El Chamán Como Enfermo Mental Según George Devereux

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anuario GRHIAL. Universidad de Los Andes. Mérida. Enero-Diciembre, Nº 2, 2008.

El chamán como enfermo mental según George Devereux. Franco, Francisco, pp. 35-50.

El chamán como enfermo mental


según George Devereux*

Franco, Francisco**
Universidad de Los Andes (Mérida - Venezuela)

Resumen
Este artículo son unas notas acerca de la discusión sobre el carácter
patológico o enfermo del chamán, propuesto por Devereux, fundador
de la Etnopsiquiatría y su correspondencia con lo que llama Morin el
carácter “demens” del homo sapiens sapiens.
Palabras clave: Chamán. Enfermedad mental. Devereux.

Abstract
This article is notes about the discussion on the pathological or
ill character of chamán, proposed by Devereux, founder of the
Etnopsiquiatría and his correspondence and so the character calls Morin
“demens” of homo sapiens sapiens.
Key words: Shaman. Mental patient. Devereux.

*
Nota del Comité Editorial: Artículo culminado en mayo de 2006, enviado
a ANUARIO GRHIAL en junio y aprobado para su publicación en
septiembre del mismo año.
**
Licenciado en Historia, con Maestría en Etnología (ULA). Profesor
Asistente, adscrito al Departamento de Antropología y Sociología. Escuela
de Historia, Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de
Los Andes. Mérida, Venezuela. e-mail: [email protected]

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La figura del chamán pervive y ronda en muchos movimientos


religiosos no indígenas de la actualidad, especialmente en aquellos
calificados como New Age; corriente religiosa de difícil definición,
que toma elementos, rituales y creencias de distintas tradiciones,
reactualizando prácticas antiguas y reinventando otras con un cariz,
light, novedoso y postmoderno.1
En este contexto, la figura del chamán se ha convertido en
una especie de modelo, de arquetipo del hombre religioso. El chamán
parece fascinar por su referencia a lo supuestamente más primitivo de
la naturaleza humana, así como por los poderes extrahumanos que
detenta y que, en la actualidad, se ofrecen como posibles a cualquier
persona, siempre y cuando cumpla con los requisitos de una “iniciación
chamánica”. Esta exaltación y rescate de la figura del chamán se explica
también por la importancia del uso de drogas alucinógenas en sus
rituales; lo cual parece hacerlo más atractivo. Tal como lo muestra el
consumo excesivo del peyote en México, el cual llegó a estar en peligro
de extinción, luego de la fama que alcanzaron los libros de Carlos
Castaneda, donde relata sus supuestas experiencias como aprendíz de
chamán con Don Juan, un indígena yaqui (Castaneda 1985; 1987).
Como veremos, el chamán no es un intermediario, ni
un medium, posee el control de los espíritus y de las deidades,
manteniendo la consciencia durante sus rituales y sus experiencias
extrasensoriales. Tiene el poder de curar y de hacer daño, pero es a
la vez un reservorio de sabiduría de su propia cultura. Así es descrito
tanto por los religiosos interesados en el chamanismo del pasado
y del presente, así como por antropólogos e historiadores de las
religiones. Sin duda, existe una gran influencia de los relatos de los
antropólogos en esa fascinación moderna o actual por el chamán.
Incluso en el ámbito académico, en la arqueología especificamente,
la relación entre el chamanismo descrito por los etnógrafos y el
chamanismo prehistórico de los arqueologos propuesto por Jean Clottes
y David Lewis-Williams (2001) creo una gran polémica. Estos autores

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estblecieron una correspondencia entre el chamanismo registrado por


