Este documento presenta varios cuentos cortos de Enrique Anderson Imbert. Los cuentos tratan temas como la identidad, la libertad, la imaginación y la naturaleza. Cada cuento ofrece una perspectiva única a través de la narrativa y la descripción detallada.
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Este documento presenta varios cuentos cortos de Enrique Anderson Imbert. Los cuentos tratan temas como la identidad, la libertad, la imaginación y la naturaleza. Cada cuento ofrece una perspectiva única a través de la narrativa y la descripción detallada.
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Quisiramos agradecer particularmente a Enrique Anderson Imbert
por habernos autorizado a utilizar algunos de sus cuentos para
nuestro texto de entrenamiento. Estos cuentos "miniatura" forman parte de la coleccin El gato de Cheshire, escrita a lo largo de casi cuarenta aos y publicada por primera vez en 1965. ESPIRAL -- Regres a casa en la madrugada, cayndome de sueo. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a nadie avanc de puntillas y llegu a la escalera de caracol que conduca a mi cuarto. Apenas puse el pie en el primer escaln dud de si esa era mi casa o una casi idntica a la ma. Mientras suba tem que otro muchacho, igual a m, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso sondome en el acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la ltima vuelta, abr la puerta y all estaba l, o yo, todo iluminado de luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un instante mirndonos de hito en hito. Nos sonremos. Sent que la sonrisa de l era la que tambin me pesaba en la boca. Como en un espejo, uno de los dos era falaz. "Quin suea a quin?", exclam uno de nosotros, o quiz ambos simultneamente. En ese momento omos ruidos de pasos en la escalera de caracol. De un salto nos metimos uno en otro y as fundidos nos pusimos a soar al que vena subiendo, que era yo otra vez. MAPAS -- Haba muchos mapas colgados en la escuela. El nio Beltrn los miraba, distrado. En el libro de lectura tambin haba mapas. Tampoco a Beltrn le interesaban. Aun del globo terrqueo que engordaba en el vestbulo, frente al despacho de la Directora, lo nico que le llamaba la atencin era que uno pudiese hacerlo girar con el dedo: "acaso -pensaba- hay un dedo grande que hace girar este planeta en que vivimos; acaso ni siquiera es un dedo, sino que alguien lo est soplando". Beltrn se aburra con los mapas. As pasaron dos, tres aos. Cmo fue que de pronto descubri la geografa? Lo cierto es que una tarde volva a su casa, dando puntapis a una piedra, cuando se le ocurri que todos los mapas de la escuela no valan nada porque eran demasiado pequeos, incompletos, fragmentarios, achatados, falsos, inhabitables. "El verdadero mapa -se dijo- es el planeta mismo; mapa de otro planeta, igual pero millones de veces ms grande, habitado por gigantes millones de veces ms grandes que los hombres, donde hay un nio que da puntapis a una piedra millones de veces ms grande que sta a la que estoy dando puntapis ahora". Beltrn se detuvo y ech un vistazo alrededor. Todo le pareci nuevo: se admir de la plaza, de las avenidas, del ro, de la arboleda. Se sinti como un microbio que caminase sobre el globo terrqueo del vestbulo de la escuela. "Vivo -se dijo- en un mapa. Pero este mapa que a m me parece tan grande debe de estar dentro de una escuela que yo no alcanzo a ver; y all, para otro Beltrn, ser tan pequeo, incompleto, 1
fragmentario, achatado, falso e inhabitable como los mapas de mi
