Tuyo para Siempre Gwendolen Hope

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Tuyo para siempre

GWENDOLEN HOPE
Copyright © 2020 Gwendolen Hope

Traducción: Tra Parole

Todos los derechos reservados.

Independently published
Dedicado a ti, mi F.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo
Agradecimientos
“¡Ni siquiera las fuerzas del infierno y del paraíso juntas podrían impedirme que haga el amor contigo, ahora!”.

LISA KLEYPAS
Capítulo 1

Andrei

A este tengo que hacerlo sufrir.


Es parte del encargo, y si ese fue el pedido, solo puedo pensar que debe merecérselo. A mí,
honestamente, no me importa. Puedo usar el bastón y demorar unos cuarenta segundos o tomarme
dos buenas horas en la bodega que Turturro pone a mi disposición para esta clase de trabajos.
Este, por ejemplo, debe terminar en la bodega, eso fue lo que me dijeron.
Y allí terminará.
Apago el cigarrillo y lo veo saldar la cuenta del restaurante con el camarero. Tiene el estómago
colmado con su última cena y yo estoy listo para irme con él.
Ha dejado de nevar pero la calle aún se encuentra resbaladiza, por este motivo una mujer que
pasa a mi lado está a punto de perder el equilibrio y habría terminado en el suelo si el hombre que
la acompañaba no la hubiese sostenido. Ríen del accidente que han evitado, luego intercambian
algunas palabras, se besan rápidamente en los labios y me superan. La gente feliz me deja
totalmente indiferente; no la envidio, no la compadezco. Simplemente no comprendo cómo se
puede tener tanta necesidad de alguien más. Será que yo siento que no necesito a nadie. Me
envuelvo con más fuerza en mi chaqueta. Hace frío. Tengo que estar listo.
Miro al otro lado de la calle. Mi objetivo ha pagado la cuenta pero aún no ha abandonado la
mesa. Está estudiando su teléfono. Escribe, escucha una nota de voz. Luego, a su vez, graba una.
Soy paciente, metódico, no me importa esperar, ni bajo la nieve, ni bajo el sol que quema la piel.
Lo importante es completar con éxito el trabajo que me han encomendado.
Finalmente hace a un lado su teléfono y se pone de pie. Se coloca su abrigo, en el ingreso
saluda al maître, quien le hace una reverencia. La última. Atraviesa la puerta del restaurante y se
encuentra en la calle. Yo cruzo, comprobando fugazmente que no vengan coches, y me posiciono
detrás de él. Confundirse entre las personas que pasan, hoy es fácil. Son las nueve de la noche y
estamos próximos a Navidad, las calles del Queens están repletas de personas que van en todas
las direcciones, con las cabezas gachas y las manos llenas de regalos y bolsas de compras. Todos
están atontados por las luces, nadie mira exactamente donde debería. Regresan a casa para cenar o
pasar la noche luego de una jornada de trabajo y diligencias. La gente es adicta a estos hábitos,
tanto que no nota lo demás, lo que la rodea, los detalles. Mi hombre no es la excepción. En lugar
de girarse cada tanto para comprobar si alguien lo sigue, mira fijo, saca el teléfono y responde una
llamada, termina y devuelve el móvil al bolsillo. Y con todo, no se trata de un santo, una mínima
sospecha debería tener. Sin embargo, no. Se detiene en una tienda y me veo obligado a demorar el
paso y luego a detenerme también yo, a distancia para no ser descubierto. Finjo estudiar un
escaparate pero lo mantengo bajo control con el rabillo del ojo. Cuando las calles están
discretamente atestadas es difícil hacer lo que tengo que hacer sin ponerme en evidencia. Pero no
me importa. Ni un gramo de preocupación pesa sobre mi alma. Me siento completamente vacío y
no me detengo a preguntarme si eso es algo bueno o malo.
Mi objetivo comienza a caminar de nuevo y lo mismo hago yo.
En la esquina gira. Se dirige a buscar su coche. Vive un tanto lejos de aquí y yo he estudiado
bastante bien sus movimientos como para saber que no utiliza medios de transporte públicos. Se
mueve en su propio automóvil y nosotros estamos en las proximidades de un gran parking
subterráneo. Podría haberlo dejado allí abajo. Parking subterráneo quiere decir cámaras de
vigilancia. Tengo que poder interceptarlo antes. Para mi sorpresa, no baja al aparcamiento sino
que se dirige a otro lado. Gira en un callejón aún menos concurrido. Se acerca a un coche
pequeño, coge las llaves de su bolsillo y, mientras tanto, mira una vez más al teléfono.
Esta maldita manía de los móviles hace que la gente se vuelva estúpida, como él. Si no
estuviese mirando su teléfono, podría ver a un hombre con gorro de lana aproximándose y tener
una pequeña duda acerca de lo que quiere. Pero no, no lo hace. De modo que, cuando apresuro el
paso, me avecino y le hablo, desconoce por completo la situación y no se encuentra preparado.
—¿Tienes fuego? —le pregunto cuando estoy prácticamente a su lado.
—No —responde en forma poco cortes y sin levantar la vista.
Mirar menos el teléfono en ocasiones puede salvar vidas, sería necesario tenerlo presente. Ya
he sacado la mano derecha del bolsillo, la que empuña la pequeña jeringa llena de Rohypnol. La
clavo en su cuello con un gesto seco. Se gira, insulta y me mira primero con sorpresa y luego con
terror. Sostengo su mirada mientras tomo las llaves directamente de su mano. Con un brazo rodeo
su cintura para evitar que caiga y con el otro abro la puerta del coche. Se ha aflojado y
rápidamente lo deposito en el asiento del conductor, luego con un par de maniobras muevo su
cuerpo al sitio del pasajero. Le ajusto el cinturón de seguridad y me ubico detrás del volante. Su
cabeza se balancea, la posiciono de modo tal que parezca que está dormido. Bien, ahora puedo
trasladarlo a mi lugar secreto para terminar aquello con lo que acabo de comenzar.
Si debe sufrir, sufrirá.

***

Me tomó cuatro horas, de las cuales una la utilicé para limpiar. Salí del viejo sótano
arrastrando dos bolsas de residuos negras y reforzadas. Las cargué en el furgón para descartarlas.
Luego regresé y limpié con meticulosidad. Lo hago siempre, cada vez que vuelvo aquí todo debe
estar en perfecto orden. Me muevo en absoluto silencio, como de costumbre. Ninguna distracción,
nada de música, nada de pensamientos que se entrometan en mi cabeza. Es mi trabajo, lo demás no
me importa. Llevo el furgoncito al vertedero que funciona día y noche. Hay un hombre de Turturro
en el ingreso. Me conoce, sabe que debe dejarme pasar y de hecho lo hace, levanta la barrera sin
hacer preguntas y estoy dentro. La máquina que se ocupa del tratamiento de los residuos trabaja
siempre y yo despacho allí los dos sacos. Hecho. Giro y me voy sin sentir nada: ni alivio, ni
remordimiento, ni nervios. Nada de nada.
¿Qué puedo hacer? Beber algo. En este momento, es la única idea que consigue despertar algo
de interés en mí. Subo nuevamente al furgón y lo llevo al sótano. Tomo el coche y conduzco hasta
un bar que se encuentra en la carretera principal, al que visito con bastante frecuencia. No dejo
que nadie aquí dentro se me acerque demasiado ni entre en confianza conmigo y, mientras nadie
ponga atención en mí, podré continuar viniendo. Me siento en la barra y el barman me pregunta
qué quiero.
—Un whisky solo —respondo.
He aprendido a decirlo así, aunque lo que verdaderamente querría es un rakija torcibudella, de
esos que bebía cuando era chico en Sofía. Tomaba fundamentalmente brlja porque el alcohol de
calidad no podía permitírmelo.
Bebo pequeños sorbos del líquido, disfrutándolo. Es lo único bueno, lo único que esta noche
puede suscitar un sentimiento positivo en mí. Pero pronto se acaba y deja tras de sí un sabor
amargo. Apuro la copa y abandono el bar. Necesito descansar.
Capítulo 2

