Historia y Textos de La Literatura Espanola II PDF
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Historia y textos
de la
Literatura Española
o
OTRAS PUBLICACIONES
DEL AUTOR
DON JÜAN MANU El,, Libro Infinido
e d i c , critica. Zaragoza, J938.
(Agotada.)
Gramática histórica, en colabora-
ción con el profesor RAFAEL
GASTON, t a r a g o z a , 1938. (Ago-
tada.)
COPE DE VKGA, Poesía lírica, edi-
ción, prólogo y notas. Zarago-
za, 1939. (Clásicos EBRO.)
GONGORA, Poesía, s e l e c , prólogo
y notas. Zaragoza, 1940. {Clá-
sico EBRO.)
FERNÁN PEREZ DE GUZMAN, Gene-
raciones y semblanzas. HER-
NANDO DE PULGAR, Claros varo-
nes de Castilla, selección, pró-
logo y notas. Zaragoza, 1940.
Clásicos EBRO.)
Poesía romántica, Antología. Za-
ragoza, 1940. (Clásicos EBRO.)
GARCiwso DK LA VEGA, Poesía, se-
lección, prólogo y notas. Zara-
goza, 1941. (Clásicos EBRO.)
LOPE DE VEGA, El caballero de Oh
me do, edición, prólogo y notas
Zaragoza, 1941. (Agotada.) (Clá-
sicos EBRO.)
JUAN DE MENA, El laberinto de
Fortuna o Las trescientas, edi-
ción, prólogo y notas. Ma-
drid, 1943. (Clásicos castellanos,
E s p a s a Calpe.)
Los pájaros en la poesía españo-
la. Editorial HISPÁNICA. Madrid.
Las flores en la poesía española.
Editorial HISPÁNICA, Madrid.
LOPE DE VEGA, Peribáñez y el Co-
mendador de Ocaña. Editorial
EBRO.
Un nuevo códice gongorino, Re-
vista CASTILLA. Valladolid.
El mar en la poesía española.
Editorial HISPÁNICA. Madrid.
Cancionero de 1628, ed. de la R F E
F. DE HERRERA, Rima S inéditas,
Anejo de la R. F . E., Madrid,
1948.
La poesía de Jorge Guillén, en
colaboración con R. Gullón.
Zaragoza, 1949.
EN PRENSA
Poetas aragoneses del siglo XVli.
Biblioteca de Escritores Ara-
goneses (Zaragoza).
JOSÉ MANUEL BLECUA
Catedrático del Instituto «Goya» de Zaragoza
Historia y textos
de la
Literatura Española
il
AULA
L I B R E R Í A G E N E R A L
ZARAGOZA
1951
ES PROPIEDAD DEL AUTOR
Copyright, by
JOSÉ MANUEL BLECUA
ZARAGOZA, 1951
I N D I C E
Pâgs.
EL SIGLO XVIII
LA PEOSA
de los mesones». Admiró mucho a Quevedo, a q'uien imita más de una vez,
en verso o en prosa. Su mejor obra es la narración de su misma vida,
publicada con el título de Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aven-
turas del Doctor D. Diego de Torres Vülarroel..., que se entronca con las
narraciones de la novela picaresca.
tus rayos, respiras, suspiras y pías por la pira de tus incendios?... ¿Adon-
de, regia generosa garzota, rizado penacho de plumas en el peinado aire
de la esfera, pavón de vistosas matizadas alas, que alimentándote de la
incorruptible sustancia del cedro en la frondosidad del más bien cuajado
Líbano, anidas en el Líbano del más incorruptible cedro?»
PADRE FEIJOO
tiliano, que la voz guràus, que significa hombre rudo o de corta capaci-
dad, fué trasladada de España a Roma : «Et gurdus, quos pro stolidis
accipiti vulgus, ex Hispània traxise originem audivi».
Pero cuando el idioma nativo tiene voces propias, ¿para qué se hau
de substituir por ellas las del ajeno? Ridículo pensamiento el de aquellos
que, como notaba Cicerón en un amigo suyo^ con voces inusitadas juzgan
lograr opinión de discretos : «Qui recte putebat loqui esse inusitate loqui».
Ponen por medio el no ser entendidos, para ser reputados por entendidos.
Cuando el huirse con voces extrañas de la inteligencia de los oyentes, en
vez de avecindarse en la cultura es, en dictamen de San Pablo, hospedarse
en la barbarie : «Si nesciero virtutem vocis, ero ei, cui loquor, barbarus ;
et loquitur mihi barbarus».
A infinitos españoles oigo usar de la voz remarcable, diciendo: «Es
un suceso remarcable, una cosa remarcable». Esta voz francesa no significa
más ni menos que la castellana notable ; así como la voz remarque, de
donde viene remarcable, no significa más ni menos que la voz castellana
nota, de donde viene notable. Teniendo, pues, la voz castellana la misma
significación que la francesa, y siendo por otra parte más breve y de
pronunciación menos áspera ¿no es extravagancia usar la extranjera,
dejando la propia? L,o mismo puedo decir de muchas voces, que cada día
nos traen de nuevo las Gacetas.
[Textos según la edic. de J. M. Alda-Tesan
en Clásicos Ebro, Zaragoza, 1945,]
VIDA
IGNACIO DE LUZAN
LA POÉTICA
Enseña, pues, Aristóteles que la fábula lia de ser una, así comió en las
demás artes imitadoras, cuya imitación es una y de una sola cosa. Dejemos
a los comentadores de Aristóteles la fatiga de examinar esta razón del
Maestro, y procuremos nosotros dilucidar su precepto'. Ya en el libro
segundo de esta obra queda dicho y probado que uno de los requisitos
de la belleza, o en general o en particular de la Poesía, es la unidad, o
por mejor decir, la variedad reducida a la unidad. Siendo, pues-, necesaria
a la poesía la belleza, para que sea deleitable, y el deleite para que sea
útil, es claro que si el poeta quiere hacer bellos sus poemas, para que
por consiguiente sean deleitables y útiles, habrá de darles esta variedad
reducida a la unidad, y cuanto se desviare de la unidad en sus versos,
tanto les quitará de belleza y perfección, y tanto irá más lejos de con-
seguir el fin que debe proponerse u n buen poeta. Lógrase esta unidad
en los poemas épicos o dramáticos con la unidad de la acción en ellos
representada, la cual unidad consiste en ser u n a la fábula, o sea el argu-
mento, compuesto de varias partes, dirigidas todas a un mismo fin, y a
una misma conclusión. De manera que todas las dichas partes, o las
varias acciones que componen el todo de la fábula han de sei1 (según
Aristóteles) tan esenciales, tan coherentes y eslabonadas unas de otras,
que quitada cualquiera de ellas, quede imperfecta y mutilada la fábula.
Todas las acciones esenciales de un poema, o de una tragedia o comedia
han de ir a parar y unirse en el fin y conclusión de la fábula, como los
semidiámetros de un círculo se juntan todos en su centro : de esta manera
tendrá la fábula la más agradable regularidad, como entre las figuras
geométricas el círculo...
No es menos necesaria a la fábula la unidad de tiempo que la de acción.
Unidad de tiempo, según yo entiendo, quiere decir que el espacio de
tiempo que se supone y se dice haber durado la acción, sea uno mismo
e igual con el espacio de tiempo que dura la representación de la fábula
en el teatro. Esta correspondencia e igualdad de un espacio con otro cons-
tituye la unidad de tiempo. La razón sobre la cual se funda esta unidad
es evidente a mi parecer, y nace de la verisimilitud y naturaleza misma
de las cosas. Siendo la dramática representación u n a imitación y una
pintura (mejor cuanto más exacta) de las acciones de los hombres, de
sus costumbres, de sus movimientos, de su habla y de todo lo demás, es
mucha razón que también el tiempo de la representación imite al vivo
el tiempo de la fábula, y que estos dos períodos de tiempo, de los cuales
uno es original, otro es copia, se semejan lo más que se pueda. Como,
pues, la representación no dura más que tres horas o cuatro, será preciso
que el tiempo que se supone durar el hecho representado, no pase de este
espacio, o, si le excede, sea de poco. De esta manera podrá llamarse con
razón unidad esta igualdad y semejanza de períodos, y este convenir que
hacen en una medida común de tiempo la fábula y la representación de
ella : de otra manera no veo cómo pueda llamarse unidad...
Pasemos ahora a la unidad de lugar, p u n t o difícil y escabroso, no
menos que los antecedentes. E n Aristóteles no hay precepto expreso
sobre esta unidad, pero se puede sacar por ilación de su doctrina, y quizá
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 17
Q
Ï8 JOSÉ MANUEL BLECUA.
LA P R O S A
(Continuación)
rida, a quien se le tuvo que prohibir por decreto que publicase nada sin
autorización real. Forner representaba la reacción mas genuina frente al
elemento extranjero, y a él se debe ese discurso tan apasionado, Oración
apologética por la España y su mérito literario, que es la más bella defen-
sa do nuestra cultura. Sin embargo, su obra mejor no es ésta, sino la
titulada Exequias de la lengua castellana, escrita en prosa y verso. Analí-
zanse en ella, bajo una ficción que se entronca con la República Lite-
raria, el desarrollo y proceso de nuestra historia literaria. Escrita en estilo
castizo y vivo, formula juicios muy acertados y sensatos acerca de nues-
tros clásicos.
manca, se inicia la poesía filosófica del siglo xviii, aunque es más inte-
resante la de Fabio a Anfriso, de carácter prerromántico. También cultivó
el teatro, aunque sin mucho acierto, como en El delincuente honrado,
comedia larmoyante —lacrimosa—, y en la tragedia El Pelayo.
FOHNER
C A D A L S O
CARTAS MARRUECAS
Carta XLIX
De Gazel a Ben-Beley
CARTA L
J O V E L L A N O S
[Fragmento]
IRIARTE
Los dos loros y la cotarra
SAMANIEGO
El cuervo y el zorro
DONA ELVIRA
Romance i,°
(Continuación)
CIENFUEGOS
ALBERTO LISTA
El grande y el pequeño,
iguales son lo* que les dura el sueño.
no turbe su contento;
que es perpetua delicia su existencia,
y un siglo de placer cada momento.
2$ Para ellos nace el orbe colorando
la sonrosada aurora,
y el ave sus amores va cantando,
y la copa de Abril derrama Flora.
Para ellos tiende su brillante velo
30 la noche sosegada,
y de trémula luz esmalta el cielo,
y da al amor ]a sombra deseada.
Si el tiempo del placer para el dichoso
huye en veloz carrera,
35 une con breve y rápido reposo
las dichas que h a gozado a las que espera.
Mas ¡ ay ! a u n alma de dolor guarida,
desciende ya propicio;
cuanto me quites de la odiosa vida,
40 me quitarás de mi inmortal suplicio.
¿ De qué me sirve el súbito alborozo
que a la aurora resuena,
si al despertar el mundo para el gozo,
sólo despierto yo para la pena?
45 ¿De qué el ave canora, o la verdura
del prado que florece,
si mis ojos no miran, su hermosura,
y el universo para mí enmudece?
El ámbar de la vega, el blando ruido
50 con que el raudal se lanza,
¿ qué son ¡ ay ! para el triste que h a perdido,
último bien del hombre, la esperanza?
Girará en vano, cuando el sol se ausente,
la esfera luminosa ;
55 en vano de almas tiernas confidente,
los campos bañará la luna hermosa.