los etnógrafos, historiadores y los mismos arqueológos en sociedades
de distintas épocas de cazadores-recolectores, algunas explicaciones
neurofisiológicas acerca del trance (Clottes y Lewis-Williams, 2001:11-
33) con el arte de las cuevas del paleolítico superior. Para este período
la única evidencia directa con las que se cuenta es el llamado arte
paleolítico. Lo que en parte explica la polémica que desató la hipótesis
de estos autores. Se basan en la premisa de que el fenómeno chamánico
es una forma universal humana y por tanto es posible formular dichas
relaciones. Se interesaron, declarándose sorprendidos e intrigados, por
el “extraordinario” parecido que existían entre chamanes de distintas
partes del mundo y diferentes épocas. Asumieron que las similitudes
provienen de la manera en que el sistema nervioso humano reacciona
en estado de conciencia alterada:
“...Aunque la diversidad del chamanismo puede, a primera vista,
parecer aplastante, existen profundas analogías de orden neurológico.
Estas analogías son las que permiten tener una idea del contexto mental
y social en el cual la religión y el arte paleolítico se desarrollaron, así
como las razones que condujeron a algunos individuos a desafiar los
misterios de las cuevas para hacer representaciones o contentarse con
tocar las húmedas paredes clacáreas.” (Clottes y Lewis-Williams,
2001:19-20).2
No entraremos a discutir tamaño tema, pero lo anterior sirve para
mostrar que no es baladí discutir en este artículo, desde una perspectiva
de revisión y teórica, el llamado carácter patológico del chamán, a
través de la posición de Devereux, fundador de la etnopsiquiatría, y
su correspondencia con lo que llama Morin el carácter “demens” del
homo sapiens sapiens.

1. Devereux y la etnopsiquiatría
George Devereux (1973) es uno de de los autores que más
ha trabajado sobre la convergencia entre las perspectivas etnológica

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y psiquiátrica en las investigaciones sobre la enfermedad mental y


la cultura.3 Buscó establecer una teoría que que sirviera de base para
la interrelación entre estas dos áreas. De esta manera, siguiendo y
reinventando el psicoanálisis, así como basado en su experiencia como
etnógrafo, este autor propone la existencia de dos tipos de inconsciente:
uno idiosincrásico, “...los elementos que el individuo se ha visto obligado
a reprimir por la acción de los stress únicos y específicos que ha sufrido...”
(Devereux, 1973: 30); y otro étnico, constituido por los diversos rasgos
que una cultura determinada ha reprimido en los individuos que la
integran, compartidos por todos ellos así como también los conflictos
inconscientes que se generan de ese material reprimido; el cual, recalca
Devereux, se transmite de generación en generación, cultural y no
biológicamente.4
La categoría de inconsciente étnico ha permitido articular
la perspectiva de las dos disciplinas (psiquiatría y etnología) para
comprender diversos fenómenos, lo cual no se lograría —o solo
parcialmente— con un enfoque puramente psicológico o puramente
sociológico5; por otra parte, gracias a esa categoría, se ha puesto a
prueba la teoría psicoanalítica del inconsciente y su utilidad para
comprender fenómenos culturales universales y no solo europeos o
no-occidentales.6
El análisis etnopsiquíatrico se ha esforzado en “...confrontar y
coordinar el concepto de ‘cultura’ con la pareja conceptual ‘normalidad-
anormalidad’...” (Devereux 1973:26) y ha intentado determinar la
ubicación precisa de la frontera de estas dos categorías; este umbral ya no
puede entonces considerarse desde un enfoque puramente funcional o
culturalista, “todo lo que existe en una cultura determinada es normal”,7
o desde una mirada puramente clínica-occidental, “la mayoría de los
no-occidentales son delirantes, neuróticos, esquizofrénicos o en el
mejor de los casos débiles mentales”. En el pasado los fenómenos de
posesión, como rigurosamente lo muestra Roger Bastide (1972), fueron
considerados exclusivamente como estados mentales mórbidos por

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los médicos, y en especial por los psiquiatras, quienes “...pretendieron


ver en ellos fenómenos de histeria, de sonambulismo provocado o de
neurosis...” (Bastide, 1972:75).
Así, llegamos a un punto crucial en la etnopsiquiatría: el
establecimiento de los criterios para definir la normalidad. Para
Devereux, y tal vez para la mayoría de los psiquiatras, esos criterios son
(o deberían ser) “absolutos”, nunca relativos a una cultura determinada,
ya su investigación es resueltamente multidisciplinaria, suponiendo la
universalidad tanto de la cultura como de la psiquis humana:
“...Intenta abarcar y comprender conjuntamente los conceptos
fundamentales que pertenecen al campo de la psiquiatría (lo normal
y lo patológico) y los de la etnología (las categorías universales de la
cultura) con el propósito de inferir una antropología psiquiátrica y una
práctica terapéutica basada en ella...” (Laplantine 1979:11).
De esta manera, se hace necesario establecer criterios de
normalidad metaculturales; es decir, que se encuentren más allá y por
encima de la diversidad de las culturas, tales como: la madurez afectiva,
el sentido de lo real, la racionalidad y la capacidad de sublimación
(Devereux 1973:27). No obstante, es inevitable que estos parámetros
se vuelvan problemáticos en la medida en que pasamos de la cultura
occidental a las no-occidentales y principalmente cuando se estudian
fenómenos particulares de gran complejidad que parecen escapar a
esos criterios de validez supuestamente universal, como por ejemplo
los cultos de posesión o el chamanismo.

