Del Romanticismo Al Realismo
Del Romanticismo Al Realismo
Del Romanticismo Al Realismo
XIX
ndice
Prlogo
Primera jornada
Costumbrismo entre Romanticismo y Realismo
Jos ESCOBAR
Fundamentos tericos acerca del Romanticismo espaol
Diego MARTNEZ TORRN
Teoras literarias de Alberto Lista en la Potica de Campoamor
Carmen SANCLEMENTE
Larra y sus opiniones de Francia
Luis LORENZO-RIVERO
Mueran los clsicos!, mueran los romnticos!, muera todo! .
Juan Martnez Villergas y la stira del tema literario (1842-1846)
Rosala de Castro
Horst HINA
En torno a unos poemas poco conocidos de Vicenta Maturana
Sara PUJOL RUSSELL
Hubo literatura costumbrista en los primeros lustros del siglo XIX?
Rinaldo FROLDI
George Borrow y el Realismo costumbrista espaol
Jess FERRER SOL
Tipos ausentes en Los espaoles pintados por s mismos: Doce
espaoles de brocha gorda
Enrique RUBIO CREMADES
El viaje a Pars y Londres de Ayguals de Izco
Luis Federico DAZ LARIOS
Don Garca Almorabid , de Arturo Campin, y la novela histrica de
fin de siglo
Enrique MIRALLES
El cuento costumbrista como gnero de transicin entre el artculo
de costumbres y el cuento literario
Magdalena AGUINAGA ALFONSO
Catalua en los escritores del Realismo y Naturalismo espaol
Carles BASTONS i VIVANCO
Yo quiero ser caribe! Yo quiero ser romntico! del buen humor
del anti-romanticismo
Mercedes COMELLAS
Del Romanticismo al Realismo, un paso tardo en la literatura
hispanoamericana: 'Cecilia Valds o La Loma de ngel' (1882) de
Cirilo Villaverde
Dunia GRAS
La primera versin de De Villahermosa a la China en prensa
Mara Jos ALONSO SEOANE
La imagen de Eugne Sue en Espaa (primera mitad del siglo XIX)
Jean-Ren AYMES
La obra narrativa de Enrique Gaspar: El Anacronpete (1887)
M de los ngeles AYALA
El perspectivismo cambiante en El comendador Mendoza de Juan Valera
Ana L. BAQUERO ESCUDERO
La Revista de Galicia de Emilia Pardo Bazn (1880)
Ana M FREIRE LPEZ
Emilia Pardo Bazn: entre el Romanticismo y el Realismo
Marisa SOTELO VZQUEZ
Tercera jornada
La aventura catalana de Pardo Bazn
Cristina PATIO EIRN
Los discursos del Naturalismo en Espaa (1881-1889)
Adolfo SOTELO VZQUEZ
Leopoldo Alas Clarn. Del Romanticismo al Realismo
Jos Manuel GMEZ TABANERA
Novela e ilustracin: La Regenta leda y vista por Juan Llimona,
Francisco Gmez Soler y dems (1884-1885)
Jean-Franois BOTREL
Prlogo
Durante alguna parte del presente siglo, su inmediato antecesor -el
XIX- tuvo ms bien mala prensa y en tales rechazos se mezclaban a veces,
un tanto confusamente, motivos ideolgicos y estticos; de stupide fue
calificado por el violento y panfletario Len Daudet, acadmico de la
Goncourt y caudillo de la Action Franaise, quien dedic en 1922 un libro
de ms de trescientas pginas (Le stupide XIX sicle) a exponer las
insanits meurtrires qui se sont abattues sur la France depuis 130 ans,
1789-1919 (como reza el subttulo del mismo), un siglo de mayor extensin
cronolgica que la acostumbrada, comenzado con el Romanticismo, una de las
bestias negras del autor, aberration y, tambin, une extravagance, la
fois mentale et verbale, qui confond la notion du beau et celle du laid,
en soumettant l'esthtique la loi de l'norme, et la surprise du
contraste, ou de l'antithse. Sa principale caractristique est la
dmesure..., (p. 82); lo que le sigui en el tiempo ratifica y acaso
intensifica dicha lamentable situacin. Aos ms tarde (1924), en la
conferencia que sirvi como solemne apertura del Museo Romntico de
Madrid, Ortega y Gasset, refirindose a Espaa, contrapona las dos
mitades que forman nuestro siglo XIX -Romanticismo y Restauracin- y
mientras otorgaba a la primera muy favorable trato -aunque advirtiese que
de 1830 a 1860 no se han hecho grandes cosas gloriosas en ningn orden,
proclamaba a seguido que fue entonces cuando el pueblo espaol goz de
una vital sacudida que se tradujo en la actividad de las masas populares
tanto como en la de los escritores, los hombres de ciencia y los
polticos-, denostaba a la segunda pues para el ensayista de El Espectador
de 1860 a 1900, en Espaa no se ha vivido: se ha fingido que se viva,
perodo de lo aparente, del compromiso y de un ficticio orden. Cuando
los noventayochistas irrumpen en la escena literaria, siendo como fueron
una generacin rupturista, nada de extrao tiene que hayan arremetido
contra sus colegas decimonnicos inmediatos, negndoles airadamente (en su
conjunto y uno a uno) el pan y la sal; cabe recordar a este respecto la
actitud de los jvenes literatos en marzo de 1905 ante el proyectado
sus sainetes no invent nada, sino que se limit a copiar lo que se ve,
esto es, retratar los hombres, sus palabras, sus acciones, sus costumbres
(p. LV). Copia, por lo tanto de lo circunstancial, por medio de la
observacin. Pintar es copiar. Lo que ve el escritor y trata de copiar en
sus cuadros es lo mismo que han visto los espectadores madrileos antes de
asistir a la representacin: la pradera de San Isidro, el Rastro, la Plaza
Mayor, el Prado. Desafa a los que conocen estos lugares por propia
experiencia a que digan si sus sainetes son copias o no de lo que ven sus
ojos o lo que oyen sus odos; si los planes estn arreglados al terreno
que pisan, y si los cuadros no representan la historia de nuestro siglo
(p. LVI). (21) (Mercier quiere que el drama moderno ofrezca un cuadro del
siglo.) (22) No es esta declaracin del sainetero un buen ejemplo del
ansia o del ideal de veracidad del XVIII a que antes nos hemos referido?
En los espacios enumerados por Ramn de la Cruz acontecen manifestaciones
actuales y locales de la vida civil que el autor observador reproduce en
los cuadros de sus sainetes, que son tambin, por lo tanto, cuadros de
costumbres. El autor pretende pintar la vida civil reproduciendo las
formas de actuar y de hablar; es decir, las costumbres de los hombres en
los espacios pblicos sealados, reflejadas en los cuadros de los
sainetes: cuadros que representan la historia de nuestro siglo.
Tambin para Moratn el objeto de la mmesis moderna es la pintura de
la vida civil. Reconoce que don Ramn de la Cruz se acerc a conocer la
ndole de la buena comedia porque en sus piezas en un acto logr
introducir la imitacin exacta y graciosa de las modernas costumbres del
pueblo. (23) Esta imitacin es lo que hemos llamado mmesis
costumbrista que reconocemos tambin en Moratn cuando, explicando su
definicin de comedia, dice que el poeta cmico ofrece a la vista del
pblico pinturas verosmiles de lo que sucede ordinariamente en la vida
civil y que La [23] comedia pinta a los hombres como son, imita las
costumbres nacionales y existentes (cuadro de las costumbres actuales,
haba dicho Mercier). Recordemos que Ramn de la Cruz deca que sus
sainetes eran pintura exacta de la vida civil y de las costumbres
espaolas y preguntaba retricamente si los cuadros no representan la
historia de nuestro siglo. Para Larra, El s de las nias es una
verdadera comedia de poca, en una palabra, de circunstancias enteramente
locales, destinada a servir de documento histrico. (24)
La mmesis costumbrista -el costumbrismo, el realismo- quiere ser
mmesis de la historia presente, de la prosa de lo particular y no de la
poesa de lo general, segn la concepcin aristotlica clsica. Tiene una
pretensin documental. En su ansia de veracidad, aspira a completar la
representacin histrica de la realidad transcribiendo lo que los
historiadores desatienden, los aspectos circunstanciales de la realidad
ordinaria, para ofrecer un cuadro de la historia que sea un cuadro de la
vida civil, excluida de los libros que tratan de la gran Historia.
Un texto ejemplar a este respecto siempre me ha parecido lo que dice
El Pensador en el primer pensamiento de la revista de Jos Clavijo y
Fajardo, cuando hace la presentacin de s mismo como flneur y
ensamblador de los materiales que recoge en su callejeo en una labor de
bricolaje. Lo vuelvo a citar aqu:
Las horas del da que tengo libres las empleo en
realismo... no de ese realismo que est reido con toda belleza y todo
ideal, sino de aquel otro que, sin traspasar nunca los lmites de la
verdad, sabe idealizar discreta y delicadamente lo que la realidad nos
ofrece, y a celebrar, en consecuencia, la eficacia con que su autor sin
sacrificar jams la forma a la idea, ni caer en los extravos del arte
docente, en todas ellas ha sabido encerrar un pensamiento filosfico,
moral o poltico de tanta profundidad como trascendencia, (192) trminos
que consagran al Galds de Doa Perfecta, Gloria y La familia de Len Roch
como cabal encarnacin del realismo que, en 1879, y desde las pginas de
su ensayo acerca de El Naturalismo en el arte, invocar Revilla como la
ms oportuna y legtima de las doctrinas estticas, desde el ideal de un
arte que, sobre la base de la prevalencia, que siempre defendi, de la
realizacin independiente y sustantiva de lo bello a travs de la forma,
conjugase con ello un valor docente y educador mediante su vinculacin,
desde un sentido liberal y de progreso, con los ideales y problemas de la
sociedad contempornea, de modo que, arrancando de las entraas mismas de
la realidad, reconocindola como la verdadera fuente de inspiracin del
artista, [a la que] debe amoldarse aun cuando con mayor libertad crea
aspirase a ser no mera idealidad ni copia servil de lo real, sino
idealizacin de lo real por la fantasa creadora... y
tambin realizacin sensible de lo ideal que el artista, con mirada
escrutadora, sabe adivinar en el seno mismo de la realidad. (193)
[98]
Gracias a esta mirada, que Revilla haba querido conscientemente
rastrear, las novelas galdosianas de la primera poca, ante las que no
dudar en sentenciar que obligacin es de cuantos abrigan sentimientos
liberales coadyuvar al triunfo del Sr. Prez Galds, y ver en el
distinguido novelista, no solo una gloria de nuestra patria, sino uno de
los ms ilustres representantes de la causa nobilsima que defendemos,
pues presentar a los ojos de la humanidad el espectculo de la belleza es
sin duda empresa meritoria; pero cun ms grande es llevar una piedra al
magnfico edificio del progreso y contribuir al glorioso triunfo de la
verdad y el bien!, (194) son, al propio tiempo, novelas en las que
Revilla est percibiendo exactamente el mismo valor que pondr de
manifiesto Leopoldo Alas en 1878 cuando, reseando a su vez La familia de
Len Roch, diga de las Novelas Contemporneas de Galds que
Son tendenciosas, s, pero no se plantea en ellas
tal o cual problema social, como suele decir la gacetilla, sino que
como son copia artstica de la realidad, es decir, copia hecha con
reflexin, no de pedazos inconexos, sino de relaciones que abarcan
una finalidad, sin lo cual no seran bellas, encierran profunda
enseanza, ni ms ni menos, como la realidad misma tambin la
encierra, para el que sabe ver, para el que encuentra la relacin de
finalidad y otras de razn entre los sucesos y los sucesos, los
objetos y los objetos. (195)
As tambin Revilla, que supo reconocer tempranamente en su autor -y
frente al conservadurismo moral que, oscureciendo el innegable talento de
Alarcn, acaba por llevarle a una novela que afecta desconocer por
sus semblanzas se reparte entre los volmenes titulados Los oradores del
Ateneo (1878), Los novelistas espaoles (1878) y Nuevo viaje al Parnaso
(1879), informativos de primera mano, elogiosos e irnicos, objeto los dos
ltimos de nuestra atencin en adelante. [105]
Corresponden estos escritos a un perodo de juventud combativa
cuando, a poco de llegado a Madrid desde la provincia natal, su autor
formaba parte con otros colegas y amigos por el estilo de una tertulia en
la Cervecera Escocesa (Carrera de San Jernimo) que Ortega Munilla
bautiz con el nombre de Bilis Club debido a la mala lengua y peor
intencin que ponan los contertulios en sus conversaciones, temerosas
para muchas gentes del gremio, espritu burln y demoledor que tambin
tena asiento en los pasillos y salones del Ateneo madrileo, sito
entonces en la calle de la Montera; pinsese que eran jvenes alevines de
literato con deseo de hacerse un hueco en la repblica de las letras. No
extraa, pues, que, pasados los aos (treinta, exactamente), en el prlogo
a una edicin conjunta de estos libros, Palacio Valds hablara,
refirindose a s mismo, de pluma irresponsable y de soltar la
carcajada como de manera habitual de reaccionar frente a cosas y
personas. Otras palabras en el mismo lugar y ocasin corroboran lo dicho
pues el autor reconoce, un si es no es contrito, su arrogancia juvenil o
su actitud de nio travieso y poco respetuoso que le llevaba a
determinadas chanzas y a anlisis demoledores en estas pginas donde
parece mirar muy subido en lo alto a algunas de sus vctimas,
maltratndolas impiadosamente -dganlo los novelistas Fernndez y Gonzlez
o Prez Escrich, y el poeta Antonio Fernndez Grilo-. Pero tiene asimismo
buen cuidado en advertir que, pese a ciertas alusiones personales de
dudoso gusto, estas semblanzas no estn animadas por la hostilidad hacia
los interesados -en mi corazn juvenil no haba ni un gramo de odio- y
desea que sus censuras, cuando las haya, ni tengan su raz en la pasin
ni se presenten tan agrias que puedan herir ninguna sensibilidad.
Escritas estas semblanzas en la biblioteca del Ateneo, uno de los lugares
predilectos del joven escritor, y publicadas en la Revista Europea,
reunidas despus en volumen y bien acogidas por el pblico, su autor las
define como impresiones, juicios, observaciones sobre sus lecturas.
Como componentes ms empleados y relevantes de ellas cabe sealar las
digresiones en que se complace el autor, cuyo asunto es frecuentemente la
esttica literaria, digresiones de extensin desigual, ilustracin por va
terica de algn caso concreto o, como ocurre otras veces, con validez ms
general y menos inmediata, serias, irnicas o festivas (que de todo hay);
encontramos as generalidades sobre la Novela -antes que nada, una obra
de arte, cuyo fin no es conmover el corazn y hacer derramar lgrimas,
sino despertar la emocin esttica, la admiracin que produce lo bello- y
el novelista -que ha de ser observador, sagaz e inteligente, ha de
pintarnos la vida real con acierto y con verdad, nos ha de presentar en
relieve caracteres y tipos morales, ha de ser novelista y psiclogo, y,
adems, un poco metafsico-; sobre el realismo en la literatura
decimonnica, como un afortunado movimiento liberador de las limitaciones
impuestas por el romanticismo que, por una parte, haba sido desdeoso con
algunos sentimientos y acciones del hombre y, por otra, haba recargado de
artificio absurdo y convencional la presentacin de numerosos episodios
autorrealiza.
Surge, entonces, la pregunta fundamental: Cul es el verdadero
propsito de todos los que vivimos en el mundo? En la antigedad, el
filsofo griego Epicteto asevera que la naturaleza ha hecho a los hombres
los unos para los otros... Juntos es preciso que sean felices, y cuando se
separan deben entristecerse (citado en Guyau, La educacin, p. 369). La
fraternidad de los hombres sin duda es la ley moral que hay que reconocer
como la fase ms importante en el progreso humano. Slo los progresos
morales pueden llamarse verdaderas conquistas de la civilizacin. El fin
del hombre, de sus acciones y de sus deseos es la felicidad, todo
informado por el sentido moral. Sin embargo, tambin podemos afirmar que
es esta obligacin moral la que a su vez, en la aspiracin a conseguir su
propia felicidad, propende a hacer posible la felicidad en otros. El
filsofo francs Guyau explica que la vida tiene dos aspectos: el uno es
nutricin y asimilacin, y el otro produccin y fecundidad, y,
detenindose en este segundo aspecto, define el trabajo como el fenmeno
a la vez econmico y moral en que mejor se concilian el egosmo y el
altruismo (Esbozo, p. 76). A esto aade la necesidad de trabajar no slo
para s mismo sino tambin para los dems, sacrificarse en una cierta
medida a partir con los dems ya que el individuo no puede bastarse a s
mismo. Por consiguiente, el organismo ms perfecto es el ms sociable y el
ideal de la vida ser la vida en comn (ibid.). El egosmo que asla los
seres unos de otros, y que, por consiguiente, hace imposible la percepcin
y mediacin de los intersticios [115] entre los seres humanos, controlado
por este sentido moral, evoluciona hasta convertirse en abnegacin y aun
en sacrificio. De este proceso de bsqueda y atraccin, entonces, brota
una comunidad de afectos que podramos identificar como simpata, que en
su significado etimolgico significa sentir juntos, que nos obliga a
unimos, a coexistir, a cooperar, a vibrar al unsono, con la resonancia
armnica de un arpa eolia. (212) Esta simpata o fraternidad o llammosla
amor, hace asequible, segn Gonzalo Serrano en Psicologa del amor, la
experiencia ntima, directa, de la comunicacin de dos seres, trmino
medio que sirve de nexo al pensamiento y a la realidad, a la idea y a la
vida (p. 27).
El que ama verdaderamente est dispuesto, por el beneficio del ser
amado, al sacrificio, a la abnegacin mientras, como premio, consigue
galardn esa tranquilidad que le penetra en el alma con esa felicidad y
alegra que le hace vivir en un estado paradisaco. En El abuelo (1904) de
Prez Galds, el viejo conde de Albrit rechaza la ley de la herencia
aplicable al mundo fisiolgico para hacerse dirigir por la ley moral del
amor. Albrit, dejando aparte las races de la tradicin, viene a hacerse
fundador, capostpite del nuevo mundo futuro que se rige por la verdad
eterna del amor.
El propsito de Palacio Valds, tambin, es primeramente el de
mejorar la conducta del hombre; enfoca su propsito hacia un mejoramiento
de la raza latina y, por consiguiente, de los espaoles para abrirles un
porvenir brillante que los saque del nebuloso y aun pantanoso estado de
fin de siglo. Es consciente de que la fuerza de las naciones se basa en la
fuerza moral y no en la fuerza material.
Palacio Valds comparte esta actitud y a la vez entra ms adentro en
del siglo XIX que concluyeron que la literatura de y para mujeres fue una
literatura inmoral, dbil, de poca monta e inferior a las obras
varoniles de sus compatriotas (v. Jagoe). Esto forma parte de lo que
Bram Dijkstra ha llamado the pervasive antifeminine mood of the late
nineteenth century (p. 6). Y no se nos olvide que [121] incluso Unamuno
opinaba que la lengua literaria es una lengua predominante masculina
(p.712). (216)
El primer ejemplo que vamos a comentar es el caso inslito de una
nia de 15 aos que public y estren su primera obra en el Teatro de
Santa Cruz de Barcelona en 1842. ngela Grassi es una de las numerosas
escritoras olvidadas del siglo XIV (Ruiz Silva, p. 155). No slo nos
sorprende la edad de la autora, sino tambin la fecha del estreno de su
obra, fecha muy temprana en la historia de las mujeres dramaturgas. Aunque
s haba mujeres que estrenaron dramas antes de esta fecha (nos queda el
caso conocido de Mara Rosa Glvez de Cabrera a principios de siglo, o el
de Francisca Navarro), son pocas las mujeres que montaron obras dramticas
antes de mediados de siglo. Grassi, de origen italiano, (217) ha sido
recuperada como poeta (Kirkpatrick, Antologa potica y Las romnticas) y
como novelista (Ruiz Silva, Ayala) (218) pero su obra dramtica todava
permanece totalmente abandonada. (219)
Residente en Barcelona desde 1829, Grassi se identifica fuertemente
con los ideales conservadores de su poca, en particular con los ideales
catlicos frecuentemente defendidos por mujeres de su edad, cultura y
posicin social. Segn Ruiz Silva: Grassi supedita su literatura a su
ideologa y as sus novelas se pueblan de consejos, ejemplos virtuosos,
cantos a la religin y a la patria y, sobre todo, de un trasfondo moral
que se resuelve en una apologa del comportamiento cristiano (p. 156). En
un curioso lapsus que refleja la falta de inters en la produccin
dramtica de la mujer decimonnica, Ruiz no menciona sus dramas, pero esta
cita se aplica perfectamente a la obra de 1842, [122] Lealtad de un
juramento o Crimen y expiacin. Aunque este drama presenta el lenguaje
aprendido del mundo romntico, muchas de las situaciones melodramticas
que marcan el romanticismo espaol, y una acumulacin de escenarios
repetidos en los dramas romnticos, Grassi no es dramaturga romntica.