Esa blanda tristeza que derrama
a u n pecho enamorado,
si su tranquila amortiguada llama
60 resbala por las faldas del collado,
no es para un corazón de quien ha huído
la ilusión lisonjera,
cuando pidió, del desengaño herido,
su triste antorcha a la razón severa.
65 Corta el hilo a mi acerva desventura,
oh, tú, sueño piadoso,
que aquellas horas que t u imperio dura,
se iguala el infeliz con el dichoso.
HiSTORlÀ Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 49
QUINTANA
GALLEGO
SONETO
Cargado de mortal melancolía,
de angustia el pecho y de memorias lleno,
otra vez torno a vuestro dulce seno,
campos alegres de la patria mía.
5 ¡ Cuan otros, ¡ ay !, os vio mi fantasía
cuando de pena y de temor ajeno,
en mí fijaba su mirar sereno
la infiel hermosa que me amaba un día !
Tú, que en tiempo mejor fuiste testigo
10 de mi ventura al rayo de la aurora,
sélo de mi dolor, césped amigo ;
pues si en mi corazón que sangre llora,
esperanzas y amor llevé conmigo,
desengaños y amor te traigo ahora.
Al sonante bramido
del piélago feroz que el viento ensaña
lanzando atrás del Turia la corriente;
en medio al denegrido
cerco de nubes que de Sirio empaña
cual velo funeral la roja frente;
JOSÉ MANUEL BLECUA
EL TEATRO
RAMON DE LA CRUZ
TEMERARIA GORITO
¡ Cachaza ! A ti.
¡Si hay mil modos de reñir
sin alborotar las casas, TEMERARIA
ni la calle ; y de cortar Pues está ajustada
la amistad más apretada la cuenta si quieres.
entre dos, cuando la pega
uno de ellos o se cansa ! GORITO
GORITO
¿ Cómo ?
¿Te has cansado tú? TEMERARIA
GORITO GORITO
Jeroma, Pues hasta después, chuscota.
ni el mesmo sol que bajara
en figura de mujer TEMERARIA
y supongo la encontraba Adiós, resalado.
en la calle, en la canal, (Sale D O N DIMAS de la casa.)
o en vesita en u n a casa ;
a donde t ú te presentas, DON DIMAS
pongamos la comparanza, Aguarda :
¡ para mí !, ¡ corcho : ni esto ! ; ¡ Gregorillo ! ¡ Gregorillo !
pero déjame que salga
del día. Esta noche tiene GORITO
mi maestra convidadas Señor don Dimas, ¿ qué manda
gentes de forma a jopeo, su merced?
porque es día de su santa ;
corro con todo... DON DIMAS
¿ E s cosa hiya
TEMERARIA esa moza ? (Por la TEMERARIA.)
No más : GORITO
pues adonde corres, para,
En confianza,
y agur. (Apártase.)
haga usted cuenta que no,
y que sí.
GO RITO
DON DIMAS
Si quieres venir... (La sigue.)
¿ E s cosa t u y a
TEMERARIA una querella contra ella,
y la de enfrente ?
Aunque no estoy convidada,
puede. (Siéntase y pregona.) GORITO
Calientes y gordas. ¡ Caramba !
GORITO
¿Por qué?
DON DIMAS
Voy a lo que te he dicho.
Por escandalosas :
TEMERARIA y es m u y posible que vayan,
Anda, si no abandonan los puestos,
y cumple con tu maestra. al Hospicio a cardar lana.
GORITO
GORITO
Eso no es malo.
¿Pero quedas enojada?
¿La verdá? D O N DIMAS
Prevenía;
TEMERARIA
mientras yo a estotra muchacha
¿No me conoces (A PINTOSIIXA.)
el regocijo en la cara? apercibo en caridad. (Apártame.)
6
66 JOSÉ MANUEL BLEOJA.
TEMERARIA PINTOSILLA
DON DIMAS
¿Qué caballero, n i qué haca?
i Si ha dos años que era mozo
Dios guarde a usted: (^4 PINTOSILLA) del Peso, pasó a la Aduana,
se metió luego a tratante
PINTOSILLA de cuanto viene a la plaza
A usté también. por mayor, compra barato,
y en perjuicio de la causa
DON DIMAS común, después lo revende
Escúchame dos palabras. por un ojo de la cara!
El señor don Sisebuto DON DIMAS
que vive en aquella casa...
¡ Calla, mala lengua !
PINTOSILLA
PINTOSILLA
¿El señor de poco acá?
¿Qué
Adelante : ¿ qué embajada
tiene mi lengua de mala?
me trae usted de su parte?
¿ H a visto usté otras más limpias,,
DON DIMAS
más resueltas, ni más claras?
PINTOSILLA
¿Por qué?
Yo sé m á s . DON DIMAS
Por muchos motivos.
DON DIMAS
Porque cada instante arman
¿Pues, qué sabe usté? peloteras entre sí,
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 67
P1NTOSIL14 PlNTOSILIíA
MOJIGANGA TEMERARIA
MO RATIN
EL SI DE LAS NINAS
ACTO TERCERO
ESCENA X
ESCENA XII
ESCENA XIII
que ya sabe lo que han hecho. Ayala no ha escrito nada lírico ; a lo menos
no tengo noticia.
Resulta, pues, que antes de la mitad del siglo xvn acabó el buen
gusto en materia poética, y que no ha empezado a restablecerse hasta
muy pocos años hace. Los autores de que usted me habla, todos son
«quivoquistas, chocarreros, Itabernaräös, de cascabel y tamboril. Nada
hallará usted de lo que busca en ellos. Torres, Gerardo Lobo, Manijan,
Cernadas, Benegasi, y los demás citados, tuvieron grande aplauso en su
tiempo ; pero ya están confinados a las barberías, y de allí no salen.
Soy, pues, de opinión que concluya usted su colección con Lope de
Vega, puesto que no quiere valerse de los muy modernos, poi las razo-
nes que me da, y que, en mi concepto, son muy poderosas.
En Madrid siguen las guerrillas literarias con un encarnizamiento las-
timoso ; se tratan como verduleras, se escriben prosas y versos ponzo-
ñosos, se ridiculizan unos a otros, se zahieren y se calumnian, en térmi-
nos que nada falta para llegar a los puños y concluirse las cuestiones de
crítica y buen gusto con una tollina general. Ni sé lo que puede ganar
en esto la instrucción pública, ni alcanzo cómo es posible que los que
hacen profesión de literatos se olviden tanto de lo que enseñan la buena
educación y la cortesía.
Nuestro buen Llaguno, que respira concordia y paz, quisiera hacer-
los amigos a todos, y persuadirlos a que, estimándose reciprocamente,
ocuparan la atención del público de otra manera, dedicándose cada uno
de ellos, según su genio y su humor, a escribir obras que adelantasen algo
nuestros conocimientos e inspirasen a la juventud el amor al estudio ;
pero se fatiga en vano. Jovellanos le acompaña en los mismos honrados
deseos, y yo tengo para mí que si uno y otro lograsen juntar un día a
los tales iracundos sabios para que merendasen y brindaran y se pro-
metiesen eterna amistad, la merienda se acabaría como la turbulenta cena
de los lapitas y centauros.
Dé usted mis memorias a doña Isabel y a doña Sabina ; y cuando
escriba usted a Bernascone, dígale que le deseo mucha salud, y que
nunca me olvidaré del mejor amigo de mi padre...
EL ROMANTICISMO
EL ROMANTICISMO EN ESPAÑA
REVOLUCIÓN LITERARIA
a J
(r835 S4o)
KL ROMANTICISMO
mente que el nombre del autor era el poco eufónico y castizo de Juan
Eugenio Hartzenbusch, nombre glorioso, que desde aquel día suena en
nuestros oídos como uno de los más preclaros de la patria literatura.
He dicho que le conocía de antemano, y así es la verdad, y no puedo
rehusarme el placer de estampar aquí la ocasión que lo motivó. liste mo-
destísimo ingenio, hijo, como es sabido, de un ebanista alemán, seguía
el oficio de su padre, trabajando a la sazón, como él mismo se envanece
repitiéndolo, en los bancos o escaños del futuro Senado; pero su irresis-
tible vocación le conducía en distinto rumbo hacia el estudio y cultivo
de las letras. Habíase ensayado privadamente en ellas desde muy niño,
y entre los varios trabajos que emprendiera, fué uno la refundición de
cierta comedia desatinada de N. Laviano (autor de últimos del siglo pasa-
do), que se titulaba La Conquista de Madrid, y que estaba basada en el
milagro, atribuido a la Virgen de Atocha, resucitando a las hijas de Gra-
d a n Ramírez. Esta desdichada comedia pareció al público, como era de
esperar, detestable, y fué silbada despiadadamente ; y yof en mi calidad
de crítico teatral, inserté en la. Revista Española un artículo también
despiadado, que dio en manos del mismo autor de la refundición, el cual,
atribulado, se me presentó al siguiente día, y queriéndole yo desenojar
con mis corteses excusas, me contestó : «No, señor, no ; ía comedia es
abominable, y su refundición todavía peor ; pero como me sería sensible
que usted rne juzgase por este desdichado trabajo, le traigo aquí algu-
nas composiciones poéticas mías y que quisiera que usted tuviese la
bondad de leer.» Con esto y con dejarme sobre la mesa un envoltorio de
manuscritos, diciendo que volvería a recogerlos, se marchó, dejándome
en la persuasión de que los tales versos podrían ser primos hermanos de
la comedia ; pero ¡ cuál no sería mi sorpresa al hallarme con una mul-
titud, un verdadero ramillete de flores poéticas, en que se revelaba un
exquisito gusto literario, y entre ellas algunos parlamentos o escenas
del ideado drama Los Amantes de Teruel ! «¿Y es posible (dije al atri-
bulado joven cuando volvió a visitarme) que hombre que sabe hacer
esto se ocupe en trabajos baladres y sin gloria, tales como la refundición
de malas comedias? Usted, amigo mío, puede marchar sin andadores, y
aun desplegar poderosas alas hasta encumbrarse a las alturas del Par-
naso.» Y el -público, en aquella noche del mes de enero de 1837, me dio
la razón. Por mi parte, después de felicitar cordialmente al modestísimo
y eminente autor, me apresuré a hacer en la Junta Directiva del Ateneo,
del que era vocal, una proposición que firmaron conmigo todos los com-
pañeros y aun todos los socios del Ateneo, declarando la simpatía y
entusiasmo con que la corporación acogía o llamaba a su seno al lau-
reado poeta con el título de socio honorífico, y yo mismo hice a la noche
siguiente su presentación a la Sociedad. No podía hacer menos por el
que después llegó a ser mi cordial amigo y compañero, y hoy aún, vivien-
tes ambos, aparecemos como dos fúnebres cipreses en el cementerio de
nuestra ya añeja literatura contemporánea.
Otra aparición de un nuevo astro luminoso en el cielo de nuestra
poesía —en cuyo campo parecía como que brotaban por encanto nuevas
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 81
y olorosas flores— tuvo efecto pocos días después del triunfo de Hartzen-
busch, si bien aquélla fuera motivada en una ocasión lamentable. El día
13 de febrero de 1837 me hacía una de sus frecuentes visitas don Mariano
José de Larra, el ingenioso Fígaro, que siempre m e manifestó decidida
inclinación, y en ésta, como en todas nuestras entrevistas, giró la con-
versación sobre materias literarias, sobre nuestros propios escritos, sin
celos ni emulación de ninguna especie, si bien asomando siempre en las
palabras de Larra aquel escepticismo que le dominaba, y en sus labios
aquella sarcàstica sonrisa que nunca pudb echar de sí, y que yo procuraba
en vano combatir con mis bromas festivas y mi halagüeña persuasiva :
aquel día, empero, le hallé más templado que de cosumbre, y animado,
además, hablándome del proyecto de u n drama que tenía y a bosquejado,
en que quería presentar en la escena al inmortal Que vedo, y hasta me
invitó a su colaboración, que yo rehusé por mi poco inclinación a los
trabajos colectivos ; pero en ninguna de sus palabras pude vislumbrar
la más leve preocupación extraña, y hubiérale instado, como en otros
días, a quedarse a almorzar conmigo, si ya no lo hubiera hecho, por ser
pasada la hora.
