Conv All 2012
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© Los autores
Una publicación de:
[5]
Desde los comienzos de la Academia su función ha sido la enseñanza. Primero el
dibujo, luego las bellas artes y la arquitectura, también las disciplinas técnicas y
finalmente la música. El paso del tiempo hizo perder el sentido pedagógico que la
ilustración imprimió a la institución y ésta se reorientó, sin perder su tutela sobre
las artísticas, pero asumiendo además un papel en la conservación del patrimonio
mediante la encomienda o la creación de museos.
Esa función didáctica continúa hoy viva entre los propósitos de la Academia. La
opinión, orientación y dictamen sobre materias que afectan a monumentos, con-
juntos urbanos, elementos culturales, acerbo inmaterial, arqueología, etc., suponen,
además de un deber, el establecimiento de unos principios y la creación de unos
fines que pueden contribuir a mantener la herencia patrimonial con el fin de trans-
mitirla lo menos mermada posible.
Otra fórmula de cumplir con los fines de la Academia consiste en difundir cientí-
ficamente la investigación que realizan sus miembros o convertirse en tribuna de
quienes tienen algo que aportar en este mismo sentido. La celebración de cursos y
seminarios surge como el vehículo más apropiado, que resultaría limitado si no
fuera acompañada con la publicación de dichos estudios.
Este nuevo volumen recoge el VI Curso Conocer Valladolid que, como en anteriores
ediciones, demuestra el amplio abanico de las preocupaciones académicas y el inte-
rés por difundir los temas tratados haciendo partícipes a investigadores y curiosos.
Un año más la generosidad del Ayuntamiento hace posible esta publicación, con-
tribuyendo con ella al mejor conocimiento del patrimonio cultural vallisoletano.
JESÚS URREA
Presidente de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción
[7]
La Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción inició en 2007 un pro-
grama de cursos de divulgación sobre el patrimonio cultural de Valladolid, que-
riendo contribuir con él a la sensibilización social y a la valoración de nuestro sin-
gular legado histórico.
Los cursos están destinados a personas de todas las edades, interesados en conocer
su ciudad y provincia, se programan anualmente y contemplan temas de arqueo-
logía, arquitectura, urbanismo, arte y patrimonio inmaterial, complementándose
con visitas especiales a lugares de interés.
www.realacademiaconcepcion.net
[8]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
I. VALLADOLID SUBTERRÁNEO
Lunes, 5. Los tesoros vacceos de Padilla de Duero. Germán Delibes de Castro.
Martes, 6. El mapa arqueológico de Valladolid entre el Neolítico y la Edad
de Hierro. José Antonio Rodríguez Marcos.
Miércoles, 7. Los primeros pobladores del territorio de Valladolid. Fernando
Díez Martín.
[9]
I
VALLADOLID SUBTERRÁNEO
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Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
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Los tesoros vacceos de Padilla de Duero: la ocultación como respuesta a la requisa romana
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Germán Delibes de Castro
Vista aérea de los yacimientos de Padilla de Duero. En el centro, con sus límites, el poblado de
Las Quintanas (los puntos numerados indican el lugar de hallazgo de los tesoros 1, 2 y 3); a la
derecha la necrópolis de Las Ruedas [imagen cortesía de Carlos Sanz Mínguez].
[15]
Los tesoros vacceos de Padilla de Duero: la ocultación como respuesta a la requisa romana
Parte de la plata de Padilla 1: Torques trenzados con decoración de nodus herculeus y pulseras
rematadas en cabezas de ofidio (Delibes et al., 1998).
[16]
Germán Delibes de Castro
1 Algo más rebuscada es la hipótesis de que los tesoros fueron ofrendas votivas, en señal de agrade-
cimiento, precisamente, por la evitación de la requisa a manos de Roma (FERNÁNDEZ GÓMEZ, 1979: 393).
[17]
Los tesoros vacceos de Padilla de Duero: la ocultación como respuesta a la requisa romana
Del insaciable afán recaudatorio de Roma dan cumplida cuenta las partidas de
decenas de miles de libras de oro y plata que, bajo la forma sobre todo de joyas
(“aurei torques armillaque magnus numerus”, esto es “collares rígidos y brazaletes
de oro en gran número”, según cita de Apiano), fueron recaudadas a comienzos del
siglo II en las campañas de la Bética (Blázquez, 1986: 139-140). Y del comporta-
miento de los oprimidos por tan agobiante presión fiscal se hace eco la reacción de
los pobladores de Rodas –poco importa el lugar, ya que se trata de un simple y bien
comprensible “acto reflejo”– el año 42 a.C. ante las amenazas de Casio:
“Expolió cuánto dinero en oro y plata había en los templos y en el tesoro
público, ordenó que los ciudadanos particulares llevaran lo que poseyeran y
proclamó mediante un heraldo la pena de muerte para quienes escondieran
sus bienes, prometiendo un diezmo para los delatores (…). En un principio
muchos los ocultaron creyendo que no sería capaz de llevar a cabo su ame-
naza, pero cuando vieron que eran abonadas las recompensas a los confi-
dentes, tuvieron miedo y (…) algunos desenterraron el dinero, otros lo saca-
ron de los pozos y otros de las tumbas…” (Apiano, Bell. Civ., IV, 73).
He ahí, pues, la reacción de los amenazados: ocultar el oro y la plata, enterrarlos,
retirarlos momentáneamente de circulación, una respuesta idéntica a la que acaba-
rían adoptando los propios romanos unos siglos después ante la amenaza de los
bárbaros (Balil, 1957) o nuestros antepasados, ya mucho más próximos, durante la
Guerra de la Independencia (p.e. Wattenberg García, 2008). Pero, en el caso de los
tesoros prerromanos ¿en qué argumentos basar una lectura como ésta?
2 Decimos esto pues sí se registran imitaciones de las mismas joyas documentadas en los tesoros, pero
confeccionadas en barro (SANZ, C. y ROMERO, F., 2009)
[18]
Germán Delibes de Castro
Muestra de las joyas de Padilla 2: arracadas de oro y fíbula simétrica de plata (Delibes et al., 1998)
[19]
Los tesoros vacceos de Padilla de Duero: la ocultación como respuesta a la requisa romana
3 La duda es si aquella Pallantia era la del Carrión o la más oriental Palenzuela como reivindicara en
su día L. de CASTRO (1973).
[20]
Germán Delibes de Castro
coronas y portando ramas, suplicaron la paz a Lúculo, este les exigió, además de
rehenes, cien talentos de plata que se apresuraron a entregar (App. Iber, 52)4. Pare-
cidos hechos se repitieron meses después en Intercatia, pero o bien Lúculo se dejó
engañar por los defensores de la plaza o mintió al Senado de Roma al reducir el
botín obtenido a 10.000 saga o mantos de lana porque sus habitantes “no tenían
(oro y plata) y ni siquiera concedían valor a este tipo de cosas” (App., Iber, 54). ¿No
sería que los próceres intercatienses habían escondido tan preciados metales? ¿Y no
les habrían imitado el 133 a.C. los habitantes de Numantia, lo que contribuiría a
explicar por qué Cornelio Escipión, según Plinio (Nat. Hist., XXXIII, 4), tras la to-
ma de la ciudad, se sintió decepcionado por sólo poder repartir unas pocas mone-
das entre sus legionarios?
Todo esto es muy sugerente, pero no nos exime, sino al contrario, de subrayar que
ni los tesoros padillenses ni el resto de los prerromanos de la cuenca del Duero fue-
ron escondidos durante estos acontecimientos de las Guerras Celtibéricas. No es
esa su cronología. Las joyas no suponen gran ayuda para fijar la fecha de las ocul-
taciones, pues prácticamente no las hay en otros contextos que no sean los tesoros.
Sin embargo las monedas presentes en Padilla 1 y Padilla 2, al igual que las de otros
muchos escondrijos, sí aportan anclajes cronológicos convincentes: se trata de
denarios emitidos por cecas indígenas del valle del Ebro, como Sekobirikes, Turiasu,
Bolskan o Arekoratas, que los especialistas no dudan en situar en la primera mitad
del siglo I a.C., gracias a que conviven con numerario de la República Romana per-
fectamente fechado. Sirva como lección el atesoramiento exclusivamente numis-
mático –sin la compañía de joyas esta vez– de Palenzuela, a poco más de medio
centenar de kilómetros al Norte de Pintia: el grueso del conjunto está constituido
por 2600 denarios de las cecas mencionadas del valle del Ebro, pero hay también
16 republicanos, y son los más modernos de estos, acuñados bajo los consulados
de P. Cornelius Lentulus (74 a.C.) y de C. Egnatius (73-72 a.C.), los que proporcionan
un terminus post quem para el atesoramiento, una prueba definitiva de que su ocul-
tación se produjo necesariamente con posterioridad a esa fecha (Monteverde 1947).
Invocando este argumento y otros similares, se ha llegado a la conclusión de que los
tesorillos vacceos fueron ocultados en el segundo tercio del siglo I a.C., momento
que, en perfecta sintonía con la tesis que defendemos, coincide con nuevas refrie-
gas con los romanos en el centro de la Meseta. En efecto, entre el 82 y el 72 a.C.
la Península se vio envuelta en las que se conocen como “Guerras Sertorianas”, des-
pués de que Sertorio se sublevara en Hispania contra la dictadura de Sila y de que
la República enviara allí a Pompeyo para sofocar la revuelta. El año 74 los hechos
de armas se concentraron en la Celtiberia. Sus ciudades se proclamaron partidarias
del sublevado y algunas de las vacceas, como Pallantia sufrieron por ello un fuerte
castigo –ya vimos páginas atrás cómo sus murallas de adobe y madera llegaron a
ser incendiadas– y si no sucumbieron fue por la intervención personal de Sertorio
que forzó la huida de las tropas sitiadoras (Wattenberg, 1959: 42).
[21]
Los tesoros vacceos de Padilla de Duero: la ocultación como respuesta a la requisa romana
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Germán Delibes de Castro
5 En el siglo III a.C. el valor del oro era ocho veces superior al de la plata (CRAWFORD, 1974).
6 O al menos a media paga anual, puesto que, como recuerda M.P. GARCÍA Y BELLIDO (1999: 384),
el valor de la plata en la Citerior era muy inferior, acaso el 50%, del que alcanzaba en Roma.
[23]
Los tesoros vacceos de Padilla de Duero: la ocultación como respuesta a la requisa romana
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[26]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
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El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
arqueológicos que poblaban nuestro suelo provincial. Con todo, fue un hecho
muy concreto el que dio un giro fundamental en cuanto concierne al conoci-
miento de la realidad arqueológica de nuestra provincia. Nos referimos a la publi-
cación de la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español; “instrumento legal”
que dotaba a las Comunidades Autónomas de una serie de competencias y, al tiem-
po, las inducía a proteger los yacimientos (zonas arqueológicas) como parte funda-
mental de su patrimonio histórico; pero, obvio es decirlo, estas se encontraban
incapacitadas para adoptar medidas de protección, hasta tanto no se supiera cuán-
tos y cuáles eran los bienes a preservar. Esta circunstancia motivó que, a instancias
de la entonces naciente administración autonómica, se elaboraran los Inventarios
Arqueológicos Provinciales [en adelante IAP] puesto que las Cartas Arqueológicas
“tradicionales” no eran documentos suficientemente explícitos, sobre los que sus-
tentar las medidas jurídicas necesarias para una eficiente defensa del patrimonio
arqueológico. Por ello, a partir de 1986, dio inicio una etapa en que se acomete la
realización de tales catálogos exhaustivos de bienes arqueológicos, con la preten-
sión de que sirvieran, tanto para conocer más y mejor nuestro pasado, cuanto para
proteger dichos bienes culturales a través de instrumentos de planeamiento urba-
nístico y de políticas de ordenación del territorio.
Tales trabajos han propiciado la recopilación de una ingente cantidad de informa-
ción. Para hacernos una idea del volumen del patrimonio del que estamos hablan-
do baste decir que a finales del año 2005, en el IAP de Valladolid, se había elabo-
rado un total de 2200 fichas, que recogen los datos de otras tantas localizaciones
arqueológicas (Delibes y Herrán, 2007: 33-34). De ellas, cerca de mil quinientas alu-
den a restos de época histórica, mereciendo atribución a distintas épocas prehistó-
ricas, bien precisadas y caracterizadas, el resto. Con todo, este cúmulo de datos, si
bien alcanza un volumen notable, no da cuenta del auténtico patrimonio prehis-
tórico con que cuenta la provincia ya que, además de las ya citadas, hay otros seis
centenares de fichas que se refieren también a vestigios prehistóricos, pero que, por
ser insuficientemente expresivos, no permiten precisar la fase concreta de la
Prehistoria a que pertenecen y que, por tanto, están a la espera de que una revisión
permita hacer una correcta atribución.
Por si todo esto fuera poco hay que considerar que aún falta mucho por descubrir.
Nuevos proyectos de prospección, la realización de obras públicas, o la simple
casualidad serán circunstancias que se encargarán de engrosar el número de yaci-
mientos conocidos y, por tanto, de hacer cambiar en un futuro, más o menos pró-
ximo, la imagen que hoy podamos aportar respecto al mapa arqueológico de nues-
tro suelo provincial. Siendo conscientes de todo ello, en las siguientes páginas
queremos reflejar los rasgos fundamentales de cuanto sabemos en la actualidad
sobre el poblamiento que conoció la provincia de Valladolid durante la Prehistoria
Reciente. Señalando que cuanto aquí se diga, dado lo limitado del texto, debe
entenderse como una sutil pincelada con la cual, eso sí, queremos proporcionar un
acercamiento a los datos de que hoy disponemos, a quienes se interesen por los
hechos prehistóricos acaecidos en la provincia de Valladolid.
[28]
José Antonio Rodríguez Marcos
[29]
El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
[30]
José Antonio Rodríguez Marcos
[31]
El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
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José Antonio Rodríguez Marcos
matriz arenosa, de la denominada Zona de Pinares. En este último sector, los encla-
ves campaniformes se reparten por suaves lomas, cercanas a las charcas y lagunas
temporales vinculadas al importante Acuífero de los Arenales. Parece interesante
apuntar que esta especial frecuentación de los entornos citados, lejos de ser casual,
pudiera responder a un hecho observado; me refiero, en concreto, a que, según se
ha podido determinar, el desarrollo del “mundo” Campaniforme coincidió en el
tiempo con unas condiciones climáticas relativamente áridas (López Sáez, 2012:
376-377), circunstancia que pudiera explicar esa especial “querencia” por aquellos
ámbitos potencialmente ricos en recursos hídricos.
Otro aspecto cambiante respecto a la fase precedente podemos constatarla al ana-
lizar el modelo de asentamiento que ahora se produce; no en vano ahora vemos
cómo un alto porcentaje de los de los yacimientos campaniformes vallisoletanos
ocupan lugares destacados en el paisaje. Dicha circunstancia es especialmente visi-
ble en el sector correspondiente a la Ribera del Duero. En este ámbito, donde la
orografía del terreno propicia la alternancia de terrenos llanos, propios de los fon-
dos de los valles que recorren la zona, con los terrenos elevados del reborde de los
páramos que enmarcan este sector, cabe advertir como casi un 40% de los yaci-
mientos se asientan siempre en elevaciones, de tipo espigón, situados en el borde
del páramo. Esta clase de ocupaciones “castreñas”, desconocidas por completo en
la etapa precampaniforme, ponen de manifiesto la existencia de un proceso de “en-
castillamiento”, en el que no descartamos que pudiera tener incluso un compo-
nente cronológico (Rodríguez Marcos y Moral del Hoyo, 2007: 191-193). Esta cir-
cunstancia, que parece traslucir un periodo de creciente conflicto y/o inestabilidad,
que obliga a las poblaciones del momento a ocupar posiciones destacadas, de con-
trol y/o protección, frente a sus vecinos, sacrificando con ello “la comodidad” de
vivir en el llano. Este modo de proceder, entendemos que no es casual y no se
puede descartar que quizá guarde relación con ese medio relativamente árido en el
que, según todos los indicios, se desarrolló la vida de las gentes campaniformes en
nuestro entorno provincial y que pudo “encarecer” el acceso a los recursos y ser
determinante a la hora de proceder a la elección del lugar de asentamiento.
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El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
territorio vallisoletano (Fig. 4). Aunque no podemos descartar del todo que este
corto número pudiera deberse a un “déficit en la investigación”, debido a la difi-
cultad que conlleva la caracterización de los yacimientos de este periodo (la ausen-
cia de cerámicas decoradas en los yacimientos de esta fase dificulta la atribución de
los mismos a los arqueólogos), tampoco podemos eludir la realidad que en el
momento actual nos muestra la evidencia arqueológica. Asumiendo ésta, de con-
firmarse lo que nos muestra dicha evidencia, no sería descabellado admitir que nos
encontramos ante una redistribución del poblamiento en nuestro suelo provincial,
traducida en el abandono de unos territorios dentro de la provincia de Valladolid,
que, como vimos en párrafos anteriores, se vieron, densamente ocupados durante
la fase Campaniforme.
Nuestro conocimiento acerca del poblamiento en la Ribera del Duero (Rodríguez
Marcos, 2008: 409-415) nos permite hacer una serie de precisiones sobre el patrón
de asentamiento desarrollado en el suelo provincial; en cual, por cierto, en buena
medida, coincide con el detectado en otras provincias (Fernández Moreno, 2011).
En dicho ámbito se han detectado 5 yacimientos atribuibles, con seguridad, al
Bronce Antiguo, con lo que el análisis tiene unas limitaciones evidentes, si bien
cabe extraer varias conclusiones. En primer lugar, se distinguen dos patrones prin-
cipales de asentamiento, uno en altura, sobre cerros testigos (El Castillo de Peñafiel
y de Curiel) y/o espigones de páramo (El Cujón de Curiel) con amplio dominio
visual, y otro en llano, cercano a la vega del Duero. Estaríamos ante una aparente
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José Antonio Rodríguez Marcos
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El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
y platos con perfiles de marcadas carenas en el tercio superior de su altura, sobre las
que se desarrolla una ornamentación sencilla en la que dominan las espiguillas y los
zigzags incisos o impresos, dispuestos en estrechos frisos seguidos de los que, a
veces, surgen bandas colgantes. Los asentamientos del periodo Protocogotas se
caracterizan por tres rasgos preferentes: la inconsistencia y el carácter efímero de las
estructuras de habitación, en comparación con periodos preferentes, una redistribu-
ción de los asentamientos y una diversificación de los tipos de estaciones arqueoló-
gicas. También se aprecia una nueva distribución de los asentamientos en que apa-
recen tales materiales que coincide, por cierto, con el abandono de algunas regiones
próximas que se encontraron densamente pobladas durante el Bronce Antiguo. Tal
sería el caso de los castros en el alto valle del Duero y del entorno lacustre de Las
Lagunas de Villafáfila. En contraste otras áreas, caso de la vallisoletana Ribera del
Duero, muestran un alto “nivel de ocupación” durante el segundo milenio BP (Ro-
dríguez Marcos, 2008: 416-436).
En general los paisajes sedimentarios del centro del Valle del Duero son entornos
muy favorables para las poblaciones de esta época, y este es precisamente el ámbi-
to en que se sitúan la mayor parte de los asentamientos conocidos en nuestro suelo
provincial.
En estos ámbitos conocemos diferentes tipos de sitios arqueológicos. Destacan
quizá unos pocos pero muy significativos asentamientos en lugares elevados que,
rodeados por notables muros de piedra o monumentales parapetos (Rodríguez
Marcos y Moral del Hoyo, 2007), son merecedores sin duda de un estudio más
detallado del que se les ha dedicado hasta la fecha. Con todo, después de 1800
B.C., yacimientos como La Plaza (Cogeces del Monte), Pico Aguilera (Villán de
Tordesillas) o El Gurugú (Bocos de Duero), que de algún modo debieron jugar un
papel aglutinante del poblamiento en su área de implantación, se encuentran en
franca minoría frente a otros más comunes: las pequeñas/medianas ocupaciones en
llano, situadas usualmente en las tierras arenosas de las terrazas de los ríos o en
espacios abiertos.
Desde los datos obtenidos en el área ocupada por la provincia de Valladolid, la evi-
dencia Protocogotas sugiere que los patrones de asentamiento son fruto de la reor-
ganización de los contingentes demográficos precedentes. Los nuevos modelos de
ocupación parecen corresponderse a cambios en los intereses locativos y a formas
novedosas de ocupar y perdurar en el paisaje.
A la fase Protocogotas le sigue, a partir de 3250 y hasta 2800 BP, el momento cul-
tural conocido como Cogotas I Pleno. Los yacimientos de esta fase, heredera direc-
ta de la precedente, se caracterizan por sus singulares cerámicas. Dichos barros, cla-
ramente inspirados en la tradición local anterior, ahora muestran ciertas
variaciones: aparición de nuevos perfiles (vasos troncocónicos); decoraciones más
barrocas, significadas por una progresiva pérdida de importancia cuantitativa en el
empleo de la incisión, compensada por la aparición y/o el mayor empleo de otras
especies decorativas como el Boquique y la excisión.
[36]
José Antonio Rodríguez Marcos
Durante esta denominada “plenitud cogotiana”, los datos del IAP también mues-
tran algunos cambios respecto a la etapa precedente en cuanto concierne a la ocu-
pación del territorio (Fig. 6). En primer término, es posible apreciar una disminu-
ción del número de localizaciones. Ahora conocemos algo menos de noventa.
Paralelamente, se aprecia una “redistribución” en la ocupación de determinadas
zonas respecto al momento Protocogotas. Por ejemplo, cabe advertir una sensible
disminución del número de yacimientos en el área correspondiente a la Ribera del
Duero (Rodríguez Marcos, 2008: 436-446), “compensada” por una ocupación más
intensa de los valles del Pisuerga y la Esgueva. También advertimos una serie de
transformaciones que desencadenan la ruptura de la dinámica generada durante el
Bronce Medio, con el fraccionamiento de la unidad a nivel de relación de visibili-
dad y vecindad. Al tiempo, asistimos a la pérdida de posición jerárquica desempe-
ñada por gran parte de los yacimientos situados en alto durante la etapa preceden-
te. Castros “emblemáticos” como La Plaza “Cogeces del Monte”, Pico Aguilera
(Villán de Tordesillas), o El Castillo (Rábano), en efecto, no se encuentran ocupa-
dos en este momento o, caso de El Gurugú (Bocos de Duero), sufren una reestruc-
turación en su ocupación. Por el contrario, otros enclaves en altura como
Carricastro (Tordesillas), cobrarán gran importancia en el momento actual, convir-
tiéndose en lugares donde pudieron centralizarse determinadas producciones, caso
de la metalúrgica (Delibes y Herrán, 2007: 239-243), o de la redistribución de cier-
tas materias primas, caso del granito para la producción de “molinos de mano”.
[37]
El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
[38]
José Antonio Rodríguez Marcos
Fig. 7. Yacimientos del Bronce Final/Primera Edad del Hierro (Cultura del Soto de Medinilla) en
la provincia de Valladolid.
[39]
El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
da “arquitectura del barro”. En efecto, cuantos, desde que el profesor Palol descu-
briese este horizonte cultural, se han acercado al mundo del Soto son sabedores de
que cuando en la provincia de Valladolid se excava un poblado de esta singular cul-
tura en él predominan las viviendas circulares de adobe (Delibes y Herrán, 2007:
272-276). La sucesiva construcción, hundimiento y reconstrucción de esta clase de
viviendas sobre un mismo lugar es lo que ha propiciado la formación de esos pecu-
liares yacimientos, que llegan a configurar esas auténticas colinas artificiales que
reciben el nombre de tell y que son evidencia de que en este periodo, las villas de
este momento, en contraste con las del mundo Cogotas I, son sumamente estables
y prolongan la permanencia y homogenizan formas de sociabilidad.
La misma idea de permanencia la aportan otra serie de elementos internos de los
yacimientos; nos referimos, en concreto, a los sistemas defensivos. En uno de sus
trabajos San Miguel Maté (1993) pone en evidencia la existencia de yacimientos en
llano con muralla de barro o foso y con una larga ocupación, y de un segundo
grupo, cuyo emplazamiento es más abrupto y que se protegen con fosos y muros.
Unos y otros enclaves, manifestación clara de un tipo de ocupación del territorio
que, por primera vez en la prehistoria vallisoletana, evidencian la presencia pro-
longada en el tiempo sobre un mismo lugar por parte de los grupos humanos de la
época, debieron formar parte de una malla de “pueblecitos” de “economía autosu-
ficiente” (Delibes y Herrán, 2007: 280), muchos de los cuales, los más próximos
entre sí, debieron unirse en una época posterior, constituyendo el germen de lo que
siglos después, ya en época Protohistórica, cristalizó en unidades poblacionales de
mayor entidad y complejidad económica y política: los “oppida” de época vaccea.
El poblamiento que generaron estos núcleos, algunos de los cuales pudieron desem-
peñar el rango de auténticas “capitales” de un territorio, no tienen cabida en estas
páginas, son otra historia que habrá ser contada en otro lugar; en un lugar donde se
ocupen de los denominados “pueblos prerromanos”. Estos pueblos, cuyo desarrollo
tiene lugar durante la denominada Segunda Edad del Hierro y cuyos nombres, los
que se dieron a sí mismos (a diferencia de lo que sucede en las páginas anteriores
donde hemos hablado de culturas “anónimas”, cuyos nombres han sido ideados por
los arqueólogos), han llegado hasta nosotros porque un momento avanzado de su
existencia coincidó con la “conquista romana de Hispania”. Fue a través de los tex-
tos de algunos de los cronistas que acompañaron en sus conquistas a las legiones
romanas (por ejemplo, Polibio) como han llegado dichos nombres hasta nosotros.
Así sabemos que el pueblo prerromano que ocupó nuestro suelo provincial fue el
pueblo de los vacceos. Como ya hemos apuntado, su historia y costumbres forman
parte de una historia que habrá de ser contada en otro lugar.
[40]
José Antonio Rodríguez Marcos
breve muestra de las múltiples posibilidades de lectura que ofrece la ingente reco-
pilación de datos que ha generado dicho inventario. A fuer de sinceros, también
debo advertir que cada uno de los mapas de distribución de yacimientos que acom-
pañan a nuestro discurso solo es, en puridad, una aproximación a la representación
gráfica del modo en que se produjo la ocupación de territorio en cada momento
analizado. Dichas imágenes no permiten, por ejemplo, reconocer la existencia de
una cierta “profundidad cronológica” en el desarrollo de la ocupación de territorio
en cada una de las etapas. En efecto, no son capaces de hacer visible que los encla-
ves localizados en la provincia de Valladolid fueron habitados en momentos cro-
nológicos dispares; lo cual significa que las imágenes que actualmente nos ofrecen
los mapas que reproducen el poblamiento del territorio vallisoletano lejos de
corresponder a unas “fotos fijas”, obtenidas en un momento único y puntual,
deben entenderse como la suma de varios “fotogramas” (realizados en diversos
momentos del desarrollo de cada uno de los momentos culturales analizados), cada
uno de los cuales debe dar cabida a una serie de yacimientos concretos que, a tenor
de nuestros conocimientos actuales, resulta imposible desentrañar. Cada una de
dichas láminas debe ser entendida, por tanto, como una imagen real pero inacaba-
da, algo así como uno de esos maravillosos cuadros que Antonio López retoca y
retoca hasta el infinito. Al igual que los cuadros del genial pintor, los mapas que
aquí presentamos nos muestran unas imágenes enteramente realistas pero incon-
clusas, necesitadas de sucesivos retoques que contribuyan a matizar unas estampas,
de por sí bastante reconocibles, pero a las que quienes ahora investigamos, también
quienes lo hagan después de nosotros durante generaciones, tendremos que seguir
añadiendo nuevos puntos (a modo de sucesivas pinceladas), producto de nuevos
hallazgos, todos los cuales contribuirán a completar una imagen cada vez más cer-
cana a esa “verdad” que constituye el modo en que se produjo la ocupación de
nuestro suelo provincial a lo largo de la Prehistoria Reciente.
BIBLIOGRAFÍA
DELIBES DE CASTRO, G. y FERNÁNDEZ MANZANO, J.I. (2000): “La trayectoria
de la Prehistoria Reciente (6400-2500 BP) en la Submeseta Norte española: princi-
pales hitos de un proceso”, en Actas do 3º Congresso de Arqueologia Peninsular,
IV, celebrado en Vila Real, 1996, Porto ADECAP: 95-122.
DELIBES DE CASTRO, G. y HERRÁN MARTÍNEZ, J.I. (2007): Biblioteca Básica de Va-
lladolid. La Prehistoria, Diputación de Valladolid.
[41]
El mapa arqueológico de Valladolid durante la Prehistoria Reciente
[42]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
Los antecedentes
Genes, cambio climático y especiación
[43]
Los primeros pobladores del territorio de Valladolid
molecular han llegado a la conclusión de que todos los grandes simios comparti-
mos un ancestro común que vivió hace unos 15 ó 14 m. a. (millones de años),
momento en el que se escindió la rama que condujo a los orangutanes. De los gran-
des simios africanos, los primeros en separarse fueron los gorilas, hace entre 10 y 8
m. a. Finalmente, el reloj molecular indica que la separación entre las ramas que
condujeron a los chimpancés y (a través de los homínidos bípedos) al Homo sapiens
se produjo entre hace 7 y 5 m.a.
Hace unos 8 m. a. todo el cinturón ecuatorial africano, desde el Golfo de Guinea
hasta el Cuerno de África, estaba cubierto aún por una selva húmeda, formada al
abrigo de un clima cálido y de abundantes lluvias. Estas condiciones ambientales
suponían una gran estabilidad de recursos y condiciones naturales a lo largo de
todo el año, sin existencia de estaciones ni diferencias acusadas entre unos perio-
dos y otros. Este contexto arbóreo es el que, actualmente, se acepta para la apari-
ción de los primeros posibles ancestros de los humanos en África oriental: seres
que habitaban en ecosistemas preferentemente cerrados, que ya habían comenza-
do a desarrollar una parte considerable de su vida a ras del suelo y que probable-
mente ya utilizaran algunos artefactos muy sencillos (palos y piedras sin transfor-
mar) para sus actividades de subsistencia o defensa. Hoy en día conocemos la
existencia de tres géneros distintos en el periodo cronológico indicado por la gené-
tica para el origen de nuestro linaje: Sahelanthropus, Orrorin y Ardipithecus, todos
ellos datados con anterioridad a los 5 m.a. Es difícil precisar cuál de ellos pudo ser
el ancestro de la rama de los homínidos.
Frente a la estabilidad ecológica que caracterizaba al cinturón intertropical africa-
no hasta hace unos 8 m.a., comenzaron a producirse algunos cambios que tuvie-
ron una trascendental consecuencia en el proceso de evolución humana. Esos cam-
bios vinieron de la mano de un acontecimiento geológico de gran importancia,
cuyo origen se remonta a hace unos 30 m. a. En ese momento se inició una gigan-
tesca fractura en la corteza terrestre provocada por la separación entre las placas
continentales africana y arábiga, justo a la altura de África oriental. El resultado es
la imponente cicatriz del Gran Valle del Rift, que recorre más de 4.000 kilómetros
desde Etiopía (al norte) hasta Mozambique (al sur). La formación del Gran Rift no
ha finalizado aún y llegará el día en el que el Cuerno de África se desgaje del resto
del continente. La fractura ha provocado la elevación de altas mesetas en los bor-
des del profundo valle y la intensa actividad geológica ha propiciado también la
formación de una larga cadena de volcanes que, con sus violentas sacudidas, han
expulsado una gran cantidad de rocas.
El ancestro común entre humanos y chimpancés vivía en el cinturón selvático que
un día, sin solución de continuidad, conectaba la franja ecuatorial africana de Este
a Oeste. Esta estabilidad ecológica permitió también su equilibrio biológico duran-
te muchos milenios. Sin embargo, suponemos que la barrera del Gran Rift acabó
fracturando la población inicial en dos. Los grupos que habían tenido la fortuna de
encontrarse en su zona oeste siguieron gozando de las ventajas que les proporcio-
naba aquel entorno de selva ecuatorial al que estaban acostumbrados y que seguía
[44]
Fernando Díez Martín
Esquema del proceso de especiación en África oriental a partir de los cambios ecológicos
propiciados por la formación del Gran Rift.
siendo regado generosamente por las corrientes marinas atlánticas. Serían los ances-
tros de los chimpancés. Aquellos a los que, por desgracia, la escisión les había
encontrado en su zona oriental no corrieron la misma suerte. Serían los ancestros
de los primeros homíninos y del posterior género humano.
Los cambios climáticos provocados por la barrera orográfica del Gran Rift fueron
responsables del desarrollo del ecosistema de sabana en África oriental. La sabana
actual es un ecosistema abierto formado por la asociación de grandes praderas
cubiertas por un gran manto de plantas herbáceas y distintos tipos de árboles y
arbustos de pequeñas y medianas dimensiones. Los bosques de ribera jalonan los
márgenes de los ríos y lagos mientras que, a medida que nos alejamos de las zonas
húmedas, las llanuras se hacen protagonistas.
Debido a la gran riqueza de hierbas y plantas gramíneas, la sabana es un paraíso para
los mamíferos herbívoros que se alimentan del pasto y son muy abundantes. Pero,
precisamente por ello, la sabana acoge a grandes y peligrosos carnívoros que encuen-
tran su sustento en los primeros. En la sabana, las diferencias entre los periodos
húmedos y secos están muy marcadas, por lo que la distribución de los recursos ani-
males y vegetales cambia mucho a lo largo del año: en la estación seca, los herbívo-
ros migran hacia las reservas de agua o pastos frescos y los alimentos vegetales son
escasos o están muy dispersos. Para los homínidos el avance de este nuevo ecosiste-
ma supondría un gran desafío a medio y largo plazo: frente a la estabilidad de la
selva, la sabana representa los peligros de los carnívoros al acecho y las grandes
extensiones abiertas poco arboladas, la estacionalidad acusada, la distribución dis-
persa de los alimentos vegetales y del agua y, finalmente, la obligación de moverse
y, así, exponerse a innumerables riesgos a merced de los dictados de la naturaleza.
[45]
Los primeros pobladores del territorio de Valladolid
Las huellas fósiles de Laetoli (Tanzania) producidas por nuestros parientes australopitecos.
Primera evidencia de la marcha erguida.
[46]
Fernando Díez Martín
que hicieron situar al habilis dentro del género humano proceden fundamental-
mente de su cráneo, bastante más moderno en comparación con el de los australopi-
tecos. Hace algo más de 2 m.a., por tanto, algunos homíninos, los que incluimos en
el seno de nuestro género, habían iniciado un particular camino de desarrollo cere-
bral, que ya no se frenaría en lo sucesivo.