Anna

Han llamado a la puerta. —¡Yo voy! —Ya estoy bajando las escaleras que del piso de arriba
conducen al salón, por lo tanto no me cuesta nada acercarme a la entrada. Tocan nuevamente,
quien quiera que sea debe estar impaciente y yo sé quién es. —¡Voy! —digo en dirección a nadie
en particular.
Abro la puerta de casa y una ráfaga de aire frío me golpea precisamente en el momento en que
veo a mi hermana y a su novio en el pórtico. —Haznos pasar, ¡hace un frío de perros!
Su entrada a la casa trae salpicones de agua mezclada con nieve por doquier y una sensación de
frío intenso y penetrante.
Rose tiene un abrigo verde salvia que se enlaza en la cintura y que cubre gran parte de sus
piernas. Guantes, bufanda y gorro son negros, al igual que su bolso. Pero su bufanda es demasiado
ligera y el gorro lleno de lentejuelas es solo decorativo si se tiene en cuenta el frío que hace por
estos días. Ronald, su novio, es tan elegante como ella pero sufre menos el frío. Su abrigo gris
debe ser pesado, con toda esa piel de oveja en el interior, y además lleva guantes acolchados que
parecen mantener sus manos bien calientes. Para los hombres es más simple ser elegantes. Para
los hombres todo es siempre más fácil, al menos en mi familia.
Rose hace que Ronald la ayude a quitarse el abrigo y mientras tanto no deja de hablar. Se
deshace del sombrero y una cascada de cabellos oscuros y gruesos flota sobre sus hombros. Sus
ojos brillan por el entusiasmo. Ha vivido alguna aventura, está contenta y no puede esperar para
contárnoslo. —¿Dónde está mamá? Tenemos que hablar del almuerzo de Navidad, aún no hemos
acordado la segunda parte del menú y debemos hacerlo cuanto antes.
Los padres de su novio pasarán Navidad con nosotros y Rose quiere causar la mejor de las
impresiones. Es por eso que en estos últimos días previos al evento está siempre alterada y
nerviosa. Será la ocasión perfecta para una presentación oficial, un paso más para sellar la
amistad de nuestras familias. Yo no tengo novio, por lo tanto no puedo comprender qué se siente
pero creo que, incluso si lo tuviera, de todos modos no entendería. Rose y yo somos
completamente diferentes y no solo estéticamente hablando. Ella tan femenina y refinada, y yo tan
simple y práctica.
—¿En qué punto te encuentras con tus regalos? —me pregunta jadeante mientras hurga en su
bolso.
—Voy bien —respondo. Para no decir que no he comenzado aún.
—Debes darte prisa, si esperas al último minuto no encontrarás nada. —Ha cogido su celular y
comienza a revisar sus mensajes.
No encontrar nada en Manhattan es prácticamente imposible, pero no se lo señalo porque Rose
está en pleno delirio. En cambio miro a Ronald, quien me hace un guiño comprensivo que yo
devuelvo con una sonrisa. En términos generales me gusta Ronald, es perfecto para Rose. Y no lo
pienso solo yo, lo piensa también mi familia y en especial mi padre, Joe Turturro. Si él no lo
quisiera, mi hermana no podría ver a Ronald ni siquiera con binoculares. En la familia Turturro
uno no se casa por amor o por elección. El matrimonio es un contrato, un trampolín, un modo de
estrechar alianzas entre familias. Afortunadamente mi padre quiere. Y quiere porque Ronald es un
Russel y su familia es líder en el sector de la cría intensiva de aves de corral. Parece que, para mi
progenitor, los Russel son socios indispensables en la gestión de su cadena de restaurantes. Sea
como sea, Ronald es un hombre guapo, parece enamorado de Rose y eso es suficiente para mí.
Será el mechón rubio que cae sobre su frente o ese aire de príncipe azul de cuento de hadas. Son
perfectos el uno para el otro, como dos piezas de un puzzle que encastran a la perfección para
formar un diseño.
Los sigo al gran salón de la planta baja, allí a donde me dirigía antes de que llamaran a la
puerta. El gran pino fue ubicado frente a la ventana que da a la calle. Siempre en el mismo sitio,
cada año, desde que tengo memoria el árbol de Navidad en mi casa nunca ha cambiado de
ubicación. Marita, nuestra ama de llaves, está de pie en el último peldaño de las escaleras y sigue
con la frente fruncida las instrucciones de mi madre que le dirige: un poco más arriba, un poco
más abajo, para colocar la guirnalda.
Mi madre lleva un vestido moteado que no estiliza su figura en absoluto, pero a ella no le
importa porque es de diseñador y eso es lo único que basta para convertirlo automáticamente en
una prenda apta para formar parte de su guardarropas. No puede conjugar la pasión por la moda
con la que siente por la mesa, especialmente por la pasta y los platos italianos, pero también eso
parece no interesarle. Para ella únicamente es importante hacer ver que tenemos dinero, lo demás
viene solo.
—Rose, Anna, vengan aquí. ¿No debería estar más alto ese grupo de bolas rojas? ¿Aquel bajo
el puntal? ¡Marita, date prisa con ese puntal! —Marita se pone en puntillas balanceándose hacia
delante y hacia atrás y por un instante pienso qué sucedería si cayera de la escalera.
Mi hermana se lanza inmediatamente en la discusión y también ella le da instrucciones a
Marita. A mí, sinceramente, no me importa. Solo me limito a notar lo similares que son mi madre y
mi hermana. Rose es más alta y más delgada pero dentro de treinta años será redonda como mamá.
Tienen los mismos ojos oscuros y el cabello de una tonalidad de negro que parece casi azul.
Ambas poseen un desarrollado sentido del buen gusto y no saldrían de casa si no pudieran hacer
combinar correctamente zapatos y bolso. Yo soy diferente. Tengo la impulsividad y la impaciencia
de mi padre, además de dos ojos de color verde melancólico y tez clara. Verde melancólico. No
verde claro u oscuro o verde intenso. Durante un período lo definí como “bosque” para ser menos
cruda, pero mi madre siempre ha dicho melancólico, un adjetivo que por sí solo tiene el poder de
absorber toda la poesía del verde. Luego está mi palidez. Siempre me veo asustada, con estos
grandes ojos que destacan en un rostro demasiado redondo. No soy fea, pero tampoco guapa, lo
que es seguro es que soy muy diferente a Rose. No tengo su altura, no tengo su clase, no tengo su
belleza. Solo tengo el mismo apellido.
Marita ejecuta las órdenes de pie sobre la escalera, mientras mamá y Rose no consiguen
decidirse. Llaman nuevamente a la puerta. Estoy lista para ir otra vez, ya que soy la menos
implicada en la decoración, pero Ronald me detiene en el corredor tomándome por un brazo.
Literalmente me frena, con bastante energía, como si pudiera escapar de su agarre.
—Deja, voy yo. —No entiendo el por qué pero le hago un gesto de asentimiento con la cabeza.
Me adelanta y con su altura obstruye mi campo visual. No debería importarme, pero soy curiosa
por naturaleza y el brazo por el que Ronald me ha cogido me duele todavía un poco. Echo un
vistazo nuevamente hacia el salón y luego miro la entrada. La puerta está abierta, hay un hombre
en el umbral, que veo con dificultad debido a la presencia de Ronald. Intercambian algunas
palabras, luego el prometido de mi hermana lo hace entrar y entonces yo lo veo al pasar. No lo
conozco, debe ser alguien que está aquí para ver a mi padre. Es alto, robusto y macizo. No me
mira. Giro de inmediato la mirada hacia el corredor que lleva al estudio. Ronald va a sus
espaldas, escoltándolo, aunque el desconocido es más alto y poderoso que él. Ambos desaparecen
rápidamente de mi vista. Un escalofrío recorre mi cuerpo. No sé por qué, pero ese hombre me ha
causado un sentimiento de inquietud y miedo.
Rose se asoma.
—¿Ronald?
—Está con papá —respondo— con un tipo que acaba de llamar a la puerta. —Quisiera agregar
“alguien que mete miedo con solo verlo” pero me contengo. Fue simplemente una sensación y es
usual que a casa vengan personas desconocidas, socios de negocios de mi padre. Pero son en su
mayoría hombres distinguidos, envueltos en abrigos de cachemira, no tipos grandes y robustos que
parecen recién salidos de la cárcel.
—¿Quién?
—No lo sé. Casi dos metros de alto, macizo, no le he visto bien la cara.
Rose no responde, entonces dejo de mirar el corredor y me giro. Su rostro está serio, casi
asustado.
—¿Lo conoces?
Pero no tiene tiempo de responder porque la voz de mi madre interrumpe la conversación.
—¿Queréis venir? ¿O tengo que hacer todo sola?

***

Han pasado más de cuarenta minutos. Casi hemos terminado de adornar el árbol y yo he ido
cien veces del salón al corredor, asomándome con frecuencia ante el más mínimo sonido. Quiero
ver al hombre que se encerró con Ronald en el estudio de mi padre. Tengo curiosidad, ni siquiera
yo sé por qué. Era tan alto, grande, con un aire esquivo y misterioso. No misterioso. Temible.
Debo llamar a las cosas por su nombre.
Estoy colocando las guirnaldas que hemos decidido no usar en la caja que se encuentra justo
fuera de la sala de estar, cuando escucho que la puerta del estudio de mi padre se abre y luego se
cierra. Pasos en el corredor. De dos personas. Me tenso pero permanezco inclinada guardando los
adornos y luego levanto la cabeza para mirar. Ronald escolta al desconocido hasta la puerta de
entrada. Lo miro nuevamente, esta vez de espaldas y una vez más tengo la sensación de
encontrarme junto a un hombre que da miedo. Ronald abre la puerta de casa. No se estrechan la
mano y el hombre se marcha ya. Yo estoy inmóvil, como hipnotizada, mirando ese par de hombros
gigantes que hacen parecer pequeño incluso al novio de mi hermana. El sujeto voltea por un
instante en mi dirección. Ahora sí, me ha visto, estoy segura. Por una fracción de segundo nuestras
miradas se cruzan y advierto una extraña sensación en la base de la espina dorsal, como un
hormigueo insistente, una señal de alarma que induce a escapar a toda velocidad sin mirar atrás.
Me siento como paralizada mientras Ronald abre la puerta y el tipo sale.
Se va. El novio de mi hermana abandona el corredor y regresa sobre sus pasos en dirección al
estudio de mi padre. Hay algo en el suelo, un trozo de papel, tal vez un boleto, no sé qué es. Yace
allí, en la alfombra. Sin pensarlo, avanzo hasta la puerta ahora cerrada. Podría ser suyo, del
hombre que acaba de dejar nuestra casa. Podría ser importante o no representar nada. No estoy
segura qué es lo que me lleva a hacerlo, pero abro la puerta. Una ráfaga de aire frío me golpea,
como antes, sin piedad, pero de todas formas avanzo y bajo los pocos escalones que separan
nuestra casa de la calle. El hombre de enorme figura y contextura de luchador ha hecho varios
pasos ya y está casi llegando a la esquina. Mis pantuflas se empapan con la nieve y mis pies
comienzan a enfriarse, pero de todos modos avanzo, con una mezcla de temor y expectativa. Ni
siquiera sé por qué lo estoy haciendo pero probablemente me arrepentiré.
—¡Disculpe! —llamo. Pero él no voltea. Hay viento y avanzo con dificultad.
—¡Hey! —continúo y lo alcanzo. Mi voz tan cercana hace que se gire y, en el instante en el que
voltea su cuerpo hacia mí, me pregunto qué se me pasó por la cabeza. Me detengo y siento que me
falla la respiración. Él me mira y yo no sé qué decir. Parece que lo he olvidado. El hecho es que
hay algo raro en su cara. Tal vez la mirada. Sí, debe ser eso, tiene un ojo más abierto y en el otro
el párpado está algo bajo, ambos son de un azul intenso pero no exactamente idéntico. En conjunto
posee una belleza ruda y desconcertante, una belleza no para ser admirada sino temida. De cerca
su rostro es serio. Si está sorprendido no lo deja ver, más bien parece indiferente.
No sabría bien cómo definir su aspecto, sino diciendo que me resulta interesante en un modo
tosco y casi temible. Tiene la barba rasurada pero evidentemente, acaba de volver a crecerle,
negra y poblada. Sus cabellos, por lo poco que se puede ver en las sienes, son oscuros y
cortísimos y sus labios están cerrados y se ven duros. Parece un condenado a cadena perpetua que
evadió su pena. Esta comparación me salta en mente tan de repente que ciertamente no consigue
tranquilizarme. No dice nada, espera que yo le esclarezca por qué lo detuve. Y súbitamente parece
que lo he olvidado.
Extiendo la mano, la que tiene el folleto y, para mi gran pesar, tiemblo. —Creo que se te ha
caído a ti —le digo tendiéndole el papel pero mirándolo a los ojos. Esos ojos: ¿qué tienen de
diferente? Él alarga su mano y toma lo que le doy sin dejar de mirarme. Nuestros dedos se rozan
ligeramente pero no está prestando atención a mi mano. Me mira solo a mí. No dice gracias, no
dice nada.
—Tal vez es importante —dejo caer avergonzada. Algo no está bien. ¿Por qué no habla? ¿Por
qué no dice nada? Aunque sea un simple gracias sería suficiente para romper la tensión.
—Ok, era solo eso —agrego casi arrepentida de mi impulsivo gesto. Yo soy impulsiva. Si no
lo fuera no lo habría seguido, me hubiese quedado adornando el árbol de Navidad y no hubiese
pasado más de media hora con las orejas paradas para controlar quién salía del estudio de mi
padre. Ahora que he aplacado mi curiosidad, ¿qué he ganado? Solo vergüenza.
Cuando ya he perdido las esperanzas de que este tipo pudiera decir algo, me sorprende.
—Gracias —pronuncia con un acento extraño. Tiene una voz baja y profunda.
—De nada —respondo. Es extranjero, seguro.
—¿Cómo te llamas? —me arriesgo. Si ha hablado una vez…
Parece pensarlo mientras no deja de penetrarme con sus ojos. Luego mira a su alrededor, como
comprobando si había alguien más además de nosotros, como si satisfacer mi curiosidad no fuese
una buena idea y estuviese dispuesto a hacerlo solamente si no hubiese gente en las inmediaciones.
—Andrei —responde al final. Definitivamente es extranjero.
—Entonces, ¡chau, Andrei! —digo. Él no me devuelve el saludo. Simplemente me da la
espalda y se va.
Capítulo 3

