobrenatural como lo haría un dios del conoci-
miento, a la vez libidinoso y puro. Nadie fue más franco; caso límite de sinceridad
y lucidez al mismo tiempo que ejemplo de lo que podríamos llegar a ser si la
educación y la hipocresía no refrenasen nuestros deseos y nuestros gestos.
“Un día un hombre le hizo entrar en su casa ricamente amueblada y le dijo: fsobre
todo no escupas en el suelo”. Diógenes, que tenía ganas de escupir, le lanzó el lapo
a la cara, gritándole que era el único sitio sucio que había encontrado para poder
hacerlo”. (Diógenes Laercio).
¿Quién, después de haber sido recibido por un rico, no ha lamentado no disponer
de océanos de saliva para verterlas sobre todos los propietarios de la tierra? Y
¡quién no ha vuelto a tragarse su pequeño escupitazo por miedo a lanzarlo a la
cara de un ladrón respetado y barrigón?
Somos todos ridículamente prudentes y tímidos: el cinismo no se aprende en la
escuela. El orgullo tampoco.
“Menipo, en su libro titulado La virtud de Diógenes, cuenta que fue hecho prisio-
nero y vendido y que le preguntaron qué sabía hacer. Respondió: “Mandar”, y
gritó al heraldo: “Pregunta quién quiere comprar un amo? ”
El hombre que se enfrentaba con Alejandro y con Platón, que se masturbaba en la
plaza pública (“Plugiere al cielo que bastase también frotarse el vientre para no
tener ya hambre”), el hombre del célebre tonel y de la famosa linterna, y que en
su juventud fue falsificador de moneda (¿hay dignidad más hermosa para un
cínico? ), ¿qué experiencia debió tener de sus semejantes? Ciertamente la de
todos nosotros, pero con la diferencia de que el hombre fue el único tema de su
reflexión y de su desprecio. Sin sufrir las falsificaciones de ninguna moral ni de
ninguna metafísica, se dedicó a desnudarle para mostrámosle más despojado y
más abominable que lo hicieron las comedias y los apocalipsis.
“Sócrates enloquecido”, le llamaba Platón. “Sócrates sincero”; así debía haberle
llamado. Sócrates renunciando al Bien, a las fórmulas y a la ciudad, convertido al
fin en psicólogo únicamente. Pero Sócrates —incluso sublime— es aún convencio-
nal; permanece siendo maestro, modelo edificante. Solo Diógenes no propone
nada; el fondo de su actitud y la esencia del cinismo, está determinado por un
horror testicular del ridículo de ser hombre.
El pensador que reflexiona sin ilusión sobre la realidad humana, si quiere perma-
necer en el interior del mundo y elimina la mística como escapatoria, desemboca
en una visión en la que se mezclan la sabiduría, la amargura y la farsa; y, si escoge
la plaza pública como espacio de su soledad, despliega su facundia burlándose de
sus “semejantes” O paseando su asco, asco que hoy, con el cristianismo y la
policía, no podríamos ya permitirnos. Dos mil años de»-sermones y de códigos han
endulcorado nuestra hiel; por otra parte, en un mundo con prisas, ¿quién se
detendría para responder a nuestras insolencias O para deleitarse con nuestros
ladridos?
Que el mayor conocedor de los humanos haya sido motejado de perro, prueba que
en ninguna época el hombre ha tenido el valor de aceptar su verdadera imagen y
que siempre ha reprobado las verdades sin miramientos. Diógenes ha suprimido en
él la fachenda. ¡Que mostruo a los ojos de los otros! Para tener un lugar honora-
ble en la filosofía, hay que ser comediante, respetar el juego de las ideas y
excitarse con falsos problemas. En ningún caso el hombre tal cual es, debe ser
vuestra tarea. Siempre según Diógenes Laercio:
“En los juegos olímpicos, habiendo proclamado el heraldo: Dioxipo ha vencido a
los hombres', Diógenes respondió: “Sólo ha vencido esclavos, los hombres son
asunto mío' ”
Y en efecto, los £ venció como ningún
! 2
otro, con armas
:
más temibles que
] las: de los
conquistadores; él, que no poseía más que una alforja, el menos propietario de los
,

mendigos, verdadero santo de la risotada.


Tenemos que agradecer el azar que le hizo nacer antes de la llegada de la Cruz.
¿Quién sabe si, ingertada en su desapego, una malsana tentación de aventura
extrahumana le hubiera inducido a llegar a ser un asceta cualquiera, canonizado
más tarde y perdido en la masa de los bienaventurados y del calendario? Entonces
es cuando se hubiera vuelto loco, él, el ser más profundamente normal, porque
estaba alejado de toda enseñanza y toda doctrina. Fue el único que nos reveló el
rostro repugnante del hombre. Los méritos del cinismo fueron empañados y piso-
teados por una religión enemiga de la evidencia. Pero ha llegado el momento de
oponer a las verdades del hijo de dios las de este “perro celestial”, como le llamó
un poeta de su tiempo.
LA PARTE DE LAS COSAS