propia escuela. Un mapa est siempre dentro de otro. Habr uno tan grande que coincida con el universo". EL PRISIONERO -- Cuando a Luis Augusto Bianqui lo metieron de un empujn en una celda tard varios das en advertir que poda disolverse en el aire, escapar como una exhalacin por el tragaluz, reasumir al otro lado su forma corporal, andar por las calles y vivir la vida de siempre. Haba un solo inconveniente: cada vez que un guardin se acercaba a la celda para inspeccionar, Bianqui, estuviera donde estuviese, tena que dejar todo y en un relmpago regresar y rehacer su figura de prisionero. Cosas de la conciencia! Si los carceleros se distraan, la libertad de Bianqui se actualizaba. Estudi el horario de la ronda de guardias a fin de pasear por la ciudad solamente entre horas ms o menos seguras, sin miedo de ser interrumpido. Trasnochaba. Pero an as en la crcel solan disponerse vigilancias inesperadas. Ms de una vez haba sentido el tirn desde la celda y tuvo que desvanecerse en los brazos de una mujer. Demasiado incmodo. Poco a poco fue renunciando a su poder de evaporarse y al cabo de un tiempo no se fug ms. AMBICIN -- Ese olmo tena unas iniciales grabadas en la corteza: sin duda, la firma del poeta que lo cre. Solo, cerca del ro, recordaba su vida: un gran envin desde la semilla hasta la flor ms alta, flor que prolongaba la ascensin al difundir su fragancia. Hubiera querido seguir subiendo como ese otro rbol, el de humo, que se formaba cada vez que quemaban sus hojas secas en el otoo. Y en la primavera, cuando las urracas que se le haban posado echaban a volar como hojas que despus de planear por un rato podan volver a las ramas, el olmo senta que su follaje era el viajero. Conoca a los pjaros por sus modos de volar: la acrobacia area del chaj, la tristeza de la golondrina que por alto que vuele siempre suea con algo que est ms all de sus alas, la rebelda de la tijereta, que se aleja de la tierra, no para explorar, si no en una rpida ofensiva contra el cielo. Si un viento lo agitaba, el olmo saba que vena de alguien que, al ver el globo de la tierra, se haba puesto a soplar para hacerlo girar y que los cambiantes colores del cielo eran intensidades de ese constante soplo. Ante tanto cielo, ante tanto ejemplo de libertad, la ambicin del olmo era volar. Se ergua, estiraba los brazos. Un da le creci un nuevo brote. No era un brote cualquiera: era una pluma. Una pluma verde. El comienzo de un ala. LUNA -- Jacobo, el nio tonto, sola subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos. Esa noche de verano el farmacutico y su 2
seora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una
torta, cuando oyeron que el nio andaba por la azotea. - Chist! -cuchiche el farmacutico a su mujer-. Ah est otra vez el tonto. No mires. Debe estar espindonos. Le voy a dar una leccin. Sgueme la conversacin, como si nada... Entonces, alzando la voz, dijo: -Esta torta est sabrossima. Tendrs que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe. -Cmo la van a robar! La puerta de la calle est cerrada con llave. Las ventanas, con persianas apestilladas. -Y... alguien podra bajar desde la azotea. -Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas... -Bueno: te dir un secreto. En noches como sta bastara que una persona dijera tres veces "taras" para que, arrojndose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aqu, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vmonos, que ya es tarde y hay que dormir. Se entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qu haca el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, despus de repetir tres veces "taras", se arroj de cabeza al patio, se desliz como por un suave tobogn de oro, agarr la torta y con la alegra de un salmn remont aire arriba y desapareci entre las chimeneas de la azotea. NARCISO -- Un da, al inclinarse sobre la fuente, Narciso ya no pudo ver su rostro. Fue como si se hubiera cado al fondo de la fuente disolvindose ah. Disgustado por esa sensacin de rostro desvanecido se tendi en la orilla. "Qu me pasa?", pens, "qu me pasa que veo el agua y no me veo?". Ech una mirada sobre las cosas que lo rodeaban y por primera