Andrei

Hoy no tengo encargos, puedo hacer prácticamente lo que quiero. Soy libre de organizar mi día
como mejor me parezca y esto no siempre es bueno. La mayor parte de las veces me encuentro
sentado en una banca del parque, mirando a las personas o al lago, esperando que se haga de
noche para volver a trabajar. La gente normal aprovecha los días libres para ir a hacer compras,
visitar amigos, pasear. Yo no cocino en casa, siempre como fuera, donde me encuentre el hambre,
no compro ropa más que cuando la vieja queda inutilizable y no tengo amigos. En definitiva, no
veo la hora que mi día libre pase.
Pero no hoy. Hoy tengo algo importante que hacer. Estoy en Little Italy, apostado delante de la
iglesia del Preziossimo Sangue y espero. La espero a ella.
No pude dormir. Tengo los ojos abiertos como platos desde ayer en la noche, desde que regresé
a mi apartamento, después de que ella se precipitó fuera de su casa para darme ese trozo de papel.
No era mío, se trataba de la factura de un peluquero para mujeres. Lo vi solo cuando llegué a casa
y eso me hizo pensar que tampoco ella había mirado qué era lo que me estaba entregando en el
momento en que me llamó para darme esa tarjeta. Pero no es ese el punto, o tal vez sí. Estoy
confundido y eso rara vez me sucede, Generalmente soy centrado y racional, calmo y frío.
Ella se llama Anna. Anna Turturro, es la hija menor de mi jefe, Joe. En el momento en que me
giré llamado por esa voz insistente y la vi, advertí una sensación extraña. Como si algo se hubiera
movido de repente dentro de mí, en mi pecho. Como si mi corazón detenido hubiese decidido
volver a latir, un engranaje inmóvil, fosilizado desde hace años, dio un salto leve, imperceptible.
Es una idea estúpida porque el corazón no puede detenerse, lo sé bien. Mientras estás vivo, late.
Pero yo sentí una especie de dolor, una sacudida, como si algo se hubiese despertado en mí
después de tanto tiempo. ¿Cómo podría haber definido eso? No lo sé. En mi cabeza continúo
diciendo que es un interés. Finalmente me interesa algo y ese algo es un alguien. Es Anna Turturro.
No pegué un ojo en toda la noche y con las primeras luces del alba me aposté fuera de la casa
de los Turturro, para asegurarme de verla cuando saliera. Eran las ocho cuando la puerta se abrió
y salió, toda envuelta en una bufanda y con un gorro de lana. Se metió en un pequeño auto y yo la
seguí en moto hasta aquí, su destino, la iglesia del Preziosissimo Sangue. Estoy del otro lado de la
calle, frente a la entrada principal, precisamente del mismo modo en que ayer estaba del otro lado
del restaurante donde se encontraba mi objetivo. Pero hoy espero por un motivo muy diferente.
Admiro la fachada blanca y dorada de este majestuoso edificio y se me ocurre que creo no haber
entrado nunca en una iglesia. No tengo ni un mísero recuerdo de ello, ni siquiera sé qué hacen ahí
dentro, además de predicar un estilo de vida diametralmente opuesto al que yo llevo. Si existe un
Dios, realmente, ni siquiera tendría que permitir que yo esté aquí en frente. Debería incinerarme
ahora, inmediatamente, tal vez con un rayo repentino que cayera de este cielo azul.
Pero no hoy, hoy no sucederá porque tengo que hacer algo importante. Mirar.
Anna se encuentra allí dentro desde hace una hora y no sé cuánto tiempo más se quedará. En
realidad no me importa qué tanto tenga que esperar, necesito verla un instante, aunque sea un
instante. Es una necesidad visceral que ni siquiera yo sé de dónde sale. Solo sé que tengo que
mirarla para luego poder recordar su imagen en esos momentos en que mi mente se vacía y me
siento completamente solo. ¿Y después? ¿Qué haré? No lo sé, no me lo pregunto tampoco.
Simplemente sé que hoy no tengo previsto nada más e, incluso si no estuviera libre, habría
cancelado cualquier otro encargo para estar aquí.
Esperando.
Que salga.
Verla aunque sea solo por un momento. ¿Y luego?
No lo sé.
Mientras pienso que son más las cosas que no sé que aquellas de las cuales tengo certeza, veo
que hay movimiento delante de una de las entradas laterales de la iglesia. No estoy muy
familiarizado con las iglesias, pero podría ser la sacristía y, en cualquier caso, es la misma puerta
por la que Anna entró esta mañana. Las que salen son niñas, serán cerca de quince. Son pequeñas,
podrán tener seis o siete años y todas están envueltas con bufandas y gorros de varios tonos de
rosa. Van hacia sus padres, parecen un enjambre de abejas zumbantes. No amo particularmente a
los niños, me hacen sentir confuso e incómodo. No sabría cómo comportarme con ellos y por
fortuna es algo por lo que nunca tengo que preocuparme. Levanto el cuello de mi abrigo y bajo un
poco más el gorro de lana sobre mis orejas. Hace frío.
Luego sale Anna. Viste con sencillez, un par de jeans y un abrigo corto de color azul. Tiene el
gorro y la bufanda celestes en los que estaba envuelta esta mañana y vigila que todas las niñas
vayan hacia sus padres. Y en efecto, eso es lo que sucede. Sonríe, sin escatimar, les regala una
sonrisa a todos, conversa con las madres, acaricia la cabeza cubierta por el gorro de una niña.
Qué daría por recibir también yo una de esas sonrisas. Pero estoy aquí, escondido, robando por un
instante su imagen y no soy alguien que pueda merecer su atención. Menos que menos una sonrisa.
Y sin embargo, ayer, cuando salió de casa para llamarme, parecía que realmente quería hablar
conmigo. Me toco la mejilla. Entonces debe haber comprendido de inmediato que hay algo malo
en mí.
Mientras rumio esas ideas, noto un rápido movimiento. La niña a la que Anna le acariciaba la
cabeza está corriendo. Ha dejado a su madre y corre disparada hacia un hombre que debe ser su
padre y que se encuentra de mi mismo lado de la calle. La madre acaba de notarlo y le está
gritando que se detenga, pero ella de todos modos continúa corriendo. Anna grita. Un auto está a
punto de alcanzarla, si no frena la embestirá, estoy absolutamente seguro. Debo decidir de prisa
qué hacer. Anna está gritando, tiene el rostro descompuesto por la desesperación y se lleva la
mano a la boca. Algo dentro de mí se dispara, no sé qué. Pero no quiero ver su rostro surcado por
la angustia.
Salgo de mi escondite, salto en medio de la calle, el coche está por llegar y no frenará a
tiempo, va demasiado a prisa. Alcanzo a la niña y la empujo lo más lejos que puedo. Aterrizamos
juntos del otro lado de la acera. El auto frena, un chirrido persistente varios metros por adelante
nuestro. Si no hubiese intervenido, realmente la habría atropellado. Me encuentro en el suelo con
la niña, ella grita, la madre grita, otra gente alrededor mío hace lo mismo. Rápidamente me pongo
de pie, justo a tiempo para ver que se ha formado un pequeño círculo en torno nuestro. El
conductor del auto bajó. Es una mujer anciana, tiene las manos en sus grises cabellos y llora
balbuceando confusas palabras de disculpas y oraciones de agradecimiento. La madre abraza a la
niña, la niña llora. El padre se dirige a mí para agradecerme, posa su palma abierta en mi hombro
y yo me tenso. Mi primer impulso es quitarla pero resisto, será cuestión de pocos segundos.
Levanto una mano para decir que no es nada y que no están en deuda conmigo, luego me escabullo
un poco. No soy capaz de soportar las atenciones. Palmeo mis manos una contra otra y quito el
polvo de mis pantalones. No merezco su reconocimiento, no he hecho nada para salvar a la niña,
lo he hecho solo para no ver la angustia en el rostro de Anna. La busco, girándome hacia la
derecha y a la izquierda. ¿A dónde fue? No la veo.
—Andrei.
He escuchado una sola vez su voz, pero ya me ha domesticado. Podría ponerme de rodillas
simplemente pronunciando mi nombre. Es tan extraño oírlo en boca de alguien, es tan agradable
escucharlo en su voz. Me doy vuelta. Es ella. Tiene el rostro increíblemente pálido, al menos por
lo que puede verse bajo el gorro azul. Me habla a mí. Me está llamando a mí. Lo he hecho para no
verla desesperada, pero parece tan pálida que temo que esté a punto de desmayarse. Siento el
impulso de tomarla entre mis brazos, estrecharla, sostenerla contra mi pecho y reconfortarla,
mantenerla apretada hasta que el shock haya pasado. Pero no puedo ni siquiera rozarla.
—¡Salvaste a esa niña! ¿Pero cómo lo hiciste? ¡Solo fue un segundo! ¡Por fortuna estabas aquí!
Es un río en plena crecida que desborda palabras a pesar de su palidez. Me elogia, sonríe,
agradece la casualidad de toda esa situación, incluso dice que es un milagro del Preziosissimo
Sangue. Si supiera que la he seguido esta mañana, tal vez no estaría tan contenta.
—Sí... —miento no sabiendo qué más decir. La única palabra que sale de mi boca es esa. Si
quería quedar como un estúpido, acabo de hacerlo. No sé qué más qué decir o hacer, tal vez sería
mejor irme. Debe ser tan evidente mi incomodidad que Anna frunce el ceño. Tiene ojos
maravillosos y una tez clara y perfecta en el rostro más hermoso que jamás haya visto.
—Espera, no te vayas, por favor. —Y para estar segura, deposita sus dedos en mi brazo
mientras se voltea. Habla con la madre de la niña que estaba a punto de ser embestida mientras me
sujeta con su mano enguantada. No sabe que me tiene atado desde que posé los ojos en ella y que,
si quiere que ahora esté aquí, deberían asesinarme para alejarme. Me señala a la madre de la niña.
La mujer sonríe, llora, dice una serie de cosas a las que no pongo atención pero creo que son
agradecimientos. Luego el pequeño círculo comienza a dispersarse. Y yo debería hacer lo mismo,
debería irme. No tengo compromisos pero no debería estar aquí. La mano de Anna aún está
reteniendo mi brazo de una manera que me suscita extrañas sensaciones bajo la piel. Es como una
emoción progresiva que llega hasta la ingle, maldición me estoy excitando solo porque me toca
arriba de dos capas de ropa. La miro. Su mano es pequeña y está envuelta en el guante. Si quisiera
podría escabullirme y alejarme, no sería capaz de volver a cogerme. Pero no quiero. Deseo su
toque, quiero desesperadamente oír su voz, mirar su rostro.
Y finalmente lo hace. Se gira hacia mí y sonríe. —Vayamos a ese bar que está del otro lado de
la calle a beber algo caliente. —Y sonríe nuevamente, como si yo fuera un tipo con quien pasar el
tiempo, como si fuese una buena compañía. Pero por otra parte, ¿a quién puedo culpar? Solo a mí
mismo. Soy yo el que en este punto debería aflojar el agarre de su brazo; Anna no podría
obligarme a hacer nada que yo no quisiera, tendría que decirle que debo irme, que tengo cosas
urgentes que hacer. Pero soy un maldito egoísta. Mi única gran urgencia es estar aquí, ahora, con
ella.
Mis pies están clavados al asfalto mientras Anna continua mirándome.
—¿Andrei? —Me llama—. ¿Algo anda mal? ¿Te has hecho daño al caer? —Un velo de
preocupación oscurece sus bellos ojos. Me observa, como si mi respuesta pudiera efectivamente
influenciar su estado de ánimo. No logro comprender cómo eso puede ser posible, solo sé que no
puedo permitir que sufra por mí. Me saldrá algún cardenal por la caída, pero nada que no pueda
soportar fingiendo que nada ha sucedido.
—No —respondo.
—Entonces vamos. Hay un bar justo en frente.
Capítulo 4