Hoy en día, los albores del comportamiento tecnológico se han envejecido consi-
derablemente, hasta hace 2,6 m. a. En esta fecha están datados los primeros yaci-
mientos arqueológicos documentados en las inmediaciones del río Gona, en las tie-
rras etíopes de Hadar. A partir de ese momento, los artefactos tallados ya no
abandonarán los sucesivos pasos de la evolución humana ¿En qué consisten esos
primeros artefactos tallados en piedra? Aparentemente se trata de algo muy senci-
llo: el artesano selecciona un buen canto (núcleo) al que golpea con otro (percu-
tor); a continuación, el impacto reiterado sobre el núcleo produce fragmentos (las-
cas) con filos cortantes; y, finalmente, las lascas afiladas y los cantos servirán a su
dueño como magníficos utensilios para fracturar los huesos (y acceder a las partes
blandas y ricas en grasa del interior) o cortar la carne de los herbívoros muertos en
la sabana. Los artefactos líticos de Gona muestran ya en su total desarrollo unas
habilidades cognitivas considerables: la capacidad de seleccionar los mejores can-
tos entre los mejores tipos de roca, la posesión de un agarre firme y decidido, la
selección de los puntos de impacto más apropiados para golpear y la coordinación
eficaz entre la vista y las manos. Todo eso supone la puesta en marcha simultánea
de una serie de operaciones manuales y espaciales lo suficientemente complejas
como para necesitar de un importante desarrollo cerebral. Esas humildes piedras
muestran que el motor del cerebro estaba en marcha, estimulado por la cada vez
más compleja elaboración de artefactos.
El descubrimiento de la tecnología fue un acontecimiento revolucionario, uno de
los grandes hitos de la humanidad, puesto que los artefactos de piedra se convir-
tieron en una ventaja decisiva, quizás la única excepcionalidad con que contaban
nuestros homínidos para encontrar su sitio en el voraz mundo de la sabana y sobre-
vivir. Con unos dientes tan pequeños (insignificantes comparados con los de los
grandes carnívoros), la capacidad de producir instrumentos cortantes de piedra les
habría dado una ventaja salvadora a nuestros ancestros: la tecnología se convertiría
en sus dientes y colmillos, y les permitiría la osadía de competir con los temibles
carnívoros por los mismos recursos, la carne.
[47]
Los primeros pobladores del territorio de Valladolid
[48]
Fernando Díez Martín
muy antiguo. Fue la llamada ‘hipótesis de la Europa vieja’. Por el contrario, otros
investigadores proponían que, debido a las difíciles condiciones climáticas que
sufrió nuestro continente durante la Edad del Hielo, éste había permanecido vacío
hasta hace unos 500 mil años. Fue la llamada ‘hipótesis de la Europa joven’. Hacia
mediados de la década de 1990, la mayor parte de científicos parecían decantarse a
favor de la hipótesis de la Europa joven. Sin embargo, un único yacimiento ha sido
capaz de desafiar, primero, y falsear, finalmente, dicha propuesta para presentar una
novedosa y sorprendente visión de los primeros europeos. Se trata de la Sierra de
Atapuerca, en Burgos.
A finales del siglo XIX, con motivo de la construcción de un ferrocarril minero, se
abrió una gran cicatriz en las entrañas de la sierra de Atapuerca, un promontorio
calizo situado en las inmediaciones de Burgos y repleto de cuevas, algunas fósiles y
otras aún activas. Esta cicatriz, conocida como la Trinchera del Ferrocarril, permitió
que salieran a la luz secciones de antiguas cuevas cegadas completamente por sedi-
mentos. En 1994 y en una de esas cuevas cegadas de la Trinchera, conocida como
la Gran Dolina, los trabajos arqueológicos alcanzaron un nivel que dio completa-
mente la vuelta a lo que entonces se pensaba sobre los primeros europeos. En el lla-
mado Estrato Aurora del nivel 6 (fechado en unos 800 mil años), los arqueólogos
hallaron, junto a abundantes artefactos de piedra y huesos de animales con marcas
de corte producidas con instrumentos cortantes, un total de ochenta fósiles huma-
nos pertenecientes a seis individuos que formaban parte de una especie humana
[49]
Los primeros pobladores del territorio de Valladolid
desconocida hasta el momento y que fue bautizada con el nombre de Homo ante-
cessor. Los huesos humanos, al igual que los otros animales presentes en el yaci-
miento, mostraban evidentes marcas de corte que han permitido demostrar que lle-
varon a cabo prácticas caníbales en el interior de su refugio cavernario. El
canibalismo, que volveremos a ver en otros momentos y especies humanas poste-
riores, debió tener un fin puramente gastronómico y representa la evidencia más
antigua de este comportamiento en nuestro género ¿Las bandas humanas comían a
los miembros de su propio grupo (niños y jóvenes, en este caso) o de grupos riva-
les? ¿Hacían esto habitualmente o se vieron empujados a ello en momentos de
carestía? En el año 2008 se dieron a conocer los hallazgos fósiles atribuidos también
al H. antecessor procedentes de la Sima del Elefante, muy cerca de la Gran Dolina,
y que con una edad de 1,2 m. a. son los más antiguos restos humanos encontrados
en Europa hasta la fecha.
Por lo que hoy sabemos, el Homo antecessor llegó a nuestro continente hace 1,2 m. a.
y fue capaz de sobrevivir en este territorio a lo largo de varios cientos de miles de
años. Su origen se sitúa hoy en una oleada migratoria que, junto a otros animales
y hace algo más de un millón de años, emprendió la marcha desde Asia a través de
los corredores naturales hacia Europa. Una vez allí, el antecessor sobrevivió en los
refugios meridionales de Europa (las penínsulas Ibérica e Itálica, por ejemplo),
donde los periodos glaciares no eran tan rigurosos como en el norte del continen-
te y donde la diversidad biológica era más propicia para la supervivencia. Sin em-
bargo, acabaron extinguiéndose y no participaron en los acontecimientos evoluti-
vos posteriores. Por el momento, no se han hallado restos fósiles ni huellas de la
presencia de esta especie en el territorio de Valladolid.
[50]
Fernando Díez Martín
hachas de mano heredada de sus ancestros, hace 500 mil años el H. heidelbergensis se
lanzó a la conquista del mundo, ocupando la mayor parte de Europa (también las
zonas más norteñas) y llegando incluso hasta la India. En nuestro continente son
muy abundantes los restos fósiles atribuidos a esta especie (desde Gran Bretaña hasta
Grecia, pasando por Francia o Alemania). Una de las evidencias más espectaculares
de esta especie, por el número y calidad de los restos fósiles allí recuperados, se halla
en otro yacimiento de la Sierra de Atapuerca, la Sima de los Huesos.
Los yacimientos arqueológicos achelenses, las huellas de su vida cotidiana (sus acti-
vidades de caza, de producción de bifaces y otros utensilios de piedra y de made-
ra, su ir y venir por las arterias fluviales en busca de alimento) son incontables a lo
[51]
Los primeros pobladores del territorio de Valladolid
largo y ancho de toda Europa. En el caso del centro de la Cuenca del Duero, coin-
cidiendo con la actual provincia de Valladolid, son muchas las evidencias arqueoló-
gicas de la presencia de Homo heidelbergensis en las terrazas de los principales ríos, el
Duero y el Pisuerga, y también en las de otros menos importantes. Muchos de estos
yacimientos, debido a la importante alteración producida por las corrientes fluvia-
les y el paso del tiempo, apenas conservan otra cosa que acumulaciones de los arte-
factos de piedra que servían a sus tareas (principalmente bifaces). Ejemplos signifi-
cativos de estas acumulaciones los encontramos en Tovilla (Tudela de Duero) y en
varios puntos de las terrazas del Pisuerga, como en Canterac (Valladolid), donde
también se hallaron restos de grandes animales junto a los objetos de piedra.
Los heidelbergensis vivían en pequeñas bandas muy móviles, que deambulaban de un
sitio a otro, por extensos territorios, en pos de la supervivencia. En los momentos
álgidos de los rigores glaciares, cuando las masas de hielo polar devoraban
Alemania o Gran Bretaña y un extenso manto de suelo helado e inerte cubría la
mayor parte del espacio no ocupado por los glaciares, estos humanos descendían
hacia los refugios meridionales, más resguardados y con más oportunidades.
Cuando los heidelbergensis llegaron a Europa se encontraron con una naturaleza
dura y exigente a la que pronto se adaptaron. En medio de la Edad del Hielo, las
[52]
Fernando Díez Martín
condiciones eran muy distintas a las africanas: el clima mucho más frío, los invier-
nos largos, las horas de luz escasas y los recursos vegetales muy inestables debido a
la acusada estacionalidad que caracteriza a estas latitudes. Para asegurar su supervi-
vencia debieron apoyarse en el recurso más seguro, la carne, y convertirse, por
tanto, en grandes cazadores. Sus actividades cinegéticas fueron muy complejas,
como lo atestigua el impresionante hallazgo en un yacimiento alemán de tres lan-
zas de madera de más de dos metros de longitud, perfectamente trabajadas para
convertirlas en sofisticadas armas arrojadizas que, a modo de las jabalinas actuales,
sirvieron en elaboradas tácticas de caza.
[53]
Los primeros pobladores del territorio de Valladolid
Cuenca del Duero, las altas plataformas que, a más de 160 m. por encima de los
valles, jalonan los principales ríos. El trabajo de campo se ha llevado a cabo en varias
zonas de los páramos vallisoletanos adyacentes a los ríos Duero, Pisuerga y Esgueva.
El resultado de esta tarea de prospección y excavación arqueológica ha permitido
establecer las siguientes conclusiones sobre el comportamiento territorial de los gru-
pos paleolíticos que frecuentaron estas planicies:
—Aunque la presencia humana aparece atestiguada en la mayor parte de los pára-
mos, a través de la documentación de actividad de talla en su superficie, las gran-
des acumulaciones de artefactos se vinculan exclusivamente con las pequeñas
depresiones (conocidas como dolinas) que, de forma muy abundante, aparecen
sobre la superficie de estos páramos. Los análisis geológicos demuestran que estas
dolinas se asocian a pequeñas lagunas de carácter estacional. Así pues, los nean-
dertales seleccionaron repetidamente las zonas encharcadas para llevar a cabo la
mayor parte de sus actividades de talla y, en consecuencia, económicas. Las char-
cas funcionaron como puntos de atracción de los neandertales y las grandes acu-
mulaciones de artefactos en ellas conservadas reflejan la recurrencia de esta pauta
de comportamiento territorial selectivo, según la cual se visitaban determinados
puntos fácilmente identificados a lo largo del monótono paisaje de estas planicies.
En las zonas de páramo masivo la presencia humana es mucho más escasa.
[54]
Fernando Díez Martín
—Los vínculos entre el ecosistema de páramos y los valles adyacentes son muy
intensos. En primer lugar, toda la roca utilizada para la talla de artefactos de piedra
(principalmente cuarcita o cantos rodados de río) está ausente de forma natural en
estas altiplanicies calizas y proceden de los valles fluviales. El acopio de rocas para
la talla revela lo que debió ser una estructura económica básica para el trasiego
humano entre las zonas de ribera y las plataformas. Por otro lado, la prominencia
topográfica de estas plataformas implica el control visual de amplias porciones de
los valles y debió constituir un factor ventajoso para la identificación de los recur-
sos y del paisaje.
[55]
Los primeros pobladores del territorio de Valladolid
[56]
Fernando Díez Martín
Los sapiens europeos tuvieron que afrontar una gran prueba: el envite de la última
glaciación que, en su momento más álgido (hace entre 23 y 16 mil años), provocó
una de las sacudidas de mayor frío y desolación de toda la Edad del Hielo. No
conocemos ejemplos solventes de esta primera llegada de nuestra especie a tierras
vallisoletanas. Algunos yacimientos, como el de El Palomar en Mucientes, podrían
relacionarse con esta etapa de la Prehistoria (conocida como Paleolítico superior).
Sin embargo, frente a la gran abundancia de evidencias arqueológicas en momen-
tos anteriores, ahora el registro es casi inexistente ¿A qué se debe este vacío? Es muy
probable que, precisamente debido a los rigores de la Edad del Hielo (cuyos envi-
tes más intensos se produjeron ahora) se favoreciera el asentamiento de estas gen-
tes en tierras menos frías que las de la Meseta, al abrigo de las temperaturas más
benignas de la costa cantábrica. Sea como fuere, durante la mayor parte del Paleo-
lítico superior, las tierras de Valladolid y de la Cuenca del Duero se convirtieron de
repente (después de milenios pobladas por los heidelbergensis y sus descendientes
neandertales) en yermos desolados, sin apenas presencia humana, sin evidencias
arqueológicas que puedan atestiguar las huellas de vida prehistórica. No será hasta
mucho tiempo después, cuando la Edad del Hielo toque a su fin (a partir de hace
unos 10 mil años), cuando los humanos vuelvan a asentarse de forma decidida en
nuestras tierras.
BIBLIOGRAFÍA
DÍEZ MARTÍN, F.: El largo viaje. Arqueología de los orígenes humanos y las primeras migra-
ciones. Bellaterra, Barcelona, 2005.
—Breve historia del Homo sapiens. Nowtilus, Madrid, 2009.
—Breve historia de los neandertales. Nowtilus, Madrid, 2011.
SÁNCHEZ YUSTOS, P. y DIEZ MARTÍN, F.: “Historia de las investigaciones paleo-
líticas en la provincia de Valladolid. El caso Mucientes”. BSAA Arqueología 2006-
2007. 72-73: 7-38.
[57]
II
VALLADOLID ARQUITECTURA
Y URBANISMO
[59]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
El Ayuntamiento y su edificio
[61]
Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
Varias opiniones coinciden en suponer que este incipiente Valladolid pudo celebrar
sus reuniones en la más antigua parroquia de la población, la de San Pelayo, luego
llamada de San Miguel, que existió en la plaza de este mismo nombre. Allí estaba
el archivo que conservaba los títulos y privilegios del municipio y estaba también
–dice Antolínez– “la campana del Concejo con que se toca a queda –en verano a
las 10 y en invierno a las 9–, prerrogativa ganada de su antigüedad” y que también
llamaba a reuniones concejiles y alertaba a la población de otras vicisitudes. El
Manual Histórico de Romualdo Gallardo y Domingo Alcalde Prieto (1861) apunta la
posibilidad de que la Casa de los Linajes, sita en la calle del Río (hoy de Expósitos,
[62]
María Antonia Fernández del Hoyo
aunque en el plano de Ventura Seco se llame del Puente) donde se hacía la elección
de los representantes del pueblo, inicialmente limitada a los individuos de los lina-
jes de Tovar y Reoyo, pudiera servir también de lugar de reunión al primitivo
Concejo, en lo que está de acuerdo Agapito y Revilla, quien piensa que quizá en
ella estuviera la primera Casa Consistorial. No pasa de ser pura hipótesis.
Sin embargo, el gran desarrollo urbano que ese núcleo anterior a Ansúrez experi-
menta a partir de la llegada de éste, focalizado en torno a la Colegiata por él fun-
dada, desplaza el centro de la vida municipal hacia la Plaza de Santa María, (hoy
de la Universidad), donde se desarrolla por entonces la actividad mercantil. Allí se
situará también el Concejo.
Dice Antolínez, al tratar de la fundación de la Iglesia Mayor (la Colegiata) que el
conde Ansúrez, como señor de la villa, “dispuso que la sala de ayuntamiento se
constituyese en la misma iglesia, y que los canónigos, tuviesen voto con los regi-
dores en todas las cosas que en el ayuntamiento se tratasen. Esta sala estuvo ente-
ra hasta el año de 1600, la cual caía sobre uno de los claustros (debe querer decir
sobre una de las crujías del claustro), y como estos se iban deshaciendo, para apro-
vechar la piedra en la fábrica de la nueva iglesia, se derribó la sala, y en uno de los
pilares del claustro había una escalera de caracol que venía a dar a la sala de
Ayuntamiento por donde los prebendados subían al regimiento, y la entrada de los
regidores era por la plaza de Santa María. Lo que ha quedado de esta sala, con el
edificio que estaba inmediato a ella, sirve hoy de colegio de seminaristas y a su
Rector, que son los que hoy asisten en la iglesia”. Y añade “El celo del conde pare-
ce que siempre está obrando desde su principio, como se ve considerando aquella
unión, amor y fraternidad que han guardado y guardan la iglesia y el
Ayuntamiento”. Algunas de sus afirmaciones respecto al papel del cabildo colegial
en el concejo parecen un tanto chocantes pero hay que darle credibilidad por lo
que corresponde a su época.
Por su parte, el Dr. D. Manuel de Castro, en su Episcopologio Vallisoletano afirma que
las reuniones del Regimiento tenían lugar en una Sala Capitular de la Colegiata,
que daba a las Cabañuelas (Calle del arzobispo Remigio Gandásegui).
Agapito y Revilla recoge lo dicho por ambos y piensa que si en principio estuvo en
el claustro, luego se hizo otra construcción, las Casas de Regimiento que estaban
en la propia Plaza de Santa María, junto a la “claostra” pero formando un edificio
independiente organizado en dos alturas, planta baja y principal. Aduce para ello
un documento, las cuentas del mayordomo de obras de 1495 en que se pagan al
carpintero Cristóbal de Sevilla 500 mrs “por enderezar e reparar los corredores de
la casa de Regimiento de la Plaza de Santa María que salen sobre la huerta de la
[63]
Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
claostra de la dicha iglesia (mayor) e así mismo por reparar el tejado de las dichas
casas”; también por estos años se socalzan los pilares y se hacen puertas nuevas, de
madera de Soria, claveteadas.
Durante los años finales del siglo XV la sede del Consistorio de la Plaza de Santa
María alterna con la nueva de la Plaza Mayor, de la que enseguida trataré. Por ejem-
plo, según en el libro de Actas del Municipio de 1498 –que transcribió Fernando
Pino– durante los primeros meses del año el Ayuntamiento se reúne indistintamen-
te “en la capilla de D. Luis de la Cerda, sita en el claustro del convento de San
Francisco”, en las “Casas del Concejo de esta villa que son en la Plaza del Mercado”,
en la “Casa del Auditorio de la dicha villa que son en la Plaza y Mercado Mayor”, y
“en el monesterio de señor San Francisco”, pero el 23 de abril se juntan “en la Iglesia
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María Antonia Fernández del Hoyo
Mayor de esta dicha villa, en la capilla de San Juan y San Blas, que es en la dicha
iglesia” y el 2 de mayo lo hacen “en las Casas del Consistorio de la dicha villa, que
son en la Plaza de Santa María la Mayor”, donde se mantiene hasta el 12 de junio,
en que vuelven a la Plaza Mayor. El día 15 de ese mes hay también una reunión en
San Benito, quizá porque tenían que tratar sobre hacer una plaza delante del monas-
terio. El 20 han vuelto a la Plaza de Santa María donde siguen hasta el 17 de julio,
día en que están ayuntados “a Concejo, a campana repicada, ante las puertas del
monesterio de señor San Francisco”. El 23 de julio se reúnen en las casas de la plaza
de Santa María pero el 31 “viernes postrero de agosto” lo hacen “en el monesterio
de San Francisco”. La alternancia continúa el resto del año.
Como se ve, la confusión en cuanto a las sedes es grande; se puede hablar de un Ayun-
tamiento casi nómada, pero ya sabemos que la movilidad de las instituciones era
algo normal en la época, incluso la propia monarquía carecía de palacio propio en
Valladolid. En realidad el Municipio decidió en junio de ese mismo año 1498 que
los Concejos se celebrasen en Santa María durante todo el año excepto “en las dos fe-
rias que en esta villa se hacen en cada una año, la una por la cuaresma y la otra en el
mes de septiembre”. Pero tal preminencia para la sede de Santa María iba a durar poco.
El 10 de abril de 1499, los RRCC mandan “que se venda o arriende las casas del
consistorio de esta villa de la Plaza de Santa María en que se suele hacer Regimiento
e que los regimientos se hayan de hacer de aquí adelante en la Plaza Mayor…”
Naturalmente, el Concejo tuvo que obedecer, pero no sin reticencias, pues en 1503
–como recoge Fernández González– todavía se enviaron regidores a la Corte para
intentar que la carta quedase sin efecto.
Una vez que perdieron su función en favor de las casas de la Plaza Mayor, había que
buscar nuevo destino para los edificios de Santa María, intentándose varios: alma-
cén de materiales, granero, eventual taller del bordador real, incluso se dejó a los
“contadores mayor para hacer audiencia”. En 1513 se manda “que se haga una cáma-
ra en el portal de la casa del Regimiento de la Plaza de Santa María en la cual se me-
ta toda la piedra que agora está en las dichas casas y toda la madera… e otras cosas
que esta villa tuviere de la cual cámara los señores Regidores de Obras tengan la
llave”. Pocos días después, sin embargo, se manda sacar esa piedra. El Ayuntamiento
continuó atendiendo a las reparaciones necesarias de las casas que, por otra parte,
siguió utilizando, especialmente su corredor, balcón, para presenciar desde él las sen-
tencias y sermones de la Inquisición o cualquier festejo que tuviese lugar en esa plaza.
Como apuntó Agapito y Revilla y corrobora Fernández González, las casas sirvie-
ron luego como alhóndiga municipal. En 1528 se adapta el interior para ello, sin
grandes reformas. En 1552 el municipio se plantea la conveniencia de venderlas
“porque no renta a esta villa cosa alguna ni trae provecho mas le trae costa de repa-
ros por estar como está muy vieja”. Tras debate, se decide venderlas conservando el
uso del corredor, pero en realidad se arriendan. Por fin consta que en 1576 el Re-
gimiento vendió al Cabildo de la Colegiata “las casas de la Alhóndiga que estaban
en la plaza de Santa María”. Rosario Fernández dice que era lógico el comprador
porque estaba en terrenos “inmediatos a la Colegiata cuyo claustro daba”.
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Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
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María Antonia Fernández del Hoyo
Señalados con círculos, posible situación de las Casas Consistoriales anteriores a 1561.
Estima esta aurora que desde mediados del XV el Concejo tuvo otro edificio, las
“casas del Auditorio de la villa”, que ella sitúa en los Corrillos de la Plaza, una zona
muy amplia entre la Plaza Mayor y la Rinconada –por supuesto de la Plaza anterior
al incendio del XVI–, y más concretamente en el lado que corresponde hoy al Caba-
llo de Troya. Algunos documentos parecen confirmarlo, como el que habla de acre-
centar el Consistorio hacia el Pasadizo de D. Alonso (sito en la calle de la Pasión).
A fines de siglo se hacen en él diversas obras: así en 1491 se rehacen los corredores,
con arcos y se trabaja en la fachada de piedra, y cinco años después en el tejado, en
una chimenea, etc. Dice Fernández González que a comienzos del XVI ésta de los
Auditorios es la única casa de Concejo de la Plaza Mayor, un edificio de cantería,
de tres alturas, con soportales de arcos sobre pilares en la planta baja, un piso princi-
pal con corredor de arquerías y un sobrado, que daba a la Plaza Mayor y a una calle-
juela y por detrás tenía casas adosadas. En marzo de 1500 se habla de hacer obras “en
la casa de los auditores de esta villa para que se fagan los Ayuntamientos”, se arreglan
los corredores y “los pasos del pasadero que va de la casa de la Audiencia”, y otros
reparos que no puedo detallar. Hay, además, preocupación por lo que pueda repre-
sentar para los edificios municipales la cercanía de los puestos de pescado, tocino,
etc., por lo que se trasladan estas mercaderías; a mediados de siglo se han situado allí
los libreros, aceros y joyeros. Desde 1530 se habla de una reforma o ampliación pero
poco después, como veremos, se piensa ya en hacer uno nuevo, mencionándose un
terreno para ello que caía a la Plaza Mayor y salía a la calle Empedrada.
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Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
Podemos atisbar lo que fue este edificio gracias a dos muy conocidos grabados, ale-
mán el primero y holandés el segundo, que representan el auto de fe celebrado en
la Plaza Mayor de Valladolid el 21 de mayo de 1559, en que fue condenado el céle-
bre Dr. Cazalla. Cuánto tiene de realidad la escena y cuánto de imaginación, es difí-
cil saberlo. En el escenario urbano aparecen soportales –sabemos que la antigua Pla-
za Mayor, muy dañada por un incendio en 1461 ya los tenía–, y también una puerta
con arco, probable acceso de una calle, por la que llega a la plaza la comitiva de los
reos y todo su acompañamiento. En la versión alemana, que es la primera y la de más
calidad sirviendo de modelo al grabado holandés, el arco de la puerta por donde
entra el cortejo es de medio punto mientras que en el grabado holandés aparece
apuntado. La propia puerta suscita también dudas. No veo muy claro que sea la Puerta
del Campo, como se ha apuntado, no solo por su lejanía de la plaza sino porque la
procesión de los reos, procedente de las casas de la Inquisición, no pasaría por ella.
Entre el resto del caserío destaca por altura un edificio titulado Ayuntamiento. En
realidad es como una gran tribuna avanzada sobre la línea de las restantes casas, for-
mada por un soportal toscano y una logia de triple arquería sobre columnas corin-
tias, adornada con tapices y reposteros, en la que se sitúa la presidencia del acto.
Por otra parte, una descripción del auto de fe, conservada en la Biblioteca de Santa
Cruz, relata cómo los príncipes D. Carlos y Dª Juana, que presidían el acto, “subie-
ron a un corredor de madera que estaba junto a un arco de piedra que es las casas
del Consistorio”. Quizá en los grabados se vea solo la delantera del Ayuntamiento.
La clave está, como he dicho, en la fiabilidad del grabador.
En 1546 el deficiente estado de este edificio propicia que se hable de hacer uno
nuevo, en el mismo lugar aunque más amplio, tomando parte del espacio de la Plaza,
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María Antonia Fernández del Hoyo
lo que suscitó las protestas de quienes tenían tiendas en la plaza, sobre todo de los
joyeros porque les quitaban visión. Se hicieron planos por Francisco de Salamanca
–los entrega en 1556–, y por los maestros de cantería Rodrigo de la Riva (o Riba),
Juan de Escalante, y el mismísimo Rodrigo Gil de Hontañón, el más prestigioso de
la época en Castilla. Sin embargo el asunto se dilataría mucho más de lo deseado.
Filemón Arribas habla de un acuerdo de 7 de agosto de 1559 por el que se dirigen
al Rey pidiendo licencia para dedicar dinero a una serie de obras necesarias, entre
ellos 10.000 ducados para las casas del Ayuntamiento “que no se puede habitar en
ellas por estar tan viejas e desplomadas e para se hundir”. El resto de ese año y el
siguiente 1560 se continúa con el proyecto; de una parte se llama a Rodrigo Gil para
“que venga a ver las trazas”, y poco después se manda a Francisco de Salamanca que
las lleve a la Corte. Parece que en octubre estaba ya iniciada la “nueva obra de edi-
ficio que esta villa hace en las casas de Ayuntamiento”. Como es bien sabido, una
catástrofe de singular magnitud acabaría poco después con el intento.
Pero volvamos a las casas o edificios municipales junto a San Francisco. Al tratar del
primitivo espacio, sin vistas a la plaza, cedido por los franciscanos al Municipio,
Sobremonte dice: “debió de sobrar algún pedazo entre las mismas casas del ayunta-
miento y la puerta principal del convento e iglesia que sale a la Plaza. Este suelo
parece que dio la villa de Valladolid a un Juan de San Pedro Bachiller, para que labra-
ra una casa donde vender el pescado fresco. Labróla levantándola más de lo que era
razón de suerte que sobrepujaba las tapias de nuestra clausura y desde sus altos se re-
gistraba el corral o patio de la iglesia”. Esto sucedía en el primer tercio del siglo XV.
En efecto, las que se llamarían “Casas antiguas de Ayuntamiento”, que significan la
continuidad de la institución municipal junto a San Francisco, fueron inicialmente
la Casa de la Red en la que se descargaba, pesaba y vendía el pescado fresco de mar
o de río, perfectamente estudiada también por Fernández González. A través de
expedientes custodiados en el Archivo Municipal se puede reconstruir sus avatares.
Contra lo que sería lógico, la Casa de la Red parece haber estado, por concesión real,
en manos privadas, si bien en varias ocasiones el Concejo pleiteó por sus derechos.
Sabemos que en tiempos de Juan II la poseyeron sucesivamente su doncel Alfonso
de Valladolid y su guardia Alfonso García de la Torre. A este último, además, se le
otorgó en 1436 “por juro de heredad para siempre jamás para vos e vuestros here-
deros e sucesores”, con potestad de poderla vender o dar a censo. En 1519 uno de
sus descendientes, el canónigo Jorge de Torres, las vendió a censo a Francisco de San
Román y Juana de Villafañe, su mujer. Se distinguen entonces las casas “situadas en
la Plaza e Mercado Mayor de esta dicha villa junto a la Puerta principal del monas-
terio de Señor San Francisco” y junto a ellas, prácticamente incorporada dentro, “la
Red en que se venden todos los pescados frescos que se vienen a vender a esta dicha
villa”. Por la casa los compradores deberían abonar 4.000 maravedís de censo anual;
la misma cantidad por la Red más “dos banastas de besugos”.
En 1552 Juana de Villafañe y sus restantes herederos la vendieron a Juan Vázquez,
casado con María una de sus nietas, describiéndose así: “una casa con sus bodegas
y tres cubas que tenían en la Plaza y Mercado en la cera de San Francisco en que
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Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
vivía, y lindaba de una parte con casas de Baltasar de Paredes y de otra parte y por
las espaldas la puerta del dicho monasterio de San Francisco y patio de él, y por
delante dicha Plaza mayor”. Además de los censos que se pagaban a los herederos
del canónigo Torres, existía otro de 1.300 maravedís que la ciudad tenía “sobre cier-
ta parte de la dicha bodega de dichas casas y de una cámara que estaba entre la esca-
lera y la red del pescado de esta ciudad y la dicha red y derecho de ella”. Por fin,
otra parte “de dichas casas estaba libre hacia la parte que confinaba con las casas
del dicho Baltasar de Paredes que está encima de la dicha red, que harán 6 varas y
una tercia de largo (5’17m) y el ancho que las dichas casas tenían”.
Siendo la Red y la casa posesión de Juan Vázquez ocurrió el incendio de 1561, que
cambiaría su destino. Por mandato real las casas se tomaron “para las audiencias de
los señores alcaldes de la Audiencia e Chancillería… las cuales para el dicho efec-
to se derribaron e tornaron a armar conforme a la traza por Su Majestad dada”, no
sin que ello recrudeciera los ya antiguos problemas con el vecino convento de San
Francisco. Desde entonces serán de la villa.
En 1566 el Concejo se concierta con los alcaldes de Chancillería para edificar zagua-
nes donde hagan audiencias públicas. El soportal con tres zaguanes se situaría entre
el convento de San Francisco y la casa de Gaspar de Paredes, y encima de él se edi-
ficarían las casas y aposentos. Cada zaguán tendría una puerta, con dos postigos,
con sus jambas de piedra de Cardeñosa. A los lados se haría una escalera para subir
a los pisos superiores. Al año siguiente los franciscanos tenían problemas con el Con-
cejo porque, siendo dueños de “la pared de las traseras de todas las dichas casas que
caían al patio del dicho monasterio”, resultaban perjudicados al construirse la casa.
Se mandó entonces tasar el daño que a los frailes se causaba “por el alzar de la pared
trasera de las dichas casas más de lo que solían estar… y por las luces que se había de
abrir en todos aposentos de las traseras de las dichas casas”. Los alarifes nombrados
por ambas partes fijaron una indemnización de trescientos ducados. Además la villa
se obligaba “a tener y sostener en pie y bien reparado a su costa la tapia y emplenta
de toda la dicha pared de arriba abajo perpetuamente para siempre jamás y que las
luces que se han de abrir en la dicha pared… han de ser a manera de buitrones (sic)
volados que miren al cielo… y a aderezar e reparar el tejado que cae sobre los sopor-
tales del patio del dicho mº según y como estaba antes de que se hiciese la dicha
obra”. Hasta abril de 1569 no ratificaría la comunidad franciscana el acuerdo, con-
sintiendo en que se abriesen las luceras, pero dejando bien claro “que todo el largo
y grueso de la dicha pared trasera sobre que van armadas las dichas casas ha sido y es
y ha de quedar y queda en propiedad y por propio del dicho monesterio” y que lo que
“se da y traspasa a esta dicha villa es solamente la servidumbre y derecho de cargar
sobre la mitad del ancho de la dicha pared como agora está hecho el dicho edificio…”
Diversos documentos corroboran la constante propiedad que el Ayuntamiento man-
tuvo sobre las casas situadas junto a San Francisco, en las que se efectúan diversas
obras. No sabemos cuándo se hace la escalera de la que habla Agapito y Revilla en
la Memoria de inauguración de las Casas Consistoriales, tomada de un anotador
de Antolínez: “… está entre las casas del consistorio antiguo edificado en el sitio
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María Antonia Fernández del Hoyo
que le dio el convento… era de maravilloso artificio; tenía la caja 21 pies de largo
y 12 de ancho, se formaban dos escaleras volteadas una sobre otra, divididas sin
comunicación: la una con una puerta a los soportales de la plaza para las casas de
la ciudad, y la otra con puerta al patio de la iglesia para subir los religiosos al cuar-
to segundo y último, y los caballeros regidores a su armería… recibe esta escalera
luz por cinco ventanas con rejas que caen al patio de la iglesia”.
Las dimensiones de estas casas municipales sitas junto a San Francisco se conocen
por un documento fechado el 31 de julio de 1794, durante la realización del Apeo
General de bienes municipales iniciado el año anterior, del que luego trataré.
Francisco Pellón, maestro de obras y Blas de Olmedo Gutiérrez, maestro agrimen-
sor, miden y deslindan “las Casas que sirvieron antiguamente de Ayuntamiento en
esta ciudad consistentes en la Acera de San Francisco de ella señaladas por hallarse
unidas con el azulejo número 16 que al presente posee don Jacinto Barela marido
de doña Micaela García que en primeras nupcias
estuvo casada con Francisco Silbela ya difunto veci-
nos de esta misma ciudad a quien el Ayuntamiento
las vendió a censo perpetuo sin que se expresen sus
medidas, en cuyas casas se hallan los Portales en que
hacen audiencia en el Juzgado de Provincia los
señores Alcaldes del Crimen de esta Real Chanci-
llería. Lindan por el Oriente con la entrada por un
patio en donde hay vistas y balcones por encima ha-
cia la Plaza Mayor para la iglesia del Real Convento
de San Francisco de esta ciudad por cuya línea o
costado tienen 37 pies y medio (10’5 m) inclusos 15
(4’2 m) que coge de hueco el soportal de uso públi- Medidas de las Casas Viejas
co; por el sur lindan con el dicho patio de San del Ayuntamiento junto a San
Francisco y capilla de la Iglesia Penitencial de Francisco. 1794
Nuestra Señora de la Pasión de esta dicha ciudad en
que se entierran los ajusticiados por donde tienen 72 pies y medio (20’30 m) inclu-
so un recodo que hacen dichas casas por este lado accesorio; por el Poniente lindan
con casa que poseen ciertas memorias que parecen fundadas en dicho convento de
San Francisco de que son patronos el R. P. Guardián de él, el R. P. Prior del con-
vento de Agustinos Calzados y el cura de la parroquia de Santiago de esta dicha ciu-
dad, por cuyo lado o costado tiene 52 pies (14’56 m) inclusos los 15 del soportal, y
por el norte que es la fachada principal lindan con la Plaza Mayor de esta dicha ciu-
dad por donde tienen 67 pies (18’76 m) así por delante de los postes como por la
fachada de las casas en las que cogen 8 postes, siendo los de los costados mediane-
ros. Todos los dichos pies son lineales de tercia castellana cada pie; su figura la del
margen en que se encuentran los que tiene por cada línea”. En efecto se acompaña
de un pequeño croquis1.