vez las encontr hermosas. De repente descubri otra hermosura: una muchacha que se le acercaba. La muchacha se inclin sobre l, Narciso, y, muda, se puso a hacer caras: se sonrea, echaba la cabeza para atrs o hacia los costados para verse las lneas de los pmulos ensayaba expresiones de los ojos, se arreglaba las ondas del pelo y hasta con un rpido movimiento de labios se bes a s misma. Narciso, entretanto, oculto detrs de s mismo, ahora puro espejo, se qued temblando, temblando como el agua cuando la tocan. La ninfa Eco escuchaba amorosamente al bello Narciso y despus repeta sus ltimas palabras. Narciso, oyndose en la voz de Eco, gozaba tanto como cuando se contemplaba en el estanque. Eco tard en advertir que, en realidad, Narciso la ignoraba y ella era para l apenas un espejo sonoro. Cay en la cuenta solamente cuando Narciso dijo "adis", "adis" contest Eco, creyendo que era de ella de quien se despeda y comprendi que de quien se despeda Narciso era de s mismo porque ya iba a morir. 3
HACIA ARRIBA -- El autobs lleno de turistas se detuvo al pie del
cerro, saltamos a la cuesta y, todos en grupo, empezamos a subir. Tom la delantera un hombre extrao, delgado, alto, rubio, gil, con movimientos de ave o de ngel. Yo no haba reparado en l durante el viaje. Ahora vi cmo se distanciaba de nosotros, con ligeros y seguros pasos, siempre hacia arriba. Subi y subi, y yo, junto con los dems turistas, lo segua sin quitarle la vista. Cuando llegamos a una roca que l haba dejado atrs, sin esfuerzo, como si no fuera un obstculo, nosotros tenamos que pararnos, rodearla y treparla penosamente. No haba modo, no digo de alcanzarlo, pero ni siquiera de disminuir la ventaja que a cada paso nos sacaba. Lo vi llegar a la cumbre y encaramarse a la roca ms alta. Esper que continuase ascendiendo por el aire azul de la maana pero decidi, no s por qu, acaso para no avergonzarnos, quedarse all. UNIVERSO PULSTIL -- Aquella noche de insomnio, all por mil setecientos veinte, el hombre tuvo una sbita intuicin: que el mundo se inflaba y desinflaba y todas las cosas aumentaban al mismo tiempo y al mismo tiempo disminuan, en un ritmo tan perfecto y tan perfectamente guardando las proporciones que nadie notaba el fenmeno. La pluma con la que l escriba creca y decreca; pero tambin crecan y decrecan l y cuanto lo rodeaba, y as todo pareca que segua siendo igual. A esa intuicin sigui otra: en un rapto mstico el hombre salt a destiempo de esos grandes flujos y reflujos y por unos segundos se qued enano en medio de los muebles que se agigantaban y gigante en medio de muebles que se encogan. Fue a escribir su extraa experiencia pero comprendi que, en esa Edad de la Razn en que viva, lo tomaran por loco: entonces, para disimular, escribi los dos primeros libros de los viajes de Gulliver. PACTO CON EL DIABLO -- Lo conjur varias veces y al fin se me apareci, de mala gana. -Quisiera pactar contigo -le dije. -Francamente, no lo esperaba de un novelista como t. Conque t tambin crees en los Pactos con el Diablo? Que me llamen gentes del montn, lo comprendo: como en el folklore siempre salgo perdiendo, esas gentes confan en que de alguna manera se beneficiarn de mis donaciones y a ltimo momento me burlarn... -Te aseguro que no es mi caso. -Ya lo s. T cumplirs con tu palabra. Eres sincero. Por eso mismo no me sirves: no ests condenado. -Pero me condenar si celebramos el pacto. Todo lo que te pido es que, a cambio de mi alma, me pronostiques el futuro de la literatura; o, para decirlo ms concretamente, cmo ser la gran novela de maana. Tengo el suficiente talento para concebir cualquier clase de novela. Slo necesito saber cul es, de todas las posibles, la que representara mejor nuestra poca. Que mi alma se aloje en la eternidad del infierno a condicin de 4
que mi novela se aloje en la historia de la literatura universal.
