Dia de Penitencia en Moderan - David R. Bunch
Dia de Penitencia en Moderan - David R. Bunch
Dia de Penitencia en Moderan - David R. Bunch
Se acercaba abril cuando atravesamos los Muros de las Fortalezas y salimos a la plaza de
armas de plástico verde: todos los grandes amos de Fortalezas ordenados en solemne procesión.
El escudo de vapor era blanco ese día, con estrechas franjas rojas enhebradas en el cielo, franjas
(nos recordaron) del antiguo color de la sangre. Y algunos si lo recordamos, aunque nuestra
sangre es ahora de color verde pálido, y la martillan corazones eternos haciéndola circular por las
tiras de carne para alimentar no sólo a las tiras de carne sino también para lubricar los repuestos
de aleación de metal nuevo y las coyunturas donde se articulan el metal y la carne.
Éramos una extraña banda bajo un extraño escudo de vapor ese día; los pájaros de hojalata
que subían de Central colmaban el cielo sintético, y por los agujeros del suelo en los patios salían
árboles de los que brotaban, a nuestro paso, hojas de lata de un verde brillante. Cojeamos en
imperfecto orden hacia el este, plop-plip-plap-plop sobre el plástico reluciente, dispuestos a veces
en parejas, pues se suponía que estábamos en una procesión, pero más veces aún en tropeles y
montones y nudos de grandes amos que se movían con torpeza al pisar el suelo descubierto, pues
no éramos buenos para caminar. A veces me preguntaba si Central no nos hacía eso todos los
años para humillarnos, y también para que renováramos la fe en nuestras Fortalezas, pues fuera
de nuestras Fortalezas nosotros, los grancies, no somos nada.
Por ser Fortaleza 10, yo caminaba al lado de Fortaleza 9 cuando seguía el ritmo de la
procesión. Fortaleza 9 es mi enemigo más cercano, más contiguo, y era extraño caminar con él
tan de cerca, tan amistosos, codo de acero con codo de acero, columpiando y agitando lágrimas
en las bolsitas de plástico que nos colgaban de las manos de metalnuevo. Fortaleza 9 era más alto
que yo, pero no tan corpulento, y por un instante me recorrió las tiras de carne un hormigueo de
odio puro; tuve la certeza de que si llegáramos a un hasta-fuera podría derribarlo con las manos
vacías. Pero eso era una tontería, desde luego, porque no es así como hacemos la guerra en
Moderan. Siempre es sólo cuestión de reclinarse ante los paneles y hacer funcionar los
disparadores, viendo cómo salen caminando nuestras muñecas-bombas, oyendo cómo se aleja el
chillido de los Pepes Petardos y guiando los ululantes y siniestros Demole Demoledores cielo
arriba y cielo abajo sobre el sentenciado blanco. Así que, cuando pasó el momento y vi que no lo
odiaba con fuerza ni quería derribarlo con las manos vacías, dije:
- Salud, Fortaleza 9. Para la guerra de la semana próxima te guardo algunas sorpresas. Sabes,
mi Cuerpo de Experimentación...
Dejé colgando la frase, y Fortaleza 9 volvió hacia mí una cara agria, especialmente horrible
porque incluía una nariz de tiras de carne, una nariz grande, seguramente una característica
familiar que había querido conservar. La mayoría de nosotros había decidido mucho tiempo antes
adoptar la nariz de aleación nueva, totalmente metálica, porque tenía mejor forma y era más
eficiente y no había que limpiarla. Los ojitos de metalnuevo de Fortaleza 9 apuntaron hacia mi
cuerpo con odio desembozado.
- Por eso traes una bolsa de lágrimas tan pequeña para el Día de Penitencia - insinuó, la voz en
tono de ridículo. La Semana de Expiación, en vez de fabricar lágrimas, ¡preparaste un
1 de 3 20/03/2018 6:17
DIA DE PENITENCIA EN MODERAN file:///I:/dumar/biblioteca/Ciencia ficcion modernos/dia_penitencia/dia_p...
desintegrador!