2. Desórdenes sagrados o chamánicos


La categoría de desorden sagrado o chamánico ha recibido duras
críticas por parte de los etnólogos: no comparten la idea de Devereux
acerca del carácter fundamentalmente patológico del chamán.
En palabras del padre de la etnopsiquiatría, el chamán es un
“ser gravemente neurótico” o incluso “psicótico en estado de remisión

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temporal”; algo así como que se cura un tiempo pero vuelve de nuevo a
recaer en sus delirios. Sin embargo, Devereux reconoce una diferencia
entre el chamán y el enfermo mental tradicional. Su afección mental se
ubica en el inconsciente étnico, lo cual le permite tomar sus síntomas
del material que le proporciona su sociedad; en cambio el psicótico
tiene que crear por sí mismo los síntomas de sus padecimientos, ya que
su enfermedad se ubica en el inconsciente idiosincrásico:
“...el conflicto dominante del Chamán está arraigado en su
inconsciente étnico; también siente sus inclinaciones chamánicas
como ego-distónicas. Numerosas tribus señalan el carácter doloroso
de las experiencias psíquicas que significan la eclosión de los poderes
chamánicos...” (Devereux 1973:38).
A lo anterior, el autor agrega que el chamanismo es “distónico
con respecto a su propia cultura”, en otras palabras el chamán es un
“elemento social perturbador”; sin embargo,
“...si bien es cierto que el chamán es temido por los demás miembros de su
grupo cultural, también es cierto que los sacerdotes de todas las religiones
producen en los fieles esta actitud de reverencia, mezcla de temor hacia
‘lo sagrado’ que ellos representan. Un ser que participa a la vez de la
naturaleza del hombre y de la de dios...” (Clarac 1992:330).
Continuando con la caracterización del chamán, Devereux afirma
que éste es un individuo solamente adaptado a un sector muy pequeño
de su sociedad, por tanto es mucho menos “realista” que sus congéneres
supuestamente normales. Sin embargo, este concepto (uno de los
criterios de normalidad “metaculturales”) es muy discutible, ya que el
sentido de lo real sólo podemos apreciarlo dentro del universo simbólico
de una cultura determinada. Además, el chamán es precisamente uno
de los individuos que más conoce su cultura.
El chamán es el médico de su sociedad, el cual puede curar
o enfermar porque conoce las causas últimas de las enfermedades,
generalmente mágicas. Con esta afirmación está de acuerdo Devereux
(1972), señalando además que el chamán

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“...proporciona a su paciente toda una serie de defensas (de síntomas


restituidores) culturalmente sancionados y etnopiscológicamente
apropiados y calmantes, que le permiten hacer frente a los conflictos
idiosincrásicos que le atormentan...” (p. 41).
Es decir, que el chamán maneja la enfermedad mental de su
cultura y en este sentido resulta “útil” o funcional y, pareciera, por tanto
normal. Contrario a esto, Devereux (1972) protesta por considerarlo un
argumento superficial y circular. Replica que la “supuesta” utilidad del
chamán es la misma que tiene un niño psicótico dentro del seno de su
familia, la cual sufre una neurosis latente: es un “loco por asignación”
y seguramente en el momento en que tal niño pueda curarse su familia
inmediatamente enfermaría. A ese individuo “útil” el psiquiatra no
duda en tratarlo:
“...El desorden psíquico del chamán es ‘útil’ a su tribu tan sólo en
ese sentido; lo mismo que el niño, está loco en nombre y por cuenta de
los ‘demás’, en la medida en que su locura les permite conservar un
aparente equilibrio psicológico...” (p. 51).
Se pretende pues que el chamán actúe como un psicoanalista y que
además de curarse él mismo también “cure a sus paisanos (pacientes)”,
en la forma que supuestamente lo hacen los analistas modernos, a través
de una “experiencia afectiva correctiva”. De modo que se proyecta al
caso del chamán el del psicoanalista, quien en su preparación como
profesional debe experimentar su “propia cura psicoanalítica” antes de
ejercer como tal (Clarac 1992:326).8
Otro argumento que desarrolla Devereux (1972) para afirmar la tesis de
que el chamán es “distónico con respecto a su propia cultura”, es la confusión
que este padece entre creencia tradicional y experiencia subjetiva:
“...Confundir ambas cosas equivale a negarse a diferenciar lo sociológico
de lo psicológico. En resumen, el chamán no está neurótico porque
participa en las creencias de su tribu, está neurótico porque en su
caso particular y, sólo en su caso, creencia se transforma, por razones
neuróticas, en una experiencia subjetiva, aunque culturalmente