-Ya te dije. No me sirves. No ests condenado. Y el condenar no es oficio mo, sino del Otro. Unos hombres han sido condenados, otros no. A los condenados de antemano les concedo lo que me piden, no a trueque de sus almas, puesto que ya est decidido que de todos modos me las lleve, sino como premio consolador. No pacto: soy hospitalario, esto es todo, y me limito a extenderles una que otra cortesa del infierno. Lo siento. T no eres para m. No ests condenado, y por ser libre nunca escribirs esa novela determinada por el pasado y ya almacenada en el futuro, a disposicin de uno de los mos. VEJEZ -- Para qu negarlo. Uno envejece. Se pierde algo, se gana algo. Por ejemplo. Antes yo me asombraba de las cosas que perciba, siempre nuevas. Slo que reaccionaba tan vivamente a lo que me estimulaba que mi reaccin empujaba al estmulo y as nada se me poda adentrar. Ahora, ms viejo, lo que me estimula me penetra profundamente y al verlo caer en un abismo sin fin me asombro de otro modo: asombro de m mismo, diferente al asombro ante el mundo, pero no menos asombroso. En la extraversin de la juventud el aire estaba all, en el cielo; en la introversin de la vejez, el aire est ac, en mi respiracin. Cada vez ms cansado, viajo por mis laberintos interiores. Un da, ya cayndome de viejo, me asombrar por ltima vez: llegar a un sitio muy tenebroso donde, desdoblado, estar esperndome a m mismo, un yo saludando al otro como un mellizo no nacido que ve llegar, fuera del tiempo, al hermano que acaba de morir. EL ENANO -- Como en otras maanas, yo haba confiado en que la ensenada estara desierta, pero apenas ech a correr por la playa o que alguien me gritaba "Cuidado!", me detuve en seco y vi que, delante de m, de la arena se desenterraba un enano, todo fruncido. Un poco ms y lo aplasto. -Perdneme -le dije-. No lo haba visto. -Evidentemente -me dijo, y se le desfrunci el ceo. Era una figura grotesca: cabezota hinchada sobre un talle comprimido. Se puso a mi lado y juntos nos metimos en el mar. Tan denso se mostraba el enano que tem que se fuera a fondo, como un pedazo de platino. De un vistazo, pues, me cercior de que saba nadar y, ya con la conciencia tranquila, a grandes brazadas lo dej y avanc hacia el islote que me esperaba todas las maanas. No prest atencin al hecho de que el enano no se haba quedado atrs sino que segua a mi lado, acompandome. En dos o tres ocasiones me pareci que los brazos que el enano sacaba al aire eran cada vez ms largos y recios, y que los talonazos que daba al agua estaban cada vez ms alejados de la cabeza, pero tampoco hice caso. Llegamos al islote. Con cuidado, para no dejarme estrellar contra el acantilado, me deslic lentamente, hice pie y al fin pude trepar y sentarme en una roca. Entonces vi que de las olas sala el enano crecido en gigante. 5
-No se asombre -me dijo-. Soy Pulgarcito, el enano del Circo
Barnum. Es una vida dura, que exige mucha contraccin. No se imagina usted mis aprietos. Eso, cuando trabajo. Pero aqu puedo estirarme. Hoy es mi da de descanso. PERSPECTIVAS -- De todos los dioses que asistan a las fiestas de Odn, en el Walhalla, era Thor el ms fuerte. Famosos, los golpes de su maza, como aquel que descarg sobre un huevo de paloma: lleg a tocar su cscara pero, deteniendo ah mismo el impulso no lo quebr. Poco sabemos, en cambio, de la figura y tamao de Thor. Las noticias son contradictorias. Una vez que la noche lo sorprendi en un bosque busc refugio en un palacio abandonado, todo abierto por un costado y con largas cmaras interiores. A la maana siguiente lo despertaron estentreas voces: "dnde