Se necesita una considerable dosis deinconsciencia para entregarse sin reservas a


cualquier cosa. Los creyentes, los enamorados, los discípulos no perciben más que
un rostro de sus deidades, de sus ídolos, de sus maestros. El ferviente permanece
incluctablemente en la ingenuidad. cHay sentimiento puro donde la mezcla de
gracia e imbecilidad no se traicione, y admiración beata sin eclipse de la inteligen-
cia? Quien entrevée simultáneamente todos los aspectos de alguien o de algo
permanece por siempre indeciso entre el arrebato y el estupor. Diseca cualquier
creencia: ¡que gala del corazón y, debajo, cuanta ignominia. Es lo infinito soñado
en una alcantarilla y que conserva, imborrables, su huclla y su hedor. Hay un
notario en cada santo, un tendero en todo héroe, un portero en el mártir. En el
fondo de los suspiros se esconde una mueca; a los sacrificios y a las oraciones se
mezclan los vapores del burdel terrestre. Tomemos el amor: ¿Hay expansión más
noble, arrebato menos sospechoso? Sus estremecimientos compiten con la músi-
ca, rivalizan con las lágrimas de la soledad y del extasis: es lo sublime, pero de una
sublimidad inseparable de las vías urinarias: transportes vecinos a la excreción,
cielo de las glándulas, santidad súbita de los orificios..... Basta un momento de
atención para que esa embriaguez, conmocionada, os arroye en las inmundicias de
la fisiología, o un instante de fatiga para constatar que tanto ardor no produce
más que una variedad de moco. El estado de vigilia altera el sabor de nuestros
ahorros y transforma a quien los sufre en un visionario pisoteando pretextos
incfables. No se puede amar y conocer al mismo tiempo, so pena de que el amor
padezca y expire bajo la mirada del espíritu. Husmead en vuestras admiraciones,
escrutad a los beneficiarios de vuestro culto y a los que se aprovechan de vuestros
abandonos: bajo sus pensamientos más desinteresados descubriréis el amor propio,
el aguijón de la gloria, la sed de dominio y de poder. Todos los pensadores son
fracasados de la acción que se vengan de su fracaso por medio de conceptos.
Nacidos más acá de los actos, los exhaltan o los menosprecian, según aspiren al
agradecimiento de los hombres o a la otra forma de gloria: su odio; elevan indebi-
damente sus propias deficiencias, Sus propias miserias, al rango de leyes, su futili-
dad a nivel de principios.
El pensamiento es una mentira, como el amor o la fe. Pues las verdades son
fraudes y las pasiones, olores; y a fin de cuentas la elección está entre el que
miente y el que hicde.
INVOCACION AL INSOMNIO

Tenía yo diecisiete años y creía en la filosofía. Lo que no se refería a ella me


parecía pecado o basura: ¿Los poetas? saltimbanquis aptos para la diversión de
mujerzuelas; ¿La acción? imbecilidad delirante; ¿El amor, la muerte? , pretextos
de baja estofa que se rehusaban al honor de los conceptos. Olor nauseabundo de
un universo indigno del perfume del espíritu... Lo concreto, ¡qué mancha! ,
alegrarse O sufrir, ¡qué vergúenza! sólo la abstracción me parecía palpitar me
entregaba a hazañas ancilares por miedo de que un objeto más noble me hiciera
infringir mis principios y me entregase a las zozobras del corazón. Me repetía: sólo
el burdel es compatible con la metafísica; y acechaba—para huir de la poesía— los
ojos de las criaditas y los suspiros de las fulanas.

. Hasta que viniste tú, insomnio, a sacudir mi carne y mi orgullo; tú que transfor-
mas al bruto juvenil, matizas sus instintos, avivas sus Sueños; tú que, en una sola
noche, dispensas más saber que lo días consumados en el reposo, y, en los párpa-
dos doloridos, descubres un suceso más importante que las enfermedades sin
nombre o los desastres del tiempo ! tú me permitiste escuchar el ronquido de la
salud, los humanos sumergidos en el olvido sonoro, mientras que mi soledad
englobaba la negrura circundante y se hacía más basta que él. Todo dormí, todo
dormía para siempre. No más aurora: velaré así para siempre hasta el fin de las
edades: se me esperará entonces para pedirme cuentas del espacio en blanco de
mis sueños... Cada noche era igual a las otras, cada noche era eterna. Y me sentía
solidario de todos los que no pueden dormir, de todos esos hermanos desconoci-
dos. Como los viciosos y los fanáticos, yo tenía un secreto; como ellos hubiera
constituido un clan, a quien excusarlo todo, darlo todo, sacrificarlo todo; el clan
de los insomnes. Atribuía yo genio al primer llegado con párpados pesados de
fatiga, y no admiraba a ningún ingenio que pudiera dormir, aunque fuese gloria
del estado, del arte o de las letras. Hubiera tributado culto a un tirano que —para
vengarse de sus noches— hubiera prohibido el reposo, castigado el olvido, legislado
la desdicha y la fiebre.
Y fue entonces cuando apelé a la filosofía: pero no hay idea que consuele en la
oscuridad, no hay sistema que resista las vigilias. Los análisis del insomnio desha-
cen las certezas, Cansado de tal destrucción, llegaba a decirme: no más dudas:
dormir o morir...., reconquistar el sueño o desaparecer...
Pero tal conquista no es fácil: cuando uno se acerca a ella, se da cuenta de hasta
que punto está marcado por las noches. Si amáis, vuestro Ímpctu estará corrompi-
do para siempre; saldréis de cada “éxtasis” como un espanto de delicias; a las
miradas de vuestra excesivamente próxima vecina mostraréis un rostro de crimi-
nal; a sus sinceros retozos responderéis con las irritaciones de una voluptuosidad
envenenada; a su inocencia, con una poesía de culpable, pués todo se os volverá
poesía, pero una poesía de la culpa... ¿Ideas cristalinas, engranaje feliz de pensa-
mientos? Ya no pensaréis más: advendrá una irrupción, una lava de conceptos, sin
consistencia ni acuerdo, conceptos vomitados, agresivos, salidos de las entrañas,
castigos que la carne se inflige a si misma, pues el espíritu permanece víctima de
los humores y fuera de cuestión...
Padeceréis por todo, y desmesuradamente; las brisas os parecerán borrascas; los
roces, puñales; las sonrisas, bofetadas; las bagatelas, cataclismos. Y es que las
vigilias pueden cesar; pero su luz perdura cn uno: no se ve impunemente en las
tinieblas, no se extrae de ello enseñanza sin peligro; hay ojos que jamás podrán ya
aprender nada del sol, y almas enfermas de noches de las que nunca curarán...
Entre la poesía y la esperanza, la incompatibilidad es completa; de este modo el
poeta es víctima de una ardiente descomposición. ¿Quién se atrevería a preguntar-
le como ha experimentado la vida, cuando ha vivido gracias a la muerte? Cuando
sucumbe a la tentación de felicidad, pertenece a la comedia... Pero si por el
contrario, de sus llagas brotan llamaradas, y canta a la felicidad. Esa incandescen-
cia voluptuosa de la desdicha se sustrae al matiz de vulgaridad inherente a todo
acento positivo. Es Holderlin refugiándose en una Grecia soñada y transfigurando
el amor en embriagueces más puras, en las de la irrealidad... El poeta sería un
tránsfuga odioso de la realidad si en su huida no llevase consigo su desdicha. Al
contrario del místico o el sabio, no sabría escapar a si mismo ni evadirse del
centro de su propia obsesión: incluso sus extasis son incurables, y signos premonl-
torios de desastres. Inepto para salvarse, para él todo es posible, salvo su vida...

