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D
esde su creacin, el Fondo Editorial del Caribe se
caracteriza por ir al encuentro de lo que nos sensibi liza, de lo que nos expresa y nos lleva luminosa- mente hasta nuestras barrocas e histricas races. Esta labor editorial tiene sus razones en el existirnos, en el sabernos y sernos: mediante la palabra buscamos el desde cundo somos, quines somos y por qu somos, para entender que no llegamos hoy, que venimos del realmaravilloso mundo de nuestros primeros indgenas. Nombrarnos es irnos hasta la memoria, para volvernos tiempo puro y diluir olvidos, envueltos en la eterna coti- dianidad de las palabras. Ya lo dijo Unamuno: El hombre deja en la tierra unos huesos, y al irse un nombre, un nombre en la memoria de la palabra creadora, en la historia tejida de nombres; un nombre, si logra buena ventura, ms duradero que los huesos, ms que el bronce...La palabra y el nombre!. Este proyecto editorial busca publicar, difundir, aquellos libros que sirvan para crear conciencia, para que el pueblo reaccione a partir de la razn y el sentimiento. La historia, la literatura, el folklore, el turismo, la crnica, son temas privilegiados por nosotros, al igual que las manifestaciones indgenas e infantiles. Sin obviar la intencin de editar obras relacionadas con el petrleo y la artesana. Nuestras distintas Colecciones se orientan hacia la con- solidacin integral de la cultura oriental y son nuestra mejor ventana al mundo. Por eso tenemos la Biblioteca de Autores y Temas Anzoatiguenses; de igual modo te- nemos la Biblioteca Bsica y Los Cuatro Horizontes del Cielo; nos interesamos en la incorporacin de noveles escritores; queremos rescatar toda la sabidura indgena. En sntesis: nos interesa, fundamentalmente, rearmar nuestro gentilicio, nuestra idiosincrasia, nuestra identidad para reencontrarnos en el creativo mapa de las primeras huellas y comprobar que somos un ser de seres, un alma de almas, una voz de voces, un camino de caminos, un tiempo de tiempos. Es decir, somos palabras de un mismo libro, de una misma cultura. Memorias del camino Fondo Editorial del Caribe Gobierno del Estado Anzotegui Anzotegui - Venezuela Gobierno del Estado Anzotegui Gobernador Tarek William Saab Fundacin Fondo Editorial del Caribe Director General Fidel Flores Consejo Consultivo Gustavo Pereira Freddy Hernndez lvarez Ramn Ordaz Chevige Guayke Administracin Carlos Catamo Lisboa Biblioteca Pblica Julin Temstocles Maza Calle Eulalia Buroz con Boulevard 5 de Julio Barcelona, Anzotegui - Venezuela. Telefax: 0281 2762501 [email protected] 1 a edicin, 2009 Fondo Editorial del Caribe, 2009 Depsito legal: lf 80920098002755 ISBN 978-980-6540-89-7 Composicin de textos Alquimia Grca Propuesta de portada Jos Gregorio Vsquez Fotografa Rodrygitoo Correccin de pruebas Chevige Guayke Editor Fidel Flores [email protected] Impreso en Venezuela por Italgrca S. A. Camilo Balza Donatti Memorias del camino (Antologa) Prlogo Csimo Mandillo 7 Prlogo Se ha dicho que la poesa es un impulso natural en la juventud, pero que slo la perseverancia, la maduracin lenta de un lenguaje y un estilo propio, son capaces de producir al verdadero poeta. De modo que en- vejecer poeta signica a un tiempo guardar el entusiasmo, la capacidad de asombro y la ingenuidad de los jvenes y, por otro lado, poseer la sensibilidad prolongada y madura que permite a los verdaderos escri- tores devolvernos una realidad trasmutada y enriquecida, una realidad donde lo nimio se vuelve esencial, donde lo pasajero es anclado con palabras que encarnan lo mejor de nosotros mismos. Es cierto que Camilo Balza ha escrito sobre casi todo lo que se puede escribir. Es cierto que no ha esquivado ninguno de los gneros que nutren el discurso literario y que su obra incluye novelas, cuentos, en- sayos, textos para nios, pero lo que dene, a mi modo de ver, su obra y su trayectoria es la poesa. En lenguaje coloquial solemos designar como poeta no slo a quien de hecho escribe poesa sino a quien vive de una determinada manera y mantiene una relacin muy especial con el mundo. Poeta es pues quien carga con ingenuidad una benevolencia y un don de gente que saltan a la vista. Es poeta quien se interesa y solidariza con el prjimo. De quien mantiene una cerrada cercana con la naturaleza decimos que es poeta. Poeta es aquel que, en su humildad y en su bsqueda de lo esencial, evade lo convencional, escapa de la guracin y los cargos. Poeta es, en n, aquel que tiene un trato denitivo con la belleza, o mejor con lo bello, como lo quera Platn, pues lo bello incluye la belleza y la bondad, en conexin indisoluble entre lo tico y lo esttico. Creo que Camilo Balza Donatti no estara en desacuerdo si lo denimos como un hombre de campo. Sus notas biogrcas suelen hacer nfasis en su origen rural e insisten siempre en aclarar que sus primeros aos estuvieron dedicados a labores del agro. Todo ello podra ser slo un detalle, una informacin al paso y no excesivamente pertinente al resto 8 de la vida o a la obra de un individuo. Pero en el caso de Camilo, ese hecho parece marcar su vida y su obra. No ha de ser casual que el poeta haya elegido una relacin a destajo con la ciudad, con lo urbano. No ha de ser casual que estableciese su residencia en una poblacin aledaa como una estrategia que le permite escapar, da a da, del trasiego de lo citadino. Me ocurri en ms de una ocasin que al telefonear a su casa, se me haya pedido que esperase porque el poeta estaba en lo ms profundo del patio ocupado con, si mal no recuerdo, sus matas de pltano. De quien huye de la ciudad y se refugia en el verdor de su huerto decimos que es un poeta. Su poesa, entonces, ha de ser consistente con esta condicin. Se arma que en poesa, y en general en literatura, lo reiterativo dene ncleos de signicacin, seala aquello que marca el nimo y la experiencia del yo potico. Al abrir un poemario de Camilo Balza Donatti, lo pri- mero que salta a la vista es la profusin de elementos naturales que se incorporan a sus textos como verdaderos ejes semnticos. Lluvia, humo, bestias diversas, rboles y, sobre todo, ros deslan por estos textos como seres vivientes o como espejos de la conciencia que se expresa en el poema. Esos poemas con ejes temticos de un marcado tono rural se construyen, en aparente contradiccin, con una sintaxis que no podemos sino asociar a lo urbano. Porque la vanguardia como movimiento fue un fenmeno deliberadamente urbano, dispuesto a enfrentar lo que para el momento era un ruralismo agobiado por el desgaste de las propuestas que en algn momento le dieron aliento. Como hombre de su tiempo, Camilo Balza Donatti asume la esttica del vanguardismo, pero sabe conservar, integrndolo a este nuevo lenguaje, lo ms autntico de su experiencia vital: su relacin con la naturaleza. Este proceso de renovar conservando marca el itinerario potico de Camilo Balza. Es esto mismo lo que sucede, por ejemplo, con su increble talento como sonetista. Junto a Hesnor Rivera, Ca- milo ha descubierto la va para renovar esa antigua y compleja forma potica. Ambos poetas se asocian en su momento a un movimiento tan iconoclasta, tan preocupado por lo novedoso y original como el 9 Surrealismo. Ambos cultivan una retrica de arriesgadas metforas, y ambos son capaces de incluir, sin esfuerzo, sin articios, ese nuevo lenguaje potico en el molde del soneto. Nos legan, como resultado, sonetos que son entraablemente clsicos y brillantemente contempo- rneos. Un libro como Desnuda permanencia es capaz por s solo de justicar la vida y obra del poeta, incluso si no hubiese escrito ni una lnea adicional a ese libro. La presente seleccin, realizada por el propio Camilo Balza, es una muestra amplia de su produccin a lo largo de muchas dcadas de de- dicacin a la poesa. Es fcil ver aqu no slo las diferentes vertientes que su obra explora, es posible adems constatar cmo evoluciona el lenguaje potico de quien asume el ocio reexiva e inteligentemente. Csimo Mandrillo 11 A la memoria de mis padres: Camilo Csar Balza y Mercedes Donatti Orsini de Balza. A Mara Elisa Silveira, mi esposa. A Csar Tobas, Rosa Mercedes, Camilo Antonio, Alfredo Jos, Darling del Valle. Douglas Alberto, Eva Marina, Liliana del Valle, mis hijos. A mis nietos. Al pueblo del Zulia. A Mapire, mi pueblo. Canto al Lago de Maracaibo (San Cristbal, 1950) 15 1 Hoy llego hasta la orilla de tu acento buscando el verso de tu poesa. Soy el indio remoto y de brava echa que rompe la oquedad del viento. Resucit en la noche del lamento que en el pecho del bosque se mora y cuando el Catatumbo amaneca fui doble vertical como sediento. A tus orillas sueo pensativo con mi laurel de bardo primitivo que habitara en la luna del boho. La sangre que aventura por tus venas es la misma del cauce y las arenas que habitan en mi clamo sombro. 2 Lago de azul con aire de campana Y espiga tenue de verdor secreto; en tu soar de tarde y de soneto tienes el cromo de la tierra indiana. Lago de azul en sorbo de maana que molino de luz muele discreto, es tu sangre poema, donde inquieto el pjaro de azul vuela de grana. Cantor de la guaricha amanecida en el paisaje de la tierra herida por tu acento de lrica sonora. 16 En tu msica vieja, cantarina, es musa de tus aguas y amarina la faz adolescente de la aurora. 3 Viejo Coquivacoa de los conquistadores que guardas la leyenda de ancestro inmemorial, en tu cuna aborigen de sueo y resplandores se yergue la corona de tu reino imperial. La era de tu auta undvaga de amores y esbozada en la hoja de tu viejo palmar, suspende en estaciones su verde de clamores que navega en azules embriagados de mar. Viejo Lago de Mara, cantor de la ribera donde sube delgada la voz de la palmera y se retrata el pueblo bajo su dimensin; Don Alonso de Ojeda curtido de esperanza, por tu ciudad marina de ignota semejanza arranca para el pueblo su sangre y corazn. 4 En la tarde cromtica y serena que funde los metales de su fragua en su regazo de celeste almena, arde tambin el corazn del agua con un moroso musitar de pena, y el ancla navegante que desagua 17 besa el tesoro tibio de la arena por la margen glacial de la piragua. Como remota oracin de bruma los encajes dorados de la espuma buscan el sueo de tu cabellera, Y en la Biblia remota y de la tarde tu corazn es pilago que arde con msica de Otoo y Primavera. 5 El ancla fugitiva del lucero busca la orilla musical del aire, cuando surca geomtrica el donaire la cintura falaz del cocotero. Surge de la cubierta el marinero con bostezo de cndida aureola y en la pgina blanca de la ola deja su adis la quilla del velero. La msica del orto se levanta con aromada voz que llora y canta en tu guitarra musical de aroma. Y t eres indio de penacho al viento cuya veste de lumbre y de lamento vuela fugaz con aire de paloma. 