1 Archivo Municipal de Valladolid, Caja 27-1. Libro de Apeo de Propios, 1793-94, fol. 44.
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Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
[72]
María Antonia Fernández del Hoyo
del edificio al tratar de la Plaza Mayor: “La plaza, si no es lo que ocupan las Casas
de Consistorio, que solamente están levantadas cuatro estados (unos siete metros y
medio, dice Parrado) en alto, siendo de traza por cierto hermosísima, todo lo
demás en redondo es de soportales sobre columnas de Cardeñosa...”.
Lo empezado a hacer sería, no obstante, modificado. En 1584 el ingeniero Francisco
de Montalbán daba nuevas trazas, o alteraba las anteriores, y en agosto del año
siguiente, Juan de Herrera, -que ya había diseñado la nueva Colegiata y al que se
llamó para que viese el viaje de aguas que entonces se hacía–, se ocupó también de
dar trazas para la “casa del Consistorio nuevo” y la de Panadería. En 1587 la cons-
trucción estaría muy avanzada puesto que, como publicó Martí y Monsó, se hacían
sillas para amueblarlo. Aunque el documento solamente habla de “hacer los asien-
tos para la casa de Ayuntamiento… donde se hacen y se juntan los ayuntamientos”
sin precisar dónde estaba situado, es de suponer que se tratara del nuevo edificio.
Eran asientos de nogal, adornados con el escudo municipal, que se encargaron de
realizar los entalladores Lucas Daques y Cristóbal Velázquez2.
La primera imagen del Ayuntamiento clasicista aparece en un dibujo del libro de
memorias Passetemps, donde el noble flamenco Jehan de l’Hermite narra su estancia
en Valladolid en 1592, formando
parte del séquito de Felipe II, en la
que será la última visita del Rey a
su ciudad natal. Lo que el dibujo
refleja es en realidad una escena de
juego de cañas, tan frecuente era
en esa época, que incluye al pare-
cer el desjarrete de un animal, pero
en el fondo se representa el nuevo
Ayuntamiento, al menos eso señala
su leyenda: “la maison de la ville”.
Como se ha destacado en otras
ocasiones, el dibujo tiene un gran
valor documental pues es la prime-
ra vez que se muestra la Plaza Ma-
yor después de su reconstrucción.
Sin embargo la representación no
es excesivamente fiel a la realidad.
Los alzados de las casas tienen un La Plaza Mayor. [Dibujo de J. de l'Hermite. 1592]
sólo un piso de balcones y el ático
no está retranqueado, lo que lleva a suponer que o bien l’Hermite, -si lo hizo él– no
era muy buen dibujante o lo trazó tiempo después de su viaje, cuando la memoria
de lo visto flaqueaba ya. El edificio municipal aparece minimizado, excesivamente
pequeño, casi agobiado por las casas que lo rodean, sin terminar.
2 MARTÍ Y MONSÓ, J.: Estudios histórico-artísticos relativos principalmente a Valladolid, pp. 505-506.
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Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
3 Se sintetiza en FERNÁNDEZ DEL HOYO, M.: “Fiestas en Valladolid a la venida de Felipe IV en 1660”,
Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología, LIX, 1993, pp. 379-392.
4 Se incluye en una anónima “Historia de Valladolid”, basada en la Historia de Antolínez pero con adi-
ciones, que se halla inserta en un manuscrito del siglo XVIII. Biblioteca Nacional, Ms. 13.011.
[74]
María Antonia Fernández del Hoyo
funciones de toros todos los señores que componen el Real Acuerdo, presidiendo
su Presidente; de otro lado se pone la Ciudad, presidiéndola su Corregidor; debajo
hay otros dos balcones de un lado y otro de la puerta, que es muy grande. En estos
balcones se ponen para estas funciones por sus antigüedades las Regidoras, presi-
diéndolas su Corregidor. Tiene este hermoso frontis en los extremos dos torres vis-
tosas que sobrepujan mucho la fábrica principal, en medio un arco muy bien labra-
do en su interior, y de la parte de abajo están los dos oficios de Ayuntamiento y el
de Rentas; en el primer piso, de un lado está la sala de Ayuntamiento para el vera-
no, sumamente espaciosa y muy adornada con su colgadura correspondiente al
tiempo, con sus bancos de terciopelo y las mesas cubiertas de damasco encarnado;
y en el frontis su dosel y debajo de él un cuadro con marco dorado de mucha costa
en donde está pintado nuestro monarca que al presente reina; de la otra parte está
las Contadurías pertenecientes a la ciudad, sitio donde se guardan todos los papeles
correspondientes a ese empleo; de la parte de arriba está el célebre corredor para ver
las funciones de toros y otras fiestas de plaza; de un lado está, y en lo interior, otra
sala de Ayuntamiento para invierno del mismo ancho y largo que la de abajo, con
su colgadura de terciopelo carmesí de mucha estimación; penden de ella dos escu-
dos de armas de esta muy noble Ciudad, bordadas de seda, de tres cuartas de alto.
En medio está el dosel y debajo de él un escudo de armas reales bordado de plata y
oro y sedas, uno y otro hechos por un insigne artífice de este arte. El de en medio
tiene dos varas de alto y el correspondiente ancho. Fueron hechos por Bernardo
Barriada, maestro bordador; se ocupó en esta obra tres años y finalizó el año de
1741. Es de mucho valor y grandeza. En una y otra sala se halla la capilla en donde
con lucidos ornamentos se dice misa todos los días antes de entrar los capitulares en
el Ayuntamiento. Del otro lado de este corredor está la sala donde el Alcalde Mayor
o teniente hace audiencia todos los días; está con la correspondiente decencia; des-
pués una sala que sirve de repostería en donde el repostero guarda todas las alhajas
pertenecientes a la Ciudad. Detrás se halla una sala con su cuarto antes, donde si
algún capitular da motivo, se le deja en ella preso; después está la vivienda del repos-
tero, que es muy capaz, debajo de ella está el Peso Real y Aduana, donde se guardan
los géneros que se vienen a vender de esta especie. Del otro lado está una tabernilla
de vino precioso en donde se vende lo más exquisito que se encuentra; se siguen
diferentes piezas en donde se ponen los arrendadores de alcabalas, cientos y otros
efectos para cobrar sus derechos y despachar propiamente los trajineros”.
Pese a su diseño clasicista, poco agradó el edificio al ilustrado D. Antonio Ponz, que
lo vio al comenzar la década de 1780: “El Consistorio, o Casa de la Ciudad, que
corresponde al mismo lado de Mediodía (se refiere a la fachada), como en esa Corte
el Palacio de la Panadería, me han informado que se hizo interinamente, y así no
corresponde a lo demás; se revocó de muy mal gusto treinta años hace”. En su
rechazo quizá pudo influir la reforma de los chapiteles realizada en 1766 conforme
al diseño del arquitecto benedictino Fray Juan Ascondo5, que les dio un aspecto
5 Publicado por M. D. MERINO BEATO, Urbanismo y arquitectura de Valladolid…, T.II, siglo XVIII, p. 358.
[75]
Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
más barroco. Puede también que le pareciese una construcción de escasa prestan-
cia al ser más baja que las restantes de la Plaza y carecer de soportales, al contrario
de lo que sucede en la madrileña Casa de la Panadería; el desagrado que muestra
ante la pintura de la fachada debe ser por lo abigarrado de ésta, algo que se man-
tendrá en la centuria siguiente. Por otra parte la situación general del edificio no
debía ser buena.
Según se lee en el Diario Pinciano de 11 de abril de 1787, dos días antes el arqui-
tecto D. Francisco Balzania presentó “en la Real Academia de Nobles Artes”, en la
que era Director de Arquitectura, “los planes que por orden del Supremo Consejo
de Castilla se mandaron levantar para la continuación de la obra del Consistorio
de esta Ciudad”, y que la Academia le había encargado hacer. Meses más tarde, en
su sesión de 5 de agosto, nuestra institución “acordó pasar al Ayuntamiento los pla-
nes formados por la Academia de Orden del Supremo Consejo para la conclusión
del Consistorio, o Casas Capitulares de esta Ciudad”. Es decir, que en 1787 estaba
en marcha un proceso de remodelación del Consistorio que, a juzgar por lo que
dice el Pinciano, debía ser de notable envergadura.
Otro aspecto interesante es el papel de comunicación social que las Casa
Consistorial desempeñaba. Su fachada se adornaba con ocasión de hechos rele-
vantes. Así por ejemplo el 4 de noviembre de ese mismo año, festividad de San
Carlos, onomástica del Monarca, su retrato “se colocó bajo el dosel encima del bal-
cón principal del M. Noble Ayuntamiento”. Igualmente se acogía en su interior a
nuestra propia Academia. Recoge el Diario Pinciano de 19 de diciembre: “El día 7
del corriente celebró la Real Academia de Matemáticas y Nobles Artes, su Junta
pública y solemne de distribución de los premios… La sala principal de la Acade-
mia, sita en las Casas Consistoriales, se hallaba iluminada, adornada de las estam-
pas, dibujos y modelos más exquisitos, y con el retrato de S.M. bajo dosel. El señor
Protector, Conde de Albarreal, ocupaba el asiento primero, bajo de éste; y a su lado
derecho seguían los Consiliarios y Académicos de Mérito. Inmediatas al señor
Protector había dos sillas de terciopelo para el caso de que hubiesen asistido los
Illmos. Señores Presidente y Obispo; los restantes asientos estaban ocupados de las
personas más distinguidas de Valladolid, por su sangre, carácter, estado y sabiduría;
y al cabo de la sala estaban los discípulos y alumnos, inmediatos a la orquesta, que
tocó al principio, intermedios y fin de la fiesta”. Y sigue la relación de los diversos
premios concedidos.
Para conocer las dimensiones y el estado que la Casa Consistorial tenía a finales del
siglo XVIII hay que volver al antes citado “Apeo General” de los Bienes Propios de
la ciudad, mandado hacer por el Real y Supremo Consejo de Castilla, y que com-
prendía “todas las heredades, terrenos y demás efectos y derechos” pertenecientes
a la “ciudad, sus propios y comunes en que son comprehendidas las casas”6.
Fue el 14 de septiembre de 1793, cuando una comisión integrada por el Alcalde Ma-
yor y Corregidor interino –ausente el titular–, por el Prior/Procurador titular de la
6 Archivo Municipal de Valladolid, Caja 27-1. Libro de Apeo Propios, 1793-94, fols. 1 y ss.
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María Antonia Fernández del Hoyo
Ciudad, por “Blas Olmedo Gutiérrez, maestro agrimensor aprobado, Director per-
petuo de Geometría de la Rl. Academia de la P.P. Concepción de esta ciudad,
Académico de Mérito en ella”, y por el Alguacil, encargado también de levantar acta,
“se constituyó en la Casa Consistorial de esta dicha ciudad consistente en la Plaza
Mayor de ella, que da vuelta hasta el sitio de la Red y Plazuela de la Rinconada en
la cual está el Peso Real, y las tablas donde se venden los pescados frescos, salados
y escabechados, y el tocino, manteca
y demás despojos de cerdos”, dándo-
se principio “a la operación de apeo”.
Lógicamente se empezó por la pro-
pia “Casa Consistorial”: “Primera-
mente se apea, mide y deslinda como
perteneciente a esta ciudad, sus pro-
pios y común en posesión y propie-
dad la Casa Consistorial que existe
en la Plaza Mayor de ella, con la cual
linda por el Sur; por el Oriente con
calle que sale de dicha Plaza Mayor
para la Red y Casa de la Cebada; por
el Norte con la Plazuela de la Red y
por el Poniente con otra calle que Medidas del Ayuntamiento clasicista en 1793.
sale de la dicha Plazuela Mayor para
la Iglesia Penitencial de Jesús Naza-
reno y sitio de la Rinconada. Declara el Agrimensor tiene esta Casa por la fachada
principal y por la accesoria 145 pies de largo (alrededor de 40 m) por cada parte y 90
pies (25 m) de largo por cada costado; en el centro de esta Casa Consistorial y bajo
de dicha medida se hallan los escritorios de las dos escribanías de Ayuntamiento el
de las Rentas; el Peso Real y la tabernilla todo por bajo además de las oficinas altas
que tienen varios destinos y la vivienda que a la parte accesoria ocupa don Phelipe
Girón maestro cirujano; y fuera de dicha medida se hallan en la parte accesoria la
casa del Repeso y las casillas donde se venden los pescados frescos y el vacallao (sic)
y en el costado que mira al oriente están fuera de dicha medida las casillas donde se
vende el tocino, escabeche y otros comestibles. Todo va demostrado en la figura que
queda puesta al margen”, que se trata de un sencillo esbozo del perímetro.
La vida del Consistorio herreriano camina hacia su decrepitud, aunque los reparos
se sucedan. Por ejemplo, de 1845 data un diseño para repintar la fachada, como se
hacía habitualmente, hecho por el pintor Francisco Saco. Pero en esta centuria lo
más novedoso tiene que ver con el reloj municipal.
[77]
Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
Fue en 1837 cuando se hizo la torre del reloj, que dotaría al edificio del aspecto que
vemos en la maqueta que se conserva en el Museo de Valladolid –realizada por
entonces– y en las fotografías de años posteriores. Lo cuenta, entre otros, Telesforo
Medrano: “En este tiempo construyeron un hermoso reloj siendo su formación toda
ella de nueva planta y muy a gusto del día. Este está construido desde sus cimientos
en la parte interior del consistorio, de suerte que sube su elevación hasta igualarse con
los dos torreones o chapiteles de los extremos. Su remate es magnífico. Su esfera de
mármol ricamente adornada y trabajada por un ingenio (sic) regidor vecino de esta
ciudad, D. Faustino Alderete, es cosa nueva y nunca vista en nuestra España. Forma
transparente, por manera que por la noche a beneficio de una luz intensa, resalta
tanto ésta que se ve la esfera y por consiguiente la hora que es, con tanta o más cla-
ridad como de día. La máquina es la que había en el reloj del convento de San
Francisco a excepción de varias piezas nuevas y recomposición de otras. La campa-
na mayor perteneció al reloj del convento de Prado y las dos pequeñas de los extre-
mos del que había en el convento de san Benito. Debajo de la esfera tiene una ins-
cripción que dice: ‘A la inocente Isabel II y utilidad del pueblo vallisoletano. Año
25 de la Constitución Española’. Empezó a andar el reloj el día 8 de julio a las nueve
de la noche y a golpe de música con motivo de la festividad que estaba preparada
para el día siguiente 9 en que se hizo la publicación de la Nueva Constitución”.
[78]
María Antonia Fernández del Hoyo
A una fecha no lejana a su derribo debe corresponder una fotografía que, pese a algu-
nas deficiencias de conservación, tiene un gran interés pues se ve parte de la Plaza
Mayor y el Ayuntamiento no parece aislado sino rodeado por casillas o tiendas. Estas
se alquilaban anualmente; como ejemplo el 15 de abril de 1856 se arriendan a un tal
Santiago Pérez “las cinco casillas donde se expiden los pescados frescos, sitas en la
plazuela de la Red… lindantes por todos lados con la Casa Consistorial”.
Pasado el tiempo, el deterioro general del edificio afectaría también al reloj. En 1877
se trata de los problemas de la torre que hacían peligrar el buen funcionamiento de
los elementos mecánicos de este.
El 27 de enero de 1879 el alcalde Miguel Íscar encarga un informe sobre el estado
del edificio, que firman el 10 de febrero los arquitectos Segundo Rezola, Joaquín
Ruiz Sierra y Teodosio Torres, presentándolo al Ayuntamiento que en esa misma
sesión decide construir una nueva Casa Consistorial. El derribo del histórico edifi-
cio clasicista se verificó el 11 de agosto del mismo año. Lo curioso es que el infor-
me no aconsejaba el derribo, pero Miguel Íscar era hombre emprendedor y suma-
mente impaciente y estaba lanzado a un remozamiento total de la ciudad. Gracias
al informe, publicado por Virgili, se conoce mejor cómo era el viejo Ayuntamiento;
en función de esta descripción han hecho su propia interpretación de la planta
Villalobos y Altés.
[79]
Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
[80]
María Antonia Fernández del Hoyo
Primeros pasos en la construcción del nuevo edificio del ayuntamiento [Archivo Ayto. Valladolid]
[81]
Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
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Las Casas Consistoriales de Valladolid a lo largo de su historia
[84]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
El monasterio
de San Joaquín y Santa Ana
FRANCISCO JAVIER DE LA PLAZA | Académico
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El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
En primer lugar una vista aérea nos permite asomarnos a perspectivas antes reser-
vadas a los pájaros o a los “ángeles”. Ahora es fácil para cualquier persona contem-
plar un lugar desde un punto de vista insólito como el que aquí aparece, donde
podemos ver el monasterio con su iglesia, obra del arquitecto Francesco Sabatini,
un hombre práctico, un ingeniero, un militar que sabía resolver los problemas de
una manera esencial, sin adornos y sin excesos superfluos.
El edificio está situado muy cerca de la parroquia de San Lorenzo, con su torre, y
la primitiva portada albergada en una especie de exedra, con una logia grande. Al
otro lado del monasterio se encontraba el convento de la Trinidad ahora ocupado
por viviendas, pero en un primer momento sus huertas llegaban hasta un muro que
limitaba ya con el río a modo de espolón. Esta situación agradaba especialmente a
las monjas pues les permitía estar en uno de los límites de la ciudad, era la parte de
atrás, expresión que aún se utiliza en los pueblos, los “atrases”, y eso era el río en
aquel momento, los atrases de la ciudad.
La historia del monasterio de Santa Ana es sorprendente, como casi todas las his-
torias conventuales, y está llena de enigmas, también como casi todas. Y cuando
[86]
Francisco Javier de la Plaza
uno se acerca a un edifico como éste, construido en tan poco tiempo, con un pro-
yecto unitario, uno piensa que no habría habido ninguna complejidad en su his-
toria. No es como uno de esos castillos o palacios que han sido reorganizados
muchas veces sobre sí mismos y cuya lectura exige casi un trabajo de arqueólogo
levantando capas de época, aquí parece que todo se ha hecho de un golpe, todo es
sencillo, pero las cosas cuando uno se acerca a ellas se vuelven más complicadas.
La historia comienza no aquí sino en un pueblo de Palencia, llamado Perales, a la
orilla del río Carrión, un lugar ameno, fresco, de mucha vegetación, con el nom-
bre en principio de Nuestra Señora de Perales o también según algunas fuentes,
confusas a veces, Nuestra Señora de la Consolación. Comienza, como digo, la his-
toria del monasterio en el año de 1243, fundado por los condes de Carrión, el
conde Nuño de Lara y su mujer, hija de Alfonso IX de León, gozando de grandes
donaciones por su parte, además de ser el lugar elegido para sus enterramientos.
La inauguración fue muy solemne acudiendo varios obispos, el de León, Calahorra,
Palencia… y desde entonces las monjas bernardas se consideran fundación real por
lo cual en la fachada del monasterio actual está el escudo del rey Carlos III. Su pri-
mera abadesa fue doña Mencía o doña Elvira.
De este monasterio no queda ahora prácticamente nada. Madoz cuyo artículo escri-
be Sangrador dice que todavía en los alrededores de Perales se veían los restos del
monasterio, pero actualmente es imposible detectar nada pues posiblemente sobre
sus restos es donde se ubica ahora una residencia.
Este monasterio dependía de las Huelgas de Burgos jerárquicamente y tuvo una
existencia apacible hasta que en 1594 una monja, sor Catalina de la Santísima
Trinidad decidió hacer algo parecido a lo hecho por santa Teresa con el Carmelo es
decir, reformarlo para endurecer la disciplina, pensando que ya se había relajado la
norma inicial y haciendo lo que se llamaba entonces una “recolección”, una refor-
ma. Esto no gustó a todas las monjas y hubo algunas que se resistieron y se man-
tuvieron en la situación anterior, pero finalmente con la ayuda del abad de
Husillos, Francisco de Reinoso, esta monja valiente consiguió trasladar a trece
monjas de Perales a Valladolid, hacer una refundación en la ciudad y una restitu-
ción del monasterio que empezó a llamarse de Santa Ana. En las fuentes históricas
a veces se confunden los que se refieren a Perales con los de Santa Ana pero en la
realidad esta denominación se establece cuando ya se instalan aquí.
Buscaron la protección de algunos hombres influyentes como Antonio de Salazar
que les vendió una casa y luego se enterró allí, dejando una dotación importante
para el mantenimiento de la propia institución, pero antes tuvieron que vencer la
resistencia que ofrecían dos comunidades próximas, la parroquia de San Lorenzo
que no querían otra iglesia en su proximidad y el monasterio de la Trinidad, la otra
frontera, con el mismo tipo de reparos.
Del monasterio de Perales queda en el actual una imagen de la Virgen que ha per-
dido al niño, es una pieza románica que probablemente tuvo que ver con esa deno-
minación de Nuestra Señora de Perales o tal vez, según otras fuentes, con Nuestra
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El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
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Francisco Javier de la Plaza
riostras para evitar que físicamente se les caiga. No debía ser un edificio muy lujoso
pues ya en 1618 exigió una reparación, cuando acababa prácticamente de construir-
se (su inauguración fue en 1596). Comprobamos además que las noticias de la estan-
cia de las monjas en este edificio son en general muy negativas.
Únicamente tomaremos como positivas el ingreso en la orden de personas influ-
yentes. En 1675 adquiere el patronato doña Ana Mónica de Córdoba Zúñiga y
Pimentel, condesa de Alcaudete y marquesa del Billar para colocar sus armas y
enterrarse allí, pero de la presencia de una persona tan poderosa no ha quedado ni
una sola huella documental pues el acuerdo posterior con la Corona recupera la
fundación real primitiva y prescinde por completo de estas mediaciones.
Otro acontecimiento reseñable es el ingreso, en 1718, de doña María Teresa
Coloma, marquesa de Canales, viuda de don Eugenio Tomás, conde de Boucoben
–en Flandes– decisiva para la historia del monasterio, debido a su poder y a haber
contraído con la Hacienda pública unos “créditos” por ser viuda e hija de hombres
influyentes. Su padre había sido gentilhombre de cámara, miembro de los conse-
jos de estado y de guerra, embajador en Holanda, en Inglaterra y en Génova y por
ello tenía adquirido lo que se llamaba entonces unos “créditos”, una especie de
derecho para percibir fuertes ingresos de la Hacienda Pública.
El hecho de que ella cediera todo voluntariamente al monasterio al ingresar en la
orden cambiando su nombre por el de Mª Teresa de Jesús y olvidando todas sus
mundanidades fue visto por las monjas como una ocasión para realmente salir de
este edificio que se las venía encima y solucionar las cosas de otra manera.
Se les ocurrió dirigirse al rey invocando la fundación regia y pactar con Hacienda y
con el propio monarca Carlos III una solución, consistente en la renuncia de la mar-
quesa de Canales a todos estos créditos a cambio del que el rey asumiese la cons-
trucción de un nuevo edificio después de haber saldado las deudas pendientes, de
tal manera que hubiera un remanente. Todo esto se sabe al detalle, pues Juan José
Martín González vio toda la documentación. Juntos trabajamos en el Catálogo
Monumental y confeccionamos un trabajo de información que el ya mecionado
arquitecto Juan José Fernández ha completado con una evolución mucho más am-
plia, precisa y erudita.
Efectivamente hacia 1779 el rey decide hacerse cargo de la reedificación poniendo
al cargo a un arquitecto suyo, Francisco Sabatini, natural de Palermo. El arquitec-
to diseñó prácticamente el edificio de nuevo; hay datos estremecedores del mal
estado en el que se encontraba por lo que decidió hacerlo nuevo casi en su totali-
dad pues, ¿qué se conservaba de este edificio con 200 años de antigüedad? La res-
puesta es sencilla, muy poco, un dibujo y desde el punto de vista material hay en
el claustro que distribuye los servicios esenciales del monasterio actual, una espe-
cie de baldaquino sobre el pozo, compuesto por unas columnas del siglo XVI que
probablemente pertenecen a la casa original, restos de la casa de don Antonio de
Salazar. Así también en un muro perimetral del patio han aparecido otra de estas
columnas de la casa comprada por Francisco de Reinoso.
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El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
Sobre la portada de la iglesia hay una escultura en muy mal estado de conservación
que representa a Santa Ana, no es de gran calidad pero tiene un empaque romanista
en cuanto a su posición, dentro de lo poco que se puede valorar. Posiblemente sea
reutilizada. También existe una sillería en la sala capitular que Martín González con-
sidera del siglo XVII, seguramente sea una pieza de mobiliario también reutilizada.
Antes de que se decidiera definitivamente proclamar las condiciones para la cons-
trucción del nuevo edificio hubo un cierto tira y afloja. Sabatini envió a un hombre
de su confianza que le informó puntualmente de todo, le dio dibujos de cómo era
el antiguo monasterio y el lugar, y da la impresión de que dibujó sobre esa infor-
mación. Bajo la dirección de obra de Francesco Valzania, académico y su hombre
de confianza, se concretaron las condiciones al “asentista”, lo que ahora llamaríamos
un contratista. Pero antes de que todo se formalizara con Francisco Álvarez Bena-
vides, académico y tratadista, se produjo un episodio poco simpático protagoniza-
do por otro académico, Pedro González Ortiz, que cuando se entregó la dirección
de obra a Valzania y al asentista Álvarez Benavides, escribió cartas a Floridablanca y
a todos los responsables diciendo que podía construirlo con mucho menos gasto,
casi la mitad, dando lugar a un proceso de ir y venir de correspondencia.
Se mandó desde Madrid a José de la Ballina para hacer la inspección, decidiendo
mantener a Benavides y se tachó a González Ortiz de actuar con malas intenciones,
con mala voluntad, como dijo el propio Sabatini.
[90]
Francisco Javier de la Plaza
Además de Ortiz obstaculizando las obras, hubo otra persona con el cargo de “co-
misario de las temporalidades de los jesuitas” encargado de los dos grandes colegios
que tenían aquí esta orden expulsada por el Papa y ofrecieron a las monjas pasarse
a la actual iglesia de San Miguel. A ellas no les gustó por estar en el centro de la ciu-
dad, sin espacios verdes, sin iluminación, en fin pusieron muchos inconvenientes y
prefirieron un edificio nuevo, pues del viejo no quedaba prácticamente nada.
Esta es la historia contada por encima sin pormenores de mucho tipo. El desescom-
bro comienza en 1779, la primera piedra se coloca el 11 de febrero de 1781, y las
monjas se hospedaron durante los seis años que duró la obra en el palacio ofrecido
por la marquesa de Camarasa, antes la casa de Beneficencia y hoy la casa del Estu-
diante. Allí lo pasaron bastante mal y en las cartas urgían por el nuevo convento,
debido al poco espacio y a las malas condiciones, de manera que hay una peregrina-
ción durante un tiempo por otros edificios para finalmente poner orden, pero no sin
conflicto. Existen dos memoriales que nos documentan de las múltiples dificultades
tanto materiales como personales de manera que los malos modos llegaron a un lími-
te que entran casi dentro de la “prensa amarilla” pues a mediados de la construcción
las discusiones fueron tan violentas que Valzania llego a arrojar a un hoyo de la obra
a Álvarez Benavides que tuvo que ser atendido por médicos. Benavides fue conde-
nado a indemnizarle y 55 días de cárcel. Es curioso contrastar los dos memoriales, los
puntos de vista sobre la misma historia, Benavides cuenta que fue arrojado e incluso
intentó lanzarle un ladrillo y para Valzania la caída fue fortuita pues en el forcejeo lo
agarró por las prendas de vestir y la mala suer-
te hizo que se cayera, aumentando los daños y
fingiendo de forma exagerada. Esto nos de-
muestra que las cosas no fueron sencillas y a
qué extemos llegaron las rivalidades.
Francisco Álvarez Benavides era un arquitecto,
académico, muy activo en la ciudad…, hizo el
proyecto de la biblioteca de la Universidad
que por falta de fondos no se realizó.
Francesco Sabatini (Palermo, 1722 – Madrid
1797) tuvo una carrera inmensamente fecun-
da. Vivió en Madrid 37 años, llegó en 1760 y
estuvo hasta su muerte. Se dijo que era el ar-
quitecto más condecorado de Europa porque
ejerció cargos de todo tipo; como militar fue
investido caballero de la Orden de Santiago,
nombrado arquitecto del rey Carlos III con el Francisco Sabatini [grabado de 1790].
que se entendió bien, pero en España nunca
tuvo una recepción positiva; su historiografía en general es muy recelosa, no elo-
giosa. Algunos estudiosos, como Kubler, comentan que ocupó tanto espacio que
desplazó a hombres de mayor talento como Ventura Rodríguez o Villanueva, que
hubieran realizado mejor la multitud de encargos concedidos.
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El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
Sabatini venía de Nápoles, igual que Carlos III, y había trabajado con Luigi Vanvi-
telli el constructor del palacio de Caserta para el rey. Entre los dos había buen enten-
dimiento, era muy ordenado, con ese lado militar austero, sin concederse demasia-
das licencias, esto debió gustar al rey encargándole por ello proyectos muy brillantes.
En España presentó un trabajo temprano, relacionado con Santa Ana, se trataba del
cuartel del Puente de la Magdalena de Nápoles, prácticamente destruido ahora,
pero en el que podemos observar una capilla, bastante curiosa, elíptica, aislada y
rodeada de una especie de crujía semicircular que no deja de recordar lo que
Bernini había hecho en Arizza cerca de Castel Gandolfo, donde pasaba los veranos
el Papa, poniendo a Sabatini en relación con el mundo de la tradición berniniana.
Sabatini a pesar de las fechas en que vive no parece un hombre del Neoclasicismo
y sobre ello hay polémica, ¿es o no Santa Ana neoclásica?, igual que ocurría con
los Agustinos Filipinos de Ventura Rodríguez. En estos arquitectos de tradición
barroca el peso de Bernini es extraordinario.
Juan José Fernández ha recopilado ejemplos de otros edificios regionales con plan-
tas elípticas, ovaladas realizadas para contextualizar Santa Ana, pero realmente Sa-
batini dibujó desde Madrid y personalmente creo que la conexión con los edificios
de aquí no debió haber pasado nunca por su cabeza, sino que él vivía más apega-
do a ese prestigio de la tradición del gran barroco clasicista en Italia.
El cuartel de Caballería de la Magdalena posee en su fachada un frontón sostenido
por dos pilastras gemelas a cada lado que abstrayendo nos recuerdan a lo que vere-
mos en Santa Ana, unos óculos perforan el casco de la cúpula, pero no hay linter-
na, algo muy raro en él.
Sabatini tiene una carrera inmensa, actualmente se conoce mejor su trabajo porque
aunque no se le había dedicado nunca una monografía, en virtud de esta mala crí-
tica que llega a decir a Kubler elogiando a Santa Ana “que es el menos irritante de
sus proyectos”, algo muy fuerte para juzgarlo ahora y más sobre un hombre tan
poderoso como Sabatini.
Pero si queremos ver el influjo que tuvo en Madrid, bastaría con observar el frag-
mento de la maqueta de León Gil de Palacio (1830) en el museo Municipal de Ma-
drid donde vemos el Palacio Real tal y como está ahora, no como hubiera quedado
si Sabatini hubiese desarrollado un plan enorme por el norte, donde ahora están los
jardines que llevan su nombre, con una capilla desarrollada como si fuera una nave,
sobre un enorme puente, ya que el desnivel del terreno es muy potente, algo que a
él no le importaba pues tenía una visión gigantesca, todo le parecía pequeño en
España, como a Carlos III, por lo que se dedicó a ampliar los palacios reales, el de
Aranjuez, el Pardo e inició la ampliación del palacio Real de Madrid, de la que solo
se hizo una parte muy pequeña, la que da a la plaza de Oriente y donde se muestra
idéntico en formas y decorados, para no desentonar, con lo hecho por Sachetti.
Realiza las caballerizas que se parecen a Santa Ana, en cuanto a que un solar irregu-
lar es ordenado de una manera cartesiana, mediante crujías trasversas sin poder llegar
a una simetría rigurosa como él desearía pero racionalizando en lo posible el espacio.
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Francisco Javier de la Plaza
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El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
con soportes de pilastras pareadas y nos demuestra cómo Álvarez Benavides no sólo
ejercía de asentista sino que tenía capacidad para hacer dibujos o diseñar, además de
influencias incluso en Madrid. La prueba la tenemos en la iglesia del Sacramento,
fundada con monjas bernardas venidas desde Valladolid llamadas por la duquesa de
Uceda y donde el retablo mayor es un diseño de Álvarez Benavides, con un enor-
me y espléndido cuadro de Gregorio Ferro del que existe una copia muy rigurosa en
el monasterio de aquí, de manera que hay una conexión curiosa a través de Álvarez
Benavides entre un gran edificio madrileño y un fondo como éste.
En cuanto a Valzania a parte de su libro, intentó reformar el Ayuntamiento, del que
hizo unos dibujos, intervino en algunas obras pero lo más llamativo que se con-
serva en dos o tres versiones es el proyecto de planteo del Campo Grande organi-
zado mediante una rotonda central y otra más pequeña en las proximidades de la
actual plaza Zorrilla, zona ésta rodeada por conventos como el de las “Huérfanas
nobles”, colegio después de las Carmelitas, el edificio de las Recoletas, lo que fue
San Ildefonso, el Hospital de la Resurrección, los Recoletos, la cadena de conven-
tos de San Juan de Letrán, y el edificio de los Filipinos a medio construir.
Este documento es verdaderamente maravilloso y la muestra de un trabajo de
Valzania que no llegó a durar demasiado porque la plantación se sustituyó pronto
por otras especies arbóreas.
Plantio del Campo Grande. Diseño de Francisco Valzania. 1787-88 [Museo de Valladolid].
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Francisco Javier de la Plaza
Alzado del monasterio de Santa Ana, según Juan José Fernández Martín.
[95]
El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
Comprobemos el uso
que Sabatini hace siem-
pre de linternas y de ócu-
los que perforan el casco.
He de decir que la cúpu-
la es un ejemplo único
en Valladolid pues todas
las existentes son cúpu-
las trasdosadas, están
encamonadas, cubiertas
por tejados, y ésta tuvo
una cubierta de plomo
hasta los años sesenta
del siglo pasado, cuando
por la necesidad de
dinero las monjas ven-
dieron el plomo y lo sus-
tituyeron por pizarra.
La fachada que da a la
calle Pedro Niño no se
puede actualmente ver
por tener casas delante,
pero el alzado arquitec-
tónico nos permite pala-
dear esa desnudez máxi-
ma y esa condición que
encuentra en la propor-
Plano del monasterio de Santa Ana, según J.J. Fernández Martín.
ción, como decía el Pa-
dre Cristiano Rieger de
la Compañía de Jesús, la
verdadera señal de la buena arquitectura: más que los órdenes, los movimientos
bruscos, las sombras… lo esencial sería la desnudez en la proporción.
En la sección inferior, apreciamos un corte de la capilla y de uno de los dos patios
que actúa como distribuidor de una manera muy inteligente en la que se conecta
la portería con el coro bajo, con la sala capitular, y con el refectorio de una mane-
ra muy orgánica de forma que la luz y el aire circulen.