EN O E O E O A a A A III A o A A e [O o aa a 2 E

En ésto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo largo tiempo


en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no tanto mis inclinaciones o
mis gustos como mi misma sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introduc:-
do en ella para alterar su curso, su espesor y su calidad. Valery o Stefan George nos
dejan allí donde le abordamos o nos vuelven más exigentes en el plano formal del
espiritu: son genios de los que no sentimos necesidad, solo son artistas, pero un
Shelly, pero un Baudelaire, pero un Rilke intervienen en lo más profundo de
nuestro organismo que se los apropia como lo harfa con un vicio. En su proxim:-
dad un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se desagrega. Pues el poeta es un
agente de destrucción, un virus, una enfermedad disfrazada y el peligro más grave,
aunque maravillosamente impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su
territorio? es sentir adelgazarse la sangre, es soñar un paraiso de la anemia, y otr,
en las venas el fluir de las lágrimas
De la negativa a procrear.

Aquel que habiendo gastado sus apetitos se acerca a una forma límite de desape-
go, no quiere ya perpetuarse; detesta sobrevivirse en otro, al cual por otra parte no '
tiene nada que transmitir; la especie la espanta. Es un mostruo y los mostruos ya
no engendran. El “Amor” le cautiva aún: aberración entre sus pensamientos.
Busca un pretexto para volver a la condición común; pero el hijo le parece incon-
cebible, como la familia, la herencia, las leyes de la naturaleza. Sin profesión ni
progenie, cumple su última hipóstasis su propio acabamiento. . ...

El odio de la “especie” y su “genio” os emparenta con los asesinos; con los


dementes, con las divinidades y con todos los grandes estériles. A partir de un
cierto grado de soledad, sería preciso dejar de amar y de cometer la fascinante
mancilla de la cópula. Quien a todo precio quiere perpetuarse apenas se distingue
del perro: todavía es naturaleza; no comprenderá jamás que se pueda sufrir. El
Imperio de los instintos y rebelarse contra ellos, gozar de las ventajas de la especie
y despreciarlas: un fin de raza, con apetitos... Ahí está el conflicto de quien adora
y abomina a la mujer, supremamente indeciso entre la atracción y el asco que le
inspira. Por eso-no logrando renegar totalmente de la especie-R esuelve ese conflic-
to soñando, sobre los senos con el desierto y mezclando un perfume claustral al
vaho de sudores demasiado concretos.

Las insinceridades de la carne le aproximan a los santos.


Filosofía y prostitución.

El filósofo, de vuelta a los sistemas y las superticiones, pero perseverante aún en