¡ Cuál no sería mi asombro a la mañana siguiente, al presentárseme
don Manuel Delgado (el famoso editor que hizo su fortuna a costa de
todos los ingenios de aquella época), diciéndome que la noche anterior,
es decir, la del mismo día 13, en que había estado en m i casa, se había
suicidado Larra en su propia habitación, calle de Santa Clara, n ú m . 3,
y que él (Delgado) y otros amigos se habían encargado de tributarle los
fúnebres honores, para lo cual allegaban en el acto por suscripción los
fondos necesarios ! Contribuí, pues, inmediatamente, y en la misma tarde
del 14 estábamos reunidos todos los amantes de las letras, o por mejor
decir, toda la juventud madrileña, en la parroquia de Santiago, ante el
sangriento cadáver del malogrado Fígaro ; colocado que fué en un carro
fúnebre, sobre el que se ostentaban cien coronas en torno de sus preciados
escritos, seguimos todos a pie, enlutados y llenos de sincero dolor, tri-
butando de este modo el primer homenaje público, acaso desde Lope de
Vega, rendido entre nosotros al ingenio. Y llegados que fuimos al cam-
posanto de la puerta de Fuencarral, y antes de introducir el ataúd en
su modesto nicho, don Mariano Roca de Togores (actual Marqués de
Molins) pronunció algunas sentidas frases en loor del desdichado suicida ;
adelantóse luego con tímido continente un joven, un niño aún, pálido,
macilento, de breve persona y melancólica voz ; pidió permiso para leer
una composición, y obtenido, hízolo de un modo solemne, patético, en
aquellos versos que empiezan:
6
82 JOSÉ MANUEL BLECUA,
LA PROSA EN EL ROMANTICISMO
L A CAIAE D E T O L E D O
Pocos días ha tuve que salir a recibir a un pariente que vino a Madrid
desde Mayrena reino de Sevilla), con el objeto de examinarse de escriba-
no. Las diez eran de la mañana cuando me encaminé a la gran puente que
presta paso y comunicación al camino real de Andalucía, y ayudado de
mi catalejo, tendía la vista por la dilatada superficie, para ver si divi-
saba, no la rápida diligencia, no el brioso alazán, sino la compasada
galera en que debía venir el cuasi-escribano.
Poco rato se me hizo aguardar para dejarse ver de los Angeles acá
(tari nantes in gurgite vasto), y mucho más hube de esperar para que
llegase adonde yo estaba. Verificólo el fin ; vióme mi primo ; saltó del
incómodo camaranchón, y piam piam, enderezamos hacia la gran villa,
ya acortando el paso para que pudieran seguirnos las siete muías que
arrastraban la galera, ya procurando conservar la distancia conveniente
para no ser interrumpidos en nuestra sabrosa plática por la monótona
armonía de los cencerros y campanillas de las bestias, de los jaleos y
rondeñas de los zagales.
—Y bien, primo mío, ¿qué te parece del aspecto de Madrid?
—Que ze pué desir del lo que de Parmira, que ez la perla del de-
zierto; y oyez, y tuvieron rasón zus fundadores en zituarle sobre alturas,
porque zi no, con este río, adonde vamo-a-paral...
—Ya te entiendo; pero, en cambio, tienes aquí éste, que si no es un
gran puente, por lo menos es un puente grande.
—Zin duda ; y aun por ezo he leído yo en libraco viejo unas copliyaz
.que dis en...
Fuérame yo por la puente
que lo es sin encantamiento,
en diciembre, de Madrid,
y en verano, de Ríoseco ;
la que, haciéndose ojos toda
por ver su amante pigmeo,
se queja del porque, ingrato,
le da ,con arena en ellos ;
la que...
—¿Acabarás con tu pintura?
—Rasón tienez; punto y coma y a otra coza que ze hase tarde y habre-
moz de detenernoz en la puerta.
Y, en efecto, fué así, porque llegando a ésta, y mientras se verificaba
la operación del registro se pasó media hora, en la cual no estuvieron ocio-
sos nuestros ojos ni nuestras lenguas.
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 87
LARRA
E L CASTELLANO VIEJO
—No es posible.
—No h a y remedio.
—No puedo —insisto, ya temblando.
—¿ No puedes ?
—Gracias.
—¿Gracias? Vete a paseo. Amigo, como no soy el duque de F..., ni
el conde de P...
¿Quién se resiste a una [alevosa] sorpresa de esta especie? ¿Quién
quiere parecer vano?
—No es eso, sino que...
—Pues si no es eso — m e interrumpe—, te espero a las dos : en casa
se come a la española : temprano. Tengo mucha gente ; tendremos el
famoso X , que nos improvisará de lo lindo ; T, nos cantará de sobremesa
una rondeña con su gracia natural; y por la noche, J cantara y tocará al-
g u n a cosilla.
E s t o me consoló algún tanto, y fué preciso ceder.
•—Un día malo —dije para mí— cualquiera lo pasa. E n este mundo
para conservar amigos es preciso tener el valor de aguantar sus obsequios.
—No faltarás, si no quieres que riñamos.
—No faltaré—dije con voz examine y ánimo decaído, como el zorro
que se revuelve inúltimente dentro de la trampa donde se ha dejado coger.
—Pues hasta mañana, m i Bachiller —y me dio u n torniscón por des-
pedida.
Vile marchar como el labrador ve alejarse la nube de su sembrado,
y quédeme discurriendo cómo podían entenderse estas amistades tan
hostiles y tan funestas.
Ya habrá conocido el lector, siendo t a n perspicaz como yo le ima-
gino, que m i amigo Braulio está m u y lejos de pertenecer a lo que se
llama gran mundo y sociedad de buen tono; pero no es tampoco un
hombre de la clase inferior, puesto que es u n empleado de los de segundo
orden, que reúne entre su sueldo y su hacienda cuarenta mil reales de
renta ; que tiene u n a cintica atada al ojal, y u n a crucecita a la sombra
de la solapa ; que es persona, en fin, cuya clase, familia y comodidades
de n i n g u n a manera se oponen a que tuviese» u n a educación más escogida
y, modales más suaves e insinuantes. Mas la vanidad le ha sorprendido
por donde ha sorprendido casi siempre a toda o a la mayor parte de
nuestra clase media, y a toda nuestra clase baja. Es tal su patriotismo,
que dará todas las lindezas del extranjero por u n dedo de su país. Esta
ceguedad le hace adoptar todas las responsabilidades de tan inconside-
rado cariño ; de paso que defiende que no h a y vinos como los españoles,
en lo cual bien puede tener razón, defiende que no hay educación como
la española, en lo cual bien pudiera no tenerla; a trueque de defender
que eü cielo de Madrid es purísimo, defenderá que nuestras manólas
son las más encantadoras de todas las mujeres ; es u n hombre, en fin,
. que vive de exclusivas, a quien le sucede poco más o menos lo que a
una parienta mía, que se muere por las jorobas sólo porque tuvo un
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 93
—Supuesto que estamos los que hemos de comer —exclamó don Brau-
lio—, vamos a la mesa, querida mía.
—Espera un momento —le contestó su esposa casi al oído—•; con
tanta visita yo he faltado algunos momentos de allá dentro, y...
—Bien, pero mira que son las cuatro...
—Al instante comeremos.
Las cinco eran cuando nos sentábamos a la mesa.
—Señores —dijo el anfitrión al vernos titubear en nuestras respec-
tivas colocaciones—, exijo la mayor franqueza ; en mi casa no se usan
cumplimientos. ¡ Ah ! Bachiller, quiero que estés con toda comodidad ;
eres poeta, y además, estos señores, que saben nuestras íntimas relaciones,
no se ofenderán si te prefiero ; quítate el frac, no sea que le manches.
—¿Qué tengo de manchar? —le respondí mordiéndome los labios.
—Ño importa; te daré una chaqueta mía; siento que no haya para
todos.
—No hay necesidad.
—¡Oh, sí, sí! ¡Mi chaqueta! Toma, mírala; un poco ancha te vendrá.
—Pero, Braulio...
—No hay remedio ; no te andes con etiquetas.
Y en esto me quita él mismo el frac, velis, nolis, y quedo sepultado en
una cumplida chaqueta rayada, por la cual sólo asomaba los pies y la
cabeza, y cuyas mangas no me permitirían comer probablemente. Díle
las gracias : ¡ al fin el hombre creía hacerme un obsequio !
Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta [para comer]
con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su
mujer, como dice, ¿ para qué quieren más ? Desde la tal mesita, y como
se sube el agua de un pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde
llega goteando después de una larga travesía ; porque pensar que estas
gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días
del año, es pensar en lo excusado. Ya se concibe, pues, que la instalación
de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así
que se había creído capaz de contener catorce personas que éramos una
mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sen-
tarnos de medio lado, como quien va a arrimar el hombro a la comida,
y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con
la más fraternal inteligencia del mundo. Colocáronme, por mucha dis-
tinción, entre un niño de cinco años, encaramado en unas almohadas que
era preciso enderezar a cada momento porque las ladeaba la natural tur-
bulencia de mi joven adlátere, y entre uno de esos hombres que ocupan
en el mundo el espacio y sitio de tres, cuya corpulencia por todos lados
se salía de madre de la única silla en que se hallaba sentado, digámoslo
así, como en la punta de una aguja. Desdobláronse silenciosamente las
servilletas, nuevas a la verdad, porque tampoco eran muebles en uso para
todos los días, y fueron izadas por todos aquellos buenos señores a los
ojales de sus fraques como cuerpos intermedios entre las salsas y las
solapas.
—Ustedes harán penitencia, señores —exclamó el anfitrión una vez
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 95
ra, y que todas las torpezas eran hijas de los criados, que nunca han de
aprender a servir. Pero estas negligencias se repetían tan a menudo, ser-
vían tan poco ya las miradas, que le fué preciso al marido recurrir a los
pellizcos y a los pisotones ; y ya la señora, que a dura* penas había podido
hacerse superior hasta entonces a las persecuciones de su esposo, tenía la
faz encendida y los ojos llorosos.
—Señora, no se incomode ust;ed por eso —le dijo el que a su lado tenía.
—¡Ah! Les aseguro a ustedes que no vuelvo a hacer estas cosas en
casa ; ustedes no saben lo que es esto : otra vez, Braulio, iremos a la
fonda y no tendrás...
—Usted, señora mía, hará lo que...
—¡ Braulio ! ¡ Braulio !
Una tormenta espantosa estaba a punto de estallar ; empero todos los
convidados a porfía probamos a aplacar aquellas disputas, hijas del de-
seo de dar a entender la mayor delicadeza, para lo cual no fué poca parte
la manía de Braulio y la expresión concluyente que dirigid de nuevo a la
concurrencia acerca de la inutilidad de los cumplimientos, que así llama
él al estar bien servido y al saber comer. ¿Hay nada más ridículo que
estas gentes que quieren pasar por finas en medio de la más crasa igno-
rancia de las conveniencias sociales, que para obsequiarle le obligan a
usted a comer y beber por fuerza y no le dejan medio de hacer su gusto ?