- Mi bolsa de lágrimas es suficiente - dije -. Soy suficiente en todas las cosas, como ya sabes. Y
bastante mas que suficiente en las cosas por las que nos miden.
Fortaleza 9 dio media vuelta y se alejó ardiendo, echando chispas de rabia, yo sabía, porque le
había dicho la verdad. Yo era el reconocido maestro de la violencia en nuestra provincia: mi
Fortaleza tenía más guerras mayores certificadas en el Libro de Guerras que cualquier Fortaleza
del sector. Todos los años recibía la Medalla de Guerras, con el número de mi Fortaleza y el año
grabados en oro. Hice oscilar descuidadamente la última mientras caminábamos.
- La semana próxima - dije, como si no le hablara a nadie en particular -, ¡la semana próxima!
Luego nos enredamos en un nudo de amos al volver a pisar suelo descubierto, y pusimos todas
nuestras fuerzas en las articulaciones para caminar con precisión metálica, pero apenas
conseguíamos avanzar no importa cómo mediante las tiras de carne y las partes metálicas, que en
realidad no habían sido pensadas para caminar sino para estar sentadas en las salas de guerra de
las Fortalezas apretando botones de disparadores. Cuando nos desenredamos yo caminaba al
lado de Fortaleza 2.
Fortaleza 2 era un amo muy joven, según nuestra manera de medir la edad en Moderan. No
hacia ni diez años que le habían fijado la proporción de tiras de carne y que le habían adjudicado
la Fortaleza. Pero habíamos librado guerras magníficas en ese tiempo, y estaba certificado en el
Libro como «promisorio». Era de aproximadamente mi tamaño y mi hechura, y me gustaba la
expresión abierta de su cara y la manera en que aquellos separados ojos de metalnuevo
observaban todas las cosas con esa mirada de odio confiable. Un hombre con el que uno podía
contar. Pero aunque no lo veía con más odio que el necesario en nuestros tiempos, resolví clavarle
la aguja por pura diversión:
- Salud, Fortaleza 2 - dije -. La semana próxima espero contar con el nuevo desintegrador. Un
arma verdaderamente sensacional. Como sabes, mí Cuerpo de Experimentación... - Dejé la frase
colgando un rato, mientras Fortaleza 2 caminaba rumiando pensamientos. - Veamos... - dije
después de un momento, casi como si estuviera distraído -, creo que si... estoy seguro... de que
nos han dado, a ti y a mí, Luz Verde. Para la semana próxima.
Fortaleza 2 volvió esos ojos separados y magníficos hacia mí, y con voz calma dijo:
- Ya sé que vamos los dos a la guerra... la semana próxima.
- Si, así es. - Luego, amistosamente, le di un golpe brusco con el codo de metal en la tira de
carne del pecho y dije: - No tienes mucho que perder. Eres una Fortaleza joven y casi careces de
tradición. Quizá te asignaron el enfrentamiento conmigo y con mi nuevo desintegrador porque
quieren alisar tu terreno para construir en él un proyectado museo de árboles.
- Cuando empiecen a hacer agujeros para árboles en el terreno donde se levanta mi Fortaleza,
tus Muros no serán ni siquiera el recuerdo de un montón de polvo. - Me miró fijamente y de frente
con esos ojos de metal-nuevo. - Pensé que nos llevaríamos bien - prosiguió -, que libraríamos
bonitas guerras y todo eso. Me siento engañado. Pero sospecho que este nuevo principio de
invasión que he elaborado...
Y dejó la frase allí en el aire, colgando. Seguimos cojeando en silencio, hacia el este. Me
gustaba ese tipo.