Anna

No sé si estoy más conmocionada por lo que acaba de pasar o por el hecho de encontrarme
cara a cara con Andrei. Estamos sentados uno frente al otro en el primer bar que se encuentra
cruzando Baxter Street, poco más adelante de la iglesia. El sitio tiene calefacción pero yo aún
siento escalofríos. No puedo decir lo mismo de Andrei, el camina como si nada le doliera a pesar
del golpe y decididamente parece ser de esos tipos que no le temen al frío. Más bien da la
impresión de alguien que no le teme a nadie, que no tiene necesidades de ningún tipo. Parece un
hombre que, incluso dentro de una caverna, en plena selva salvaje, sería capaz de sobrevivir a
cualquier condición o adversidad.
—Para mí un té caliente —pido al camarero mientras tomo asiento. Casi no puedo estarme
quieta, un poco por la emoción y otro poco por lo peligroso de la situación que hemos vivido hace
un momento. Cuando llega su turno de ordenar, él parece algo confundido. —Otro para mí —dice
finalmente, pero estoy segura que si hubiese estado solo, habría ordenado otra cosa. Seguramente
no un té. Parece sentirse embarazado por mi presencia, como si no quisiera encontrarse aquí
conmigo sino en cualquier otro sitio. Lo veo en sus ojos azules que miran la mesa y no a mí, y
también en sus labios apretados. Los mantiene cerrados, sellados, pero son lindos, hermosos, pude
observarlos de cerca ayer, cuando se volteó sorprendido antes de saber que era yo quien lo
llamaba. En ese momento no los tenía apretados sino relajados y eran hermosos. Ahora que se ha
quitado el gorro de lana veo que tiene el cabello muy corto también en la parte superior de la
cabeza, como un marine.
Nuestros tés llegan. —¿Trabajas para mi padre? —escojo preguntar lo primero que me pasa
por la cabeza, un tema simple.
La pregunta tiene el poder de hacer que vuelva a posar sus ojos en mí. Y ahora que lo hace noto
que su mirada es tan penetrante que quedo hechizada. Pero también hay algo que no está bien, que
había intuido ya ayer y que no logro comprender qué es.
—Sí —responde simplemente. No es un gran conversador, no como los otros hombres que
frecuento habitualmente. No es que me relacione con muchos hombres, pero de vez en cuando
tengo alguna cita y, cuando eso sucede, siempre encuentro personas que quieren contarme todo
acerca de sus vidas, dejarme saber cuántas cosas hacen, contarme con detalle cada uno de sus
éxitos. Pero esto no es una cita y Andrei no parece precisamente entusiasmado de estar aquí,
conmigo, bebiendo té.
—¿Qué haces para él?
—Varias cosas —responde y comprendo que no quiere hablar de eso.
—¿De dónde vienes?
La pregunta parece golpearlo en pleno rostro. Pero no tiene por qué ofenderse, tiene una
contextura y un acento que hacen que uno sepa de inmediato que no es estadounidense.
—Bulgaria, Sofía. Pero estoy aquí hace ya muchos años.
Es la frase más larga que ha pronunciado desde que estamos sentados y casi que quisiera
incentivarlo a abrirse más. Pero tengo la impresión de que este hombre dirá solo lo que quiera y
que no será mucho. —Estuviste muy bien con Emily, la niña que salvaste hace un momento.
Se encoge de hombros. Parece que los cumplidos lo avergüenzan.
—Solo vi que el coche iba directo a ella, no fue la gran cosa.
No insisto porque comprendo que no es de los que les gusta vanagloriarse de sus acciones.
Parece un hombre práctico, que hace cosas, pero a quien no le interesa que los demás lo sepan.
—Yo soy maestra de las niñas —digo para que no muera la conversación— enseño danza.
Asiente, no sé si porque no sabe nada de danza o porque no le importa en absoluto. Tal vez
ambas. —Me gustaría abrir mi propia escuela pero mi padre no quiere ni oír hablar de ello.
¿Por qué he dicho algo así? ¿Por qué le he confesado mi mayor tormento a este hombre a quien
ni siquiera conozco?
—¿Por qué no quiere? —me pregunta arrancándome de mis pensamientos y sorprendiéndome.
Levanto la cabeza y veo que sus ojos están centrados en mí, como si realmente estuviera
esperando una respuesta. Me mira en un modo extraño. Me encojo de hombros. —Dice que tiene
otros planes para mí. No sé cuáles pero no me interesan, yo tengo mis propios proyectos y
quisiera concretarlos.
Asiente como si aprobara lo que digo.
—No siempre es fácil ser una Turturro —se me escapa. No sé por qué con este hombre no
puedo contener las frases más inconvenientes. No debería hablar así de mi familia, especialmente
con un empleado de mi padre.
Pero él me sorprende una vez más. —Lo entiendo. —Y son las últimas palabras que esperaba
que dijera. ¿Realmente lo comprende? ¿Entiende qué quiere decir tener que adecuarse a algo que
no deseas? ¿Solo porque alguien te lo ordena?
—También yo con frecuencia tengo que hacer cosas que, si pudiera elegir, no haría.
Trago. Tal vez habla del trabajo con mi padre.
—¿Y qué haces en esos momentos? ¿Te rebelas?
—Obedezco —responde y casi me siento mal por ello. Hubiese preferido que dijera que
intenta lo imposible para hacer lo que quiere. Y sin embargo no. Él obedece. Tal vez debería
aplacar mi ánimo e imitarlo.
—Bien —respondo. No sé qué decir. Bebo un sorbo de mi té que, en tanto, se ha enfriado
rápidamente. Veo que no ha tocado el suyo, ni siquiera una gota. Permanezco en silencio por un
momento, pero no me parece que Andrei quiera marcharse. Si no fuera absurdo, pensaría que le
gusta estar aquí conmigo, sentado en un bar sin decir nada en especial. Pero es realmente
demasiado inverosímil para ser cierto. —¿Qué harás para Navidad? —pregunto de repente.
—¿Navidad? —repite mirándome fijo a los ojos como si súbitamente me hubiesen salido un
par de enormes cuernos de alce.
—Exacto —respondo, aunque debería ser completamente innecesario. Navidad es una fiesta
incluso para quienes no son creyentes, todos hacen algo. Andrei permanece completamente quieto,
impasible, no se inmuta frente a mi pregunta, no deja traslucir ninguna emoción. Parece que
estuviera pensando. Luego finalmente responde. —Nada.
Estoy un poco sorprendida pero no quiero insistir. Para ser honesta, quisiera insistir pero la
confianza que tengo con él es mínima, de hecho ninguna y no creo que sea muy conveniente hacer
preguntas demasiado personales, por ejemplo sobre su familia. Esposa no tiene, eso seguro, de lo
contrario llevaría alianza. Podría tener una novia a la que le es fiel y por eso no me da mucha
confianza. Repentinamente noto que no he considerado ese aspecto y casi que me arrepiento.
Tengo una última carta que jugar, después de la cual deberé irme con la poca dignidad que aún me
queda.
—¿Vendrás a la cena de Navidad? Mi padre organiza una cada año con todos sus empleados y
colaboradores. Se celebra en nuestra casa, mamá hace que Marita prepare todas las
especialidades italianas de nuestra tradición familiar.
Me pregunto hace cuánto tiempo Andrei trabaja para mi padre, porque el año pasado no estaba
presente en la cena, estoy segura, de lo contrario lo recordaría.
—Está bien —dice. Y cuando esas dos breves palabras salen de su boca, sonrío
espontáneamente. Y en respuesta, cuando yo esbozo una sonrisa, la musculatura de su rostro se
relaja, ahora no parece a punto de saltarle al cuello a alguien y eso ya es mucho.
—¿Puedo tener tu número de teléfono? —oso preguntar.
—No —responde seco y la cosa me deja más que atónita. Acabo de coger mi móvil, pero lo
guardo nuevamente en mi bolso. —Ah, ok —agrego avergonzadísima intentando ocultar la
desilusión. Nunca un hombre me ha rechazado tan claramente. Él parece notar que me he quedado
bastante mal y agrega.
—Creo que no es apropiado.
—Ok —repito intentando camuflar la humillación con una sonrisa.
Sigue un breve silencio en el cual verdaderamente pienso que me pondré de pie para saludar e
irme, pero Andrei mi sorprende.
—¿Puedes darme el tuyo? ¿Tu teléfono? —No estoy segura de haber comprendido bien. ¿Él no
quiere darme su número pero quiere el mío? Es como mínimo absurdo. Si tuviera un poco de
sentido común debería decirle que no, como ha hecho él. Pero parece que este hombre ignora las
reglas básicas de cortesía entre las personas y la prueba es lo que acaba de decir. —Está bien —
respondo y comienzo a recitar mi número mientras él simplemente escucha. —¿No lo escribes en
algún sitio? ¿No lo agendas en tú teléfono?
Sacude la cabeza. —Lo recordaré.
Ok, ahora estamos mucho más allá de lo que creo que puede considerarse normal.
—Bien —dejo caer, no sabiendo qué más decir —será mejor que me vaya. Nos vemos la
próxima semana, entonces.
—Ok —responde mirándome.
Abro mi bolso para sacar la cartera pero él pone una mano sobre la mía para detenerme.
—Deja que pague. —Y no sé qué sea: si lo que dice, o cómo lo dice o su toque sobre mi brazo,
pero siento que la piel allí donde me roza está ardiendo y el calor sube por mis mejillas.
—Gracias —respondo. Me pongo de pie, tomo el bolso y me dirijo avergonzada hacia la
salida. Tengo que ir a buscar mi coche. Me siento aturdida y confusa. Este hombre, Andrei, es un
pozo inagotable de misterio por el cual me siento increíblemente atraída. Volteo un instante solo
para ver que también él ha dejado la mesa que hasta hace un momento ocupábamos y que ahora
está vacía.
Capítulo 5