los caminos del mundo, debería imitar el pirronismo de acerca del que hace gala la
criatura menos dogmática: la mujer pública. Desprendida de todo y abierta a
todo; compartiendo el humor y las ideas del cliente; cambiando de tono y de
rostro en cada ocasión; dispuesta a ser triste o alegre, permaneciendo indiferente;
prodigando los suspiros por interés comercial; lanzando sobre los esfuerzos de su
vecino superpuesto y sincero una mirada lúcida y falsa, propone al espíritu un
modelo de comportamiento que rivaliza con el de los sabios. Carecer de conviccio-
nes respectó a los hombres y a uno mismo: tal es la elevada enseñanza de la
prostitución, academia ambulante de lucidez, al margen de la sociedad, como la
filosofía. “Todo lo que sé, lo he aprendido en la escuela de las fulanas”, debería
exclamar el pensador que lo acepta todo y lo niega todo, cuando, a ejemplo suyo,
se ha especializado en la sonrisa fatigada, cuando los hombres no son para él sino
clientes, y las aceras del mundo, en el mercado donde vende su amargura, como
sus compañeras su cuerpo.
Tras tanta impostura y tanto fraude, es reconfortante contemplar a un mendigo.
El, al menos, ni miente ni se miente: su doctrina, si la tiene, la encarna él mismo;
no le gusta el trabajo y lo prueba; como no desea poseer nada, cultiva su despren-
dimiento, condición de su libertad su pensamiento condición de su libertad. Su
pensamiento se resuelve en su ser y su ser en su pensamiento. Está falto de todo,
es él mismo, dura. Estar a la altura de la eternidad es también vivir al día. De este
modo, para él, los otros están encerrados en la ilusión. Cierto que depende de
ellos, pero se venga estudiándolos, especializado como está en los transformados
de los sentimientos “nobles”. Su pereza de una rara calidad hace de él un auténti-
co “liberado”, perdido en un mundo de bobos y engañados. Sobre la renuncia,
sabe mucho más que numerosas de vuestras obras esotéricas. Para convenceros, no
tenéis más que echaros a la calle... ¡Pero no! preferis los textos que preconizan la
mendicidad. Ya que ninguna consecuencia práctica acompaña vuestras meditacio-
nes, no es de extrañar que el último de los pordioseros valga más que vosotros. ¿Es
concebible el Buda fiel a sus verdades y a su palacio? no se es “liberado vivo” y
propietario. Me rebeo contra la generalización de la mentira, contra los que exhi-
EE su pretendida “salvación” y la apuntalan con una doctrina que no emana de
us profundidades. Desenmascararlos, hacerlos descender del pedestal en el que se
de izado, ponerlos en la picota, es una campaña a la que nadie debería permane-
cer indiferente, pues a todo precio, es preciso impedir a los que tienen demasiada
buena conciencia vivir y morir en paz.
Según Casiano Evagro y San Nilo, no hay demonio más temible que el de la
acedia. El monje que sucumbe a ella será su presa hasta el fin de sus días.
Pegado a la ventana mirará hacia el exterior, esperará visita, no importa cuales,
para charlar, para darse al olvido.
Despojarse de todo y descubrir después que uno se había equivocado de camino,
hastiarse en la soledad y no poder abandonarla.
Por un eremita que ha triunfado, hay mil que han fracasado. A estos vencidos, a
esos caídos convencidos de la ineficacia de sus oraciones, se esperaba volver a
levantarlos, por el canto se les imponía la exultación, la disciplina de la alegría.
Víctimas del demonio, ¿Cómo habrían de poder elevar sus voces y hacia quién?
Alejados por igual de la gracia y del siglo, pasaban horas comparando su esterilt-
dad con la del desierto, con la imagen material de su vacío.
Pegado a mi ventana. ¿A qué compararía mi esterilidad sino a la ciudad? Sin
embargo, el otro desierto, el verdadero me obsesiona. ¡No poder irme a él y
olvidar allí el olor del hombre! vecino de Dios olfatearía su desolación y su
eternidad con la que sueño en los instantes en que se despierta en mi el recuerdo
de una celda lejana. En una vida anterior ¿Qué convento habré abandonado,
traicionado? Mis oraciones inacabadas, abandonadas, entonces prosiguen ahora,
mientras que en mi cerebro no sé qué cielo se hace y se deshace.
Los eremitas de los primeros siglos nos servirán, una vez más de ejemplo. Nos
enseñarán cómo, para alzar nuestro nivel psíquico, debemos mantener un conflic-
to permanente con nostros mismos. Con justicia les llamó un Padre de la Iglesia
atletas deldesierto””. Fueron combatientes de lo que dificilmente imaginamos el
estado de tensión, el encarnizamiento contra sí mismos, las luchas. Había algunos
que segregaban hasta setecientas oraciones por día; tras cada una de ellas, para
contarlas, algunos dejaban caer un guijarro.,. aritmética demente que me hace
admirar en ellos un orgullo sin igual. No eran precisamente alfeñiques, esos obse-
sos enfrentados con lo que tenían de más querido: sus tentaciones. Viviendo en
función de ellas, las exacerbaban para tener algo contra lo que luchar. Sus descrip-
ciones del “deseo”” comportan tal violencia de tono que nos irritan los sentidos y
nos hacen experimentar un estremecimiento que ningún autor libertino logra
inspirarnos.
Eran especialistas en glorificar “la carne” en sentido inverso si les fascinaba hasta
tal punto ¡que mérito tienen por haber combatido sus atractivos! Fueron titanes,
más desenfrenados, más perversos que los de la misma mitología, pues éstos para
acumular energía, no hubieran podido, sin simplismo, concebir los beneficios del
horror a sí mismo.
Dado que nuestros sufrimientos naturales, no provocados son demasiado incom-
pletos, suele sucedernos el aumentarlos, intensificarlos y crearnos otros artificia-
les.
Entregada a sí misma, la carne nos encierra en un horizonte reducido. Por poco
que lo sometemos a tortura, agudiza nuestras percepciones y ensancha nuestras
perspectivas: el espíritu es el resultado de los suplicios que padece o que se inflige
a sí misma. Los anacoretas sabían remediar la insuficiencia de sus males...
Tras haber combatido el mundo, les era preciso entrar en guerra consigo mismos
¡Menuda tranquilidad para sus prójimos! <¿acaso nuestra ferocidad no viene pro-
vocada porque nuestros instintos están demasiado atentos al otro? :
Si nos inclinamos más tarde sobre nosotros mismos, y nos convertimos en el
centro y el objeto .de nuestras inclinaciones asesinas, la suma total de intoleran cias
disminuiría.
Nunca se podrá calcular el número de horrores que el monacato primitivo ahorró
a la humanidad. Si todos esos eremitas hubiesen permanecido en el siglo, ¡cuantos
escesos no habría cometido! Por fortuna para su época tuvieron la inspiración de
ejercer su crueldad contra sí mismos.
Si queremos que nuestras costumbres se dulcifiquen, nos hará falta aprender a
volver nuestras garras contra nosotros mismos, a aprovechar la técnica del desier-
to.
Es un signo de indigencia no poder abrirse al vacío purificador, al vacío apacigua-
dor. Estamos tan bajo y tan encallados en nuestras filosofías que no hemos
podido concebir más que la nada, versión sórdida del vacío. Todas nuestras incer-
tidumbres, todas nuestras miserias y nuestros terrores, las hemos proyectado ahí,
pues ¿qué es en definitiva la nada sino un complemento abstracto del infierno, un
logro de reprobos, el máximo esfuerzo hacia la lucidez que pueden realizar seres
ineptos para la liberación? Demasiado manchada de nuestras impurezas para que
nos permita saltar hacia un concepto vírgen como lo es para nosotros, el de vacío
(que ni es heredero del infierno ni está contaminado por él); la nada, en verdad,
no representa más que un extremo estéril, una salida desencaminada, vagamente
fúnebre, muy próxima de esas tentativas de renunciamiento que terminan por
agriarse porque se mezclan demasiados remordimientos.
El vacío es la nada desprovista de sus calificaciones negativas, la nada transfigu-
rada. Si llegamos a probarlo, nuestras relaciones con el mundo se encuentran
modificadas, algo cambia en nosotros, aunque guardamos nuestros antiguos defec-
tos pero no somos ya de aquí de la misma manera que antes. Por eso es saludable
recurrir al vacío en nuestras crisis de furor; nuestros peores impulsos se embotan
al contacto con él. Sin él, ¿quién sabe? , quizá estuviésemos ahora en el penal o
con la camisa de fuerza. La lección de abdicación que nos dispensa nos invita
también a un comportamiento mas matizado frente a nuestros denigradores, a
nuestros enemigos. ¿Hay que matarlos o hay que perdonarlos? ¿Qué hace mas
daño, que roe más: la venganza O la victoria sobre la venganza? ¿Cómo resolver-
los? En la incertidumbre preferimos el suplicio de no vengarnos.
Tal es la concesión límite que puede hacerse si no se es un santo.
Fragmentos del retrato del civilizado.