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estructurada, de tipo alucinatorio, que eventualmente formará parte


del síndrome restitucional del estado chamánico.” (p. 48).
Aquí, evidentemente Devereux toma despectivamente los
sistemas de creencias mágico-religiosos de los chamanes, los cuales
no poseen ninguna capacidad de eficacia simbólica y mucho menos
valora la significación de aquellos para los individuos de una cultura
determinada.
Hasta aquí presentamos los señalamientos de Devereux para
sostener su tesis acerca del carácter fundamentalmente neurótico
o psicótico del chamán. Pasemos ahora a discutir, con algo de
detenimiento, algunos de estos argumentos.

3. El chamán: piedra angular de su cultura


El fenómeno del chamanismo ha sido estudiado con gran
interés por la antropología desde el siglo pasado y en la actualidad.
En la etnología de América Latina ocupa abundantes páginas de
investigación. Como fenómeno religioso, o si se prefiere mágico-
religioso, es muy complejo, extendido por distintos y lejanos ámbitos
geográficos del planeta8: “...Para Mircea Eliade, el chamanismo ‘es
una de las técnicas arcaicas del éxtasis’, pero también es mística, es
magia, es religión, es arte, es capacidad, es medicina, psicopatología,
psicoanálisis y psicopompología.” (Velásquez 1987:31). En efecto, el
chamán es a la vez médico, brujo, sacerdote, psicopompo, guardián
de la tradición de su pueblo y en algunas ocasiones jefe político, en
pocas palabras es la figura fundamental de diversas culturas actuales
y pasadas.
El mismo Devereux (1972) reconoce a veces, aunque solo para
luego acentuar su patología, lo especial, único o singular que es el
chamán dentro de su sociedad. En este sentido nos dice: “...aunque
es posible que todos los chamanes sean histéricos, es también cierto
que incluso en las sociedades primitivas, no todos los histéricos son

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chamanes...” (p. 40) igualmente señala: “...Muy a menudo, el chamán es


‘como todo el mundo’ pero ‘más que todo el mundo’ (p. 41). En estos
dos breves comentarios se reconoce la particularidad del chamán la cual
no parece reducirse a la pura enfermedad. En efecto, la manifestación
de ésta señala la vocación de un individuo para desempeñarse como
chamán.
Aquí es bueno recordar algunas de las formas de la vocación
o reclutamiento chamánico, de las cuales la más importante es la
manifestación en el individuo de una crisis “...que se concreta en una
ruptura provisional del equilibrio psíquico... ”(Velásquez 1982:37).
Sin embargo no es la única por medio de la cual se llega a chamán;
señalaremos seis de estas formas: primero, elección divina: la caída
de un rayo que hiere a la persona y la deja inconsciente, asimismo
el acaecimiento de eventos extraños relacionados con la naturaleza
sagrada (perderse en el páramo, señales de estrellas en el firmamento,
manifestación del arco iris en ciertas circunstancias, etc.), espíritus que
se comunican de distintas maneras en el nivel consciente; segundo,
los sueños también pueden señalar la vocación chamánica; tercero,
elección divina del individuo antes de que nazca debido a algún
presagio o señal; cuarto, los casos hereditarios, en los cuales los hijos
de chamanes famosos se convierten a su vez en chamanes; quinto, los
que se autoeligen, aunque no son muy comunes; sexto, los que caen
enfermos durante el tratamiento de un chamán y se les diagnostica su
muerte (catalepsia) pero después de cierto período retornan a la vida
y cuentan que durante su periplo por el mundo de los muertos se
encontraron con los espíritus de chamanes muertos que los curaron y
los enviaron de nuevo a la vida para que se hiciesen chamanes.
Devereux (1972) también reconoce, aunque no sin discutirlo, que
“...en el seno de algunas tribus apaches en vía de rápida desintegración,
el chamán está, en el conjunto, menos neurótico que la mayoría de los
miembros de su tribu...” (p. 51). Es decir, que en los casos de acelerada
aculturación y desintegración los chamanes pueden resistir mucho mejor

