Guenon, Rene - San Bernardo
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SAN BERNARDO
(1929)
SAN BERNARDO
Entre las grandes figuras de la edad media, hay pocas cuyo estudio sea ms propio que la de San Bernardo, para disipar algunos prejuicios queridos del espritu moderno. Qu hay, en efecto, ms desconcertante para este espritu que ver a un puro
contemplativo, que ha querido ser y permanecer siempre tal, llamado a desempear
un papel preponderante en la direccin de los asuntos de la Iglesia y del Estado, y
que triunfa frecuentemente all donde haba fracasado toda la prudencia de los polticos y de los diplomticos de profesin? Qu hay ms sorprendente e incluso ms
paradjico, segn la manera ordinaria de juzgar las cosas, que un mstico que no
siente ms que desdn para lo que llama las argucias de Platn y las sutilezas de
Aristteles, y que triunfa no obstante sin esfuerzo sobre los ms sutiles dialcticos
de su tiempo? Toda la vida de San Bernardo podra parecer destinada a mostrar, por
un ejemplo brillante, que existen, para resolver los problemas del orden intelectual e
incluso los de orden prctico, otros medios que aquellos a los que se est habituado
desde hace mucho tiempo a considerar como los nicos eficaces, sin duda porque son
los nicos al alcance de una sabidura puramente humana, que no es ni siquiera la
sombra de la verdadera sabidura. Esta vida aparece as en cierto modo como una
refutacin anticipada de esos errores, opuestos en apariencia, pero en realidad solidarios, que son el racionalismo y el pragmatismo; y al mismo tiempo, confunde e invierte, para quien la examina imparcialmente, todas las ideas preconcebidas de los
historiadores cientificistas que estiman, con Renan, que la negacin de lo sobrenatural forma la esencia misma de la crtica, lo que, por lo dems, admitimos de
buena gana, pero porque vemos en esta incompatibilidad todo lo contrario de lo que
ven ellos, es decir, la condena de la crtica misma, y no la de lo sobrenatural. En
verdad, en nuestra poca, qu lecciones podran ser ms provechosas que esas?
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Bernardo naci en 1090 en Fontaines-ls-Dijon; sus padres pertenecan a la alta
nobleza de la Borgoa, y, si notamos este hecho, es porque nos parece que algunos
rasgos de su vida y de su doctrina, de los que tendremos que hablar a continuacin,
pueden relacionarse hasta un cierto punto con este origen. No queremos decir que
solo por eso sea posible explicar el ardor a veces belicoso de su celo o la violencia
que aport en varias ocasiones a las polmicas a las que fue arrastrado, y que, por lo
dems, era todo de superficie, ya que la bondad y la dulzura constituan incontestablemente el fondo de su carcter. A lo que entendemos hacer alusin sobre todo, es a
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sus relaciones con las instituciones y el ideal caballeresco, a las que, por lo dems, es
menester acordar siempre una gran importancia si se quieren comprender los acontecimientos y el espritu mismo de la edad media.
Hacia la veintena de su vida Bernardo concibi el proyecto de retirarse del mundo; y en poco tiempo logr hacer participar de sus intenciones a todos sus hermanos,
a algunos de sus allegados y a un cierto nmero de sus amigos. En este primer apostolado, su fuerza de persuasin era tal, a pesar de su juventud, que pronto devino,
dice su bigrafo, el terror de las madres y de las esposas; los amigos teman verle
abordar a sus amigos. En eso hay algo de extraordinario, y sera ciertamente insuficiente invocar la fuerza del genio, en el sentido profano de esta palabra, para explicar una influencia semejante. No vale ms reconocer en ello la accin de la gracia
divina que, penetrando en cierto modo toda la persona del apstol e irradiando hacia
fuera por su sobreabundancia, se comunicaba a travs de l como por un canal, segn
la comparacin que l mismo emplear ms tarde aplicndosela a la Santa Virgen, y
que, restringiendo ms o menos su alcance, se puede aplicar tambin a todos los santos?
As pues, acompaado de una treintena de jvenes, Bernardo, en 1112, entr en el
monasterio de Cteaux, que haba escogido en razn del rigor con el que all se observaba la regla, rigor que contrastaba con la relajacin que se haba introducido en
todas las dems ramas de la Orden benedictina. Tres aos ms tarde, sus superiores
no vacilaban en confiarle, a pesar de su inexperiencia y de su salud delicada, la direccin de doce religiosos que iban a fundar una nueva abada, la de Clairvaux, que
deba gobernar hasta su muerte, rechazando siempre los honores y las dignidades que
se le ofreceran tan frecuentemente en el curso de su carrera. El renombre de Clairvaux no tard en extenderse lejos, y el desarrollo que esta abada adquiri pronto, fue
verdaderamente prodigioso. Cuando muri su fundador, abrigaba, se dice, alrededor
de setecientos monjes, y haba dado nacimiento a ms de sesenta nuevos monasterios.