(220) Discrepo de la evaluacin de Ramn Andrs, que la llama alma
romntica (p. 151). Todo lo contrario: en su drama triunfa la
Providencia, y en el quinto acto es la sabidura y la experiencia lo que
llevan a los personajes a un final feliz. Triunfa el amor domstico,
paternal, no el amor apasionado, o las fuerzas del destino o del caos
csmico. Triunfa, por fin, la virtud, lo mismo que en las populares
novelas escritas por esta autora (que revelan un humanismo cristiano en
palabras de Ayala [136]). Bellini, hija de Perelli, es la misma virtud y
aunque postula una pregunta que se ha hecho antes en los dramas romnticos
-Qu sera para m la vida, si me separasen de vos? (IV, 1)- lo que
sorprende aqu es que no se hace a su amante, sino a su padre. Este hecho
no quita valor al drama, sin embargo. Grassi, ya a los 15 aos, domina
perfectamente el lenguaje teatral, y la novedad de lo que podramos llamar
su efecto Rashomon intensifica el inters del drama. En tres momentos
clave de la obra, dos personajes cuentan la historia del asesinato de
Reinaldo en la roca sangrienta (Mariana, 1, 3; Mariana, II, 3; Perelli,
IV, 1); las tres versiones son levemente diferentes y cada versin aporta
un detalle que cambia nuestra perspectiva de aquel acontecimiento. Poco a
poco se revela la verdad del asesinato. En fin, estamos de acuerdo con
Ruiz, que escribe: Melodrmatica y conservadora, imaginativa y sensible,
fiel a sus creencias, educadora y gua de sus muchas lectoras, trabajadora
incansable, culta y maternal pero tambin con un secreto deje de
melancola contenida y disimulada, ngela Grassi bien mereca un poco de
atencin (p. 166). Y la merece todava.
El segundo ejemplo es el de Angelina Martnez de la Fuente, cuyo
drama, La corona del martirio se represent por primera vez con brillante
xito en el teatro Romea de Barcelona en 1865 (Simn Palmer, Escritoras,
p. 424). (221) Con el mismo lenguaje romntico que haba dominado el
discurso teatral ya desde mediados de los aos 30, Martnez de la Fuente
capta un tema candente -el de la esclavitud de los negros en Cuba- y lo
presenta de una manera que podramos llamar pos-zorrillesca. Es decir,
aunque para Carme Riera esta autora es la ms romntica (p. 173) de las
escritoras [123] romnticas espaolas de las Baleares, la verdad es que
tiene un alma pos-romntica metida en un discurso fundamentalmente
romntico. La influencia de Zorrilla es evidente en La corona del
martirio. Elvira, la joven joya cubana, confiesa su amor para con Arturo
en trminos zorrillescos -S, s, no hay duda; es amor / esta inquietud
que me agita; / pues mi corazn palpita / bajo un fuego abrasador (I, 4)e incluso lee una carta seductora que provoca una reaccin muy parecida a
la provocada en la inocente Ins en el Tenorio (Oh! qu ternura, qu
ardor / respiran estos renglones! / estn nuestros corazones / unidos por
el amor (I, 4). (222) Martnez extiende la comparacin con doa Ins
cuando Jorge, el criado negro secretamente enamorado de Elvira, comenta:
Es un ngel! su belleza
obra perfecta de Dios;
y un abismo entre los dos
puso la naturaleza.
Ella una blanca paloma,
pura como el sol naciente...... (I,5)
En otro momento, rinde homenaje al famoso plazo de don Juan Tenorio:
no supliques; / este momento anhelado / el cielo me lo ha otorgado / y
espero que me escuchis... (I, 8).
Sin embargo, Martnez no escribe ni una imitacin ni una parodia del
Tenorio, sino un drama moderno con elementos que reflejan las
preocupaciones de la alta burguesa espaola de mediados del siglo XIX. Su
inters en la libertad de los esclavos en el Nuevo Mundo aade otra voz al
debate sobre esta candente cuestin (ya tuvimos los casos de Sab de Gmez
de Avellaneda o La cabaa del To Tom, de Harriet Beecher Stowe, traducida
sta al espaol cuatro veces en 1852 y 1853, (223) es decir, trece aos
antes del estreno del drama). Junto con este elemento polmico, se nota la
preocupacin de los personajes del drama por su propio bienestar
econmico, lo que concuerda con la misma preocupacin tan notable en las
altas comedias de Tamayo, Nez de Arce y [124] Zumel; en La corona del
martirio, se preocupan por el pago de crditos y la necesidad de reunir /
el preciso capital / que nos es indispensable para el objeto alcanzar
Simn Palmer, M. del C., Escritoras espaolas del siglo XIX. Manual
bio-bibliogrfico, Madrid, Castalia, 1991.
______, (ed.), La Biblioteca Nacional de Madrid. Escritoras espaolas
1500-1900. Catlogo (2 vols.), Madrid, Chadwyck-Healey Espaa, 1993.
Unamuno, M. de, A una aspirante a escritora, en M. Garca Blanco
(ed.), Obras completas, Madrid, Afrodisio Aguado, t. 4, pp. 711-719. [131]
histricos. Es una comedia muy bien hecha acaso mejor que El caballero de
industria, aunque menos fresca. (231)
En 1863, el 24 de diciembre, se estren en el Teatro del Prncipe,
con un elenco de actores de primera fila (Manuel Catalina, Matilde Dez,
Mariano Fernndez, etc.) la comedia en tres actos y en verso Eclipse
Parcial. (232) Estamos ante un ejemplo paradigmtico de alta comedia. La
accin en Madrid y en nuestros das, los personajes de la nobleza y de
la alta burguesa; los espacios elegantes como corresponden a un gabinete
de casa del conde (actos 1 y 3) y a una sala elegantemente amueblada
(Act. 2). Mucho se podra comentar sobre esta comedia de costumbres de la
poca, en la que temas tan candentes como la separacin y el divorcio
frente al matrimonio, la soledad de la mujer frente a la proteccin de
padre y/o hermano con los consecuentes peligros de la maledicencia y la
[134] calumnia contra la honra asociada al qu dirn de toda una
sociedad -en este caso la madrilea- (Adela accede a la solicitud de
divorcio de su marido el conde, con tal de que l reconozca su deslealtad
y Madrid as lo sepa. Esc. XIII, Act. 1); la contraposicin amante /
marido... etc. etc.
La modernidad que en un principio nos sorprende ante la civilizada
actitud del matrimonio frente al divorcio, queda paliada por el desenlace
de la obra, en la que, como era de esperar, todo un cdigo moral
establecido triunfa frente a la desviacin de la norma. Supone,
evidentemente el afianzamiento de la moral burguesa decimonnica: el
triunfo de la institucin del matrimonio, aun y despus de haber mediado
una sentencia judicial de divorcio. El hombre de mundo, Mart, el conde,
desengaado de su amante Carlota, vuelve a su mujer, Adela, y ella, una
vez comprobada la fragilidad de su fama, cuando vivi sola, perdona a su
marido reconcilindose de nuevo con l.
Eclipse parcial nos muestra a un Garca Gutirrez desconocido
teatralmente, que un ao antes del estreno de Venganza Catalana, y a dos
de Juan Lorenzo, dramas que, junto con El trovador, constituirn lo ms
granado de su contribucin al Romanticismo, apuesta por una comedia
contempornea al espectador de su poca, sin ningn decorado de remotos
lugares, lenguaje absolutamente moderado en cuanto a su tono y lxico, y
con una problemtica que se aproxima a una realidad que sentimos ya ms
cercana a nuestro siglo. Es adems esta comedia un muestrario de detalles
de la vida cotidiana madrilea (pp. 40-41), ideas sobre la poltica de
moderados y liberales (p. 36), stira sobre los que ocupan por
recomendacin un buen puesto del Estado (p. 25), reuniones y bailes de
sociedad como el t-dancant (pp. 28 y 39), novedades teatrales
madrileas (p. 14), mencin a la prensa del momento como el El diario de
avisos, y un lenguaje, que en boca de la pareja de criados, fiel heredera
de la comedia clsica, (quienes ellos mismos se autodenominan majo y
lechuguina), nos acerca a un humor de costumbrismo madrileo.
En la dcada del 70, Garca Gutirrez estrena, junto con su ltimo
drama histrico Doa-Urraca de Castilla, cuatro comedias originales, que
sumadas a una ltima de 1880, constituyen la etapa final del dramaturgo,
estimada por la crtica, aunque no de una manera muy categrica, como
probablemente la menos interesante de nuestro autor..., aunque se
reconoce que este periodo se caracteriza por la buena factura y el
convento. Pero Honoria abrir los ojos y descubrir los engaos del
marido, a quien repudiar finalmente tras reconciliarse con su hija y
permitirle a sta que se case con el joven a quien ama.
De nuevo la felicidad y estabilidad familiar peligran por culpa de un
personaje libertino y egosta; pero al final se impondrn la virtud y la
bondad, en una estructura dramtica muy maniquea en la que, del
enfrentamiento entre buenos y malos, siempre salen triunfantes los
primeros.
En la crtica que el peridico La Iberia (28 de febrero de 1864) hace
de esta pieza, el redactor lamenta que Daz se empee en subir a las
tablas un tipo de sociedad movida por unas mximas y sentimientos que
distan mucho de ser representativos de la realidad: Vemos con disgusto
-seala- que el seor Daz se obstina en presentamos en casi todas sus
obras una sociedad creada a su capricho, recargada con un lujo de
perversidad que solo conduce a secar en el alma los grmenes generosos;
una sociedad, en fin, que no respira ms que miserias, y que no se
alimenta ms que de malas pasiones.
Esta visin negativa y pesimista de la sociedad de su tiempo, sobre
la que Jos Mara Daz har recaer las ms duras crticas, es lo ms
caracterstico en la produccin del dramaturgo. Si en las piezas que hemos
mencionado hasta el momento, el autor utilizaba ya su afilada pluma, ste
ser el elemento esencial de las obras que vamos a analizar a
continuacin.
Conviene recordar que Daz es un conocido personaje progresista del
Madrid de la poca. Sus obras tuvieron problemas con la censura en
bastantes ocasiones, e incluso algunas fueron retiradas de la escena o
prohibida su representacin acusadas de inmoralidad.
En este marco hay que situar la aparicin del drama en cuatro actos y
un prlogo titulado Trece de febrero, el cual tard diecisiete aos en ser
llevado a las tablas. La [151] obra, con el ttulo inicial de Luz en la
sombra, fue escrita en 1860, y su representacin se prohibi por el censor
de teatros, Antonio Ferrer de Ro, en octubre del citado ao. No obstante,
efectuados unos mnimos retoques, el autor volvi a presentarla al ao
siguiente con el nombre de Roberto, conde de Aleisar, y esta vez pas la
censura. Pero no ver su estreno en un teatro, en concreto el Teatro
Espaol de Madrid, hasta el 1 de diciembre de 1877 -aunque llevaba impresa
ya varios aos-, y lo hace con el nuevo y definitivo ttulo de Trece de
febrero. (255)
El argumento de esta pieza, que sufri tantos avatares antes de ser
representada, es el que sigue: Blanca, mujer de probadas virtudes, est
casada con Arturo, honesto diputado y marido ejemplar. Pero en el pasado
de aqulla se oculta un oscuro suceso que puede poner en peligro la
felicidad conyugal; Blanca, para poder sufragar los gastos de su padre
enfermo, accedi a ser la amante de Roberto, quien en su desesperada
pasin por ella y no viendo su amor correspondido, no dud en rebajarla a
tan humillante condicin. Al morir su padre, Blanca abandon a Roberto y
reinici su vida. Pero varios aos despus, la aparicin de su antiguo
amante, convertido ahora en conde de Aleisar y que revelar a todos, por
despecho y venganza, el pasado de Blanca, pondr a prueba el carcter de
los personajes. El indigno conde de Aleisar morir en duelo y Blanca ser
ofrece una parodia del tipo en la persona del criado Ramn, confidente y
ayudante de las conquistas de don Luis, cuando ste ejerca el
donjuanismo, y condenado ahora por el matrimonio de su amo a la monotona
de la vida domstica. No slo galanes y dama ostentan rasgos de los
principales personajes del Tenorio. Tambin Ramn se presenta recordando
la primera intervencin de Ciutti, cuando se vanagloria ante Buttarelli:
No hay prior que se me iguale;
tengo cuanto quiero y ms.
Tiempo libre, bolsa llena,
buenas mozas y buen vino. (A. I, E. I)
Ramn cuenta as las ventajas de que gozaba antes de la boda de su
amo: [162]
... y mientras estaba dentro
el amo, ensayarme yo
en conquistar el afecto
de una linda camarera!...
El que se ha criado en eso
no puede... Pues y propinas?
Y ser dueo del dinero,
sin andar jams con cuentas
de esto pongo y esto debo? (A. II, E. I)
Para facilitar los planes de don Juan, Ramn intenta conquistar a la
criada Benita, dando lugar a una escena de divertidos contrastes entre los
tpicos amorosos del galn y las protestas de la dama por su negligencia
en la compra:
RAMN
Ser cierto?
Benita! Usted me llamaba?
BENITAS, seor; a ver si aquello
ha sido en la vida un cuarto
de perejil?
RAMNDios eterno!
De perejil viene a hablarme!
BENITATodos los das tenemos
la misma cancin. La Juana
dice que es ust un mostrenco,
que no trae la compra bien
casi nunca.
RAMN
[...]
Qu me importa? A quien yo quiero
agradar no es a la Juana,
sino a ese rostro de cielo
que...
BENITA
Siempre trae las perdices
pasadas.
RAMN
Pasado el pecho
tengo yo.
BENITA
De las dos libras
de vaca, la mitad hueso.
proyeccin de su parte mala, del mismo modo que el regreso del padre
Ricardo es la concrecin de su parte buena. Igualmente la sombra de Jorge
-que slo ven Alfredo, Berta y El Griego (III, 11)- no puede interpretarse
ingenuamente como la aparicin de un muerto resucitado, sino una
referencia a la sombra de Banco en el Macbeth de Shakespeare. (281) Y la
voz del muerto que atormenta a Alfredo no supone una vuelta al siglo de
los duendes, brujas y almas en pena, (282) sino la introduccin del
sentido de culpa de una manera casi psicoanaltica, tanto es as que el
mismo autor define esas apariciones como fantasmas que l mismo se crea
(III, 10).
Pero vamos a ver ahora cmo concretamente realiza Pacheco esta
contaminacin o evolucin de un gnero a otro. Para efectuar nuestro
anlisis seguiremos el tratamiento en el drama de las tres unidades
seudo-aristotlicas.
Unidad de lugar.
Como ya haba planteado la comedia sentimental o lastimosa y se
concretar en la mayora de las obras romnticas posteriores a Alfredo,
Pacheco introduce en su drama dos diferentes geografas: una fsica y otra
sentimental o interior.
Geografa fsica. En el primer parlamento del drama (I, 1), Alfredo
nombra las playas de Palestina, la altiva cumbre del Mongibelo (es
decir el Etna), las costas de [171] Sicilia y el Oriente, cuna de
felicidad o desgracia. El anciano Roberto, a su vez, cita la Tierra Santa,
Sicilia e Inglaterra. Pero es el Peregrino/trovador de la esc. 2 el que
nos propone un recorrido realmente extraordinario: antes de que salga a la
escena se le oye cantar la luna de Agar entre las palmas radiantes [de]
Cedar (I, 2); luego al contar su historia dice que es provenzal, pero que
viene de Gnova con rumbo a Chipre donde se est reuniendo la nueva
cruzada para la Tierra Santa: nunca conoci esos lugares, y lo jura por un
bculo tocado en el sepulcro de Santiago y en el altar de San Marcos de
Venecia; finalmente concluye que los versos que antes cantaba los
aprendi en Alemania [de] un trovador ingls que tomaba de la Palestina
(I, 3). En I, 6 Alfredo decide liberar a sus esclavos sarracenos para que
vuelvan al frica. Poco ms tarde (I, 8) llegan de Palermo dos
extranjeros, el cruzado Jorge y su hermana Berta: son ingleses y vienen de
Palestina, donde tomaron parte en el sitio de Tolemaida, quedando luego
presos en las mazmorras de Damieta. Sicilia y el Etna se haban nombrado
tambin en la acotacin inicial.
A pesar de la amplitud de este panorama, hay que notar que el autor
no hace sino trazar, con cierta exactitud adems, la ruta de las armadas
que intervinieron en la 3 cruzada: de Inglaterra a Marsella y de Alemania
a Gnova; luego a Mesina y Palermo; de ah a Chipre y finalmente a
Palestina. Puesto que todos esos lugares no son sino referencias orales,
podernos afirmar que en el drama de Pacheco la unidad de lugar est casi
respetada. Efectivamente toda la accin se desarrolla en la Sicilia
imperial; ms aun, cuatro de los cinco actos se ubican en un nico lugar:
el castillo de Alfredo. La nica desviacin es la del acto IV que se
desarrolla siempre en la falda del Mongibelo, pero al otro lado de la
llanada de Palermo (IV, 5) donde est situado el castillo mismo.
Hay que subrayar que, si el autor parece fiel a esta regla y casi
1190 a 1192. A pesar de que todos los personajes midan el tiempo, muy
romnticamente, por lustros, el autor ofrece en el acto I varios indicios
que nos permiten ceir an ms estos extremos. La fecha clave es la de la
cada de S. Juan de Acri (la Tolemaida del texto), el 12 de julio de 1191.
Ahora bien, al llegar al castillo de Alfredo, Jorge y Berta cuentan haber
tomado parte en el cerco y toma de Tolemaida, por lo tanto en 1191. Antes
haban declarado haber salido para Palestina cuatro aos hace, lo que
significara en 1187, es decir cuando Enrique II Plantageneto hizo voto
para la cruzada y muchos ingleses empezaron a salir para Palestina con
bastante antelacin. Se puede suponer que el viaje de regreso de los dos
hermanos comenz casi inmediatamente despus de la reconquista de
Tolemaida, pero su galera se top con la flota del Saladino y ellos
quedaron cautivados y cargados de cadenas dos meses. En cuanto a
Ricardo, el desaparecido padre de Alfredo al que todos creen muerto en
Palestina, l haba dejado Sicilia tres lustros antes (I, 1), atrado
probablemente por las nuevas de la toma de Jerusaln (1175). [173]
Estos datos, que aparecen todos en el acto I, sealan por lo tanto
que la accin de Alfredo empieza aproximadamente en el mes de octubre de
1191. En la prosecucin del drama ya no hay referencias temporales
explcitas, pero es posible computar la marcha del tiempo a travs de la
accin misma. Al empezar el acto II han pasado pocos das, as que siempre
estamos en el otoo de 1191. El acto III debera situarse muy pocos meses
ms tarde, por tanto a finales de 1191 o principios de 1192. Tambin pocos
meses han transcurrido cuando empieza el acto IV, y finalmente el acto V
se desarrolla slo unos das despus del anterior. La accin se concluira
pues hacia la primavera de 1192.