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que sus parientes e inclusive enfermarse menos. El chamán es tal vez


la persona que maneja con mayor desenvoltura y propiedad (si se me
permite esta expresión) los materiales culturales (ya sean conscientes
o inconscientes) de su sociedad y muchas veces gracias a él su cultura
se mantiene en pie.
Si asumimos, como lo hace Laplantine (1979), que la enfermedad
mental es una “desindividualización y una desocialización”9 así como
una “deculturación”10 y releemos de nuevo el comentario arriba señalado
por Devereux, hallamos una contradicción entre la afirmación que
muestra al chamán como ego-distónico en su sociedad y gravemente
enfermo con la afirmación de su capacidad para resistir un proceso
acelerado de aculturación.
Para entender lo anterior creo que debemos situar la enfermedad
de las sociedades tradicionales12 en una perspectiva más etnológica que
psiquiátrica, reconociendo la proximidad de lo patológico y lo sagrado.
Esta cercanía la ha mostrado Laplantine (1979) gracias a sus estudios
etnológicos (con perspectiva de etnopsiquiatra) en culturas tradicionales
africanas. Ha encontrado que la enfermedad mental se halla inscrita
en el interior de representaciones colectivas que entran dentro de las
categorías de lo sagrado “...la enfermedad forma parte de un conjunto
más vasto que ella...” (p. 91), de una cosmovisión que sostiene una forma
de existencia que no admite separación entre lo natural y lo sobrenatural
(división exclusivamente occidental) y busca las causas últimas de los
fenómenos13; los cuales siempre los encontramos en el círculo de las
relaciones sociales:
“...las perturbaciones mentales, si bien es cierto que son las del hombre
afectado por ellas, se consideran siempre menos como una enfermedad
personal que como el síntoma de un malestar o una desgracia más difusa
que se sitúa a un nivel diferente: el de la degradación de las relaciones
sociales que unen al grupo.” (Laplantine 1979:93).
Es por esto que los enfermos mentales o los “locos” en la sociedad
occidental moderna son más solitarios y son apartados; su afección

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—según el discurso bio-médico occidental— tiene un origen individual


—por lo general, meramente biológico— y por tanto la solución a este
trastorno debe buscarse de manera individual o acudir al hospital o al
sanatorio atendidos por calificados psiquiatras.

4. Homo-sapiens/Homo-demens
A Kant se le atribuye la siguiente afirmación: “la pasión de la razón
es la unidad”; la razón tiene la obsesión por lo claro, lo nítido, lo preciso, lo
unitario. Desde la Ilustración podemos afirmar que el hombre occidental
ha intentado construir una visión del mundo en consenso con esa pasión
que menciona el gran filósofo alemán, como proyecto o como meta,
dejándose a un lado lo ambiguo, lo múltiple, lo oscuro, lo complejo.
Creo que el abuso que cometió Devereux en sus consideraciones
sobre el chamanismo tiene su raíz en esa pasión por la unidad,
por la obsesión del científico de explicar sin dejar fisuras en sus
construcciones teóricas. Pero no podría ser de otra manera, hasta
hace poco estamos reconsiderando aquella visión idílica del hombre
como homo sapiens, racional y prístino, un modelo sin perturbaciones de
nosotros mismos; en cambio, el otro, el chamán (aunque pretendamos
comprenderlo) sí posee aquellos rasgos que hemos reprimido en esa
visión idílica de homo racional.
Lo que más ha sorprendido e interesado del chamán tal vez es lo
que más tiene de humano-universal. Es aquello que caracterizó Morin
(1974) en el hombre, aquello que tal vez apareció, o se desarrolló en el
proceso de hominización:
“..una afectividad intensa e inestable, que sonríe, ríe y llora, ansioso y
angustiado, un ser egoísta, ebrio, estático, violento, furioso, amoroso,
un ser invadido por la imaginación, un ser que conoce la existencia de
la muerte y que no puede creer en ella, un ser que segrega la magia y
el mito, un ser poseído por los espíritus y por los dioses, un ser que se
alimenta de ilusiones y de quimeras, un ser subjetivo cuyas relaciones
con el mundo objetivo son siempre inciertas, un ser expuesto al error,

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al yerro, un ser úbrico que genera desorden. Y puesto que llamamos


locura a la conjunción de la ilusión, la desmesura, la inestabilidad, la
incertidumbre entre lo real y lo imaginario, la confusión entre lo objetivo
y los subjetivo, el error y el desorden, nos sentimos complejidad a ver al
homo sapiens como homo demens”. (Morin 1974:131).