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El cuidado que Bernardo aport a la administracin de Clairvaux, regulando l
mismo hasta los ms minuciosos detalles de la vida corriente, la parte que tom en la
direccin de la Orden cisterciense, como jefe de una de sus primeras abadas, la habilidad y el xito de sus intervenciones para allanar las dificultades que surgan fre-
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cuentemente con rdenes rivales, todo eso hubiera bastado ya para probar que lo que
se llama el sentido prctico puede aliarse muy bien a veces con la ms alta espiritualidad. En eso haba ms de lo que hubiera sido necesario para absorber toda la actividad de un hombre ordinario; y, sin embargo, muy a pesar suyo, Bernardo iba a ver
pronto abrirse ante l un campo de accin muy diferente, ya que nunca temi tanto a
nada como a ser obligado a salir de su claustro para mezclarse a los asuntos del mundo exterior, de los cuales haba credo poder aislarse para siempre, para librarse enteramente a la ascesis y a la contemplacin, sin que nada viniera a distraerle de lo que,
segn la palabra evanglica, era a sus ojos la nica cosa necesaria. En esto, se haba equivocado enormemente; pero todas las distracciones, en el sentido etimolgico de la palabra, a las que no pudo sustraerse y de las que lleg a quejarse con alguna amargura, no le impidieron alcanzar las cimas de la vida mstica. Esto es muy
destacable; lo que no lo es menos, es que, a pesar de toda su humildad y de todos los
esfuerzos que hizo para permanecer en la sombra, se hizo llamada a su colaboracin
en todos los asuntos importantes, y que, aunque no hizo nada a los ojos del mundo,
todos, comprendidas las ms altas dignidades civiles y eclesisticas, se inclinaron
siempre espontneamente delante de su autoridad completamente espiritual, y no
sabemos si eso es ms para alabanza del santo o para alabanza de la poca en la que
vivi. Qu contraste entre nuestro tiempo y aqul donde un simple monje, nicamente por la radiacin de sus virtudes eminentes, poda devenir en cierto modo el
centro de Europa y de la Cristiandad, el rbitro incontestado de todos los conflictos
donde el inters pblico estaba en juego, tanto en el orden poltico como en el orden
religioso, el juez de los maestros ms reputados de la filosofa y de la teologa, el
restaurador de la unidad de la Iglesia, el mediador entre el Papado y el Imperio, y ver
finalmente a ejrcitos de varios centenares de miles de hombres levantarse a su predicacin!
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Bernardo haba comenzado en buena hora a denunciar el lujo en que vivan entonces la mayora de los miembros del clero secular e incluso los monjes de algunas
abadas; sus amonestaciones haban provocado conversiones resonantes, entre las
cuales est la de Suger, el ilustre abad de Saint-Denis, que, sin llevar todava el ttulo
de primer ministro del rey de Francia, desempeaba ya sus funciones. Es esta conversin la que hizo conocer a la corte el nombre del abad de Clairvaux, a quien se
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consider all, segn parece, con un respeto mezclado de temor, porque se vea en l
el adversario irreductible de todos los abusos y de todas las injusticias; y pronto, en
efecto, se le vio intervenir en los conflictos que haban estallado entre Louis le Gros
y diversos obispos, y protestar duramente contra las invasiones del poder civil sobre
los derechos de la Iglesia. A decir verdad, en eso no se trataba todava ms que de
asuntos puramente locales, que interesaban solo a tal monasterio o a tal dicesis;
pero, en 1130, sobrevinieron acontecimientos de una gravedad mucho mayor, que
pusieron en peligro a la Iglesia toda entera, dividida por el cisma del antipapa Anacleto II, y es en esta ocasin donde el renombre de Bernardo deba difundirse en toda
la Cristiandad.