Aunque es evidente que Pacheco, por verosimilitud romntica, no tiene
la menor intencin de conformarse con las inverosmiles 24 horas
cannicas de la unidad de tiempo, tampoco se desborda en los meses y aos
que separan, por ejemplo, las jornadas y hasta los diferentes cuadros de
una misma jornada en el Don lvaro. Al contrario hay que observar que en
nuestro drama trgico cada acto tiene una unidad temporal muy rigurosa
(tiempo real). En general el paso del tiempo slo le sirve a Pacheco para
justificar la transformacin de los sentimientos y la manifestacin de las
pasiones. Por ltimo hay que destacar que el autor, en este caso tambin
como en el de la geografa, dramatiza dos lneas de evolucin: una
cronolgica y objetiva, otra sentimental y subjetiva. En efecto el tiempo
interior del drama es mucho ms rpido que el cronolgico; por ello los
personajes, sobre todo a partir del acto IV, parecen haber envejecido
todos bajo el peso de las pasiones y de los acontecimientos, e incluso
manifiestan darse cuenta de ello, refirindose a la situacin de los
comienzos, es decir de unos meses antes, con expresiones como en otro
tiempo (IV, 6).
Unidad de accin.
Fiel a su ttulo y sobre todo a una tradicin ms bien trgica que
dramtica, la obra de Pacheco tiene un solo protagonista: Alfredo. Todos
los dems personajes actan por lo tanto exclusivamente en funcin de l,
tanto es as que en las raras escenas en las que no aparece en las tablas
slo se habla de l (IV, 1-5). (283) Es evidente pues que, en cuanto a la
accin, el drama es un modelo de ortodoxia: un solo personaje y una sola
Mentiras que fueron veras. Sobre otra posible fuente de Don lvaro o la
fuerza del sino
Rosa NAVARRO
Universitat de Barcelona
Hablar de fuentes a propsito de Don lvaro o la fuerza del sino es
hacerlo del tejido con el que elabor su extraordinaria obra el duque de
Rivas. En todas sus ediciones, es obligado dedicar un apartado a este
tema. No hay, por tanto, originalidad en mi punto de partida y s, en
cambio, el riesgo de atribuir un nexo de causa-efecto a un motivo
literario presente en dos obras y cuya recurrencia pueda ser, slo, fruto
del azar. Como dice Alberto Blecua -que es quien ha analizado ms
hondamente las fuentes de la obra-, (290) a propsito de las coincidencias
con Les mes du Purgatoire de Merime: Podra tratarse de simples
coincidencias motivadas por una polignesis cultural; las escenas finales
y opacidades espesas
que el soto formaba de olmos,
y la noche de tinieblas,
se ocultaba una cuadrada,
limpia y olorosa mesa,
a lo italiano curiosa,
a lo espaol opulenta.
En mil figuras prensados
manteles y servilletas,
slo invidiaban las almas
a las aves y a las fieras.
Cuatro aparadores puestos
en cuadra correspondencia,
la plata blanca y dorada,
vidrios y barros ostentan...
(vv. 665-80, pp. 150-51)
Su capacidad fabuladora es extraordinaria. Como dir don Juan, uno de
los caballeros:
Por Dios, que la habis
pintado
de colores tan perfetas,
que no trocara el orla
por haberme hallado en ella!
(vv. 749-52, p. 152)
A don Garca le apasiona fabular. Cuando su criado Tristn le
pregunte por la finalidad que persigue con tantos embustes, l le va a
justificar uno por uno; pero el espectador siente que est improvisando la
justificacin, que primero est el mentir antes que su propio propsito.
Justificar as su fingida condicin de perulero, de indiano:
Cosa es
cierta,
Tristn, que los forasteros
tienen ms dicha con ellas;
y ms si son de las Indias,
informacin de riqueza.
(vv. 814-18, pp. 154) [181]
Su padre, como dijo, le busca rpidamente esposa, y escoge nada menos
que a la dama de la que l se ha enamorado, Jacinta. Sin embargo, no
olvidemos que l cree que se llama Lucrecia. Don Beltrn, antes de
comunicarle su decisin, le sermonea y le demuestra que quien miente no es
caballero. Don Garca, impertrrito, afirma: Quien dice que miento yo, /
ha mentido. (vv. 1464-65, p.172). Pero, cuando su padre le anuncia su
tratado casamiento con Jacinta, l inmediatamente reacciona y, para salvar
su amor por la que cree que es Lucrecia, improvisa una compleja sarta de
mentiras. Antes de empezar la genial fabulacin, l se dice a s mismo:
Agora os he menester, / sutilezas de mi ingenio. (vv. 1522-23). Va a
contarle a su padre que est casado y que, por tanto, ya no puede celebrar
(vv. 1620-27)
Creo que en este momento la sucesin de coincidencias hace ya
evidente mi propsito. Es fcil asociar la acotacin de la escena VIII de
la primera jornada del Don lvaro: Tira la pistola, que al dar en tierra
se dispara y hiere al marqus, que cae moribundo en los brazos de su hija
y de los criados, dando un alarido (p. 101).
La invencin de don Garca va por otros derroteros. Al creer a su
amada muerta, sale de su escondite, saca su espada y se enfrenta a los dos
hermanos y criados que ah hace aparecer:
A impedirme la salida,
como dos bravos leones,
con sus armas sus hermanos
y sus criados se oponen;
mas, aunque fcil por todos
mi espada y mi furia rompen,
no hay fuerza humana que impida
fatales disposiciones;
pues al salir por la puerta,
como iba arrimado, asiome
la alcayata de la aldaba
por los tiros del estoque.
Aqu, para desasirme,
fue fuerza que atrs me torne,
y entre tanto mis contrarios
muros de espadas me oponen.
(vv. 1640-55)
Primero el reloj, despus la pistola, ahora la alcayata de la
aldaba... Como l dice, fatales disposiciones.
Su amada, doa Sancha, vuelve en s y cierra la puerta. Arriman ambos
bales, arcas y cofres (v. 1665). Pero es en vano. Les derriban la
pared, rompen la puerta, y don Garca, viendo cun sin culpa suya /
conmigo fortuna corre, / pues con industria deshace / cunto los hados
disponen (vv. 1679-83), no tiene ms remedio que pedir a la [183] familia
la mano de la joven. Aceptan, y all mismo los casan. Don Garca se
dirigir ya a su padre y concluir as su fabulacin:
Mas en que t no lo sepas
quedamos todos conformes,
por no ser con gusto tuyo
y por ser mi esposa pobre;
pero ya que fue forzoso
saberlo, mira si escoges
por mejor tenerme muerto
que vivo y con mujer noble.
(vv. 1704-1711)
Don Beltrn, que ha credo a pies juntillas lo que acaba de inventar
su hijo, a pesar de saberlo mentiroso, sentencia:
Las circunstancias del caso
de la literatura? [198]
En el intento de ofrecer la realidad de estos interrogantes, voy a
utilizar dos fuentes: por un lado, los manuales de preceptiva literaria,
que comienzan a incluir el artculo periodstico o el periodismo de
forma reiterada en la dcada de los setenta. Aunque ya hay algn
precedente en 1856, los analizo desde 1877 hasta 1903. Por otro, los
discursos de recepcin en la Real Academia Espaola: no ser hasta los
noventa cuando la docta corporacin admita a periodistas en su seno; y los
llamo periodistas porque, pese a ser -era de esperar tambin literatos,
defienden en sus discursos la personalidad particular y relevante de ese
oficio. (332) En concreto, me servir de los discursos de Eugenio Sells
(1895) e Isidoro Fernndez Flrez, Fernanflor (1898), junto a las
contestaciones de Jos Echegaray y Juan Valera, respectivamente. (333)
(Advirtase que en estos textos se utiliza el trmino literatura tanto en
el sentido amplio de Arte de la palabra, todo lo escrito como de
expresin esttica de valor ficticio.)
Empezando por los discursos, tanto el de Eugenio Sells como el de
Fernanflor apoyan la realidad de un gnero periodstico. Sells, con
criterios propios de la poca naturalista, afirma que el periodismo es la
forma novsima de la literatura, la literatura de la actualidad, la que no
opera como el arte en los seres muertos de la historia, o fingidos de la
imaginacin, sino que opera en vivo, en los cuerpos palpitantes de hombres
y sucesos reales y existentes. Se pregunta a continuacin si es, en s
mismo, un gnero literario, para terminar: Ensalzado por unos, que le
conceden ms de lo que l pide; ofendido por otros que le niegan lo que se
le debe; utilizado por sus mismos enemigos, que as lo reconocen como
potencia social, hemos de concordar en que es un gnero de literatura,
aunque los preceptistas no lo hayan empadronado en su censo. Pero en la
definicin que aporta a continuacin evidencia la dificultad de tal
empresa y abunda, precisamente, en la ausencia de rasgos especficos al
indicar que este nuevo gnero sera una suma de oratoria, poesa,
historia, novela, crtica y drama: el periodismo lo es todo en una pieza,
[199] arenga escrita, historia que va hacindose, efemride instantnea,
crtica de lo actual, y por turno pacfico, poesa idlica cuando se
escribe en la abastada mesa del poder, y novela espantable cuando se
escribe en la mesa vaca de la oposicin. En definitiva, reclama que se
le conceda fuero literario, como a las otras artes de la palabra, a la
palabra en pie de guerra y en combate diario. (334) Ms tarde, intenta
matizar los rasgos de estilo de la que llama literatura del periodismo,
y lo hace rechazando acusaciones ms que aportando cualidades:
Dcese que es rebelde a la gramtica, contrabandista
de locuciones y palabras extranjeras, corredora de frases hechas,
tomadas de ese idioma peculiar, o mejor dialecto de la poltica y de
la mala oratoria parlamentaria.
Aprtense los escritos de gala y de torneo trabajados en el
reposo y la soledad del estudio; stos igualan a los buenos de la
literatura profesional.
Pero el estilo de batalla y de diario no es en verdad un modelo
de bien decir. Tampoco puede serlo [...]. En literatura como en
religin el arrepentimiento y la enmienda llevan a la gloria: quien
Apndice I), pero otros 11 aparecen sin que se aporte dicho dato (vase
Apndice II). Por ltimo, hay 49 dramaturgos alicantinos de la poca de la
Restauracin que fueron catalogados por Manuel Rico Garca, y no figuran
en el trabajo de Toms Rodrguez Snchez (vase Apndice III). En
consecuencia, y de acuerdo con los criterios cronolgicos utilizados por
este ltimo, hay un total de 119 autores alicantinos, de los cuales slo
70 han sido parcial o totalmente catalogados.
Las cifras pueden parecer espectaculares para una provincia como la
de Alicante. Pero no lo son tanto si tenemos en cuenta la actividad
literaria desarrollada sobre todo en la segunda mitad del siglo y la
minuciosidad del trabajo de Manuel Rico Garca. Aunque su formacin fuera
autodidacta y la metodologa empleada catica, circunstancia que nos hizo
incurrir en algunos errores cuando preparamos la citada edicin, este
oscuro funcionario local recogi hasta la ms mnima huella de la
actividad literaria desarrollada por los alicantinos. (356) Desde un
artculo en la prensa local hasta un poema publicado o ledo con motivo de
una festividad pasando por informes sobre los ms variados e inslitos
temas, la redaccin de cualquier texto constitua un motivo suficiente
para justificar la condicin de autor. As se comprende que tantos
personajes locales engrosaran los folios de su catlogo. No hay ningn
criterio de seleccin. Todo el que escribiera, lo publicara o no, tena
derecho a formar parte de un trabajo fruto de un elemental positivismo y
un amor a lo alicantino.
No creo que el caso del teatro en la provincia de Alicante sea
diferente o que haya una predisposicin especial de mis antepasados hacia
las artes escnicas. (357) La razn de esta proliferacin de autores hay
que buscarla en la propia tarea de Manuel Rico Garca. Si en cada
provincia hubiera habido un sujeto de similares caractersticas, si se
hubieran conservado sus trabajos, estoy seguro de que en estos momentos un
catlogo como el de Toms Rodrguez Snchez contara con varios cientos
ms de autores. Por desgracia, el caso de este oscuro erudito local es
poco frecuente. Y es probable que algunos trabajos similares se hayan
perdido o hayan quedado olvidados, como de hecho lo estuvieron los 15.000
folios redactados por Manuel Rico Garca o los otros miles que dedic a
diferentes temas locales con similares intenciones y criterios. El
resultado es lamentable para cualquier historiador de nuestra literatura,
sobre todo para aquellos que consideramos imprescindible ir ms all de
las grandes figuras y tener en cuenta la a veces intensa vida literaria de
las provincias, especialmente en un perodo como el de la segunda mitad
del siglo XIX. [208]
No obstante, tambin en el caso de Alicante las prdidas son
irreparables. Una gran parte de los ttulos reseados en el catlogo de
Manuel Rico Garca ha desaparecido definitivamente. Esta circunstancia es
lgica en lo que respecta a los manuscritos, pero resulta lamentable que
las ediciones conservadas sean una minora. A pesar del trabajo de
bsqueda realizado por un equipo de bibliotecarias alicantinas, (358) de
consultas propias en diferentes bibliotecas nacionales y de que un equipo
de investigadores ha recopilado y catalogado toda la prensa provincial,
(359) apenas conservamos una parte significativa de lo publicado en
Alicante durante el siglo XIX. Por lo tanto, muchas veces la nica
Segunda jornada
El modo irnico y la literatura romntica espaola
Ricardo NAVAS RUIZ
University of Massachusetts
Afirma D. C. Muecke [19691 en un libro de cita obligada en todo
estudio sobre el tema que es la irona como la niebla: huye de las manos
cuando se la cree mejor sujeta. Previene as contra tomas fciles de
posicin ante su naturaleza y contra afirmaciones tajantes sobre su
presencia o ausencia en un texto. Su condicin escurridiza burla
inesperadamente al que piensa haber dado con ella o, por el contrario, le
permite manifestarse sorpresivamente cuando se niega su existencia. Como
ilustracin de la tesis, pero sobre todo en cuanto puedan servir de
introduccin a los objetivos de este trabajo, quiz resulte oportuno
comenzar con tres opiniones sobre la irona romntica relativas a la
literatura hispnica del siglo XIX.
Hace ya muchos aos deca J. T. Reid [1934] que en el romanticismo
espaol no haba existido la irona romntica segn la define Friedrich
Schlegel, salvo quiz en Espronceda. Ciertas digresiones de El diablo
que pasa a ser una clase. Concepto muy popular en la Edad Media y el
Renacimiento, aplicado a la interpretacin de textos: lectura superficial
frente a lectura profunda;
c] como estilo de vida y razonamiento, se encarna Scrates. Este posee la
sabidura bajo una apariencia tosca [imagen del sileno] y argumenta
fingiendo ignorancia para minar astutamente la seguridad del adversario;
d] como forma de ingenio, se acerca a la broma, el gracejo, el humor, la
stira. Identificacin frecuente en los siglos XVII y XVIII.
Conviene enfatizar lo que todas estas vertientes, salvo quiz la
ltima, tienen en comn: la oposicin entre la apariencia y la realidad.
Porque es partiendo de aqu como Friedrich Schlegel iba a sentar las bases
para transformar un mecanismo retrico en algo [226] transcendental, en un
instrumento epistemolgico y una tcnica artstica. Sus observaciones
fundacionales sobre la irona, contenidas en los Fragmentos del Liceo
[1897] y el Ateneo [1898], el Dilogo sobre la poesa [1800] y el
polmico ensayo Sobre la incomprensibilidad [1800], llevadas a la
prctica en su novela Lucinda [1799], dieron origen a una serie de
comentarios favorables y desfavorables que precisaron y aadieron
profundidad al nuevo concepto. La irona se puso de moda dentro de ese
contexto excepcional que representa la cultura alemana desde fines del
siglo XVIII hasta bien mediado el XIX. Tieck, Solger, Mlller, Hegel,
Heine y, desde fuera, Kierkegaard, entre otros, debatieron el tema. Y
desde entonces hasta el presente otros muchos han enriquecido lo que
Schlegel bautiz como irona romntica.
No es tarea fcil resumir la complejidad de pensamiento que se
esconde tras este trmino. Intentmoslo conscientes del riesgo de toda
simplificacin y de toda sntesis. La irona romntica aparece en un
momento en que hace crisis el viejo orden, sustentado en el clasicismo, la
monarqua y la religin. Aparece justamente como resultado de nuevos
valores que proclaman una ideologa abierta, basada en la libertad
individual, la pluralidad del universo y la problematicidad de la
realidad. Muecke [1969] concluye adecuadamente que la irona romntica es
la respuesta del artista a la constatacin de las contradicciones
implcitas en la nueva visin del mundo instaurada a lo largo del siglo
XVIII. Kierkegaard [1841] haba ya avanzado la tesis de que la irona, tal
como Schlegel la entenda y l vea personificada en Scrates, surge
siempre en pocas crticas para denunciar y destruir el orden vigente:
Atenas socrtica, renacimiento, romanticismo. De algn modo, segn l,
cumple un papel semejante al de las fiestas carnavalescas que permitan
contemplar el otro lado de las cosas.
Su fundamento, con todas las matizaciones o limitaciones que sea
preciso establecer, se halla en la dramtica posicin a que se vieron
abocados algunos pensadores alemanes ante las tesis expuestas por Fichte
en Wissenschaftsleher [1794], segn ha tratado de probar con respecto a
los orgenes del romanticismo en general Eichner [1982]. De un lado, les
seduca la prepotencia de un yo ilimitado, originador de la realidad y
garante de la libertad; pero de otro, les perturbaba la negacin de la
existencia del no-yo con la inherente aniquilacin de naturaleza e
historia. Fue Schelling quien, en su System der Naturphilosophie
[1798/1799], dio expresin a esfuerzos aislados de otros varios, entre
adapt por ser una moda. Pero, contradiciendo todas las expectativas, lo
cierto es que la irona romntica, aunque no se la nombre, impregna
fuertemente la prctica de la literatura romntica en Espaa, si no su
fundamento terico. Cmo lleg hasta ella, es algo que en este momento no
parece posible dilucidar. No cabe duda de que algunos espaoles vivieron
la crisis espiritual del momento contra lo que avanz King. Por lo dems,
el ejemplo de otras literaturas es el camino ms probable de acceso. Lo
que sigue es apenas un esbozo o rastreo superficial de formas de irona
romntica en el romanticismo espaol cuyo desarrollo exigira muchas ms
pginas que las presentes.
Si algn escritor encarna en el romanticismo espaol la irona
romntica en su vida y en su obra, ese escritor es Mariano Jos de Larra.
En su temprano El caf [1828] establece ya algunas postulados
inconfundibles de la misma, sin mencionarla, por supuesto: el escritor se
define como un observador distanciado de su objeto. Lo ve, lo busca, lo
examina; pero en todo momento se siente fuera de l, sin pertenecer,
espectador y no actor. Ello le permite la bsqueda sin compromisos de la
verdad, aun a sabiendas de que el resultado ltimo es el desengao. Este
distanciamiento puede ser documentado a lo largo de casi todos sus
artculos. En El da de difuntos de l836 [1836], por ejemplo, Larra
camina exactamente en la direccin opuesta a la de los otros, no hacia
fuera, sino hacia dentro. Por eso puede ver desapasionadamente lo que
ellos no ven: la ruina de Espaa, su propia ruina.
La bsqueda de la verdad, por su parte, lleva a Larra a escoger entre
sus imgenes favoritas para la caracterizacin de la existencia la del
carnaval o la mscara. En El mundo todo es mscaras [1833], el baile de
disfraces proporciona ocasin al escritor para una reflexin filosfica
sobre las varias caretas que adopta la gente en tanto que el fingido viaje
con Asmodeo por Madrid le descubre otras muchas mentiras. Todo es
mscaras, concluye, el carnaval es una constante social, un estado
permanente de ocultacin e hipocresa, no un mecanismo liberador, como se
supone. Esta duplicidad esencial de la vida en todas sus formas constituye
el fondo de sus mejores ensayos. As en La nochebuena de l836 [1836],
basado precisamente en la costumbre de las saturnales de permitir decir la
verdad a un criado, contrasta amargamente apariencias y realidades: la
fiesta de espiritualidad que deba ser la Noche Buena con la pura orga en
que se ha convertido, el espritu con la materia a travs de la cual se
expresa, la felicidad externa con el desasosiego ntimo.