Cuando llegamos al lugar de la ceremonia y descubrí que estaba al lado de Fortaleza 20, un
hombre viejo con antecedentes guerreros apenas pasables, me apresuré y tuve el tiempo
necesario para amenazarlo mucho y bien con mi nuevo desintegrador. Luego comenzó la
ceremonia, tan humillante como siempre. Un hombre pequeño, de cara puntiaguda y vestido con
una túnica negra, que tenía fama de poder vivir con un diez por ciento menos de tiras de carne que
cualquier amo de Fortalezas, se levantó y nos contó la larga y aburrida historia de por qué el cielo
tenía tiras rojas ese día, qué era la sangre roja, lo afortunados que éramos por no tenerla y todos
los tediosos y pesados detalles de cómo habíamos sorteado una época en la que el amor y todas
2 de 3 20/03/2018 6:17
DIA DE PENITENCIA EN MODERAN file:///I:/dumar/biblioteca/Ciencia ficcion modernos/dia_penitencia/dia_p...
sus zozobras habían intentado dominar el pensamiento del hombre. Luego todo se redujo a
escuchar grabaciones de música de odio, durante horas que parecieron interminables y, mientras
cambiaban las grabaciones, a oír al hombrecito de la túnica negra que peroraba sobre nuestra
obligación de abrir la estación de primavera, el auténtico comienzo del año, con bombardeos de
verdadera importancia. Cuando la última nota estridente y saltarina de la música de odio se perdió
en el rayado escudo de vapor y el embarazoso silencio terminó de posarse en el vasto anfiteatro,
llegó el momento del más fervoroso acto de nuestra humillación. Teníamos que marchar en fila
hasta el estrado central donde había un alto vaso negro y depositar allí nuestras lágrimas.
Desfilamos en orden inverso de rango por el último año de batallas, lo cual, dentro de la
humillación general, me puso en un orgulloso último lugar, pues sólo yo, por mi grandeza, poseía
la Medalla de Guerra. Fue un momento de terror y de orgullo cuando me quedé solo en la
plataforma con toda mi ganada gloria pasada y vacié en el vaso mi bolsa plástica de lágrimas,
símbolo de que ni siquiera yo, hombre al fin, había sido perfecto. Las lágrimas ceremoniales,
fabricadas en nuestras Fortalezas según normas precisas, como un acto de la más profunda
humildad, eran una forma de penitencia por cosas que no habíamos hecho, disparos que
habíamos errado, planes de invasión que no habíamos ejecutado.
Cuando cayó en el vaso mi última lágrima el hombre de cara puntiaguda, extasiado, de pie ante
una caja de mandos al lado de una pared distante, apretó un botón que hizo subir despacio del
vaso, como si flotase abandonando una terrible degradación causada por nuestras lágrimas de
penitencia, una figura oscura de rasgos de confiabilidad y odio verdaderamente magníficos. Luego
apretó un segundo botón para disparar a la figura oscura hacia el cielo, hacia el rayado escudo
blanco de vapor, como símbolo de nuestras elevadas esperanzas y de nuestra dedicación al arte
de odiar mejor. Fue, como siempre, el momento solemne y culminante de nuestra humillación y
penitencia, y terminó con una nota de esperanza en nuestro sacrificio y valor para la guerra.
Ahora, de todos los acontecimientos del día, sólo teníamos por delante la tediosa y molesta
caminata de regreso que, habiendo concluido la ceremonia, podíamos hacer separados.
Mientras volvíamos me las ingenié para caminar un rato con la mayoría de los amos a los que
no me había acercado durante la procesión. Haciendo oscilar con indiferencia la Medalla de
Guerra les hablé casualmente de mi nuevo desintegrador (que en realidad no tenia) y de las
buenas guerras que libraríamos pronto unos contra otros. A algunos se les estremecieron
claramente las tiras de carne y los repuestos, mientras que otros me siguieron la corriente y me
contaron de los nuevos desintegradores que estaban a punto de incorporar a su arsenal y nuevas
teorías de invasión y de rotura de muros. Todos alardeábamos sobre armas inexistentes, estoy
seguro, pero era una buena idea y no perjudicaba a nadie el intercambio de amenazas ese día, y
además pensé que la peregrinación de las lágrimas había sido un verdadero éxito, y una
espléndida apertura de la gran estación primaveral de guerras.
FIN
3 de 3 20/03/2018 6:17