En la capilla es donde Sabatini se permite expresar de una forma más rica y variada
gracias a su planta oval, recomendada por Valzania en su libro como propia de con-
vento de monjas, de hecho la pone como ejemplo.
Estamos ante una rotonda elíptica cuya cúpula helicoidal se sustenta sobre ocho ner-
vaduras que no están situadas a la misma distancia y se levanta directamente sobre
la forma de la planta. A pesar de que hay muchas discusiones sobre ello, los ejem-
plos que J.J. Fernández acumula de otros edificios que podrían ser considerados
[96]
Francisco Javier de la Plaza
Fachada lateral correspondiente a la calle Pedro Niño, según J.J. Fernández Martín.
como precursores, no son muy convincentes porque siempre hay un paso de una
planta cuadrada o rectangular a la planta circular de la cúpula, algo que aquí no
sucede, pues de la planta directamente surge la cúpula.
El modelo es el Panteón, planta circular del que la enorme semiesfera arranca direc-
tamente sin medio de trompas, pechinas, ni ningún otro artilugio arquitectónico
interrumpiéndolo, eso es lo que Bernini también recoge y antes que él algunos
arquitectos manieristas, de ahí que Delfín Rodríguez haya hablado de una especie
de “neomanierismo” en el convento de Santa Ana.
El retablo encaja perfectamente, se ha intentado hacer que las líneas de cornisa-
mento en el cuerpo único que tiene con un ático encajen, de manera que se sien-
te cómo se integra perfectamente la linterna, también elíptica. Se dan las medidas
en la memoria de la construcción y se menciona, algo muy curioso que normal-
mente no se dice, el sistema de unión de los cupulines, que iban atados mediante
una cadena metálica para no tener un soporte exterior y elevarse de una manera
limpia en el aire.
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El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
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Francisco Javier de la Plaza
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El Monasterio de San Joaquín y Santa Ana
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Francisco Javier de la Plaza
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El monasterio de San Joaquín y Santa Ana
el de “La muerte de San José”, lo tuvo que pintar en muy poco tiempo, pues en la
correspondencia que mantuvo con su amigo Zapater, hablan en una fecha muy cer-
cana a agosto del 1787, en la que se abre el templo y se consagra. Estamos ante una
obra admirable en la que durante algún tiempo se ha querido ver de una manera un
tanto forzada un auto-retrato de Goya que por la edad de la realización, unos cua-
renta años, no dejaba de parecerse al personaje… sea o no sea así, desde luego son
admirables, incluso las de Bayeu, las mejores de todo su repertorio.
Apreciamos una pequeña puerta que comunica la capilla Mayor con una pequeña
sacristía y las dependencias del capellán a través de una reja en abanico, es uno de
los lugares más hermosos de la capilla porque en ella Sabatini parece haberse dado
una libertad que en otras ocasiones no se concede, como para dibujar pormenores,
buscar efectos de luz y sombras muy degradadas.
En la visión cenital de la cúpula debemos fijarnos cómo los nervios que la recorren
no están a la misma distancia, sino que tres y tres mantienen una angulación igual
pero los que corresponden al eje central son más abiertos y permiten esa afluencia
del espacio en un sentido dominante desde la entrada hasta el retablo mayor.
[102]
Francisco Javier de la Plaza
La famosa litografía de Alfred Guesdon de mediados del siglo XIX, tomada desde
un globo y con la colaboración de un prestigioso fotógrafo llamado Clifford, se
incluye en una serie de visiones de ciudades que dibujó y luego se publicaron de
forma litográfica en álbumes denominados “A vuelo de pájaro”. El valor de estos
documentos es maravilloso y para los que tenemos algunos años, casi estremecedor.
En el dibujo se aprecia perfectamente la cúpula de Santa Ana con su linterna, pero
también ha hecho una especie de linternilla que en realidad no pasó de ser una
pirámide sobre la capilla mayor. Una espadaña asoma a uno de los patios.
Se reconoce muy bien San Lorenzo en la zona norte del solar y en el otro extremo
el convento de la Trinidad, sometido por la Desamortización y convertido en una
fábrica de tejidos tras el incendio de lo que fuera una suntuosa iglesia.
Hay algo especialmente atractivo en la visión del solar hacia el Pisuerga, la desembo-
cadura del ramal sur de la Esgueva y su último puente, tapado con la construcción
del puente de Isabel la Católica. Aparece San Benito con sus dos patios Herreriano
y Hospedería… con lo cual este documento muestra la ciudad como era en otros
tiempos y la presencia destacada de la única cúpula trasdosada, hito arquitectóni-
co en el panorama de nuestra ciudad, un toque de italianismo singular en un edi-
ficio que a pesar de su humildad y sencillez pues, como dijo alguna vez Sabatini,
se ajustó al presupuesto designado.
Por otro lado se convierte en manos de un hombre hábil, como Sabatini, en lo dicho
en un estudio reciente de Delfín Rodríguez donde habla de su arquitectura como
pulcra, desornamentada y sencilla, pero con un halo poético que viene de esa pure-
za de las proporciones, y que el padre Cristiano Rieger basa en la esencia casi espi-
ritual de la arquitectura despojada de lo que podrían ser sus adiciones de carácter
pictórico o de carácter escultórico para convertirlo en una especie de música astral.
[103]
[104]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
La primera recogida de datos e imágenes que hice para armar esta conferencia fue
tan abundante que hubiéramos ocupado varias horas en desarrollar los diferentes
asuntos. Esto nos lleva a la conclusión de que la Historia de Valladolid se puede
contar, también, a partir de sus calles, de los edificios que en ellas permanecen (o
hubo) y de los sucesos que ellas contemplaron. Hecha la conveniente poda, nos
limitaremos a la proyección de 50 fotografías y la lectura de unos pocos folios que
sintetizan y concretan algunos aspectos imprescindibles de la Historia de nuestra
villa y ciudad al correr de los años. El Arco de Santiago y la calle del Campo. La
calle de La Galera y un rótulo roto. La Plaza Mayor y el convento de San Francisco.
El Pasaje Gutiérrez y el romanticismo urbanístico. La Fuente Dorada y don Purpu-
rino. Lo que hubo en la Plaza de San Miguel; y la calle de Miguel Íscar y el Hos-
pital de la Resurrección.
[105]
Viejas calles vallisoletanas
[106]
José Delfín Val
del Verdugo (hoy Montero Calvo) por otro. Hasta llegar al arco viniendo de la
Plaza Mayor tendríamos a la izquierda la antedicha calle del Verdugo y la de los
Alcalleres o Alfareros (hoy Claudio Moyano). Y a la derecha, la calle de la Boariza
(hoy María de Molina).
Saliendo por este arco, se cruzaba, a los pocos metros, el puente sobre el Esgueva
que algunos denominaban Puente de la Mancebía, pero que en realidad era el
Puente del Campo. Por este arco pasarían muchos rijosos, vallisoletanos y foráneos,
en busca de la medicina que se despachaba en la mancebía, establecimiento comu-
nitario que quedaba a trasmano del núcleo urbano. La mancebía pública tenía su
entrada por la calle de El Candil, calle que hoy llamamos de Marina Escobar, y
ocupaba un edificio paredaño con el Hospital de la Resurrección, el hospital que
acogió a Cipión y Berganza, los perros parleros de Cervantes.
Se encontraba el paseante del siglo XVII a mano derecha, cruzado el arco, un espa-
cio abierto, en ocasiones llamado Campo de Marte en el que se hizo el plantío del
Campo Grande, y nacía el llamado camino de Madrid, es decir, nuestro Paseo de
Zorrilla. Y a mano izquierda, una ringlera de conventos, en la que hoy llamamos
Acera de Recoletos, donde estuvieron el de los Agustinos Recoletos, el de Jesús y Ma-
ría y el del Corpus de Dominicas. Frente al esquinero Hospital de la Resurrección,
y hacia el centro de lo que hoy es la Plaza de Zorrilla, estaba el humilladero del
Cristo de la Cruz, atendido por la cofradía de la Vera Cruz.
Pero volvamos al Arco de Santiago. Debió estar ya levantado sobre el antiguo
emplazamiento de aquella vieja puerta de la muralla en los años 1600. Las prime-
ras reparaciones que se hacen en él datan de 1626. Dos años más tarde se formó
una comisión para reparar la torrecilla que lo remataba.
La investigadora del urbanismo y la arquitectura de Valladolid en los siglos XVI y
XVII, María Dolores Merino Beato, en uno de los dos volúmenes publicados por
el Ayuntamiento en 1989, señala que en 1628 le encargan las autoridades de la ciu-
dad a Francisco de Praves que “tantee lo que podría costar el hacer dos imágenes y
ponerlas para que estén con toda decencia y ornato en el Arco de la Puerta del
Campo, la una al campo, la otra a la calle “d’ el”, y que han de ser la una de la
Resurrección de Nuestro Señor y la otra de Nuestra Señora de la Concepción”. Se
harían, pero se cambiaron con los años y los patronazgos. En la ilustración que nos
acompaña se aprecia la figura de San Miguel Arcángel, patrono entonces de la ciu-
dad, que se puso en el año 1656. La figura de San Miguel se conserva en nuestros
días en el baptisterio de la iglesia de Santiago.
Los escudos de armas del rey y de la ciudad, situados un poco más arriba, se insta-
laron unos años antes, en 1640. Todas las representaciones gráficas que conocíamos
de este arco eran dibujos hechos para ilustrar la Historia de Valladolid de Antolínez de
Burgos o la serie Valladolid: Recuerdos y Grandezas de Casimiro González García-
Valladolid. Pero un buen día apareció una fotografía, de los años heroicos del
invento, hecha por el pintor y fotógrafo afincado en nuestra ciudad, Francisco
Sancho Millán. Es la que tenemos la suerte de contemplar y que al ser la primera
de las dos únicas fotografías que del arco existen, le da al monumento consistencia
[107]
Viejas calles vallisoletanas
[108]
José Delfín Val
de vida, de una vida que tuvo y de su autenticidad completa. Francisco Sancho fue
el primer fotógrafo asentado en Valladolid que se trajo de París, adonde acudía con
frecuencia para ponerse al día, una cámara estereoscópica con la que probable-
mente hiciera esta foto en 1862. Necesitó varios segundos de exposición, por lo que
aparecen borrosas las figuras de personas que pasan bajo el arco como espectrales
paisanos. Su firma autógrafa aparece sobre la acera de la izquierda. Este fotógrafo
tuvo su primer estudio en la calle de Teresa Gil, número 7, y en 1875 se había tras-
ladado a la calle de La Cárcava (hoy Núñez de Arce), donde traspasa o arrienda su
estudio en el número 6, piso 3º. La segunda de las fotografías históricas la hizo el
fotógrafo vallisoletano Juan Hortelano, que tuvo su estudio en la calle de Santa
María, 21 y en la calle de Caldereros (hoy de Montero Calvo) cuando se asoció con
el fotógrafo Peinado en 1863.
El Arco de Santiago, auténtica puerta de Valladolid, frecuentemente era engalanado
para que bajo él entraran en la ciudad reyes y príncipes. No pudimos o no supimos
mantenerlo en pie. Y no estaba mal: daba carácter a la principal calle del viejo Valla-
dolid. Fue derribado en 1864. Hoy lo habríamos rehabilitado, sin ninguna duda.
Cuando en 1858 visitó Valladolid la reina Isabel II con los infantes se instaló delan-
te del Arco de Santiago otro arco efímero para que bajo él pasara la comitiva. De
la verdad de este hecho nos da testimonio un dibujo publicado en las revistas de
entonces y la fotografía del fotógrafo de la casa real, Charles Clifford, de la que
salió dicho dibujo.
La galera no era el barco llamado galera sino la cárcel de mujeres. En esta calle, situa-
da detrás de la iglesia de El Salvador, estuvo hasta mediados del siglo XVIII la prisión
de mujeres. No debían ser muchas las inquilinas, ya que cuando tuvieron que ser tras-
ladadas a un edificio nuevo en la calle de San Lorenzo, cupieron todas en un carro.
Lo cuenta Ventura Pérez, el minucioso cronista del viejo Valladolid, cuando escri-
be: “En este año de 1764 se compuso la antigua casa de la moneda que está entre
la cárcel de la ciudad y la sacristía de San Lorenzo, determinada para poner allí la
galera de las mujeres que siempre había estado junto a la iglesia del Salvador, en
donde llaman la calle de la Galera, y pasaron a dicha casa las mujeres en un carro
antes del amanecer el día 12 de noviembre de dicho año”.
En el solar dejado por el derribo de la vieja cárcel se hicieron viviendas y la calle
pasó a llamarse “Calle de la Galera Vieja”. Esto es lo que pensábamos que pondría
en el rótulo cerámico incrustado en un muro del ábside de la iglesia del Salvador:
“calle de la Galera Vieja”, y que aparece, machacado, en el rótulo cerámico. Pero no
es así. El rótulo fue roto por una confusión indebidamente interpretada.
[109]
Viejas calles vallisoletanas
Lo que ocurrió fue que el Ayuntamiento decidió cambiarle el nombre a la calle y de-
dicársela a Nicolás González Peña, funcionario municipal jefe de la Contaduría del
Ayuntamiento, que, habiendo estado al servicio de la ciudad desde 1869, fallecía en
aquel año de la ocurrencia municipal, que era el año 1916. La calle debió mantener
el nombre de González Peña (tal y como se adivina en el espacio picado en el rótu-
lo cerámico) hasta 1936 en que una mañana apareció roto tal y como está ahora.
Algunos ciudadanos confundieron al funcionario municipal Nicolás González
Peña con el político socialista Ramón González Peña, muy activo durante la Guerra
Civil; y decidieron suprimir el nombre de la histórica calle.
Ramón González Peña, en el año en que se puso el rótulo cerámico con sus dos ape-
llidos coincidentes con los del funcionario municipal, tenía 28 años y es posible que
todavía fuera minero. No había, por tanto, alcanzado la nombradía que tuvo años
después. Era asturiano de Las
Regueras, donde nació en
1888, y murió en Méjico, refu-
gio de tantos españoles exilia-
dos, en 1952. A lo largo de su
vida sindical y política llegó a
ser Secretario General de la
Federación Nacional de
Mineros, ocupó un escaño en
las Cortes, fue gobernador de
Huelva, alcalde de Miéres y
Calle de La Galera Vieja o de González Peña, según gobernador de Oviedo, cada
martillo en el rótulo cerámico. cosa a su debido tiempo. En
1934 participó en la llamada
Revolución de Asturias. González Peña fue condenado a muerte en 1935, pero tras
el triunfo del Frente Popular, es liberado y elegido diputado. Durante la Guerra Civil
dirigió el sindicato socialista UGT y ocupó más tarde el ministerio de Justicia en el
segundo gobierno de Negrín.
En 1937 el Ayuntamiento decidió reponer el rótulo de “Calle de la Galera” para
evitar confusiones.
[110]
José Delfín Val
Entre las muchas piezas de gran interés histórico que alberga el museo que dirige
Eloisa Wattemberg García está el plano del convento de San Francisco, lugar del
primer enterramiento de Colón tras su muerte en Valladolid en el mes de mayo de
1506 a los 54 años; y único plano topográfico que de él se conserva. Se encuentra
en una sala inmediata a la alta galería, muy bien custodiado por la vecina espada
del conde Ansúrez.
Del convento de San Francisco no queda nada. Quedan esculturas religiosas en el
Museo Nacional de Escultura que formaron parte de algunas de sus capillas; queda
la memoria documental de lo grandioso que fue; y queda en la Plaza Mayor la llama-
da “acera de San Francisco”. Y queda este plano que custodia el Museo de Valladolid
y que fue trazado en 1835, un año antes de que saliera a la venta el edificio y todas
sus dependencias (una vez abandonado por los frailes y vaciadas las capillas).
Observen la abundancia de la oferta. Se ponía a la venta la iglesia, capillas, habitacio-
nes altas y bajas, bodega, patios, huerta y noria, aljibe, siete pozos de agua potable y
otro de nieve, cuadras y pajares por el precio de 4.520.000 reales. No se vendió, por
el elevado precio, y ante semejante y absurda situación se decidió “su demolición
por cuenta del Estado” y la venta del solar resultante. Así se hizo.
[111]
Viejas calles vallisoletanas
He aquí la descripción del plano que nos acompaña: Sobre una filacteria centrada
se lee: “Combento de S. Francisco de Vallad”. A ambos lados del documento y en
la parte superior aparecen dibujadas dos lápidas soportadas por ménsulas. En la de
la izquierda se lee: “Plano topográfico del combento de S. Francisco de esta ciudad
de Valladolid, comprendidas las casas particulares que hacen medianería con él y
forman el completo de la manzana. Delineado en agosto de 1810 por el arquitec-
to D. Francisco Benavides y copiado en escala menor en 1835 por el capitán reti-
rado D. Rodrigo Exea (Egea)”.
En la lápida dibujada a la derecha, el texto dice: “Explicación de los números del pla-
no: 1.-Entrada a la iglesia y convento. 2.-Atrio de la iglesia. 3.-Todo lo que corres-
ponde al templo, capillas, claustro, sacristía y oficinas relativas a ésta. 4.-Patios de lu-
ces. 5.-Corral de la puerta de los carros. 6.-Huerta. 7.-Pozo de la nieve. 8.-Casas
particulares. 9.-Portería a la calle de Santiago. 10.-Aljibe. 11.-El color sombra flojo co-
rresponde, en todo el plano, a las demás oficinas de la servidumbre del convento”.
La escala de 120 pies castellanos se encuentra a la izquierda soportada por una figu-
ra de mujer. En el pie se dice que el convento fue fundado extramuros en 1214 y
habiendo cedido la reina doña Violante unas casas, los monjes se trasladaron al inte-
rior de la villa y fueron construyendo el convento con entrada por la Plaza Mayor.
Hay un dato curioso: La línea de puntos que se aprecia hacia la mitad del dibujo
correspondería al trazado de “una calle que se pueda hacer para comodidad del
público”. Es la futura calle de la Constitución, que se abrió, en efecto, un poco más
a la derecha de donde se dibujó en este plano, según un acta del Ayuntamiento de
24 de febrero de 1848 “por terreno que cruza de la de Santiago a la de Olleros, por
el terreno que ocupó la nave mayor de la iglesia de San Francisco y la portería”.
El convento de San Francisco, como decimos, fue fundado en el siglo XIII por
mediación de la reina doña Violante, esposa de Alfonso X el Sabio, y fue demoli-
do en 1836. Fue cabeza de la provincia franciscana de la Inmaculada Concepción,
de ahí que una de sus capillas estuviera presidida por una figura de la Inmaculada
Concepción (desaparecida) realizada por Gregorio Fernández.
María Antonia Fernández del Hoyo en su impagable libro “Conventos desapareci-
dos de Valladolid”, editado por el Ayuntamiento, asegura, al describir las capillas,
que en la iglesia mayor y del lado del Evangelio había seis; y cinco del lado de la
Epístola, varias más en la nave de Santa Juana y “en el espacio comprendido entre
la sacristía nueva, la capilla mayor y el claustro se situaban cuatro capillas más: la de
los condes de Cabra, la del obispo de Mondoñedo o del sepulcro (el grupo de Juni
del Museo), la de los Leones y la del Cristo de Burgos (que contenía una figura de
San Antonio, obra de Juni, también conservada en el Museo). Pues bien, en la capi-
lla de los condes de Cabra, que había pertenecido antes a don Luis de la Cerda, fue
enterrado Colón. Pero no podemos asegurar con precisión dónde se encontraba esa
capilla. Sólo sabemos que estaba “entre la sacristía nueva, la capilla mayor y el claus-
tro”. Por tanto podemos decir que Colón fue enterrado en San Francisco, sin poder
precisar dónde. Por sus reclamaciones en vida Colón se había convertido en un per-
sonaje incómodo y hostil a la corte. De ahí nacieron luego tantas imprecisiones.
[112]
José Delfín Val
El Pasaje Gutiérrez
[113]
Viejas calles vallisoletanas
Pasaje Gutiérrez.
[114]
José Delfín Val
Quienes pasen paseando por la calle de Teresa Gil, ya en la plaza de San Felipe
Neri, podrán observar en el suelo una placa con una inscripción. Bajo esa placa
habrá una arqueta del viaje que hacía el agua potable desde las fuentes de Argales
hasta Valladolid: 5 kilómetros de recorrido subterráneo que terminaba en el con-
vento de San Benito. La idea y los dineros partieron del abad fray García de Frías
a mediados del siglo XV.
Un poco más atrás, en la misma calle de Teresa Gil, frente al convento de las
Calderonas, se señala el viaje de agua de Las Marinas, que también llegaba a la anti-
gua Gallinería Vieja, ahora llamada plaza de Fuente Dorada, donde siempre ha
habido una fuente juguetona que saltaba de un lugar a otro, según iban pasando
los años y las necesidades urbanísticas.
Una, muy popular, fue la que tuvo al llamado “don Purpurino” en lo alto. Como sa-
brán, “don Purpurino” no murió; y puedo darles sus datos de subsistencia: Se insta-
ló el 19 de agosto de 1949 y procedía del palacio de Villena, también conocido como
del marqués de Casa Pombo, antiguo Gobierno Civil, hoy dependencias del Museo
Nacional de Escultura. En 1953 “don Purpurino” fue cedido al ayuntamiento de
Tamariz de Campos, pasado Rioseco, donde continúa, rural y despurpurinado, pre-
sidiendo el Corro de San Antón. Frente a él se levanta la hermosa ruina de una casa
blasonada, de muy buena traza pero cerrada a piedra y lodo parcialmente, pues en
una puerta de entrada, seguramente a la bodega, alguna persona de buen humor ha
colocado sobre la vieja puerta un rótulo que dice: “Departamento de Filología”.
Don Purpurino está situado en el centro de uno de los lados de la plaza donde se
ha construido una cancha para la práctica del fútbol sala y baloncesto. No había
sitio mejor. En primavera, “Purpurino” (un vecino con el que hablamos le apea el
don por aquello de la familiaridad) estará protegido del sol por las hojas, todavía
ausentes, de unos umbríos chopos. No lo había visto nunca personalmente y me
parece más pequeño de lo que me imaginé. A sus espaldas se vende otra preciosa
casa, también cerrada. “Don Purpurino” en su pueblo adoptivo podría ejercer de
agente inmobiliario. El Sequillo deshonra su nombre y trae bastante agua.
La figura de este guerrero ha sido una pieza tenida en poca consideración. El aca-
démico Jesús Urrea cree que se trata de una obra de fundición, sin firma de autor,
que se encontraba en una hornacina decorando el zaguán del palacio de Villena.
Carlos Carricajo, sabedor de muchos saberes, la ha analizado con cierto deteni-
miento y cree que podría tratarse de un guerrero galo, aunque no se pronuncia
sobre su valor artístico.
Quizá por culpa del mal uso que de ella se hizo al pintarla de purpurina y no cono-
cerse la identidad de su autor, ha sido calificada de pieza menor, lo que no impi-
de que su situación en Tamariz de Campos no sea vigilada para que las inclemen-
cias del tiempo no acaben con ella. Hace poco perdió parte de un brazo y en la
actualidad está corriendo el riesgo de jugar de extremo izquierda del equipo de
muchachos que practican el fútbol en la plaza.
[115]
Viejas calles vallisoletanas
Don Purpurino
en la Fuente
Dorada [arriba]
y en su actual
ubicación en
Tamariz de
Campos.
A la izquierda,
imagen de 1840
con Apolo en la
fuente.
Imagen de los
años veinte del
siglo pasado,
con el tranvía
eléctrico que
cruzaba la plaza.
[116]
José Delfín Val
Hemos ido a visitarle porque recibe todos los días sin cita previa, lo cual es una
amabilidad que valoramos, interesados por su estado de salud. Y le hemos encon-
trado triste y reparado del brazo izquierdo, ya que el tiempo en Tierra de Campos
es inclemente hasta con las estatuas.
Recordando lo que fue y lo que es Tamariz de Campos uno sale de él con el ánimo
contrito. Especialmente después de ver las altas ruinas de la torre de la iglesia de
San Juan, en las que se enseñorean las cigüeñas, uno de los dos grandes templos
que tuvo dedicados a San Pedro y a San Juan (más dos ermitas), y de que en 1354
vivió en este sano lugar la reina aragonesa doña Leonor con sus hijos. Por los estu-
dios arqueológicos se sabe que Tamariz fue un asentamiento romano sobre el que
se levantó uno medieval. Mucha historia acumulada; y “Don Purpurino” (yo no le
apeo el tratamiento) vigilándolo todo desde el Corro de San Antón.
Otras fotografías de la Plaza de Fuente Dorada nos ilustran sobre su comercio y las
gentes que por ella pasaban o se quedaban a coger agua en tiempo de restricciones
mientras aparecían y desaparecían personajes mitológicos (como el de la fuente de
Apolo instalada en 1840) y los tranvías eléctricos pasaban por esta importante plaza
de la ciudad ya en los años veinte y el comercio evolucionaba, si seguimos obser-
vando los anuncios de los establecimientos en la plaza con tienda abierta.
Todos los vallisoletanos conocen la plaza de San Miguel. Pero no todos saben que
el nombre lo recibe por la iglesia que se levantó en su centro hasta el año 1777 en
que fue destruida. ¡Y eso que era la “iglesia de la ciudad”, la que avisaba mediante
sus campanas a la población de la celebración de Concejo o de un suceso alegre y
alarmante!
Ocupaba la iglesia lo que hoy es la plaza de San Miguel y su edificación fue ante-
rior a los Reyes Católicos. Creo haber leído en alguna parte que antes de llegar a
estas tierras el conde Ansúrez, ya existía esa iglesia, aunque con otro nombre, el de
San Pelayo; que más tarde cambió a la advocación de San Miguel. En 1489 se que-
mó llevándose por delante todos los documentos importantes de la villa que en ella
se guardaban y fue reedificada en 1497 (ojo, que estamos hablando de tan solo un
año después del segundo viaje de Colón a América). Mandaron edificarla de nuevo
el doctor Portillo y el comendador Bobadilla. Pero, ¿quiénes fueron estos personajes?
Por lo que se sabe, Bobadilla tomaría después parte en la batalla de Villalar y defen-
dería el Alcázar de Segovia del lado de las tropas imperiales para, más adelante,
cambiar la espada por la cruz y hacerse dominico de San Ginés de Talavera. Portillo
fue, o debió serlo a juzgar por los hechos, un personaje muy influyente, pues con-
siguió hacerse doctor en Medina del Campo, al lograr que se trasladaran desde
Salamanca los catedráticos de la universidad salmanticense que le habrían de impo-
ner los símbolos del alto grado.
[117]
Viejas calles vallisoletanas
Plaza de San
Miguel en los
años veinte y
distintas
tumbas
halladas en su
excavación
arqueológica.
Esta iglesia de San Miguel, como decíamos, era la iglesia principal del viejo Vallado-
lid. Sus campanas sonaban para convocar a Concejo, que se reunía en la plaza del
Mercado en dependencias anejas al monasterio de San Francisco. También sonaban
para poner sobre aviso a la población y armarla, tocando a rebato, cada vez que era
necesario. Sonaron sus campanas para impedir que Carlos V fuera a celebrar Cortes
a Santiago. Y volvieron a sonar cuando lo del cardenal Adriano, después de las Co-
munidades. Eran, por tanto, sus campanas las que avisaban a la población de lo bue-
no y de lo malo. En 1873, durante la Primera República española fueron destruidas.
[118]
José Delfín Val
[119]
Viejas calles vallisoletanas
Fachada del
hospital de la
Resurreción en
el año1890
[Archivo Ayto.
Valladolid]
[120]
José Delfín Val
[121]
III
VALLADOLID ARTÍSTICO
[123]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
1 The Illustrated Bartsch 17, form. Vol 8, part 4, Early German Masters, New York, 1981, 19 (477), p. 97.
2 Fray J. de SIGÜENZA, Fundación del Monasterio de El Escorial, (1602), Madrid, 1963, pp. 324-325.
[125]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
El rezo del oficio divino y la liturgia de las horas impuso unas pautas fijas y sistema-
tizadas, a las que responde el diseño formal del coro, con diferentes variantes y dis-
puesto en distintos lugares dentro de la arquitectura del templo. La necesidad de un
espacio simétrico fragmentado en dos partes a partir de un eje longitudinal, señalaba
la intervención reglada del clero situado a uno y al otro lado, para el rezo cotidiano.
En esta ocasión se trata de hacer un recorrido ligero por el espacio coral de San
Benito el Real de Valladolid, un ámbito simbólico de extraordinarios matices, exce-
diendo incluso lo que fue estrictamente el mueble destinado a la disposición del
coro, para reparar en lo que generó desde el punto de vista arquitectónico en el cen-
tro de la nave de la iglesia. Su disposición dio lugar a capillas que dieron lugar a su
vez a un amueblamiento preciso, dos de ellas enmarcando la portada y otras dos a
ambos lados del cerramiento de fábrica.
El coro bajo de San Benito, diferenciado del que se ubicaba en la zona alta a los pies
del templo, y todo lo que generó el espacio coral, ha sido objeto de diferentes tra-
bajos y aportaciones bibliográficas, que han intentado ir aclarando aspectos pun-
tuales de su desarrollo. Además de las referencias clásicas desde el punto de vista
Interior de la
iglesia de San
Benito en el
primer tercio del
siglo XX [A.
Passaporte.
Fototeca del
Patrimonio
Histórico].
[126]
Manuel Arias Martínez
documental, como la obra indispensable de Martí y Monsó3 a las que se añaden las
noticias de Agapito y Revilla4, existen dos trabajos de mención necesaria, por una
parte la historia monástica que publicaba en 1981 Luis Rodríguez Martínez5, y por
otra la monografía dedicada al monasterio con motivo del VI Centenario de su fun-
dación en 1990, donde el profesor Martín González dedicaba un capítulo al amue-
blamiento del templo6. Publicaciones como la de Ernesto Zaragoza Pascual sobre la
heráldica de la sillería7 y otros estudios contribuyen a ir completando las noticias
sobre San Benito y su patrimonio mueble en el ámbito que ahora nos ocupa, y se
irán citando en el lugar oportuno.
Porque la sillería baja, como señalamos, no fue la única que tuvo o al menos que
quiso tener el monasterio de San Benito. La existencia de un diseño para un mue-
ble destinado al refectorio monástico, que puede fecharse a mediados del siglo XVI,
conservado en el Archivo Histórico Nacional, no se sabe si llegó a realizarse8. Su
programa iconográfico, complejo y universalista, incluía representaciones de papas,
emperadores del Sacro Imperio y de Bizancio, reyes de Castilla y de Aragón y san-
tos benedictinos, distribuidos en 91 sitiales, no faltando referencias a las casas que
formaban parte de la federación, con un ideario muy representativo de las preten-
siones unificadoras de la Congregación benedictina de Castilla.
A mediados del siglo XVIII, y para el coro alto situado a los pies del templo, se
encargó al escultor Felipe de Espinabete otra sillería, más sencilla en su concepto
general, compuesta por dos órdenes de asientos. El alto, con apóstoles y santos en
los respaldos, se conserva en el Museo Diocesano de Valladolid, mientras que el
bajo se guarda en el Museo Nacional de Escultura. Toda su parte inferior está com-
puesta con la intención, una vez más, de ensalzar los principios de la orden bene-
dictina mediante una secuencia de relieves que narran la vida de su fundador, ins-
pirados fielmente en una colección de estampas que acompañaban la edición de
una hagiografía de San Benito publicada en 1579, realizadas por el italiano
Capriolo a partir de pinturas de Passeri9.
[127]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
[128]
Manuel Arias Martínez
[129]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
10 Para aspectos generales volver a la obra de Luís Rodríguez Martínez y a la monografía dedicada al
VI centenario del Monasterio, antes citadas.
11 ARIAS MARTÍNEZ, M.: “Las claves iconográficas del retablo de San Benito el Real de Valladolid”,
Boletín del Museo Nacional de Escultura, nº 9, 2005, pp. 12-27.
[130]
Manuel Arias Martínez
Respaldo de la silla del Abad de San Benito el Real y escudo de la abadia de San Esteban de
Ribas de Sil.
[131]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
La sillería de San Benito en el antiguo montaje del museo en el palacio de Santa Cruz.
magnificencia que los de muchas catedrales13, a pesar de que a la hora de juzgar porme-
norizadamente su desarrollo fuera lo suficientemente crítico en sus opiniones.
La sillería permanecía en su ubicación original hasta la Desamortización. En aquel
momento los bienes artísticos de San Benito, como los del resto de las casas monás-
ticas masculinas de la provincia, pasaban a engrosar los fondos del Museo Provincial
de Bellas Artes, que se inauguraba en 1842, ocupando primero el Colegio de Santa
Cruz y en 1933, con la nueva denominación de Nacional de Escultura, el Colegio
de San Gregorio, donde acabó por instalarse el conjunto.
Construcción y autorías
La sillería14 se iba a fabricar en madera de nogal, aunque se utilizara boj para las
incrustaciones taraceadas, como fuera habitual, concluyéndose las tareas en torno a
1529, pues la fecha de 1528 aparece grabada al menos en dos lugares de la sillería.
13 BOSARTE, I.: Viage artístico a varios pueblos de España (Segovia, Valladolid, Burgos), T. I (1804),
Madrid, 1978, pp. 224-225.
14 Toda la bibliografía citada anteriormente es necesaria para el conocimiento de la sillería. Un resu-
men en M. Arias Martínez, ficha correspondiente a la sillería de San Benito el Real en el Catálogo del Museo
Nacional Colegio de San Gregorio. Colección, Valladolid, 2009, pp. 100-105.
[132]
Manuel Arias Martínez
Miguel Jadraque, 1884: “El cardenal Tavera visitando a Alonso Berruguete”. Museo del Prado.
Depósito en el Palacio del Senado.
Desde el punto de vista cronológico tenemos por lo tanto unas pistas que permiten
centrar la construcción del conjunto sin demasiados problemas.
Más complejo ha sido el tema de las autorías y de los maestros que intervinieron
en su ejecución. La antigua atribución a Berruguete, como figura indispensable en
el desarrollo artístico de Valladolid en la primera mitad del siglo XVI, se mantuvo
durante mucho tiempo. Quizás el cuadro que Miguel Jadraque pintaba en 188415,
mostrando al cardenal Tavera visitando al artista en su estudio, un tópico clásico
de larga resonancia, sea la expresión visual más evidente de este hecho16. Entre las
obras que figuran en el estudio imaginado de Berruguete, además del celebrado San
Sebastián del retablo mayor de San Benito, aparece en segundo plano un tramo del
orden alto de la sillería y un sitial del orden bajo, tal y como estaba montada en el
Museo Provincial de Bellas Artes, sin responder al modelo superpuesto de origen.
Sin embargo Bosarte había hablado en fecha tan temprana como 1804 de otras au-
torías, al señalar que hay en toda esta obra de escultura dos o tres manos diferentes y acaso
15 El cuadro, propiedad del Museo del Prado, se encuentra depositado en el Palacio del Senado.
BRASAS EGIDO, J.C.: La pintura del siglo XIX en Valladolid, Valladolid, 1982, p. 38; C. Reyero, catálogo de la
exposición La época de Carlos V y Felipe II en la pintura de historia del siglo XIX, Valladolid, 1999, pp. 244-245.