Si se trabaja para la conservación de otro, nunca será para salvarlo, sino para
obligarlo a sufrir como uno, para que se someta a las mismas pruebas y los
atraviese con la misma impaciencia. Si se vela, se ora, se padece mortificaciones,
que también el otro haga lo mismo: que suspire, que clame, que se debata en
medio de las mismas torturas. La intolerancia es el patrimonio de espíritus estraga-
do cuya fe se reduce a un suplicio más o menos deliberado que quisieran ver
generalizado, instituido como la felicidad de los demás no ha sido nunca un móvil
ni un principio de acción, sólo se la invoca para tranquilizar la conciencia O
escudarse en nobles pretextos: cualquiera sea el acto al que uno se determina, el
impulso que lo provoca y que precipita su ejecución es casi siempre inconfesable.
Nadie salva a nadie; sólo nos salvamos a nosotros mismos, y ello, en la medida en
que se disfrace de convicciones el mal que queremos distribuir y prodigar, por
prestigiosas que sean las apariencias, el proselitismo no deja de derivar de una
generosidad dudosa, de peores efectos que una agresividad patente. Nadie está
dispuesto a soportar sólo la disciplina que sin embargo ha asumido ni el yugo al
cual se ha sometido la revancha se abre paso a través de la alegría del misionero y
del apostol. Nadie se dedica a convertir para liberar, sino para encadenar.

En cuanto alguien se deja ganar por una certidumbre, envidia nuestras opiniones
flotantes, nuestras resistencias y los dogmas o a los slogans, nuestra feliz incapaci-
dad para sometemos a ellos. Secretamente avergonzado de pertenecer a una secta
o un partido, de poseer una verdad y de haberse a ella no guardara rencor a sus
enemigos declarados, a los que poseen otra verdad, sino al culpable de no buscar
ninguna, al indiferente. Si, para huir de la esclavitud en la que aquel ha caido,
buscamos refugio en el capricho o en la aproximación, hará lo posible para impe-
dirlo, para obligarnos a una esclavitud, similar y si es posible idéntica a la suya. El
fenómeno es tan universal que sobrepasa el campo de la certidumbre para englo-
bar también el de la forma. Las letras como es lógico, nos proporcionan un penoso
ejemplo ¿que escritor que goce de cierta notoriedad no termina por sufrir con
ello, por experimentar el malestar de que se lo conozca o comprenda, detener un
público, por restringido que sea? Envidioso de sus amigos que se solazan en el
bienestar de la oscuridad, se esforzara por sacarlos de ella, por perturbar su pacífi-
co orgullo, a fin de que ellos también sufran las mortificaciones y las ansiedades
del éxito. Para obtener ésto, cualquier maniobra le parecerá legítima. Desde esc
momento, sus vidas se convertirán en una pesadilla. Los acosa, los incita a produ
cir y a exibirse, contaria su aspiración a una gloria clandestina, sueño supremo de
los débiles y de los abúlicos. Escribid, pulbicad, les repite con rabia, con impudor.
Los infelices obedecen sin sospechar lo que los espera.