demonios he dejado caer mi guante?". Entonces Thor comprendi que haba pernoctado en el pulgar del guante de Skrymir. En otra ocasin, sediento, Thor empez a beber de un largo cuerno. Por ms que beba, el cuerno siempre segua lleno de agua: slo ms tarde se enter de que se haba estado bebiendo los ros hasta secar sus cauces. Thor se confunda por igual con enanos y gigantes. Los hombres se encariaron con l porque al verlo tan pronto empequeecido, tan pronto agrandado, en cierto modo lo sentan humano: acaso no se achica todo el mundo para que pueda entrar en la cabeza de un hombre, y, al revs, no sale de la cabeza del hombre una mirada chiquitita que crece hasta envolver el mundo? Contndose unos a otros las aventuras de Thor los hombres se ejercitaban para sus propias aventuras intelectuales: asomarse a las direcciones opuestas del infinito y sospechar que las estrellas en el cielo y los granos de arena en la playa bien pueden ser una misma y la misma cosa. EL STARETS INVISIBLE -- Conspiraciones, motines, guerras. El zar Nikolaya II -instigado por la muy religiosa zarina Alix- llam, para que lo orientaran, a varios brujos. Desfilaron por el palacio de San Petersburgo barbudos adivinos, nigromantes, hipnotizadores, astrlogos, msticos, curanderos, espiritistas, taumaturgos. El zar los prob, uno tras otro. Alguna vez escogera al verdadero. A saltos de rana siguieron desfilando. Ninguno le inspir confianza. Uno de los hechiceros -un campesino zaparrastroso- consigui que el zar lo recibiera en su gabinete privado. Nikolaya II lo estaba examinando -hablaban de viejos conos rusos- cuando entr uno de los oficiales de la guardia. Muy ceremoniosamente salud el zar, desdeando, al parecer deliberadamente, a su estrafalaria compaa. Despus de transmitir su mensaje se retir. Nikolaya II se excus ante la visita. -Me ha molestado esa falta de cortesa del oficial. Debi haberte 6
saludado a ti tambin. Lo reprender cuando estemos a solas.
Entretanto te ruego que lo perdones. -No hay por qu, Sire. El pobre no tuvo la culpa. No me salud porque en realidad no pudo verme: yo me hice invisible a sus ojos -contest Grigori Rasputn. DUDA -- Ricardo era perezoso y perverso. Ambos defectos solan excluirse: por demasiado cmodo a veces se abstena del mal y por demasiado malo a veces apechugaba con la incomodidad. El no saber perseverar ni en la pereza ni en la perversidad era su mayor pecado. Esa madrugada tom en el subterrneo de Plaza de Mayo el ltimo tren. Un anciano se le sent al lado. -Falta mucho, seor, para la estacin Ro de Janeiro? -pregunta el anciano con voz tembleque y provinciana. - No, seor -contesta Ricardo, en un momento de distraccin-. Despus que yo me baje, bjese usted en la prxima. Advierte, con fastidio, que acaba de cometer una buena accin. Si l se baja en Medrano, que es donde vive, el anciano sabr que la siguiente parada es Ro de Janeiro. Si, para embromarlo, se baja en una estacin anterior -digamos: en Loria-, el anciano se equivocar y al bajarse en Medrano saldr lejos del sitio adonde va, pero, en cambio, Ricardo tambin tendr que caminar de ms. Mientras corre el tren Ricardo piensa, y por ms que piensa no sabe a qu ceder, si a la perversidad o a la pereza. LA OTRA VIDA -- Desesperados por los tormentos y trabajos que les imponan los espaoles -el espaol Las Casas es quien cuenta- los indios de las Antillas empezaron a huir de las encomiendas. De nada les vala: con perros los cazaban y despedazaban. Entonces los indios decidieron morir. Unos incitaban a otros, y as pueblos enteros se colgaron de los rboles, seguros de que, en la