16 En otro momento J. Agapito y Revilla propuso pensar en otro autor debido a una incorrecta lec-
tura de unas marcas existentes en la propia sillería, que él mismo descartaba al poco tiempo. Al respecto
ver “Una rectificación necesaria sobre la sillería de San Benito de Valladolid”, Boletín del Seminario de Arte y
Arqueología, 9, 1942, pp. 201-204.
[133]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
alguna fue la de aquel escultor Andrés de San Juan, por otro nombre Andrés de Náxera17. A
finales de aquel siglo Martí y Monsó reforzaba este parecer mediante la compara-
ción con otras obras conocidas de este maestro18. El ensamblaje y la talla serían
encargados a un equipo dirigido por Andrés de Nájera, artista con experiencia acre-
ditada en este tipo de labores por su participación en otros célebres conjuntos cora-
les, como el de la catedral de Santo Domingo de la Calzada (1521-1531), con el que
existen significativos paralelos, o el
de la catedral de Burgos, mucho más
dilatado en el tiempo y con diferen-
tes intervenciones.
Era habitual en este tipo de tareas de
grandes dimensiones, que la traza
general se materializara con el con-
curso de carpinteros, ensambladores
o entalladores que contribuyeran a
dar forma a tan vasta estructura. Es
obligado pensar en la intervención
complementaria de varios maestros
y por ello se han querido ver manos
relacionadas con los artistas que in-
tervienen en la de Santo Domingo
de la Calzada. Un estudio pormeno-
rizado de los diferentes esquemas
utilizados permitirá establecer con-
clusiones concretas sobre las variadas
aportaciones, con seguridad deriva-
das del panorama artístico burgalés.
Las diferencias son abundantes y en
una contemplación superficial de los
relieves se advierten distintos modos
de concebir el volumen, la profundi-
dad o el plegado de los paños, por lo
general muy apegado a la tradición Respaldo alto del monasterio de San Juan de
medieval pero con atisbos de trans- Burgos en la sillería de San Benito.
formación. En definitiva se trata de
una perfecta expresión de esa convi-
vencia artística de la plástica hispana entre las influencias venidas de Centroeuropa
o los Países Bajos y las novedades que se introducían tímidamente desde Italia.
El concepto figurativo, el canon corto de los personajes, los plegados angulosos y
muchos estereotipos utilizados en la composición de los relieves del orden bajo
[134]
Manuel Arias Martínez
El programa iconográfico
19 TEIJEIRA, M.D.: Las sillerías de coro en la escultura tardo gótica española. El grupo leonés, León, 1999.
20 GÓMEZ MORENO, M.: Las águilas del Renacimiento español, Madrid, 1941, pp. 53-54. Una actua-
lización bibliográfica en M. Arias Martínez, catálogo de la exposición La belleza renacentista, Museo Nacional
de Escultura, Valladolid, 2004, pp. 24-25.
21 PARRADO DEL OLMO, J.M.:Los escultores seguidores de Berruguete en Ávila, Ávila, 1981, pp. 313 y ss.
[135]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
[136]
Manuel Arias Martínez
[137]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
Planta de San Benito con la situación de la sillería y de los retablos que existían alrededor.
La división entre el espacio público destinado a los fieles y el ámbito de los monjes
en la delantera de la iglesia de San Benito se diferenciaba por la presencia de una mo-
numental reja, en la que trabajó Juan Tomás Celma desde 1571 hasta su muerte en
1578. Se hizo cargo entonces de la misma su principal ayudante Diego de Roa, quien
en los años siguientes realiza los remates de madera del conjunto23. La disposición de
la sillería en el centro de la nave principal, en un ámbito reservado a la comunidad,
generaba un espacio arquitectónico preferencial en el corazón mismo del templo, y
en la superficie lateral que surgía a su alrededor se ubicaron diferentes capillas.
Naturalmente la colocación del coro en el centro de la nave, al modo típicamente
hispano, afectaba a la concepción del espacio y José Luís Munárriz utilizaba el caso
de San Benito como ejemplo para hablar, a finales del siglo XVIII, del modo en que
afectaba esta construcción a la contemplación de los grandes templos en España. De
23 GALLEGO DE MIGUEL, A.: “La reja del Monasterio de San Benito el Real de Valladolid (y el taller de
Juan Tomás Celma)” en Monasterio de San Benito el Real…, 1990, pp. 231-238; MARTÍN GONZÁLEZ, J.J.: “El
espacio amueblado…”, 1990, pp. 184-188. Sobre los medallones del remate, ver la ficha redactada por J. I.
Hernández Redondo en el catálogo de la exposición Valladolid la muy noble villa, Valladolid, 1996, pp. 148-149
[138]
Manuel Arias Martínez
Retablo de San Miguel en el trascoro de San Benito. Juan de Cambray y Cornelis de Holanda.
este modo, decía, que los coros al pie o en el centro de la Iglesia, como… los mas de las
Catedrales, hacen malísimo efecto. El que haya estado en San Benito de Valladolid ha podi-
do observar que, cerradas las puertas que hay al testero del Coro baxo, el vaso de la Iglesia
casi se anonada, porque para gozarlo es preciso ponerse delante del coro, y perder de vista la
mitad del terreno; pero abiertas las puertas se engrandece, y al pie de la iglesia se cree uno en
la casa del Señor de infinita Magestad, donde la dignidad debe igualar en lo posible a la san-
tidad y excelencia del que la llena24.
En el testero del trascoro, a ambos lados de esas puertas que menciona Munárriz,
y flanqueándolas, se colocaron dos pequeños retablos de madera con tres escultu-
ras de alabastro en sus hornacinas, en los que se trabajaba hacia 1530. Uno estaba
dedicado a San Juan Bautista y el otro lo presidía San Miguel Arcángel. Los traba-
jos, tanto de la arquitectura de estos retablos como la talla de los alabastros, fueron
obras de dos escultores cuyo apellido delata su origen, Cornelis de Holanda, el
mismo que trabaja en el coro de la catedral de Ávila, y Juan de Cambray, siguien-
do proyectos de Alonso Berruguete que, realizando la obra del retablo mayor, con-
trata el aprovisionamiento de alabastro25.
[139]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
Es bastante factible pensar que las trazas de los retablos de madera dorada fueran
realizadas por el mismo Berruguete, sin duda la figura artística por excelencia que
se movía en el monasterio, porque el repertorio ornamental y la estructura, a pesar
de su sencillez, remiten al vocabulario de su programa ornamental. Lo mismo suce-
de con las esculturas de alabastro. A pesar de que la ejecución no pueda identifi-
carse con su estilo más personal, una de ellas, la que representa al obispo San
Ambrosio, muestra todos los rasgos de su estilo, en el concepto general, en el modo
de trabajar el ropaje o en la peculiar manera de tallar el rostro, distanciándose de
las otras que forman el conjunto26.
El coro se cerraba de fábrica a su vez por los dos flancos laterales, como era habi-
tual. Cuando en 1869 se editaba el viaje de George Street por España, señalaba que
el coro de San Benito estaba cerrado por sus lados norte, sur y oeste, que evidentemente
son pegotes, pues consisten únicamente en meras paredes de ladrillo, indicando que sobre el
costado norte del coro se alza un órgano grande27. Por lo tanto en ambos espacios late-
rales, en los huecos resultantes entre los pilares de la nave central, surgieron dos
capillas funerarias de patronato particular, amuebladas con pequeños retablos y
con todo el ajuar necesario para las funciones litúrgicas. Aunque algunas de las
obras que componían estos conjuntos se han perdido, en el Museo Nacional de
Escultura se conservan restos de ambas.
Por una parte, en el lado del Evangelio, estaba la de San Juan Bautista, fundada en
1551 por doña Francisca de Villafañe, para convertirla en el lugar de enterramien-
to de su esposo Diego Osorio de Herrera y de ella misma. Diego Osorio, caballero
de la Orden de Santiago, pertenecía a la familia de los señores de Castillejo28 y
había fallecido en Calatayud en 1542, donde redactaba un testamento por el que
mandaba enterrarse en San Benito de Valladolid, en el lugar en el que estaba sepul-
tada su abuela doña Marina de Tobar en una tumba con un paño de luto con el avito de
Santiago e encima un pendon con un escudo de mys harmas29.
La manda sería enriquecida por su esposa cuando encargaba un retablo a Juan de
Juni en 1552, en compañía de Inocencio Berruguete. Perdida la arquitectura, cuatro
de las esculturas que lo componían, San Juan Bautista, María Magdalena, Santa Ele-
na y San Jerónimo, se conservan en el Museo Nacional de Escultura. El contrato,
publicado por Martí y Monsó30, documentaba la ejecución escultórica a la que se
añadía la noticia del encargo de la policromía en 1560 con Juan Tomás Celma, que
publicaba García Chico31. Posteriormente hemos podido identificar otra pieza más,
26 ARIAS MARTÍNEZ, M.: Alonso Berruguete Prometeo de la escultura, Palencia, 2011, pp. 117-118.
27 HUERTA ALCALDE, F.: El arte vallisoletano en los textos de viajeros, Valladolid, 1990, p. 588.
28 CEBALLOS-ESCALERA GILA, A.: “Un antiguo mayorazgo palentino: el de los Señores de Santa Cruz,
Castillejo y las Torres de Reinoso”, Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, 78, 2007, pp. 115-178.
29 Archivo General de Simancas, Contaduría de Mercedes 44, 66.
30 MARTÍ Y MONSÓ, J.: Op. Cit., pp. 184-185.
31 GARCÍA CHICO, E.: Documentos para el estudio del arte en Castilla. Pintores, T. III, Valladolid, 1946,
pp. 186-187.
[140]
Manuel Arias Martínez
una Santa Escolástica de la iglesia vallisoletana del Carmen extramuros, como pro-
cedente de este conjunto, al tiempo que se planteaba la reconstrucción del perdido
retablo32. La capilla se cerraría con una reja realizada por Francisco Martínez33.
En el lado de la Epístola se disponía la capilla llamada del doctor Cornejo. Este per-
sonaje estaba casado con María de Tovar, hija del canciller de los Reyes Católicos,
Alonso Sánchez de Logroño, enterrado desde 1481 en otro lugar del monasterio,
en la denominada capilla de San Ildefonso. El hermano del canciller fizo fazer un
32 RODRÍGUEZ MARTÍNEZ, L.: Op. Cit., pp. 262-265. Una puesta al día sobre el tema en M. Arias
Martínez, “Una escultura reencontrada procedente del retablo de San Juan Bautista de Juan de Juni”, Boletín
del Museo Nacional de Escultura, nº 4, 2000, pp. 17-20. En este trabajo se plantea la reconstrucción ideal
del retablo realizada por Luis Alberto Mingo. Recientemente las esculturas de San Jerónimo y Santa Elena,
han sido propuestas como obras de Juan de Anchieta por VASALLO TORANZO, L.: Juan de Anchieta. Aprendiz
y oficial de escultura en Castilla (1551-1571), Valladolid, 2012, pp. 132-135.
33 ALONSO CORTÉS, N.: Datos para la biografía artística de los siglos XVI y XVII, Valladolid, 1922, p.
528. A propósito de un pleito del rejero con el licenciado Figueroa en 1554 se menciona un litigio con
Francisca de Villafañe por una reja que le había hecho.
[141]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
retablo en Flandes para la dicha capilla a do está enterrado el Chanciller su hermano asaz
rico e bien obrado. Cornejo trasladaba el antiguo retablo de su suegro desde aquella
capilla a esta nueva ubicación, conservando de esta manera uno de los conjuntos
pictóricos más importantes que se guardaban en el monasterio.
El retablo, que permaneció en esta ubicación hasta 1651, trasladándose entonces a
la capilla de los Daza, se dispersó durante la desamortización y era recientemente
cuando se lograban encajar las piezas de un complejo puzzle34. Las tablas laterales,
con las representaciones de San Leandro y San Isidoro, ingresaron en los fondos
del Museo Provincial y hoy se exhiben en el Museo Nacional de Escultura. La tabla
central, con la Imposición de la casulla a San Ildefonso, y en cuya arquitectura de
fondo figura el escudo del canciller, pasó a la colección particular del infante
Sebastián Gabriel de Borbón y más tarde a la del anticuario Pacully de París, que
terminó por dar nombre al anónimo autor de la pintura, conocido como Maestro
de la Colección Pacully, aunque en la historiografía clásica, muy pronto se ha rela-
cionado su ejecución con la escuela de Hans Memling. Otras partes del retablo se
conservan en el Museo del Prado y en colección particular madrileña35.
[142]
Manuel Arias Martínez
Desde la llegada de la sillería al Museo, el conjunto ha sido una de las obras más sig-
nificativas de su colección. En el montaje realizado en el Colegio de Santa Cruz se
reconstruyeron por separado los órdenes alto y bajo, de manera que no respondía a
la disposición original que presentaba en el templo. Los halagos a la sillería con el
halo de Berruguete como autor, y su importancia entre las obras recogidas en el
Museo, fueron permanentes, pero esa circunstancia estuvo a punto de generar una
pérdida patrimonial para la ciudad, detenida afortunadamente por la acción com-
prometida de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, que era
la que gestionaba el Museo.
En 1875, por bula de Pio IX, la iglesia de Santa María del Prado de Ciudad Real se
convertía en Santa Iglesia Basílica Prioral de las Órdenes Militares españolas. La
nueva dedicación del templo elevado a catedral requería de la presencia de una
sillería coral para ser utilizada en el rezo de las horas por el nuevo cabildo. En ese
momento se comenzó a hablar de la posibilidad de trasladar la sillería vallisoleta-
na expuesta en el Museo, para que volviera a cumplir su función original en el rezo
de las horas, lejos de su ubicación primitiva.
La situación generó polémica en la prensa y al final se resolvió con la determina-
ción de que la sillería permaneciera en Valladolid. Por resumir la situación pode-
mos transcribir algunos párrafos de la noticia que se publicaba en enero de 1877,
cuando, en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos se decía: La idea de trasladar a
otro punto la sillería del coro bajo del ex-monasterio de San Benito, preciosidad artística que
guarda con esmero hace muchos años la Academia de Bellas Artes de dicha población, en el
salón grande de su Museo, ha producido no poco disgusto, no solo entre las personas llama-
das por su posición y competencia a intervenir en el asunto, sino también entre todas las que
aman las glorias y la cultura de esta capital y su provincia… Teniendo en prensa el presente
número, hemos sabido que el señor Ministro de Fomento, de acuerdo con lo informado por la
Academia de Bellas Artes, ha resuelto que no se traslade a Ciudad Real la sillería de
Berruguete, pedida por el Consejo de Órdenes Militares; y aplaudimos de todas veras esta
resolución del señor Conde de Toreno, y felicitamos a la Academia por la parte que ha tenido
en el acertado acuerdo del señor Ministro36.
Ya en la instalación museográfica de San Gregorio, en el Museo Nacional de Escul-
tura, recuperaba su forma original, y desde el año 1933 estuvo montada con los dos
órdenes superpuestos, tal y como se concibió en origen. La rehabilitación del edi-
ficio, que se abría de nuevo al público en el año 2009, impuso su desmontaje y res-
tauración, recuperando sus ensamblajes originales y procediendo a su limpieza para
eliminar, con el uso del rayo láser, la acumulación de polvo y ceras que deforma-
ban su tratamiento plástico original37.
[143]
Una aproximación al espacio coral de San Benito el Real de Valladolid
[144]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
Cuando se me encargó impartir esta clase o conferencia, dentro del ciclo organiza-
do por la Academia pinciana sobre la escultura de los monumentos de Valladolid
acepté desconociendo que otros temas eran más específicos. Comencé a escribir
una serie de consideraciones del asunto sistematizando con aspiración a llegar a la
deseada exhaustividad, pero pronto entendí que desbordaba los límites de la expo-
sición pública, así como su difusión escrita.
El resultado final es que me limito a presentar distintas alusiones, entendidas como
una panoplia de la casuística indicada, ciñéndome finalmente a unos ejemplos muy
significativos. Por estas circunstancias, entre lo generalista y la difusión me veo forza-
do a prescindir de citas bibliográficas, que limitaré a lo que por la referencia especí-
fica sea exigible, pues de otro modo constituiría sólo una base de datos bibliográfica.
Comenzamos indicando que nos preocupa del arte, y específicamente de la escultu-
ra, su condición significativa. Y más aún cuando en un edificio o ante él se dispone
una escultura, que tiene su fundamento principal en aumentar una significación.
Para cualquier estudioso, historiador o curioso de la historia, resulta evidente que
“nihil novum sub sole”. En efecto, desde la misma sistematización clásica de Marco
Vitrubio en su obra “De architectura” se aprecian tres aspectos fundamentales en esa
materia, “Firmitas”, “Utilitas” y “Venustas”, correspondiendo el último a lo que se
denomina vulgarmente como adorno de los edificios. Estas ideas pasan a nuestra
[145]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
[146]
Salvador Andrés Ordax
3 Organizado por la Diputación de Valladolid, fue inaugurado el 5 de octubre de 2005. El primer relie-
ve, realizado por Julio Isla, tiene el texto: “Al Duque de Béjar... Señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos”
(dedicatoria de Don Quijote de la Mancha). El segundo, obra de Ignacio Guerra, indica “... les contaré un
romance... de cuando la Reina... salió a misa de parida en VALLADOLID y fue a San Llorente” (La Gitanilla). Sigue
el realizado por Concha Gay, que señala “... di la presente en VALLADOLID, a veinte días del mes de diciembre
de mil seiscientos cuatro” (Tasa de Don Quijote de la Mancha). El cuarto, obra de Monse Montero, dice: “Salía
del Hospital de la Resurrección, que está en VALLADOLID, fuera de la Puerta del Campo...” (El casamiento enga-
ñoso). El quinto se debe a Ana Jiménez, apuntando “Por esto será famosa / desde Henares a Jarama, / desde el
Tajo a Manzanares, / desde PISUERGA hasta Arlanza)” (Don Quijote de la Mancha, II, cap. XLIV). Acaba con el
relieve de Belén González, que indica “Vámonos al ESPOLÓN a recrear los ojos del cuerpo...” (La Gitanilla).
[147]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
4 Por su interés y la notoriedad pinciana con que ha sido recibido advertimos que acaba de realizar
el pintor Augusto Ferrer-Dalmau un importante lienzo sobre la Carga de Regimiento de Alcántara.
5 AGAPITO Y REVILLA, J.: Las calles de Valladolid.Valladolid, 1937; HERRERO DE LA FUENTE, M.: Arqui-
tectura ecléctica y modernista de Valladolid. Valladolid, 1976, pp. 34-39. VIRGILI BLANQUET, M.A.: Desarrollo
urbanístico de Valladolid (1851-1936). Valladolid, 1979. ARROYO MARTÍN, J.V.r: Estudios bancarios: El Banco
Castellano entre 1936 y 1970. Archivo Histórico BBV. Bilbao, 1999.
[148]
Salvador Andrés Ordax
la Calle Duque de la Victoria. Sirvan de ejemplo un par de edificios de esta vía que
al ser mejorada mediado el siglo XIX fue dedicada al general Baldomero Espartero,
victorioso en la primera guerra carlista, y reconocido con ese título por la reina
Isabel II. El Banco Castellano (BBVA) es fruto de una reconstrucción, tras un incen-
dio, debida al arquitecto Manuel Cuadrillero Sáez en 1918-1920, ilustrada con una
alegoría de Ceres, diosa de la Agricultura, sobre el arco de entrada. También tiene
escultura el edificio del Círculo de Recreo, construido en los años 1900-1902 según
proyecto del arquitecto Emilio Baeza Eguiluz, representando alegorías del Comer-
cio y la Agricultura, referencias económicas y sociales de la época.
[149]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
[150]
Salvador Andrés Ordax
se limitase a unas pocas obras, ya de época barroca. Pero lo que nos importa aquí
es señalar que sobre la puerta está la titular del templo, la Asunción, que lo era
habitualmente de las catedrales al ser fiesta mariana principal. Su estatua, como las
de San Pedro y San Pablo son realizadas ya en el siglo XVIII por Pedro Baamonde,
autor asimismo de las de los Padres de la Iglesia San Ambrosio y San Agustín que
destacan en el segundo cuerpo de la fachada, junto a las de San Gregorio y San
Jerónimo que hace Antonio de Gautúa. Solamente porque no se eche en falta, indi-
camos que sobre la torre se dispuso una monumental estatua en hormigón del
Sagrado Corazón realizada por Ramón Núñez en 1923.
Como breve mención a las órdenes monásticas6, el monasterio de San Benito, de
extraordinaria importancia histórica, tiene sobre la fachada exterior del claustro
nuevo una estatua de San Benito. El otro gran monasterio vallisoletano, el de los
jerónimos de Nuestra Señora de Prado, tuvo una excepcional estatuaria en la facha-
da del tercer claustro, realizado en 1726 por el prolífico monje de Cardeña fray
Pedro Martínez, con estatuas de los Reyes Católicos acompañando a San Jerónimo.
En esta sencilla panoplia de ejemplos no hemos citado la riqueza escultórica de los
edificios palaciegos, donde abunda la heráldica y en ocasiones motivos varios rela-
cionados con el gusto del momento de su construcción, a los que remitimos en la
acreditada bibliografía7.
6 WATTENBERG GARCÍA, E. y GARCÍA SIMÓN, A.: El Monasterio de Nuestra Señora de Prado. Salaman-
ca, 1995. ANDRÉS ORDAX, S.; ZALAMA RODRÍGUEZ, M.Á. y ANDRÉS GONZÁLEZ, P.: Monasterios de Castilla
y León. Edilesa y Junta de Castilla y León. León, 2002.
7 Recordamos algunas monografías. MARTÍN GONZÁLEZ, J.J.: Monumentos civiles de Valladolid. Valla-
dolid, 1983; URREA FERNÁNDEZ, J.: Arquitectura y nobleza. Casa y Palacios de Valladolid. Valladolid, 1996.
FERNÁNDEZ DEL HOYO, M.A.: “Valladolid”. Casas y Palacios de Castilla y León. Valladolid, 2002, pp. 291-335.
8 Como más asequible y reciente mencionamos a CANO DE GARDOQUI GARCÍA, J.L.: Escultura
pública en la ciudad de Valladolid. Universidad de Valladolid, 2000.
[151]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
9 PALOMARES, J.M.: El convento de San Pablo. Valladolid, 1970; ARA GIL, C.J.: Escultura gótica en Valla-
dolid y su provincia. Valladolid, 1977; ANDRÉS ORDAX, S.: Iglesia de San Pablo. “Castilla y León/1”. Col. La
España Gótica. Madrid, 1989; ARA GIL, C.J.: La iglesia de San Pablo de Valladolid. Aportaciones a un debate.
Estudios de Arte. Homenaje al profesor Martín González. Salamanca, 1995, pp. 113-120. CASTÁN LANASPA,
J.: Arquitectura gótica religiosa en Valladolid y su provincia (siglos XIII-XVI). Valladolid, 1998, pp. 195-219.
[152]
Salvador Andrés Ordax
de los Dominicos, con la discreción propia de las órdenes mendicantes que enton-
ces aumentaban su prestigio. Pero a fines del siglo XV, de acuerdo con la relevan-
cia de estos religiosos, y el gusto del gótico final, se realizó una amplia portada en
la que se exaltaban los merecimientos de la orden de Santo Domingo de Guzmán.
El estilo gótico entonces tendía a la riqueza estructural, que en algunas poblacio-
nes determinó espectaculares muestrarios de escultura, como de los Trinitarios de
Burgos o la parroquial de Santa María de Aranda de Duero. Gracias al patrocinio
del obispo de Palencia fray Alonso de Burgos a fines del siglo XV se modificó la
iglesia con una capilla funeraria para él mismo, nuevas intervenciones en el claus-
tro, y sobre todo una gran fachada, en el estilo de la escuela burgalesa de Simón de
Colonia y Gil de Siloe, la cual sería aumentada a principios del siglo XVII.
Dañada la fachada por el paso del tiempo ha sido objeto de algunas intervenciones
como la realizada por el ICROA (Ministerio de Cultura) el año 1985. Pero es espec-
tacular la intervención terminada en el 2009 por la Fundación Caja Madrid y la
Junta de Castilla y León, según proyecto del arquitecto Eduardo González Fraile,
con unos estudios, de los que se me encargó el de la iconografía10.
Como es lógico, en la portada se hace una exaltación de la Orden de Predicadores,
cuyos frutos se difundían mediante una serie de frailes, en menor número religio-
sas, que habían logrado la canonización o el reconocimiento religioso.
En el registro inferior se dispone una serie de santos dominicos11, disponiendo en
mayor tamaño los considerados de una devoción universal en aquellos momentos,
con disposición de preferencia habitual, el centro y la derecha del conjunto: tres
del siglo XIII, el fundador Santo Domingo de Guzmán, el “doctor angelicus” Santo
Tomás de Aquino con la “catena aurea” y San Pedro de Verona (que también lla-
maban Mártir), a los que se incorpora un dominico de reciente canonización, San
10 Cumplimos con el encargo para Caja Madrid, pero nada hemos sabido de su publicación (salvo el
programa de mano que entregaban a los visitantes en un original esquema) ni de otros efectos. En distin-
tas ocasiones hemos realizado clases prácticas con nuestros alumnos universitarios, con acceso directo a la
obra, y también hemos explicado en doctorado y licenciatura una síntesis de la iconografía de la fachada,
aparte de hacer publicación específica de algún detalle. A raíz de nuestra exposición pública en la Academia
pinciana se han interesado varios alumnos en que publicase el esquema de la iconografía de San Pablo, por
lo que incluimos por vez primera en esta publicación varios esquemas iconográficos, sobre dibujo que agra-
decemos al arquitecto Manuel Andrés, que colaboró en el equipo de la última restauración. Sirven para mos-
trar nuestra propuesta de iconografía y nos limitamos aquí a glosar tan sólo algunos detalles.
11 Hemos adelantado algunos detalles en nuestras clases y artículos. ANDRÉS ORDAX, S.: “Escultura
monumental castellana a fines del medievo: la portada de Santa María de Aranda de Duero”, en Arte medie-
val en la Ribera del Duero. Universidad de Burgos. Aranda de Duero (julio-agosto, 2001). Estudio e Investiga-
ción. Biblioteca 17. Aranda de Duero, 2002, p. 327; ANDRÉS…: “San Telmo, San Gil y otros dominicos en la
iconografía de la fachada de San Pablo de Valladolid”, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima
Concepción, nº 42. Valladolid, 2006, pp. 55-66.; ANDRÉS…: “Iconografía gótica de San Gil de Santarém y su
estela en la Corona de Castilla”. Iacobus, Homenaje al Dr. Verisimo Serrão, 23-24, Sahagún (León), 2008, pp.
119-132; ANDRÉS…: Iconografía de San Telmo y otros dominicos en el País Vasco. Estudios de Historia del Arte.
Arabako Foru Aldundia. Euskera, Kultura eta Kirol Saila / Diputación Foral de Álava. Vitoria-Gasteiz, 2008, pp.
199-204; ANDRÉS…: “Los patronos de los navegantes en la Macaronesia: Iconografía del Corpo Santo en
Madeira”. Congreso Internacional La mirada antropológica. Entre lo local y lo multicultural. Universidad de
Extremadura. Asamblea de Extremadura, 2010, vol II, pp. 937-957.
[153]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
Tímpano
[154]
Salvador Andrés Ordax
[155]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
Vicente Ferrer, en el año 1455, emotivo predicador de las postrimerías que tendría
el rótulo “Timete Deum”.
Una docena de estatuillas corresponden a dominicos menos importantes, de los
que por la cercanía con el espectador queremos destacar, San Gil de Santarem y el
Beato Pedro González pues se les tenía gran devoción en Portugal y España. El pri-
mero nacido en Vaozela, diócesis de Viseo (Portugal), tuvo como tierra adoptiva a
Santarén, ha sido calificado como el “Fausto portugués”, “hombre de Dios y del
Diablo”, que pudo hacer un pacto con el diablo, pues se dedicaba a la alquimia,
pero que tras su paso por París se convirtió y decidió renovar su vida religiosa en
el convento dominico de Palencia, con una vida activa en la que llegó a ser dos
veces prior de la Provincia de España entre los años 1233 y 1249; se le representa
aquí con una cuba de vino aludiendo a un portento que se produjo precisamente
cerca de Coimbra. El otro, natural de Frómista, ingresó en el convento de Palencia,
de cuya catedral había sido Deán, desarrolló una amplia labor hasta su muerte en
Tuy, donde se le tributó gran culto extendido entre los marineros por lo que se le
[156]
Salvador Andrés Ordax
De un estilo parecido, del gótico final propio de Simón de Colonia y Gil de Siloe,
es la vecina fachada del Colegio de San Gregorio, que patrocinó el mismo prelado
palentino Fray Alonso de Burgos, que aparece tutelado por Santo Domingo de
Guzmán dedicando esta obra docente a San Gregorio. Al otro lado de Santo
Domingo está San Pablo, apóstol de los gentiles que siempre acompañó a la ico-
nografía de la Orden y el fundador, pues junto al evangelista Mateo se le aparecie-
ron indicándole: “Ve y predica, porque has sido llamado para este ministerio”.
12 Especificado en ANDRÉS ORDAX, S.: “Iconografía de las Virtudes a fines del la Edad Media: la facha-
da de San Pablo de Valladolid”; BSAA Arte, T. LXXII-LXXIII, 2006-2007, pp. 7-22.
[157]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
13 Es abundante la bibliografía, pero remitimos a lo que ahora tenemos a mano. LOZANO DE VILATE-
LA, M.: “Simbolismo de la portada de San Gregorio de Valladolid”, Traza y Baza, nº 4. P. de Mallorca, 1974,
pp. 7-15; MARTÍN GONZÁLEZ, J.J.: El Museo Nacional de Escultura de Valladolid. León, 1977. ARA GIL, C.J.:
Escultura gótica en Valladolid y su provincia. Valladolid, 1977; CASTÁN LANASPA, J.: Arquitectura gótica reli-
giosa en Valladolid y su provincia (siglos XIII-XVI). Valladolid, 1998; GARCÍA DE WATTENBERG, E.: Museo
Nacional de Escultura. Guía del visitante. Valladolid, 1984. ARIAS MARTÍNEZ, M. y LUNA, L.: Museo Nacional
de Escultura. Madrid, 1995; BOLAÑOS, M. et al.: Museo Nacional de Escultura, 2009, en varios formatos de
Catálogo, Guía y Guía Breve.
[158]
Salvador Andrés Ordax
[159]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
Desde el umbral de la puerta del Colegio Mayor de Santa Cruz se puede ver una
inscripción latina que dice “PETRVS DE MENDOÇA CARDINALIS HISPANIE
MCCCC.XCI“, recordándonos que fue terminado el año 1491 por Pedro de
Mendoza, Cardenal de España. El “tercer rey de España” sería denominado este
cardenal por su preeminencia en el reinado de los Reyes Católicos. Destacado
hombre de la Iglesia y de la nobleza, también empleó parte de su enorme fortuna
en la protección de la sanidad y la enseñanza, como refleja el Hospital de Santa
Cruz de Toledo, uno de los nosocomios novedosos del renacimiento español, o
este insigne Colegio Mayor pinciano, destinado a aumentar la formación de la
juventud desfavorecida14 para que pudiera servir a la administración del estado
moderno, como en el Colegio de Bolonia y el salmantino de Anaya.
El documento fundacional fue suscrito en Vitoria el 21 de noviembre de 1483, pero
tras una serie de gestiones previas. Una carta de merced del papa Sixto IV (29 de
mayo de 1479), ratificada el 16 de febrero de 1483, autorizaba al Cardenal a crear un
Colegio “in civitate Salamantina aut opido de Valledolit, Palentine diocesis”. Esta
opción prevista respondía a la estrategia del Cardenal, pues siendo las universidades
de condición pontificia deseaba saber qué autoridad específica le sería propicia. A
mediados de 1483 falleció Juan de Ayllón, Abad de la Colegiala pinciana, cargo de
pingües beneficios que logró Mendoza alcanzando así autoridad sobre la Univer-
sidad y los estudios académicos de la villa. Por ello, decidió que se estableciera en la
villa de Valladolid, precisando que fuese titulado de Santa Cruz: “ex nunc nomina-
mus et intitulamus Collegium Sancte Crucis”. Ese mes ya puso en marcha la reno-
vación arquitectónica de la vieja Colegiata y la fábrica del Colegio de Santa Cruz.
Tenemos que recordar que el Cardenal era considerado protector de las letras, según
indica Antonio Nebrija cuando le dedica la primera edición de sus Introductiones
Latinæ y lo justifica: “Nam cum sis in gente hac nostra non modo sacrorum antis-
tes verum etiam omnium bonarum artium preses et peculiares quaedam tutela”.
El reconocimiento de su patrocinio se proclama en la fachada del edificio, en cuyo
tímpano se representa al purpurado genuflexo ante la Santa Cruz que lleva en su
mano Santa Elena, a quien la hagiografía reconoce como promotora de la
“Inuentio Crucis”, festividad que la iglesia celebraba el día 3 de mayo, día en que
tuviera lugar el nacimiento del futuro cardenal el año 1428.
Solamente tiene ilustración escultórica la calle central del conjunto pues se refuer-
za la estructura arquitectónica de tradición gótica, con seis contrafuertes, los extre-
mos en oblicuo. Así quedan cinco paños de muro donde se abren los vanos, y la
14 Así dice la Introducción a las Constituciones del Colegio, 31 de agosto de 1494: “… y para bien uni-
versal de los hombres pero sobre todo de aquellos que, aunque dotados de ingenio y ansiosos de saber las
buenas artes, no pueden consagrarse al cultivo de las letras ni salir adelante en su empeño, por su pobre
condición y escasos medios de fortuna, y a cuyas dotes espirituales se opone la pobreza”. Es muy conoci-
da la bibliografía, pero remitimos a la obra que recoge las referencias: ANDRÉS ORDAX, S.: Santa Cruz, arte
e iconografía. El Cardenal Mendoza, el Colegio y los Colegiales. Valladolid, 2005
[160]
Salvador Andrés Ordax
central se ilustra con una serie de motivos de almohadillado y otros rasgos clara-
mente italianos. Son relieves característicos del quattrocento lombardo y toscano
potenciando la calle central, mientras en los contrafuertes inmediatos aún se apre-
cian detalles góticos, como lo es su propia estructura. Esto es lo más novedoso pues
refleja el cambio de gusto artístico ya en el exterior. Encima del vano del segundo
cuerpo está la heráldica real, aún sin la granada, y dos escudos con las armas de
Mendoza y Figueroa, pues era hijo del primer marqués de Santillana Íñigo López
de Mendoza y de Catalina Suárez de Figueroa.
Su biógrafo Pedro de Salazar y Mendoza, tataranieto del Cardenal, publicará en
1625 los deseos de modernidad que pretendió el Cardenal con esta anécdota:
“Poco antes de que se acabasse vino el Cardenal a Valladolid, y pareciendole que
el sobre estante hauia andado corto, y miserable en el edificio, se lo riñò mucho.
Estuuo determinado de hechallo todo por el suelo, y de hazelle de nueuo, confor-
me a la Idea que tenia formada en su animo generoso, con quien no se ajustaua lo
que hasta entonces viò leuantado. Assi lo quiso executar si no se lo estoruaran los
Reyes, alabandole mucho la obra, y diziendo de ella muchos bienes, y excelencias”.