Andrei

Uno. Dos.
Uno. Dos.
Los levantamientos de barra habitualmente los hago con la mente completamente vacía, pero no
hoy. Hoy mi cerebro está en plena actividad. No consigo dejar de pensar en ella. Anna. Su nombre
es dulce sobre mi lengua, cuando lo pienso y lo pronuncio en mi interior es como si tuviera en la
boca algo sabroso y delicioso para comer. Algo que nunca he probado y de lo cual ya he
comprendido que no puedo prescindir. No sé qué me pasa, no sé con qué derecho estoy aquí
pensando en ella. Alguien como yo ni siquiera podría pensar en una mujer como Anna. Ella es
bella, delicada, femenina. Yo soy rudo, sanguinario y carezco de conciencia.
Termino la serie de ejercicios en la barra y paso a las pesas. Esa zona del gimnasio se
encuentra prácticamente desierta a esta hora, no solo porque son las siete de la tarde sino también
porque cuando yo estoy en los aparatos, la gente difícilmente se aproxima. No que este sea un
gimnasio frecuentado por tipos normales. En primer lugar, son todos hombres, la mayoría tipos de
mi tamaño. Algunos tienen deseos de hablar, otros como yo, solo de entrenarse. De todos modos,
la gente comprende pronto el mensaje, basta mirarme a la cara para saber que soy alguien que
viene aquí a sudar. El gimnasio se encuentra en un sótano donde la luz del sol no llega jamás y, en
cualquier caso, cuando salgo hace ya tiempo que oscureció. ¿Qué debo hacer? Comer. Mi vida se
reduce prácticamente solo a esto: entrenarme, trabajar, comer, dormir. Y luego comienzo de nuevo.
Y no necesariamente en este orden. En ocasiones no debo matar a nadie por varios días. Pero
cuando recibo algún encargo, debo estar siempre listo y no puedo decir nunca que no.
Por eso me llaman Frío.
Con el dinero que recibo, prácticamente no sé qué hacer. Compré un edificio en la periferia,
muy próximo al muelle. Parece un almacén y así me interesa que permanezca. Son tres pisos de los
cuales uso el del medio para dormir, los otros los tengo completamente vacíos. No soy alguien que
sería capaz de manejar la presencia de vecinos, por lo tanto está bien así.
Puedo llegar a casa a pie, no está demasiado lejos del gimnasio. Podría coger mi coche pero
prefiero caminar, aunque el último tramo, ese que está más cerca de donde vivo, se encuentra algo
aislado y uno podría exponerse a algunos encuentros poco agradables. Podrías cruzarte con
alguien como yo, por ejemplo, un especialista en trabajos sucios. El take away tailandés se
encuentra a mitad de camino en la zona habitada, paso justo por delante. Cogeré el pad thai que me
enloquece. Mientras pienso en el programa para mi noche, una vez más ella irrumpe con gran
prepotencia en mi mente. No tengo derecho a pensarla, pero ¿qué puede suceder si todo
permanece confinado en mi mente? Pongo un pie delante del otro y continuo avanzando mientras
recuerdo el color de sus cabellos, un rubio caramelo que la hace parecer una niña. Sus ojos son de
un verde profundo y su piel es tan delicada que un poco de sol sería suficiente para enrojecerla. U
otra cosa. La polla se me pone en posición de firme en mis pantalones. Mierda. Estoy mal. No
debo pensarla, no debo pensarla, no debo pensarla, no en estos términos al menos. Y sin embargo,
mi mente regresa a sus manos, esas manos pequeñas y esbeltas que tocaron mi brazo para
detenerme, su voz, dulce y melodiosa, su boca, un tierno y rosado capullo. Por un instante imagino
que poso mi boca sobre la suya. ¿Me lo permitiría alguna vez? Es un sueño, puedo osar en mi
sueño. Soy más alto que ella, por lo tanto debo inclinarme para tomar sus labios y abrirlos con mi
lengua. Es suave, se abre para mí, me deja entrar, se deja tomar, me toma…basta. Debo terminar
con esto. No es para mí, no me pertenece, no me pertenecerá jamás. Es inútil que persiga este
sueño, no solo no se hará realidad sino que además me volverá loco. Debo vivir mi vida y mi vida
no tiene nada que ver con Anna Turturro, nada.
Entro en el local y ordeno el pad thai. Mientras espero que lo preparen, decido agregar también
una porción de tom yum gong, hoy me siento hambriento. Me apoyo sobre uno de los taburetes que
se encuentran cerca del mostrador. El sitio está vacío, solo estoy yo, hay uno de esos viejos
televisores ubicado en un rincón de la habitación, en lo alto. Está sintonizado un noticiario a bajo
volumen. Miro las imágenes sin demasiado interés, tal vez porque lo que muestran sucede en mi
vida todos los días y cosas peores han ocurrido ya en el pasado. Será por esa razón que no tengo
ningún deseo de escuchar las noticias en la televisión. Normalmente veo documentales de viajes.
Me gustaría mucho conocer nuevos sitios y no sé qué me lo ha impedido hasta hoy. Tal vez me
falta entusiasmo, la idea de afrontar una aventura, estoy empantanado aquí en New York y
probablemente lo estaré toda la vida. Moriré joven, me dejará tieso alguien que un día será más
rápido que yo.
Abandono el local con mi bolsa y unos metros más adelante me encuentro con un rostro
familiar. Se trata de Mick Spina, un italoamericano medio adicto que para sobrevivir trabaja como
informante. Él tiene menos esperanzas que yo de vivir una larga vida. Si no lo mata esa mierda
que consume, un día se ocupará de ello alguien sobre quien haya filtrado información. No está
solo, son dos, lo noto cuando el segundo sale de las sombras. El otro es Ronald Russel, el casi
yerno de Turturro, prometido de la hija mayor del jefe. Russel permaneció escondido detrás de un
árbol hasta ahora y ha hecho bien. Este no es un vecindario para él y, si se aventuró a venir aquí
solo con la protección de Mick, es un verdadero idiota.
Mick es alguien que no hace trabajos demasiado sucios. Lo llaman para cosas fáciles y rápidas,
pero sobre todo para recibir informaciones, esa es su especialidad. Yo soy el que hace los
trabajos complicados que revuelven el estómago. Soy Frío también por eso, nunca pierdo la calma
frente a nadie.
—Hey, Andrei.
No se trata de una visita de cortesía ni de un encuentro casual. Me están esperando, así que no
finjo estar sorprendido, no me gusta perder tiempo en formalidades.
—¿Qué pasa? —pregunto a ambos. No me agrada Ronald Russel y no lo digo porque tiene un
abrigo de cachemir color camello y una bufanda que cuesta el equivalente a todo lo que tengo
encima. Es lo que me transmite. Me despierta recuerdos. Recuerdos de cuando estaba en Sofía y
veía a los hombres como él entrar en el burdel, consumir y luego marcharse. Me recuerda a esos
clientes. Elegantes, engominados, perfectos. Y violentos dentro de las habitaciones. Lo que no
podían permitirse con sus esposas iban a hacerlo con las prostitutas. Apostaría las joyas de la
familia a que también él era así. Lo que no puede permitirse con la hija de Turturro, va a hacerlo
quién sabe dónde. Debe ser su pequeño secreto.
—El jefe te necesita —masculla Mick mientras da una pitada a su cigarrillo. Extraño. El jefe
es Turturro, no ciertamente Russel. El heredero del imperio de los pollos no será nunca mi jefe.
Cuando la organización me necesita, me llaman a mi móvil o me intercepta Mick en uno de los
sitios que frecuento y siempre solo. No recibo visitas de Russel y, sobre todo, él no tiene
necesidad de meterse en un vecindario de mierda como este. ¿Por qué está aquí, entonces?
—¿Qué debo hacer?
—Un trabajo rápido. —Me da las coordenadas del tipo que tengo que hacer desaparecer.
Nunca pregunto que ha hecho, no me importa. Hago mi trabajo para la organización y punto. Aquí
nadie es buena gente, comenzando por mí. Y no importa cómo se vista, si lleva miles de dólares
encima o cuatro trapos; estoy seguro que Russel tiene suficientes esqueletos en el armario como
para hacer un desfile de modas. Las informaciones que me da Mick son como siempre, pocas pero
puntuales y detalladas, luego depende de mí realizar el trabajo como mejor creo. Recibo
ulteriores instrucciones solo si mi objetivo debe ser sometido a un sufrimiento particular. Si puedo
escoger, nunca aplicaré violencia gratuita, pero no porque la cosa me moleste, sino solo porque
luego es más complicado limpiar todo. Tengo una única regla y la organización lo sabe.
No toco mujeres. No las torturo, no las mato, no les toco un cabello. Turturro lo sabe, lo he
dejado en claro desde el inicio y él lo ha aceptado.
Cuando las explicaciones terminan, Russel se aproxima. Finalmente descubriré el motivo por
el cual ha traído su precioso trasero a este vecindario de mala muerte. Debe ser algo importante,
de lo contario no habría llegado tan lejos. Fumó su cigarrillo a una cierta distancia mientras Mick
me hablaba, aunque yo no lo perdí de vista ni por un segundo. Ahora se aproxima, aplasta la
colilla en el suelo y le hace señas a Mick para que se aleje un poco. Es una conversación
confidencial.
No me molesto en preguntar qué quiere, tengo la clara sensación de que está por decírmelo.
Debe tratarse de algo especial, que no puede decirse por teléfono sino que requieren mirarse
mutuamente a los ojos.
—Rose me ha dicho que Anna le ha hablado de ti. —Anna. Simplemente escucho pronunciar su
nombre y siento que mi corazón se detiene. Casi no consigo entender qué quiere decir. ¿Anna le
habló de mí a su hermana? ¿Qué puede haberle dicho? ¿Por qué? No tengo tiempo de hacerme más
preguntas porque Rusell ya ha continuado y parece más bien fastidiado de tener que aclarar el
asunto conmigo.
—No sé por qué absurdo motivo piensa que tú debes venir a la fiesta que mi suegro ha
organizado esta noche para sus colaboradores. Se le ha metido eso en la cabeza, pero obviamente
no tiene idea qué clase de colaboraciones son las que prestas para la organización. —Lo dice con
desprecio y es la primera vez que eso me hace sentir de manera extraña. Mal. Siempre me resulta
indiferente lo que los otros piensan de mí. Pero no esta vez. Y lo que me molesta no es lo que diga
este maldito niño bonito, no, sino que Anna pueda descubrir qué es lo que hago y quedar
impresionada. Horrorizada. Que huya de mí y yo no pueda verla más.
No sé qué responderle, de modo que permanezco en silencio.
—Por casualidad ¿has hablado con ella? ¿Te has aproximado a ella?
—Evité un accidente con una de sus alumnas —No tengo motivos para mentir, no estoy
habituado a hacerlo, generalmente no lo necesito.
—¡Te pregunté si hablaste con ella! —me interrumpe rechinando los dientes y levantando un
puño cerrado. Se encuentra furioso. Está subestimando que si quiero puedo cogerlo por el cuello
de su precioso abrigo y estamparlo contra el muro. Puedo golpearle la cabeza al menos diez veces
hasta que haga el sonido de un melón maduro. Especialmente está subestimando el inmenso deseo
que tengo de poner esto en práctica, un deseo que casi roza el delirio. Maldito bastardo. Pero no
muevo un dedo.
—Hemos hablado, pero no volverá a suceder —concluyó secamente. Sucedió dos veces para
ser exactos, pero no había necesidad de que él lo supiera. Y que no volvería a suceder, era cierto.
No pronuncio esas palabras para calmarlo, sino más bien para convencerme a mí mismo. Anna no
necesita a alguien como yo y, por más que las palabras de Russel me hagan subir la sangre al
cerebro y me den deseos de envolver mis manos alrededor de su cuello y apretarlo, sé que tiene
razón.
No hay ni siquiera necesidad que sepa hemos ido juntos a un bar y otros detalles. Todo esto lo
tengo celosamente guardado en mi pecho. El té que he ordenado sin tocar, sus ojos de ese verde
maravilloso, sus manos delicadas… No sé si todas esas cosas están en algún lugar de mi corazón,
pero seguramente se encuentran a salvo dentro de mí.
—Por supuesto que no volverá a suceder, quítate de esa enferma cabeza que tienes cualquier
esperanza de que algo suceda entre vosotros. Esa mujer está prohibida para ti. ¿Comprendido?
No hago ningún gesto, ni asiento ni desmiento. Russel, aunque está furioso, sabe que soy un
hombre peligroso y que ha llegado demasiado lejos enfrentándome de este modo. Y yo comprendo
muy bien por mí mismo que Ana Turturro no es para mí. Por lo tanto, capítulo cerrado. Pero él no
está del todo tranquilo. Sus fosas nasales laten, su mirada está llena de ira.
—¿Le has dado tu número?
—No tiene mi número —respondo. Y es la verdad.
—Bien, que no se te ocurra hacer ninguna locura Javorov, como presentarte a la cena esta
noche.
Una vez más asiento y ni siquiera niego. Sé que Anna es parte de un mundo que nunca podrá
acogerme también a mí. Somos dos realidades incompatibles, dos universos destinados a mirarse
ocasionalmente y desde lejos, como sucedió, pero nunca podrá haber nada más entre nosotros.
Miro a mí alrededor: Mick ya se ha ido.
Russel me da la espalda, ha terminado de darme órdenes y se va también él, desapareciendo en
la oscuridad. Se dirige a su coche y probablemente se marcha directo a la cena de colaboradores
del jefe. Estaba listo ya, elegante, el tipo de hombre que debe encontrarse del brazo de una
Turturro. ¿Qué hay de mí? Yo no estoy hecho para estas cosas, del bajo fondo vengo y en el bajo
fondo me quedo. Y con esta certeza, voy a cumplir con la tarea que se me ha encomendado.
Capítulo 6