18 6 Tu sangre horizontal de voz perdida y telrico afn de mocedades tiene su edad remota en las edades que mueren en el tiempo de la vida. La espiga de tu verso, amanecida temblorosa de mirto y vaguedades, en tu crter marino de oquedades es la espiga del verso, orecida. T eres el bardo de remota lira que suspira en azul cuando suspira y que duerme en el indio de su rosa. Tu bandera es el canto marinero que en el plumaje blanco del velero surca su adis de pluma y mariposa. Reino de soledad (Madrid, 1955) 21 En un pas de azules mariposas T que pulsas la gracia bienhechora como el junco armonioso de tu lira y tu mirada enamorada mira la mnima querencia de la aurora; que sabes caminar como sonora provincia de penacho que suspira y te estiras de amor como se estira una mujer del arpa que enamora; y tienes corazn de corazones en la boca rural de tus canciones que alientan con aliento de las rosas; para curar la sangre de mi herida quiero juntar mi vida con tu vida en un pas de azules mariposas. Quiero habitar la niebla de tu olvido Malabar que en la brisa busca ufano tu cabellera loca y desvada he sido yo desde la rama herida donde me hiciera malabar tu mano. He transitado tu estacin en vano en busca de tu sangre adolorida, y a orillas del dolor y de mi vida eres la fuente que sec el verano. Ya que no quieres t que yo te quiera y que alejado de tu boca muera cual desterrado caminante herido, 22 No me recuerdes t, calla tu boca, con el idioma triste de la roca quiero habitar la niebla de tu olvido. T, mariposa de celeste armio Vienes con aire de nostalgia leve, undvaga de sueo v plenilunio, voladora en el vuelo de la brisa desde la era intacta de los juncos. Tu liviandad liviana del aroma con pretrita voz adolorida, tiene la edad del sueo y de la vida y la mirada azul de la paloma. T, mariposa de celeste armio, armio por mi verso mariposa, en el balcn del aire y de la rosa tienes la edad de un nio. Ven con tu azul de espuma diligente a escribir en la arena del olvido; ven a mojar tus alas en el nido donde solloza la piedad viviente. Deja tu divagar, ven a mi pena, torna en gemir la luz de tu desaire. No se puede vivir slo en el aire cuando alguien llora en la prisin terrena. Aqu tendrs la luz de mi cario con levedad de canto diligente, ven al pas tan mo y de la gente, T, mariposa de celeste armio. 23 Junto al mar El da teje su color marino y una danza celeste de gaviotas viene a cantar las velas que volvieron. Sobre la playa est tu nombre escrito. lo escribieron mis dedos en la arena, y se detienen a leerlo el aire, la luz, los buques y la espuma del agua marinera. Entretanto, la ventana del mar es innita; y en su ojiva de amor, de enredadera, de gtico gemir, de vino antiguo, est cantando la mujer primera. Yo anhelo junto al mar que t vinieras como viene la ola, suspirando; que trajeras espuma por las trenzas y un verso marinero entre los labios. Pero la brisa juega en los palmares, muere la ola por besar la arena y nadie sabe que ante el mar medito midiendo el pulso de mi amarga pena. As como quien dice que eres bella Hoy ha dicho la mar desde su idioma tu nocturno de abriles y luceros y ha quemado su mina en pebeteros por tu pestaa y pluma de paloma. El jardn que se mece y que se asoma tiene parto de rosa y jazmineros 24 y los gajos de fresa, tempraneros, queman amor en un crisol de poma. Los lirios amanecen sollozando y quisieran vivir siempre mirando como mira la vida de la estrella. Todo lleva garganta de colores y yo siento venirme de las ores, as como quien dice que eres bella. Meditacin en torno a lo pequeo Amo las cosas pequeas porque en ellas se encierra la sntesis del mundo. Y ms si son sencillas y humildes porque entonces seran la grandeza del hombre. Las clulas minsculas son la mxima expresin de la vida, y desde el horizonte cercano de las horas, desde el color innito de los ojos poblados, las he visto en los senos erigiendo contorneados pedestales de angustia. Todo aquello que escape a los ojos del mundo es virgen en la esencia y en la forma del cuerpo. El oro, desde el sueo antiguo de la mina, es la expresin ms pura de las mujeres rubias; el agua, peregrina por la arteria terrestre, es la cancin ms dulce que han tenido las madres; la esmeralda, en su sueo marino, es la mirada intacta que en el mundo no existe. Y nadie busca el sueo de lo que nunca ha visto; mientras pasa el carbn por las encrucijadas, 25 el pjaro ignorante se pasea por la urbe, la sapiencia rupestre medita junto a un vrtice; la vereda es la orilla de la vida y la suma es la pronta meditacin de un astro. Poemas ecuatoriales 29 Poema de las voces rebeldes Sobre el ancho silencio de la tierra donde el nuevo bastin de sangre y de horizonte se confunden, y mistica el tiempo, sin prisa ni alaridos soberbios, la casa amplia de triste, vaga y silenciosa espera; por el ancho portal de vegetales circulaciones y de errantes cornucopias, con ores del tiempo y lmpidos cristales, acuarelas, riachuelos tracantes de angustias y sahumerios rituales; sobre el lomo azul del caballo lento y brioso de los das sin dueo en que tanto pensamos en vivir por la muerte; sobre este ancho jirn del hemisferio hecho de tierra lenta, volcnica, tremenda, y de agua multicolor, dulce y salobre, primitiva y mestiza, tan vieja como el amor o como los peces. Sobre los signos verdes, junto a la innita constelacin de espuma v caracoles y vasto imperio de sinfonas arbreas; junto a la piel del hombre con el corazn de la muerte hundido en las pupilas y en los soles hurfanos de los das ms lentos; junto al pezn cado de las hembras desnudas y violadas en el anca de la noche de la fuga incorprea; junto a las piedras sensitivas y de los puertos donde la luna tanteaba con sus zondas de musgos siderales la madera iluminada, el mismo aire acurrucado a la intemperie, y a la arena fosforescente y plida de los eternos viajes submarinos y por tiempo olvidada. 30 Bajo este sol que purica el tiempo y levanta la estatura del hombre secular y recio, ahora cosmopolita, dueo de varias lenguas, en permanente fuga, verdica presencia; sobre esta tierra del Ecuador ancha, sin dueo, petricada y nbil, hecha toda un espejo, un da surgi la voz transformada del mar libre de cautiverios, la nueva espada, el verbo nuevo, el relmpago que acicate los dolos, la palabra inmortal con que se hizo la primera oracin, el primer himno, la primera parbola de la alegra, del llanto y del olvido. Un da cuando la soledad estaba descuidada, quizs pensando en la nbil corola de sus propios silencios y en la llama gil de sus mansas hogueras hechas para alumbrar la noche eterna de sus bosques poblados de bblicas resinas, duendecillos al aire y canteras de inagotable y dulce voluptuosidad vegetal. Ese da, tremendamente herido de luz y en pie ante la meridiana presencia de la Naturaleza, altiva en el amplio y fecundo dominio de sus elementos, un nuevo paso herido, como rastreando la noche del gnesis y enarbolando nuevas banderas al aire descubierto, se ech a caminar junto a una voz azul, junto a un puo envuelto en piel salobre, junto a las fauces de un rostro iracundo con olor a yodo, con nuevos ojos 31 llenos de rboles nuevos, son signos de alto mastelero en alta mar. Ese da lleg el hombre nuevo, la voz rebelde, la voz de una garganta dedicada al olvido y al grito que se qued disperso en el recinto de la noche inmemorial del Continente; ese da llegaron nuevas manos en busca de la arcilla vestida de clavel ante el fuego; ese da se hizo todo el mundo y comenz a marchar una inmensa legin de sangre nueva. En la cumbre qued sembrado un grito, por cada ro circul un haz de arterias derramadas, por cada camino breve, en cada recua, se aventur un xodo de liviana presencia. Y fue total el canto del viajero, y total cada maana improvisando una cancin azul para la raza, total el cielo, el color del agua, el arco-iris fugitivo, total la dimensin de todo lo terrestre. Por el paso del tiempo -lento camello siempre envejecido- sigui trepando el signo de la nueva voz, la piel de la nueva mano azulada, la pupila de los nuevos ojos innitos. Despus fue la marcha de los fusiles y de los campanarios llamando a cementerio. Despus fue el grito incontenible de la sangre y del llanto, del aire envuelto en tricolor de fuego, de la proclama, del delirio, de la puerta abandonada, del galope del corcel hacia la aurora, de las ventanas clausuradas, de los rboles truncos y de los himnos, escritos y cantados 32 para vestir de luz las estaciones que aureolan de metal signos ecuatoriales. Despus fue la suma de la noche y la estrella, del amanecer flgido, del ocaso radiante, de las voces rebeldes, del himno de los rboles. Despus fue la marcha de Dios junto al hombre. (Revista Nacional de Cultura N 142-143, 1960) Poema del Ecuador despierto Desde la noche del primer lucero, desde la nebulosa, la capa blanca de jirones nbiles, sin tiempo, sin edad reconstruida, atado a la cintura del hombre igualmente sin edad, sin piel denitiva, pasa el anillo-Ecuador uniendo el llanto y la voz sin edad de los cabreros. Desde que la sangre ensay su primer paso y dej su huella inicial sobre la piel del aire; desde que el novillo cruz la noche alucinante con sus cascos de hierro y cida garganta en busca del sorbo de sus ojos; desde que el tiburn partiendo el agua, masticando la espina, atando el calamar a su cintura, huye al cielo del mar; desde que el viento tracante del dorso de la tierra extiende su pauelo, lo abanica, lo guarda, lo conserva, pasa el anillo-Ecuador entre los dedos como rubia sortija de las constelaciones. 