¿Por qué habrá gentes que sólo quieren comer con alguna más limpieza
los días de días ?
A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitu-
nas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis
ojos, que no volvió a ver claro en todo el día, y el señor gordo de mi dere-
cha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi
pan, los huesos de las suyas y los de las aves que había roído ; el convi-
dado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de ha-
cer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo : fuese)
por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos
anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas.
—Este capón no tiene coyunturas —exclamaba el infeliz sudando y for-
cejeando, más como quien cava que como quien trincha—. ¡ Cosa más
rara !
En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si
tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer to-
mar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel
tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.
El susto fué general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor
de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima
camisa. Levantóse rápidamente a este punto el trinchador, con ánimo dé
cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene A
la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición per-
pendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el
mantel. Corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino
para salvar el mantel y para salvar la mesa se ingiere por debajo de él
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 97
que sólo se pone la mesa decentemente para los convidados, en que creett
hacer obsequios cuando dan mortificaciones, en que se hacen finezas, en
que se dicen versos, en que hay niños, en que hay gordos, en que reina,
en fin, la brutal franqueza de los castellanos viejos. Quiero que, si caigo
de nuevo en tentaciones semejantes, me falte un roastbeef, desaparezca
del mundo el beefsteak, se anonaden los timbales de macarrones, no haya
pavos en Périgueux ni pasteles en Périgord, se sequen los viñedos de
Burdeos, y beban, en fin, todos menos yo la deliciosa espuma del champagne.
Concluida mi deprecación mental, corro a mi habitación a despojarme
de mi camisa y de mi pantalón, reflexionando en mi interior que no son
unos todos los hombres, puesto que los de un mismo país, acaso de un
mismo entendimiento, no tienen las mismas costumbres, ni la misma deli-
cadeza, cuando ven las cosas de tan distinta manera. Vístome y vuelo a
olvidar tan funesto día entre el corto número de gentes que piensan que
viven sujetas al provechoso yugo de una buena educación libre y desem-
barazada, y que fingen acaso estimarse y respetarse mutuamente para no
incomodarse, al paso que las otras hacen ostentación de incomodarse, f
se ofenden y se maltratan, queriéndose y estimándose tal vez verdade-
ramente.
[D& El Pobrecito Hablador, num. 8.°, diciembre de 1&32.]
EL TEATRO ROMÁNTICO
Don ¿o$é Zorrilla. —Tal vez sea el poeta romántico que gozó de más
popularidad en su tiempo. Nacido en 1817 en Valladolid, abandonó sus
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 101
DUQUE DE RIVAS
UNA ANTIGUALLA DE SEVILLA
El Candil
ROMANCE sSEGUNDO
El Ju Juez
Las cuatro esferas doradas, y la tradición guardólas
que ensartadas en un perno, para que hoy suenen de nuevo :
obra colosal de moros R.—¿ Conque en medio de Sevi-
con resaltos y letreros, arnaneció u'n hombre muerto, [lia
5 de la torre de Sevilla 35 y no venís a decirme
eran remate soberbio, que está ya el matador preso?
do el gallardo Giraldillo A.—Señor, desde antes del alba
hoy marca el mudable viento, en que el cadáver sangriento
(esferas, que pocos años recogí, varias pesquisas
10 después derrumbó en el suelo 40 inútilmente se han hecho.
un terremoto), brillaban R.—Más pronta justicia, alcalde
del sol matutino al fuego, ha de haber donde yo reino,
cuando en una sala estrecha y a sus vigilantes ojos
del antiguo alcázar regio, nada ha de estar encubierto.
15- que entonces reedificaban 45 A.—Tal vez, señor, los judíos
tal cual hoy mismo lo vemos, tal vez los moros, sospecho...
en un sillón de respaldo R.—¿Y os vais tras de las sospechas
sentado está el rey don Pedro, cuando hay un testigo, y bueno ?
joven de gallardo talle, ¿No me habéis, alcalde, dichG
30 mas de semblante severo. 50 que un candil se halló en el sue-
A reverente distancia, cerca del cadáver?... Basta, [lo
una rodilla en el suelo, que el candil os diga al reo.
vestido de negra toga, A.—Un candil no tiene lengua.
blanca barba, albo cabello, R.—Pero tiénela su dueño,
35 y con la vara de alcalde 55 y a moverla se le obliga
rendida al poder supremo, con las cuerdas del tormento.
Martín Fernández Cerón Y, ¡ vive Dios !, que esta noche
era emblema del respeto. ha de estar en aquel puesto,
Y estas palabras de entrambos o vuestra cabeza, alcalde,
30 recogió el dorado techo, 60 o la cabeza del reo.
104 JOSÉ MANUEL BLECUA
ROMANCE TERCERO
La Cabeza
i.° Señalar las diferencias entre este tipo de romance y los ro-
mances viejos y artísticos.
2.° Estudíense la descripción y los retratos. Los efectos pictó-
ricos de luces y sombras.
3. 0 La figura, del rey don Pedro y sus características.
4.0 Señálense los momentos más bellos y los más dramáticos.
JORNADA QUINTA
MELITÓN A.LVARO
HARTZENBUSCH
ACTO TERC$fcO
Gabinete de Isabel
ACTO CUARTO
ISABEL y MARSILLA
JOSE ZORRILLA
ACTO I
Escena XII
DON DIEGO, DON GONZALO, DON JUAN, DON LUIS, BUTTARELLI, CENTELLAS,
AVELLANEDA, caballeros, curiosos, enmascarados
AVELLANEDA JUAN
JUAN CENTELLAS
Que ésta es mía haré notorio. ¡ Don Juan !
AVELLANEDA
Luis
¡ Don Luis !
Y yo también que ésta es mía.
JUAN
JUAN
¡ Caballeros !
Luego sois don Luis Mejía.
Luis
Luis ¡ Oh, amigos ! ¿ Qué dicha es ésta ?
Seréis, pues, don Juan Tenorio.
AVELLANEDA
JUAN Sabíamos vuestra apuesta,
Puede ser. y hemos acudido a veros.
Luis Luis
Vos lo decís. Don Juan y yo tal bondad
en mucho os agradecemos.
JUAN
¿No os fiáis? JUAN
E¡1 tiempo no malgastemos,
Luis don Luis. (A los otros) Sillas arri-
No. [mad.
(A las que están lejos)
JUAN
Caballeros, yo supongo
Yo tampoco. que a ustedes también aquí
les trae la apuesta, y por mí
Luis a antojo tal no me opongo,
Piles no hagamos más el coco.
Luis
JUAN Ni yo ; que aunque nada más
Yo soy don Juan. fué el empeño entre los dos,
(Quitándose la máscara) no ha de decirse, por Dios,
que me avergonzó jamás.
Luis JUAN
Yo don Luis. (Id.) Ni a mí, que el orbe es testigo
(Se descubren y se sientan. El de que hipócrita no soy,
Capitán Centellas, Avellaneda, Bu- pues por doquiera que voy
ttarelli y algunos otros se van a va el escándalo conmigo.
ellos y les saludan, abrazan y dan
la mano, y hacen otras semejantes Luis
muestras de cariño y amistad. Don ¡ Lh ! ¿Y esos dos no se llegan
Juan y don Luis las aceptan cortés a escuchar? Vos.
mente.) (Por don Diego y don Gonzalo)
9
130 JOSÉ MANUEL BLECUA
LA LÍRICA ROMÁNTICA
J. DE ESPItONCEDÀ
EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA
[Fragmento]
CANTO A TERESA
Descansa en paz
J UAN ARÓLAS
CAROLINA CORONADO
EL AMOR D É L O S AMORES
[Fragmento S~\
II
GUSTAVO A. BECQUER
RIMAS
Introducción
RIMAS
*
Espíritu sin nombre, me mezclo entre los árboles
indefinible esencia, 40 en la ardorosa siesta.
yo vivo con la vida Yo corro tras las ninfas
sin formas de la idea. que en la corriente fresca
5 . Yo nado, en el vacío, del cristalino arroyo
del sol tiemblo en la hoguera, desnudas juguetean.
palpito entre las sombras ^45 Yo, en bosques de corales,
y floto con las nieblas. que alfombran blancas perlas,
Yo soy el fleco de oro persigo en el océano
ió de la lejana estrella ; las náyades ligeras.
yo soy de la alta luna Yo, en las cavernas cóncavas,
la luz tibia y serena. 50 do el sol nunca penetra,
Yo soy la ardiente nube mezclándome a los gnomos,
que en el ocaso ondea ; contemplo sus riquezas.
15 yo soy del astro errante Yo busco de los siglos
la luminosa estela. las ya borradas huellas,
Yo soy nieve en las cumbres, 55 y sé de esos imperios
soy fuego en las arenas, de que ni el nombre queda.
azul onda en los mares, Yo sigo en raudo vértigo
20 y espuma en las riberas. los mundos que voltean,
H E n el laúd soy nota, y mi pupila abarca
perfume en la violeta, 60 la creación entera.
fugaz llama en las tumbas, Yo sé de esas regiones
y en las ruinas hiedra. a do un rumor no llega,
25 Yo atrueno en el torrente, y dónde informes astros
y silbo en la centella, de vida un soplo esperan.
y ciego en el relámpago, 65 Yo soy sobre el abismo
y rujo en la tormenta. el puente que atraviesa ;
Yo río en los alcores, yo soy la ignota escala
30 susurro en la alta hierba, que el cielo une a la tierra.
suspiro en la onda pura, Yo soy el invisible
y lloro en la hoja seca. 70 anillo que sujeta
Yo ondulo con los átomos el mundo de la forma
del h u m o que se eleva, al mundo de la idea.
$$ y al cielo lento sube Yo, en fin, soy ese espíritu,
en espiral inmensa. desconocida esencia,
Yo, en los dorados hilos 75 perfume misterioso
que los insectos cuelgan, de que es vaso el poeta.
* *
150 JOSÉ MANUEL BLECUA
* * *
# # *
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* * *
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# * #
* * *
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
EL RAYO DE LUNA
II
traje de una mujer, de una mujer que había cruzado el sendero y se ocultaba
entre el follaje, en el mismo instante en que el loco soñador de quimeras
o imposibles penetraba en los jardines.
III
IV
11
162 IOSÉ MANUEL BLECUA
ROSALIA DE CASTHO
II
* * *
* * *
* * #
* * *
* * •
* * *
LA LITERATURA MODERNA
C A M P O AM 0 R
CANTARES HUMORADAS
II PENSAMIENTOS
II
III
E P I L O G O
Tristezas
TAMAYO Y BAUS
UN DRAMA NUEVO
LA NOVELA REALISTA
como en Pepita Jiménez, Juanita la Larga, Doña Luz, etc. Como escritor
posee 'un estilo sobrio y elegante, equilibrado y sereno. Huye lo mismo
de la afectación que del desaliño.