Anna

Aún debemos encontrar marcadores de sitio apropiados para la mesa de Navidad. Mamá se
niega a usar los de plata que utilizamos el año pasado, dice que para esta fiesta el tema debe ser el
bosque, inspirado en el hábitat de los árboles de Navidad. Por lo tanto, Rose y yo estamos
buscando algo hecho en madera, lo suficientemente elegante como para ser digno de entrar en la
casa de los Turturro en un día tan importante. Pero no es solo la búsqueda de los marcadores de
sitio, también es la búsqueda de los regalos y no solamente para amigos y familiares. Quiero
comprar guantes para las niñas de la escuela de danza. Algo cálido y rosado. Además, Rose tiene
una gran cantidad de amigas exigentes y coquetas, para conseguirle obsequios a las cuales estamos
perdiendo casi la misma cantidad tiempo que para los señaladores de lugar. Tenemos las manos
llenas de bolsas y nos encontramos en la 5ta Avenida cuando el teléfono de Rose suena. Me pasa
las bolsas que lleva en la mano derecha para poder responder a la llamada sin detenernos.
—¿Ronald, eres tú? Ah, menos mal. —Comienza una conversación de la que escucho poco,
porque quedo algo retrasada, cargada con las bolsas.
Cuando finaliza la llamada y recupera su carga, comprendo que Ronald vendrá en nuestro
auxilio y nos llevará en el coche hasta casa. Por hoy, aunque no hemos finalizado con las
comisiones, al menos dejaremos de dar vueltas.
Debemos esperar solo unos minutos antes de ver aparecer el coche de Ronald. Él mismo
conduce. Estaciona, baja y va directamente hacia Rose, la besa velozmente en los labios y luego
se dirige a mí saludándome con un beso en la mejilla. Ronald está elegante con su abrigo de lana
gris, casi almidonado diría, no tiene uno solo de sus cabellos rubios fuera de lugar, es la
quintaesencia del hombre elegante y exitoso. Con Rose forma una espléndida pareja porque
también a ella le importa mucho todo lo que tiene que ver con las formas y la elegancia. Cuando
los observo me siento abrumada por una marea de sensaciones. Ellos son “correctos”, perfectos el
uno para el otro, se encuentran completamente a gusto en el mundo de las familias neoyorkinas de
un cierto nivel y en el papel que representan. La mía es otra historia. Siento que no tengo aún un
sitio en el mundo y sobre todo… ¿Deseo un futuro así? ¿Quiero junto a mí un hombre exitoso,
aprobado por mi familia, particularmente por mi padre, adinerado, en cuyo brazo elegante
sostenerme y al que exhibir en las fiestas, que sea tan formal?
No sé por qué pero esta perspectiva no consigue entusiasmarme. Y sin embargo debería,
porque será seguramente mi destino. La única cosa que siempre deseé fue bailar para vivir, hacer
de la danza mi trabajo. Nació como la pasión de una niña y poco a poco creció hasta convertirse
en mi principal interés. Hasta hoy. Hoy siento que mi corazón late por algo más. Alguien más. Es
como si, donde hasta ahora había espacio solo para Moon Walk, Pivot step, Kick ball change, se
haya abierto sitio otra cosa. Lástima que parece que el asunto es unidireccional.
Todo este razonamiento pasa veloz por mi cabeza, como un parpadeo, tan rápido que ni
siquiera lo noto. Subo al auto en el asiento trasero y debo admitir que el calor que nos recibe es
reconfortante. Rose se sienta delante y comienza a contarle a Ronald el asunto de los marcadores
de sitio y él escucha, interesado, al menos en apariencia. Luego una llamada lo salva. Activa el
altavoz porque está conduciendo y la voz de su interlocutor se difunde por todo el automóvil.
Atronadora, de barítono. Tranquila, decidida, con un ligero acento.
Andrei.
Mi corazón parece precipitarse a mí estómago y tal vez realmente allí se dirige. Por un
momento me falta el aire y debo aferrarme a la manija de la puerta porque siento que estoy a punto
de caer al vacío, aunque estoy sentada.
Pero dura un momento. Tan pronto como Ronald nota que se trata de una llamada de trabajo, se
coloca el auricular y todo termina. Rose y yo estamos habituadas. Los negocios de familia siempre
han sido un secreto y eso nunca nos ha molestado. Pero ahora es diferente. Andrei no se presentó a
la cena de Navidad de los colaboradores de mi padre que fue hace unos días atrás. Esperé hasta el
último instante que viniera, pero eso no sucedió. No tenía su número y por ende no pude
recordarle que el evento tendría lugar. Todos estaban allí excepto él. No he hecho preguntas a
nadie por temor a meterlo en problemas, ni siquiera yo sé de qué modo, pero en mi interior quedé
muy desilusionada. Me había arreglado con esmero para la velada, pensando solo en encontrarlo,
y la pena de no verlo aparecer se había transformado en una desilusión tan abrasadora que no
podía describirse. Una vez que la noche concluyó me sentía traicionada y abandonada. Extraño
sentirse abandonada por alguien que no te ha prometido nunca nada, más que venir a una cena, y
que al final no se ha presentado. La gente salta citas continuamente, no debería haber sentido una
desilusión y un malestar tan grandes.
Desde esa noche trato de no pensar. No consigo hacerlo pero lo intento y ahora todos mis
intentos se estrellan contra esa llamada, con su voz interceptada por equivocación en la cabina de
este auto.
No escucho qué puede decir Andrei pero oigo las palabras de Roland. Le está dando
instrucciones, dice que deberá verse con Mick esta noche a las nueve porque es él quien tiene
todos los detalles del trabajo, luego recita una dirección que me esfuerzo por memorizar.
3567 Merlrose Road.
Lo repito infinitas veces como un mantra, hasta que recupero mi teléfono del bolso y tomo nota.
Agendado.
La llamada finaliza pronto y Ronald se apresura a observar por el espejo retrovisor para ver
qué cara tengo. Pero soy lista, al menos un poco, de modo que no asumo ninguna expresión, miro
por la ventana las luces de la ciudad.
Él quita la mirada y la devuelve a la calle, continuamos hablando de los regalos y los
marcadores de sitio. En el almuerzo de Navidad también estará presente la familia de Roland,
motivo por el cual mi mamá querrá causar la mejor impresión posible y también Rose está muy
preocupada por ello. Cuando nos deja en casa son las seis de la tarde, dentro de poco estará lista
la cena. En tanto yo no puedo dejar de pensar en la dirección que imprimí a fuego en mi memoria y
en qué puedo hacer para volver a ver a Andrei.