33 Desde que el mnimo gusano, con piel de harina, con su paso amargo, arrastra su humanidad de antigua piedra ante los ojos taciturnos del hombre; desde que el trueno desamarra el cielo y lo vuelve a coser como una cinta el spid del relmpago, para hacerlo despus volcn de lluvia; desde que la serpiente, del Paraso o no, colmillo agudo, titilar de estrella, ata su lengua al msculo sensible y rueda, con sonrisa de humor sobre la yerba; desde que el agua aprendi a ensayar su trapecio de alturas para la sed, para la espiga de la tierra, pasa el anillo-Ecuador: Un peregrino entonando los himnos de la vida. Desde la primera desoracin del alba. Desde la retama del primer silencio. Desde el primer corcovo del caballo. Desde que el hombre se sintiera solo con la cuerda vocal asesinada. Desde el primer gemido de la hembra. Desde la realidad de que la muerte camina en el costado como una nia ciega y permanente. Desde que se cruzaron los tumultos y hubo pechos rotos, banderas desgarradas, corceles de la luz hacia la sombra, cuchillos de papel ensortijado. Desde que Dios camina por la tierra. Desde la primera ignorancia del pasado y del sabor del fruto, del corazn del cauce, 34 de las arterias en intil fuga, del dorso asesinado, del fusil, del reloj, de la campana, de las cruces de piedra, de la nada, el anillo-Ecuador est despierto y es noria bicolor que pasa... pasa... pasa.... (El Universal. ndice Literario. Caracas, 8/11/1960) Poema del hombre ecuatorial Al costado del sol que tuesta las vigilias y hace arder las gargantas de los caminantes que van sembrando en la recua del rumbo la semilla ms frtil del mstil de su sangre, va el hombre. El hombre, digo. El que tiene el paladar lleno de trigo, de arroz o de frambuesa, de maz o de frutos del campo, o tambin de agua fresca, dormida en el estanque o viajera con l por la tierra. Su cuerpo bajo el sol es una tesis siempre nueva del tiempo. Sus ojos atisban desde la soledad, desde el columpio del viento, desde la raz encinta de grmenes nutricios y horizontal junto al rescoldo de su propia ceniza. Sus ojos atisban desde los juncos de sus aguas dormidas, desde las barbas de musgo de sus tinajas prietas, desde el caballo que lleva por su corazn su propia sangre lacerada de sismos, de volcanes tirados al olvido, de atardeceres con cementerios que se quedan inconclusos en la sombra. 35 Hablo del hombre que le canta al novillo y le quiebra los cascos y entona una guarura por sus cuernos; del que dice la copla y enciende leos nuevos en los osarios de las madrugadas; del que suea horizontal sobre la tierra en verbos nuevos, en surcos que respiren aliento de conquista, de humus, de clorola; del que escucha en la montaa silbo de ventisqueros del que mira en el mar crecer la lumbre y trepidar las redes sobre los caballos del agua y del viento; del que mira en la selva caer la lluvia en picotazos lentos, y se persigna, habla con Dios y con la catarata, con el rbol, con el silencio. Hablo del hombre que trajo el mar en viejo barco de obstinadas maderas o en trasatlnticos de hierro, con los ojos heridos por el cielo, ropas humedecidas de ausencia, cabellos en la brisa para nuevos signos, con palabras que vuelven. El que lleg una noche cualquiera a nuestras puertas. Hablo del hombre navegante por el ro San Lorenzo, entre costas de verde o de neblina, hacia ciudades de grandes omnibuses y torres de humo. Del hombre de Texas, Tejas o Nuevo Mxico, el del caballo intrpido y el antiguo mugido del bisonte; del de Anhuac, Sierra Madre del Golfo o del Pacco, que ve hoy con ojos de costumbre la ira secular del Popocatepetl y el Orizaba, y baila en la noche la sandunga. Hablo del hombre del gran Istmo donde el banano da su miel al viento Y l an enciende el rito en la noche de los dioses. Del que ve nacer la espiga 36 contemplando las torres antiguas de Quezaltenango, Izalco, Juticalpa, Chinandega, Cartago, Boca de Toros o Belice. Hablo del hombre labriego en las Antillas. Del cubano que nace en los caaverales y enciende su fusil Y tuesta su caf, su cacao, su tabaco; del negro que llega por el camino real De Gonaive y Los Cayos; del campesino de Monte Christi o Barahona, De Ponce o Mayagez. Y hablo de los hombres del Sur, que ayer trotaron nuestros rumbos de hoy con himnos y banderas. Canto al hombre de mi Patria que lleva el sol naciendo en el arado, que dobla sus metales, anuda el relincho del caballo, bebe en el mar, dosica las horas, fabrica encrucijadas para el da, sabe cargar la muerte con lentitud y ha sembrado en la tierra hijos y rboles. Hablo del hombre de los valles del Cauca, del de los Llanos, valiente y guerrillero, pastor de sus rebaos; del que ve en las noches del trpico, cerca del Ecuador, arder la testa azul del Chimborazo; del que entona con sus signos de ancestro dormido en altiplanos, voces de yarav, y domestica llamas y alpacas; del de las yungas con caf y con maz y ritmo de charangos; del de la faja azul con araucanos, cuecas y marineras, horizontes al mar, salitre y guano. Y canto al hombre de Amazonia y del Macizo, perdido en horizontes vegetales, 37 con ores de cafeto, piedras preciosas, hierro y el gran ro cruzndole la cintura como un mar; al hombre de la sierra que muere al Sur, al de la pampa, gaucho cantor de historias y leyendas, de hazaas que guarda entre sus pastos con gritos inmemoriales de la raza; del hombre de la fra Patagonia y la Tierra del Fuego con sus vientos de azcar y sus pestaas de mastelero azul en marcha. Y hablo del hombre guaran que an dice sus palabras, y levanta su espiga junto al espejo del Paran o del Pilcomayo; y del que navega por el Uruguay con palancas de plata, y siente el mar danzando por las venas. Hablo del hombre de las tres Guayanas hechas como para una nueva libertad de Amrica. Sembrado como rbol en los surcos del tiempo, campesino con dosis de sangre renovada, con sus idiomas o con sus dialectos, con el surco, el arado, la bestia, la resina, el cauce abierto, el llanto, el pan, la alegra y la muerte, el hombre de Amrica es el camino andado. 1952. El Universal. ndice Literario. Caracas, 3/1/1961 Los das abandonados (Maracaibo, 1965) 41 gloga del verano La silueta inmvil de esta paz campesina con chozas de ceniza y nios de mirada inconclusa, con pequeos caminos de humo hacia lo alto del silencio, polvo y sed y pastos desahuciados, semeja un cromo antiguo esculpido sobre maderas bblicas. Estarnos en medio de los campos sin un rumor de espigas, escuchando la gloga lenta del verano, recorriendo los rumbos de las sendas agrarias donde tiene su casa de aroma la esperanza. Y bajo el medioda de serena escultura, cuando los gavilanes se persignan ante el fuego y los cedros antiguos devuelven sus retamas, regresamos a la mansin inicial de la vida. Entonces pareciera que dijera una voz de lacerado signo: esta es el agua que dej la mano de la ltima lluvia, este costal de harina era del sembrador que muri en la pradera, este carbn disperso fue el corazn de los rboles muertos en otoo y estos osarios los grmenes de los animales domsticos. Esta paz campesina tiene ciudades de resignada espera, la voz de los profetas taciturnos que cruzan la soledad, la oracin de los ros sedientos, la lejana del horizonte perfumado por la brisa musical de las horas y un cielo indiferente lleno de torres blancas. Cada camino sobre esta quietud temblorosa es un pequeo ro donde navega el sueo que ancla en la mirada de los bueyes, en el espejo de los atardeceres nostlgicos, donde la soledad parece un dulce perro echado en los umbrales de una casa abandonada. El hombre lo comprende todo y desata sus naves. 42 Comprende que viene de la estepario soledad del olvido, que al oeste de su corazn tiene un viejo castillo de nieblas y que la noche conjugar su altura de humanismo antiguo para ofrecerle sus banderas de bosques siderales. Oh, dulce gloga del verano! Oh, cancin pursima de la Naturaleza! por ti es poderosa la voz de los mudos espacios y ms edicante la llama del corazn terrestre. Cuando arribe la lluvia y la hoja consuma sus metales guardars tus espejos y tu cofre de nsima estrella. Volvers cuando el viento convoque los espacios para llevar sus aves a los dioses del bosque. La visita de Dios Dios ha venido esta tarde, como siempre, a hablarme de las mansas heredades del da; por eso el viento estrena traje de lino nuevo, una mansa ternura camina por la casa y el corazn entrega sus lmparas de incienso. Ha trado la mansedumbre de las aguas eternas, la paz de los jardines de un huerto abandonado, y habla conmigo, a solas, de la lluvia, del viento, del caracol que arrast r a su corteza celeste, de la ventana herida, de los rboles muertos. Contemplo entre sus barbas la difana presencia del ngel que proclama la mies de la esperanza; entre sus ojos miro los paisajes del da, la torre azul del rbol con sus pjaros tristes y una aldehuela triste poblada de campanas. Dios ha venido esta tarde, como siempre, a ver domesticada la luz entre los rboles; en sus manos el polen purica la rosa, 43 la frente de los lirios toma fulgor de plata y prolonga mi huerto su voz en el espacio. Yo le ofrezco la sombra de mi techo sumiso que tiene dbil humo de universal memoria; mis corderos que pacen las yerbas otoales, los nidos de los pjaros idos en el verano y el perl diminuto que hay en todas las cosas. Dios ha venido esta tarde, como siempre, a decirme que hay lumbre en las puertas del da y paz en los rebaos y en la edad de las aguas, por eso el viento estrena traje de lino nuevo y en la pequea aldea tatuada de estaciones llega la primavera cubierta de campanas. La soledad No est la soledad en el bosque. No en la mina sepulta de oscuros minerales, tampoco en la casa del rbol que habita en las tinieblas ni en el corazn del ro turbio y moroso que trae los mensajes seculares del bosque. No est la soledad en el recinto de las catedrales abandonadas ni en el rostro de la piedra donde medita el musgo; tampoco en el cementerio de las viejas aldeas ni en la ltima luz que penetra en la noche. La soledad es una casa de azules seranes donde habitan los hombres que han pisado caminos de nostalgia y que ahora se arrodillan para mirar la vida que uye como un cauce desde el ro de las sombras. Su voz no es el deseo de la evasin del agua ni el galope desbocado de un caballo terrible 44 ni la mano del mar junto a la piel del aire ni el bautismo de la primera vigilia abandonada. La soledad es un invento del hombre para satisfacer, en silencio, la edad de su nostalgia; es un ro de amigable y lenta transparencia donde vemos el alma de las horas desnudas y el cielo tapizado de fragantes alcores. Ella pronuncia el nombre pequeo de las cosas con una voz liviana como la edad del lirio, construye los cristales a travs de la lluvia y consume el aceite dulce de la memoria. Su portal es abierta casa de mariposas y pequea hornacina de breve mansedumbre, por eso ella conjuga la voz y el silencio, los arbustos del da y el rumor de la noche. Con su amigable perl de cosa abandonada la soledad es la casa de Dios y del hombre. Casa de campo Tengo casa de campo que mira hacia tus ojos donde sonre la yerba con el agua y los pjaros, frente al mar que ilumina sus balcones celestes, junto al aire del da que te sigue inefable. Ella recorre todo el diapasn del da como una mano lenta llena de sortilegios; cuando amanece tiene lluvia recin cortada, el medioda le asigna su veste de silencio y la tarde le ofrece la beatitud del agua. Tengo casa de campo con rboles abiertos y frutos que en el da maduran la esperanza. 