Notas
1
Este “movimiento” no es exclusivo o nacido en Latinoamericana sino más bien
moderno, o posmoderno, contemporáneo y, se podría decir, existe en todas partes
del mundo.En el “New Age” (o Nueva Era) “…la noción fundamental es la de circular
por distintos talleres, workshops, probar distintas filosofías y prácticas religiosas,
pero sin necesariamente adherirse incondicionalmente a una de ellas.” (Míguez
2000:66).

Representaciones prehistóricas de las cuevas de Trois Fréres (ap. 15.000 años) que
se suponen representaban a chamanes en sus transformaciones mágicas en
animales. Tomado de Clottes y Lewis-Williams (2001).

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2
“Aunque el Paleolítico superior no proporcione ni elmentos ni pruebas, lo que
tampoco es del todo cierto, al menos dos buenas razones permiten suponer que
existieron durante esta época ciertas formas de chamanismo.
“En primer lugar, el sistema nervioso humano puede generar estados de conciencia
alterada y alucinaciones, capacidad que se puede remontar hasta muy atrás en el
tiempo... la capacidad de alucinar no es probablemente una característica única de
los seres humanos, puesto que forma parte del sistema nervioso de los mamíferos
en general. En consecuencia, parece lógico que los Australopitecos... tuvieron
alucinaciones, es altamente probable que los Neandertales... también estuvieron
expuestos a ellas, y es seguro que al menos alugnos humanos que vivieron durante
el Paleolítico superior, y por tanto anatómica y fisiológicamente modernos, también
las experimentaron.
“La segunda razón es la ubicuidad del chamanismo entre las comunidades de cazadores-
recolectores. Como hemos visto, estas sociedades, en todo el mundo y en todos los
continentes, cuentan con prácticantes que, en el marco religioso, buscan estados de
conciencia alterada para cumplir un gran número de misiones. La ubicuidad del
chamanismo no es el resultado de la difusión de ideas y de creencias en el mundo,
sino en cierto modo de una necesidad ineludible, en el seno de las sociedades de
cazadores-recolectores, de racionalizar la tendencia universal del sistema nervioso
humano que supone el acceder a los estado de conciencia alterada” (p. 77).
3
Devereaux siguió y criticó a la antropología norteamericana, a la corriente
“Personalidad y cultura”, que intentaba desarrollar un enfoque que reuniera y
explicara a la vez lo colectivo y lo individual, lo social y lo individual.

Libro ofrecido en Internet para convertirse en


chamán, según un método “hawaino”.