***

Lo pensé durante toda la cena y ahora sé exactamente qué debo hacer. Exactamente no es la
palabra correcta para describir la maraña de emociones que se agita dentro de mí. Me siento
eufórica, asustada y excitada, todo junto. Tomé una decisión y solamente haberlo hecho me hace
sentir mejor, pero las consecuencias de lo que he definido son algo que no puedo evaluar. Y no lo
hago. Estoy segura de que si continuo pensando demasiado, al final desistiré y no quiero.
Esta noche, mientras intentaba comer a la fuerza la ensalada de patatas y pimientos rellenos,
mantuve mi usual buen humor, hablé de la escuela de danza y del ensayo de Navidad. Todos toman
muy poco en serio lo que hago, como si fuera el pasatiempo de una niña que estuviese esperando
la gran ocasión, el verdadero trabajo que arreglará mi vida. Porque enseñar a bailar no puede ser
la ocupación de una Turturro. No. La bailarina es una chica fácil, lo dice la misma palabra y
nosotros en la familia debemos ser mujeres reservadas, dedicadas a la casa, de sanos principios y,
sobre todo, debemos estar a la sombra de los hombres como Ronald y mi padre.
He soportado los rostros condescendientes, he escuchado las conversaciones de mamá y Rose,
he besado a papá en la mejilla cuando me retiré después de la cena.
Ahora, en la soledad de mi habitación, siento que tengo un nudo en la boca del estómago.
Recuerdo el fragmento de llamada interceptada en el coche de Ronald. Conozco el sitio de la cita
y el horario. ¿Qué me impide ir? La idea que me había parecido emocionante mientras intentaba
pasar a la fuerza los pimientos, ahora ya no me parece una genialidad. En primer lugar, está el
hecho de que es una zona que decir que tiene mala fama es poco, justo al lado del puerto. Y
luego… ¡no es una cita, es prácticamente una emboscada! Voy a tenderle una trampa a un hombre
que hace encargos no especificados para mi padre y que no ha querido dejarme su número de
teléfono, que no vino a la fiesta de los colaboradores de la familia, macizo como un armario, que
sería capaz de dominarme con un solo brazo.
Y por el cual siento una atracción irresistible. ¡Me parece todo tan absurdo! Me siento en la
cama y miro mi imagen reflejada en el espejo que se encuentra frente a mí. Tengo veintiséis años,
mi corazón finalmente late fuerte por alguien. Alguien a quien tal vez le intereso un poco pero no
tiene el valor de hacérmelo saber. No soy guapa como Rose, lo sé perfectamente, así como sé bien
que mi padre tiene planes específicos para mí. Pero es mi vida. Y en un instante decido qué hacer.
Debería quedarme en casa pero la impulsividad de los Turturro toma el mando y devora de un
bocado a la razón. Cojo mi bolso, compruebo que tengo dinero y toco el familiar envase de spray
de pimienta. No tengo intenciones de descolgarme por la ventana como si fuera una fugitiva,
saldré por la puerta principal con una excusa.
Agradezco al cielo que Ronald ya se haya marchado a casa y que Rose esté en su habitación.
Paso frente a mi madre que está en el sillón viendo la TV y rápidamente dejo caer la excusa de
que me ha llamado el padre John de la iglesia y que quiere discutir conmigo la organización del
espectáculo de Navidad. La engaño diciendo que estuvo demasiado ocupado, que no pudo
recibirme antes y que iré y volveré con un taxi. Mi madre está viendo su programa preferido y me
presta poca atención. Le basta escuchar iglesia y padre John para tranquilizarse rápidamente.
Realmente tomo el taxi y de inmediato le proporciono al conductor la verdadera dirección a la
que debo ir. Después de treinta minutos me encuentro en el lugar y, tan pronto como el auto se va y
me quedo sola, me pregunto si he hecho bien en aventurarme hasta aquí. Probablemente no. Y sin
embargo, la calle no está tan desierta como creía, por otro lado estamos cerca del puerto y no es
tan tarde. Pero de todos modos estoy alerta.
Descubro que el lugar de la cita es un bar. No es la gran cosa pero al menos está iluminado y
lleno de gente. Por otra parte, son las nueve de la noche, ciertamente no es de madrugada. Renos
de plásticos tapizan los vidrios de la puerta de ingreso y del interior, en cada mesa se encuentra
una vela de cera con forma de un pequeño Papá Noel. Entro con el corazón en la boca en este sitio
en el cual reina el cuero sintético color marrón. Los asientos tienen el tapizado parcialmente
rasgado, pero en compensación las mesas parecen limpias. Al menos las que están despejadas,
porque la mayor parte se encuentran ocupadas por hombres o parejas de muchachos. Rápidamente
echo un vistazo panorámico al local para ver si Andrei se encuentra aquí. No está.
Algo desilusionada, me siento en una mesa apartada del ingreso de modo que, si llega y cuando
lo haga, no sea yo la primera persona que vea. No porque por fuerza tenga que acordarse de mí,
sino porque no quiero correr ese riesgo. Hay una planta artificial junto a mi asiento. La muevo tan
solo un poco, de manera que me permita ver sin ser reconocida de inmediato. Una parte de mí no
querría ser descubierta, me conformaría con mirarlo de lejos, solo un momento y luego ir a casa.
¿Sería tan terrible? Realmente no lo creo. Tal vez podría descubrir que no me provoca nada,
volvería sobre mis pasos, quedaría en paz y me iría a dormir para no pensar nunca más en él.
Continuar tranquilamente mi vida y…me estoy convenciendo tanto que este razonamiento
comienza a parecerme sensato. Ordeno un café, aunque no me apetece, luego comienzo a mirar el
teléfono. Cada vez que la campanilla sobre la puerta suena, levanto la vista pero nunca es él.
Me agito un poco en mi asiento con una sensación de expectativa que crece cada vez más. La
campana tintinea de nuevo. Entra un chico delgado y no demasiado alto. Aunque estoy lejos me
parece que tiene la cara arruinada por el acné y un rostro no precisamente amigable. Mira a su
alrededor y luego se sienta en una mesa junto a la entrada, de espaldas a la parte posterior del bar
y dirigiendo su mirada hacia la puerta. Me hundo en mi asiento abatida, creo que me he
equivocado al venir aquí.
Pasan unos minutos más en los cuales paseo incesantemente mi mirada desde la puerta, a mi
teléfono, al café que tengo en frente y que casi no he tocado. Tomo al pequeño Papá Noel que
decora la mesa y comienzo a atormentarlo con mis uñas. Le despego los ojos de plástico y también
la nariz. Lo abandono solo porque un pedazo de cera se ha metido bajo mi pulgar y me hace daño.
Basta. Estoy lista para salir y llamar a un taxi, no sé cómo pudo habérseme ocurrido llegar a esto.
La locura del momento ha pasado y solo ahora me doy cuenta cuán imprudente y tonta he sido al
venir hasta aquí. Precisamente cuando estoy por ponerme de pie, la puerta se abre, la campanilla
suena.
Mi corazón se detiene en mi pecho por un largo instante. Es él. Vuelvo a bajar la mirada a la
taza, y me escondo mejor tras la planta. Pero no puedo evitar levantar nuevamente la vista. Es él.
Andrei. Después de un largo momento en el que me pareció que se había detenido, mi corazón
volvió a latir de prisa, como el de una jovencita en su primera cita. Mi espera había sido
premiada: ¿cómo pensé aunque fuera por un instante en irme? Simplemente verlo me da una
sensación de euforia que me es difícil controlar. Lleva un sweater negro de cuello alto y una
chaqueta de cuero, también negra, que en su interior está forrada en piel. Tiene un gorro de lana
oscuro que se quita tan pronto como entra, revelando un cabello cortísimo. Se encuentra en
perfecto estado de salud y me siento un poco desilusionada, como si hubiese pensado que le había
sucedido no sé qué desgracia y por eso no se había presentado en la cena de mi familia. En
cambio aquí está, se encuentra perfectamente. La única razón por la que no vino fue porque no
quería participar en la velada y no me ha llamado simplemente porque no deseaba hablar
conmigo. Eso debería bastar para hacerme desistir de mi estúpida obsesión, que evidentemente no
es correspondida. Y sin embargo no, no es suficiente. Siento como una piedra ardiendo en mi
pecho, una hoguera de pasión que arde sin fin.
Andrei se sienta frente al tipo que lo estaba esperando. De inmediato se aproxima la camarera
y él hace señas de que no quiere nada. Hablan, pero están tan lejos de mí y en este bar hay tal
ruido de fondo que nunca podría escuchar qué están diciendo, ni siquiera por error. Continúo
escondida detrás de la planta pero es en vano porque Andrei se encuentra tan concentrado en
escuchar al hombre que está frente a él que no me vería aunque bailara desnuda. No sé por qué
pero súbitamente me siento una tonta, una niña que se ha metido en un problema y que no sabe
cómo arreglarlo. Mi humor pasa de la euforia a la depresión en el curso de pocos segundos para
luego volver a comenzar el sube y baja. La conversación entre los dos dura menos de lo previsto.
Ambos se ponen de pie repentinamente, están por salir. Estiro el cuello para ver mejor qué