P E D R O A N T O N I O D E ALARCÓN
...La seña Frasquita frisaría en los treinta. Tenía más de dos varas de
estatura, y era recia a proporción, o quizás más gruesa todavía de lo
correspondiente a su arrogante talla. Parecía u n a Niobe colosal, y eso
que no había tenido hijos : parecía un Hércules... hembra ; parecía una
matrona romana de las que aun h a y ejemplares en el Trastevere. Pero
lo más notable de ella era la movilidad, la ligereza, la animación, la
gracia de su respetable mole... Para ser una estatua, como pretendía el
Académico, le faltaba el reposo monumental. Se cimbreaba como u n junco,
giraba como una veleta, bailaba como una peonza. Su rostro era más
movible todavía, y, por tanto, menos escultural. Avivábanlo donosamen-
te hasta cinco hoyuelos : dos en una mejilla ; otro em otra ; otro, m u y
chico, cerca de la comisura izquierda de sus rientes labios, y el último,
m u y grande, en medio de su redonda barba. Añadid a esto los picarescos
mohines, los graciosos guiños y las varias posturas de cabeza que ameni-
zaban su conversación, 3^ formaréis idea de aquella cara llena de sal y
de hermosura radiante siempre de salud y alegría.
Ni la seña Frasquita ni el tío Lucas eran andaluces : ella era navarra
y él murciano. E l había ido a la ciudad de... a la edad de quince años,
como medio paje, medio criado del Obispo anterior al que entonces gober-
naba aquella Iglesia. Educábalo su protector para clérigo, y tal vez con
esta mira y para que no careciese de congrua, dejóle en su testamento el
molino ; pero el tío Lucas, que a la muerte de Su Ilustrísima no estaba
ordenado mas que de menores, ahorcó los hábitos en aquel punto y hora,
y sentó plaza de soldado, más ganoso de ver mundo y correr aventuras
que de decir Misa o de moler trigo. E n 1793 hizo la campaña de los
Pirineos Occidentales, como ordenanza del valiente general don Ventura
Caro ; asistió al asalto de Castillo Piñón, y permaneció luego largo tiempo
en las provincias del Norte, donde tomó la licencia absoluta. E n Bstella
conoció a la seña Frasquita, que entonces sólo se llamaba Frasquita ; la
enamoró, se casó con ella, y se la llevó a Andalucía en busca de aquel
molino que había de verlos tan pacíficos y dichosos durante el resto de
su peregrinación por este valle de lágrimas y risas.
La seña Frasquita, pues, trasladada de Navarra a aquella soledad, no
había adquirido ningún hábito andaluz, y se diferenciaba mucho de las
mujeres campesinas de los contornos. Vestía con más sencillez, desenfado
y elegancia que ellas ; lavaba más sus carnes, y permitía al sol y al aire
acariciar sus arremangados brazos y su descubierta garganta. Usaba, hasta
cierto punto, el traje de las señoras de aquella época, el traje de las
HISTORIA Y TEXTOS . DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 181
El tío Lucas era más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya
tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos
y agradables habrá echado Dios al mundo. Prendado de su viveza, de
su ingenio y de su gracia, el difunto Obispo se lo pidió a sus padres,
que eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas. Muerto su
Ilustrísima, y dejado que hubo el mozo el Seminario por el cuartel, dis-
tinguiólo entre todo su ejército el general Caro, y lo hizo su ordenanza
más íntimo, su verdadero criado de campaña. Cumplido, en fin, el empeño
militar, fuéle tan fácil al tío Lucas rendir el corazón de la seña Fras-
quita, como fácil le había sido captarse el aprecio del- General y del
Prelado. La navarra, que tenía a la sazón veinte abriles, y era el ojo
derecho de todos los mozos de Estella, algunos de ellos bastante ricos,
no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas ocurrencias, a
los ojillos de enamorado, mono y a la bufona y constante sonrisa, llena
de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan atrevido, tan
locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso, que acabó
por trastonar el juicio, no sólo a la codiciada beldad, sino también a su
padre y a su madre.
Lucas et a en aquel entonces, y seguía siendo en la fecha a que nos
referimos, de pequeña estatura (a lo menos con relación a su mujer), un
poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y
picado de viruelas. En cambio, su boca era regular y su dentadura inme-
jorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea ;
que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus
perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego
venía la voz, vibrante, elástica, atractiva ; varonil y grave algunas veces,
dulce y melosa cuando pedía algo, y siempre difícil de resistir. Llegaba
después lo que aquella voz decía : todo oportuno, discreto, ingenioso,
persuasivo... Y, por último, en el alma del tío Lucas había valor, lealtad,
honradez, sentido común, deseo de saber y conocimientos instintivos o
182 JOSÉ MANUEL BLECUA
FORTUNATA Y JACINTA
acabado los reyes. La historia que Estupiñá sabía estaba escrita en los
balcones.
Ea biografía mercantil de este hombre es tan curiosa como sencilla,
lira muy joven cuando entró de hortera en casa de Arnáiz, y allí sirvió
muchos años, siempre bienquisto del principal por su honradez acrisolada
y el grandísimo interés con que miraba todo lo concerniente al estable-
cimiento. Y a pesar de tales prendas, Bstupiñá no era buen dependiente.
Al despachar, entretenía demasiado a los parroquianos, y. si le mandaban
con un recado o comisión a la Aduana, tardaba tanto en volver, que fcnu-
chas veces creyó don Bonifacio que le habían llevado preso. La singula-
ridad de que teniendo Plácido estas mañas, no pudieran los dueños de
la tienda prescindir de él, se explica por la ciega confianza que inspiraba,
pues estando él al cuidado de la tienda y de la caja, ya podían Arnáiz
y su familia echarse a dormir. Era su fidelidad tan grande como su humil-
dad, pues ya le podían reñir y decirle cuantas perrerías quisieran, sin
que se incomodase. Por esto sintió mucho Arnáiz que Estupiñá dejara
la casa en 1837, cuando se le antojó establecerse con los dineros de una
pequeña herencia. Su principal, que le conocía bien, hacía lúgubres pro-
fecías del porvenir comercial de Plácido trabajando por su cuenta.
Prometíaselas él muy felices en la tienda de bayetas y paños del Reino
que estableció en la Plaza Mayor, junto a la Panadería. No puso depen-
diente, porque la cortedad del negocio no lo consentía ; pero su tertulia
fué la más animada y dicharachera de todo el barrio. Y ved aquí el secreto
de lo poco que dio de sí el establecimiento, y la justificación de los
vaticinios de D. Bonifacio. Estupiñá tenía un vicio hereditario y crónico,
contra el cual eran impotentes todas las demás energías de su alma,
TÍCÍO tanto más avasallador y terrible cuanto más inofensivo parecía.
No era la bebida, no era el amor, ni el juego ni el lujo : era la converj-
saeión. Por un rato de palique era Estupiñá capaz de dejar que se lleva-»
ran los demonios el mejor negocio del mundo. Como él pegase la hebra
con gana, ya podía venirse el cielo abajo, y antes le cortaran la lengua
que la hebra. A su tienda iban los habladores más frenéticos, porque eï
vicio llama al vicio. Si en lo más sabroso de su charla entraba alguien a
-comprar, Estupiñá le ponía la cara que se pone a los que van a dar
sablazos. Si el género pedido estaba sobre el mostrador, lo enseñaba
eon gesto rápido, deseando que acabase pronto la interrupción ; pero si
estaba en lo alto de la anaquelería, echaba hacia arriba una mirada de
fatiga, como el que pide a Dios paciencia, diciendo: «¿Bayeta amarilla?
Mírela usted. Me parece que es angosta para lo que usted la quiere »
Otras veces dudaba o aparentaba dudar si tenía lo que le pedían. «¿Go-
rritas para niños? ¿Las quiere usted de visera de hule?... Sospecho que
hay alguna, pero son de esas que no se usan ya...»
184 JOSÉ MANUEL BLECUA
TRAFALGAR
EL 19 DE MARZO Y EL 2 DE MAYO
y tan rudo había aterrado a muchos, que huían con pavor, y al mismo
tiempo acaloraba la ira de otros, que parecían dispuestos a arrojarse sobre
los artilleros ; mas en aquel choque entre los fugitivos y los sorprendidos,,
entre los que rugían como fieras y los que se lamentaban heridos o mori-
bundos bajo las pisadas de la multitud, predominó al fin el movimiento
de dispersión, y corrieron todos hacia la calle Mayor. No se oían máa
voces que «armas, armas, armas». Los que no vociferaban en los balcones,
y si un momento antes la mitad de los madrileños eran simples curiosos,
después de la aparición de la artillería todos fueron actores. Cada cual
corría a su casa, a la ajena o a la más cercana en busca de un arma, y
no encontrándola, echaba mano de cualquier herramienta. Todo servía^
con tal que sirviera para matar.
El resultado era asombroso. Yo no sé de dónde salía tanta gente ar-
mada. Cualquiera habría creído en la existencia de una conjuración silen-
ciosamente preparada ; pero el arsenal de quella guerra imprevista y sin
plan, movida por la inspiración de cada uno, estaba en las cocinas, en
los bodegones, en los almacenes al por menor, en las salas y tiendas de
armas, en las posadas y en las herrerías.
La calle Mayor y las contiguas ofrecían el aspecto de un hervidero de
rabia imposible de describir por medio del lenguaje. El que no lo vio,
renuncie a tener idea de semejante levantamiento. Después me dijeron que
entre nueve y once todas las calles de Madrid presentaban el mismo as-
pecto ; habíase propagado la insurrección como se propaga la llama en el
bosque seco azotado por impetuosos vientos.
S OT ILE Z A
Crisálidas
los ocho peí sona jes que le rodeaban f gritaron unísonos y con cuanta voz
les cabía en la garganta :
—¡A que sí!
Y como vieron al fraile rascarse nervioso la cabeza y alumbrar un
testarazo a Muergo, lanzáronse todos en tropel a la escalera, que, angosta
y carcomida, retemblaba y crujía, y no pararon hasta el portal, donde
se examinó el regalo del padre Apolinar. •
Después de convenir en que no era cosa superior, dijo Andrés a
Suda.
—Para cuando volvamos de San Martín, ya habrá estado pae Apolinar
en casa de tío Mocejón, o en otra casa... De un brinco subo yo a pregun-
tarle lo que haya pasado. Tú me esperas aquí, y bajo y te lo cuento.
Ko te de pena, que ya lo arreglaremos entre todos. Ahora, vamonos.
La niña se encogió de hombros, y Muergo, apretándose el nudo de
la driza del chaquetón, dijo enseñando los dientes y revirando mujcho
los ojos :
—Yo voy también en cuanto deje estos calzones a mi madre.
—Y yo también —añadió Sula.
Silda, llamó burro a Muergo ; Guarín, Cole y los demás dijeron que
se iban, quién al Muelle-Anaos, quién a las lanchas, quién a otros que-
haceres, y Muergo a dejar los calzones en su casa, y se separaron a buen
andar.
JUAN VALERA
PEPITA JIMÉNEZ
Las últimas cartas de usted queridísimo tío, han sido de grata con-
solación para mi alma. Benévolo como siempre, me amonesta usted y me
ilumina con advertencias útiles y discretas:
—Es verdad : mi vehemencia es digna de vituperio. Quiero alcanzar el
fin sin poner los medios ; quiero llegar al término de la jornada sin andar
antes paso a paso el áspero camino.
Me quejo de sequedad de espíritu en la oración, de distraído, de disi-
par mi ternura en objetos pueriles ; ansio volar al trato íntimo con Dios,
13
194 JOSÉ MANUEL BLECUA
de usted, que casi me lia llevado por un instante a que yo mismo sos-
peche.
Pero no, ¿qué he pensado yo, qué he mirado, qué he celebrado en
Pepita, por donde nadie pueda colegir que propendo a sentir por ella
algo que no sea amistad y aquella inocente y limpia admiración que
inspira una obra de arte, y más si la obra es del Artífice soberano y nada
menos que su templo?