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4
La operatividad y utilidad del concepto inconsciente étnico se evidencia y
complementa con la tipología de los trastornos mentales elaborada por Devereux:
los desórdenes sagrados (o chamánicos), los desórdenes étnicos, los desórdenes
tipo y los desórdenes idiosincrásicos. Aquí nos interesa únicamente el primero.
5
Devereux (1972) sostiene “...que aun la psicología más perfeccionada nunca nos
permitirá formular leyes sociológicas, así como la sociología más perfecta jamás
logrará formular leyes auténticamente psicológicas...” (Devereux, 1972:17). O
también señala: “...los discursos psicológicos y los discursos sociológicos no son los
únicos mutuamente irreductibles ni los únicos entre los cuales existe una relación
de complementariedad. La misma irreductibilidad recíproca y la misma relación de
complementariedad pueden existir también entre dos perspectivas o dos teorías...”
(Devereux, 1972: 20).
6
Laplantine (1979) dice que Freud comprendió “...que el conjunto del psicoanálisis
depende de la universalidad de la explicación propuesta: ¿es válido para todas
las culturas o halla en cada una de ellas una serie distinta de interpretaciones: la
etnología que lo ‘relativizaría’ a la cultura que le dio origen: la de la monarquía
austro-húngara y de manera más general la sociedad de occidente? A la relación
establecida por Freud entre los procesos neuróticos y los estadios del desarrollo
infantil le faltaba un soporte cultural. Soporte que lo proporcionaría precisamente
los hechos etnológicos observados por Frazer y Tylor y que confirma la posición
fundamentadora, central, estructurante del complejo de Edipo...” (Laplantine, 1979:
20).
7
Se considera que los individuos pueden enfermarse pero no las sociedades. Los
etnólogos, nos dice Laplantine (1979), “...siempre se han rehusado a admitir la
existencia de culturas de lo patológico y, como consecuencia, de culturas de la
deculturación, pues a partir del momento en que lo mórbido deviene institucional
y es compartido por una mayoría de individuos, lo consideran un hecho de cultura
como cualquier otro...” (p. 82).
8
Afirma Clarac de Briceño, irónicamente, que Debereux “...no explícita si el
chamán tendría el mismo derecho luego a ejercer (¿como psicoanalista?).” (Clarac
1992:326).
9
Siguiendo a Eliade, Velásquez (1987) afirma que el chamanismo “...es, por excelencia, un
fenómeno siberiano y Central-Asiático, porque el fenómeno religioso y mágico se manifiesta
en su forma más completa en Asia Central y Septentrional (Velásquez, 1987: 31).
10
“...La enfermedad mental es esa tentativa desesperada de reorganización de la
personalidad, pero que siempre se efectúa en detrimento del yo, el cual no puede
ya cumplir su doble misión diferenciadora de individualización y de socialización...”
(Laplantine 1979:79).
“...Este proceso en virtud del cual un individuo pierde el control de su existencia se
deshumaniza a medida que se desocializa, es rigurosamente universal. Toda sociedad

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sana se apoya sobre un sistema de defensas solidarias de interés para el Yo, es decir,
en suma, de pleno desarrollo del individuo...” ( Laplantine 1979: 80).
11
En la deculturación los materiales culturales son despojados de su significación
cultural y son reinterpretados en función solamente de las necesidades psicoafectivas
del individuo; “...es una enfermedad de la de-simbolización que, llevda al exceso,
conduce a que los individuos elaboren rituales vacíos de toda significación cultural
y a que las sociedades destruyan los fundamentos mismo de su propia existencia...”
(Laplantine 1979:81).
12
En relación con esta categoría debemos tomar en cuenta lo que señala Louis-Vincent
Thomas (1993) “No hay que engañarse en cuanto al sentido de la palabra ‘tradicional’.
En algún caso, denota sólo la idea de pureza, de autenticidad, de especificidad, situada
ne varietur fuera de los condicionamientos sociohistóricos. Por ‘tradicional’ se entiende
el conjunto de prácticas que, en el curso de una cierta época suficientemente alejada
y extendida, han arraigado profundamente hasta convertirse hoy en hábitos, incluso
en automatismos, que por eso mismo no son en absoluto cuestionados.
“Actualmente se ha producido un deslizamiento semántico del término ‘tradicional’:
apenas empieza a considerarse tal a partir del momento en que las prácticas hasta
entonces convencionales se muestran inadaptadas o no operacionales con relación
a la adopción de un género de vida relativamente nuevo, debido al contacto
de otra s culturas con las técnicas más avanzadas (condiciones externas) o por
transformaciones internas cualitativas, o por ambas a la vez. así, ciertos aspectos de
la primera cultura, por su inadecuación con las prácticas nuevas, se convierten en
sectores tradicionales, que a veces entran en decadencia en un plazo más o menos
breve y terminan en el museo del folklore...” (Thomas, 1993:12).
13
Como señala Jung (1965): “El primitivo se funda muchísimo en los hechos del
mundo que lo rodea, y queda justamente asombrado y reclama causas específicas
cuando ocurre un hecho inesperado. Hasta aquí se comport exactamente como
nosotros. Pero va más allá. Tiene una o algunas teorías acerca del poder arbitrario
de la casualidad. Nosotros decimos: no es más que una casualidad. El dice: es
una voluntad bien calculada. El atribuye la mayor importancia ... no a los puros
nexos causales de la ciencia natrual, sino a la compleja y complicada maraña de las
concatenaciones causales que denominamos casualidad...” (Jung, 1965:07).

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anuario GRHIAL. Universidad de Los Andes. Mérida. Enero-Diciembre, Nº 2, 2008.
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