Lo que Larra descubre en definitiva es la maldad radical y las
contradicciones del ser humano. La vida en Madrid [1834] ofrece en esta
direccin una visin que cualquier ironista romntico suscribira como
propia no slo por su contenido, sino por la asombrosa capacidad irnica
que revela. Porque no es tanto la denuncia del sin sentido metafsico de
la vida, de sus paradojas, de las incoherencias de la civilizacin [231] y
del aburrimiento de la sociedad madrilea, lo que importan, cuanto esa
sutil sonrisa con que se van dejando al descubierto los absurdos de Dios y
de los hombres, la inconsistencia de sus supuestos rdenes. Si la irona
nace en pocas de crisis, Larra representa en Espaa la crisis general de
valores de Occidente y la crisis especfica del pas en su circunstancia
poltico-social.
grandes personajes del mundo literario espaol del ltimo tercio de siglo;
en el segundo, nos hallamos ante una obra magna y ambiciosa, ante uno de
los raros ejemplos de traduccin de obra completa de un autor extranjero
moderno en Espaa.
La versin de Llorente contiene, como valor aadido, un prlogo de
Emilio Castelar -personaje, por otro lado, con distintas vinculaciones con
V. Hugo-, en el que, tras hacer grandes elogios del autor francs (El
nombre de V. Hugo eleva grandes ideas en la mente y despierta sublimes
sentimientos en el corazn, p. 5), se refiere a la traduccin del poeta
valenciano, ponderando las dificultades que ha sabido vencer:
En su traduccin, que es bellsima, se conserva esa
libertad, esa inagotable flexibilidad, esa riqueza de giros y de
ideas que forman el carcter plstico del poeta. El que conozca a
Victor Hugo en el original, su atrevimiento en las formas, su
profundidad en el fondo, sus giros dificultosos, su originalidad,
sus anttesis sealadsimas y profundas, su menosprecio de toda
traba, sus continuos neologismos, la admirable facilidad con que
pasa de un tono a otro tono, de un estilo a otro estilo; el que haya
ledo al autor en el original comprender cuntas dificultades habr
encontrado y habr vencido su traductor para amoldarlo al genio
acompasado, al metro armonioso, al ritmo grave, a la manera solemne
y algo montona, pero siempre majestuosa, de nuestra lengua. Pero ha
salido de su empresa bien y la literatura espaola le debe este
testimonio de agradecimiento. (p. 8)
Con todo, el propio Llorente, haciendo aos ms tarde examen de esta
traduccin, es muy severo consigo mismo y sus palabras contradicen el tono
amable y benvolo de Castelar:
Vea claras y patentes las faltas de mi traduccin.
Para expresar con exactitud el sentido de la poesa original,
descuid la forma; no brillaban en ella la galanura y la gallarda
propias de la versificacin castellana. Arrepentime de haber dado a
la estampa obra tan imperfecta. (445)
De hecho, en la antologa a la que pertenece esta cita los poemas de
V. Hugo (que ocupan 80 pginas) son distintos de los incluidos en la
versin de 1860. [252]
Entre las traducciones publicadas en el perodo considerado
sobresalen por su nmero las de piezas dramticas, fenmeno nada
sorprendente si se tiene en cuenta la inmensa fama de Hugo como autor
teatral y la importancia del teatro como lugar idneo para la
experimentacin del Romanticismo.
Tres dramas -Lucrecia Borgia, Mara Tudor y Angelo- se publicaron en
1868 en una gran coleccin teatral. (446) Al final del volumen puede
leerse una amplia nota sobre V. Hugo en la que se pasa revista a su
formacin literaria, a los inicios de su carrera y a su produccin
-especialmente en el gnero teatral-, y se hace una severa crtica a sus
ideas literarias y a los principios de la que se llam escuela
romntica. (447)
La actitud ms que distanciada de los editores de la coleccin
intentaba, sin embargo, hacerse verosmil, creble a los ojos del lector
del periodo postromntico, escptico y racionalista. (475) Y, para
lograrlo, era fundamental la creacin de una atmsfera y de un contexto
crebles. Tanto La cruz del diablo como Creed en Dios se basan en
materiales folclricos, como la leyenda del mal caballero, muy extendidos
por toda Europa. Pero parece lgico suponer que si Bcquer eligi Catalua
como escenario de sus relatos es porque las fuentes que manej eran de
procedencia catalana.
Una de las influencias ms fuertes y constantes en Bcquer es la de
los Recuerdos y bellezas de Espaa (1839), de Pablo Piferrer, que inspir
directamente la concepcin de la Historia de los templos de Espaa, as
como aspectos parciales de las leyendas becquerianas. Adems de la obra de
Piferrer, Bcquer pudo conocer Monserrate, de Victor Balaguer, (476) que
contiene una serie de leyendas sobre la famosa montaa. Una de las
leyendas reproducidas por Balaguer, Beremundo el Rojo tiene especial
inters para nosotros. Se trata de una de las mltiples versiones de la
leyenda del mal caballero: Beremundo, seor del castillo de Montserrat,
era el hombre ms cruel, el seor ms tirano [262] y el guerrero ms
indmito de que nos hablan las crnicas (p. 55). Despus de relatar
algunas de sus fechoras, Balaguer adopta el punto de vista narrativo de
la balada en que dice inspirarse: Huid, huid, bellas nias! Huid las
que estimis en algo la paz del hogar domstico... (p. 58). El recurso ya
haba sido utilizado por Piferrer. (477) Y tambin lo utilizara Bcquer
en Creed en Dios: Nias de las cercanas aldeas, lirios silvestres que
crecis felices al abrigo de vuestra humildad... (p. 162).
Balaguer prosigue contando las fechoras que cometen los bandidos,
que se dedican a saquear los pueblos cercanos a Montserrat. Vale la pena
transcribir la caracterizacin de estos forajidos:
Los treinta tienen su vivienda en una de las cimas
ms altas de la montaa de la Virgen, en el mismo castillo de
Monserrate, morada un da de nobles adalides... El castillo de los
seores de Monserrate es ahora una guarida de bandidos... Todos los
que hablan de los treinta lo hacen con terror, y si alguna vez se
atreven los campesinos a citar el nombre de su capitn, es en voz
baja... Pero quin era ese temido capitn? Era... nadie lo saba a
punto fijo, pero todos lo sospechaban. Era Beremundo el Rojo. Y
quin otro poda ser el jefe de atltica estatura y de rostro
siempre encubierto que en los ataques de castillos y saqueos de los
pueblos capitaneaba la banda de los treinta, sino el castellano de
Collbat?... Un da apareci en la comarca una banda de salteadores,
casi todos rabes, capitaneados por un jefe misterioso que, con el
rostro siempre encubierto guiaba sus correras, presida los saqueos
y mandaba los asaltos... Largo tiempo se ignor, pero se supo
despus que el castillo de Monserrate, colocado en una de las peas
ms inaccesibles de la montaa, era el que les serva de morada.
Empezose entonces a creer que Beremundo, el seor de Monserrate que
en Collbat viva, tena pacto con los treinta, y esta creencia
fundada motiv el temor de que fuese el mismo castellano el
misterioso jefe de la banda. (pp. 59-61 y 62-63).
siglo XIX, sobre todo en las dcadas de los 40 y 50, pero ya a principios
de siglo encontrarnos muestras de esa particular preferencia. Basta
pensar, por ejemplo, en Juan Bautista Arriaza (548) (1811) o en Estanislao
de Cosca Vayo (549) (1826). El mismo Arriaza, en la Advertencia del
autor, explica [280] el porqu del ttulo: El ttulo de Ensayos Poticos
manifiesta bien el verdadero aspecto baxo el qual desea el Autor se miren
sus producciones (550). Justificacin que, con unas palabras u otras,
ser vlida y revalidada en casi todas las obras que fijan ese ttulo.
Maturana, en 1828, elige el mismo trmino Ensayos. La primera pgina reza
Poesas de Celmira. El Prlogo es iluminador en cuanto al origen de su
vocacin literaria, en cuanto a los temas tratados, en cuanto a la
finalidad (para pintar mis propios sentimientos, los que la amistad me ha
confiado las escenas de la naturaleza, que mas impresin me hacen, y que
me causan momentos de inspiracin [...]), y en cuanto al modo y estilo de
sus versos que dice pergeados sin alio ni cultivo alguno. Era la
ineludible manifestacin previa, as como el deber de considerar la poesa
con un fin pragmtico en s mismo y sin ms valor que el que pueda tener
como pura expansin personal, y jams con un pretendido fin de carcter
esttico ni tampoco de proyeccin social o pblica: [...] sirvindome
esto solo de alivio y de un recreo en medio de las ocupaciones anlogas
mi sexo. Por tanto siempre he juzgado mis versos como unos borrones
informes y defectuosos [...] (551). Discurso este que ser repetido
inevitablemente en todos los prlogos femeninos, si bien el anlisis
respectivo de sus obras pone al descubierto, en la mayora de los casos,
rigurosos conocimientos tcnicos y un bagaje de lecturas clsicas y
contemporneas. No es distinto el caso de nuestra autora.
Por qu publicar? La respuesta a esta pregunta ocupa lugar
preeminente en las mentadas introducciones. Suelen repetirse moldes, pero
la voluntad individual suele quedar ms a salvo en este punto. Maturana
publica casi con las rdenes de S.M. la Reina Doa Mara Josefa Amalia
(552) para evitar los rumores que se basaban en falsas atribuciones,
plagios e interferencias entre las composiciones poticas de ambas, lo que
alentaba un clima poco ventajoso para su relacin personal.
Ensayos Poticos rene 72 poemas originales, agrupados y clasificados
segn tipo de composicin o estrofa y en este orden: 28 odas, 6 letrillas,
4 romances, 3 poemas en liras, 1 cancin, 1 octava, 1 elega, 20 sonetos,
2 stiras, 4 dcimas, 1 poema en ovillejos, 1 poema en sptimas. Hay que
sumar a esta nmina un romance de Fileno (553) dirigido a la autora.
La composicin versal de las odas, gnero ms utilizado, oscila en
nmero variable de versos y metros. El ms corto tiene 8 versos y el ms
extenso, 92; pero la extensin ms regular flucta entre 20 y 36. Por lo
que se refiere al tipo de versos utilizados, los ms frecuentes son los
heptaslabos. nicamente cuatro odas utilizan el hexaslabo y dos, el
octoslabo. Versos seriados, con rima asonante en pares, se suceden
configurando cada poema. Slo uno tiene articulacin estrfica en tres
octavillas agudas, con primer y quinto [281] versos sueltos. En todos los
poemas el recuento final es mltiplo de cuatro, nmero que pauta el
movimiento conceptual e imaginstico del texto.
La transicin y evolucin temtica se desarrolla fundamentalmente en
ncleos combinados de cuatro y ocho versos, y en algunas ocasiones, las
recordar que este escritor ingls (East Dereham, 1803-Oulton Broad, 1881)
ingresa en 1833 en la Sociedad Bblica Britnica y Extranjera y,
comisionado por esta, iniciar una intensa campaa de difusin
proselitista de la Biblia protestante por Rusia, Portugal y Espaa. [294]
Registrando sus andanzas por nuestro pas, publicar en 1842 La Biblia en
Espaa -libro significativamente subtitulado Viajes, aventuras y
prisiones de un ingls en su intento de difundir las Escrituras por la
Pennsula-. Se trata de una obra de singular inters documental y humano,
sin ninguna pretensin erudito-libresca y en la que se alterna la realidad
autobiogrfica con sucesos novelescos de una clara intencionalidad
pintoresca y folklrica. Poco antes, su libro sobre los gitanos espaoles
-The Zincali, 1841-, haba dado sobrada prueba de su obsesin
antropolgica por las formas rituales de la ms primitiva expresin
popular; de regreso a Gran Bretaa, publicar las curiosas -aunque
menores- novelas Lavengro (1851) y The Romany Rye (El caballero gitano,
1857) -de signo autobiogrfico-. Autor en lengua inglesa, si bien
perfectamente incorporado a nuestra cultura a travs de las traducciones
de sus obras a cargo de Manuel Azaa, George Borrow -ampliamente conocido
en su poca como Don Jorgito el ingls, en un claro ejemplo de indudable
asimilacin popular- representa un eslabn clave en la clsica dialctica
realismo/costumbrismo, puesto que su obra participa de ambos conceptos,
enjuiciados aqu bajo esa nocin moderna que hemos aproximado al
casticismo unamuniano posterior, y que sirve para probar la voluntad
tipificadora de Borrow respecto a la sociedad espaola de su tiempo. Jos
F. Montesinos, en Costumbrismo y novela, seala: El costumbrismo tipifica
casos y personas, mientras que la ficcin (realista, se entiende) los
singulariza. (580) El caso que nos ocupa oscila entre la tipificacin y
la singularizacin, entre la descripcin costumbrista y el realismo
crtico; en suma, entre el documento y la novelizacin que hacen de, sobre
todo La Biblia en Espaa, una muestra inmejorable de una particular
literatura de viajes en la que lo importante no son las vicisitudes del
recorrido aventurero, ni la descripcin de monumentos artsticos, ni el
tratamiento ldico de acciones o personajes, sino la ideologa
-progresista, ilustrada, positivista, como veremos- que impregna ese
itinerario.
La escenografa en la que se enmarca La Biblia en Espaa es
claramente romntica: un paisaje frecuentemente amenazador -que recuerda
las conocidas ilustraciones de Gustave Dor-, gran proliferacin de
castillos en ruinas -Borrow se confiesa admirador de la paradigmtica obra
de Volney (Les ruines, 1791)-, lbregas posadas, solitarios parajes,
misteriosos conventos, salteadores de caminos y bandidos diversos. En
numerosos momentos hallamos la clsica iconografa del ms avanzado
romanticismo; comienza el libro, por ejemplo, con el presentimiento
trgico de un marinero a bordo del buque que lleva a nuestro protagonista
a Lisboa; un tenebroso pasaje este que recuerda la impresionante majestad
ttrica del fantasmagrico navo de La narracin de Arthur Gordon Pym
(1838) de Poe. Pero junto a esta parafernalia ms o menos convencional, el
lector asiste a la inmediatez de las mnimas necesidades de Borrow, sus
preocupaciones de intendencia, sus gestiones administrativas y aun
polticas -ser framente recibido por Mendizbal y no mucho mejor por sus
sitiadores, una vez avistan las tropas enemigas, muy superiores en nmero
a ellos, ven ya su causa totalmente perdida. Antes de que las tropas
extranjeras entren a saco en la ciudad, Almorabid y el resto de los
cabecillas emprenden la huida en secreto, abandonando a los suyos a su
malhadada suerte, pero el ricohombre no consigue escapar, pues en su fuga
se encuentra con el bandido Pedro Martniz, quien acaba con su vida en un
arrebato de odio por haber mancillado su honor.
Este es, en breves palabras, el argumento de la obra. Desde un punto
de vista estrictamente literario, adolece, principalmente en su curso
narrativo de graves defectos, debido a la torpe ilacin de los episodios y
a la tosca factura de la voz autorial, pero tambin posee algunos
aciertos, ya en la caracterizacin de don Garca, en la cuidada
ambientacin histrica, en las pinceladas paisajsticas que magnifican una
naturaleza salvaje y violenta, o en la plasticidad de determinados
cuadros, a la manera de la novela gtica, como el del comienzo, ambientado
en el interior de la catedral; el del macabro asesinato de los dos jvenes
(cap. XV), o el del saqueo de Pamplona (cap. XXII). Sobresale asimismo el
lenguaje narrativo en el esfuerzo de Campin por remedar unos moldes
lingsticos medievales, en los discursos y fraseologa sentenciosa que
pone en boca de sus personajes. En todo caso, aun teniendo en cuenta tales
mritos, la obra no reclamara un mayor inters, si no fuera, como ya
indicamos anteriormente, por su tarda adscripcin a un gnero
periclitado, del cual se pretende hacer uso como complemento
historiogrfico en aras de un objetivo regionalista.
Los dos motivos principales que articulan la trama pica son, de una
parte, el enfrentamiento civil que asola la ciudad y que ser causa de la
prdida de la autonoma del reino navarro, y de otra, la responsabilidad
de don Garca en estos hechos, fruto de sus ambiciones personales. La
fragilidad de la corona converta al territorio en un preciado botn que
se disputaban las monarquas de uno y otro lado de los Pirineos, cada
[324] una de las cuales contaba con sus partidarios dentro de cada
bandera. Nadie, salvo D. Gonzalo Ibez de Baztn, va a erigirse en
defensor de los derechos ancestrales y de la independencia de su pueblo
frente al acoso de los reinos vecinos. Desde la autoridad moral que le
confiere su patriotismo, el noble navarro puede proclamar con orgullo el
grito unificador de Nabarra!, as como de increpar a los otros dos
adalides, D. Pedro Snchiz de Montagut, seor de la Ribera, y don Garca,
merino de las montaas, con la acusacin de que estis tocados de
extranjerismo (p. 30), por sus alianzas con los poderes vecinos y porque
ambos haban cometido la traicin de casarse con sendas champaesas. l,
por el contrario, puede enorgullecerse de su parentesco: Yo soy nabarro
todo de una pieza, por mi linaje, por mi enlace y por mis aficiones
(ibid.). Para mayor abundamiento en su fervor patritico, don Gonzalo
tena depositadas todas sus esperanzas en la Reina-nia, la autntica
heredera de la corona y nica legitimada para el trono. Con este sentir,
aparece clara la significacin del personaje como prototipo del buen
navarro, cuyo ejemplo habra de ganar la estima de la Historia, pero no
suceder as, en los planes del autor, razn por la que este no le
conceder el papel esperado, ya que de lo contrario el rumbo de los
acontecimientos hubiera sido otro menos catastrfico. En su carcter le
impone una tacha que merma las dems virtudes y es su falta de astucia e
inteligencia poltica; de ah que aparezca incapaz de imponerse a sus
iguales y de lograr que estos dejen a un lado sus viejos enfrentamientos
en bien de una causa comn: Era D. Gonzalo guerrero esforzado, pero
desprovisto de dotes polticas (...) franco y sencillo en extremo y dbil
de carcter, juzgaba de la lealtad ajena por la suya propia (p. 132).
Todo lo contrario de los otros dos caudillos, D. Pedro y D. Garca,
de tan ilustre prosapia como aqul, pero ms hbiles y decididos en su
resolucin de alcanzar el poder, sin reparar en medios. En ellos han
depositado su confianza los ruanos, gente sencilla de la Navarrera, como
la nodriza de Blanca, Jordana de Oyan-Ederra, mujer franca, ingenua e
infanzona (p. 117), perteneciente a uno de los ms limpios linajes de las
tierras de Aranaz y Burunda, quien comparta el odio de sus coterrneos
contra lo extranjero y procur infiltrrselo en el corazn a Blanca, a
quien meci en su niez con canciones euskaras, y entretuvo, ms tarde,
con historias y leyendas euskaras, y habl siempre en lengua euskara (p.
117); o como el venerable pastor que acoge a don Garca en su huida,
prototipo del hombre rstico exaltado por los legendistas vascos, que vive
feliz en medio de su pobreza, contemplativo de una Naturaleza a la que
juzga la obra bella de Dios (p. 253) y de talante pacfico y generoso.