Si estuviéramos en condiciones de liberarnos de los deseos, simultáneamente nos


librarífamos del destino; Superiores a los seres, a las cosas, y a nosotros mismos,
reacios y amalgamarnos demasiado con el mundo, con el sacrificio de nuestra
identidad accederíamos a la libertad, inseparable de la marcha hacia el anonimato
y la abdicación “¡Soy nadie, he vencido a mi nombre! * exclama aquél que no
quiere rebajarse a dejar huellas y tratar de adoptarse al consejo de Epicuro. “Es-
conde tu vida”. Siempre recurrimos a los antiguos cuando se trata del arte de vivir,
cuyo secreto hemos perdido después de dos mil años de sobre naturaleza y de
caridad compulsiva. Volvemos a ellos, a su ponderación y a su amenidad, en
cuanto disminuye ese frenesí a un retroceso hacia la salud y también volvemos a
ellos porque como el intervalo que lo separa del universo es más vasto que cl
universo mismo, nos proponen una forma de desapego que en vano buscaríamos
en-Los santos... .. A

La civilización nos enseña como apoderarnos de las cosas cuando por el contrario,
debería iniciarnos en el arte de desprendernos de ellas, pues no hay libertad ni
“verdadera vida” sin el aprendizaje del desprendimiento. Me apodero de un obje-
to, me considero su dueño; de hecho soy su esclavo; esclavo también del instru-
mento que fabrico y manejo. No hay nueva adquisición que no signifique una
cadena más, mi factor de poder que no sea causa de debilidad. Hasta nuestros
dones contribuyen a nuestro sometimiento; el espíritu que se eleva por encima de
los demás, es menos libre que ellos, los hace volver a costa de su salvación. Nadie
se libera si se compromete a ser algo o alguien. Todo lo que poseemos, todo lo que
se Superpone a nuestro ser O procede de él, nos desnaturaliza y nos ahoga. En
cuanto a nuestro propio ser, Ique error, que herida haberle otorgado la existencia,
cuando hubiésemos podido, intactos, perseverar en lo virtual y lo invulnerable!
nadie se repone del mal de nacer, plaza capital por excelencia. Sin embargo, con la
esperanza de curarnos de ella, aceptamos la vida y soportamos sus pruebas. Los
años pasan, la plaza permanece.
Del ensayo: Valery de cara a sus ídolos.
Saber mostrar el mecanismo de todo, ya que todo es mecanismo, suma de artifi-
cios, de trucos o para emplear una palabra más honorable, de operaciones; atacar
los resortes, convertirse en relojero, ver dentro, dejar de engañarse: eso es lo que
cuenta.
El hombre, tal como Valery lo concibe, sólo vale por su capacidad de no consenti-
miento, por el grado de lucidez que haya alcanzado. Esta exigencia de lucidez
hace pensar en el grado de vigilia que supone toda experiencia espiritual, y que
estará determinada por la respuesta que se dé a la pregunta capital: “¿Hasta dónde
he llegado en la percepción de la irrealidad? ”
Se podría seguir con detalle el paralelismo entre la búsqueda de la lucidez más acá
del absoluto, tal como se presenta en Valery, y la búsqueda de la vigilia con vistas
al absoluto, que es la vía propiamente mística. En ambos casos se trata de una
exacerbación de la conciencia ávida de sacudirse las ilusiones que arrastra.
Asignarse una tarea imposible de llevar a cabo, e incluso de definir, querer el vigor
cuando se está roído por la más sutil de las anemias, tiene algo de inmise en scéne,
un deseo de engañarse, de vivir intelectualmente por encima de sus capacidades,
una voluntad de leyenda y de fracaso: el fracasado a un cierto nivel, es sin
comparación, mucho más cautivador que el que ha tenido éxito.
Rd E E A O E O ERE E O E OE A EEE RAR

Nos interesamos, cada vez más, no en lo que un autor ha dicho, sino en lo que
hubiera querido decir, no en sus actos, sino en sus proyectos, mucho menos en su
obra real que en su obra soñada.
De: mecanismos de la utopía.