Pero la morfología arquitectónica exterior fue alterada ya en el siglo XVIII a causa
de alguna necesidad restauradora atendida con el nuevo gusto protoneoclásico. En
1744 Domingo de Ondátegui intervino en el interior y aplicó algunos detalles cla-
sicistas. Al poco tiempo se sintió preocupación por la situación de las cornisas,
pidiendo el Colegio un informe al arquitecto académico Ventura Rodríguez en
1761, como consecuencia de lo cual su discípulo Manuel Godoy trazó diseños neo-
clásicos para las fachadas que vemos en el estilo de las ventanas.
[161]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
15 CASAS, R.: Imago Pintiana. Heráldica, emblemas y fastos de la Universidad de Valladolid (ss. XV-
XXI). Valladolid, 2012.
[162]
Salvador Andrés Ordax
La exuberante fachada está precedida, según la costumbre del derecho de asilo, por
un atrio limitado en 1724 con dieciocho pilares con escudos de la Universidad,
tenidos por leones, y en dos casos con el escudo real cuartelado de Castilla y León.
Es interesante la iconografía mostrada en la fachada, que bien merece mayor deta-
lle16. La densidad iconográfica se dispone según corresponde en la calle central,
sobre la puerta de acceso. El primer cuerpo está flanqueado por cuatro estatuas ale-
góricas, en sus respectivas hornacinas, entre las columnas adosadas de orden gigan-
te, abajo la Retórica, y la Geometría, encima el Derecho Canónico y el Derecho Civil. Al
aire, sobre las pilastras, están las alegorías de la Astrología, la Medicina, la Filosofía y
la Historia.
16 ANDRÉS GONZÁLEZ, P.: Pintiana Sapientia. Iconografía de la fachada del edificio histórico de la
Universidad de Valladolid. Valladolid, 2006, con ejemplos de las mismas alegorías en distintas obras de pin-
tura y escultura.
[163]
“Venustas, auctoritas y señalética”. Escultura significativa en los monumentos de Valladolid
En sitio destacado, sobre la puerta, está la disciplina sublime para las universidades
tradicionales, la Teología, que no es una joven sino una madura matrona, que eleva
su mirada, teniendo un gran libro en su diestra. Mujer de ideal belleza, coincide
con lo que Sigüenza dice de su alegoría en el Escorial: “Doncella grande y hermo-
sa, porque no admite corrupción ni vejez”, pudiendo servir el comentario icono-
gráfico escurialense del mismo monje jerónimo al decir que “muestra la Teología
un libro que es la Santa Escritura para decirles que en aquello han de emplear el
gran talento que les dio el cielo, para que con la doctrina que de allí aprendieren
esfuercen y defiendan la verdad de la Fe Cristiana, y alumbren a los mortales para
el camino del cielo”.
Junto con las disciplinas universitarias figura otra alegoría, la Sabiduría, que cabe
considerar alegoría de la Universidad de Valladolid, pues su lema inscrito en la pea-
na, tomado de los Proverbios (9,1), dice “SAPIENTIA AEDIFICAVIT SIBI DO-
MVM”. Es una dama que cubre sus sienes con una corona de laurel y muestra en
sus manos una pluma con que escribe en un libro. A sus pies, humillado, se encuen-
tra un muchacho con los ojos vendados, que es alegoría de la Ignorancia. Es la
Sabiduría pisando a la Ignorancia, venciéndola. Se trata de una iconografía consoli-
dada, pues según Cesare Ripa sirve “la figura de un muchacho desnudo, para demos-
trar que el ignorante es simple y de pueril ingenio, viéndose además desnudo y des-
provisto de todo tipo de bienes” y “La venda que le cubre los ojos muestra la total
ceguera de su intelecto, dando muestras con ello de que no sabe lo que hace”.
También la heráldica domina en este Palacio de la Sabiduría con el escudo regio
simplificado, tan sólo cuartelado con el castillo y el león, la granada en punta y con
el collar del Toisón de Oro, propio de las obras de principios del siglo XVIII. Y en
el centro de la fachada sobresale el escudo de la Universidad, en cuyo campo está
el roble que significa la fortaleza de esta Universidad, cruzado por detrás con las
llaves de oro y plata del pontífice, y culmina con la tiara.
Finalmente, demuestra gran modernidad palaciega la serie de cuatro estatuas de los
Patronos de la Universidad de Valladolid, que culminan sobre la balaustrada que cre-
mata la fachada, correspondientes a los monarcas que consideraban favorecedores
de la casa, indicando a sus pies las respectivas razones: D. ALPHONS VIII EREXIT,
JOANNES I SEMIT, HENRICUS III AUXIT y PHILIPUS IUS DEDIT.
Alfonso VIII marca la antigüedad al proclamar que originalmente el Estudio fue
erigido por ese monarca en Palencia de donde sería trasladado. Juan I vitalizó a la
universidad con la ayuda económica. Enrique III aumentó la casa con privilegios
y nuevas cátedras. Y, omitiendo a los Reyes Católicos y Carlos I quizás por tener-
les menos reconocimiento, disponen al vallisoletano Felipe II que concedió pre-
rrogativas y reconoció la plena jurisdicción al Rector.
[164]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
El año de 1604… “Cumplió la serenísima Infanta doña Ana tres años a ventidós
de Setiembre,… Por la tarde hubo una solenissima procesión, en que se llevó el cuer-
po del glorioso mártir Tebeo, que traxo de Flandes Madalena de Sangeronimo, y le dio
a la ciudad: fuele acompañando otro santo cuerpo. Hizo el oficio el Obispo de
Valladolid, Inquisidor General, vestido de Pontifical: yva la ciudad, y el Duque de
Lerma como Regidor della detrás con cirios blancos. En la plaça de Palacio debaxo de
las ventanas donde sus Magestades estavan, se hizo un rico altar con tres gradas lleno
de las reliquias del oratorio de la Reyna nuestra señora con una gran valla, dentro de
la qual estavan dos bufetes cubiertos con paños de brocado, sobre los quales se pusie-
ron las urnas de los dos santos, y allí cantaron los cantores de la capilla Real dos mote-
tes. Tocáronse chirimías y otros instrumentos, y de allí prosiguió la procesión”.
Diego de Guzmán, capellán y limosnero mayor de los reyes Felipe III y
Margarita de Austria (Reyna católica. Vida y muerte de D. Margarita de Austria
Reyna de Espanna… 1617)
Así es como tenemos noticia del acontecimiento que dio lugar a la existencia de
este gran estandarte conservado en el Museo de Valladolid, que por presentar la
imagen de San Mauricio en una de sus caras denominamos con su nombre. A raíz
de su restauración en 2011 ha sido expuesto temporalmente al público, y la corres-
pondiente labor de documentación en torno a él se ha recogido en un libro al que
se remite para ampliar el resumen que aquí se expone1.
1 AMIGO VÁZQUEZ, L. y WATTENBERG GARCÍA. E.: El estandarte de San Mauricio del Museo de Valla-
dolid, reliquias de Flandes en la Corte de España. Valladolid 1604. Publicado por el Ayuntamiento de Vallado-
lid en colaboración con la Asociación de Amigos del Museo. Valladolid, 2012.
[165]
El estandarte de San Mauricio
El escenario
[166]
Eloísa Wattenberg García
el gran valido, el Duque de Lerma, al frente. Huéspedes oficiales: los hijos del
Duque de Saboya: Felipe Manuel, Príncipe de Piamonte y sus hermanos Víctor
Amadeo y Manuel Filiberto. Viajeros, embajadores: de Francia, Venecia, Persia,
Inglaterra… Literatos (Cervantes), artistas… pícaros, pobres, vagabundos, mujeres
de mal vivir… También en escena los poderes religiosos y urbanos: Cabildo cate-
dral (La iglesia mayor era Catedral desde 1595); Obispo; Ayuntamiento o Ciudad;
Corregidor que lo presidía (Diego Sarmiento de Acuña); Chancillería; Inquisición;
Universidad, Colegio Mayor Santa Cruz. Todo ello configuraba, en suma, el pai-
saje más idóneo para la sucesión de los hechos en los que brilló el estandarte.
Magdalena de San Jerónimo debió llegar a Valladolid en el mes de julio de 1604. Su
nombre era Beatriz de Zamudio, apellido de familia hidalga de Vizcaya. Pasó su in-
fancia en Valladolid, a la que te-
nía por su ciudad, y se relacionó
con personajes importantes de la
época. En repetidas ocasiones se
le llama madre y se la considera
monja, pero Lourdes Amigo, al
revisar su biografía, concluye que
no podía serlo debido a sus cons-
tantes viajes y actividades, piensa
más bien que sería una mujer
piadosa, vinculada a conventos y
órdenes religiosas y siempre ob-
sesionada por recoger y asistir a
las “mujeres de mal vivir”. Ya en
1588 figura como administrado-
ra y patrón de la Casa Pía de la
Aprobación que ella había fun-
dado, y de la que se ocupó hasta
que el Ayuntamiento se hizo car-
go de ella. La iglesia de la Casa se
construyó a partir de 1607 “toda
La Casa Pía de la Aprobación en el plano de
de piedra, con buena puerta de
Bentura Seco. 1738. arco y sobre ella una estatua de
La Magdalena” y, a sus lados,
escudos de la Ciudad. Se colocó
el Santísimo en 1619. En 1622 es la última noticia documentada que se conoce de
ella, cuando pide al Ayuntamiento que se hiciera un retablo para el altar mayor.
La Casa Pía siguió abierta hasta el siglo XIX. En 1834 el Ayuntamiento decide cerrar-
la para transformarla en hospital. Afectada por la Desamortización se destinó a par-
que de policía del Ayuntamiento, depósito de bombas, etc…; finalmente fue derri-
bada y en 1932 se inició en su solar la construcción del colegio Isabel la Católica.
Felipe II ordenó a Magdalena encargarse de la casa de recogimiento de niñas huérfa-
nas y desvalidas, de Madrid, a donde se trasladó, acercándose al círculo de la Corte y
[167]
El estandarte de San Mauricio
a las hijas del Rey. Felipe III le hizo ir a Flandes años más tarde como “dueña de cáma-
ra” de su hermana Isabel Clara Eugenia que gobernaba aquellos estados. Allí, en 1602
recibió autorización de Clemente VIII para recoger reliquias –cosa que hizo, espe-
cialmente en las ciudades de Colonia y Tréveris– y trasladarlas a donde ella quisiera.
La celebración
La tradición presenta a San Mauricio como jefe de una legión del ejército romano
procedente de la Tebaida egipcia. Estaba formada por soldados cristianos y fue re-
querida para incorporarse a la tropas del emperador Maximiano Hercúleo (285-305)
2 Diego de Guzmán, biógrafo de la reina Margarita de Austria, habla realmente del cuerpo de un glo-
rioso mártir tebeo (tebano), pero desde los primeros preparativos la documentación municipal habla de San
Mauricio, quizá por asociación o quizá por conveniencia.
[168]
Eloísa Wattenberg García
Martirio de San Urso y San Víctor. S. XVIII [Historisches Museum Blumenstein, Solothurn, Suiza].
–que gobernaba con Diocleciano el imperio romano– con motivo de una expedi-
ción para sofocar sublevaciones del sur de la Galia. Después de atravesar los Alpes,
las tropas se dispusieron a hacer sacrificios a los dioses romanos, razón que hizo a
San Mauricio y su legión retirarse a la localidad próxima de Agaune (Saint Maurice,
en Suiza) al rehusar, por su condición de cristianos, sacrificar a los ídolos paganos
o empuñar las armas contra sus correligionarios. Fueron por ello diezmados y exter-
minados. Algunos escaparon a la masacre y fueron martirizados en otros lugares,
como lo fueron San Víctor y San Urso.
La invención de esta leyenda surge en el siglo V. Euquerio, obispo de Lyon, escribió
que a finales del siglo IV un obispo de Octodurum (Martigny), llamado Teodoro,
tuvo una revelación del lugar donde se hallaban los restos de los mártires y reunió
sus reliquias en un osario. En Agaune transformó un templo dedicado a las Ninfas
en mausoleo cristiano y allí Teodoro estableció el culto a San Mauricio. Pasado un
tiempo, a comienzos del siglo VI (515), el rey burgundio Segismundo fundó en el
lugar la Abadía de San Mauricio, haciendo al Santo patrón de su reino. Las reliquias
y el culto de los mártires tebanos se distribuyeron por el occidente cristiano, princi-
palmente Francia, Italia y Alemania y, en general, a través del poder político o reli-
gioso. En el siglo XIII el abad Nantelmo desplegó una política de dispersión de reli-
quias consiguiendo extender el nombre y la importancia de la Abadía.
La leyenda de San Mauricio y su legión, según la narración del obispo Euquerio, se
recogió en las hagiografías medievales y en el santoral más difundido en Europa: la
Leyenda Aurea, de Santiago de la Voragine (1230-1298), y en las numerosas ediciones
[169]
El estandarte de San Mauricio
del Flos sanctorum, libro que venía a traducir y ampliar el anterior en sus distintas
ediciones. Pero la difusión medieval del culto a San Mauricio experimentó fuertes
ataques en medio del enfrentamiento teológico entre católicos y protestantes a raíz
de la Reforma luterana. El libro conocido como Centurias de Magdeburgo – una obra
monumental hecha por protestantes sobre la historia de la Iglesia, organizada por
siglos o centurias, de ahí su nombre, que se comenzó a elaborar en esa ciudad ale-
mana– cuestionaba el culto a los santos y sus reliquias, y expresamente aludían a que
Otón el Grande, fundador del sacro imperio romano germánico que había hecho a
San Mauricio patrón de Magdeburgo, había llenado la ciudad de ídolos, refiriéndo-
se a las reliquias del Santo, lo que desencadenó una profunda controversia.
El Papa Pío V encargó al teólogo jesuita Pedro Canisio rebatir las tesis protestantes.
Tardó en hacerlo, pero finalmente escribió sobre el Santo presentándolo como mo-
delo para los guerreros cristianos (1594). También escribió sobre San Mauricio, en
1583, el canónigo y teólogo de Turín Guglielmo de Baldesano, seudónimo de Ber-
nardino Rossignoli. Dedicó su obra al Duque de Saboya, Carlos Emanuel, por ser
San Mauricio patrón de la Casa de Saboya y el Duque Gran Maestre de la orden de
San Mauricio y San Lázaro. La obra de Baldesano fue traducida al español por Fer-
nando de Sotomayor, en 1594, con el título Historia sacra de la ilustrísima Legión Tebea,
y parece haber sido conocida en Valladolid, al menos en el círculo de la Corte, dada
la influencia que parecen tener sus páginas en la iconografía de nuestro estandarte.
Años después, en 1603, el jesuita Heribert Rosweyde, prefecto del colegio de la
Compañía de Jesús en Amberes, planteó la necesidad de revisar la autenticidad de
las prácticas y creencias acerca de los santos. Ya antes de la Reforma protestante se
pensaba en la necesidad de revisar con criterios históricos las vidas de los santos, y
en esa línea Rosweyde inició una obra también monumental, titulada Acta Sancto-
rum que se caracterizó por ofrecer una hagiografía crítica y que enmendó errores,
supersticiones y leyendas mantenidos hasta entonces acerca de santos y mártires. A
su muerte la obra paso a ser dirigida por Jean Bolland, y a los colaboradores, todos
jesuitas, se les llamó bolandistas. En este libro se dedican cien páginas al Santo y se
destaca que la reina Margarita de Austria era especial impulsora de su culto. En 1603
ella recibió del Duque de Saboya, su cuñado –por estar casado con Catalina
Micaela, hermana de Felipe III– una costilla del Santo ricamente engastada.
Llevada, como se ve, a tales extremos la defensa de San Mauricio y su legión viene
al caso aludir a algunos datos históricos que contribuyen a sustentar su leyenda:
Varios autores optan por decir que la historia de los mártires de Agaune se inspira-
ría en la historia de San Mauricio de Apamea, célebre santo griego que fue martiri-
zado en esa ciudad de Siria con setenta compañeros por orden de Maximiano. Pero
desde un punto de vista científico la única información fiable a que podemos recu-
rrir es la Notitia dignitatum, un documento oficial del imperio romano, fechado entre
los años 395 y 427 que, entre otras noticias informa de las bases, guarniciones e
insignias que identificaban a cada unidad del ejército. Se mencionan en la Notitia
seis legiones tebanas. Una denominada Thebei estuvo acampada en Italia y pudo ser
conocida en el sur de la Galia, igual que otras legiones que estuvieron asentadas en
[170]
Eloísa Wattenberg García
el valle del Ródano. Se ha pensado así, también, que el recuerdo de estas legiones
apostadas en la zona en que el obispo Teodoro descubrió los restos de los que habla
la narración de Euquerio fuera fácilmente asimilado a este descubrimiento, gene-
rando la leyenda y el culto en el lugar.
En cuanto al número de componentes de la Legión: las distintas fuentes hablan de
6.000, 6.600 e incluso de 6.666. Este gran número ha llevado a equiparar, también
por su relato, el martirio de santa Úrsula y sus 11.000 compañeras, pensando algu-
nos estudiosos que en ambos casos se ha podido dar una interpretación libre dado
lo extraordinario de tan grandes cifras.
Lo que no cabe dudar desde ningún punto de vista es que la invención de la leyen-
da de San Mauricio y sus legionarios generó un enorme caudal de sentimientos,
devociones, intereses políticos, obras de arte, literatura, música y tradiciones a lo
largo de más de dieciséis siglos, constituyendo su leyenda un patrimonio inmate-
rial de enorme riqueza que encuentra expresiones tan singulares como este estan-
darte del Museo de Valladolid.
El Estandarte
Es de damasco color carmesí y de considerable tamaño: 300 x 170 cms. Se encon-
traba muy deteriorado, su tela reseca, la zona inferior rota y todo él sucio en gene-
ral; sin embargo conservaba esplendoroso su color original. Sometido a los trata-
mientos oportunos, y encapsulado en un fino tul para reforzar toda su superficie,
puede decirse que ha recuperado en conjunto su imagen original.
Está pintado con profusión por sus dos caras, representando a San Mauricio, legen-
dario jefe de la Legión Tebana, y a dos de sus compañeros mártires que aparecen
llevando en sus manos sus respectivas cabezas y palmas de martirio
En su cara principal, el estandarte presenta un gran recuadro central enmarcando la
imagen de San Mauricio. En pie y acusando cierta deformidad su figura por des-
plazamiento de la parte superior con respecto a la inferior, quizá por lo apresurado
de su hechura, muestra el Santo la palma de su martirio y sostiene con su mano dere-
cha un bastón de mando que correspondería al de más alto rango del ejército espa-
ñol, el de Capitán General de Infantería, sustituyendo este bastón al estandarte que
habitualmente porta en otras representaciones. Viste armadura y celada con penacho
de plumas, al estilo de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, y deja ver bajo su
antebrazo izquierdo la empuñadura de su espada que, por asociación a las que por-
tan los personajes de la otra faz del estandarte, parece representar un bracamarte, un
[171]
El estandarte de San Mauricio
[172]
Eloísa Wattenberg García
tipo de arma en uso desde el siglo XIV al XVII que con las mismas características
–con puño rematado en cabeza de águila y gavilanes en ese– aparece en la icono-
grafía general de la época. La imagen de soldado responde a representaciones igual-
mente comparables a las que recogen testimonios gráficos coetáneos.
de oro y otra de flores, enlazadas ambas por una filacteria con la leyenda SACRA
Sobre su figura, un ángel con los brazos abiertos porta en sus manos una corona
[173]
El estandarte de San Mauricio
pintura negra de una leyenda de la que sólo se intuyen las primeras letras: MAR-
tos. Con la otra mano sostienen una filacteria en la que se conserva algún resto de
TIR... encima y debajo de esta, centrados, los anagramas IHS y de la Virgen María.
Detrás de las figuras, un río y una vegetación herbácea insinúan un paisaje.
La estampa descrita permite identificar a estos dos mártires con San Urso y San Víc-
tor, y el río que se ve en segundo plano ha de ser el río Aar. La Passio Acaunensium
menciona a Urso y Victor, y su martirio es relatado en posteriores escritos que son
recogidos por Guglielmo de Baldesano en su Sacra historia Thebea. Siguiendo la
leyenda, cuando acaecieron los hechos de Agaune, Urso y Víctor, que eran jefes de
una división de soldados de la Legión Tebana, se retiraron a Solodoro (Soleure o
Solothurn, en Suiza), sobre la ribera del rio Arola (Aar) y allí fueron martirizados
por el gobernador romano Hirtaco, cumpliendo órdenes del emperador
Maximiano Hercúleo. Antes, los soldados cristianos habían sido sometidos a tor-
mento, pero por intervención divina sanaron de sus heridas; luego Hirtaco quiso
quemarlos vivos en la hoguera, pero un viento bajado del cielo apagó el fuego.
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Eloísa Wattenberg García
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El estandarte de San Mauricio
Mandó al fin decapitar a Urso y a Víctor sobre el puente del río Arola y que se echa-
sen sus cuerpos al río para que se los comieran los peces y evitar que los cristianos
recogieran sus reliquias, ocurriendo entonces lo que Baldesano apostilla en su libro
como “milagro estupendo” y que es la escena que se ha querido plasmar en el
estandarte: “Ocurrió entonces que después de que los cuerpos de Urso y Víctor fue-
ran tragados por el río, surgieron de nuevo del agua, derechos sobre sus pies y
tomando cada uno su cabeza con sus propias manos caminaron por las aguas más
de cien pasos y pasaron a la otra ribera del río que mira a Mediodía”. Llegados allí,
“hincados de rodillas en tierra estuvieron casi una hora haciendo oración y acaba-
da, se dejaron caer en tierra (...), como si dijeran este será el lugar de nuestro des-
canso hasta el último día del juicio final”. Los cuerpos fueron sepultados en el
lugar, edificando después un templo en su nombre.
Alrededor se sitúan los mismos blasones que en la cara principal: en la zona de arri-
ba, escudo de Margarita de Austria, símbolo de Santa María Magdalena, escudo real,
anagrama IHS con el corazón de Jesús y escudo de Piamonte. En los laterales, a am-
bos lados, enfrentados, emblemas de Santa María Magdalena, escudos de la ciudad,
anagramas IHS y de la Virgen María, y escudos de la Orden de Santo Domingo. De-
bajo del recuadro central se repiten los tres escudos de la parte superior y los emble-
mas IHS y de María Magdalena pero sin las letras con que aparecen arriba.
En los cinco lóbulos inferiores, de nuevo, los escudos del obispo Juan Bautista
Acebedo, del duque de Lerma, el de la catedral de Valladolid y del papa Clemente
VIII sobrepuesto, el emblema de Santa María Magdalena y, otra vez, el escudo del
obispo Acebedo. Todos estos escudos de los lóbulos, así como los situados bajo el
recuadro central, en la parte posterior del estandarte, han quedado ocultos bajo el
refuerzo textil que ha sido necesario incorporar en el proceso de su restauración.
La confección del estandarte no consta en la relación de cuentas del Ayuntamiento
de Valladolid, pero se sabe que el 17 de setiembre de 1604 libró una cantidad para
los gastos del acontecimiento a la cofradía de Santa María Magdalena y del Amor
Escudo de la ciudad Escudo de Dominicos Escudo Duque de Lerma Escudo del Obispo
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Eloísa Wattenberg García
[177]
El estandarte de San Mauricio
santo sobre andas. “Delante de dichas andas yba un jurado aconsiglier de Cataluña
y Barcelona, vestido al uso de su ciudad, que llevaba un estandarte que llamaron
de la canoniçación, acompañábanle dos maceros delante, vestidos a la misma usan-
ça (…) y ansimismo le acompañaron algunos caballeros de ábito”.
La representación de San Mauricio ha ofrecido varias versiones a lo largo del tiem-
po. En la Edad Media y sobre todo en el área germánica se le imaginó de raza negra
pues, por su origen africano y por su nombre, se le asociaba al significado de moro
(maurus). Así se representa, por citar algunos ejemplos, en la catedral de Magdebur-
go, en las pinturas de Matthias Grünewald y del taller de Lucas Cranach, o en el
libro titulado Chronicon Helvetiae, una crónica de la historia de Suiza, de 1576.
Figura siempre como soldado con símbolos de su autoridad militar y frecuente-
mente rodeado de sus compañeros, especialmente en pinturas. Unas veces es caba-
llero armado, caso en el que suele estar solo, con espada y lanza, llevando un estan-
darte rojo con cruz blanca, pero con más frecuencia es soldado a pie, con espada y
armadura a la romana, muchas veces con escudo. Lo vemos igualmente pertrecha-
do a la moda militar de las distintas épocas, como lo presenta Pedro Canisio en su
libro sobre el Santo, o como lo está en el estandarte del Museo de Valladolid. Y
raramente aparece en iconografía que no destaque su condición militar, tal como
se le ve en calidad de patrono del gremio de los tintoreros de Alcoy, con manteo y
bonete, un libro y una vara, guardando como símbolo a sus pies un casco, y mos-
trando su peana un barreño y dos cucharas alusivos a tal patronato.
Asociado a Urso y Víctor figura en nuestro estandarte y también en el Museo Nacio-
nal de Suiza (Zurich), donde los santos visten atuendo similar con fecha de 1626. El
culto a estos dos mártires se extendió principalmente en Suiza, irradiando desde
Solothurn, lugar de la invención de su pasión, pero no llegó a difundirse en España.
Menos frecuente es la representación del ciclo narrativo de San Mauricio y su legión
en distintas escenas, como en el caso de la serie de tapices flamencos, del siglo XVI,
de la catedral de San Mauricio, en Vienne (Isère, Francia), o de algunos retablos,
como el de Palazuelo de Vedija (Valladolid). También el Museo Lázaro Galdiano
conserva dos tablas procedentes de un retablo flamenco desconocido, fechado en
1561, en el que parecen recogerse dos escenas de la leyenda de la famosa Legión.
En España su principal imagen es la del gran cuadro que hizo El Greco por encar-
go de Felipe II para El Escorial, en el que está vestido a la romana, rodeado de sus
compañeros, con la escena del martirio al fondo. Fue pintado entre 1580 y 1582
para el altar de la basílica dedicado a San Mauricio pero nunca fue instalado en el
lugar a que estaba destinado. No fue del agrado del rey, quien hizo un nuevo encar-
go al pintor italiano Rómulo Cicinato, en 1584. Éste, siguiendo pautas del cuadro
del Greco pero con un concepto mucho más devoto, realizó la representación del
martirio de la Legión Tebana de mayores dimensiones en la pintura española.
No obstante, Mauricio es santo poco habitual en la iconografía española, no así en
el resto de Europa, donde cuenta con numerosas iglesias bajo su advocación, espe-
cialmente en Francia y Suiza. En Italia, Amadeo VIII de Saboya fundó en 1434 la
Orden militar de Caballeros de San Mauricio, que luego se unió con la Orden
[178]
Eloísa Wattenberg García
Palazuelo de Vedija, parroquia de Santa María. Retablo mayor, relieves del martirio de San
Mauricio y sus compañeros.
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El estandarte de San Mauricio
Real Iglesia de San Miguel y San Julián, de Valladolid. Urna-relicario “cabeza de San Mauricio”.
Siglo XVIII.
El culto a los mártires tebanos se constata en puntos muy concretos: la catedral; las
fundaciones jesuitas de Valladolid y Villagarcía de Campos; y en Palazuelo de
Vedija, de donde el Santo es patrón.
Después de depositarse en la catedral el arca con la reliquia del Santo en 1604, se
tiene constancia de su periplo en el interior del templo, en distintas capillas y en el
presbiterio hasta 1915. Pero a partir de esa fecha deja de anotarse la ubicación del
arca en los inventarios catedralicios, hoy es un cráneo guardado en una sencilla
urna de madera con cristal, en el que consta escrito a tinta “San Mauricio”, el único
testimonio que recuerda aquél presente tan pomposamente recibido en la ciudad.
Las fundaciones de la Compañía de Jesús reunieron por su parte importantes co-
lecciones de reliquias en Valladolid, en Medina del Campo y en Villagarcía de Cam-
pos. Como grandes agentes de la Reforma católica, los jesuitas participaron en la
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Eloísa Wattenberg García
[181]
IV
VALLADOLID INTANGIBLE
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Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
El conde Pedro Ansúrez es una de las grandes personalidades de la España que tran-
sitó del siglo XI al XII, en medio de una crisis de crecimiento marcada por inten-
sos conflictos. El poder creciente de los nobles y la Iglesia y el sometimiento de los
campesinos que se tornó en revuelta, los progresos de la urbanización y de una
sociedad donde comerciantes y artesanos aspiraban a tener peso específico, y la
irrupción de corrientes rigoristas tanto en el campo cristiano como en el musul-
mán, son expresiones de esa época. Una época que es la de Alfonso VI, el rey de
León y Castilla que conquistó Toledo en 1085. El conde fue su consejero y en su
corte abanderó un sector nobiliario del que formaban parte los condes Martín Al-
fonso de Cea, Martín Flaínez de León y García Ordóñez de Nájera, herederos de
antiguas estirpes como él mismo lo era. Pero también estuvo cerca de la reina Urra-
ca, que a partir de 1109 se convirtió en la sucesora del conquistador de Toledo, así
como de sus coetáneos Alfonso “el Batallador” de Aragón y Ramón Berenguer III de
Barcelona. Además, entre los grandes protagonistas de la época no pueden faltar ni
Mío Cid Rodrigo Díaz de Vivar, el mejor ejemplo de una vida fronteriza que contó
con numerosos émulos y seguidores, ni el puñado de sagaces extranjeros que tuvie-
ron un papel innovador en la religión y la política, liderando grupos muy activos.
[185]
El conde Pedro Ansúrez
1 Este trabajo forma parte de la labor divulgadora del Proyecto de Investigación coordinado “Los
espacios del poder regio, ca. 1050-1385. Procesos políticos y representación”, ref. HAR2010-21725-C03-01
(Subprograma HIST), financiado por el MINECO.
[186]
Pascual Martínez Sopena
se convirtió en sede de una nueva diócesis. La tercera está formada por una colec-
ción de apuntes que evocan cómo nuestra ciudad ha guardado su recuerdo. Entre
los lugares de memoria destacan su sepultura en la catedral y la estatua que presi-
de la Plaza Mayor: hay otros recuerdos que conjugan fantasía, tradición e historia
en dosis distintas. Pero bien mirado, éste no es un problema mayor. Lo que suce-
de es que, a diferencia de tantos héroes efímeros, la figura del conde Ansúrez ha
perdurado en el imaginario vallisoletano porque los valores que encarnó se han ido
adaptando con cierta facilidad al correr de los siglos. Así como la vida del conde
encierra tiempos diversos, su prestigiosa figura ha podido recrearse con diversos
acentos y en diversos sitios conforme pasaba el tiempo.
El conde Diego Muñoz, que aparece en los diplomas desde 936 y murió en torno
a 951, no fue el primero de los Banu Gómez. Hoy se estima que ese sobrenombre
se dio a los descendientes de un incierto Gómez de la segunda mitad del siglo IX,
cuyo hijo Munio Gómez ya debía formar parte de la aristocracia leonesa, aunque
sea con la generación de Diego Muñoz, su nieto, cuando el poder de la parentela
alcanza a conocerse2. Este tiempo es, a su vez, el tiempo del rey Ramiro II de León
y el del conde Fernán González de Castilla. En 939, unidas sus fuerzas, ambos cau-
dillos derrotaron en Simancas y Alhándega al califa Abderramán III, el principal de
los protagonistas del momento.
Es decir, el califato de al-Andalus vivía a mitad del siglo X un esplendor que hizo de
su capital, Córdoba, la mayor y mejor de las ciudades de Occidente: aunque no care-
ció de contraluces. La victoria de Simancas favoreció la penetración de leoneses y cas-
tellanos al sur del Duero durante un decenio, de suerte que las gentes de Ramiro II
se instalaron en Salamanca y su contorno mientras Fernán González alcanzaba
Sepúlveda. Pero conviene añadir que, aparte de compartir un gran éxito, las relacio-
nes entre ambos eran problemáticas –y el romancero ha guardado memoria de sus
2 TORRES SEVILLA, Linajes nobiliarios de León y Castilla, pp. 236 y ss. Siguiendo la opinión de Julia
Montenegro, la autora considera que Munio Gómez fue el padre de Diego Muñoz, documentándose pro-
piedades suyas en San Pedro de Cansoles (comarca del alto Cea, próxima a las Fuentes Carrionas). Propone
además identificarlo como el conde Abolmondar Albo, que junto a su hijo Diego y otros magnates fue
encarcelado por el rey Ordoño II tras el desastre de Valdejunquera (920), del que los había hecho responsa-
bles. Diego Muñoz tuvo dos hermanos: Osorio Muñoz, primus palatii, y el conde Gómez Muñoz.
[187]
El conde Pedro Ansúrez
disputas. Desde León, su capital, el rey dominaba las tierras que avenan el Esla y sus
afluentes; además, buscó asegurarse la fidelidad de la aristocracia gallega. El conde
tenía su sede en Burgos y extendió su influencia por Álava y La Rioja. Esto preocu-
paba a sus vecinos navarros, que buscaron la alianza leonesa para contrarrestarlo.
Los Banu Gómez construyeron su espacio político entre los reyes de León, los con-
des de Castilla y los califas de Córdoba durante tres generaciones. En el curso de
la cuarta, el fin del califato y la unión de León y Castilla fueron los factores de un
nuevo panorama político de la Península, lo que tuvo consecuencias sobre las gran-
des parentelas de la nobleza. Antes de esto, Diego Muñoz había llegado a contro-
lar un espacio articulado por el Carrión. Iba desde las montañas donde nace el río,
a la sombra del Espigüete, el Curavacas y Peña Prieta, hasta el corazón de la tierra
de Campos. Sus descendientes consolidaron su predominio en este corredor, dila-
tándolo hacia el sur y el oeste por el bajo Pisuerga y los valles del Sequillo y del
Valderaduey. Saldaña fue su capital, aunque con el paso del tiempo creció la impor-
tancia de la “ciudad” de Santa María de Carrión, la actual Carrión de los Condes:
es el signo de un paulatino deslizamiento de los centros de poder hacia las tierras
llanas y de la revitalización de cierta “calzada antigua” que en el siglo XI pasa a
identificarse como “el Camino de Santiago”.
Por debajo de este breve balance discurre una historia de alianzas, negociaciones y
contiendas. La esmalta un reguero de matrimonios y embajadas, algunas fundacio-
nes monásticas, clamorosas expediciones militares por tierra de moros –o colabo-
rando con moros por tierra de cristianos. A través de ellas, los Banu Gómez se reve-
lan como una estirpe de políticos pragmáticos, cuyo éxito se hace patente al
considerar la diferencia de tamaño de su zona de irradiación con la de los polos de
poder mayores y la trayectoria más breve o menos autónoma de poderes compara-
bles al suyo –como las casas condales de Cea y de Monzón. Una noticia rápida de
las andanzas de los señores del Carrión debe evocar –aparte del nacimiento de los
monasterios San Román de Entrepeñas y de San Juan Bautista de Carrión (que
luego se dedicará a San Zoilo)–, el buen entendimiento de Diego Muñoz con
Fernán González frente al rey de León, el recibimiento de su hijo Gómez Díaz en
Medina Azahara, la residencia de los califas, y las excelentes relaciones de Alman-
zor y su hijo Abdalmalik con el conde García Gómez, su nieto. En León se le recor-
daría como el instigador de “la guerra entre cristianos”, antes de que la ruina del
califato de Córdoba tuviera uno de sus primeros y más dramáticos episodios en el
asalto y saqueo de la gran urbe por la hueste que mandaba el conde carrionés.