Aunque no todos los villanos cifran tan altas virtudes. Los hay que
representan con su salvajismo y violencia las fuerzas desatadas de una
raza ancestral sin civilizar. Tal el grupo de bandidos, (645) comandados
por el Azeari Sumakilla, Martniz, gente feroz y [325] sanguinaria. El
novelista nos ofrece sumariamente la semblanza de cada uno y las fechoras
de que blasonan. El cabecilla encarna la figura mtica en el folklore
vasco del Rey de los montes, as como su concubina, Domenga de Aresso,
semeja a la legendaria Baso-andere, la seora de los bosques del Pirineo,
igual de indomesticada, si cabe, que l. El novelista nos describe a uno y
a la otra de la siguiente forma: l, anciano, pero muy verde an y
fornido, alto y recio de cuerpo, venerable por su barba, del todo cana,
que le caa hasta la mitad del pecho y sus largas guedejas de plata
ensortijadas sobre los hombros (p. 43); ella, una mujer de unos treinta
aos, de ojos oscuros y grandsimos, carnes blancas y apretadas de
marmreos reflejos, alta, robusta, especie de faunesa cuyos gruesos
labios, rojos y hmedos, opulento pecho y abultada nuca, guarnecida de
espesa mata de cabellos negros, denotaban sensualidad y fuerza (p. 40).
Ambos aparecen, en definitiva, con su grado de animalizacin, como
reminiscencia de las primitivas emigraciones euskaras (p. 42).
La idea que se desprende de esta galera de tipos es que el pueblo
vasco-navarro resulta una raza de caracteres heterogneos, (646) pues en
el seno de una poblacin pacfica y de sobrias costumbres, anida una
minora donde an se hacen visibles las huellas de un antiguo
primitivismo. (647) Una comunidad vasca, en la que se juntan dos
poblaciones, [326] la autctona y la fornea, esta ltima representada por
los habitantes del Burgo de San Cernn, de origen francs, aparte de un
pequeo ncleo de judos. De igual forma que Navarro Villoslada nos lanza
en su Amaya el mensaje de que vascos y godos haban de hacer causa comn
frente al enemigo exterior, en este caso los sarracenos invasores de la
Pennsula, Campin apuesta tambin por la integracin de todos los que
para entretener a un pblico poco exigente, sino una obra con miras
nacionalistas. El imperativo esttico queda preservado a su prosa selecta,
de lxico rico y esmerado con sabor de antigedad, y a una construccin
narrativa que tiende a un equilibrio, aunque sin lograrlo, entre una
accin amena, sazonada con unos dilogos de intenso dramatismo, y unas
prolijas descripciones y largos parlamentos que le restan la agilidad
deseable, todo ello al margen de un contenido que slo poda despertar el
inters de un reducido nmero de lectores sensibles al fervor patritico y
localista. En las postrimeras de la pasada centuria los caminos de la
literatura se bifurcaban, por un lado, hacia el extremo de un horizonte
cosmopolita, sin fronteras, en busca del goce artstico, y por otro, hacia
un entorno inmediato que reclamaba del arte remedios que este slo
alcanzaba a poner en evidencia.
[331]
El cuento costumbrista como gnero de transicin entre el artculo de
costumbres y el cuento literario
Magdalena AGUINAGA ALFONSO
I. B. Meixueiro (Vigo)
Las fundamentaciones de la crtica literaria acerca de las diversas
modalidades de la narrativa breve distan de una formulacin definitiva.
Por ello deseo contribuir con este breve estudio (654) a enriquecer y
aclarar, en la medida de lo posible, la distincin entre el artculo de
costumbres y una forma de transicin hacia el cuento literario que vamos a
denominar cuento costumbrista, (655) el cual se opone al artculo
costumbrista en su misin predominante de describir la realidad exterior
en sus tipos y costumbres. Pensamos que esta teora y distincin de
gneros literarios dentro del relato breve puede ilustrarse con la
produccin costumbrista inicial de Pereda en sus cuatro libros de
narrativa corta a los que dedicamos nuestra atencin. (656) En efecto, en
este autor puede advertirse mejor que en otros escritores del realismo
espaol esa evolucin del artculo de costumbres (escenas o tipos) al
relato de ficcin, como paso previo a la configuracin del cuento
literario, la cual tendr lugar en la obra de Emilia Pardo Bazn, Galds y
Clarn. Pereda contribuye con su narrativa breve a que el cuento
literario, como gnero [332] independiente, sea posible, ya que desde el
artculo de costumbres difcilmente se hubiera podido dar ese salto de
gnero sin un escritor genial que supiera aprovechar los elementos
costumbristas y darles una nueva configuracin y funcin en la obra de
ficcin. (657) Ese salto lo dio Pereda. Por ello encontramos en su
produccin breve artculos de costumbres, cuentos costumbristas, que
todava no pueden ser considerados cuentos literarios, artculos
ensaysticos y, por ltimo, novelas cortas.
A este respecto dice Eikenbaum:
En la evolucin de cada gnero llega un momento en
que despus de haber sido utilizado con objetivos enteramente serios
o 'elevados', degenera y adopta una forma cmica o pardica (...).
Las condiciones locales o histricas crean, por supuesto, diferentes
variaciones, pero el proceso conserva esta accin como ley
evolutiva: la interpretacin seria de una fabulacin motivada
cuidadosa y detalladamente, cede lugar a la irona, a la broma, a la
costumbres y del cuento literario en que sus personajes dejan de ser tipos
o arquetipos respectivamente, segn se trate de uno y otro gnero, para
empezar a vivir su historia en el texto, muy caracterizado por el factor
temporal, eje del relato y del cuento frente al espacio, que como vimos
era el eje fundamental del artculo de costumbres. Pereira da la siguiente
definicin del relato, que asocio a lo que vengo denominando cuento
costumbrista:
El relato es, pues, una narracin extensa,
discontinua, que incluye generalmente procesos narrativos
divergentes y que, en compensacin, tiende a un desarrollo
cronolgico lineal, engendrando, en general, una figura parablica.
(687)
Finalmente el cuento literario sera la culminacin del cuento
costumbrista desde el artculo de costumbres, por eliminacin de algunos
de los elementos de ste y un refinamiento formal de los mismos. As
frente al cuento costumbrista que consiste en la narracin de un proceso
de acontecimientos en un orden temporal (688), el cuento literario se
caracteriza por la narracin de un suceso. (689) En contraste con la
tensin-distensin del artculo de costumbres y del cuento costumbrista,
el cuento literario tiene una tensin [343] nica, segn el Declogo del
perfecto cuentista de Horacio Quiroga. (690) De ella derivan segn
Pereira los dems rasgos de brevedad, objeto nico, intensidad, mostracin
nica, (691) etc. Todos los elementos estn interrelacionados en el cuento
literario: personajes, tiempo, lugar y accin, y su funcionamiento es el
estrictamente necesario a su objeto. La eficacia del cuento est
precisamente en su sutil economa. Otro rasgo que lo distingue del
artculo de costumbres y del cuento costumbrista, es que el mvil de la
narracin no es accidental o externo, sino que aparece en funcin de las
exigencias que impone el discurso narrativo. Lo expresa con mucho tino
Pupo-Walker:
Lo que pudo ser un detalle ocasional de la narracin
costumbrista, en el cuento, a menudo, ser el resorte que inicia un
desenvolvimiento vertiginoso e inesperado de sucesos; sucesos que al
vincularse al flujo del relato producen ese efecto de estallido o de
cogulo emotivo. (692)
El discurso narrativo del cuento se configura como signo de s mismo,
a diferencia del artculo de costumbres y del cuento costumbrista.
Para concluir estas reflexiones tericas sobre las tres tipologas
narrativas, confirmamos lo dicho por Pupo-Walker de que no hay un
alineamiento directo entre artculo de costumbres y cuento literario, en
trminos estructurales. Pero a ello aadimos, como fruto de nuestra
investigacin de la obra costumbrista de Pereda, a caballo entre el
artculo de costumbres y el cuento literario, que hay un estadio
intermedio entre uno y otro con los que comparte algunos rasgos y ste es
el que hemos denominado cuento costumbrista. ste conserva unos rasgos
mnimos de tipicidad del artculo de costumbres, en lo relativo a
ambientes y tipos que no dificultan la ficcin. Hay un mayor inters por
la historia, el personaje y sobre todo por el tiempo, el cual consideramos
Todava nos quedan dos escritores ms: G. Nez de Arce que presento
casi en telegrama y G. A. Bcquer, cuya relacin con Catalua estudia en
este Coloquio el profesor Joan Estruch. (726)
En el escritor vallisoletano en textos del mismo ao -1886- convergen
las dos actitudes antes reseadas: la poltica por medio de un discurso
centralizador, centralista y centralizante:
Decidindome por fin ofreceros como asunto digno
de vuestra reflexin, el estado de las aspiraciones del regionalismo
en Galicia, Pas Vascongado y Catalua, en cuyas comarcas aparece
con formas, por cierto bien distintas, pues mientras en algunas se
contiene dentro de los lmites de una amplia descentralizacin
administrativa, va en otra hasta proclamar audazmente la ruptura de
todos los lazos nacionales, y por ende el aniquilamiento de nuestra
gloriosa Espaa...
Analizando este movimiento, desde sus primeros asomos
literarios hasta sus ltimas ruidosas manifestaciones, es como
podremos apreciar con exactitud su verdadero propsito (...)
Protesto contra las armas que esgrime el catalanismo turbulento
para desacreditar la patria espaola, como si le animase (...), el
siniestro designio de encender otra vez entre pueblos hermanos la
terrible guerra civil. (727)
y la periodstica: en tono descriptivo habla de las tierras del Ebro: S.
Carles de la Rpita, Los Alfaques, Tortosa, etc.: [354]
... Entrbamos en San Carlos de la Rpita; esta
poblacin es (...) el germen de un gran pensamiento. Carlos III
haba resuelto hacer de ella un sitio real, una ciudad importante y
un gran puerto (...) Prximo a la desembocadura del Ebro y situado
la entrada del puerto natural de los Alfaques, el ms capaz, y con
poco trabajo el ms resguardado del Mediterrneo, San Carlos habra
podido ser (...) el verdadero centro mercantil y martimo de la
antigua corona de Aragn (...) San Carlos de la Rpita es el
presentimiento de una grandeza antes muerta que nacida. (728)
convencionalismo.
2. Catalua suministra material a los escritores castellanos del XIX
y se convierte en materia prima de muchas obras.
3. Se dan dos tratamientos: uno suave, plcido, descriptivo, neutro;
otro expositivo, grave, agudo, profundo.
4. Cuando se entra en esta direccin, la visin de Catalua deviene
negativa, centralista, rozando casi la incomprensin.
5. Este tema abre muchas posibilidades a manera de sugerencias:
visin parcial de cada autor; importancia de los epistolarios; las
relaciones bilaterales: V. Balaguer y E. Pardo Bazn; B. Prez Galds y
sus relaciones con J. Yxart, con N. Oller, con ilustradores catalanes, (A.
Mestres y J. L. Pellicer); M. Menndez Pelayo y M. Mil i Fontanals, y
tantos otros escritores e intelectuales del siglo XX, algunos ya
estudiados de forma global o parcial. (730) [355]
6. Resultara muy interesante analizar el grado de receptividad de
todos estos escritores en Catalua (viajes, ediciones, estrenos teatrales,
comentarios periodsticos a sus vidas y obra, colaboraciones en la prensa
de Catalua, etc.).
7. Abre la perspectiva inversa, es decir, la visin que desde
Catalua han tenido los escritores catalanes de la realidad plurilinge y
pluricultural llamada Espaa. Pero esto complica mucho las cosas a nivel
poltico, autonmico, erudito, ideolgico e, incluso, didctico. Dejmoslo
para mejor ocasin.
[357]
Yo quiero ser caribe! Yo quiero ser romntico! del buen humor del
anti-romanticismo
Mercedes COMELLAS
Universidad de Sevilla
La stira y parodia del romanticismo, fenmeno literario de carcter
paneuropeo y que corri simultneo al desarrollo de la escuela, se
manifest en Espaa con intensidad desmesurada en proporcin con la
mansedumbre del propio movimiento en tierras peninsulares. En el caso
espaol se ve adems vinculado a la eclosin de la prensa peridica de
carcter satrico que tuvo lugar por las mismas fechas; (731) y aunque las
opiniones coinciden en que el estudio de los escritos burlescos contra la
moderna escuela, para darle el nombre que recibi en la poca, ha de
resultar muy til en la reflexin sobre el fenmeno romntico en general
-sobre su pervivencia y acogida por parte del pblico contemporneo(732), como seala Romero Tobar, apenas si [los estudiosos] le han
prestado atencin hasta el momento. (733)
Este trabajo pretende un primer acercamiento -necesariamente parcialal carcter y tipologa de las stiras contra el romanticismo aparecidas
en la prensa peridica desde 1817 a 1850. (734) [358]
Desarrollo de las stiras anti-romnticas
La stira contra los romnticos muestra una longevidad significativa:
se prolonga desde las mordaces chanzas de la Crnica cientfica y
literaria en 1817 hasta las que asomaron a las pginas de La Linterna
Mgica. Peridico risueo de 1850, dirigido por el eternamente festivo
Ayguals, cuyas muecas al tenebroso romanticismo repetan a mediados de
siglo las que ya expresara casi quince aos antes en otras publicaciones.
la indiferencia y separa los pies media vara el uno del otro para
parecerse a sus eruditos admiradores. [...] La poetisa lrica escupe
como Zorrilla, se suena como Espronceda y toma caf como el duque de
Fras.
Otro tipo de stiras, tal vez las ms abundantes y festivas, se ceban
en el aspecto del romntico, que segn los tpicos se caracteriza por
largas melenas, (741) los inevitables lentes, (742) y un atuendo
estrafalario del que llaman especialmente la atencin los pantalones
ajustados: El que no rompa el pantaln a la segunda vez de ponrselo no
es elegante, recuerda el artculo de Modas de La risa, (I, n 20, 27 de
agosto de 1843). Cada uno de estos ingredientes fue motivo de largo nmero
de picantes invectivas que en ocasiones advierten sobre la peligrosidad
criminal de sus portadores, como en el Cuento romntico de Segovia
aparecido en el Semanario Pintoresco n 133 de 1838, donde en un escenario
de abismos y caverna, llora trgicamente una abandonada y dbil mujer:
Mendoza es su alcurnia,
Leonor es su nombre,
Leonor que en Castilla de hermosa hubo fama;
rindi su albedro a un monstruo, no a un hombre,
que en negra perfidia dio pago a la llama [363]
del ms puro amor.
Del techo paterno con nombre de esposo
sacla una noche de mala ventura,
y el torpe deseo logrado, alevoso,
dejla en un bosque de grande espesura
perdido su honor.
La vctima triste, que a un sncope fiero
en medio del bosque quedara rendida,
volviendo en su acuerdo, un ay lastimero
arranca de lo hondo de su alma afligida,
quejndose as:
No te fes en hombres
con antiparras,
que lo que no ven suplen
con lo que palpan.
Yo lo he notado:
todo corto de vista,
largo de manos.
Son sin embargo ms interesantes desde el punto de vista literario
las de aquel otro tipo que hace bufa de las particulares seas formales de
la literatura romntica. Entre los motivos favoritos de estas parodias
est el irregular empleo de signos diacrticos que caracterizara las
composiciones de la nueva escuela: los signos de exclamacin y puntos
suspensivos son el ms grfico sntoma del estilo romntico, que logra
imponer una nueva moda ortogrfica de la que se burla El Diablo Suelto (n
5, del 1 de marzo de 1839) en su Bolsa de efectos periodsticos de esta
plaza: los valores en alza que superan los 90 puntos son precisamente las
Admiraciones y aspavientos y las Exclamaciones; quedan por encima las
bromas, pero como afirmara Jean Paul, Wie die ernste Romantik, so ist
auch die komische -im Gegensatz der klassischen Objektivitt- die Regentin
der Subjektivitt. (752)
dramtica.
Sin embargo, a pesar de que la mayora de estas novelas decimonnicas
tiene como hilo vertebrador una trama amorosa o sentimental que muestra la
impronta del romanticismo, esto no quiere decir que no se encuentren a la
vez, conjuntamente, como hemos indicado, elementos que apunten ya hacia la
nueva esttica realista, atemperada y costumbrista en algunos casos y ms
crtica y denunciatoria en otros, llegando incluso a detalles escabrosos
descritos en toda su crudeza que indicaran la presencia puntual de un
cierto naturalismo. Esta convivencia de elementos romnticos y realistas
que caracteriza buena parte de la novela decimonnica hispanoamericana,
presente, sobre todo, a partir de obras como las citadas Amalia (1851) de
Mrmol y Mara (1867) de Jorge Isaacs, consideradas como modelos
consagrados de la novela romntica, atestiguara la peculiaridad de este
extenso perodo literario titubeante, vacilante, en la evolucin
novelstica de Hispanoamrica. Como muestra de esta vacilacin constante
pasaremos a considerar a continuacin el caso especfico de Cecilia Valds
o La Loma del ngel (1882) (756) de Cirilo Villaverde. [374]
Tradicionalmente la crtica ha situado a Cecilia Valds o La loma del
ngel, entre un grupo de obras pertenecientes al subgnero romntico de la
novela abolicionista (757) cubana, entre las que cabra destacar tambin a
Petrona y Rosala (1838), del colombiano, residente en Cuba, Flix Tanco
Bosmeniel, y Sab (1841), de Gertrudis Gmez de Avellaneda. (758) El nexo
comn entre estas obras estara constituido, por una parte, por la
temtica antiesclavista manifiesta en sus pginas -de forma ms o menos
velada- y, por otra, por la trama sentimental o amorosa que las vertebra.
No obstante, a pesar de que sea cierta esta coincidencia en los asuntos
tratados y existan argumentos a favor de una cierta e innegable filiacin
romntica, no se puede decir que estos sean concluyentes a la hora de una
clasificacin de este tipo. Que aparezcan elementos o tendencias propias
del romanticismo no es razn suficiente para etiquetar a una obra como
pura y sencillamente romntica sin evaluar otras cuestiones de peso. En lo
que respecta a esta novela, es necesario considerar los diversos elementos
constituyentes paso a paso, versin a versin, para poder hacer una
evaluacin apropiada.
Cirilo Villaverde publica en 1839 un cuento que lleva por ttulo
Cecilia Valds en la revista literaria La Siempreviva de La Habana. Este
cuento, que puede considerarse el germen de la novela que se publicar
posteriormente, en una primera versin de ese mismo ao, no es ms que un
relato de unas veinticinco pginas, que se halla constituido por dos
escenas. En la primera, se narran los andares por La Habana de una bella y
joven mulata clara, Cecilia, ms conocida como la virgencita de bronce.
sta, tras visitar a unas muchachas pertenecientes a una familia
acomodada, regresa a su humilde hogar donde su abuela, preocupada ante su
tardanza, le cuenta una fbula fantstica con la intencin de
escarmentarla. Esta fbula narra la desgracia de una nia que andaba
siempre sola, como ella, hasta que el demonio, transmutado en joven
galanteador, se la lleva para siempre. Por otra parte, antes de iniciar la
segunda escena que cierra el cuento de Cecilia Valds, curiosamente, el
redactor (R. R.) anuncia al pblico lector su voluntad de volver ms
adelante sobre el mismo tema, es decir, su intencin de insistir de forma
isla como por las propias dudas del autor, que acaba [379] manifestando,
valientemente, una postura ms arriesgada e implicada en la realidad
circundante cubana, hecho que lleva consigo, asimismo, un cambio en lo que
concierne a sus posiciones no slo polticas militantes sino tambin
literarias, como hemos observado al considerar el esclarecedor prlogo de
Villaverde.