otra vida, gozaran de descanso, libertad y salud. Los espaoles se alarmaron al ver que se iban quedando sin esclavos. Una maana cierto encomendero advirti que un nmero de indios abandonaban las minas y marchaban hacia el bosque, con sogas para ahorcarse. Los sigui y, cuando ya estaban eligiendo las ramas ms fuertes, se les present y dijo: -Por favor, dadme una soga. Yo tambin me voy a ahorcar. Porque si vosotros os ahorcis, para qu quiero vivir ac, sin vuestra ayuda? Me dais de comer, me dais oro... No, quiero irme a la otra vida con vosotros, para no perder lo que all tendris que darme. Los indios, para evitar que el espaol se fuera con ellos y durante toda la eternidad los mandara y fatigara, acordaron por el momento no matarse. LAS MANZANAS DE ORO -- El simple traspis de un gigante es hazaosa corrida para un enano (Refrn griego). La hermosa Atalanta corra ms rpido que nadie; y como el orculo le haba dicho que si se casaba sera desgraciada, decidi alejar a los pretendientes en estos trminos: -Slo me casar con quien me gane a correr. Quien no me gane, morir. 7
Muchos de sus enamorados murieron as. Cuando Hipmenes decidi
arriesgarse, Atalanta, enternecida por su belleza, intent disuadirlo. En vano. A toda costa Hipmenes quera correr. Y hubiera perdido a no ser porque Afrodita lo ayudo deslizndole tres manzanas de oro e instrucciones de cmo usarlas. En el estadio Heracles se puso al lado de los jvenes y dio la seal de largada. Partieron dejando atrs los vientos. Atalanta, ya enamorada, primero se dej pasar; pero despus no pudo contenerse y fue a tomar la delantera. Entonces Hipmenes le tir una manzana y Atalanta, encantada por ese relmpago de oro, se detuvo a recogerla. Tres manzanas, tres paradas. Hipmenes aprovech la ltima para avanzar triunfante: apenas pudo Atalanta alcanzarlo, justamente en la meta. En la meta ya los esperaba Heracles, tan fresco como cuando en el arrancadero los haba despedido: -Al ver, durante la carrera, lo mucho que apreciabais las manzanas -le dijo- me fui a la Hesperia y recog, del rbol de Oro, esta canasta llena. Y se la tendi como premio. Atalanta e Hipmenes se miraron, avergonzados de haber perdido la carrera. DUENDES -- El duende pesimista: -Te digo que poco a poco nos van alcanzando. Hoy construyen un aparato, maana otro, an ms sensitivo. As acabarn por registrarlo todo. Registrarn hasta las huellas que los acontecimientos ms nfimos han estampado sobre el universo. Acurdate de lo que te digo: con esos aparatos, uno de estos das, a la fuerza, nos van a obligar a que comparezcamos a su llamada y les expliquemos todo el pasado. El duende optimista: -No te preocupes. Los hombres nunca nos alcanzarn. Si nos alcanzasen y nos obligasen a hablar todo lo que tendramos que hacer es mentirles. Los duendes se haban reunido esa noche en el bosque y conversaban sobre la naturaleza de los hombres. Uno de ellos, folklorista, cont hazaas humanas. -Bah! -exclam Utl-. No lo digo por jactarme, pero yo solito, con un dedo, me basto para revolcar por el suelo a todos los hombres juntos. -No slo t: tambin yo, y cualquier duende -contest Kipt. -Lo malo -terci el Duende Mayor- es que nunca lo podremos comprobar. Para nosotros los hombres existen y por eso los podramos derrotar; pero la naturaleza limitada de los hombres les hace creer que no existimos, y por eso nunca sabran que son derrotados. EL ESPEJO NEURTICO -- El vidriero pas por las calles pregonando sus vidrios: -Viii-drios! Vidriero. Viii-drios! Vidriero... Lo oy un espejo, colocado al costado de una cama, en una de las habitaciones de aquella casa deshonrada. Era un espejo que, de tanta vida interior, se haba vuelto neurtico y, aunque plano, se senta como un botelln redondo, lleno de demonios encerrados. El espejo imagin al vidriero reponiendo los vidrios de las ventanas, rotas a pelotazos por los 8