Por otra parte, querido tío, yo tengo que vivir en el mundo, tengo que
tratar a las gentes, tengo que verlas, y no he de arrancarme los ojos. Usted
me ha dicho mil veces que me quiere en la vida activa, predicando la ley
divina, difundiéndola por el mundo, y no entregado a la vida contemplativa
en la soledad y el aislamiento. Ahora bien, si esto es así, como lo es, ¿ de qué
suerte me había yo de gobernar para no reparar en Pepita Jiménez ? A no
ponerme en ridículo, cerrando en su presencia los ojos, fuerza es que yo vea
y note la hermosura de los suyos, lo blanco, sonrosado y limpio de su tez, la
igualdad y el nacarado esmalte de los dientes que descubre a menudo cuan-
do sonríe, la fresca púrpura de sus labios, la serenidad y tersura de su frente,
y otros mil atractivos que Dios ha puesto en ella. Claro está que para el
que lleva en sí el germen de los pensamientos livianos, la levadura del
vicio, cada una de las impresiones que Pepita produce puede ser como
el golpe del eslabón que hiere el pedernal y que hace brotar la chispa
que todo lo incendia y devora ; pero yendo prevenido contra este peli-
gro, y reparándome y cubriéndome bien con el escudo de la prudencia
cristiana, no encuentro que tenga yo nada que recelar. Además que, si
bien es temerario buscar el peligro, es cobardía no saber arrostrarle y
huir de él cuando se presenta.
No lo dude usted : yo veo en Pepita Jiménez una hermosa criatura
de Dios, y por Dios la amo como a hermana. Si alguna predilección
siento por ella, es por las alabanzas que de ella oigo a mi padre, al
señor vicario y a casi todos los de este lugar.
Por amor a mí padre desearía yo que Pepita desistiese de sus ideas
y planes de vida retirada y se casase con él ; pero prescindiendo de esto
y si yo viese que mi padre sólo tenía un capricho y no una verdadera
pasión, me alegraría de que Pepita permaneciese firme en su casta viu-
dez, y cuando yo estuviese muy lejos de aquí, allá en la India o en el
Japón, o en algunas misiones más peligrosas, tendría un consuelo en es-
cribirle algo sobre mis peregrinaciones y trabajos. Cuando, ya viejo,
volviese yo por este lugar, también gozaría mucho en intimar con ella,
que estaría ya vieja, y en tener con ella coloquios espirituales y plá-
ticas por el estilo de las que tiene ahora el padre vicario. Hoy, sin em-
bargo, como soy mozo, me acerco poco a Pepita ; apenas la hablo. Pre-
fiero pasar por encogido, por tonto, por mal criado y arisco, a dar la
menor ocasión, no ya a la realidad de sentir por ella lo que no debo,
pero ni a la sospecha ni a la maledicencia.
Perdóneme usted si me defiendo con sobrado calor de ciertas reti-
cencias de la carta de usted que suenan a acusaciones y a fatídicos pro-
nósticos.
196 JOSÉ MANUEL BLECUA
PARDO BAZAN
TRAJES GALLEGOS
Si ha nacido en alguno de los fértiles valles que cercan a Iría Fia vía
y Compostela, ceñirá su cabeza, con cinta de vivos tonos, la cofia de
puntilla transparente. Si en Ribero de Avia o en las cercanías de Orense,
llevará el pañolito de seda oscura, que realza la palidez del rostro oval,
y abrochará atrás el brevísimo dengue con dos conchillas de plata. Si
vio la luz en las poéticas orillas de las Rías Bajas o en Muros, vestirá
el rico atavío que enamora a cuantos lo ven : basquina de claros matices,
corpino de negro raso, ancho mantelo de brillante seda, franjeado de
panilla y recamado de azabache, pañuelo de crespón, color acre o canario,
cuyos flecos caen acariciando la cadera airosa, como las ramas del sauce
sobre el tronco ; rodearán su garganta pesados collares de filigrana de
oro, hilos de cuentas y de su menuda oreja colgarán largos zarcillos, y
sobre el pecho refulgirá la patena, conocida por sapo. Pero aun cuando
presumen con razón las muradanas, por sn elegante arreo, de llevarse
la palma en Galicia, pienso que el traje clásico de gallega es el usado
por las mujeres de mi país, las mariñanas. IyUcen éstas dengue de escar-
lata orlado de negro terciopelo y sujeto atrás con plateado broche, el
justillo, de fuerte drogué, se escota sobre la chambra de lienzo con flojas
mangas y puños de curiosa manera fruncidos -, el soberbio mantelo no
cede en riqueza a otro alguno y se ata atrás con cinta de seda de charros
colorines ; bajo la franja del mantelo se ve media cuarta de saya de grana,
y se entrevé un dedo de refajo de amarilla bayeta, y el zapato de cuero
con lazadas de algodón azul ; ciñe su cuello la gargantilla de filigrana y
cubre sus hombros el pañuelo de blanca muselina, prolijamente rameado.
Cuando con estas ropas salen a bailar la tradicional tnuñeira —danza
nacional desde antes de los remotos tiempos en que guerrillas gallegas
y lusitanas auxiliaban a Aníbal y contrastaban el poder de Roma—, es
imposible imaginar más regocijado y pintoresco golpe de vista : pasan
las mujeres, bajos y entornados los ojos, la trenza al viento, arrebolada
la tez, movido el dengue por la oscilación del seno, rozando unas con
otras las yemas de los dedos, el pie hiriendo blandamente la tierra, en
cadencioso girar, arremolinándose a cada vuelta del cuerpo las sayas
multicolores, mientras la gaita exhala sus sonidos agrestes y melancóli-
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 197
EL MODERNISMO
SALVADOR RUEDA
La sandía
RÜBEN DARIO
De invierno
Sonatina
VILLAESPESA
Humildad
MANUEL MACHADO
Castilla
Felipe IV
Morir, dormir
LA GENERACIÓN DEL 98
ANGEL GANIVET
las demás naciones hubieran concluido por perder el dominio algo más
tarde, sin dejar huella de su paso, nosotros lo perdimos antes de tiempo,
pero dejamos una nación católica más en Europa.
[Idearium español, pág. 95 y ss.J
MIGUEL DE UNAMUNÒ
Castilla
(Fragmento)
X
L A T O R R E D E M O N T E R R E Y A L A L U Z D E L A H E L A D A ( )
Hiela, corre un cierzo que corta el respiro ; pero desde el azul acerado
vierte un sol desleído una luz cipísima, que corta también las sombras y
dibuja los relieves del campo como si fuesen de arquitectura.
Porque esa luz limpísima, clara como el hielo, sin brumas, diríase que,
no ya luminiza, sino civiliza a la Naturaleza ; nácela civil, que es hacerla
más que humana. Que humanizar es ya mucho, pero civilizar es más. Ci-
vilizar, hacer civil —o si queréis, ciudadanizar—, es sobrehumanizar. Hu-
manidad nos parece para el hombre todo ; pero civilidad es para él más ;
es más que todo, porque es el porvenir que jamás acaba de cumplirse, e&
el ideal. Todo es lo que hay, y lo que hay de permanente ; pero más que
todo es lo que sobre lo que ha habido y hay habrá. Todo es el pasado que
se condensa en el presente ; más que todo es la eternidad, que abarca el
pasado, el presente y el futuro. Todo es el universo, y más que todo es el
pensamiento porque el pensamiento sobrepuja a todo lo pensado y a todo
lo pensable, y rebasa de ellos.
También la ciudad es Naturaleza ; también sus calles, sus plazas y
sus torres enhiestas de chapiteles son paisaje. Y sus líneas son como las
líneas de estos campos. Algunos dicen que barrocas. No todas.
Los escarpes de esos arribes que del vasto tablazo de la Armuña bajan
a las riberas del Tormes son como contrafuertes de una gigantesca s!eo,
son arquitectónicos. Hay lugarejos que parecen esculpidos en la tierra del
páramo, en la roca más bien. Y tal negrillo junto a la espadaña de una
iglesuca lugareña, que a mucho mirar acabaríase por dudar cuál es el
Carbol y cuál la torre. Y ahora que los árboles en esqueleto, en mondos
huesos negruzcos, parecen columnas de templo arruinado al que se le
hundió la bóveda.
Corriendo las tierras ibéricas, de estas desnudas, de roca, ¿no se os
ha ocurrido imaginaros a lontananza que aquel tesoro es una catedral
barroca ?
Y aquí, en cambio, en la ciudad, créese uno en vasta formación geo-
lógica. Los hombres, como madréporas, levantaron estos pardos corales v
estos corales de oro que reverberan al sol desnudo del invierno.
Cada una de estas fábricas de piedra de estos edificios, diríase una in-
mensa frase arquitectónica, un aforismo de líneas. En una frase culmina y
se condensa todo un sistema de ideas, de pensamientos. En el título del
drama inmortal de Calderón, de la pareja del «Quijote», en «La vida es
sueño», está condensada —acabo de leer que dice justamente Fariaellí (en
su obra «La vita é un sogno»)— «la sustancia de todas las filosofías mun-
diales». Por una frase perduraba en la memoria de los suyos, de los de-
su casta, cada uno de los siete sabios de Grecia ; pues estos siete sabios
eternizáronse en el pensamiento de su pueblo como padres de siete sendas
sentencias. Y una frase, tina sentencia civil, civil más que humana, es un
edificio de pensamiento, en que la economía de material y de esfuerzo bruto
se llevó al colmo del triunfo.
Eas Pirámides son inmensas frases de piedra que se alzan de las arenas
del desierto ; una inmensa frase, como un período demostcniano, o mejor
como un período pericleano, tal y como Tucídides nos los ha legado para
siempre, es el Partenón. Y estas torres son frases también, frases civiles,
sentencias de civilidad hecha Naturaleza.
Yo no sabré traduciros en palabras sonoras, y que aun siendo aladas
queden —se queden volando y cerniéndose—• lo que esta armónica frase
de piedra tallada que es la torre de Monterrey me dice, nos dice, a la luz
cortante y fina de estas mañanas arrecidas de invierno, cuando la helada
duerme en vano en las cresterías de su pigorota ; pero sé que es una frase
cuando se destaca sobre la azulez del cielo. Y si los hombres pasan y que-
dan, estas piedras quedarán, diciéndole a la Naturaleza que hubo huma-
nidad, hubo civilidad, hubo pensamiento ; quedarán hablándole de plan,
y de orden, y de proporción al universo.
¿Y por qué no han de saber geometría, matemáticas, esos planetas que
recorren el espacio según las leyes que ellos mismos le enseñaron a Ke-
pler? ¿No es una gran ciudad, la ciudad de Dios, el Supremo Arquitecto
y habitador de ella, esta máquina única del Universo mundo?
Todo esto es un sueño, ¡ conforme 1 Pero este sueño de piedra, a la
luz cernida por la helada, nos dice que el sueño es lo que queda, lo dura-
dero, lo permanente, lo sustancial, y que sobre él, sobre el sueño, como
sobre el mar las olas, pasan rodando nuestros dolores y nuestros goces,
nuestros odios y nuestros amores, nuestros recuerdos y nuestras esperan-
zas. Las olas son del mar, pero las olas pasan y el mar se queda ; los
dolores y los goces, los odios y los amores, los recuerdos y las esperanzas,
son del sueño, del sueño de la vida ; pero ellos, dolores, gozos, odios,
amores, recuerdos, esperanzas, pasan y el sueño queda. Y se queda así,
hecho piedra, piedra terrena, pero civilizada, piedra civil o piedra espiri-
tual, frase acuñada para siempre, monumento «aere perennius», más dura-
dero que el bronce.