Lo más loable en las utopías es haber denunciado los daños que causa la propie-
dad, el horror que representa, las calamidades que provoca. Pequeño o grande, el
propietario está mancillado, corrompido en su esencia: su corrupción recae sobre
su fortuna, si se le despoja de ella, se verá obligado a una toma de conciencia de la
que normalmente es incapaz. Para retornar una apariencia humana para recuperar
su “alma”, es necesario que el propietario se vea arruinado y que consienta en su
ruina. La revolución le ayudará. Al devolverlo a su desnudez primitiva, lo anula en
lo inmediato y lo salva en lo absoluto, pues la revolución libera —interiormente, se
entiende— a aquellos a quienes primero golpeo: se posesiona de ellos; los re-sitúa
como clase al darles su antigua dimensión y los devuelve a los valores que traicio-
naron. Pero incluso antes de tener el medio o la ocasión de golpearlos, la revolu-
ción mantiene en ellos un miedo saludable: perturba su sueño, alimenta sus pesa-
dillas, y la pesadilla es el principio del despertar metafísico. Es pues, como agente
de destrucción como revela su utilidad; aunque fuese nefasta una cosa la redimirá
siempre: sólo ella sabe que clase de terror utilizan para sacudir a ese mundo de
propietario, el más atroz de los mundos posibles. Cualquier forma de posesión, y
no temamos insistir en ello, degrada, envilece, halaga al monstruo adormecido que
dormita en el fondo de cada uno de nosotros. Disponer, aunque no fuese más que
de una escoba, contar con cualquier cosa como bien propio, es participar en la
indignidad general. ¡Que orgullo descubrir que nada nos pertenece, que revela-
ción! Uno se consideraba el último de los hombres, y he aquí que, de pronto,
sorprendido y como iluminado por la desposesión, ya no sufre, por el contrario,
ella se convierte en un motivo de suficiencia, y todo lo que se desea es estar tan
desposeído como lo está un santo o un alienado.
Apartes de carta sobre algunas aporias

“Siempre había creído, querido amigo, que, enamorado de su provincia, ejercitaba


allí el desapego, el desprecio y el silencio. ,
¡Cual no sería mi sorpresa al oirles decir que preparaba un libro! Instantánca -
mente, vi dibujarse en usted un futuro monstruoso: el autor en que se va a
convertir.
“Otro que se pierde”, pensé, Por pudor, se ha abstenido usted de preguntarme las
razones de mi decepción; del mismo modo yo hubiera sido incapaz de decfírselas
de viva voz. “Otro que se pierde, otro hechado a perder por su talento”, me
repetía yo incesantemente. Al penetrar en el infierno literario, va usted a conocer
sus artificios y su veneno; sustraído a lo inmediato, caricatura de usted mismo, ya
no tendrá más que experiencias formales, indirectas; se desvanecerá usted en la
palabra. Los libros serán el único tema de sus charlas. En ésto sólo se dará cuenta,
usted demasiado tarde, tras haber perdido sus mejores años en un medio sin
espesor ni sustancia. ¿El literato? Un indiscreto que desvaloriza sus miserias, las
divulga, las reitera: el impudor —desfile de reticencias— en su regla; se ofrece.
Toda forma de talentova acompañada de una cierta desverguenza. No es distingui-
do más que el esteril, el que se borra con su secreto, porque desdeña exponerlo:
los sentimientos expresados son un sufrimiento para la ironía, una bofetada al
humor.
Nada más fructuoso que conservar un secreto. Os trabaja, os roe, os amenaza.
Incluso cuando se dirige a Dios, la confesión es un atentado contra nosotros
mismos, contra los resortes de nuestro ser. Los disturbios, las vergúenzas, los
espantos, de los que las terapéuticas religiosas o profanas quieren liberarnos, cons-
tituyen un patrimonio del quea ningún precio deberíamos dejarnos despojar.
Debemos defendernos contra quienes nos curan, y aunque pereciéramos por ellos,
deberfamos preservar nuestros males y nuestros pecados. La confesión: violación de
las conciencias perpetrada en nombre del cielo. ¡Y esa otra vi olación que es el
análisis psicológico! Laicificada, prostituida, la confesión se in stalará pronto en
todas las esquinas. Exceptuando unos pocos crimin ales, todo el mundo aspira a
tener un alma pública, un alma anuncio.
Vaciado por su fecundidad, fantasma que ha gastado su sombra, El hombre de
letras disminuye con cada palabra que escribe. Solo su vanidad es inagotable; si
fuera psicológica tendría límites, los del yo. Pero es cósmica o demoniaca y le
sumerge. Su “obra” le obsesiona: alude a ella sin cesar, como si, sobre nuestro
planeta, no hubiese, fuera de él, nada que mereciese atención o curiosidad. ¡Pobre
de quien tenga la impudicia o el mal gusto de charlar con él de otra cosa que de
sus producciones! Así pues, concebirá usted que un día, a la salida de un almuer-
zo literario, vislumbre la urgencia de una noche de San Bartolomé de gente de
letras...

Escribir libros no deja de tener alguna relación con el pecado original. Pues ¿qué
es un libro, sino una pérdida de inocencia, un acto de agresión, una repetición de
nuestra caida? ¡Publicar sus taras para divertir o exasperar! . Una barbaridad para
nuestra intimidad, una profanación, una mancilla. Y una tentación. Le habló con
conocimiento de causa. Por lo menos, tengo la excusa de odiar mis actos, de
ejecutarlos sin creer en ellos, usted es más honrado: usted escribirá libros y creerá
en ellos, creerá en la realidad de las palabras, en esas ficciones pueriles e indecen-
tes. Desde las profundidades del asco se me aparece como un castigo todo lo que
es literatura; intentaré a falta de alcanzar el absoluto del desengaño, me condenaré
a una frivolidad morosa. Brisnas de instinto, empero, me obligan a agarrarme a las
palabras. El silencio es insoportable: ¡que fuerza hace falta para establecerse en la
concisión de lo Indecible! Más fácil es renunciar al pan que a las palabras. Desdi-
chadamente, la palabra resbala hacia la palabrerfa, hacia la literatura. Incluso el
pensamiento tiende a ello, siempre listo a expandirse, a inflarse; detenerle por
medio de la agudeza, reducirlo a aforismo oa donaire, es oponerse a su expansión,
a su morimiento natural a su ímpetu hacia la disolución, hacia la inflación. De
aquí los sistemas, de aquí la filosofía. La obsesión del laconismo paraliza la
marcha del espíritu, el cual exige palabras en masa, a falta de reiterar, de desacre-
ditar lo esencial, es que el espíritu es profesor.
Contra la Imagen.