muchachos de la calle. Imagin los vidrios rotos, unos cados por
el suelo, otros todava prendidos a sus marcos. Del fondo estremecido del espejo sala un rumor de provocaciones. Quera que tambin a l le abrieran una raja para que sus reflejos -condenados a repetir como en una pesadilla las infames escenas de ese dormitorio- se escaparan por el mundo y lo dejaran tranquilo. LA OTRA -- Un hombre vacila entre dos mujeres: se casa con una. Veinte aos despus, desdichado, consulta a un mago: cmo hubiera sido su vida, de casarse con la otra? El mago se la muestra, en una bola de cristal. Es la misma vida! El hombre, rpidamente, repasa conjeturas, ahora en la bola de cristal de su cabeza: 1) las dos mujeres eran iguales y por eso tanto vala casarse con una como con otra; 2) nuestro destino est escrito, de casarse con una u otra mujer, aun siendo diferentes, no habra cambiado nada; 3) el hombre es el arquitecto de su propia existencia; si es un mal arquitecto, con la dcil materia de cualquiera de esas dos mujeres hubiese acabado por construir un matrimonio desdichado; 4) de casarse con la otra su vida s hubiera sido feliz, pero este mago es falso. FBRICA DE FINGIMIENTOS -- Estoy con Rodrguez (Rodrguez creo que se llama) en la esquina de Florida y Viamonte. Hace unos minutos, por la acera de enfrente, pas rpidamente la mujer ms fea del mundo. Ceidas las carnes con un vestido verde, teido el peinado con estras multicolores, todo el rostro enmascarado de cosmticos, garabate en el aire la figura de un despojo de tiempo que se obstina en no envejecer y desapareci de la multitud. -Vio, vio? -exclam rindome-. Vio qu loro? Rodrguez se volvi hacia m y clavndome la vista muy tranquilamente dijo: S. Es mi mujer. Confusin. Mientras en un embarazoso silencio hacemos como que miramos el desfile de mujeres por la calle Florida, cavilo: -Rodrguez fingi que ese mamarracho era su mujer para castigarme por mi falta de caballerosidad. Si de veras ese mamarracho fuese su mujer su voz habra sonado ofendida. Pero no. Dijo "es mi mujer" con tal calma que equivala a probarme que no lo era; y as, al mismo tiempo que me daba una leccin moral, pona a salvo su dignidad de hombre guapo, de quien es inadmisible que se haya casado con una mujer tan fea. Slo que Rodrguez debi de haber previsto que yo iba a pensar de este modo y, para no dejarme escapar de mi situacin desairada (para no aliviarme de la vergenza de haber tirado una plancha) exager su tranquilidad; adrede la exager hasta que la tranquilidad resultara increble, como si Rodrguez quisiera simular que estaba simulando para que yo, al descubrir su juego, no me deje engaar y comprenda que de veras ese mamarracho es su mujer, con lo cual, despus de todo, tendr que avergonzarme de mi metida de pata. 9
O sea, que el capcioso Rodrguez simul que simulaba que simula
nada ms que para que yo me avergence de haberme avergonzado de mi vergenza. Sospecho que Rodrguez ha calculado que voy a salir del vrtigo de fingimientos proliferados dentro de fingimientos con la duda de si efectivamente ese mamarracho ser o no su mujer. A menos que el mismo laberinto mental que yo le he supuesto a Rodrguez l me lo supuso a m, y cuando oy exclamar "vio qu loro?" crey que yo estaba tratando de hacerlo caer en una trampa porque el tal mamarracho era nada menos que mi mujer.