Este sueño de piedra entra al alma y cae en ella, dentro de ella, más
dentro de ella : en el alma del alma, en lo que está más dentro del alma
misma, y arrastra a ésta, a nuestra alma, al cimiento de las almas todas,
como las olas, pasajeras, al mar de las almas. ¿Es un mar? ¿Es un lí-
quido? ¿No es más bien un páramo, una llanada, un cimiento pétreo de
toda laya de edificios para albergar el pensamiento humano civil? ¿Y no
es cada una de nuestras almas un sillar que la vida talla —la talla a gol-
pes, con dolor y goce, con odio y amor, con recuerdo y esperanza— para
que forme en la gran seo humana, civil, en el templo y casa de nuestro
Dios civil y humano?
Fué ayer, fué hace un momento ; es decir, fué hace más de veinticinco
años —el tercio de una vida bien cumplida— cuando te vi por vez pri-
mera, torre de Monterrey, y me llevas más allá, mucho más allá de esos
veinticinco años, más allá, mucho más allá, a cuando, después de muerto
218 JOSÉ MANUEL BLECUA
pendiente del progreso del argumento, del juego de las acciones y pa-
siones de los personajes, y se llalla muy propenso a saltar descripciones
de paisajes por muy hermosos que en sí sean, como no sea que el campo
llegue a ser un verdadero personaje de la acción o de la pasión, lo que
ocurre pocas veces.
AZORÏN
UN KETRATO
UNA CIUDAD
momento ; volved la vista. Esta calle se llama del Puente ; es corta, pero
hay a esta hora una sugestión profunda. Apenas si transcurre alguien de
cuando en cuando ; las ventanas están abiertas de par en par, como para
recibir la frescura matinal; los muros son negruzcos; oís los trinos de
un canario ; en los miradores de cristales veis la mecedoras en reposo, y
en el fondo de la vía, cerrando la vista, como una decoración de teatro,
destaca airoso sobre la escalinata el terrón de la catedral, ancho, fornido»
negro, con la redonda y blanca esfera del reloj en lo alto. Una grata sen-
sación de íntima y profunda armonía •—la armonía de las cosas—• os hace
permanecer inmóviles un momento.
[Los pueblos, en Obras selectas, p á g . 356.]
J O R G E M A N R I Q U E
ESPAÑA
He dicho antes que las dos palabras fundamentales en la escuela del <y8
eran Frivolidad y España. L,a primera ha sido explicada. Vamos a expli-
car la segunda. Tan evidente es el caso que apenas necesita comento acla-
ratorio. De nuestro amor a España responden nuestros libros, kos libros
de Unatnuno, de Baroja? de Maeztu y los míos. No creo que tenga yo ni
un solo libro, en los cuarenta volúmenes, ajeno a España. Estaba ya des-
cubierto el paisaje de España, y estaban descubiertas sus viejas ciudades
y las costumbres tradicionales. Pero nosotros hemos ampliado esos descu-
brimientos y hemos de dar entonación lírica y sentimental a cosas y
hombres de España. Lo que motiva el desdén de cierta gente, desdén
fundado en un equívoco es el concepto que nosotros teníamos del patrio-
tismo y el acento que poníamos en nuestro hablar. Acento pesimista,
desalentador —se ha dicho—. Falta de patriotismo —se ha repetido—.
Ni una cosa ní otra. Estos días acabo de leer que en tanto que nosotros
paseábamos indolentes por la Carrera de San Jerónimo, estaban en Ultra-
mar ofrendando su vida a España los combatientes. Y es lo cierto que
nadie sentía más que nosotros la tragedia de España en Cuba y Filipinas,
y que a nosotros se debe —a Maeztu, a Baroja, y a mí— la erección de
un monumento a los héroes de esas guerras.
El patriotismo, si no es un sentimiento moderno, lo es al menos, en
su vigor y en su escrupulosidad. Casos como el de Pedro Navarro, el gran
general, que combatió con los franceses contra España, sería delirio ima-
ginarlos hoy. Y el caso de Pedro Navarro no es único. Innumerables cita
Eugenio Sellés en su libro La política de capa y espada. Hoy se siente a
España con más ortodoxia. Y lo que los escritores de 1898 querían era,
no un patriotismo bullanguero y aparatoso, sino serio, digno, sólido,
perdurable. A ese patriotismo se llega por el conocimiento minucioso de
España. Hay que conocer —amándola— la historia patria. Y hay que
conocer —sintiendo por ella cariño— la tierra española.
¿Y quién será el que nos niegue que en nuestros libros hay un trasunto
bellísimo —bellísimo en Baroja y Unamuno— de nuestra amada España?
RAMIRO D E M A E Z T Ü
EL HUMANISMO ESPAÑOL
LA GENERACIÓN DEL 98
(Continuación)
PIÓ BAROJA
Las descripciones
El realismo y el idealismo
El estilo
ANGELUS
C A S T R O D Ü R O
I/A MAÑANA
VALLE-INCLAN
EL M I E D O
ANTONIO MACHADO
Retrato
PROVERBIOS Y CANTARES
XXVIII DE CAMINO
XXX
El ojo que ves no es
Corazón, ayer sonoro, ojo porque tu lo veas ;
¿ya no suena es ojo porque te ve.
tu monedilla de oro ?
Tu alcancía,
antes que el tiempo la rompa, XXIV
¿se irá quedando vacía?
Confiemos Despacito y buena letra :
en que no será verdad el hacer las cosas bien
nada de lo que sabemos importa más que el hacerlas.
[Textos de Poesías completas, Madrid, 1934^]
lö
CAPITULO XV
EL TEATRO CONTEMPORÁNEO
JACINTO BENAVENTE
i.° ¿Cuál será la tesis de los intereses creados, a juzgar por las
palabras de Crispin?
2.° La psicología de los personajes y su contraste.
HERMANOS QUINTERO
LA SILLITA
ROMÁN.—L,e encaja bien aqueyo que se cuenta der padre de los Gayos.
¿Usté no lo na oído?
ISABELA.—No
ROMÁN.—Pos disen que a Fernando er Gayo le dieran un día la notisia
de que había cogió er toro a un banderiyero que juía mucho. Y Fernando
er Gayo preguntó : ¿ Ha ido er toro a la fonda ?
ISABELA.—i Ja, ja, ja ! Sí ; de esa misma casta es mi Pepe. UÜ güeso.
ROMÁN.—Un güeso, sí.
ISABELA.—Pero un güeso de esos que no le dan sustancia a 1a oya.
ROMÁN.—Ya, ya.
AMALIA (Levantándose).—Niña, usté disimule. ¿No quié usté que le
laque una siyita?
ISABELA.—No, señora, no ; grasias. Voy de paso.
AMALIA.—¿Ni usté tampoco, joven?
ROMÁN.—Tampoco ; grasias. Yo también voy de paso
ISABELA.—Muchas grasias.
AMALIA.—No las merece. (Se sienta,)
ISABELA. (A Román.)—¿Usté se casó?
ROMÁN.--¡ Yo no, hija!
ISABELA.—¿Que no se casó usté?
ROMÁN.-—¡Que no me he casao !
ISABELA.—¡ Pos yo no lo he soñao, Román !
ROMÁN.—¡Pos no me he casao, Isabelita! ¿Quié usté que le enseñe
la sédula?
ISABELA.—No, hombre, no hase falta ; basta que usté lo afirme. Pero
¿de dónde habré yo sacao éso?
ROMÁN.—¡Qué sé yo! Porque usté no tiene na que venga de mí.
ISABELA.—¡Ay, qué grasioso! ¿Y sería una venganza haberle casao?
ROMÁN.—Según. Con la novia que yo tenía, desde luego
ISABELA.—¿ Qué fué de eya ?
ROMÁN. (Tras una breve pausa.) Rabió.
ISABELA.—Usté dispense, entonses.
ROMÁN.-—¡ Quite usté ; si estoy de enhorabuena !
ISABELA.—Eso, sí. Si era de rabia, más vale que haya rdbiao antes que
después.
ROMÁN.—Pos era, era de rabia.
ISABELA.--Ya se ha visto.
ROMÁN.—Y luego... ¡qué gentusa! Er padre, un sinvergüensa ; ía
madre, consonante der padre, como dise un amigo mío que escribe cuplés.
ISABELA.—Ahora que usté habla de eso, sepa usté que to er mundo opi-
naba que iba usté a está muy mal empleao.
ROMÁN.— ¡Como que yo entré ayí sin sabé dónde me metía! Tota L
porque la muchacha torsía un poquito un pie, y a mí eso me hase grasia.
Miste que detaye.
ISABELA.—¿Sí, eh? (Maquinalmente, tuerce un piececito.) Porque yo
me figuré, al encontrármelo a usté aquí, que iba usté pa su casa.
ROMÁN.—Y pa mi casa voy.
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 249
CARLOS ARNICHES
E L AMIGO MELQUÍADES
o
POR LA BOCA MUERE EL PEZ
Escena IV
MELQUÍADES
Escena V
MELQUÍADES y BENITA, foro izquierda
BENITA (Acercándose).—Buenas noches, chacho. ¡ Ay, rico mío! Esta-
rás aburrido, ¿ verdad ? ¡ Qué lástima !
MELQUÍADES (Levantándose malhumorada.) \ Gracias a Dios ! Pero ¿ qué
te ha pasao, nena? Creí que no venías.
252 JOSÉ MANUEL BLECUA
El mismo decía : «En m i ciudad, desde que nacemos, se nos llenan los
ojos de azul de las aguas». Una atmósfera diáfana, clara y ardiente
circunda los paisajes de sus mejores obras : Las cerezas del cementerio,
El libro de Sigüenza, Nuestro padre San Daniel, Humo dormido, El
Obispo leproso y las Figuras de la Pasión del Señor.
Por otra parte, su prosa es una de las más bellas y originales de la
literatura contemporánea. Ortega y Gasset escribía : «Cada frase está
hecha a tórculo. Cada palabra ensamblada con las vecinas. Y no hay
línea que suba ni qne baje en la página : todo el libro conserva la misma
ardiente tensión, idéntico cuidado, pulso y pulimento».
EL ENSAYO
LA POESIA
CONSÚLTESE. — Para Pérez de Ayala, Ortega y Gasset, vid. César Barja, Libros
y autores contemporáneos, Madrid, 1935. — Para Miró los prólogos a sus Obras
completas en la Edición conmemorativa. Sobre D'Ors, véase F. Aranguren, La filo-
sofía de E. D'Ors, Madrid, 1946. Para Juan Ramón Jiménez consúltese F . de Onís,
Antologia da la poesia española e hispanoamericana, Madrid, 1934.
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 257
PEREZ DE AYALA
17
258 JOSÉ MANUEL BLECUA
El niño en la playa
Doctrina
GABRIEL MIRO
EL AGUA Y LA INFANTA
es como una frente que lia pensado este paisaje. Paisaje junto al agua
clara, desnuda ; paisaje sumergido y alto, ¡ cómo te tiembla y se te
dobla el corazón en la faz y en las entrañas del agua !
Vienen los corderos, y la rodean, y paran de tocar las esquilas. Viene
una yunta de las dreceras de cepas y de olivos. Vienen el lobo huido y
la raposa, que todavía se lame sangre fresca de una madriguera. Vierten
caminantes que les suenan los pies descalzos como si fuesen de piedra ;
leñadores con su carga y olor de bosque \ vienen pájaros y enamorados.