45 Tengo espigas celestes, mariposas del aire, soledosos pastores de autas inasibles y el perl de la rosa dormida en los estanques. En ella Dios camina su levedad sin prisa, en ella domestico la brisa de la tarde. Los hijos me circundan como claros renuevos, hay paz, enredaderas, y puedo hablar a solas con todos los que habitan el pas del recuerdo. Cuando la noche enciende lucirnagas celestes gravitan los insectos en torno del silencio y un breviario de nubes guarda el cielo dormido. La luna con sus blancos cabellos de amapola la cuida con la dulce beatitud de sus ngeles. Tengo casa de campo con sus claras veredas donde el aire labriego camina distrado, junto al mar, en tus ojos, junto a Dios, y tatuada de espirales sumisas por donde va la voz a dormir en la noche y a regresar cantando las praderas del da. Levedad del tiempo Digamos el nombre cierto de la morada de los astros donde habita el silencio, donde la luz comparte su leve transparencia con la rosa del da. Preguntemos por el rumbo de las huellas perdidas, el destino del hombre que durmiera una noche su vigilia y su sueo en los puertos del alba. Hoy que vagamos lentamente por claros espejismos y hallamos en la roca sueos de otras edades, invoquemos a solas la levedad del tiempo, su msica de infancia dormida entre los rboles, 46 su liviana presencia rescatada, su promesa de vivir en las hojas, en el nido, en los espejos de estas aguas tranquilas donde duerme la tarde. Pronunciemos el nombre de las edades muertas. Siempre hay un cielo tibio en la edad del regreso! El hombre sabe apenas que regresar el da con su misma luz de plida presencia, pero ata, en sus claros abismos, en sus torres hechas de nube densa, el caballo liviano, el potro azul que retoza en el alba y luego cruza, leve, la soledad del da. Digamos el nombre cierto de la morada de los astros; preguntemos por la casa de la nube que ayer vimos; digamos el destino del agua que cruz por las sienes de la primera rosa, de la estatua y los lirios, invoquemos la voz de los metales preteridos. Hallaremos vendimias para el goce innito de haber pasado un da con Dios entre los rboles; sentiremos la quieta levedad de la nube que cruza el cielo ardido; al pjaro que busca su nido entre la roca; al cardo que orece; al regreso del agua cantando entre las ores. Invoquemos el cielo de las mariposas desnudas, del sol recin levantado de la yerba sumisa, de los vientos agrestes, de los cuatro horizontes que sostienen el frgil diapasn de la vida. Invocacin de la edad innita El ro lama el costado del pueblo como talla mansa bestia recostada a sus pies; las piedras tenan el color de la inocencia y el cielo era una frugal estacin de campanas. 47 Despertbamos junto al idioma perfecto del roco que bordaba de luz la cruz azul del viento y era multicolor la faz de la campia donde los bueyes haban soado con la edad de la lluvia. La paz tena una casa de grises tinajeros donde mojaba el tiempo sus barbas cristalinas; haba un alto limonero para vestir las novias y un cuadro ya borroso de remotas vendimias. La madre cruzaba como alada la soledad del da y su voz era fuente de preclara ternura; tena un cofre de imgenes y un libro de oraciones y un cauce transparente de calladas vigilias. El pueblo vea pasar sus lentas estaciones con su verde tatuaje de fragantes banderas; los pjaros mojaban sus cantos en la lluvia y el alba era una casa de dulces girasoles. Entonces corramos junto a las mariposas y sorprendamos el sueo liviano de los peces; apenas era el mundo el cielo de la aldea, la iglesia diminuta era de blanca arcilla y las frutas del huerto tenan sabor de escuela. ramos los alegres compaeros del da y de los labradores que tmidos cantaban; en un barco celeste de frgil mastelero ramos los corsarios de una edad innita sobre un ro con espumas y cielos escarlata. 48 Junto a la voz de mrmol A la memoria del poeta amigo Erasmo Seguas Silva. Antes fuiste pastor de clavellinas, amigo de la rosa y el perfume del musgo amanecido en la garganta de la piedra undosa; del caracolillo menudo y trmulo que como el pequeo pez de una cancin, sintetizara, arrojado en su playa de faz al viento y de corola antigua, toda la raz inmemorial y recia de tu gran ro hermano de tu msica y tu acento que se despeina en onduladas cabelleras de plata. Antes fuiste pastor de las estrellas en el alfizar de tu noche ausente, cuando tu mano se crispaba como una enredadera sacudida en el pecho con luz de tu guitarra; cuando pasaba tu pie junto a la yerba y quebrabas las lgrimas nocturnas con que lloraban silenciosamente los azules y grandes ojos del pueblo; cuando los rboles y los animales dorman y
en cada rama, en cada torrente de sangre contenida andaban, mansamente, las dos manos de Dios. Antes fuiste hermano de los pjaros y de tu alegre y humilde campanario que aleteaba en el amanecer por el amor mesinico. Fuiste tambin hermano de la hormiga, de todo pequeo corazn asesinado; y del riachuelo menudo y
transparente Que corra entre barbas como la sabia palabra del abuelo; del nio enfermo, de los ojos ciegos, 49 de la palabra nunca pronunciada, de los amaneceres alegres o enfermos, de toda cosa alta y de la diminuta visin de lo pequeo. Antes fuiste todo eso! Amor por el lmpido cristal de tu cielo, por tu propia vida con anchos ventanales para mirar el tiempo. Y hoy! Hoy es la ausencia denitiva de tu palabra y de tu verso, de tu sonrisa de nio incomprendido. Hoy anudas tus huesos a las profundas races de la tierra que parece una bestia dormida denitivamente; y nutres con tu savia, con la rgida esencia de tu sangre, tu pequeo recinto de universo. Tu materia se convierte en corola, en lirio abierto, en amapola desangrada, en yerba con insectos y en monedas de luz para las altas torres del cielo. Hoy devuelves tu materia a la vida y tus ojos vacos miran a travs de tu mrmol mudo, indiferente, Las vertientes (Maracaibo, 1973) 53 Elega a Roco Malaver, detenida en el viento Donde pusiste la mirada crece el plenilunio, y uye la fragancia en cada da que me recuerda tu piel, tu tristeza construida con la pluma lenta y subterrnea. Roco Malaver, detenida en el viento como la mariposa que aleteaba en tus ojos. Pusiste un traje blanco sobre los campanarios, una lluvia de nsima niebla en el corazn de las fbulas, un cordero herido en la blancura de tus manos y azahar en la frente del ngel. Ahora te busco en la soledad de los templos, en la calle que bordaste marchando hacia la nada, en cada lgrima de los cirios que se arrodillan junto a la fragancia enamorada del pan y de la rosa. Roco Malaver, detenida en el viento, ahora enamorada de la golondrina y de los valles. Quiero que me recuerdes en las tardes con lluvia, con tu nostalgia elemental, con el silencio de la hiedra que se nutre de tu voz. Yo seguir cuidando en plenilunio tu rosa de cristal detenida en el viento. 54 A Pedro Alcuna en la soledad de su muerte El mensajero me trajo una tarjeta que deca: Para ti, Pedro Alcuna, que celebras hoy el da de tu muerte. Firmaba... Alesia, la muchacha plida que se pint los ojos de carbn una madrugada de junio, cuando los espejos dorman y su cuerpo era una rosa blanca junto a la lluvia. Guard la diminuta hoja entre las pginas de una pequea biblia que escrib hace ya mucho tiempo; la coloqu en un altar, junto a la imagen de una virgen que hizo arrodillar los pastores. Hoy he regresado de Hiroshima, el mensajero muri en el nico hospital, Alesia ensaya la msica de los arcngeles. He buscado la tarjeta incolora, pero el tiempo la convirti en un tmido espejo. An camino. Todos los das Todos los das hay un osario para los leos consumidos. El viento despeja sus ventanas, convoca a los pjaros para la esta matinal de la lluvia; 55 anuda su garganta a los rboles que han llorado bajo la paz nocturna y va a los puertos, donde la sal cierra los ojos de los buques sin tiempo, y un breve humo se desvanece en la frente de los pjaros blancos. Todos los das, el agua del pozo que se parece a tus ojos nos ofrece un mensaje de nostalgias y fbulas al pie de la memoria, junto a los espacios inasibles que cubren nuestra piel, que comprenden la voz de la madera inadvertida y de la piedra. Todos los das el ave reza en la pradera cuando hay fuga de colibres heridos, cuando de la frente del rbol cuelga un tatuaje lacerado de signos, y la casa del da recoge las invocaciones y coloca sus manos en la piel de las horas. Todos los das regresan nuestros pasos, abandonamos absurdamente el espacio de las aldeas inefables, no buscamos el limo que se esconde en el agua, dejamos que la piedra hable sola, que los caracoles se vayan en silencio, que los pergaminos vidos de cada heredad siembren en nuestros pasos la historia de las ciudades antiguas. Todos los das, la casa que habitamos est llena de sol, de pequeas hormigas que lloran con un perl de ciego, de cirios en lo ms alto de los campanarios, de colinas, donde los pasos del trigo encienden sus lmparas, de centinelas ebrios que padecen la espera. Todos los das nos duele el grito de la arcilla, la voz de los cntaros que viajan en la estacin del viento; nos duele la ciudad, sus torres, su silencio, su algaraba, sus pasos, 56 el caballo de brisa que galopa en los puertos. Todos los das nos duele el amor! todos los das, amor, todos los das! Testigo de la tarde El invierno me trajo una casa de musgo que ilumino en la noche con leos de mis prpados, con aceite trado de la pequea aldea y resina cosechada en las ltimas tardes de junio. A travs de su lumbre veo el signo de la humanidad transparente, y cosecho el viento de las colinas prximas donde la or y la brizna se conjugan para elevar su canto a la espiga que orece en tus manos. El invierno me trajo una casa de musgo tatuada de pequeas imgenes, con un cielo interior, una puerta por donde entran los pjaros y respiran los caracoles que regresaron denitivamente del alba. Cuando el sol acuesta sus pieles y la vereda inicia sus pasos; cuando el cardn proyecta su sombra, la hierba mastica su silencio y el hombre mide el pulso de su sangre, el tiempo anuncia su gestacin de signos, la verdad de su palabra, su brevedad que cubre la sien de sus espejos. A esa hora sostengo en mis manos el umbral de su primera puerta, 57 mientras descifro el enigma de las clorolas que me circundan y la mirada de la piedra que sonre por el simple acontecer de las horas. La casa de musgo construida de invierno, transita, ahora, el dorso de otra estacin que recoge la ga de los metales celestes. Sin embargo, yo me asomo a la puerta y palpo tu mano sobre mi sombra. como nico testigo de la tarde que diluye su memoria en el trnsito de la luz y en la soledad del hombre que algo espera. Ahora encuentro A Mara Alejandra Ocando, en cuya voz vive este poema. Llegaste un da a mi silencio como llega el viajero que sali de la casa de sus antiguos pasos para visitar la estancia de la soledad deshabitada. Recuerdo que traas una lmpara entre tus manos hechas para la vigilia y la ternura, y con ella alumbraste la casa de mi sombra, el postigo de mi ventana donde oreci una enredadera azul cerca de la grgola que tambin oreca con la lluvia. Yo regresaba entonces del pas de la niebla donde dej abandonado un caramillo con claveles y gladiolas cosechadas en la gestacin inicial de la primavera. 58 Ahora encuentra la niebla de tus manos, la lumbre de tu pequea lmpara que se esconde en mis ojos; el agua de tu pequeo ro de ternura que corre sobre las piedras de mi piel y concluye en el estuario de mis manos. Ahora encuentro tu palabra junto a mi silencio, cerca de la soledad del cementerio de mi voz, y construyo con ella una estancia de prticos azules para inaugurarla en el amanecer inicial de tus ojos; un estanque para la cosecha de la lluvia donde la eternidad me diga que s puedo mirar tu sonrisa. Llegaste un da a mi silencio como llega la rosa a la casa deshabitada del aire. La tarde no ser hoy un cirio entre mis manos, y maana sers, con el alba, una brecha de luz que penetra en la niebla. Las praderas ciegas Hoy he visitado los campos, he sentido una espiral de humo entre los prpados, pequeos animales construidos de silencio, una hoguera de retamas, una casucha gris que algn da fue habitada. Anduve buscndome, y al n pude hallar algo de mi cuerpo y