No vamos a seguir aqu la historia del cisma en todos sus detalles: los cardenales,
divididos en dos facciones rivales, haban elegido sucesivamente a Inocente II y a
Anacleto II; el primero, forzado a huir de Roma, no desesper de su derecho y apel
a la Iglesia universal. Francia fue quien respondi primero; en el concilio convocado
por el rey en Etampes, Bernardo apareci, dice su bigrafo, como un verdadero
enviado de Dios en medio de los obispos y de los seores reunidos; todos siguieron
su consejo sobre la cuestin sometida a su examen y reconocieron la validez de la
eleccin de Inocente II. ste se encontraba entonces en suelo francs, y fue en la
abada de Cluny donde Suger vino a anunciarle la decisin del concilio; recorri las
principales dicesis y fue acogido por todas partes con entusiasmo; este movimiento
iba a arrastrar la adhesin de casi toda la Cristiandad. El abad de Clairvaux fue a ver
al rey de Inglaterra y triunf prontamente de sus vacilaciones; y quizs tuvo una parte, al menos indirecta, en el reconocimiento de Inocente II por el rey Lothaire y el
clero alemn. Fue despus a Aquitania para combatir la influencia del obispo Gerard
dAngouleme, partidario de Anacleto II; pero fue solo en el curso de un segundo viaje a esta regin, en 1135, donde deba triunfar y destruir en ella el cisma al operar la
conversin del conde Poitiers. En el intervalo, haba debido trasladarse a Italia, llamado por Inocente II que haba vuelto all con el apoyo de Lothaire, pero que estaba
detenido por dificultades imprevistas, debidas a la hostilidad de Pisa y de Gnova;
era menester pues encontrar un arreglo entre las dos ciudades rivales y hacrselo
aceptar; es a Bernardo a quin se encarg esta misin difcil, misin que resolvi con
el ms maravilloso xito. Inocente pudo finalmente entrar en Roma, pero Anacleto
permaneci atrincherado en San Pedro del que fue imposible tomar posesin; Lothaire, coronado emperador en San Juan de Letran, se retir pronto con su ejrcito; des-
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mando del ejrcito, someti toda la Italia meridional; pero cometi el error de rechazar las proposiciones de paz del rey de Sicilia, que no tard en tomar su revancha,
devastando todo a sangre y fuego. Bernardo no vacil entonces en presentarse en el
campo de Roger, que acogi muy mal sus palabras de paz, y a quin predijo una derrota que se produjo en efecto; despus, siguindole los pasos, le encontr en Salermo y se esforz en apartarle del cisma en el que la ambicin le haba arrojado. Roger
consinti en escuchar contradictoriamente a los partidarios de Inocente y de Anacleto, pero, aunque pareca conducir la encuesta con imparcialidad, solo busc ganar
tiempo y rechaz tomar una decisin; al menos, este debate tuvo como feliz resultado
acarrear la conversin de uno de los principales autores del cisma, el Cardenal Pierre
de Pisa, que Bernardo condujo con l junto a Inocente II. Esta conversin dio un golpe terrible a la causa del antipapa; Bernardo supo aprovecharla, y en Roma mismo,
por su palabra ardiente y convencida, consigui en algunos das apartar del partido
de Anacleto a la mayora de los disidentes. Esto pasaba en 1137, haca la poca de
las fiestas de Navidad; un mes ms tarde, Anacleto mora sbitamente. Algunos de
los cardenales ms comprometidos en el cisma eligieron un nuevo antipapa bajo el
nombre de Vctor IV; pero su resistencia no poda durar mucho tiempo, y, el da de la
octava de Pentecosts, todos se sometieron; desde la semana siguiente, el abad de
Clairvaux retomaba el camino de su monasterio.
Este resumen muy rpido basta para dar una idea de lo que se podra llamar la actividad poltica de San Bernardo, que por lo dems no se detuvo ah: de 1140 a 1144,
tuvo que protestar contra la intromisin abusiva del rey Louis le Jeune en las elecciones episcopales, despus tuvo que intervenir en un grave conflicto entre este mismo rey y el conde Thibaut de Champagne; pero sera fastidioso extenderse sobre
estos diversos acontecimientos. En suma, se puede decir que la conducta de Bernardo
estuvo siempre determinada por las mismas intenciones: defender el derecho, combatir la injusticia, y, quizs por encima de todo, mantener la unidad en el mundo cristiano. Es esta preocupacin constante de la unidad la que le anim en su lucha contra
el cisma; es tambin la que le hizo emprender, en 1145, un viaje en el Languedoc
para conducir al seno de la Iglesia a los herticos neomaniqueos que comenzaban a
extenderse en esta regin. Parece que haya tenido sin cesar presente en el pensamiento esta palabra del Evangelio: Que sean todos uno, como mi Padre y yo somos
uno.
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tarde cuando fue llamado a completarla, y que no acab su redaccin definitiva sino
en 1131. San Bernardo coment despus esta regla en el tratado De laude novoe mititioe, donde expuso en trminos de una magnfica elocuencia la misin y el ideal de la
caballera cristiana, de lo que l llamaba la milicia de Dios. Estas relaciones del
abad de Clairvaux con la Orden del Temple, que los historiadores modernos no consideran ms que como un episodio muy secundario de su vida, tena ciertamente una
importancia muy diferente a los ojos de los hombres de la edad media; y ya hemos
mostrado en otra parte que constituan sin duda la razn por la que Dante deba escoger a San Bernardo como su gua, en los ltimos crculos del Paraso.
