2016.01.14. Samanta Schweblin
2016.01.14. Samanta Schweblin
2016.01.14. Samanta Schweblin
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Salir
Por Samanta Schweblin
de mujeres, y la protagonista, sobrepasada de cosas que necesitaba desteir y olvidar, estaba demasiado celosa del xito
de su hermana para permitirse la excentricidad de participar. Reescrib la historia
varias veces. Pero cuando le doy tantas
vueltas a una idea hay algo que se estanca, que ya no me sirve.
Quiz no todos los das necesitamos
contar las mismas historias. Ah tenemos
otra ventaja del cuento: el lujo de poder
desprenderse de la historia que creamos que queramos contar, para descubrir la que en realidad necesitamos
contar. En la travesa nocturna de este
cuento, Salir, no queda un solo paue-
JUE
14.01.16
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Salir
Tres relmpagos iluminan la
noche y alcanzo a ver algunas terrazas sucias y las medianeras de
los edificios. Todava no llueve.
Los ventanales del balcn de enfrente se abren y una seora en
pijama sale a recoger la ropa. Todo esto veo mientras estoy sentada en la mesa del comedor frente
a mi marido, tras un largo silencio. Sus manos abrazan el t ya
fro, sus ojos rojos siguen mirndome con firmeza. Espera a que
sea yo la que diga lo que hay que
decir. Y porque siento que sabe lo
que tengo que decir, ya no puedo
decirlo. Su frazada est tirada a
los pies del silln, y en la mesa
ratona hay dos tazas vacas, un
cenicero con colillas y pauelos
usados. Tengo que decirlo, me digo, porque es parte del castigo
que ahora me toca. Me acomodo
la toalla que me envuelve el pelo
hmedo, ajusto el nudo de mi bata. Tengo que decirlo, me repito,
pero es una orden imposible. Y
entonces algo sucede, algo en los
msculos complicado de explicar.
Sucede paso a paso sin que alcance a entender exactamente de qu
se trata: simplemente empujo la
silla hacia atrs y me incorporo.
Doy dos pasos al costado y me
alejo. Tengo que decir algo, pienso, mientras mi cuerpo da otros
dos pasos y me apoyo contra el
mueble de los platos, las manos
tanteando la madera, sostenindome. Veo la puerta de salida, y, como s que l todava me mira, yo
me esfuerzo en evitarlo. Respiro,
me concentro. Doy un paso al
costado alejndome un poco ms.
l no dice nada, y me animo a dar
otro paso. Mis pantuflas estn
cerca y, sin soltarme de la madera
del mueble, estiro los pies, las
empujo hacia m y me las pongo.
Los movimientos son lentos, pausados. Suelto las manos, piso un
poco ms all, hasta la alfombra,
junto aire, y en solo tres pasos
largos cruzo el living, salgo de
casa y cierro. Se escucha mi respiracin agitada en el pasillo del
edificio, a oscuras. Me quedo un
momento con la oreja apoyada
contra la puerta, intentando escuchar ruidos dentro, su silla al incorporarse o sus pasos hacia ac,
pero todo est en completo silencio. No tengo llaves, me digo, y
no estoy segura de si eso me preocupa. Estoy desnuda bajo la bata. Soy consciente del problema,
de todo el problema, pero de alguna manera mi estado, este inslito estado de alerta, me libera de
cualquier tipo de juicio. Las luces
de los tubos parpadean y luego el
pasillo queda ligeramente verde.
Voy al ascensor, lo llamo y llega
enseguida. Las puertas se abren y
un hombre se asoma sin sacar su
mano de los botones. Me invita a
pasar con un gesto cordial. Cuando las puertas se cierran siento un
fuerte perfume a lavanda, como si
acabaran de limpiar, y la luz, ahora clida y muy cerca de nuestras
cabezas, me alivia y reconforta.
en el mismo edificio.
Trabaja en el edificio, tiene su
taller dos pisos sobre el mo. Pero
vive en otro lugar. La conoce?
Sabe a qu se dedica mi hermana?
Disculpe, le molesta si paro
un momento? Me dieron muchas
ganas de fumar.
Detiene el coche frente a un
kiosco, apaga el motor y se baja.
Qu genial va todo hasta ac, me
digo. Qu bien me siento ahora
mismo. Parece haber algo especial en todo esto que se me est
escapando, algo como qu?, me
pregunto, tengo que saber qu es
lo que est funcionando para retenerlo y replicarlo, para poder volver a este estado cuando lo necesite.
Seorita!
El escapista me hace seas desde el kiosco para que me acerque.
Dejo la toalla en el asiento de
atrs y bajo.
No tenemos cambio, ninguno
de los dos dice el escapista sealando al hombre del kiosco.
Me esperan. Busco cambio en
los bolsillos de mi bata.
Se encuentra bien? dice el
hombre del kiosco.
Concentrada todava en los
bolsillos, tardo en entender que la
pregunta va dirigida a m.
Tiene el pelo mojado. As dice sealndome extraado, como recin salida de la ducha.
Mira tambin mi bata aunque no
dice nada sobre eso. Solo diga
que est bien y seguimos con el
tema del cambio.
Estoy bien digo, pero tampoco traigo cambio.
El hombre asiente una vez, desconfiado, y despus se agacha
tras el mostrador. Lo escuchamos
hablar para s mismo, decirse que
en algn lado, entre las cajas,
guarda siempre unas monedas extra. El escapista me mira el pelo.
Tiene el entrecejo fruncido y por
un momento temo que algo se
quiebre irremediablemente, algo
de este bienestar.
Sabe el hombre del kiosco
vuelve a asomarse, atrs tengo
un secador. Si quiere...
Miro al escapista, alerta a su reaccin. No quiero, no quiero secrmelo, pero tampoco quiero negarle nada a nadie.
Estamos en eso dice el escapista sealando el coche, ve?
Conducimos con las ventanas bajas, en primera, y hace mucho calor. En un rato el pelo va a estar
sequsimo.
El hombre mira hacia el coche.
Tiene en la mano unas monedas,
que aprieta y afloja un par de veces antes de volver a mirarnos y
entregrselas al escapista.
Gracias digo cuando salimos.
El hombre del kiosco no parece
convencido con mi actitud y, aunque se aleja hacia las heladeras,
se vuelve todava un par de veces
para mirarnos. Afuera el escapista
me ofrece un cigarrillo, pero le
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JUEGOS
CRZEX
AUTODEFINIDO ILUSTRADO
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