Las ovejas, los bueyes, los mulos entran su morro caliente. Inmóvi-
les, sin oírseles, comienzan a sorber del agua ; se la ve pasar y sumirse
bajo la piel gorda del pescuezo ; parece que las márgenes se asustan
de quedarse enjutas, porque va acudiendo muy dócil el agua en un plie-'
gue estremecido del viento que le dan los hoyos ávidos de la nariz de
la bestia, y hace ruedos y lunas en torno de la imagen, y la bestia va
tragando, tragando el dulce frío, con. ojos de sueño, descansados en la
delicia del paisaje del agua. En cambio, la sed de los pájaros sólo arran-
ca unas cuantas gotas de luz, y todavía se les caen algunos granos. Y
el lobo, el mastín, la raposa tuercen y ensortijan la lengua, más encar-
nada dentro de la fuente, y rompen un pedazo de espejo, haciendo un
chasquido de glotonería. El leñador deja su costal en la orilla, y la ver-
dura recibe una exaltación de gozoso dalor, apareciéndose cfecida y
tierna debajo. El caminante pone en la vera sus alforjas, y el manantial
se las guarda, y él bebe, mirando aumentada su hacienda. Les reluce la
boca como una hoz con sangre. A veces, toman el agua en el vaso ufe
su mano, una mano enorme, peluda, roja, con nudos, cotí bultos de huesos ;
parece la frente de un cabrito hinchada de pezones de la cuerna. Pero los
enamorados son los que más alborotan. Se miran en lo hondo del agua ;
beben quitándosela, y se besan multiplicadamente, y se desean en el
deseo contemplado y se aman a ellos mismos, y toda la fuente, sonora
y fina, se queda un rato como un desceñido cendal de la novia.
Y, cuando se apartan, todos se vuelven, desde lejos, a mirar el agua...
Y ha pasado la hija del rey por la senda de los cipreses. Todo su
cortejo se precipita en la grama, entre los ramajes dormidos, y el agua
resplandece y se trastorna de jubones de terciopelos, de briales de sedas,
de luces de joyas, de aromas de corte, de trenzas, de tocados, de albo-
rozos y galanías. La piel y los cabellos de las doncellas desprenden un
olor frutal, y los pajes se les acercan y les sonríen con el brillo de la
inocencia y de la pasión campesina. Se huyen y se buscan ; cantan y se
embriagan de horizontes, y hasta se olvidan de la hija del rey. Ella
baja de su litera para ver la fuente, que se ha quedado sola, y ve surgir,
palpitando, el muro de cipreses t con sus agujas doradas de crepúsculo,
y ella, la infanta, delante, lisa, descolorida, sin gana de beber del agua
de su figura. Bajo sus pies, el musgo cruje íntimo y jugoso. Y ha jun-
tado sus manos como una santa, y se queja a la fuente :
—Agua criadora, llena de gracia que nadie te quita, ¡ a todos das de tu
alegría menos a mí, que soy la hija del rey!
Y el agua ha temblado oyendo el elogio de su felicidad, y le dice :
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 261
¿QUIÉN ES USTED?
EUGENIO D'ORS
R E D A C T A R
R. GOMEZ DE LA SERNA
(LA GREGUERÍA)
GREGUERÍAS
MÁXIMAS
I
Tenerlo todo, pero con esfuerzo.
II
Clasicismo, perfección viva.
III
En lo provisional, exactitud también, como si fuera definitivo.
IV
Quien escribe como se habla, irá más lejos en lo porvenir que quien
escribe como se escribe.
V
Ser breve, en arte, es suprema moralidad.
[Poesía en prosa y verso, Madrid, 1933, pág. 65 y as.]
268 JOSÉ MANUEL BLECUA
SÍNTESIS IDEAL
POESÍAS
VI
P Á J A R O FIEL
VII
CRIATURA AFORTUNADA
P U T U O
Platero es pequeño, peludo, suave ; tan blando por fuera, que se diría
todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus
ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico,
rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo
dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece
que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cnanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas mos-
cateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de
miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña... ; pero fuerte
272 JOSÉ MANUEL BLECUA
y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos,
por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de
limpio y despaciosos, se quedan mirándolo :
—Tien'asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.
[Platero y yo, Madrid, 1932.]
EL JARDINERO SEVILLANO
En Sevilla, Triana, y en un bello huerto sobre el Guadalquivir, calle
del Ruiseñor, además (y parece demasiado, pero estas coincidencias son
el pueblo). Desde el patio se veía ponerse el sol contra la Catedral y la
Giralda, términos rosafuego entre el verde oscuro. El hortelano jardinero,
hombre fino, vendía plantas y flores que cuidaba en su mirador con esme-
ro exquisito. Quería a cada planta y cada flor como si fuesen mujeres o
niños delicados, y aquello era una familia de hojas y flores. Y ¡le costaba
tanto venderlas, dejarlas ir, deshacerse de ellas ! Este conflicto espiritual,
lo tenía a diario, fué por una maceta de hortensias.
Vinieron a comprársela, y él, después de pensarlo y dudarlo mucho,
quedó comprometido en el trato. La vendía pero a condición, impuesta
por él, de vigilarla. Y se llevaron la hortensia. Durante unos días, el
jardinero estuvo yendo a verla a la casa de sus nuevos dueños. Le quitaba
lo seco, la regaba, le ponía o le sacaba una poquita de tierra, le arreglaba
las cañas. Y antes de irse, se estaba un rato dando instrucciones para su
cuidado : «Que debe regarse así y no asá, que el sol no tiene que darle sino
de este modo, que mucho cuidado, señora, con el relente ; que lo de más
acá, más allá».
Los dueños se iban cansando ya («Bueno, bueno, no sea usted pesado.
Hasta el mes que viene, etc.») de sus visitas, y ya el jardinero iba menos,
es decir, iba lo mismo ; pero no entraba. Pasaba por la calle y veía la
hortensia. O entraba rápidamente, pasando su vergüenza con un pre-
texto : «Aquí traigo esta jeringuilla que me he encontrado, para que
rieguen ustedes mejor», o «que se había olvidado este alambrito* o lo
otro. Y con estas disculpas se acercaba a «su» hortensia.
En fin, un día llegó nuevo y decidido : «Si ustedes no quieren que yo
venga a cuidarla, me dicen lo que les doy por ella, porque yo me la llevo
a mi casa ahora mismo», y cogió entre sus brazos el macetón añil con
la hortensia rosa, y como si hubera sido una muchacha se la llevó.
[Política poética, Madrid, 1935.]
,
i.° Indiquénse algunas ideas de Juan Ramón sobre la poesía.
2.° Señálese la trayectoria poética de Juan Ramón.
3.0 La naturaleza y el paisaje en la poesía y en la prosa de Juan
Ramón.
4.0 Su estilo y sus características.
CAPITULO XVII
is
274 JOSÉ MANUEL BLECUA
PEDRO SALINAS
II
JORGE GUILLEN
EQUILIBRIO
GERARDO DIEGO
ROMANCE DEL D U E R O
R E V E L A C I Ó N
DÁMASO ALONSO
RAFAEL ALBERTI
I I
PEÑARANDA DE . ÍD|ÜERO SÍ Garcilaso volviera,
yo sería su escudero ;
¿Por qué me miras tan serio, que buen caballero era.
carretero ?
Mi traje de marinero
Tienes cuatro muías tordas, 5 se trocaría en guerrera
un caballo delantero, ante el brillar de su acero ;
un carro de ruedas verdes, que buen caballero era.
y la carretera toda ¡ Qué dulce oírle, guerrero,
para tí, al borde de sil estribera!
carretero. 10 En la mano mi sombrero ;
¿ Qué más quieres ? que buen caballero era.
[De Marinero en tierra, Madrid, 1925 ]
Primer recuerdo
VICENTE ALEIXANDRE
LUIS CERNUDA
VIOLETAS
las rosas sin punzarse con las espinas. Es uno de los autores en quien se
siente con más abundancia y plenitud el goce epicúreo del •vivir, pero
nunca de un modo egoísta y brutal, sino con cierto candor, que es indicio
de temperamento sano, y que disculpa a los ojos del arte lo que de ningún
modo puede encontrar absolución mirado con el criterio de la ética menos
rígida. Apresurémonos a advertir que las mayores lozanías de Juan Ruiz
todavía están muy lejos de la lubricidad de Bocacio, que también a 6U
modo y con riqueza y variedad infinitamente mayores, pero en forma toda-
vía más fragmentaria que el Arcipreste, nos dejó en el Decamerone la Co-
media Humana de su tiempo. Más que a Bocado, se asemeja el Arcipreste
a Chaucer, tanto por el empleo de la forma poética cuanto por la gracia
vigorosa y desenfadada del estilo, por la naturalidad, frescura y viveza
de color, y aun por la mezcla informe de lo más sagrado y venerable con
lo más picaresco y profano.
[Antología de poetas líricos castellanos.)
Los romances más viejos que conocemos datan por lo común del siglo xv
a todo más alguno remonta al xiv ; la misma fecha alcanzan las baladas
inglesas o las canciones narrativas francesas ; parecen todas fruto de la
misma época. Pero si a primera vista esto nos inclinaría a pensar que no
existe diferencia notable en cuanto a los orígenes, hallamos en seguida
una muy importante al descubrir en el romancero entronque cdn la
poesía heroica. Varios pueblos europeos tuvieron una vieja poesía heroica
que cantaba hazañas históricas o legendarias, para informar de ellas al
pueblo. Pero en el carácter de esta vieja poesía y en sus relaciones con la
canción épico-lírica hallamos grandes diversidades.
Desde luego la antigua epopeya española se distingue de las otras
por tener un campo de inspiración más moderno que todas. Mientras la
épica germánica relata asuntos de la edad de las invasiones, mientras IR
francesa deja de inspirarse en la historia con la época carolíngia, hacia
el siglo ix, en cambio los temas conservados en la épica española van
desde el siglo vm, con el rey Rodrigo, hasta el xi con el Cid, y aun hasta
el xii, con Alfonso VII y el rey Luis de Francia. Esto quiere decir que
España se manifiesta más tenaz, más tradicionalista en mantener en ac-
tualidad un viejo género literario.
Y más tradicionalista se muestra todavía en retener lös restos de la
epopeya, cuando ésta llegó a agotarse. Desde la segunda mitad del si-
glo xiv, lo mismo en Francia que en España, las invenciones y reftaindi-
ciones de los poemas épicos decaían notablemente ; los juglares o cantores
de profesión van olvidándolos. Pero mientras en Francia el olvido fué
completo, en España el pueblo recordó persistentemente muchos de los
290 JOSÉ MANUEL BLECUA
Pâgs.
HÍUI aparecido :
GRAMÁTICA ESPAÑOLA, primer curso,
GRAMÁTICA ESPAÑOLA, s e g u n d o CUT-
SO.
GRAMÁTICA ESPAÑOW, tercer curso.
PRECEPTIVA LITERARIA Y NOCIONES
DE GRAMÁTICA HISTÓRICA, CUartO
curso.
HISTORIA GENERAL DE LA LITERATU-
RA, quinto curso.
LITERATURA ESPAÑOLA, s e x t o curso.
LITERATURA ESPAÑOLA, séptimo
curso,
HISTORIA Y TEXTOS DE LA LITERA-
TURA ESPAÑOLA (Doa volúmenes.)
EL LIBRO DE ESPAÑA, antología de
textos para los alumnos de Ba-
chillerato, por Hiena Villamana
Peco.
HISTORIA DE LA LITERATURA EX-
TRANJERA, por Ildefonso Manuel
Gil.