de mi alma. Encontr, por ejemplo, muchos rboles, un espejo abandonado sobre la vereda 59 y donde alguien an rea; la retama prendida, un cauce de agua roja sobre pedruscos milenarios, otros hombres que se andaban buscando, y una legin de caminos inconclusos, sin destino, lnguidos. Pude ver, sobre un rayo de sol, un caballo ebrio de nube abrevando en el viento. Me dijo su signo, el ltimo da de su marcha celeste. Todo lo dems estaba ciego, inmvil. Una cruz enlutada tena muy altas las manos. Regres con un lazo de sombra atado a la garganta y entr a la nica celda que tengo; la del silencio y de mi alma. Sonetos del campo y del amor (Maracaibo, 1975) 63 Sonetos de la madre Mercedes Donatti Orsini de Balza, mi madre. 1 Madre que me suspendes en tus brazos para decir al mundo que he nacido, con tu cielo de llanto redimido y la oracin de tus menudos pasos. Tu vigilia de luz ata los lazos de la violeta y del jazmn herido, serenamente, a solas repartido, tu corazn de pan hecho pedazos. Madre que me conduces por la vida hilando el oro de la red ms pura con tu mano de niebla bendecida. Levntame otra vez! Hay en tu altura la dimensin de Dios, la fe perdida, la mano sideral de la ternura. 2 Madre: el agua pura de la fuente. Madre: la rosa blanca cultivada Madre: la casa gris, pequea, amada. Madre: la luz para besar tu frente. Madre: la mano pura, diligente. Madre: la fe que Dios tiene guardada Madre: oracin de voz crucicada. Madre: perl de cirio penitente. 64 Madre: cancin de cuna ya dormida. Madre: la marcha sigilosa v fuerte. Madre: llegar despus de la partida. Madre: la gracia pura de tenerte. Madre: la bendicin para la vida. Madre: la bendicin para la muerte. Trptico de los Valles de Aragua 1 A Luis Pastori Sergio Medina, se me quiebra el llanto, se me quiebra la mano en el lucero; siento que vienes hoy, aqu te espero, junto al samn que redimi tu canto. En tus valles de clido amaranto con sol y soledad Tu sol viajero! Con guitarra del agua y su cordero junto al samn que ha orecido tanto. Gustavo, Luis, Miguel Ramn Utrera estn aqu conmigo y con tu vida: agua, rama, cancin, la primavera. La paz del valle a dialogar convida y es tu verso en la verde sementera cigarra tropical de voz herida. 65 2 A Gustavo Jan Julio Morales Lara est en La Villa con su campo de abril y su ventana, con cielo de samn, pura maana, luna de caracol, tarde amarilla. Agua multicolor, ruta sencilla, estrellas con su sed, paz aldeana, torre de girasol y su campana, arbusto mineral y campanilla. Habla con los poetas arageos: Trino, Flix, Ramn, El Tinajero, todos estn con ay sus ensueos. Julio Morales Lara, compaero de la vereda y su corcel de sueos, del patio, de la cruz y del lucero. 3 A Flix Guzmn. Valles de Aragua! Valles de la espiga hecha de oro y pedestal de bruma. Valle de cielo azul, samn, espuma, yerba sutil para la mano amiga. Sendero del venablo y la cantiga donde la cauda del amor es suma de colibr de luz, choza que fuma, agua, cielo, arrebol, pan de la hormiga. 66 El viento les anuda sus cordajes y con mano celeste de las ores hace danzar los bblicos ramajes. Y all, por el camino, en los alcores, ensaya sus regresos y sus viajes un coro de poetas y pastores... Esta es la tierra, amor Esta es la tierra, amor, de mis mayores y la tuya tambin. Cmo se ama! Es el cirio, el altar, la propia llama. Tierra de Dios y tierra de las ores. Senda rural de viejos labradores, camino de la grey que la reclama, abeja de la luz y su retama, acuarela de fuentes y pastores. Esta es, amor, la tierra de mis huesos, de la clara vigilia transitoria y de tu mano azul y de tus besos. Tierra para nacer de su memoria! Tierra para vivir sin embelesos! Tierra para morir! Tierra de gloria! Los estuarios vacos (Caracas, 1983) 69 1 Llegu con el alba triste. Enero siete. Las siete de la maana, con este mismo rostro que me diste madre que casi moriste a ras del alumbramiento para slo dar aliento a esta pupila andariega que casi se queda ciega de tanto mirar el viento. 2 Despus el paso cetrino para descubrir la nube que baja, que muere o sube por abordar el camino. La primera voz, el trino de un pajarillo suicida, una luz que nos convida a caminar simplemente donde camina la gente desde que la vida es vida. 3 Cielo de cobre y estaos me dio la aldea. La aldea donde he tenido la idea de reconstruir los aos. 70 La aldea me dio rebaos, agua pura, suspendida, la aldea me dio la vida donde navegan los sueos en los barquitos pequeos de la infancia ya perdida. 4 Mi paso siembra el olvido por esta senda brumosa donde el llanto es una rosa que tiene su rostro herido. Decir que nunca he tenido luz en la mano del llanto es decir que por el canto que me procura la angustia la vida se pone mustia para no morirse tanto. 5 Francisco Lazo Mart, hoy me duele tu sabana como me duele esta sana reminiscencia por ti. Donde naciste nac con la luna y sus abismos que pienso sern los mismos donde el caballo se atolla al or la Silva Criolla nacer de los espejismos. 71 7 Tomad, amigos del vino que os da la rosa. La rosa que va con la mariposa por un clavel peregrino. Sembrada en este camino donde la lluvia detiene sus corceles cuando viene a dialogar con la noche la rosa slo es un broche del vino azul que contiene. 14 Una ciudad es el fuego, una ciudad es la sombra donde tan slo se nombra la palabra que va luego a perderse como ruego en medio de su agona. Una ciudad es la fra mansin de piedras labradas donde estn crucicadas tu soledad y la ma. 40 Jorge Manrique lo dijo y yo lo vuelvo a decir: Que la mar es el morir. La mar Cristo la bendijo y Jesucristo es el hijo de Dios, por eso los ros que no son tuyos ni mos 72 sino que son de la mar siempre podrn regresar a sus estuarios vacos. Trpicos (Maracaibo 1998) 75 Cielo de Capricornio Cielo de Capricornio con metforas en sus cuatro ventanas. Desde su lejana asoma el rostro de mis aos blancos y busco el amanecer que est vedado para el insomnio y sus dominios. Cielo de capricornio con banderas de fuego en sus cuatro ventanas. Sobre los horizontes regresa a la calle de ultramar donde la leyenda de un hroe solitario conserva sus linos encendidos y los mira amear en las tinieblas del ltimo cielo. Efmero el acuario donde los peces siderales esperan; los nios cantan rapsodias herldicas; un incendio de claveles agrestes ilumina el umbral de la noche; la memoria de las mariposas perdidas regresa a mi aposento y las piedras de mocedad invencible hablan de su corporeidad antigua. Cielo de capricornio con un cirio encendido en sus cuatro ventanas. Aprend del mar a pespuntear el horizonte Aprend del mar a pespuntear el horizonte, a hilar tinieblas y buscar la emersin de alguna palidez en los abismos, a contar, desde un faro distante, 76 los buques iluminados que surcaban la noche; disear aves marinas para forjar un arcoiris de nostalgia. Aprend de la tierra la melancola del ciprs, la persistencia del sol en provocar agravios, la orga de la lluvia cerca de mi abandono, la memoria de alguna nia que pas por mis ojos, el rostro enlutado de los tumultos insalvables. Cerca del memorial de las campanas Cerca del memorial de las campanas el ltimo silencio tiene grietas profundas, ros azules, caravanas de bruma. Arboriza mi voz y no se escucha su corazn de ave. Las ventanas del bosque cubren sus minerales y pregunto a la tierra si soy parte de su razn si ya no existo. Ninguna voz regresa, la piedra lame su desnudez anciana y mira por mis ojos el mito, la pradera, la llama que disipa la solitud perdida. Transform la corteza en navo de tinieblas Transform la corteza en navo de tinieblas, lanc su anda a las aguas ms profundas donde reside mi soledad en espera del temor de algn astro. 77 De magia candorosa es el sosiego de los puertos que llegaron despus, cuando la vida inici su linaje, venci la puerta de arco maravilloso y se fue por el sueo. Cazadores ligeros corrieron entonces por la orilla y lanzaron sus dardos hacia la vaguedad de la clemencia. Detengan los pasos! dijo quizs el viento escondido en las hojas de un cielo imaginario. No busquen la poesa en el alba ni en el atardecer ni sobre la piedra que desnuda su imagen. Bsquenla en el da que hoy habita en ustedes! La convalescencia del crepsculo La convalecencia del crepsculo embriaga los prodigios del sueo. Estoy solo, las montaas se fueron, una rosa de ausencia est prendida en el ojal del viento. El torbellino de la voz sube por los muros de una casa invisible. Nadie escucha su transguracin porque se viste de silencio. Toda la noche ha trepado muros de vaguedad celeste, combate los asaltos alucinados, enciende satlites sobre las puertas, 78 viste mujeres desnudas que pasan en busca de los lirios sobre cabalgaduras de fuego, trituran magnolias lanzadas por poetas dementes sobre la indiferencia csmica. Busco la cordillera de mis sueos Busco la cordillera de mis sueos. Est prohibido pasar ms all de la niebla donde un rebao de ovejas luminosas come los amarantos del alba. Por nsulas del atardecer y de la noche pasan labradores con el traje de la ltima cancin; suben a los pramos mujeres sagradas, vestidas de lloviznas azules buscan el umbral de la noche. Si la tempestad irrumpe en la montaa Si la tempestad irrumpe en la montaa el tallo de la niebla busca la solemnidad de tu mirada donde guardas las noches y los das innitos del cielo. No te muevas del horizonte, su altitud est en mis manos, su lejana en mi sueo, y t eres la estatuilla que deslumbra; si te llevas un dedo a los labios se derrumbara todo el silencio de mis ojos. Tres poetas, tres horizontes (Maracaibo 2001) 81 Mi madre Mi madre ya no est, se fue a pensar en m desde su altura. Yo qued aqu como las topias del fogn, lleno de humo, con olor de ceniza y medianoche. No hay lucero que vuelva de mi dolor que se cay de bruces; la cruz est vestida de violeta y subo por sus brazos hacia el cielo a ver si encuentro a Dios en cualquier parte. A mi madre se la llev una lluvia de pequeos dialectos; ella moj mi corazn con la mano de una nube de silencio. Si por llorar la tierra me convida a estar con ella, voy a subir al cielo de mis ojos para sembrar la vida cuando ella pase de mi dolor hacia mis huesos. Octubre A Mara Elisa, mi esposa. Este es el mes posedo de anmonas fragantes y clima de un apacible vuelo entre los pjaros que van al sur, al norte, a cualquier parte y regresan para dormir entre tus manos como una dcil obediencia. 