Para terminar este somero recuento de los elementos realistas que
pueden encontrarse en esta ltima Cecilia Valds, y que no nos detenemos a
enumerar exhaustivamente, cabe destacar, adems, la presencia de ciertos
detalles escabrosos, como los bocabajos o castigos del ingenio de los
Gamboa o, sobre todo, el suicidio (tragndose la lengua) del esclavo Pedro
en la finca azucarera, que podran apuntar incluso hacia un cierto
naturalismo ya inminente, que se vera remarcado por un principio de
determinismo presente a lo largo de toda la novela, manifestado de forma
ms clara en el destino fatal al que se halla abocada la protagonista,
quien no tiene, no obstante, ninguna otra alternativa que obedecer a los
impulsos de la naturaleza y seguir, exactamente, los mismos pasos de su
madre, de su abuela y de las mujeres de su familia por cuatro
generaciones, al buscar la mejora de la especie a travs de los cruces con
blancos, es decir, a travs de ese intento desesperado por
emblanquecerse (o desnaturalizarse) para poder escalar socialmente. Aqu
nos encontraramos de nuevo con el doble plano de la historia individual
(la de Cecilia) y social (la de esa clase emergente de mulatos libres que
tratan de buscar el respeto y su lugar en la sociedad cubana del siglo
XIX). Por todos estos motivos, la novela sera un retrato fiel, un
testimonio de la evolucin de Cuba, ya que, como hemos dicho, describe los
cambios que experimenta la vida cotidiana en La Habana, desde los bailes,
a los vehculos pasando por los mercados, etc... a la vez que revisa los
diversos estamentos sociales, sujetos al color de la piel, mientras
muestra la emergencia de ese nuevo grupo, el de los mulatos de clase
media, que van hacindose un lugar en la clasista sociedad habanera de su
tiempo.
Para concluir, hay que insistir en que estas diferencias entre las
diversas versiones, en cierto modo, no son ms que una muestra de la
evolucin experimentada por el autor (y sus circunstancias). En un
principio, como escritor plenamente romntico, muestra su admiracin por
las tramas folletinescas, aunque con cierta atraccin por el realismo, en
su forma ms costumbrista. En un segundo momento se observa, en cambio,
una voluntad realista consciente que arrastra una intriga romntica
folletinesca. Esta evolucin muestra un argumento a favor del no
enfrentamiento entre el romanticismo y el realismo, que abogara por el
replanteamiento de la cuestin y que se expresa de un modo ms contundente
y convincente en la convivencia pacfica, armnica, de elementos
romnticos y realistas en la versin definitiva de 1882.
Este hecho, que aqu hemos comprobado a partir de Cecilia Valds o la
Loma del ngel, podra encontrarse repetidamente en muchas otras novelas
de este amplio perodo tentativo y vacilante, que pondra en duda, a fin
de cuentas, la tradicin crtica del enfrentamiento frontal entre ambas
escuelas literarias. Sin embargo, ese es ya el inicio de una investigacin
mas amplia.
[381]
La primera versin de De Villahermosa a la China en prensa
Mara Jos ALONSO SEOANE
Universidad Complutense (Madrid)
Todava en nuestra poca, Nicomedes-Pastor Daz y su novela De
Villahermosa a la China producen apasionamientos en la crtica de la
literatura espaola. A veces se tiene la impresin de que, adems de
motivos que tienen que ver directamente con su consideracin literaria,
debe haber otros, inadvertibles, que producen cierta confusin irritante:
quiz el hecho de que al autor siempre haya que buscarlo dos veces en los
ndices onomsticos (por Daz y por Pastor); quiz el ttulo, que resulta
desconcertante -e incmodo de citar-. Desde luego, algo que predispone en
contra al estudioso es la anarqua de fechas con las que se localiza De
Villahermosa a la China en la historia literaria; con todo lo que esto
supone para la valoracin de la importancia e influencia de esta novela.
Obra que, a pesar de stos y otros motivos, siguiendo el parecer de
Montesinos, pienso que debe seguir considerndose como sobremanera
interesante. (764)
Si los dos primeros problemas aludidos poco remedio tienen, en este
trabajo me propongo aclarar la cuestin -realmente importante-, de las
fechas. En algn caso, modificando de modo definitivo una de las que se
daban por seguras: la de su publicacin parcial en el folletn de La
Patria, cuya localizacin ha hecho posible el estudio de esta versin de
la primera parte de De Villahermosa a la China. He contado tambin con la
utilizacin de documentos manuscritos autgrafos que se conservan; en
particular, el de la novela y el del cuaderno que aparece con el ttulo
(manuscrito) de Datos de la vida desde la salida de Vivero hasta marzo, 2
de [1]863. (765) Su uso ha sido de grandsimo inters, aunque aqu slo
podr exponer lo directamente relacionado con la clarificacin de las
fechas y el estudio de las principales variantes de la versin aparecida
en prensa.
I. Las palabras de la Advertencia
Primera versin de la novela, hacia 1844 [382]
En la Advertencia que aparece al frente de la edicin de De
Villahermosa a la China (Madrid, Rivadeneyra, 1858, 2 vols.), se plantean
varias cuestiones que han dado lugar a interpretaciones diferentes sobre
las fechas de redaccin de la novela y de las etapas previas a la
impresin completa de la misma. Pastor Daz inicia as su desolada
Advertencia, llena de armas para sus enemigos:
Trece aos hace que escrib estas pginas; trece
aos, que en nuestros tiempos son ms que un siglo. En 1848, el
peridico La Patria insert en sus folletines la primera de las
cuatro partes en que se divide mi obra. La parte y la obra llevaban
los mismos ttulos que hoy. (766)
En consecuencia, aunque se suele fechar De Villahermosa a la China
por su publicacin completa en libro (1858), haciendo, por lo general,
mundo. Las variantes que hacen pensar que no tena algunos detalles
esenciales deben entenderse slo como anticipaciones del narrador que el
autor establece, aos ms tarde, al corregirlo.
Sin embargo, las variantes que presentan mayor inters son las
determinadas por el cambio interior de Pastor Daz; que se manifiesta
unido a los aspectos temporales, complejamente articulados, que dan el
tono tan caracterstico de De Villahermosa a la China. (781) Todos ellos,
son consecuencia de su referencia al pasado -el de su juventud, y el de la
juventud de su generacin, la de 1834-; (782) y de los distintos momentos
de redaccin de la novela, especialmente los de su publicacin en folletn
y, aos despus, en los dos tomos del libro. (783) Esta complejidad de las
referencias temporales se manifiesta en mbitos variados, unidos por el
diferente juicio que Pastor Daz hace con el paso del tiempo.
Uno de estos puntos de inters es el tratamiento de la visin de
Madrid, escenario del romanticismo; motivo importante en el libro primero,
que en los siguientes se abandona por Galicia. En l, Pastor Daz incluye,
con gran belleza, un emocionado recuerdo de los bailes de mscaras de
Villahermosa. (784) El tiempo transcurrido entre la primera redaccin y el
texto de 1858, dentro de lo esencial que se mantiene, se advierte en la
consideracin global de Madrid que, en este fragmento, aparece unida a la
cuestin literaria de lo que para Daz es la novela frente al libro
-denominacin que defiende oficialmente para su obra-. Visin ltima de
[388] Madrid en que se incrementa la irona romntica tan importante en
esta obra; (785) dando lugar a una de las variantes ms extensas de esta
primera parte, en que se mezclan el recuerdo de las noches de carnaval en
Villahermosa -reciente cuando Daz escribe su novela, pero ya no en el
momento de la publicacin del libro (1858)-. En la versin en prensa puede
leerse (786):
-Una de aquellas noches... No podemos describirla,
sin embargo. Sus memorias estn sobrado recientes para que podamos
idealizarlas con colorido brillante, ni recargar con demasiado negro
lo oscuro de las sombres. Al lector de Madrid le sobra con un
recuerdo: al de provincias lo colocaremos en la Puerta del Sol, a
las once y media de la noche.
Volved la vista al Oriente. Dos espaciosas calles se abren
delante de vuestro ojos. Tomad la de la derecha. No preguntis por
el trmino de vuestra direccin: la multitud os conduce. La
anchurosa acera de la carrera de San Jernimo [...]
En el texto en volumen, se suprime la referencia a la cercana
temporal; sin embargo, tampoco se describe, acudiendo a razones
completamente diferentes:
-Una de aquellas noches... No la describiremos; las
descripciones de Madrid no son poticas. Falta la inmensidad, y el
misterio, y la larga distancia, y la antigedad y la magnificencia a
nuestra capital, que ni nombre de ciudad admite; falta la natural
belleza en donde no hay vegetacin, ni ros, ni aguas; falta el
colorido del arte donde no hay monumentos ni edificios. Pueden
hacerse casas con ladrillo, pero catedrales y libros, palacios y
epopeyas, no. Al que describe escenas de Madrid no le queda ms que
la obra.
La fama reciente y ascendente de E. Sue no puede sino inquietar e
indignar a los editorialistas de la ultra-catlica y reaccionaria La
Censura, defensora acrrima de la [393] ortodoxia religiosa y de la moral
intransigente; ha de admitir, mal que le pese, que el favorito del da
es el tristemente famoso Eugenio Sue, tambin calificado de prncipe de
los novelistas, para cierta gente; probablemente para hacer conscientes a
sus lectores de la gravedad de esa epidemia, La Censura llega a exagerar
el carcter avasallador y frentico de esa aficin literaria malfica: las
novelas de E. Sue se leen con insensata avidez, casi con delirio; esa
mala lectura hace mella en las tiernas doncellas y en los adultos
ignorantes y corrompidos...
Esa moda arrolladora no puede extinguirse al poco tiempo, a pesar de
la violenta contraofensiva desencadenada por los anti-suistas. Peor
todava, el ao 1845 es, a todas luces, el ao Eugenio Sue en Espaa.
Para los editorialistas de la revista valenciana El Fnix, dirigida por
Rafael de Carvajal, el gran suceso literario del ao es la publicacin de
la traduccin, por Wenceslao Ayguals de Izco, de El Judo errante. El
mismo ao, a finales de abril, el moderado y eclctico Semanario
Pintoresco Espaol admite que E. Sue es el primer novelista de la poca.
Su xito en Espaa no decrecer durante los aos siguientes, 1846 y
1847, ni en Espaa ni en Francia. En 1846, el Semanario Pintoresco Espaol
saluda a E. Sue como actor principal en la renovacin, diversificacin y
rpida expansin de la novela. La nueva oleada espaola de suismo la
provoca ahora la difusin de otra novela, Martin l'enfant trouv. El
Semanario Pintoresco Espaol, a quien hace eco El Siglo Pintoresco,
confirma que el Martn el expsito trae alborotados a casi todos los
peridicos y editores de la corte y de las provincias. Paralelamente se
amortigua la aficin a El Judo errante que, segn El Fnix de Valencia,
consigue, en su forma traducida, un xito gigante, piramidal, colosal.
(790)
En 1847, E. Sue es homenajeado por el Semanario Pintoresco Espaol,
en un artculo firmado por Ramn de Navarrete que coloca al autor de los
Misterios (...) al lado de Balzac y de George Sand por sus mritos, y por
encima de ellos segn el criterio de la popularidad. (791)
Resulta difcil profundizar en la cronologa y decir cundo, despus
del cenit de los aos 1844-1847, empez el fatal reflujo. En la primavera
de 1848, segn Francisco Javier Moya que escribe en El Espectador, la fama
y aceptacin de E. Sue perduran, sin dar una impresin de desgaste: [394]
La novela de Sue es la ms popular y la que ms
crdito goza en nuestros das. Bien pocas son las personas que no
han ledo Los misterios de Pars y El judo errante, no slo en las
naciones europeas, sino en todas las dems civilizadas. (792)
distinto.
El Comendador Mendoza, la tercera novela completa que escribiera Juan
Valera sintetiza a mi modo de ver, todos los aspectos previamente
comentados. En ella se aprecia como intentar demostrar, la importancia
que para el escritor tiene presentar en una obra literaria no tanto una
apariencia o ilusin fingida de la realidad, como la forma en que aparece
filtrada tal realidad a travs de unas conciencias individuales. (846) Ese
relativismo valeresco que tan bien fue percibido por su contemporneo
Leopoldo Alas, se manifiesta de forma clara en una obra que si no ha
tenido la suerte editorial posterior que otras producciones del escritor
andaluz, rene no obstante, los aciertos y logros del mejor Valera.
El inicio de la obra nos sita ante el manejo de unas tcnicas
narrativas habituales en sus relatos. Si la novela anterior haba surgido
como consecuencia de la historia que don Juan Fresco le cont al primer
narrador, ahora y tras el juego tan cervantino del conocimiento de dicha
obra por parte de quien fuera fuente de toda la informacin, el mencionado
Fresco, ste tras unos primeros momentos de enfado, decidir contar una
nueva historia. Se trata tambin aqu de un pariente de don Juan Fresco,
antepasado del doctor Faustino, el comendador don Fadrique Lpez de
Mendoza, cuya vida se remonta a la segunda mitad del XVIII. El manejo
perspectivista de las voces narrativas resulta pues, idntico al de la
novela anterior, con la complicacin que supone, no obstante, la distancia
temporal en que se sitan los hechos. Para salvar tal escollo, un narrador
responsable ms har su entrada en la novela: ese desenfadado y simptico
cura Fernndez, presentado en la novela anterior, a cuya informacin debe
en gran parte sus conocimientos actuales don Juan Fresco. Partimos, por
tanto, de una doble focalizacin, en ese gusto valeresco por rizar el
rizo, que supone la cadena cura Fernndez, don Juan Fresco, narrador que
relatar los hechos. Si ste, como suele ocurrir en sus novelas, se erige
pronto ante el lector, como el tradicional narrador no apegado a una
limitada [415] perspectiva humana, no por ello deja de resultar
significativa esa estrategia narrativa inicial que parece ciertamente
relativizar por doble va, la realidad de la historia.
El relato pese a las relaciones que pueda presentar con el conflicto
religioso tan patente en la novelstica de la poca, (847) ofrece por su
tono amable y final feliz, ms similitud con Pepita Jimnez que con Las
ilusiones del doctor Faustino, y si su trama de enrevesados lances bien
podra recordarnos esas complicadas historias, caractersticas de las
novelas tendenciosas, sin embargo, grandes diferencias separan una de
otras.
En El Comendador Mendoza se producir un complejo entrecruzamiento
perspectivista que dar como resultado ese relativismo ltimo, tan propio
de las obras de Valera. Un manejo de diversos puntos de vista por el que
el narrador manteniendo su focalizacin omnisciente, alternar su visin
con la de los distintos protagonistas de la obra. Si seguimos el
desarrollo de la historia podremos constatar este continuo vaivn de
perspectivas. (848)
En los captulos iniciales y como suele ser norma en la estructura de
la novela decimonnica, el narrador se detiene ampliamente en la
descripcin del personaje, y presenta a la vez su semblanza, retrato y
del Casino, los paseos, las costumbres ancestrales, las tareas del mundo
campesino: la matanza, la vendimia... todos ellos minuciosa, morosamente
descritos, a veces en detrimento del anlisis del personaje del que por
contraste sabemos que le hastiaba aquella vida rutinaria, prosaica de sus
convecinos, cuyo paradigma es Agonde, el boticario, remedo algo borroso
del Homais flaubertiano: Mientras cavilaba Segundo, el boticario se le
acercaba, emparejando al fin caballo y mula. La claridad del crepsculo
mostr al poeta la plcida sonrisa de Agonde, sus bermejos carrillos
repujados por el bigote lustroso y negro, su expresin de sensual bondad y
epicrea beatitud. Envidiable condicin la del boticario! Aquel hombre
era feliz en su cmoda y limpia farmacia, con su amistosa tertulia, su
gorro y sus zapatillas bordadas, tomando la vida como se toma una copa de
estomacal licor, paladeada y digerida en paz y gracia de Dios y en buena
armona con los dems convidados al banquete de la existencia. Por que no
haba de bastarle a Segundo lo que satisfaca a Agonde plenamente? De
dnde proceda aquella sed de algo, que no era precisamente ni dinero, ni
placer, ni triunfos, ni amoros, y de todo tena y todo lo abarcaba y con
nada haba de aplacarse quiz? (t. 2, p.218).
Esta sed insaciable que atormenta y consume al soador becqueriano
hasta llegar a hacer de l un ser miserable, que acepta egostamente los
favores econmicos y la proteccin de Leocadia, la literata, vieja maestra
enamorada, que no duda en sacrificar incluso a su propio hijo para
proteger a su Cisne, es contemplada por los dems personajes de la novela
como algo absolutamente ridculo y desfasado: Bravo! Pues si se fa
usted en los versos para navegar por el mundo adelante... Yo he notado en
este pas un cosa curiosa, y voy a comunicar a usted mis observaciones.
Aqu los versos se leen todava con mucho inters y parece que las chicas
se los aprenden de memoria... Pues all, en la corte, [440] le aseguro a
usted que apenas hay quien se entretenga en eso. Por ac viven veinte o
treinta aos atrasados: en pleno romanticismo (t. 2, p. 229). La
novelista vuelve una y otra vez a insistir en el anacronismo del medio
cultural galaico, dominado todava en los aos ochenta por el romanticismo
y en el carcter desfasado y melodramtico de los gestos y actitudes del
Cisne. Las referencias se podran ampliar a otros pasajes de la novela,
algunos en clara correlacin con Un viaje de novios, como la escena del
paseo al borde el precipicio y la tentacin de suicidio, que ahora sin
embargo, resulta un tanto falsa y teatral: Era un final muy bello, digno
de un alma ambiciosa, de un poeta... Pensndolo, Segundo lo encontraba
tentador y apetecible..., y, no obstante, el instinto de conservacin, un
impulso animal, pero muy superior a la idea romntica, le pona entre el
pensamiento y la accin muralla inexpugnable (t. 2, p. 256).
Adems del protagonista, en El Cisne de Vilamorta, el personaje de
Leocadia, la maestra, tiene tambin indudablemente un perfil romntico y
folletinesco, (884) que no podemos abordar aqu y que contribuira a
afianzar la tesis del balanceo esttico entre romanticismo y realismo que
sustento.
Resumiendo, a la vista de lo indicado hasta aqu, se puede afirmar
que el sustrato romntico pervive en las novelas de la primera poca de
Doa Emilia Pardo Bazn, singularmente a travs del trazado psicolgico de
algunos personajes, aunque las modulaciones y, sobre todo, la perspectiva
Tercera jornada
La aventura catalana de Pardo Bazn
Cristina PATIO EIRN
Universidad de Santiago de Compostela
Entreabr los ojos, y con gran
sorpresa vi el agua del mar-, pero no la verde y plomiza del
Cantbrico, sino la del Mediterrneo, azul y tranquila...
(Insolacin [1889], ed. de M. Mayoral, Madrid, 1987, p. 90).
En su estudio introductorio a Insolacin, Marina Mayoral se refiere
al fondo autobiogrfico de la novela que Pardo Bazn public en 1889.