De todas formas, hay que precisar que estos personajes articulan una de las dos
ramas principales de la parentela: otro de los hijos de Diego Muñoz, el conde
Fernando Díaz, encabezó la segunda, en la que destacarían sus hijos los condes
Diego y Fáfila Fernández. Esto muestra que, junto a su dimensión territorial, el
poder de Banu Gómez poseía cierta dimensión coral, al estilo de otras parentelas
nobiliarias. Al frente de cada una no había uno, sino varios parientes que se titula-
ban condes. Si esta circunstancia podía provocar conflictos, también facilitaba el
relevo dentro del grupo de primos en circunstancias inesperadas, como les ocurrió
[188]
Pascual Martínez Sopena
a ellos. García Gómez desapareció pronto, en el año 1012, quizá en el curso de las
guerras por el control de al-Andalus que había atizado, lo que concedió protago-
nismo a sus parientes.
Pero por primera vez en medio siglo, el rey de León empezaba a contar por enci-
ma de cualquier otro soberano de las Españas cristiana y mora. Alfonso V, el
monarca que renovó las leyes leonesas a partir de 1017, también impuso su autori-
dad sobre los grandes señores del reino. El conde Sancho García de Castilla, que
había ocupado un puesto preeminente durante la minoría del rey, terminó siendo
alejado de la corte, en tanto el conde Diego Fernández de Carrión se vio obligado
a devolver en los años 1020 los bienes que había usurpado aprovechando las cir-
cunstancias de ese mismo periodo.
Después de que Alfonso V muriese trágicamente en 1028 ante Viseo y que el infan-
te García, el joven sucesor del conde Sancho de Castilla, fuera asesinado cuando iba
a casarse en la capital regia al año siguiente, el reino retornó a la inestabilidad. El
rey Sancho III de Pamplona y sus hijos se convirtieron en los grandes beneficiarios
de una situación crítica que alcanzó el paroxismo en septiembre de 1037, cuando
otro joven soberano, el rey Vermudo III de León, cayó en la batalla de Tamarón
combatiendo contra García y Fernando, herederos del monarca navarro.
1028-1037: Los sucesos de este decenio conducen a dos situaciones similares. Los
derechos que ostentaba el conde de Castilla muerto pasaron a su hermana
Mumadonna-Mayor, casada con Sancho de Pamplona, que los cedió a su hijo
Fernando. Los derechos de Vermudo III fueron heredados por su hermana Sancha,
esposa de este mismo Fernando. Dos mujeres pusieron en manos de sus cónyuges
y de su descendencia la legitimidad necesaria para restablecer un orden que la acu-
mulación de episodios sangrientos hacía discutible. Pero explicar lo que sucedió
como una filigrana de genealogía puede simplificar los problemas. Después de su
victoria, Fernando de Castilla tardó casi un año en hacer su entrada en su nueva
capital, León. Y cuando esto sucedió, alrededor del flamante rey se hallaban no
solo quienes le habían acompañado en Tamarón, sino también miembros de las
grandes parentelas de todo el reino. Es posible que la concurrencia de la familia de
los condes de Carrión, de Cea y de Grajal o de León fuera consecuencia de una
intensa y relativamente lenta campaña después de la muerte de Vermudo III para
asegurar la fidelidad de los magnates del país a base de negociar con ellos.
Entre los que fueron ganados para la causa de Fernando I se hallaban los condes An-
sur, Gómez y Fernando Díaz, hijos del mencionado Diego Fernández. Un expresi-
vo texto cuenta cómo se representaba este hecho. Después de la entronización de
Fernando I en León, el conde Ansur Díaz le pidió un sitio para residir en la ciudad,
de modo que le pudiera servir del modo más inmediato posible.
[189]
El conde Pedro Ansúrez
3 El esquema genealógico que acompaña a estas páginas ilustra sobre las relaciones familiares del
conde Pedro Ansúrez y revela ciertas carencias. Se desconoce el nombre y la parentela de su madre. No es
seguro que cierto Gonzalo Ansúrez fuera hermano suyo, aunque se documenta bien un personaje de ese
nombre; sus intereses se localizaban cerca de Villada. Tampoco es segura la identificación de Fernando
Ansúrez, otro supuesto hermano. En cambio, se sabe que Ansur Díaz casó en segundas nupcias con Justa
Fernández, hija del conde Fernando Flaínez, y que de este matrimonio nació el conde Diego Ansúrez. Justa
Fernández se retiró en su ancianidad a San Pedro de Marcigny, el monasterio que era la filial femenina de
Cluny. Su padre era miembro de una estirpe que se hace sitio en los documentos al mismo tiempo que
Diego Muñoz; sus orígenes se hallan en las montañas de la cabecera del Esla, en torno a Riaño. El conde
Fernando Flaínez tuvo la ciudad de León bajo su autoridad desde los últimos años del reinado de Alfonso V,
gobernándola hasta su fallecimiento hacia 1050 –por las mismas fechas moriría su yerno. Esto sugiere que
el ambiente cortesano de los primeros tiempos de los reyes Fernando y Sancha aglutinó a magnates de dis-
tinta procedencia. Los instrumentos de este proceso de articulación de la élite debieron pasar por atribuir o
confirmar cargos de responsabilidad, promover enlaces matrimoniales o alimentar el contacto entre los vás-
tagos de la distintas familias, incluida la parentela regia.
[190]
Pascual Martínez Sopena
El último día del año 1065 murió el rey Fernando I en su palacio de León, hacien-
do penitencia pública junto a las reliquias de San Isidoro que había conseguido
traer poco antes de Sevilla. Es sabido que el monarca dividió sus reinos entre sus
hijos, sirviéndose de la vieja costumbre de repartir los bienes patrimoniales. Su
padre lo había hecho del mismo modo, y los conflictos a que eso dio lugar se repro-
dujeron. Entre los cinco hijos del rey, el primogénito Sancho recibió Castilla;
Alfonso y García, León y Galicia respectivamente; a las dos hijas del rey difunto,
Urraca y Elvira, se les asignaba el señorío de Zamora y Toro.
Sancho II no aceptó la situación y pretendió reunir la herencia. Primero venció y
apresó a García, aliándose con Alfonso. Luego se volvió contra éste, y en 1070 y
1072 le derrotó en los campos de Golpejera y de Llantada –dos lugares inmediatos
a los señoríos de los Banu Gómez. Después de la segunda vez, Alfonso se exilió en
Toledo. Le acompañaban Pedro Ansúrez y los suyos.
Pero es bien conocido que la situación cambió en pocos meses. Sancho puso sitio
a Zamora con la idea de someter a su hermana Urraca y murió ante sus muros. El
eco del suceso forma parte de nuestra memoria colectiva, alimentada por roman-
ces y crónicas que cuentan su alevoso asesinato por Bellido Dolfos, la complicidad
necesaria de la infanta Urraca, el juramento exigido por los castellanos a Alfonso,
vuelto enseguida del exilio, antes de reconocerle como su soberano… En la iglesia
de Santa Gadea de Burgos, Mio Cid Rodrigo Díaz habría tomado la voz para que
confirmase que él no había tenido nada que ver con el crimen.
Un tanto paradójicamente, el nuevo monarca realizó la política que había conduci-
do a su hermano a una muerte trágica. Alfonso VI fue rey de Castilla, de León y de
Galicia –pues García siguió encarcelado hasta el fin de sus días–, mientras sus her-
manas disfrutaron sus posesiones durante toda su vida, según la tradición de que las
hijas célibes de los reyes mantuvieran una discreta vida religiosa, disfrutaran de copio-
sas rentas y fueran algo parecido a las guardianas de la memoria de la dinastía. Fue
aún más allá: Toledo, lugar de exilio, se convirtió en el objetivo de los años inme-
diatos. La vieja capital de la España visigoda tenía un enorme significado estratégico
y simbólico. Su posesión era una clave para controlar el tercio central de la Península,
al mismo tiempo que confería a su dueño el poder de la evocación. El rey animó la
ocupación de las tierras del sur del Duero y llevó a cabo una larga guerra de desgas-
te, que culminó con la conquista de la ciudad en 1085. Los nobles que entonces com-
ponían el circulo mas próximo al rey tuvieron un amplio protagonismo en la ocu-
pación de los nuevos espacios –que se conocían como Extremaduras entre el Duero
y las montañas del centro de España, y como Transierra desde allí al Tajo.
Pero la reacción musulmana fue inmediata. Aterrados, los reyes de las taifas andaluzas
llamaron en su ayuda a los almorávides. Desde unos decenios atrás, en los bordes del
Sahara menudeaban las tribus beréberes fanatizadas por las predicaciones de líderes
rigoristas. Los almorávides, “los hombres del santuario” representaban la corriente
de más éxito en este momento. Constructores de un vasto imperio en el noroeste
[191]
El conde Pedro Ansúrez
4 Leví-Provençal y García Gómez, El siglo XI en 1ª persona: Las memorias de ‘Abd Allah, passim. Las
memorias también retratan a Alvar Fañez, el leal pariente del Cid, y al conde Sisnando Davídiz, el alvazil. De
origen mozárabe, el conde Sisnando había servido a Fernando I cuando la conquista de Coimbra y tuvo una
especial responsabilidad en Toledo. Abdallá de Granada recrea cómo fue el encargado de explicarle que el
objetivo de la política cristiana era restaurar la España que la invasión musulmana había destruido. En cam-
bio, Alvar Fáñez no se había entretenido con sutilezas. Su imagen está muy lejos de la que refleja el Cantar
de Mio Cid. Después de recibir la suma comprometida, le explicó a Abdallá que ésa era su comisión perso-
nal, y que si no quería tener problemas con Alfonso VI, debía remitirle otro tanto. Teniendo en cuenta esto,
es fácil deducir –siguiendo al propio Abdallá–, por qué las parias, que se traducían en grandes cargas para
los súbditos de las taifas, hicieron impopulares a sus gobernantes y favorecieron la implantación de los
almorávides en al-Andalus.
[192]
Pascual Martínez Sopena
5 En 1076, cuando ya había muerto el conde Gómez Diaz, su viuda Teresa Peláez y sus hijos donaron
el monasterio de San Zoilo de Carrión a la orden de Cluny. Después, las noticias son mínimas y se cosechan
lejos. Así, Fernando Gómez gozaba de la confianza del rey Sancho Ramírez de Aragón en los años 1080; pero
se desconocen las circunstancias de su establecimiento en la corte pirenaica (REGLERO, Cluny en España,
pp. 240 y ss.).
6 Se trataba de beneficios que sustentaban ciertas obligaciones del noble respecto a su señor: el auxi-
lium y el consilium ; lo primero tenía un fuerte tono militar –el conde y su mesnada debían acudir a la lla-
mada del rey–, mientras lo segundo consistía en una variedad de servicios (asistencia en la curia regia –el
órgano asesor del monarca–, pesquisas legales, embajadas, o la crianza de los hijos del rey).
7 Es decir, bienes donados por el monarca en recompensa de sus servicios “por juro de heredad” o
adquiridos a particulares por compras, permutas, deudas o de otro modo. Con gran frecuencia, contribuían
a incrementar las propiedades en las áreas donde la parentela ya tenía una implantación más o menos
intensa, así como en los territorios que el conde recibía en calidad de tenencia –a consecuencia de sus pro-
pias sentencias judiciales, por ejemplo.
[193]
El conde Pedro Ansúrez
[194]
Pascual Martínez Sopena
se resintieran las relaciones con Pedro Ansúrez. El conde Martín Flaínez debió tute-
lar a los hijos de Martín Alfonso y también fue tenente de Simancas; paralelamente,
y supliendo al difunto conde, pasó a autorizar con Pedro Ansúrez las cartas de pa-
rientes, vasallos y amigos de uno y otro8.
Como se ha adelantado, estos magnates constituían el núcleo de la gran nobleza
tradicional asentada en el corazón del reino, es decir, la que dominaba en el vasto
cuadrilátero que se extiende del río Pisuerga al Órbigo, y desde las sierras cantábri-
cas al Duero, umbral de la Extremadura. Pero en la última década del siglo XI se
produjo un gran cambio: creció la influencia de nobles foráneos que organizaban
sus propias redes, y se consolidó una nueva Iglesia reformada por el papado y los
monjes cluniacenses9. La estrecha conexión entre ambos factores multiplicó sus
efectos en la sociedad y la política de toda la Península.
La presencia de foráneos hundía sus raíces en los años en que Sancho el Mayor de
Pamplona dominó la España cristiana. El Camino de Santiago y las sedes episcopa-
les de nueva fundación son los ámbitos donde mejor se aprecia, pero desde fines de
los años 1080, la corte de Alfonso VI se convierte en un nuevo polo de atracción.
Muchos de estos clérigos y laicos, tanto nobles como gentes comunes, provenían
tradicionalmente de los condados catalanes –sobre lo que la ciudad de Palencia
ofrece un ejemplo aleccionador–, que también se aprecia en el ambiente cortesa-
no; una de sus consecuencias fue una sucesión de alianzas matrimoniales10.
¿En qué contexto se produjeron tales alianzas? Uno de los episodios más significa-
tivos, el matrimonio de María-Mayor, hija del conde Pedro Ansúrez, con el conde
8 La suscripción en los diplomas suele ser un buen indicio de las jefaturas familiares, de las alianzas
entre parentelas, y de sus formas de acción política –por privados que parezcan los actos. Conviene adver-
tir que la casa de los condes de León había tenido graves problemas con Fernando I en los años 1060; como
consecuencia, el rey confiscó los bienes del conde Flaín Fernández. Las primeras noticias de sus hijos Martín
y Fernando Flaínez son de este momento de debilidad, y reflejan la búsqueda de patronos en el seno de la
propia familia regia. Durante el reinado de Alfonso VI volvieron a cobrar protagonismo. Fernando Flaínez
debió intervenir con éxito en Toledo, aunque desapareció de inmediato, y Martín Flaínez fue, en 1090 y
1091, el destinatario de sendas cartas de Alfonso VI que instan a la movilización de los leoneses contra la
amenaza almorávide, signo de su renovada autoridad. Casado con Sancha Fernández, prima de Martín
Alfonso, desde fines de los años 1080 defendió judicialmente sus intereses frente al poder del monasterio
de Sahagún. Aunque las noticias arrojan un balance de fracasos (no es extraño, tratándose casi siempre de
informaciones procedentes del archivo monástico), es visible que se alineó con las comunidades campesi-
nas que pugnaban por mantener el régimen de benefactoria frente al avance de fórmulas de dominación
señorial más rigurosas (ver nota 17).
9 El monasterio de los santos Pedro y Pablo de Cluny, en Borgoña, desarrolló cierto modelo de piedad
pública alrededor de una liturgia espectacular, tenida por eficaz para la salvación eterna y los difuntos.
Fernando I acordó un cuantioso censo que Alfonso VI incrementó, al tiempo que confiaba a los cluniacenses
la restauración de la vida monástica. Es fama que la gran iglesia de Cluny III se financió con estos recursos. El
primero de los monasterios cedidos a Cluny fue San Isidro de Dueñas (1072). Otros, como Sahagún, no entra-
ron en la Ecclesia Cluniacensis, pero fueron reformados según sus costumbres (hacia 1080). La entrega de mo-
nasterios a Cluny por los nobles tuvo su correlato en la entrega de personas, como la ya citada condesa Justa.
10 Hacia 1100, los condes de Barcelona, Pallars Sobirà y Urgel estaban casados con mujeres nobles
de los reinos hispánicos occidentales: Cristina Rodríguez, hija del Cid, era la esposa de Ramón Berenguer III
de Barcelona; María Pérez, hija del conde Pedro Ansúrez, lo era de Armengol V de Urgel, mientras Artal II de
Pallars era el marido de Elvira Martínez, hija del conde Martín Alfonso.
[195]
El conde Pedro Ansúrez
Armengol V de Urgel evoca que, siendo padre añoso, el conde Armengol IV esta-
bleció que su hijo se educara en la corte y bajo la protección de Alfonso VI, por si
él fallecía demasiado pronto. Un aura de prestigio puede explicarlo. La corte del
conquistador de Toledo se nutrió de un imaginario cristiano, heroico y opulento,
que se asoció con las visiones de oportunidades fáciles y peligros a la medida de los
ideales caballerescos.
Una combinación de todo esto debió atraer a Raimundo de Borgoña y a su primo
Henrique, dos hombres sagaces. Miembros de la casa condal de Borgoña y parien-
tes de la reina consorte Constanza y del abad Hugo de Cluny, el eclesiástico más
poderoso de su tiempo, con tales créditos accedieron a la intimidad del soberano,
que los convirtió en sus yernos. Raimundo, casado con la infanta Urraca, fue hecho
conde de Galicia y actuó intensamente en la repoblación de la Extremadura.
Henrique, esposo de la infanta Teresa, se convirtió en conde de Portugal.
Los yernos franceses construyeron sus redes de relaciones al amparo de estos títu-
los. Nobles gallegos y leoneses, como ha quedado indicado al principio, se orga-
nizaron alrededor del conde Raimundo, mientras Henrique se apoyaba en los
“infanzones” de Portugal11.
11 Las casas nobiliarias del norte de Portugal –da Maia, Sousa, etc.- se tenían por herederas de los
“infanzones” sobre quienes se apoyó el conde Henrique. En todo el reino, los “infanzones” componen un sec-
tor social formado por caballeros y notables de irradiación comarcal, que alcanzaron a ennoblecerse en la
segunda mitad del siglo XI (es decir, que vieron reconocido un estatuto que aunaba el ejercicio de la milicia
y la influencia sobre sus convecinos con la exención de tributos, el derecho a ser juzgados según normas par-
ticulares y la trasmisión hereditaria de su condición). Hay que tener en cuenta que las antiguas casas con-
dales de Portugal se habían extinguido a mediados del siglo XI; su espacio político fue ocupado primero por
el conde mozárabe Sisnando Davídiz, señor de Coimbra, y luego por el conde Henrique, que ligó mediante
vínculos de fidelidad a su persona a las citadas parentelas de infanzones y les atribuyó una nueva autoridad.
[196]
Pascual Martínez Sopena
señor. Una nueva ofensiva almorávide en el valle del Ebro, tras el reciente aban-
dono de Valencia por los cristianos, significaba una amenaza para el condado de
Urgel y para la continuidad de una dinastía secular, cuyo futuro se cifraba en
Armegol VI, el nieto huérfano de Pedro Ansúrez. Razones de sangre habrían moti-
vado una decisión drástica.
Nadie pone en duda las razones personales. Pero otros autores inciden en que la
causa profunda de su marcha fue su desplazamiento del círculo de próximos al
soberano. El conde salió del reino, se desnaturó ¿Tal vez preterido, al estilo del
refrán que se lee más tarde en boca de nobles, “No te diré que te vayas/mas hacer-
te he porque fuyas”? Atender a las necesidades de su nieto pudo tener mucho de
circunstancia sobrevenida en un ambiente donde su estrella se oscurecía. La
supuesta aquiescencia de Alfonso VI a su marcha no significaba que, compren-
diendo sus preocupaciones familiares y los problemas de la frontera oriental, pres-
cindiera de uno de sus hombres más capaces; más bien certificaba que los tiempos
habían cambiado y que sus servicios ya no tenían el valor de antaño.
En el Liber Feudorum Maior, la memoria selecta de las relaciones entre los condes
de Barcelona y sus grandes vasallos compilada a fines del siglo XII, se transcribe el
pacto feudal que en 1105 estableció el conde Ramón Berenguer III con don Pedro,
donde éste se reconocía como su vasallo. Pero el famoso códice también copia otro
pacto sin datar, aunque probablemente sea de fechas próximas: esta vez, el conde
de Carrión se muestra haciendo vasallaje al rey Alfonso el Batallador de Aragón.
En el texto, el monarca se comprometía a proporcionarle cada año provisiones para
40 caballeros con sus monturas, además de 2000 monedas de plata.
Los dos pactos corresponden al momento en que el conde Pedro Ansúrez y sus
señores y aliados protagonizaron la contraofensiva que culminó con la conquista de
Balaguer, la ciudad musulmana que era la llave de las tierras del Bajo Segre y que
con el paso del tiempo se convertiría en la capital del condado de Urgel. En este
momento, él lo regía en nombre de su nieto, como certifican ambos documentos y
conmemora una moneda, la más antigua entre las que sabemos acuñadas en el gran
señorío subpirenaico: en la orla de sus caras se lee Petrus comes/ Urgello d<omin>us (“el
conde Pedro/señor <de> Urgel”).
Moneda de Pedro
Ansúrez [J. Botet i
Sisó: Les monedes
catalanes].
[197]
El conde Pedro Ansúrez
[198]
Pascual Martínez Sopena
de ésta le debían como domino et viro meo, siempre que se comportara “como un buen
marido debe hacerlo con una buena esposa”13. Se ha supuesto que el enlace tuvo que
ver con los buenos oficios del conde, cuyos estrechos vínculos con el rey habrían ser-
vido para concertar un enlace oportuno para los reinos cristianos. Hacer frente a los
almorávides bajo el caudillaje de un rey-consorte experimentado en la guerra y capaz
de reclutar tropas de las dos vertientes del Pirineo, parecía una idea brillante.
Pero el matrimonio se reveló enseguida como un fiasco. En tales circunstancias, es
conveniente preguntarse si el gran protagonismo de los territorios del reino y de sus
señores en los diplomas que la cancillería expidió en estos momentos muestran una
organización bien estructurada alrededor de la soberana, o más bien son un signo
de la fragmentación de la soberanía… El monje desconocido que escribió la “Prime-
ra Crónica” de Sahagún tildó el matrimonio de “malditas y descomulgadas bodas”,
e hizo derivar de la confrontación entre los esposos una larga guerra civil. Cabe aña-
dir que la guerra hizo que se desbordaran tensiones acumuladas por decenios, y que
en su desarrollo se advierte un confuso enfrentamiento de bandos (además del enca-
bezado por cada cónyuge, otros dos se agruparon alrededor de los condes de
Portugal-Coimbra y de antiguos colaboradores gallegos de Raimundo de Borgoña).
¿Cómo caracterizar a los bandos en liza? ¿Qué gentes participaban, cuáles eran sus
áreas de influencia? La mayoría de los prelados y de los principales condes –ésos
que parecen titulados como los más poderosos de grandes regiones o de sus habi-
tantes–, se alinearon con la reina, salvo los que se habían comprometido con su hijo
Alfonso Raimúndez en Galicia. El bando de Henrique y Teresa de Portugal predo-
minaba en el suroeste del reino hasta Zamora y Astorga, aunque también se aprecia
su irradiación puntual en Castilla. En las zonas guerreras de la frontera meridional
–las Extremaduras de los “caballeros pardos”–, y en muchas de las ciudades y villas
del Camino de Santiago, donde había una numerosa población de burgueses extran-
jeros, predominó Alfonso el Batallador ¿Qué dinámicas se aprecian? La guerra se
caracterizó por una combinación de operaciones convencionales (que tomaron
como eje la propia ruta jacobea) e incursiones de pillaje que se apoyaban en las for-
talezas de cada comarca; una variante del pillaje fue la entrega forzada de las tierras
y los tesoros de monasterios y catedrales para cubrir las necesidades de las tropas. En
13 RUIZ ALBI, I.: La reina doña Urraca (1109-1126), nº 2 (fechado el 10 de septiembre de 1109). En
el primer documento conservado de la reina (nº 1 de esta colección, datado el 22 de julio) también figura
el conde Pedro Ansúrez como “conde de los Carrioneses” (Carrionensium comes, por delante de los deno-
minados condes “de los castellanos”, “de los asturianos”, “de los leoneses”, del comes y del consul “de
Galicia”, y del dux de Toledo, su yerno Alvar Fáñez). Este documento, apenas tres semanas después de la
muerte de Alfonso VI, tiene el aire de las grandes solemnidades y es considerado un original por su editora;
pero la referencia al abad y “todos los canónigos de San Isidoro” lo pone bajo sospecha, pues no fue hasta
1148 que la gran abadía leonesa se convirtió en una canóniga regular. La carta de arras (nº 4) presenta un
problema de fecha subsanable; el matrimonio debió celebrarse en noviembre. La lista de los principales con-
des aparece de nuevo (con variantes) en otros documentos de 1110, como el redactado cuando “la reina
salió con su ejército hacia Zaragoza a mediados de agosto” desde Nájera, punto de reunión de las tropas
(nº 9). Además del citado “conde de los Carrioneses”, firmaban esta vez los condes Gómez González “de los
Castellanos”, Pedro González [de Lara] “de Medina [del Campo]”, Rodrigo Muñoz “de Asturias”, Sancho “de
Pamplona”, y los señores de Nájera, Calahorra y Marañón.
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El conde Pedro Ansúrez
14 Roderici Ximenii de Rada, Historia de Rebus Hispaniae, VII, I, 18-56, pp. 220-221 (traducción libre).
Como se aprecia, esta obra indica algo desconocido en las fuentes coetáneas: que Pedro Ansúrez fue ayo de
la futura reina; puede no ser cierto. Por otra parte, atribuye a ésta la confiscación de la “tierra” que disfru-
taba el conde por concesión regia; de haber ocurrido, este hecho cuadraría mejor como decisión de Alfonso
VI, relacionándose con la estancia en el condado de Urgel desde 1103.
[200]
Pascual Martínez Sopena
En el año 927, cuando los Banu Gómez despuntaban en las tierras altas del Cea y del
Carrión, el obispo Cixila de León dictó su testamento. Debió hacerlo en Simancas,
pues fue refrendado por varios “hombres de Simancas”, sin duda de los principales
de la ciudad y su contorno, encabezados por cierto presbítero Holit. Simancas era
entonces una de las pocas civitates del país y tenía gran importancia en su dispositivo
de defensa. Por allí –como por Peñafiel, Toro o Zamora–, pasaba la frontera meri-
dional del reino, ceñida al Duero. Apenas un decenio después la ciudad contempló
la gran victoria sobre Abderramán III. Eventual residencia de los monarcas leoneses,
Simancas fue sede de un obispado al menos entre 952 y 974... Pero este periodo de
florecimiento se truncó en 983 cuando Almanzor, visir de un nuevo califa, la arrasó.
Nada más se sabe del presbítero Holit. En todo caso, se podría vincular su nom-
bre, poco común, con sus posesiones en cierto paraje del territorio de Simancas, y
tenerlo por matriz del topónimo “Valladolid”, el “valle de Olit”. De las diversas teo-
rías sobre el nombre de Valladolid, la mayoría propone fundamentos lingüísticos
celtas y latinos. En contraste, ésta destaca varios aspectos de la colonización del
valle del Duero en los siglos de la alta Edad Media. En primer lugar, la expansión
astur-leonesa enfrentada a los musulmanes de al-Andalus, con su cortejo de éxitos
y fracasos y su conexión con las poblaciones del centro del valle y los cristianos
mozárabes que emigraron del Sur. Luego, un modelo de organización del espacio
basado en que aglomeraciones como Simancas, otras civitates y muchos más castros
controlaban amplios contornos, los alfoces –una palabra árabe que identifica al dis-
trito rural que depende de un centro urbano. La población de cada alfoz, disemi-
nada por aldeas más o menos antiguas y nuevas, estaba sujeta a la autoridad que
representaba su centro a efectos judiciales, tributarios y militares. La existencia, en
fin, de un sector de notables locales que sirvió para articular territorios, sociedad y
poderes; sus nombres, inscritos en el paisaje, han preservado su incierto recuerdo15.
Pero hasta los años finales del siglo XI –un siglo después de la ruina de Simancas–,
ninguna noticia enlaza al supuesto “Valle de Olid” con la villa asentada en la con-
fluencia de Pisuerga y Esgueva. Tal silencio ha convertido al conde Pedro Ansúrez
y su esposa Eilo Alfonso, seguros promotores de la iglesia colegial y señores del lu-
gar, en fundadores de Valladolid, algo que seguramente dista de ser cierto: aunque
tampoco es muy importante.
15 Om<i>nes Septimance: Holit presbiter t<esti>s. … (siguen otros diez nombres; SÁEZ, E.: Colección
documental del Archivo de la Catedral de León. I, nº 75, p. 278). En la mayoría de lugares de la región cir-
cundante se siguen reconociendo los nombres de hace un milenio; muchos de ellos se habían formado al
identificar paisajes y caseríos -“valles”, “villas”, “oteros” y “castros”-, con sus dueños o sus vecinos más des-
tacados. Como el “Otero de Lobaton” (hoy Torrelobatón), el “Castro de Aveiza Guterriz” (que ha dado en
Castrodeza), o la “villa de Braxim” (la actual Villabrágima). En estos topónimos son frecuentes los nombres
personales árabes o arabizados, como el propio Holit; MARTÍNEZ SOPENA, P.: “La organización social de un
espacio regional. La Tierra de Campos”, pp. 452-458.
[201]
El conde Pedro Ansúrez
La mayoría de las noticias que ayudan a reconstruir la historia de la villa bajo Pedro
Ansúrez y sus descendientes se hallan en el archivo de la catedral de Valladolid. En
concreto, provienen de los documentos más antiguos de la primitiva colegiata de
Santa María y solo proporcionan una imagen muy parcial y de sabor eclesiástico.
Por ellos se sabe que Santa María ya existía en 1088 y su abad Salto fue adquirien-
do desde esa fecha bienes en el valle de Trigueros y en Santovenia. Ya resulta visi-
ble entonces que los condes Pedro y Eilo, secundados por parientes diversos, ejer-
cían una visible tutela sobre la casa. Su sentido queda definido en la solemne carta
de 21 de mayo de 1095, en que los condes Pedro y Eilo dotaron el “monasterio” o
“iglesia” de Santa María de Valladolid, consagrada ese día y “situada junto al río
Pisuerga, en el territorio de Cabezón”, poniéndola en manos del abad don Salto y
de su “comunidad de clérigos” o “canónigos”.
El texto ofrece pistas sobre la topografía de Valladolid. Menciona cierto barrio que
limita con la “carrera mayor” que atraviesa la villa y va a dar en la “Esgueva”, al
tiempo que concede a los abades de Santa María el derecho de poblar al otro lado
de esta corriente. Pertenecerían a Santa María los monasterios de San Julián y San
Pelayo y todas las iglesias que se funden en la villa, con sus diezmos, así como la
jurisdicción del “barrio de Cabañuelas”, inmediato a la iglesia. Luego viene la enu-
meración de los lugares donde se localizaban los bienes que debían asegurar el
mantenimiento de la iglesias y su comunidad de clérigos. Se situaban junto al Due-
ro, en Cuéllar, en las cercanías de Palencia, Saldaña y Carrión, así como en la Tierra
de Campos, Valdetrigueros y Cea. Junto a la herencia de los Banu Gómez, era
patente la impronta de la familia de su esposa Eilo Alfonso.
Este documento ha sugerido que a fines del siglo XI, Valladolid era una populosa
aglomeración, que sumaba tres iglesias, celebraba mercados regularmente y poseía
una vigorosa comunidad de habitantes organizada en torno a su concilio, de donde
deriva la palabra “concejo”, el municipio. Pero conviene recordar que la existencia
de varios centros de culto solía indicar en esta época más bien una pluralidad de
núcleos de hábitat que una población abundante; frecuentemente, las “villas” tenían
un aire alveolar o discontinuo, con collaciones o barrios que se apiñaban en torno a
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Pascual Martínez Sopena
16 Éste último pudo ser el caso de Valladolid, sin olvidar que lo principal de su emplazamiento ocu-
paba una modesta terraza dominando el contorno. El eje viario principal o carrera maiore tal vez prolonga-
ba un camino que venía del valle del Esgueva y alcanzaba un vado del Pisuerga. Las actuales calles Juan
Mambrilla (antes “de Francos”), Esgueva, Fernando V, San Blas, Doctor Cazalla y Encarnación sugieren su tra-
zado, que bordeaba las iglesias de San Miguel/San Pelayo y San Julián, pasando a unos cientos de metros
de donde se alzó la nueva colegiata.
[203]
El conde Pedro Ansúrez
17 MARTÍNEZ SOPENA, P.: “Fundaciones monásticas y nobleza” pp. 35-61. En los reinos de León y
Castilla se practicaba un esquema asimilable a las llamadas benefactorias o “behetrías de entre parientes” de
los siglos XI y XII; se trata de una fórmula jurídica que suele concretar la dominación de nobles sobre campe-
sinos libres, incluso propietarios: éstos últimos (homines, vasallos, o para el caso, el abad y los miembros de
su comunidad) elegían un patrón personal (dominus, senior), entre los miembros de la estirpe, parentela o ca-
sata noble (i. e., los condes y sus sucesores); siempre que, a cambio de ciertas obligaciones, éste les procura-
ra provecho y seguridad (bene fecerit), pues tenían facultad de cambiarse a otro si no cumplía.
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Pascual Martínez Sopena
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El conde Pedro Ansúrez
18 La cubierta del sepulcro de Alfonso Pérez se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
Su realización se fecha post 1093. Está decorada con sumo cuidado y sus imágenes y epígrafes ofrecen, a
juicio de los especialistas, una representación relacionada con la liturgia de los fieles difuntos, gran seña de
identidad cluniacense. Descripción y traducción de los epígrafes: A) [noticia a lo largo del vértice de la
cubierta] “El día de los idus de diciembre de la era 1131 [13 de diciembre del año 1093] murió Alfonso, que-
rido hijo de los condes Pedro Ansúrez y Elo”. B) [noticia de identificación de las imágenes de la cara 1 de la
cubierta] “La mano derecha de Cristo bendice a Alfonso el difunto. San Juan evangelista. El arcángel Miguel.
El ángel Gabriel”. C) [noticia de identificación de las imágenes de la cara 2] “El ángel Rafael. Marcos y Lucas
evangelistas. Cáliz (eucarístico). Mateo evangelista”.
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Pascual Martínez Sopena
Detalle de la cubierta del sepulcro de Alfonso, hijo del conde Pedro Ansúrez.
[207]
El conde Pedro Ansúrez
21 MAÑUECO, M. y Zurita, J. (eds): Documentos de la Iglesia Colegial de Santa María la Mayor, I, nos.
XII y XIV. El primero, donde se alude genéricamente a la prole de los condes, tiene la virtud de ser confir-
mado por varios importantes nobles casados o por casar con mujeres de la familia, algo que en la sociedad
de la época consagraba la firmeza de las alianzas. Se trata de Fernán García de Hita (de cuyo anterior matri-
monio provienen los Castro; su segunda esposa fue Estefanía Armengol, nieta de los condes, que tras enviu-
dar casó a su vez con el conde Rodrigo González de Lara), y de Alvar Fañez y Martín Pérez de Tordesillas
(sucesivos maridos de su hija mayor; el uno fue compañero de andanzas de Mío Cid, y del matrimonio con
el otro procede la casa de Meneses; aunque hay autores que opinan que Martín Perez casó con una nieta
de los condes también llamada Mayor, hija de la anterior). Al lado de ellos figura Fernando Pérez (posible-
mente un hijo de Pedro Ansúrez, que tuvo una importancia menor). Aún regía la comunidad en esta fecha
el Abad Salto, cuyos servicios desde que edificó la iglesia cum nostro adiutorio se encarecen. Por lo demás,
su condición de “monasterio familiar” se confirma a través de sus normas, similares a las descritas; sobre la
elección de un futuro abad, se estipula: “después de tu muerte, que los canónigos de la iglesia, junto a nues-
tros hijos y nuestros parientes y los hombres buenos de Valladolid elijan a uno de los canónigos de la igle-
sia para que la rija…” (traducción propia; ver GAUTIER DALCHÉ, J.: “Valladolid dans la vie politique de la
Castille”, p. 247. La alusión a los bonorum hominum de Valladolid le hace dudar del diploma; no debería
resulta extraño, tras la referencia al concilium de la villa cuando fue dotada la abadía).