82 Octubre es el ro que trajo en sus aguas de iluminado vaso, de transparente anunciacin, matices de agrarias convivencias y antfonas de sosegada desnudez. Tu primer paso tizn su vestidura lejos del desamparo, en su primera piedra donde duerme la nube cuando regresa de tu voz y se hace lmpara. Entonces escribas cartas a los reinos ms ocultos del sueo. Decas, por ejemplo: Vengo de ti con esta claridad de piel herida, por las manos este sudor de sndalo, breviario de antiguas devociones. En las noches mis ojos te buscan por los astros y esperar tu voz aqu, entre colinas donde la yerba anuncia una estacin igual, la lluvia, arco de aroma desvelado. Octubre pasa siempre tan cerca de tu voz, te devuelve los sueos y sigue, ro de lmparas ebrias. Olvido Borra la ltima huella cuando pases por este camino de dolida nostalgia y no regreses para que no atisben tu memoria ni puedan preguntar por tu edad, por las palabras que conservas ocultas en la piel, ni por tu vestidura de luto anaranjado, de lucero, de sombra. Preguntars por m cuando llegues a la ltima estacin, un tren sale a las seis hacia el olvido y yo estar esperndote. 83 Pasajeros del atardecer Los tres pasaron por mis ojos desde una lejana que no encuentro, y les dije adis como se despiden los marinos, con un breve pauelo de llanto.
Adis, Carmelo Infante. Adis, Ramn Luna. Adis, David Hernndez. Tres pasajeros del atardecer. Quizs no sepan donde estn que las cruces se han desmayado de cansancio, que el pueblo, aquel pueblo, Mapire, que es una colina por donde camina la esperanza, est de rodillas a los pies de su iglesia. Los animales pacen yerba sonora sobre los pasos que dejaron all sobre la herida honda, en la hojarasca de los calendarios, en la mitologa del silencio. Creo que no volvern a despertar las mariposas de la noche. Uno era el ro y leviat las anclas; el otro, artce de barrios, sembr la luna en el centro de la plaza para vigilar su traslacin hermtica; el ltimo fabulaba lucirnagas y encenda lmparas de agona crepuscular. Adis. Carmelo infante. Adis, Ramn Luna. Adis, David Hernndez. Nos veremos sobre la desnudez de la sabana donde Manuel, Manuel Lucano, tena un asno de luna. Desnuda permanencia (Guarenas, 2002) 87 Con esta piel de luto imaginario Pude llegar y enero preguntaba si aquella piel teida de verano era la piel del rostro y de la mano con que a jugar la vida comenzaba. Y la piel fue de lluvia y se mojaba, y de silencio tmido, lejano; y fue la piel vigilia de lo humano sin precisar a veces dnde estaba. Enero vuelve y vuelve y no pregunta ni da razn de nada ni se junta con su dolor de amado calendario, para decir despus que no me ha visto y no saber que muero porque existo con esta piel de luto imaginario. Eres del mismo barro que me llora Eres de m, del yo donde te hube y de la piel del agua sollozante; tiene fulgor de ptalo menguante tu desnudez de mrmoles; y sube desde tu sien la luna donde estuve, hecha tambin de barro suplicante. Barro me llora, barro caminante, barro del pie y barro de la nube. Vas como yo del sueo sorprendida, voz de grumetes ciegos en la aurora y soledad de piedra malherida. 88 Y por dolerme as como se implora, pienso quizs, que t, como mi vida, eres del mismo barro que me llora. Mi caballo de bruma es un poeta Mi caballo es de bruma. Ya galopa sobre densas colinas siderales; herboriza en los puntos cardinales y se bebe el azul copa tras copa. Su redil es la fuente: Fina tropa de nocturnos luceros tropicales, los caminos del viento, los cendales de las luces distantes. Nunca topa Los zarzales del agua sumergida ni la piedra de musgo ni la quieta lontananza de cpula perdida. Mi caballo de bruma es un profeta que derrama luceros por la brida; mi caballo de bruma es un poeta Tiene rostro de mar tu lejana Cerca vienes de ti, con el vestido de tu piel, del silencio, casi rara, como sombra que slo me dejara la ms simple razn de lo perdido. Lejos vienes de m, desde el olvido si el amor fue razn que se olvidara 89 y volviera a pasar como pasara nuevamente la pluma por el nido. Cerca, lejos, no s si la distancia es venir del olvido a la sombra fuga desde la rosa y su fragancia. Slo tengo de ti la ausencia ma para decir que a solas, en mi errancia, tiene rostro de mar tu lejana. Es vivir esplendor de dos azules Vengo desde mi mar y sus laderas con los peces del aire. Mastelero de mi buque sin n tiene lucero que ilumina sus lmpidas banderas. Vengo desde mi mar a tus riberas, donde siembras colina y
limonero. Soy un viejo gandul y soy viajero pescador de silencios y quimeras. Con arena del puerto yo te hara una casa de sol como la ma con adornos de gasas y de tules, donde pueda decir a mis antojos que vivir por el mar y por tus ojos es vivir esplendor de dos azules. 90 La misma sal onrica del llanto Si yo tuviera mar me marchara, si yo tuviera tierra me quedara, si yo quisiera amar cmo te amara! y si olvidar pudiera, olvidara. Si hubiera que volver, no volvera, si hubiera que buscar, nada buscara; si hubiera que dejar, slo dejara la muerte de mi voz, no importara. Sin tierra, sin el mar y sin espuma y nada de la vida y del quebranto lo mismo da la rosa que la bruma. El canto es slo ptalo del canto, jaguar del mismo pilago del puma, la misma sal onrica del llanto. Arquero de la noche (Maracaibo, 2003) 93 Arquero de la noche Arquero de la noche mi corazn ya cansado de abismos bate portafolios al viento. Antes era de tierra ocre mi silencio y en ella estuve siempre entre olvido y olvido; por la hojarasca de los mitos, por el corazn de lluvia de la noche, por el barrio ms triste de mi soledad poblado de mendigos. Antes no tuvo rboles la cima donde los dioses crearon mi destierro; estuve solo, amarrado a las cruces del viento; un reloj enlutado dorma su siesta de marl sobre mis ojos en espera de mi cadver luminoso, pero no lleg nunca porque el amor s sabe del tiempo. Y soy la raza, no el timorato de la exible obediencia. Espejismos Soy anacoreta, el tocador de autas invisibles, un desvalido vendedor de estrellas; habito con mis dioses una aldea que estuvo en el recuerdo vegetal de la noche; duermo en una guitarra, 94 su msica es la misma que reconforta el tiempo y me redime. Soy beduino inmvil. busco en el desierto la soledad perdida; soy segador de nubes y mago constructor de toda realidad imaginaria; boga de un ro que cruza el equinoccio de mis manos sin dejar espejismos; pastor de la tarde y leador de fuegos temerarios. No s dnde encontrar la imagen de mi alma! Sin respuestas Mis preguntas no han tenido respuestas. La indiferencia csmica crema el intento de buscar el origen en el mito, en la fbula, en los osarios, en los aplogos de mi decir constante. Pregunto a la piedra por la intemporalidad de mi voz y las de todos los que no me acompaan. Y pregunto al rbol si su raz es la que me sostiene sobre la piel del aire donde antes de morir orece el mundo. El agua se va desde la orilla al resplandor de una hoguera invisible. 95 La nube deshoja su alma cuando escribe en mis ojos y no puedo leer su breviario; y al tocar una puerta la oralidad del silencio desintegra su imagen y se hace golfa. He procurado intilmente descifrar el origen del mundo en mis palabras; s que est all, pero tendra que regresar al primer sonido que me arrebat el viento. Entonces, no s decir de quin es la montaa que sube por mi rostro.. La luz profunda La luz profunda cuelga sus ramajes en la ventana ms antigua; el farol cuece el trigo que la ciudad ha sembrado en sus esquinas, entre agua pura, el cabello del viento, el sereno de la noche invernal. La luz profunda viene desde los ojos del jaguar que pueblan la noche con sus mariposas de alba y ros memoriosos con estuarios de piedras lejanas. La soledad, entonces, rbol que migra hacia mi pecho, aposenta sus brechas de verde luminoso en mis ojos cansados de dormir en la tiniebla y de buscar paisajes costa abajo donde los mitos son apacible desnudez. 96 Mis antepasados encienden lmparas que no haban muerto nunca; ellos estn bien, gozosos de ver mi pulso girar en la memoria, de tener la supercie para ir despacio, amar con el silencio y contar estrellas despus. La luz profunda es de moneda oculta, de sembrado de almas, de leyendas en los textos sagrados, de dolor encallado en los muros de los cementerios que viven. Las vigilias ausentes (2007) 99 Paisaje Un ciervo herido vive en el paisaje donde el agua slo mira la desnudez del cielo y sus ramajes. Los durmientes de un tren van y regresan con el ltimo sol, y desde el polen de las ores agrestes, algunas mariposas vuelan, vuelan y vuelven a volar hacia la lentitud que hay en mis ojos. El tren no ha regresado, en un pequeo abismo, una palmera guarda su vino en una copa verde con estrellas; all, sobre un otero de ceniza, una casa de arcilla rumorosa busca la luz para guardar sus ojos; en la mitad del valle, un cementerio se fue con su dolor hacia la tierra. Por esta soledad pasaba un ro que perdi la memoria y se hizo orfebre. Estoy lejano aqu mientras la ores lanzan sus manos al vaco; tengo el temor de un buey abandonado que pase sin decir de dnde viene y se lleve la voz bajo sus pasos. La mitad de mi sombra es el paisaje y la otra mitad es una lmpara, por si no llega el tren y ya la noche me diga que me vaya y no s a dnde. 100 Selva A Eugenio Montejo Sobre esta tierra fue, en esta selva, sobre este mismo espacio donde ha girado el sol y gira y gira sobre su torbellino, donde escuch las voces de mi padre llamndome desde un tiempo que pasaba por el costado oscuro de mi sombra para ensearme el bosque donde estaban sus pasos que no pasan y pasaban. Antes que yo mi padre anduvo solo y no saba que al n de los silencios se despiden los adioses ms altos de las nubes por donde iban sus ojos a un ao ms del alba y sus espejos. Yo fui a buscar los pasos de mi padre en aquella hojarasca de los siglos, tampoco hall su voz ahora dormida en el nal del nombre de sus pasos. Mi padre muri un da que no tuvo color o no recuerdo algn color escrito en ese da, cuando Vallejo encargaba su rosa de septiembre a los veranos y un hondo cerro vena desde su rostro hacia el gran ro de dolor que fue su frente. 