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Desde 1145, Louis VII haba concebido el proyecto de ir en ayuda de los principados latinos de Oriente, amenazados por el emir de Alepo; pero la oposicin de sus
consejeros le haba obligado a aplazar su realizacin, y la decisin definitiva haba
sido remitida a una asamblea plenaria que deba reunirse en Vezelay durante las fiestas de Pascua del ao siguiente. Eugenio III, retenido en Italia por una revolucin
suscitada en Roma por Arnaud de Brescia, encarg al abad de Clairvaux reemplazarle en esta asamblea; Bernardo, despus de haber dado lectura a la bula que invitaba a
Francia a la cruzada, pronunci un discurso que fue, a juzgar por el efecto que produjo, la mayor accin oratoria de su vida; todos los asistentes se precipitaron a recibir la
cruz de sus manos. Alentado por este xito, Bernardo recorri las ciudades y las provincias, predicando por todas partes la cruzada con un celo infatigable; all donde no
poda trasladarse en persona, diriga cartas no menos elocuentes que sus discursos.
Pas despus a Alemania, donde su predicacin tuvo los mismos resultados que en
Francia; el emperador Conrad, luego de haber resistido algn tiempo, debi ceder a
su influencia y enrolarse en la cruzada. Hacia la mitad del ao 1147, los ejrcitos
francs y alemn se ponan en marcha para esta gran expedicin, que, a pesar de su
formidable apariencia, iba a finalizar en un desastre. Las causas de este fracaso fueron mltiples; las principales parecen ser la traicin de los Griegos y la falta de entendimiento entre los diversos jefes de la cruzada; pero algunos, muy injustamente,
buscaron descargar la responsabilidad de ello sobre el abad de Clairvaux. ste debi
escribir una verdadera apologa de su conducta, que era al mismo tiempo una justificacin de la accin de la Providencia, mostrando que las desgracias sobrevenidas no
eran imputables ms que a las faltas de los cristianos, y que as las promesas de
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Dios quedaban intactas, pues no prescriben contra los derechos de justicia; esta apologa est contenida en el libro De consideratione, dirigido a Eugenio III, libro que es
como el testamento de San Bernardo y que contiene concretamente sus puntos de
vista sobre los deberes del papado. Por lo dems, todos no se dejaron llevar del desaliento, y Suger concibi pronto el proyecto de una nueva cruzada, de la que el abad
de Clairvaux mismo deba ser el jefe; pero la muerte del gran ministro de Louis VII
detuvo su ejecucin. El mismo San Bernardo muri poco despus, en 1153, y sus
ltimas cartas dan testimonio de que se preocup hasta el fin de la liberacin de la
Tierra Santa.
Si la meta inmediata de la cruzada no haba sido alcanzada, se debe decir por eso
que una tal expedicin era enteramente intil y que los esfuerzos de San Bernardo
haban sido prodigados en pura prdida? No lo creemos, a pesar de lo que podran
pensar los historiadores que se quedan en las apariencias exteriores, pues haba en
estos grandes movimientos de la edad media, de un carcter poltico y religioso a la
vez, razones ms profundas, de las que una, la nica que queremos apuntar aqu, era
mantener en la Cristiandad una viva conciencia de su unidad. La Cristiandad era
idntica a la civilizacin occidental, fundada entonces sobre bases esencialmente
tradicionales, como lo es toda la civilizacin normal, y que iba a alcanzar su apogeo
en el siglo XIII; a la prdida de este carcter tradicional deba seguir necesariamente
la ruptura de la unidad misma de la Cristiandad. Esta ruptura, que fue llevada a cabo
en el dominio religioso por la Reforma, lo fue en el dominio poltico por la instauracin de las nacionalidades, precedida de la destruccin del rgimen feudal; y, desde
este ltimo punto de vista, se puede decir que quien dio los primeros golpes al grandioso edificio de la Cristiandad medieval fue Philippe-le-Bel, el mismo que, por una
coincidencia que no tiene ciertamente nada de fortuito, destruy la Orden del Temple, atentando con ello directamente a la obra misma de San Bernardo.
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En el curso de todos sus viajes, San Bernardo apoy constantemente su predicacin mediante numerosas curaciones milagrosas, que eran para las gentes como signos visibles de su misin; estos hechos han sido contados por testigos oculares, pero
l mismo no hablaba de ello sino muy a desgana. Puede ser que esta reserva le fuera
impuesta por su extrema modestia; pero, sin duda, l mismo no atribua tampoco a
estos milagros ms que una importancia secundaria, considerndolos solamente co-
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