22 ABAJO MARTÍN, T.: Documentación de la catedral de Palencia, nº 38 (traducción libre). El diploma
carece de fecha; suele pensarse que se remitió poco después de la bula papal de 1143.
[208]
Pascual Martínez Sopena
La concordia valió sólo por breve tiempo. En 1155, Valladolid fue sede de un con-
cilio presidido por un legado papal donde, a instancias del obispo de Palencia, se
condenó la destitución del abad Nicolás y se puso a la villa en entredicho. Tanto
rigor sugiere la existencia de una vigorosa corriente de opinión contraria a que la
colegiata dependiera de Palencia. Pero no era un movimiento simplemente local.
Alfonso VII “El Emperador”, que por entonces gobernaba León y Castilla, lo apo-
yaba, y consiguió el aval de arzobispo de Toledo –al tiempo que compensaba razo-
nablemente a la vecina sede. En breve plazo, el soberano nombró un nuevo abad
e incremento los privilegios a Santa María de Valladolid. Tras la familia condal y el
obispo de Palencia, el soberano pasaba a intervenir en la abadía, poniéndola bajo
su autoridad.
En todo caso, conviene recordar el enorme prestigio de Armengol VI de Urgel,
vasallo del Emperador y del conde de Barcelona. Es algo que se percibe en el
“Poema de Almería”, escrito en el círculo cortesano de Alfonso VII para celebrar el
éxito de la campaña que culminó con la conquista de la ciudad en 1148:
“¡Que no se me olvide el célebre conde Armengol!
Brilla como una estrella entre sus hermanos de armas,
le quieren los sarracenos lo mismo que los cristianos.
¡Que se pueda decir que los iguala a todos,
salvo a los reyes! Fiando en el poder de Dios
tras costear como es su norma una gran mesnada,
vino a una lucha donde muchos cayeron bajo su espada”23.
Evocando a los aliados de 1110, tampoco se debe olvidar que en sintonía con la casa
de Urgel crecían las poderosas casas de Castro y Lara, seguidas aún de lejos por los
futuros Meneses. Signo de su pujanza en el Duero medio –y también de un afecto
creciente por las nuevas formas de vida monacal que florecían en el occidente de
Europa–, Estefanía Armengol fundaba en 1143 la abadía cisterciense de Valbuena, y
solo dos años después, su hermano Armengol VI colaboraba con su tía Mayor (aun-
que no cabe descartar que fuera su prima), en la fundación de un monasterio pre-
mostratense, que halló su sitio definitivo en Retuerta en los años 1150.
No obstante, todo esto se simultaneó con el cambio de situación que sugiere el
nuevo interés de Alfonso VII por Valladolid, donde el señorío del conde empali-
decía en provecho del señorío del soberano. En 1148 ó 1150 porta el título de
“señor de la villa” (dominus villae) de Valladolid y Cabezón. Frente a una supuesta
evidencia, esto significa que la villa no es puramente su “heredad”, un dominio par-
ticular, sino que también es una “tenencia”: el poder que ostenta Armengol VI
incorpora una autoridad que el monarca confiere y retira según su interés, donde
se incluyen prerrogativas regias cada vez más precisas. En opinión de Jean Gautier
Dalché, Alfonso VII había conseguido con esto impedir de forma tan sutil como
eficaz que el conde reconstruyera el señorío de Pedro Ansúrez: puede añadirse que
[209]
El conde Pedro Ansúrez
[210]
Pascual Martínez Sopena
plásticas para restaurar e incluso pasar cuentas a un pasado que siempre es cercano.
Pintores y escultores, eruditos, políticos y todo tipo de curiosos pueden hacer uso
de ello.
La memoria del conde Pedro Ansúrez en Valladolid ofrece una buena colección de
sugerencias. Así, en el año 1606, los Diputados que regían el Hospital de Esgueva,
ubicado entre las iglesias de San Martín y Santa María “la Antigua” hasta hace
poco, encargaron pintar una imagen “verídica” del conde. El retrato, que muestra
a un hombre joven vestido al estilo de los años 1500, inserta una leyenda que ase-
gura haber sido “sacado de uno que se halló en un privilegio firmado de su mano
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El conde Pedro Ansúrez
Fachada del Hospital de Esgueva [Fototeca de la Universidad de Sevilla (Antonio Palau, 1962)].
[212]
Pascual Martínez Sopena
24 No se puede acreditar si éste fue el blasón del conde, e incluso si se usaban blasones en la España
de siglo XI. Lo cierto es que tales armas han identificado históricamente a la casa de Urgel, que además
tenía como patrono al arcángel San Miguel. De acuerdo con sus pretendidos orígenes, el Hospital de Esgueva
también usó como emblema los jaqueles.
[213]
El conde Pedro Ansúrez
El lector apresurado puede deducir que una colección de viejos tópicos insalvables
oscurece la memoria del conde a fuerza de loarla excesivamente. Conviene reflexio-
nar. De entrada, los tópicos no son solo cuestión de antigüedad. Hasta hace poco se
sostenía que Valladolid había poseído una cerca defensiva en tiempos del conde An-
súrez que rodeaba una superficie de unas 20 hectáreas. Pero Valladolid era una aglo-
meración mucho más elemental y laxa, que pudiera estar rodeada por semejante
obra no es factible por simple cuestión de economía, y, en todo caso, un perímetro
murado de estas dimensiones es lo que tenía entonces a León, la capital del reino…
Pero la ciudad no erraba al atribuir al conde una importancia relevante en su desa-
rrollo y en asociarlo con la historia de su tiempo al máximo rango. Y además, hay
un dato indudable que obra a favor de cómo los vallisoletanos lo han percibido
colectivamente: pocas ciudades del país, e incluso del occidente medieval, pueden
acreditar con elementos muy concretos, muy diversos y muy abarcables, que hubo
un momento en que la incertidumbre absoluta dio paso a un largo periodo de cre-
cimiento, y que la primera fase de ese periodo estuvo protagonizada por la figura
señera del conde Pedro Ansúrez. Eso le ha valido una memoria de respeto que
alcanza la actualidad. Es la
impresión que producen las
fotos de hace casi medio
siglo (debió ser en 1965),
cuando se abrió la tumba del
conde y sus restos fueron
estudiados. Las instantáneas
muestran a Juan José Martín
González y a Jesús Urrea,
también profesores y acadé-
micos, en la tarea de identi-
ficarlos y de solicitar el con-
curso mudo de los diplomas
junto con varios capitulares.
En torno a 1200, cuando los
descendientes del conde ha-
bían perdido todo su papel
político en Valladolid, el cre-
cimiento continuaba. En ese
intervalo, la construcción del
puente mayor y del muro que
ceñía gran parte de la villa, el
nuevo alcázar real, las dos
iglesias dedicadas a la virgen
María y, como mínimo, una
cofradía que terminó cons-
Instantánea del reconocimiento de los restos del Conde truyendo un famoso hospital,
Ansúrez en la catedral de Valladolid, en 1965. atestiguan el dinamismo de
[214]
Pascual Martínez Sopena
una comunidad que ya existía a fines del siglo XI, y que no tardó en identificar sus
orígenes con una figura singular, heroica y cercana, cuyos huesos siguen describien-
do a un hombre longevo y de gran fortaleza física…
Quizá intuitivamente, así lo plasmó Aurelio Carretero al esculpir su estatua de la
Plaza Mayor hace un siglo, la pieza clave de la recreación del conde, la más visible
y querida. Aunque, sobre todo, me gustaría pensar que el artista se inspiraba en la
estatua viva de “El príncipe feliz”, la deliciosa lección de lealtad y amor que Óscar
Wilde había escrito muy poco antes como un cuento.
FUENTES
BIBLIOGRAFÍA
[215]
El conde Pedro Ansúrez
GAUTIER DALCHÉ, J.: “Valladolid dans la vie politique de la Castille (fin XIe-milieu
XIIIe siècle)”, en Valladolid. Historia de una ciudad. Congreso Internacional. I: La ciu-
dad y el Arte. Valladolid villa (Edad Media). Valladolid, 1999, pp. 242-266.
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MARTÍN MONTES, M.A.: El alcázar real de Valladolid. Valladolid 1995.
MARTÍNEZ SOPENA, P.: “La organización social de un espacio regional. La Tierra de
Campos en los siglos X a XIII”, en J. A. García de Cortázar (ed.), Del Cantábrico al
Duero. Trece Estudios Sobre Organizazión Social del Espacio en los Siglos VIII a XIII.
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románica”, en J. García de Cortázar y R. Teja (coords.), Monasterios románicos y pro-
ducción artística. Aguilar de Campoo, 2003, pp. 35-61.
—“La península, espacio de la nobleza. Cortes, fronteras y andanzas (ca. 1085-1230)”,
en J. I. de la Iglesia Duarte (coord.), Viajar en la Edad Media. XIX Semana de Estudios
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sociales (1070-ca.1270). León, 2008.
RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, J.: Pedro Ansúrez, León, 1966.
TORRES SEVILLA-QUIÑONES DE LEÓN, M.: Linajes nobiliarios de León y Castilla
(siglos IX-XIII). Salamanca, 1999.
[216]
Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
[217]
Historia del Conservatorio de Valladolid
A principios del siglo XVIII, Felipe V funda la Real Academia de la Lengua (1714),
y a partir de esta fecha van siendo creadas el resto. La Academia de Bellas Artes de
San Fernando de Madrid fue fundada en 1744.
Al finalizar el siglo XVIII se crean varias academias provinciales de las tres nobles
artes: Pintura, Escultura y Arquitectura. Durante siglos la Música no aparece entre las
nobles artes y sin embargo fue materia principal en Grecia y Roma.
La primera de esas Academias provinciales fue la de Valencia, creada en 1768 con
la denominación de San Carlos. La segunda fue la de Valladolid, que nace en 1783,
con el nombre de Academia de Matemáticas y Nobles Artes de la Purísima
Concepción.
En 1873 es creada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid
la sección de Música. A partir de entonces, irán apareciendo las secciones musica-
les en las Academias Provinciales.
En Valladolid, la sección de Música data de 1911 y son nombrados para la misma
los académicos: Rafael García Crespo, Francisco Zorrilla Arroyo, Juan Martínez
Cabezas, Cipriano Llorente, Damián Ortiz de Umbría, Eugenio Muñoz Ramos y
el músico Vicente Goicoechea.
[218]
Ángeles Porres
[219]
Historia del Conservatorio de Valladolid
[220]
Ángeles Porres
Recorte del
diario “La Voz”,
con la noticia de
la creación de
Conservatorio
oficial. (Madrid,
16 de junio
de1928).
Empieza el peregrinaje
[221]
Historia del Conservatorio de Valladolid
En 1939, el día 5 de abril, a los pocos días de finalizar la Guerra Civil, un incendio
en la Universidad redujo a escombros la parte superior del edificio, con tal rapidez
y extensión que resultó imposible salvar el hermoso piano de cola Erard. La sub-
vención del Estado correspondiente al año 1939 de 6.000 pesetas se destinará a la
compra de un piano Erard de cola que proporciona la Casa Morales de Valladolid
el 27 de diciembre en la cantidad de 5.000 pesetas (sólo sobraban 1.000 pesetas de
la subvención). Y la Escuela se trasladó al Colegio de las Carmelitas de la Caridad,
situado en la Plaza del Museo (hoy Plaza de Santa Cruz). En septiembre de ese
mismo año 1939 se procede a iniciar nuevas gestiones para continuar con este ine-
xorable éxodo al que está sometida la Escuela. Se reciben así sendos oficios de las
Corporaciones municipal y provincial de conceder, para instalación de la Escuela
de Música, el edificio sito en la calle de Zúñiga, n.º 37, cedido en arrendamiento
en la cantidad de 666 pesetas y 75 céntimos al trimestre, por su propietario don
Manuel Parra Prado, y que dicho propietario intervendrá directamente con las
Corporaciones respectivas para el oportuno contrato de arrendamiento por mitad,
entre las dos Corporaciones.
Se añade en ambos oficios que se accede a que en los mismos locales pueden hacer
sus ensayos la entidad artístico-musical denominada «Coral Vallisoletana» creada ya
entonces por don Julián García Blanco.
Más de 30 años transcurrirían en el viejo conservatorio de la Calle Zúñiga, donde
se convivió durante aquellos tres decenios con un zapatero, situado en el portal
antes de la escalera y sin llegar al patio, que tenía una garita de madera y cristal
donde los vecinos de la zona y los padres de alumnos llevaban a arreglar sus zapa-
tos. Siempre en perfecta armonía, ¡faltaría más!, y con una convivencia exquisita.
Y el Sr. Emilio, el bedel, para todo lo que usted necesite.
La ley de 1942 (Plan 42) aprueba un nuevo plan de estudios. Las enseñanzas se am-
plían y además de solfeo, piano y violín, añaden guitarra y violonchelo, así como el
clarinete como instrumento de viento madera y el Canto como enseñanza reglada.
Más tarde se inician las asignaturas teóricas y teórico-prácticas que servían para com-
pletar la formación de los músicos con titulación. Armonía: don Julián García Blan-
co y su auxiliar Margarita Morante; Música de Cámara: don Miguel Frechilla; Esté-
tica e Historia: don Pedro Zuloaga; Acompañamiento: doña María Sáez y doña
María Luisa Velasco; Solfeo: doña Pepita Silva y doña Emilia Jerez; Piano: doña
Felisa Ceña (alumna de José Cubiles); Esperanza Jerez como auxiliar; don Enrique
Zapatero; doña Pilar de la Iglesia; doña Victoria Pinto; Violín: don Luis Navidad;
don Mariano de las Heras; Canto: doña Pilar Pimienla. ¡Excelente profesorado!
Don Julián García Blanco fue Maestro de Capilla de la catedral desde el 1 de julio
de 1920, plaza que ocuparía cuarenta años. Como profesor del conservatorio hay
que agradecerle su capacidad de gestión. En 1928 logró que los estudios de grado
elemental fueran reconocidos y consiguieran validez académica oficial (desde 1957 el
Conservatorio otorga la titulación correspondiente al grado profesional). Fue direc-
tor desde 1928 a 1968 es decir cuarenta años, y años difíciles para el Conservatorio.
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Ángeles Porres
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Historia del Conservatorio de Valladolid
En esa misma etapa del conservatorio en la calle Dos de Mayo, hay un gran impul-
so en la sociedad española (no solo en Valladolid) por los estudios de música en los
Conservatorios. En Europa, ese tema estaba solucionado con la existencia desde
hacía muchos años de las llamadas Escuelas de Música, nombre dado a los centros
que iniciaban a los alumnos en esta materia aedad temprana e idónea, sin la exi-
gencia de una enseñanza reglada (quizá encorsetada con programas cerrados) ni de
una enseñanza profesional.
Estas Escuelas eran una vía de conocer la música como medio de desarrollo de
capacidades, de conocimiento de aptitudes musicales para quizás más tarde, elegir
el camino de la enseñanza profesional si verdaderamente era voluntad del alumno,
siempre con el consejo del profesor, ante la necesidad de poseer unas aptitudes
musicales específicas. En España, esa posibilidad, en los años setenta y ochenta del
siglo XX todavía no existía. Llegaría más tarde.
Ante esta demanda, los Conservatorios multiplicaron el número de alumnos, lle-
gandoincluso al colapso. Esa situación dio lugar a que alumnos de Conservatorios
como el de Cáceres, sin reconocimiento oficial, gestionado por los Hermanos
Berzosa, decidieran venir a examinarse a Valladolid, para conseguir la validez aca-
démica de sus estudios.
Se fletaban autobuses desde aquella ciudad, con alumnos de la propia capital, de
Plasencia, Trujillo, etc., para examinarse como libres y conseguir la titulación. Era
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Ángeles Porres
Pedro Zuloaga
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Historia del Conservatorio de Valladolid
Unos meses antes del traslado a la nueva sede del Hospital Viejo se creó el Con-
sorcio de Enseñanzas Artísticas entre el Ayuntamiento de Valladolid y la Diputación
Provincial, siendo alcalde Tomás Rodríguez Bolaños, y presidente de la Diputa-
ción el mencionado Sáez de Vera. El consorcio se constituyó con el fin de gestio-
nar el Conservatorio Pofesional de Música y la Escuela Municipal de Teatro.
Las nuevas instalaciones del Hospital Viejo disponían de sótano, planta baja y tres
alturas más. El Conservatorio ocupaba la planta baja y el 1.º y 3.º piso (en el segun-
do se incorporó la actividad de la Escuela de Asistentes Sociales, todavía no ads-
crita a la Universidad y creada por don Pedro Gómez Bosque como catedrático y
Emérito de la Facultad de Medicina).
En el sótano se instaló la Escuela Municipal de Teatro, con unas dependencias
amplias y espacios diáfanos adecuados para llevar a cabo su tarea. Los estudios de
Teatro se acoplaron a la Ley vigente, pero no consiguieron ser reconocidos como
Reglados dentro de la Ley de Enseñanzas Artísticas. Los espacios para impartir las
materias de Conservatorio fueron buenos, con aulas tipo cabina para las enseñan-
zas de instrumentos, y más amplias para las teórico y teórico-prácticas.
Siempre se echó de menos un salón de actos, necesario tanto de para la música
como para el teatro. Se pensó que la capilla del Hospital Viejo podría solucionar
esa carencia, pero aunque estéticamente se había conseguido una restauración per-
fecta, acústicamente era ¡imposible! La reverberación fue medida con un índice
altísimo ya que el sonido se reflejaba en una superficie que no lo absorbía.
¿Y nuestra estatalización? Como si de premonición o presagio se tratara, en España
había comenzado a fraguarse el Estado de las Autonomías.
Y llegamos a los años noventa. Una nueva Ley de Educación LOGSE, afectó a las
Enseñanzas Artísticas al igual que a las distintas etapas educativas. Tengo que decir
que las exigencias de esa nueva Ley no hubiesen sido posibles llevarse a cabo en el
Conservatorio de Valladolid si la Diputación no hubiese construido el edificio de
la calle Sanz y Forés, con espacios suficientes para acometer unos estudios más
amplios y exigentes, en cuanto al número de especialidades instrumentales y asig-
naturas complementarias.
En numerosas ocasiones no se ha entendido bien cuál es el fin real de los estudios
de los Conservatorios Profesionales y Superiores de Música. Esa reflexión ya se ha
hecho anteriormente, sobre la necesidad de las Escuelas de Música para la primera
etapa de los estudios musicales y el apoyo de la Música en la educación general e
integral de los alumnos. Todo ello nos llevó a errores, como querer un Conser-
vatorio en cada barrio y no exagero. Yo misma, que circunstancialmente y por unos
meses había sido nombrada directora sustituyendo a don Pedro Aizpurúa, fui al
barrio de las Delicias, a iniciar a dos grupos de más de veinte alumnos, en el lla-
mado 1.º de Lenguaje Musical de los estudios oficiales. Fue una experiencia positi-
va que demostró que eso no podría continuar: aquellos 40 alumnos (los había
mayores) eligieron 10 clases distintas de instrumentos para continuar sus estudios,
lo que sólo se podría realizar en el edificio único del Conservatorio.
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Ángeles Porres
Ante la necesidad y exigencia de poner en marcha esa nueva Ley (28 de agosto de
1992) en el Conservatorio de Valladolid, se puso en duda la capacidad de nuestra
estructura para llevarla a cabo, y de no haberlo hecho los estudios musicales hubie-
ran desaparecido.
Después de numerosas e importantes decisiones tomadas por el Consorcio de Ense-
ñanzas Artísticas… ¡tiramos para adelante! (perdonad la expresión, pero el cambio
fue enorme). Presidía el Consorcio doña Cristina Agudo Cuesta, concejala de cul-
tura, y después de estudiar aspectos, especialmente económicos, se puso en marcha
con exactitud, exigencia y profesionalidad. El esfuerzo mereció la pena.
Cuando llegamos al edificio del Hospital Viejo, éramos 21 profesionales, todos ti-
tulados con verdadera vocación y dedicación. Después de implantar la nueva Ley,
en casi menos de dos años, pasamos a ser ochenta profesores.
Era necesario, por la Ley de mínimos de la LOGSE, implantar las siguientes mate-
rias y especialidades: piano, guitarra, canto, acordeón, flauta de pico, instrumentos
de cuerda (violín, viola, violonchelo y contrabajo), instrumentos de viento madera
(flauta travesera, clarinete, oboe, fago y saxofón), instrumentos de viento metal
(trompeta, trompa, trombón y tuba) e instrumentos de percusión.
Hay dos preguntas claras en estos momentos: ¿dónde encontrábamos profesorado
para llevar a cabo la tarea que se exigía? y ¿qué pasaba con la estatalización? (recuer-
den el corte «pendiente de nuevo edificio»). Ya lo teníamos…
En España ya existía el Estado de las Autonomías y distintas Comunidades habían
procedido a las peticiones de distintas competencias. También de Educación.
Castilla y León lo había solicitado igualmente y el Ministerio de Educación, ante
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Historia del Conservatorio de Valladolid
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Ángeles Porres
Año 1998. La Diputación necesita el Hospital Viejo para sus propias dependencias
administrativas. Nos ofrece el edificio de la “Casa Cuna” en el barrio de Arturo Ey-
ries, Calle Ecuador, con espacio suficiente. Se mantiene la facilidad para las fami-
lias que llevan a sus hijos desde cualquier punto de la ciudad e incluso desde fuera
de la ciudad.
Para el Centro surgen nuevas expectativas: posibilidad de incorporar los estudios
musicales a la estructura de la Junta de Castilla y León, no sólo Valladolid, sino
todas las capitales de provincia y pueblos grandes con Conservatorios creados.
Valladolid fue el primer Conservatorio que se incorporó, de los que no estaban ya
estatalizados y que fueron asumidos sin más. Fue en 2007. Muy tarde parece, pero
fue la espera de los Espacios del Centro Cultural Miguel Delibes.
En el año 2000, ante un cambio de presidencia del Consorcio, hubo un cambio de
dirección que se llevó a cabo tal y como la LOGSE regulaba. El Consejo Escolar
eligió a don Diego Fernández Magdaleno, profesor de piano, como nuevo direc-
tor. Diego había sido también alumno del Conservatorio, primero como libre, por-
que procedía de Medina de Rioseco y luego como oficial. Fue alumno de Miguel
Frechilla y de Armonía de don Benigno Prego, así
como del resto de los profesores de las enseñan-
zas que completaban su título.
Académico de la Real Academia de Bellas Artes
desde muy joven, y con una trayectoria pianística
diferente si cabe al de otros, por haberse dedicado
con fidelidad a la música contemporánea.
Durante los cuatro años en que fue director, siem-
pre en el Centro de la Casa Cuna, y junto a su
equipo directivo, llevó a cabo una tarea de for-
mación importante para el alumnado e incluso
para el profesorado, preocupándose de traer peda-
gogos musicales en varias de las especialidades,
consiguiendo un ambiente de estudio y de meto-
dologías diversas y diferentes.
En el 2004 le sucede José Julio Fernández, pro-
fesor pianista acompañante de la clase de canto,
Diego Fernández Magdaleno
que coincide al poco tiempo de ser nombrado
con las gestiones llevadas a cabo por el Patronato
del Consorcio de Enseñanzas Artísticas, para ser integrado este Conservatorio y los
de la Región a la estructura de la Junta de Castilla y León.
Tal hecho fue motivo de incorporar a más de 30 profesores, primero como labora-
les y después como funcionarios, proceso llevado a cabo en el año 2007. Sólo para
echar cuentas justas, el resto eran miembros de la Orquesta y se los creó una incom-
patibilidad con la tarea de músico de la Orquesta.
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Historia del Conservatorio de Valladolid
La ubicación fue el Centro Cultural Miguel Delibes, que fue una apuesta hecha
durante el mandato en la Consejería de Educación de Tomás Villanueva.
Las competencias de la Educación se habían conseguido y la reglamentación para
los Conservatorios se regían por unos requisitos de mínimos que hacían pensar que
era necesario un edificio adecuado.
Por aquel entonces, rondando el año 1998, se decidió hacer un Centro Cultural
cuyo proyecto fue adjudicado al arquitecto Bofill. Las exigencias para la elaboración
de ese proyecto exigieron que se pusieran en contacto con los directores de los
Centros de Enseñanzas Artísticas: Música, Teatro y Danza; para concer de primera
mano las necesidades exactas de la ciudad.
El conservatorio tenía más de 70 alumnos, estaba incorporando totalmente a los
estudios que conducían a la titulación de Profesor que marcaba la LOGSE y por
tanto se hizo un estudio escrupuloso de las necesidades, no sólo en el número de
aulas, sino también de los espacios imprescindibles que marcaba la Ley. En el curso
2007-2008 se iniciaron las clases con la incorporación de parte del profesorado del
Consorcio, como ya he dicho, y con un grupo de profesores funcionarios de la
región. El resto de las vacantes fueron ocupadas por interinos.
Como nos hemos preocupado en esta charla de hablar de necesidades y capacida-
des del Centro, diré que el Conservatorio instalado en el Centro Miguel Delibes
reúne las condiciones aptas para llevar a cabo las enseñanzas musicales que quedan
reflejadas en la Ley vigente.
Junto al Conservatorio, como si de tres partes bien diferenciadas se tratase, existe
un espacio grande para la sede de la Orquesta, que se completa con el gran audi-
torio y un tercer espacio para los estudios de la Escuela Superior de Teatro y la
Escuela Profesional de Danza.
Además del Gran Auditorio, existe una Sala de Cámara y una Sala llamada Álvaro
Valentín, de estructura experimental, destinas para el uso de los Centros de Teatro
y Danza. El Conservatorio utiliza especialmente la Sala de Cámara para presentar
sus conciertos didácticos, sus especialidades instrumentales o las Audiciones de Fin
de Curso.
Desde el momento en el que el Conservatorio de Valladolid, se trasladó al Centro
Miguel Delibes, toda su historia se desarrolla como un Centro dependiente de la
Consejería de Educación. Y eso es una garantía.
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Conocer Valladolid 2012/2013. VI Curso de patrimonio cultural
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
quiere fijar en una instantánea algo que se supone que va a dejar de ser o existir
inmediatamente, porque pretende captar una expresión o un movimiento de algu-
na persona en su entorno y esa expresión no se volverá a repetir… Hablamos siem-
pre, por tanto, de un escudo contra el olvido, de un antídoto antropológico con-
tra la herrumbre del tiempo.
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Joaquín Díaz
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
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Joaquín Díaz
Los paseantes y curiosos se cruzaban en las plazas y aledaños del mismo modo que
en la Edad Media se cruzaban los caminos. Desde comienzos del siglo XX, sin
embargo, fue más importante el instante que lo que sucedía en él; más destacable
la casualidad que la causalidad. Todo el mundo sabe que las más apreciadas foto-
grafías convertidas en tarjetas postales desde 1900 son las que tienen figuras, las que
reflejan a seres humanos en diversas actitudes o simplemente mirando a la cámara
con escepticismo. Así transcurre todo el siglo pasado: el individuo es el centro de
todas las cosas y su actividad el objeto de nuestra atención. Lo que puede haber
variado, tal vez, es la intención de la estética; ya no es, desde luego, la belleza la
última intención de esa estética, como demostró Aristóteles y se aceptó hasta tiem-
pos recientes, sino la fuerza, el impacto que una imagen pueda tener en nuestra
sensibilidad, en nuestra emoción o en nuestro sentimiento.
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
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Joaquín Díaz
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
de los muros, a los que sobreviven y superan. A veces esas imágenes se guardan en
papel o en cristal para fijar un testimonio que podría ofrecer dudas, para retener un
recuerdo con sus características bien definidas o para sellar un amor, una amistad,
un encuentro. Pero además, para crear una identidad intangiblemente real que tras-
pasa los tiempos y se instala en las nubes de la memoria.
El ser humano posee pocas cosas, aunque crea o intente creer lo contrario. Es pro-
pietario tan solo de ese puñado de imágenes que le ayuda a convencerse de que ha
existido y a trazar las líneas de su propia vida con rostros, con parques arbolados,
con esquinas, con calzadas, con edificios, con balcones... Hay muchas formas de
recordar y revivir, y una de ellas, probablemente la más entretenida y amable, es
revisar las fotografías que se almacenan en cajas o álbumes en todas las casas y que
contribuyen a componer genealogías, a reconocer parientes, a reconstruir destinos
o a poner en común un contexto. Porque la contemplación de esas imágenes, cuyas
claves muchas veces se nos resisten y ocultan, nos está invitando a descubrir el
entorno y respirar el aroma del momento preciso en que se tomaron en el pasado.
Y ese entorno, más sugerente cuanto más contemplado, llega a tener tanta fuerza
que puede restaurar ámbitos o recrear situaciones cuya virtualidad es innegable.
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Joaquín Díaz
Poco más tarde el artista desplazó su cámara a la calle y, al estilo de los paisajistas, co-
menzó a elegir sus encuadres, procurando que en ellos se hallasen siempre presentes
uno o varios individuos, bien porque considerasen como Protágoras que el hombre
es la medida de todas las cosas, bien porque pensasen que una figura enriquecería el
panorama. Esas figuras solían aparecer extrañadas o sorprendidas, a veces interesadas
en los preparativos y en el aspecto del fotógrafo, o simplemente como parte integran-
te de un mobiliario urbano que ya empezaba a destacar por su variedad y funciona-
lidad. De esos tiempos guardamos instantáneas misteriosas, no tanto por los lugares
que aparecen en la placa sino por las personas anónimas que se han instalado en ellos
y en las que, a pesar de todo, siempre intuimos algún rasgo familiar o reconocible.
Los españoles somos desordenados y anárquicos. Los archivos nos producen alergia
y cualquier relación con el orden nos huele a arcón y a naftalina. Y sin embargo los
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
estudios de historia han proliferado en las últimas décadas, haciendo suspirar a los
investigadores por la escasez de imágenes con las que documentar sus trabajos.
Faltan retratos de los personajes que construyeron día a día esa misma historia y,
peor aún, aunque tuviésemos los documentos, faltan ojos de esa época capaces de
reconocer o identificar a aquellos personajes. Cuántas veces nos habremos lamen-
tado por haber llegado tarde a recoger, de una casa que se cierra o de una familia
que se dispersa y desaparece, las últimas imágenes de sus integrantes o los datos
sueltos de sus vidas, que ayudarían a recomponer desde un suceso aislado a una tra-
yectoria vital. Por eso es importante la entrega de conocimientos y la valoración de
los mismos por las generaciones que van llegando y que nos van a suceder.
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Joaquín Díaz
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
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Joaquín Díaz
Este fotógrafo comenzó a trabajar junto a Lorenzo Caballero en una galería abierta
en la calle Isabel II número 10, en el Café de Moka. Tras asociarse una temporada
con Hortelano se estableció finalmente solo en la Plaza Mayor 28, dedicándose
principalmente al negocio de las postales y tarjetas americanas.
Peinado se casó con la viuda del artista Marquerie quien
había tenido un hijo, Enrique Marquerie Alonso, que tam-
bién se dedicaría a la fotografía. A Juan Peinado le sucedió
Julián Peinado, hijo del matrimonio del fotógrafo con la
viuda de Marquerie.
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
Gilardi, 1873-1900
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Joaquín Díaz
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
Inició sus trabajos después de haber estado varios años de ayudante con Adolfo
Miaja Eguren. Denominó su gabinete “Foto Rembrandt”, probablemente por un
tipo de fotografía muy de moda en la época caracterizado por un modelo de ilu-
minación en claroscuro similar al usado por el pintor holandés.
Tenía su negocio en el último piso del edificio de Duque de la Victoria que hacía
esquina con el Boulevard de Ferrari, y que abarcaba los números 1, 3 y 5. Roth tuvo
durante muchos años el cargo de vicecónsul de Alemania en Valladolid.
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Joaquín Díaz
Marcelino Muñoz, nacido en Béjar, se trasladó a Valladolid a fines del siglo XIX,
instalando un estudio fotográfico con su hermano Isidoro (en la fotografía, vestido
de militar) en la calle Hostieros. Su hijo Vicente, que aprendió el oficio de su padre
y de otro fotógrafo con quien trabajó, Garay, trabajó como su padre en el estudio
y en el Campo Grande. Casado con Teodora Ojeda tuvo dos hijos, uno de los cua-
les, José Vicente, continuó con el negocio familiar aunque se dedicó también a tra-
bajos de imprenta.
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
Primitivo Carvajal
El abogado Luis del Hoyo llegó a la fotografía por auténtica vocación pero es uno de
los mejores fotógrafos tanto en el aspecto técnico como en el criterio para seleccio-
nar sus motivos. No hay casualidad ni oportunismo en sus instantáneas.
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
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Joaquín Díaz
La memoria, no es ninguna novedad decirlo, se erige como uno de los pilares bási-
cos en el desarrollo y evolución del individuo. Sin memoria no es posible la expe-
riencia y sin experiencia se repetirían hasta el infinito los errores humanos. Sin
embargo hay varios modelos de memoria que merecerían más espacio del que pode-
mos dedicar aquí. La memoria individual, por ejemplo, nos atañe a cada uno de
nosotros pero está condicionada por las circunstancias personales, a menudo inser-
ta sus recuerdos de forma ordenada en un continuo vital, y termina siendo un archi-
vo monumental del que echamos mano en el momento oportuno para centrar y
rememorar instantes concretos de nuestra existencia. La memoria colectiva, por otro
lado, está formada por imágenes, fijas o en movimiento, que corresponden a situa-
ciones sociales, a circunstancias compartidas, a partir de las cuales un grupo de indi-
viduos asume de forma común esas mismas situaciones; a esa memoria pertenecen
buena parte de las instantáneas que figuran en este artículo porque los monumen-
tos, calles o edificios que aparecen en ellas llegaron y se instalaron en nuestra vida
ya desde nuestro nacimiento, pero evidentemente existían antes que nosotros y pro-
bablemente seguirán ahí después de que nos vayamos. Es una forma de memoria his-
tórica a la que contribuyen las fotografías con sus imágenes fijas que hablan a quien
quiera escuchar. Por supuesto que siempre cabe la precisión, el comentario, la ob-
jeción, porque aunque sean imágenes fijas y por tanto aparentemente inamovibles,
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Antiguos fotógrafos vallisoletanos
guido que almacenemos los datos de diferente manera. Hacer caso omiso de esa lla-
cada uno tenemos una forma de mirar o una perspectiva particular que ha conse-
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Siendo viernes 22 de noviembre,
festividad de Santa Cecilia –patrona de
músicos y poetas–, se terminó de
imprimir en los talleres de la imprenta
municipal.