101 Baha solar Vivo desde muy nio en este puerto donde la sal me mira y se dispersa; es un lugar sin nombre, parecido a otro lugar que no fue bautizado y de tanto vivir se ha puesto viejo. Tal vez lo mismo que mi nombre llega y se va de un puerto hacia otro puerto. No tiene un muelle donde amarrar la brisa cuando la tarde llega con sus anclas y un alcatraz volando majestuoso esparce su ceniza por las aguas en donde estn las naves que me miran con su mirar de un viaje y otro viaje desde la nube del ltimo lucero hasta el mismo lucero de la tarde. No s si los fenicios contaron esta arena, ellos iban de un mar hacia los mares inventando alfabetos y diciendo que Galileo estaba equivocado. Me lo dijo Cristforo Colombo cuando en la madrugada desnud la vigilia de mi sombra. Fue un marinero con la piel celeste y tres barros azules que no han vuelto. Esta baha de sal se va y regresa mientras suean los peces y vigilan mi soledad las noches que no duermen; es habitada por unos pescadores que llevan en la piel sus propias redes y por marinos que cubren el espacio por donde van las grmpolas que suean con el agua que moja el universo. Pocos luceros andan por su calle, 102 slo una calle vive en este pueblo, a la intemperie como los mendigos que duermen en el alba sin saberlo. Los siglos ya se han ido, miro la tierra con dolor de cielo, he contado su arena tantas veces que su dolor me duele entre las manos; slo me queda un perro del silencio y no lo he visto nunca enamorado; hombre de Dios me dicen los marinos en el nico bar que hay en la playa y cuando voy de un puerto hacia otro puerto en este mismo puerto de mi alma. Aqu naci mi voz Tuve razn del tiempo y de la noche cuando llovi en la tarde y pjaros y luces iban hacia la sombra. Aqu naci mi voz, en un molino de piedras encontradas en un paisaje antiguo que se qued en mis ojos, en los herbarios del atardecer donde sembr mi mano los jazmines. Cuando tuve la hondura de tus manos me puse a pastorear la enredadera nacida del silencio de tus ojos cuando vivas de lluvias y era lento tu paso por mis ojos en la aurora. Ayudaste a vivir mi desventura desde un puerto donde anclaron tus labios y las naves nos dijeron adis desde las nubes. Por tu paso de arena se fue callado un caracol de bruma que llora por amor en sus espejos. Tambin te dije adis, cuando mi mano era del innito, de algn rayo solar despedazado en la frente de un dios ahora mendigo. 103 Aqu nad la piel de mis nicos das, atados van conmigo a tus memorias, amarrados al sol buscan refugio en un lejano pas donde la niebla nos veda el horizonte. Nadie sabe si ellos me pertenecen, si fueron mos slo cuando t estabas en mi ausencia. No s de qu color es esta sombra por donde voy con Dios hacia el olvido, ella nad tambin cuando la piedra levant su dolor y vio que no exista otro dolor ms hondo que la tierra. Despus de haber pasado por un aire uvial, entristecido por la fuga invisible de tus labios, bscame en los escombros de los sismos del alma donde hallars al hombre que ha vivido y volver a vivir cuando la tierra le ofrezca sus espacios. Ahora tengo un nio sentado en mi memoria, lo busco en el otoo, en alguna estacin deshabitada Amigo A Jos Francisco Ortiz. Amigo: Hoy me detengo aqu. La tierra dice que ya est bueno de buscar auroras donde no existe el cielo y los gallos no cantan en la noche ms honda de los sueos. Fue un simple ro de olvido y est muy sola una estacin del tren en el paisaje. Fue una sola guitarra en alta noche 104 y Aldebarn se fue; en las praderas no queda un ciervo de amable cornamenta que vigile la tarde y me comprenda, solo est Dios sentado en las laderas de un cauce interminable. Nadie cruza el andn por donde pasa el resto de la sombra que me queda y perros del silencio me custodian desde la orilla de una fronda invernal casi escondida en un rumor de frondas. Ya mi estacin cruz los horizontes, un cielo de ceniza baja la frente, ladra un perro de olvido en el silencio, esta piedra soy yo, fue mi desvelo, me la entreg la tierra cuando dijo que la piedra era el mar si su cancin llegaba con el viento. Amigo: Tu palabra ha comido del pan con levadura sagrada, por eso canta el sueo y sus dominios, la pureza sin n que tiene el agua, esa oracin que rezan las colinas, aquel rumor de Ulises por Itaca. Dile a tu voz que suba por el viento hacia la soledad de la montaa. Amigo: Si te encuentras a enero en el camino dile que yo lo busco, se march con Acuario y no lo siento venir desde mis pasos. Le dices que ha volado la ceniza ms all de mi cielo estacionario, que borre de su libro de recuerdos el pobre adis que le dej en los brazos. 105 Se desvela el roco En el ptalo, en el borde de la hoja, la gota cristalina es mi pulso. Desvelo de la noche, de los astros, de la memoria pensativa y larga que va desde la sombra hacia el relmpago. No tiembla por miedo a las distancias ni por su sueo de vagas soledades, sino por mi silencio, por haberla pensado inofensiva y pura bajo la estrella. Despierto y le sostengo su hornacina de polen desde mi sombra, resbala y cae desde mi pulso hacia los ros que pasan. Se desvela el roco en la garganta del lirio que me acecha. Breviario terrenal (Caracas, 2004) 109 Advenimiento El sol penetr por la puerta del primer da del llanto en busca de mi
voz no entorpecida por esta costumbre de hablar y hablar de cosas sin materia. Creo que el sol era de metales olmpicos y Capricornio danzaba en los anillos de Saturno con sus cascos alegres y pelambre de manantiales hbridos. Yo vi a mi alrededor todos los ojos de la casa extasiados como si se hubiese consumado un milagro, el advenimiento, quizs, de algn antepasado fusilado en la guerra o desaparecido en los cataclismos del viento. La casa era de pan inmemorial, de puertas grises v pjaros que velaban sus contornos. Mi madre casi mora por culpa de mi vida; su voz de luto se deshojaba como una or de llanto como el agua que no quiere marcharse todava. Comprend entonces la importancia del alba. Las siete en el reloj exacto y yo buscando nubes, hipocampos de fuego porque haba regresado. Hay algo de misterio, de elega confesada, cuando un hombre llega solo 110 sin saber si algn da podra regresar a sus mansiones primitivas o seguir siempre solo como nube de plido espejismo. Yo haba llegado a la hora exacta y para entonces no conoca las formas de la vida; las he aprendido en esta larga ruta de suicidios. Cuando no quede nada de mi dolor terrestre Vuelvo a pasar junto a la voz del da, por la penumbra tmida donde tu paso fue como de bruma, algn da como la or del aire hecha en mis manos o como el mar que tiene la distancia de tus ojos que nunca han regresado. Ahora camino solo, cada paso es un itinerario hacia el olvido; el ro que fue la lluvia duerme tranquilo entre mis brazos donde eres un espejo, una hoja, quizs, que vuela insomne a lo largo del sueo que persiguen mis ojos. Si esperar que regreses es repartir el llanto o tener la alegra guardada en cualquier parte, aqu estar, sern mas estas noches, los jardines enfermos, el alba donde mueren los jazmines, tu ausencia vaga dormida entre mis ojos. 111 Cuando no quede nada de mi dolor terrestre repartirs la lluvia y me hallars en cada parque solitario inmensamente solo, como una voz que fue junto a tu mano lazarillo del viento de la bruma. De la ciudad dormida Transitar por los pasos de una ciudad dormida es descubrir el viento, desnudar la penumbra que preserva el dolor de los das innumerables, y detenerse en cualquier parte, como la hoja inmvil, para sentir que todo se desangra en la noche. Dedos alucinados corren por la epidermis de los ciegos fantasmas que son inamovibles como el rostro de la soledad ms distrada. Cuando llega la lluvia con su fragilidad lenta alguien pasa y recoge la dbil luz del rostro y de la mano intilmente levantada para preguntar por la edad de los aromas sepulcrales. Transitar per los pasos de la ciudad dormida es descubrir el sueo de rboles cados que llegaron de cualquier reino imaginario con una piel de dulce consistencia; venir como del alba hacia la tarde de ceniza donde estuvieron rostros de imaginada espera, para decir despus que el perl invertido de una sombra es la imagen ms cierta, inmvil, del silencio. Todos hemos cruzado los puentes amargos de la noche. El da es una espera transitoria que olvida su acontecer de urgidas estaciones; 112 por eso no debemos preguntarle nada del ngrimo desvelo ni del cabello que pace la desnudez del aire ni de los ciervos que duermen en los ojos de cada fantasma de ciega transparencia. Debemos dejarlos pasar como huspedes de clidos veranos que invocan el fuego y cruzan el horizonte cuando ya est perdido. Todos hemos cruzado los puentes amargos de la noche. Abajo el agua es fuga, un hombre interminable. Venid a estos santuarios Venid a estos santuarios donde slo las piedras han quedado en el viento. Aqu, cerca, estn los silabarios, los recuerdos del mito que se quem en los ojos de la noche y vive entre vosotros como piel de jaguar y como simple corteza de luna domestica y salvaje. Tenis el ofertorio de la voz ms reciente venida desde el agua, de la pulcra ceniza del el amaranto que durmi en las colinas. Para saber si sois de esta pradera debis romper la noche, su nuez de piedra eternizada y sola. Escucharis la voz del agua entre los ojos, hmeda taciturna, como buscando a solas este perl de dios inencontrable y puro. Encontraris a la mitad del parto de la noche un grito insospechado, el golpe de una piedra dura tostada por el sol. Veris danzar mozas nbiles junto al rumor del viento para que la sangre vaya a convocar la lluvia y bajen hasta el pie de la sombra los ngeles del fuego. Venid a estos santuarios! La noche es una sola y no cambia su piel 113 ni regresa su cascada de llantos seculares ni es otra la pupila de sus ojos de sombra. Si llegis hasta el fondo de su cabello herido encontraris la forma de su mano enlutada v estos ros sern vuestros como lo fue la noche ms antigua del tiempo cuando vuestra primera sangre naci desde la tierra en las manos del llanto. Venid a esta lejana comarca de neblinas donde pieles de bronce fueron ya sepultadas para que otra voz profetizara los ritos funerarios y fueran hechos de fbula corceles de la noche. Vuestra voz en los labios de jcara errante, vuestros ojos asomados a la orilla del ro fabulador del bosque la sangre que construy el arrebol del ltimo suicidio. Venid a estos santuarios! Os espera la piedra para cortar la historia del hombre que la tuvo perdida entre sus manos. Los smbolos fugaces Tengo quizs la misma edad del bronce y la memoria de mi voz, abstrada y lenta, horada la raz de los rboles muertos. Ayer sobre esta tierra gris sembr juncos de luz; amanec en el puerto donde la mansa ola tiznaba el caracol, la piedra de amaranto, los peces fugitivos, los veleros que regresaban con el sol y la lluvia entre mis manos. Entonces esta tierra tena un dulce resplandor de estrellas plidas, un fuego lento y dulce donde el origen de las cosas dorma. 