Í
El espíritu que se orienta hacia la desnudez rechaza las semejanzas que le recuer-
dan este mundo del que quiere separarse. Sólo siente exasperación ante lo que
existe O parece existir. Mientras más se aleje de las apariencias, menos necesitará
de signos que las realcen o de simulacros que las denuncien, unos y otros igualmen-
te funestos para la búsqueda de lo importante, de lo que se oculta, de ese fondo
último que exige, para ser aprendido, la ruina de toda imagen, espiritual inclusive.
O
Privilegio maldito del hombre exterior, la imagen, por más pura que sea, conserva
una pizca de materialidad, apenas una rugosidad y, puesto que remite necesaria-
mente al mundo, lleva consigo un elemento de incertidumbre y de perturbación;
Solo mediante una victoria sobre ella podremos encaminarnos hacia el ser desnu-
do, hacia esa seguridad sin amarras que lleva por nombre liberación. Librarse en
verdad significa despojar la imagen, desprenderse de todos los símbolos del aquí
abajo.
MT
Nos liberamos de la imagen si, en un movimiento semejante, nos liberamos de la
palabra. Todo vocablo equivale a una mancha, “ninguna palabra puede esperar
otra cosa fuera de su propia derrota”, proclama Gregorio Palamas en su Defensa
de los santos quietistas. Sólo merced al silencio se accede a ese fondo de más allá
de las apariencias, ese silencio del que Séraphin Sarov dice hacía al hombre seme-
jante de los ángeles.
Algo digno de tomarse en cuenta: no hay silencio frívolo, silencio superficial. Todo
silencio es esencial. Cuando se le saborea, se conoce automáticamente una forma
de supremacía, una soberanidad extraña. Es posible que lo que se designa por
interioridad, no sea más que una espera muda. De la misma manera, no hay “vida
verdadera”, vida espiritual a secas, que no implique la muerte de la imagen
y de la
palabra, la destrucción, en lo más fntimo del ser, de este mundo y de todos los
mundos. La experiencia mística se confunde, en su límite, con la beatitud de un
supremo rechazo.
IV
Perseguir, buscar la imagen, es demostrar que nos hemos quedado más acá del
absoluto, y que no estamos capacitados para la visión pura. Y es comprensible,
pues no se trata de una visión sin objeto, sino de una visión que está más allá de
todo objeto. Se podría decir incluso que lo que ella nos permite ver es la ausencia
sin límites de todo lo que puede ser visto, la desnudez tal cual, la vacancia como
plenitud, o, mejor aún, ese “abismo de la superesencia”, celebrado por Ruys-
brock.

V
De todos aquellos que buscan, sólo el místico ha encontrado, pero en pago de un
favor tan excepcional, jamás podrá decir qué encontró, a pesar de tener la seguri-
dad que únicamente el saber intrasmisible confiere (el verdadero saber, en suma).
El camino por el cual nos invitará a seguirlo, desemboca en una vacuidad sin
precedente, pero —y ahí radica lo maravilloso— una vacuidad que colma, pucs
reemplaza a todos los universos abolidos. De lo que aquí se trata es de una
empresa, la más radical que se haya intentado, para anclarse en algo más puro que
el ser o la ausencia de ser, en algo superior a todo, al absoluto mismo.

VI
El saber que se nutre en las apariencias, es un falso saber, o, si se prefiere, un
no-saber. Para el místico, el conocimiento, en el sentido último de la palabra, se
concreta a una ignorancia iluminada, una ignorancia “transluminosa”. “Aquellos
que viven en la frecuentación de esta ignorancia y de la luz divina, perciben por sí
mismos algo como una soledad devastada”, dice Ruysbroek.

Partiendo de esta soledad, se comprenderá fácilmente la necesidad, la urgencia del


desierto, espacio propicio para la fuga hacia la ausencia de imágenes, hacia un
despojo inusitado, hacia la unidad desnuda, más bien hacia la Deidad que hacia
Dios. “La Deidad y Dios”, afirma Meister Eckhart, son tan distintos como el
cielo y la tierra. El cielo está a miles de leguas más arriba. Así la Deidad en
relación a Dios deviene y pasa .
. . Ne »)
Atenerse todavía a Dios es, según lo anotó un comentarista, permanecer “en el
umbral de la eternidad”, es no penetrar en ella, pues la eternidad sólo se alcanza
elevándonos a la Deidad. Inspirándonos en esa misma “soledad desvastada”,
<cómo no evocar esa “oratio ignita”, esa “plegaria de fuego” de la cual, según un
padre de los primeros siglos, únicamente Somos capaces cuando estamos tan
npreguados de una luz de arriba, que ya es imposible emplear el lenguaje huma-
no:
editorial u. de a.

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