Aunque considera que la relacin entre Ass Taboada y Diego Pacheco, sus
dos protagonistas, es trasunto hipottico de la que mantuvieron doa
Emilia y Lzaro Galdiano, no parece dudar sin embargo de la existencia de
herself and found much to praise. Barcelona is for her the most
beautiful city in Spain. She particularly admires the surrounding
area, but the city itself appears to her as a model of European
progress despite her love for old Spanish cities with all their
backwardness. (904)
En Por la Europa catlica (1902) se har eco en una crnica viatoria
de la impresin recibida in situ en el ao de la Exposicin Universal, al
dedicar un captulo (Catalua, que consta de varios apartados: Gneros
de punto, a propsito de la fbrica de los Sres. Marf en Matar,
Colmena y Santas, el ltimo sobre los templos de Barcelona) a los
adelantos, los monumentos y los avances de la metrpolis catalana. (905)
All recoger tambin el trabajo titulado Colmena, aparecido por vez
primera el 6 de enero de 1896 en El Imparcial, en el que, haciendo uso de
la metfora que le sirve de ttulo, describe con pormenor minucioso el
valor del trabajo y la satisfaccin que reporta:
La iniciativa, la actividad, la destreza, la
perseverancia son para Catalua lo que para el Egipto sus cuatro
nmenes: fuerzas misteriosas que esparcen la riqueza y engendran y
cran toda clase de bienes. No es posible expresar lo que Catalua
me ha consolado de Espaa, de cierta Espaa. (906)
Tambin en 1902, cuando prologue Al travs de la Espaa literaria, de
Jos Len Pagano, cuyo primer tomo va dedicado al estudio de las letras
contemporneas en Catalua (Los catalanes: Guimer, Gener, Maragall,
Verdaguer, Oller, Apeles Mestres, Iglesias, Matheu, Rusiol, (907)
Riquer), considerar que ha sido la avanzadilla de nuestras letras y una
va principal de acceso de las extranjeras: la Catalua literaria comenz
la obra, [449] para nosotros altamente beneficiosa, de difundir en los
pases latinos extranjeros noticias de nuestra vida artstica e
intelectual. (908)
La Espaa de la leyenda negra ha dado paso a otra que pugna por
subirse al tren del progreso europeo y que contrasta todava con la que
vive de la agricultura y se encierra en s misma sin querer mirar hacia
delante:
Catalua y Bizcaya [sic] -escribe- se encuentran a
la altura de las ms ricas comarcas fabriles y productoras del
extranjero (...) El viajero que recorra estas comarcas privilegiadas
con la antigua idea de la Espaa tradicional, fantaseando nuestra
representacin alegrica en un gitano que duerme cara al sol,
rodeado de cscaras de naranja y al lado la guitarra y la faca
entreabierta, qu sorpresa experimentar al ver esa Espaa joven,
musculosa, sudorosa, de blusa azul, ennegrecido el rostro por el
humo y la escoria de las forjas ardientes! (909)
Barcelona es el lugar de destino del matrimonio Llanes en Doa
Milagros; all se va el personaje epnimo de la novela de 1894 llevndose
a las gemelitas del narrador, don Benicio, por ver otras caras y residir
en otros lugares, que no recuerden el pasado (...) La populosa ciudad y
sus distracciones tenan que hacerles un bien muy grande. (910) En
acogida brindada a sus obras. (915) Quizs por [451] gratitud hacia aquel
pueblo al que admiraba doa Emilia realiz una traduccin del cataln del
poema Anyorament de Rubio i Ors. (916)
Su impresin de Barcelona fue siempre la misma que comunic a Lzaro
Galdiano en su nica carta conocida. De ella se desprende una intencin
manifiesta de salir en su defensa cada vez que por algo se la reprueba
(917):
En familia y en conversacin con los amigos, hago
siempre el panegrico de Barcelona y de sus incomparables
alrededores, paraso de la civilizacin auxiliada por la naturaleza.
Aqu se figuran que esa ciudad es una especie de traduccin del
francs, y se admiran cuando les digo que ms se asemeja a Italia,
en la parte moderna y grandiosa de aquel reino. Dcenme tambin que
mi juicio est influido por el buen recuerdo de las muchas
atenciones que debo a la gente de ah. Pudiera ser, pero no lo creo:
s distinguir entre mi impresin personal y la objetiva, y si las
dos se dan la mano en mi apreciacin sobre Barcelona mejor que
mejor! No es cierto? (918)
Quedmonos con la ltima idea de este pargrafo: s distinguir entre
mi impresin personal y la objetiva, escribe. Est tratando de conjurar
un reproche que se avecina, cercano todava el episodio de Arenys de Mar?
Quiere que se le reconozcan las dotes que se exigen a todo novelista
realista (y no digamos si es naturalista, cosa harto discutible en Pardo
Bazn) (919) en el sentido de poseer la capacidad de discernir entre lo
subjetivo, que ha de evitarse a ultranza, y lo objetivo, faro que ha de
guiar la nave de la ficcin en las procelosas aguas de la creacin? En su
irreductibilidad confa: el arte no es la vida. El narrador, la
protagonista, de Insolacin, no son ella misma. No pueden serlo. En el
caso de Pardo Bazn se confundi a la persona -mujer, entre otras cosascon sus libros. Como seala certeramente Claudio Guilln en un trabajo muy
revelador: no, no sorprende que el conocimiento de las novelas de doa
Emilia haya adolecido de un exceso de [452] biografismo. (920) Y aunque
tratase de escribir a la defensiva, aunque inventase narradores
masculinos, narradores severos y a veces aristocrticamente adustos, o
fluctuantes en su naturaleza, irnicos y distanciados, o pusilnimes e
infantiles que nada tuviesen que ver con ella misma, siempre se haba de
querer escuchar ms la voz del director de orquesta que los sonidos
producidos por los instrumentos que tocaban los msicos o por las
gargantas de los cantantes en su afn de conseguir la belleza. Por qu
ese despropsito? Por qu contina amalgamndose aun hoy a doa Emilia
con sus narradores o con sus protagonistas? Se argir que el de
Insolacin es un caso especial, en el que parece lcito establecer una
correspondencia clara entre la pasin del personaje y la que -se presumese enseore de muchos momentos de la vida de nuestra escritora. No lo
creo. El testimonio epistolar que aduce el profesor Hemingway pudiera
contribuir a asentar -si todava hiciera falta- el principio de la
especificidad ficcional que tanto, y tan injustamente, se le ha
escamoteado a la creacin de Emilia Pardo Bazn.
[455]
polmico compte rendu de Ferdinand Brunetire en La Revue des Deux Mondeso artculos como el de Charles Richet, La douleur, publicado en la
prestigiosa Revue philosophique. (931)
El propio Clarn se interesa por el pensamiento de Schopenhauer al
mismo tiempo que se deslumbra con la obra de Zola, como atestigua el
captulo Cavilaciones de Solos. Durante 1883 y 1884, mientras se anda
gestando La Regenta, ocurren dos sucesos nada irrelevantes para la
voluntad artstica de Alas: Paul Bourget rene diversos textos crticos de
1881 y de 1882 en los Essais de psychologie contemporaine (1883) y en 1884
ve la luz el tomo La joie de vivre, perteneciente al ciclo de Le Rougon
Macquart. Precisamente la novela de Zola es saludada por la crtica
francesa contempornea como la confirmacin de la incidencia de la
filosofa pesimista en su gran retablo novelesco. Jules Lematre sostiene
en la primera serie de Les Contemporains que Les Rougon Macquart es una
epopeya pesimista de la animalidad humana, y refirindose, en concreto, a
la novela recin aparecida escribe (explicando el valor simblico, de
bestia monstruosa y transgresora que tiene el Ocano): En La Joie de
vivre, el ocano, primeramente cmplice de los amores y ambiciones de
Lzaro, despus su enemigo, y cuya victoria acaba por descomponer el dbil
carcter de este discpulo de Schopenhauer. (932) Edouard Rod apunta a
comienzos del 84, que Lzaro es [461] un producto de las ideas pesimistas
tan cual circulan entre nosotros. (933) En el mismo sentido se
manifiestan Huysmans y Guy de Maupassant, quien llega a escribir que
sobre el libro entero planea un pjaro negro con las alas extendidas: la
muerte. (934) Es decir, los naturalistas al completo leen la reciente
obra de Zola en la rbita del pensamiento de Schopenhauer, consolidado
como uno de los grandes mitos del naturalismo.
Clarn, que acaba de empezar a trabajar en La Regenta y que ha
rebajado notablemente el nmero de artculos que produce su fbrica,
escribe a Galds el 8 de abril de 1884: Lea sin falta, si no los ha
ledo, La Joie de vivre y las Cartas de Flaubert. (935) Referencia que
excusa todo comentario sobre el entusiasmo que le acaba de producir la
ltima novela de Zola y del que quiere que participe Galds.
Por otra parte, Paul Bourget, a quien Clarn llama el muy delicado
y profundo Paul Bourget en el primer Folleto literario, Un viaje a Madrid
(1886) (936) y sobre el que escribir un penetrante artculo recogido en
Mezclilla (1889), reflexionaba a finales de 1882 sobre un nuevo mal del
siglo, un nuevo spleen, en estos trminos:
El mal de dudar incluso de la duda, lleva consigo un
squito de imperfecciones, vacilacin de la voluntad, compromisos
sofisticados de la conciencia, diletantismo, inadaptacin, todas las
debilidades que nos toman an ms admirables a los que no han
perdido las grandes virtudes de antao. (937)
Todos estos textos, afines al naturalismo, son bien conocidos por
Alas cuando anda atareado en la escritura de La Regenta, y todos ellos van
a gravitar de modo principalsimo en el sentido y la finalidad de su obra
maestra, al menos, en un grado de influencia parangonable al que su teora
y su crtica ejerce sobre la construccin del discurso narrativo de la
novela.
suscit cre dos campos opuestos de opinin, entre los que la aplaudan y
degustaban y los que la desaprobaban, por tiquis miquis, no slo por el
presunto anticlericalismo, sino tambin de un presunto plagio de Madame
Bovary del que le acusara el periodista L. Bonafoux, comprado por los
canovistas... De aqu que su publicacin diera lugar a una larga polmica,
-a veces encarnizada-, que lleg a polarizar ambos campos.
Tras la publicacin de La Regenta Alas comenz a sufrir altibajos
varios en su salud, mayormente crisis de depresin, caracterizadas por la
falta de confianza en sus propias dotes creativas y tambin, segn una
tradicin que an colea en Oviedo, por creerse abandonado por la suerte en
sus partidas del casino, dado que aunque apenas bigrafo alguno lo ha
recordado, Alas era un redomado ludpata, gastndose en juegos de azar
parte de sus ingresos por colaboraciones literarias. Esta aficin al juego
ya la desvelaron, aunque en distinta reflexin J. Blanchat y J.-F. Botrel,
tras notar que Clarn entabla con su editor un verdadero juego, al
mandarle el texto con omisiones particulares de La Regenta y Su nico
hijo, salvando las carencias al recibir las pruebas y perfeccionando el
texto. Sin embargo hacia los noventa pareci haber superado el bache que
le afect emocional e ideolgicamente. De entonces datan unos pocos
ensayos crticos.
Por otra parte, sabemos que, pese a proyectos novelsticos un tanto
ambiciosos, slo llev a feliz trmino una segunda novela larga: Su nico
hijo (1891), en la que hemos podido detectar diversas reflexiones en clave
y un aprovechamiento de personajes y situaciones de otros relatos. Conoci
desigual acogida, cayendo prcticamente en el olvido hasta su cuidada
reedicin moderna, (1979) obra de la clarinloga Carolyn Richmond.
En la dcada final de su vida, pese a que su prestigio literario ya
declinaba, Clarn segua siendo el dictador literario de Oviedo (Juan
Antonio Cabezas), continuaba escribiendo artculos, muchos de los cuales
han sido recogidos en diversos volmenes. [467] Tambin, y en el campo de
la narrativa de ficcin fue autor de cuentos y novelas breves, bastantes
ms de los que se vienen inventariando. En alguno de esos relatos incluso
llegar a transmitir a sus protagonistas sus propios estados anmicos.
Sabemos, por otra parte de su nica tentativa en el campo teatral: la obra
Teresa que fue un fiasco. Clarn pues, se iba apagando lentamente en su
querido Oviedo, ms, tras serle diagnosticada una tuberculosis intestinal,
-hoy se diagnosticara cncer-, que le llev a la tumba en 1901.
Con su muerte, Clarn conoci un relativo olvido por parte del
pblico lector y la crtica, con excepcin de gentes como Azorn, Ramn
Prez de Ayala, -antiguo alumno suyo en la Universidad de Oviedo- y algn
otro como el poltico Melquiades lvarez al recordar que la vida de Alas
haba sido la natural de un obrero intelectual, trabajando mucho y sin
otra recompensa que la gloria y las estrecheces poco envidiables de una
modesta burguesa. Pronto, el de Leopoldo Alas Clarn se record casi
exclusivamente asociado su novela La Regenta, que la burguesa ovetense
reflejada en la misma nunca olvidara, esperando un desquite. Ese llegara
al estallar la Guerra Civil de (1936-39), en la que el hijo de Clarn, a
la sazn Rector Magnfico de la Universidad de Oviedo, rindi a Vetusta el
tributo de su vida por la presunta afrenta paterna. Y durante aos se
substraera la personalidad de Clarn del conocimiento pblico. No
Bibliografa Bsica
Alarcos Llorach, E., Notas a La Regenta, Archivum 2 (1952), pp.
141-169.
_____, Notas remozadas sobre La Regenta, Argumentos, 63-64 (1984),
pp. 8-15.
Baquero Goyanes, M., Una novela de Clarn: Su nico hijo, Murcia,
1952.
Beser, S., Leopoldo Alas, crtico literario, Madrid, 1968.
Cabezas, J. A., Clarn, el provinciano universal, Madrid, 1936.
Gmez Santos, M., Leopoldo Alas Clarn. Ensayo bio-bibliogrfico,
Oviedo, 1958.
Gramberg, E. J., Fondo y forma del humorismo de Leopoldo Alas
Clarn, Oviedo, 1958.
Lissorgues, Y., El pensamiento filosfico y religioso de Leopoldo
Alas (Clarn). 1875-1901, Madrid, 1996.
Martnez Cachero, J. M., Leopoldo Alas Clarn y Luis Bonafoux
Aramis. Historia de una enemistad literaria, Oviedo, 1991.
_____, Leopoldo Alas Clarn, Cuadernos Ovetenses (Supl. de La Voz
de Asturias), (1995), pp. 145-160.
Posada, A., Leopoldo Alas Clarn, Oviedo, 1946.
Richmond, C. (ed), Su nico hijo, Madrid, 1979.
Ventura Agudez, J., Inspiracin y esttica en La Regenta de
Clarn, Oviedo, 1970.
[471]
Novela e ilustracin: La Regenta leda y vista por Juan Llimona, Francisco
Gmez Soler y dems (1884-1885)
Jean-Franois BOTREL
Universit de Rennes 2
1. Texto e iconotexto
La novela publicada por primera vez en 1884-85 en Barcelona por la
Biblioteca Arte y Letras, titulada La Regenta, fue escrita por Leopoldo
Alas e ilustrada por Juan Llimona (944) y, a partir del captulo XXVI, por
Francisco Gmez Soler (945): el texto discursivo de Leopoldo Alas queda
acompaado desde el principio por un iconotexto -aadido y subordinado(946) de Llimona y Gmez Soler; aunque paralelos, texto y iconotexto son
indisociables por su simultaneidad.
El libro a travs del cual los contemporneos de La Regenta tuvieron
acceso a la novela contiene, pues, unas ventanas abiertas en la
textualidad tipogrfica plana de la pgina (Grivel, 1992) -135 vietas en
total en las 1.009 pginas de los dos tomos-, una lectura grfica visual
asociada e inserta -la realizacin ilustrativa- que se aade a las
imgenes que siempre ilustran un relato durante la lectura -la realizacin
visual mental- [472] y estas imgenes de acompaamiento o prtesis
ilustrativas pudieron orientar la lectura y la interpretacin
contemporneas de la obra. (947)
Como discurso sui generis y original si no totalmente autnomo el
iconotexto tiene una triple funcin: editorial (como elemento de la
puesta en libro ms que como estrategia publicitaria), auctorial (en la
medida en que el artista se esfuerza por traducir fielmente en un plan
visual el proyecto mimtico del texto, incluso de sus efectos simblicos
dibujo est al contacto del motivo del texto que ilustra, precedindole en
la casi totalidad de los casos; en general la frase y la imagen coinciden
en una misma pgina o la frase (el pie) est en la pgina par y la vieta
en la pgina impar, o todo lo ms en la pgina inmediatamente anterior.
(957)
Tan estrecha conexin tipogrfica y cronolgica entre el texto y la
imagen es, a todas luces, fundamental para la lectura: la presencia o
memoria del texto permite una integracin absoluta de la imagen en el
discurso y como el texto icnico no es solamente peritexto sino hipertexto
o metatexto, viene a completar el texto de que es parte integrante, a
interpretarlo, dando la buena interpretacin, explicitando la leccin,
cerrando la obra abierta.
2. 2. La analoga
La subordinacin de Llimona al texto de Clarn es, si no total,
constante y extremada, casi servil, y sus dibujos traducen una lectura
atenta del texto: la voluntad de correspondencia con el texto hace que el
parti-pris sea el de la analoga y mimetismo ms que la interpretacin: lo
prueba la traduccin grfica de frases o la trasposicin de diminutos
detalles del texto con una especie de redundancia debido a un total
mimetismo (denotativo) en casi las dos terceras partes de las vietas (69
en total): as, por ejemplo, el ruido obsesionante del bombo que tanto
molesta a Quintanar queda figurado por... un bombo (II, 402), el apretn
de manos de I, 48 se traduce grficamente por manos apretadas; la frase:
escribi a don Fermn una carta muy dulce, con mano trmula, turbada,
como si cometiera una felona- (II, 54), se representa en II, 55 con la
celosa de un confesonario en el fondo y una mano (de mujer) escribiendo
con pluma, con un tintero, una cuartilla (y una vela), sin poder, por
supuesto, traducir lo de muy dulce o trmula, turbada, etc. Hasta los
movimientos quedan explicitados, como en I, 403 (Salga Vd. -dijo
sealando la puerta) o en II, 82 (cogi el guante con dos dedos
levantndolo hasta los ojos) as como algunas [475] expresiones: los ojos
de Ana que -buscaban el cielo entre las nubes pardas miran hacia arriba
(II, 199). La vieta es, pues, a menudo el trasvase con visualizacin de
detalles u objetos del texto en la imagen, con gran respeto de los
detalles que llega al extremo de poner en la imagen el nmero exacto de
personajes presentes en el texto (II, 267), las denominaciones (The
Times (I, 178), La Cruz Roja (I, 519)), el pauelo del Seor de Pajares
(I, 40), todo lo cual da fe de una lectura atenta del texto que permite a
Llimona, por ejemplo, recoger en el encabezamiento del captulo II (I,
49), un diminuto y anecdtico detalle del captulo I donde el Palomo
acababa de barrer en un rincn las inmundicias de cierto gato (I, 32).
(958)
Pueden darse, por supuesto, alguna que otra infidelidad como la que
consiste en representar de pie a una Ana sentada en el texto (II, 57),
equivocarse de brazo (el izquierdo por el derecho en II, 403), ignorar la
situacin de la colgadura de terciopelo cogida y arrugada por (la) blanca
mano de Fermn (I, 415) o, en II, 227, hacer que en el cuarto en la que
se encierra Petra, est el catre de madera, pero que falte la cartera
colgad(a) de un clavo, cuando cuelga un rosario y aparece una estampa
fijada en la pared.
Iconografa:
Tomo I, p. 57, p. 73, p. 75, p. 174, p. 315, p. 403.
I, 57
I, 73
I, 75
I, 174
I, 403
I, 315
[487]
La visin y el saber en la obra de Galds y Clarn
Lieve BEHIELS
Katholieke Vlaamse Hogeschool, Antwerpen
Teniendo en cuenta la amplitud del tema aludido en el ttulo, al que
se han dedicado incluso tesis doctorales, (979) nos limitaremos a un texto
de cada autor: nuestro anlisis se ceir a la novela El Abuelo de Galds
(1897) y al cuento Cambio de luz de Leopoldo Alas (1893).
La oposicin 'visin' vs. 'ceguera' como la de 'luz' vs. 'oscuridad'
y 'saber' vs. 'ignorancia' es tan antigua como la literatura y el
pensamiento occidental: basta recordar la cueva de Platn (980) y el
Antiguo Testamento, en el que la luz es utilizada como metfora del saber
til y saludable, de la alegra y de la vida. (981) Estos mismos motivos
se encuentran en los msticos, en el barroco (recurdese el poema de
Milton On his Blindness), en el romanticismo alemn y francs, en
Baudelaire y en los simbolistas. El simbolista Maurice Maeterlinck public
dos obras de teatro protagonizadas por ciegos, L'intruse y Les aveugles.
La ceguera adquiri un matiz sociopoltico en el teatro de Buero Vallejo.
Jorge Luis Borges reanud con Milton en el Poema de los dones. El recin
fallecido autor francs Herv Guibert escribi en 1985 una novelita
especialmente cruel titulada Des aveugles. Y Jos Saramago se encuentra en
la lista de los xitos de venta con su Ensayo sobre la ceguera.
Pero lo que nos interesa aqu es el partido que nuestros autores
sacan de esta temtica. Sabido es que Rodrigo de Arista-Potestad, conde de
Albrit, protagonista de El abuelo, no es el primer personaje con problemas
de la vista en la novelstica galdosiana: recordamos a Pablo Peguilas de
Marianela, a Rafael del guila en el ciclo de Torquemada y al mendigo
le meta en el alma con su contacto todos los rayos de sol que no haba de
ver ya en la vida... (ibid.). (991)
Resulta a primera vista mucho ms fcil encontrar en la historia de
la literatura del siglo XIX unos intertextos que apunten hacia Cambio de
luz que hacia El abuelo. En cuanto a la temtica global del ciego
visionario cabe citar esta estrofa de Vctor Hugo, dirigida a un poeta
ciego y que ilustra la trayectoria de Jorge Arial:
Chante! Milton chantait; chante! Homre a
chant.