114 Ahora he regresado, he venido a buscar la mansa ola, su itinerario de smbolos fugaces junto a la piel desnuda de los vientos, junto a la casa que hoy tiene voz de cobre martillado y nadie transita sus balcones. He venido a buscar los peces muertos, las ventarias desnudas para sentir en los prpados el fuego de la luz sollozante y recoger las hojas que ha dispersado el da. Pero llego y slo puedo mirar el silencio que camina por los prpados de la luz. A dnde se fue el rbol con sus pjaros? Dnde estarn mi voz, mi antiguo paso, la desnudez primaria de la rosa? ndice Prlogo ................................................................................................................... 7 Canto al Lago de Maracaibo 1............................................................................................................................. 15 2............................................................................................................................. 15 3............................................................................................................................. 16 4............................................................................................................................. 15 5............................................................................................................................. 17 6............................................................................................................................. 18 Reino de soledad En un pas de azules mariposas ......................................................................... 21 Quiero habitar la niebla de tu olvido ................................................................ 21 T, mariposa de celeste armio ......................................................................... 22 Junto al mar .......................................................................................................... 23 As como quien dice que eres bella ................................................................... 23 Meditacin en torno a lo pequeo .................................................................... 24 Poemas ecuatoriales Poema de las voces rebeldes ............................................................................. 29 Poema del Ecuador despierto ............................................................................ 32 Poema del hombre ecuatorial ............................................................................ 34 Los das abandonados Egloga del verano ................................................................................................ 41 La visita de Dios .................................................................................................. 42 La soledad ............................................................................................................ 43 Casa de campo..................................................................................................... 44 Levedad del tiempo............................................................................................. 45 Invocacin de la edad innita ............................................................................ 46 Junto a la voz de mrmol .................................................................................... 48 Las vertientes Elega a Roco Malaver, detenida en el viento .................................................. 53 A Pedro Alcuna en la soledad de su muerte ..................................................... 54 Todos los das ...................................................................................................... 54 Testigo de la tarde ............................................................................................... 56 Ahora encuentro .................................................................................................. 57 Las praderas ciegas ............................................................................................. 58 Sonetos del campo y del amor Sonetos de la madre ........................................................................................... 63 Trptico de los Valles de Aragua ......................................................................... 64 Esta es la tierra, amor ......................................................................................... 66 Los estuarios vacos 1............................................................................................................................. 69 2............................................................................................................................. 69 3............................................................................................................................. 70 4............................................................................................................................. 70 5............................................................................................................................. 70 7............................................................................................................................. 71 14........................................................................................................................... 71 40........................................................................................................................... 72 Trpicos Cielo de Capricornio ........................................................................................... 75 Aprend del mar a pespuntear el horizonte ...................................................... 75 Cerca del memorial de las campanas ................................................................ 76 Transform la corteza en navo de tinieblas ..................................................... 76 La convalescencia del crepsculo...................................................................... 77 Busco la cordillera de mis sueos ..................................................................... 78 Si la tempestad irrumpe en la montaa ............................................................ 78 Tres poetas, tres horizontes Mi madre .............................................................................................................. 81 Octubre ................................................................................................................. 81 Olvido ................................................................................................................... 82 Pasajeros del atardecer ....................................................................................... 83 Desnuda permanencia Con esta piel de luto imaginario........................................................................ 87 Eres del mismo barro que me llora ................................................................... 87 Mi caballo de bruma es un poeta ...................................................................... 88 Tiene rostro de rostro de mar tu lejana ............................................................ 88 Es vivir esplendor de dos azules ........................................................................ 89 La misma sal onrica del llanto .......................................................................... 90 Arquero de la noche Arquero de la noche ............................................................................................ 93 Espejismos ........................................................................................................... 93 Sin respuestas...................................................................................................... 94 La luz profunda .................................................................................................... 95 Las vigilias ausentes Paisaje .................................................................................................................. 99 Selva ................................................................................................................... 100 Baha solar ......................................................................................................... 101 Aqu naci mi voz .............................................................................................. 102 Amigo ................................................................................................................. 103 Se desvela el roco ............................................................................................. 105 Breviario terrenal Advenimiento..................................................................................................... 109 Cuando no quede nada de mi dolor terrestre ................................................ 110 De la ciudad dormida ........................................................................................ 111 Venid a estos santuarios ................................................................................... 112 Los smbolos fugaces ....................................................................................... 113 ME- MORIAS DEL CAMINO, de Camilo Balza Donatti, se termin de imprimir en el mes de septiembre de 2009, en los talleres lito- grcos de Italgrca S. A., Caracas, D. C. En su composicin se utilizaron los tipos digitales Novarese Book de 9, 10, 11, 13 y 18 puntos. El texto fue impreso en pliegos Tamcremy de 55 grs. y para las tapas se utiliz sulfato slido 0,14. La edicin consta de 1.000 ejemplares. Ars longa, vita brevis Nunc et semper