Le pote des sens perce la triste brume;
L'aveugle voit dans l'ombre un monde de clart.
Quand l'oeil du corps s'teint, l'oeil de l'esprit s'allume. (992)
La visin particular que desarrolla el personaje de Clarn pasa por
la msica y una visin del mundo global, basada en la analoga, lo que no
deja de evocar las filosofas hermticas que frecuentaban los simbolistas.
All es imposible no evocar Les correspondances de Baudelaire donde los
perfumes, los colores y los sonidos se responden. (993) El propio Clarn
haba subrayado la importancia de la msica como fuente de conocimiento
cuando escribi en 1887:
Yo, partidario de Zola en muchas cosas, no le sigo en su
guerra a la msica, y en esto me acerco a Schopenhauer, al cual la
msica le hablaba de un mundo bueno que no haba, pero que deba
haber. (994)
En conclusin podemos decir que aparte de un punto de arranque comn
-un protagonista con la vista deficiente-, la temtica de la visin y el
saber en las dos obras que nos han ocupado se desarrolla de manera
totalmente diferente. En El abuelo la vista y, por [495] extensin
metonmica, el conocimiento de los hechos materiales queda descartado como
instrumento de saber autntico. La luz que reclama el protagonista y que
recibe al final no es una verdad objetiva sino una alegra basada en el
amor comunicado. Frente al amor, el saber intelectual pierde todo inters.
Cambio de luz funciona a base de una serie de oposiciones
interrelacionadas: visin 'por fuera', objetiva, analtica, superficial
vs. visin 'por dentro', subjetiva, global, profunda. Esta segunda visin
que da acceso al saber autntico, no necesita de la vista y rompe las
barreras entre los sentidos. Privilegia la msica pero excluye la
comunicacin verbal. La diferencia se puede explicar no solo por las
convicciones estticas de los dos autores sino sobre todo por la
problemtica escogida -si fuese posible separar estos elementos, claro
est-: El abuelo plantea un problema de relaciones humanas, Cambio de luz
una cuestin metafsica.
[497]
Ernesto Bark, un romntico revolucionario
Dolores THION-SORIANO
Universit de Nantes
Lugar de encuentro de la bohemia, de escritores y artistas, Madrid
acogi a finales del siglo XIX a un curioso personaje procedente de
tierras lejanas. Era un intelectual, un periodista, un nihilista, un
pocos aos antes de que Galds escribiera su relato, tuvo lugar uno de los
hechos ms tristemente clebres de la historia espiritista. El librero
Maurice Lachtre, establecido en esta ciudad, pide a Allan Kardec cierta
cantidad de obras espiritistas para su venta. Los libros atraviesan la
frontera pagando los correspondientes derechos de aduana pero no llegarn
a su destino: el obispo de Barcelona, considerando que esos textos son
perniciosos para la fe catlica, ordena confiscarlos. Cuando Kardec
reclama la devolucin del material, el obispo responde que, siendo tales
libros contrarios a la fe catlica, no puede consentir que perviertan a
otros pases. Y para evitar ese riesgo, el 9 de octubre de 1861 hace
quemar los trescientos libros, revistas y folletos incriminados. El auto
de fe, ejecutado por el verdugo ante una gran asistencia, tuvo lugar en la
misma explanada donde eran ajusticiados los condenados a muerte. Segn
afirma Sausse, este hecho tuvo como principal consecuencia prctica un
inesperado desarrollo del espiritismo en Espaa y el reclutamiento de una
gran cantidad de adherentes. (1077)
Apenas siete aos despus, publica Galds su texto, recogiendo en l
la figura de un Torquemada neocatlico dispuesto tambin a purificar por
el fuego. Si el idealismo o incluso el fanatismo espiritista no
constituan para Galds un ingrediente compatible con la sociedad espaola
moderna, tampoco el neocatolicismo y todo lo que este implicaba podra
entrar en ese conjunto sin desvirtuarlo completamente.
[529]
La Dama de las Camelias en las novelas de Galds
Geoffrey RIBBANS
Brown University
La novela, La Dame aux camlias, por Alejandro Dumas hijo, goz de
enorme popularidad desde su publicacin en 1848, popularidad extendida y
respaldada primero por la adaptacin al teatro (1852) y luego, con ms
vitalidad, por el xito de la pera de Verdi, La traviata (1853), basada
en ella. Galds particip plenamente de este entusiasmo, refirindose con
gran persistencia tanto a la novela como a la versin operstica, si bien
tratando el tema con notable independencia de juicio.
A mi ver se destacan tres aspectos de la obra en los comentarios
galdosianos. El primero y menos importante es la ndole enfermiza, tsica,
de la protagonista, heredada sin duda de la romntica Mim de La Bohme.
El segundo es el carcter metonmico de la camelia, empleada
eufemsticamente para designar el amor ilcito. (1078) Y el tercero, el de
ms bulto, es la manera distintiva de que se trata el tema del amor de una
cortesana. El mismo Dumas, como narrador, se jacta de la actitud
comprensiva que demuestra hacia [530] la mujer extraviada y expresa con
cierta reiteracin su compasin hacia ella. (1079) Rechaza asimismo el
juicio de fcil condena de toda mujer descarriada articulado al principio
por el padre de Armand Duval, al afirmar a su hijo que Il n'y a de
sentiments entirement purs que chez les femmes entirement chastes (p.
215). Esta misma actitud la explica Margurite as a su amante:
Votre pre tait imbu des vieilles thories, qui
veulent que toute courtisane soit un tre sans coeur, sans raison,
une espce de machine prendre de l'or, toujours; prte, comme les
machines de fer, broyer la main qui lui tend quelquechose, et
En seguida Fortunata asocia este criterio con La dama de las camelias, que
conoce porque la haba odo leer, (1084) y reacciona de una manera que
recuerda a Charito en Rosala. (1085)
Recordaba la escena aquella del padre suplicando a
la dama que le quite de la cabeza al chico la tontera de amor que
le degrada, y sinti cierto orgullo de encontrarse en situacin
semejante. Ms por coquetera de virtud que por abnegacin, acept
aquel papel que se le ofreca, y vaya si era bonito! Como no le
costaba trabajo desempearlo por no estar enamorada ni mucho menos,
respondi en tono dulce y grave:
-Yo estoy dispuesta a hacer todo lo que usted me mande. (II,
4, iv. pp. 559-60).
Al ponerse a pensar en las consecuencias prcticas de tal decisin,
sin embargo, Fortunata empieza a cambiar de parecer; como ocurre a menudo,
las cavilaciones que se encuentran en las galeradas son ms extensas y ms
explcitas que las de la versin impresa:
Al or esto, Fortunata vacil. [Ya no le pareca tan
bonito el papel. Porque si ella abandonaba aquel partido, a qu
demonios ira? A la calle otra vez, a andar de mano a mano?] (p.
560). (1086)
En comn con Margurite, lo que Fortunata hubiera sacrificado habra
sido su nica oportunidad de redimirse socialmente y hacerse honrada, pero
la srdida realidad que afronta a una mujer pobre y desamparada contrasta
patentemente con la decisin sentimentalizada, si bien heroica, hecha por
una mujer elegante del demi-monde. Adems, de modo paradjico realiza de
hecho, en su fuero interno, un sacrificio infinitamente mayor al casarse
con Maxi. Otra paradoja es que se le acusa ms tarde de duplicidad, de
buscar un medio ms seguro de liarse con Juanito. Es un modo de pensar ms
tpico de otros personajes -Mauricia, doa Guillermina- que de Fortunata.
[534]
La segunda splica a que se sacrificase procede de doa Guillermina.
La santa y fundadora constituye el caso mximo del culto del sacrificio,
tan caro a los moralistas tradicionalistas que se deleitan en imponerlo
como deber irrevocable de la mujer. (1087) Cul es la mayor de las
virtudes? segn la presunta santa: La abnegacin, la renuncia de la
felicidad. Qu es lo que ms purifica a la criatura? El sacrificio (III,
6, x, p. 232). (1088) Predicando la abnegacin a los dems, se queja de
que Dios no le haya exigido a ella ningn sacrificio:
Yo no he tenido ocasin de tirar por el balcn a la
calle una felicidad, ni una ilusin, ni nada. Yo no he tenido lucha.
Entr en este terreno en que estoy como se pasa de una habitacin a
otra. No ha habido sacrificio, o es tan insignificante, que no
merece se hable de l... yo envidio a los malos, porque envidio la
ha sido una especie de cabeza de hidra que crea un mundo en todas sus
manifestaciones y complejidades. De ah que cada generacin pueda
entresacar del mismo texto lecturas distintas y plausibles. Segn Wolfgang
Kaiser, los personajes se definen a s mismos en su bsqueda de
auto-conocimiento y de comprensin del mundo y si el lector es apto, sabr
seguir la misma senda. La novela, pues, es una simbiosis entre narrador,
personajes y lector, toda ella en busca de captacin y comprensin del
objeto literario como totalidad. La novela parece diferir de la poesa o
del teatro en este proceso. En trminos generales, esta dualidad de sujeto
y objeto, o de mundo y conciencia, produce tres posibilidades: 1. que la
conciencia se imponga al mundo; 2. que renuncie a l; o, 3. que sea una
con l, que armonice con l.
En su anlisis de la novela, Georgy Lukacs sugiere varios esquemas:
1. El idealismo abstracto como en Don Quijote: El individuo lucha por un
ideal y el mundo le apalea. 2. La desilusin romntica como en L'education
sentimentale. El individuo desilusionado se rinde como lo hacen Julien
Sorel, Ana Ozores, o Pedro, en Tiempo de silencio. 3. El Bildungroman como
en Wilhelm Meister. En resumen: 1. ilusin. 2. Desilusin. 3.
Conciliacin. En esta trada de Lukacs no encajan autores como Proust o
Joyce quienes revolucionaron la novela creando personajes que reflexionan
sobre el mundo, y terminan por creer solo en s mismos, en su propia
creatividad. La soledad, la conciencia, la falta de transformacin de uno
y del mundo se convierten as en la materia misma de la novela. Y de ah
se pasa al nouveau roman, y a las diversas modas de novela autobiogrfica.
Al rechazar el mundo, slo queda el individuo, y la novela parece morderse
la cola, y volverse hacia s misma. El en-soi sartriano se ha convertido
[538] en el tema principal de la novela, y sta busca modalidades del cmo
y no del qu; el mundo narrado ya no es objeto sino representacin.
La novela del diecinueve no deja de explorar las posibilidades que
ofrece el lenguaje. La narracin siempre utiliza un filtro, aunque ste no
sea aparente, a veces. La supuestamente tan abusada narracin en tercera
persona no deja de variar esa tcnica con juegos de distancia, cortes,
dilogos, citas intertextuales, y ms. Galds aprendi mejor que ningn
miembro de su generacin estos modos de narrar de Cervantes. Ya para fines
del siglo XIX se producen experimentos narrativos como en Les lauries sont
coups de Eduoard Dujardin, los diversos amontonamientos del yo a
principios del siglo XX, la escritura automtica, y el paso al t con
Michel Butor, Robbe-Grillet, Goytisolo y otros. Cortzar hace explotar la
lectura lineal con otra variante en Rayuela, y William Gass crea obras en
la cual el significado de la palabra es expulsado a favor de la palabra en
s, en su ltima novela, The Tunnel, y en los ensayos de On Being Blue.
Pasando ahora al principio y al final de una obra en todas las
pocas, an los diccionarios antiguos recogen su importancia. Y hoy da,
cuando la crtica presta tanta atencin al discurso, tal anlisis es de
rigor. Me cabe poca duda que los autores al escribir reaccionan ante la
tradicin que les ha precedido. A medida que uno se acerca a nuestro
tiempo, ya no es vlido basarse slo en el estudio de la biblioteca de un
autor, o en sus escritos ensaysticos para saber lo que ha ledo o visto.
Las fuentes de informacin son tan amplias que ya no se puede rastrear a
ciencia cierta el bagaje literario de un autor. Incluso los que hemos
podemos decir de las personas que parecen buenas y no lo son, (1094) -la
intervencin directa del narrador remite explcitamente la lectura de lo
narrado a la luz del conflicto entre la apariencia y la realidad, la buena
y mala fe en la conciencia individual y colectiva, clave final a la vez
iluminadora y mistificadora.
Estoy de acuerdo con Germn Gulln (art. cit, p. 141) en que el
subtexto de una novela lo compone el crtico con cuanto queda sin
expresar, lo tcito, que informa a lo dicho va su consciente exclusin;
tambin con su propuesta (pg. 131) respecto a la lectura de Doa Perfecta
de que la conciencia terica debe ceder el paso a la interpretacin
lograda desde los presupuestos en que fue escrita. Igual con Zahareas,
que dejando lugar para la revelacin de la ideologa del crtico en su
lectura, seala las correspondencias entre la representacin novelesca y
el contexto histrico como claves [548] para explicar los problemas de la
novela. (1095) El anlisis de Doa Perfecta hecho por Zahareas s ilumina
la infraestructura socio-econmica de la novela a la luz de los modernos
estudios del desarrollo, pero su sugestiva interpretacin del sentido de
la novela como el fracaso de una falsa conciencia histrica liberal
vencida por una conciencia histrica conservadora ms lcida parece
basarse en una mala lectura del estado final de la conciencia de Doa
Perfecta, segn l, segura y despreocupada, triunfalista (art. cit., pp.
46-51). (1096)
Zahareas pretende que su lectura de la novela no difiere de la
interpretacin segn la historiografa moderna de los problemas de los
liberales decimonnicos que transformaban los problemas polticos y las
dificultades econmicas en cuestiones morales. Sin embargo, afirma: La
novela insina que no hay necesidad tanto de cambios morales o religiosos
como de reformas sociales, polticas y econmicas (p. 46. La traduccin
es ma). Discrepo del enfoque de Zahareas: en el contexto histrico el
novelista liberal inevitablemente enfocaba el conflicto de ideologas en
trminos de las relaciones en la superestructura (trmino marxista nunca
utilizado por Galds) entre la poltica, la ley, la tica y la religin,
incluso el arte. En una sociedad en la transicin de una comunidad sagrada
a una comunidad secular la cuestin candente era la relacin entre la
Iglesia y el Estado; la reforma (o la estasis) poltica, econmica y
social dependa de la resolucin de la cuestin religiosa. Aunque Galds
empieza la narracin enfocando la infraestructura econmica (la propiedad)
y termina revelando los factores socio-econmicos que motivan la
(in)accin (in)moral de Mara Remedios y Don Inocencio, en el caso de Doa
Perfecta es una cuestin de autoridad moral con respecto a la salvacin
eterna de su hija. La bsqueda del quid del asunto implica un viaje al
corazn de Espaa donde hay que efectuar un cambio de sentimiento y de
idea en la esfera moral y religiosa -en relacin con el mundo fuera del
libro, por medio de la conciencia avivada del lector.
Me pongo de parte de los crticos (Cardona, Montesinos, Aparici,
Cueto et al) (1097) que privilegian la dimensin religiosa del texto de
Galds en el contexto contemporneo del [549] debate en torno a la
Constitucin de 1876 y el clebre Artculo XI sobre la libertad de
conciencia y del culto en privado, artculo que necesitaba doce sesiones
en el Parlamento para resolver y que daba tanto disgusto a los catlicos.
en detrimento del otro, sin el trasfondo del hervidero urbano sobre el que
se proyectan las vidas particulares, careceran estas de un relieve
determinado en buena parte por el escenario y su detallada averiguacin.
En estas notas, a la manera de imprescindible recurrencia, dicho rasgo es
el que importa advertir. Y no slo por la proyeccin reiterada de la
ciudad en el texto, sino tambin a partir de la compulsacin minuciosa del
latido urbano en los personajes. Hacia el fin de la tercera parte, su
estupenda figuracin en Fortunata, mientras va cristalizando la pcara
idea, determina precisamente lo excepcional de la escena. Pues en el
patente atasco externo de carruajes, tuberas y chirimbolos diversos, en
medio de la algaraba explosiva del paisanaje, se imbrica el discurrir no
menos atascado de la protagonista. Madrid es, por cierto, su espacio
envolvente; pero Madrid es una instancia que, desde los personajes, vive
realmente por ellos y al propio tiempo les confiere un relieve del que,
sin la ciudad, careceran. (1110) Entre los grandes ejemplos del realismo
espaol, Fortunata y Jacinta recorre [559] un tan complejo espectro que
supone, como reiteran G. Ribbans, R. Gulln y Gilman, una de las obras
maestras de la novela realista europea. Pero dicho rango, su complejidad y
las ambigedades que la hacen tan sugestiva como enigmtica y aun
contradictoria (dgase de la novela o de la protagonista), es inseparable
del trasfondo urbano. Su ejemplaridad creativa radica ah, precisamente,
en la configuracin de un mundo novelesco donde personajes, intrigas y
sublimaciones hacen patente la aceleracin de la vida mental que la
existencia en las grandes ciudades comporta. (1111)
Por supuesto, la indagacin topogrfica de un Madrid ilustrativo del
itinerario de los personajes, ms all del plano descriptivo de implcita
proyeccin reflexiva, no es en absoluto una caracterstica de menor
cuanta. Ni lo es el seguimiento explcito de cambios de domicilio y apao
de influencias, solidario de la correlacin entre las distintas capas
sociales y, respectivamente, de la ubicacin de sus domicilios en el
entramado urbano. (1112)
La topografa urbana, con la novela, designa un entramado sociolgico
sutilmente ilustrativo de vidas e intereses, aunque en Galds se
manifieste con un diseo menos riguroso que el paradigmtico de Flaubert
en L'Education sentimentale, segn ha estudiado de manera admirable Pierre
Bourdieu. (1113) La clase media sube y mantiene a raya cualquier conato,
no ya de protesta, sino de mera espontaneidad expresiva. La expresin del
pueblo se revela a travs del crculo inmediato envolvente de Fortunata,
de los exabruptos y alucinaciones de Mauricia, y de secuencias puntuales
como la elocuente y ya aludida a la que se encaminan estas lneas (Parte
III, cap. VII, iv.) El pueblo -en tales figuras- oscila entre el
sonambulismo y la imprecacin -esos sofocos sacudidos de violencias
repentinas de Fortunata- y, en cualquier caso, si llega el momento, slo
la gestualidad llegar a dar [560] cuenta cumplida de lo que realmente es.
O de aquello por lo que cuenta: su valor como amenaza ms o menos
latente. Ricardo Gulln ha trazado con lucidez un panorama preciso del
punto en torno al cual gira la feria de solicitudes; y del mundillo
satlite en tomo al panal concreto:
La casa de Sta. Cruz, en la calle de Pontejos, es el
centro de la novela: all convergen tipos procedentes de distintos
Bibliografa citada
Babcock, B., The Reversible World: Symbolic Inversion in Art and
Society, Ithaca, Cornell University Press, 1978.
Bakhtin, M. M., The Dialogic Imagination, ed. M. Holquist, Austin,
University of Texas Press, 1987.
Bataille, G., Death and Sensuality, New York, Walker & Co., 1992.
Foucault, M., Language, Counter-Memory, Practice, Ithaca, NY, Cornell
University Press, 1977.
Gregg, J., Maurice Blanchot and the Literature of Transgression,
Princeton, Princeton University Press, 1994.
Prez Galds, B., La familia de Len Roch, Madrid, Alianza, 1972.
Stallybrass, P., and White, A., The Politics and Poetics of
Transgression, London, Methuen, 1986.
_____________________________________
Facilitado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
2006 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
Si se advierte algn tipo de error, o desea realizar alguna sugerencia le solicitamos visite
el siguiente enlace. www.biblioteca.org.ar/comentario