sucede. El tipo que estaba con él saca un billete y lo deja caer sobre la mesa. Andrei se coloca
nuevamente el gorro y está a punto de abandonar el bar. Si no me muevo lo perderé y, llegado este
punto, no puedo permitírmelo, definitivamente no. Dejo también yo algunas monedas para la
camarera y, tan pronto como abren la puerta, me dirijo hacia el fondo del local. No demasiado a
prisa, para no sorprenderlos a la salida, no demasiado lentamente para no perderlos de vista. Pero
es complicado porque nunca he seguido a nadie en mi vida y, si en las películas parece simple, en
la realidad, lo es mucho menos. Mi única salvación es que el bar está discretamente lleno y
alguien como yo se mimetiza bastante bien. No soy lo suficientemente guapa para hacer que los
hombres volteen a verme, generalmente paso inadvertida. Es mi hermana la que para el tránsito,
yo soy graciosa, nada más. Me pongo abrigo, guantes, bufanda y gorro con la esperanza de
mezclarme lo mejor posible entre la gente y abro la puerta con el corazón en la boca. Soy
afortunada porque el tipo que estaba con Andrei se está alejando hacia la derecha, mientras que él
va en dirección opuesta, precisamente hacia el puerto. Perfecto, puedo seguirlo.
También aquí todo es complicado, peor de lo previsto, pero no desisto, me siento excitada y
atemorizada. Las cosas parecen ir bastante bien, si no fuera porque con cada paso que doy la zona
en la que me estoy adentrando se hace cada vez más oscura. Las farolas son cada vez más escasas
y siento que me he metido en un embrollo más grande que yo. Andrei dobla en la esquina. Después
de unos metros, también yo lo hago. Solo que, maldición, este sitio se encuentra completamente
oscuro, una oscuridad casi impenetrable. Las únicas luces son las de la luna y las del puerto a la
distancia. Y, para peor, ya no lo veo… ¡lo he perdido! ¿Cómo hice? Estaba prácticamente pegada
a él. Doy unos pasos más con el corazón latiéndome de prisa por el miedo. ¿Qué debería hacer
ahora? ¿Regresar? ¡Pero he llegado hasta aquí! No puedo irme con las manos vacías, yo…
Paso un callejón oscuro y estrecho a mi derecha, lo hago rápidamente porque en verdad tengo
miedo y de repente, siento que algo me coge por detrás. Grito pero ese algo es una mano cálida
que cubre mi boca. Quienquiera que sea presiona mi cuerpo contra el suyo. Pero solo por un
instante, lo suficiente para sentir cuán poderoso y musculoso es ese cuerpo, un auténtico muro
caliente y sólido. Al momento siguiente me suelta y estoy libre. Soy girada y dos brazos me
aferran con firmeza mientras un par de ojos azules oscurecidos por la noche se clavan en los míos.
—¡Anna!
Andrei está tan sorprendido como yo de verme y no lo oculta.
—¡Quieres hacerme morir de miedo! —lo regaño. Y es cierto, mi corazón late tan fuerte que
casi siento que se me sale de las costillas.
—¿Qué haces aquí? —pregunta a su vez, para nada impresionado, mientras continúa
sonteniéndome con firmeza por los brazos. Parece mayormente intrigado por mi presencia.
—Te busco —respondo con sinceridad. ¿Qué podría decir sin resultar ridícula? ¿Doy un paseo
por el puerto sola a altas horas de la noche? ¿Tengo ese hábito?
Aprieta los labios como si eso lo contrariara. —Si no me hubiese dado cuenta a tiempo de que
eras tú, podría haberte lastimado.
—Pero te diste cuenta —lo interrumpo.
No deja de mirarme y tampoco me deja ir y descubro que no quiero que lo haga.
—¿Por qué no viniste a la fiesta de mi padre? —escupo de golpe. Después de todo, es por eso
que he venido, para saber, al menos eso me repetí a mí misma todo el tiempo. Ahora ya no estoy
tan segura. He venido por esto. Para sentir sus manos sobre mí, para escuchar su voz, ver su
rostro. —Si hubieses dado señales de vida o me hubieses dado tu teléfono, no tendría que haberte
seguido como… —una acosadora, pienso. Pero creo que él no me hace caso. Parece hipnotizado,
arrobado por mí, por mi rostro que no deja de mirar.
—No podía —responde y da la sensación de que mientras lo dice estuviera sufriendo.
No me conformaré con esta respuesta. Querer es poder. ¿Cómo puede pensar que me tragaré
una excusa de esas? —Pero tenías mi número, podrías haberme avisado. ¿O tal vez lo has
olvidado?
Sin dejar de mirarme a los ojos, lo recita de memoria y yo trago saliva a mitad de camino entre
el estupor y la impresión. O tiene una memoria infalible para todo o realmente le intereso. Y, si es
así, no veo por qué no debería insistir.
Mi voz es ahora un susurro y mis rodillas tiemblan. Odio cuando eso sucede, pero me siento tan
vulnerable e indefensa…
—Pensé que me llamarías, aunque solo fuera para decirme que no vendrías. No te habría
esperado toda la noche.
—Perdóname —replica y en ese momento no sé qué más decir. Afloja un poco su agarre hasta
dejar caer mis brazos y luego retrocede. Ha puesto la distancia correcta entre nosotros y yo no
estoy feliz por ello. Me siento vacía y triste.
—¿Cómo has hecho para encontrarme?
—Intercepté tu conversación con Ronald.
Parece que esto no lo perturba en lo más mínimo, está concentrado en otra cosa, como en el
hecho de que me encuentre aquí, frente a él, en este momento.
—No deberías venir a este vecindario sola, es peligroso.
Se preocupa por mí y parece también un poco enfadado. —Pero ahora no estoy sola, estoy
contigo —respondo espontáneamente y es la verdad. Ahora que estamos juntos ya no tengo miedo.
Exhala fuertemente, como si hubiese dicho algo que lo hace sufrir o lo pone a prueba. Tampoco
yo puedo comprenderlo.
—Te acompaño a casa —me dice con condescendencia tomándome por un brazo y
obligándome a voltearme. ¿Cómo? No no no… no puedo irme así.
—Espera, esto... ¿te molesta que te haya buscado? Yo creía… creía que te gustaba —admito
mirándolo a los ojos. Soy impulsiva y a veces no tengo filtros entre la boca y el cerebro. Y esta es
una de esas veces.
Sé que me he puesto roja porque advierto claramente el calor abriéndose paso desde el pecho
al cuello y luego a las orejas. No quiero bajar la mirada, no quiero fingir ser tímida cuando todo
lo que quisiera es perderme en su abrazo. ¿Por qué debería pretender que no? ¿Por qué debería
hacerlo?
—Tú me gustas —deja escapar con el mismo entusiasmo de alguien a quien le están haciendo
un enema. Este hombre es realmente un misterio, no consigo comprender qué sucede en su cabeza.
—Entonces ¿qué problema hay? —digo sonriendo. Y realmente intento, ser optimista, aunque sé
que no hay motivo porque el rostro de Andrei se ensombrece, su frente se arruga.
—No puedo —murmura, pero no separa sus ojos de los míos. Qué encuentra en mis ojos, no lo
sé. Yo solo sé qué veo en los suyos. Una fuerza bruta a duras penas contenida, que me hace perder
la cabeza, un intenso abismo azul en el que quiero perderme.
¡Oh, pero qué me importa! Enlazo mis brazos alrededor de su cuello e intento acercarme y, al
mismo tiempo, atraerlo a mí. Pero él es firme como una roca y no puedo moverlo ni un milímetro.
¿Realmente esto está pasando? ¿Verdaderamente se queda quieto como una estatua? Deslizo
lentamente mis manos sobre las mangas de su chaqueta. Sus brazos son duros como el granito, su
expresión seria realmente lo hace parecer una estatua. Mi intento ha fallado. Bajo los ojos
mortificada, sintiendo una humillación que hace arder mi corazón. Intenté besarlo y me rechazó; la
desilusión es tan dolorosa mientras intento reponerme y mantener la compostura, que quisiera
voltear la espalda e irme y no volver a verlo en toda mi vida. ¿Qué estaba pensando? Me siento
humillada y derrotada.
—No había necesidad de que mintieras —le digo con una nota de resentimiento en la voz.
Estoy enfadada, me siento herida y rechazada.
—No he mentido —responde con voz dura, como si quien hubiese sufrido el peor daño hubiese
sido él.
Eh no, ser rechazada era una señal, y entiendo que puedo no ser su tipo y que no tenga el valor
de confesarlo, pero que me engañen es algo que no puedo soportar.
Por otra parte, Andrei es grande, fuerte, encantador, mientras que yo soy una tipa bajita y
normal. Lo veo mucho más con una mujer de su altura, una belleza fría, tal vez una rusa. —Deja de
decir mentiras, ¡eres un maldito bastardo! —Tal vez maldito fue demasiado, bastardo solo hubiese
sido suficiente, pero estoy enojada y herida. Le doy la espalda con la intención de marcharme
decidida hacia el sitio del que vine, aunque correré un gran riesgo al hacerlo sola. Pero en este
momento no me importan los riesgos. ¿Puede haber algo que me cause más dolor del que percibo
en este instante? Tengo deseos de llorar, me siento una estúpida. Le he dicho una mentira a mi
madre, por no hablar de lo mal que se sentiría mi padre si supiera cómo me he comportado. Me he
arriesgado viniendo a este sitio, me he humillado, delante un hombre que no me quiere…ese
último pensamiento es interrumpido por un brusco agarre en mi brazo. Andrei me ha atrapado. Me
gira hacia él.
—No miento —dice entre dientes como si le costara un enorme sacrificio hablar. Lo miro con
ojos que quisiera que estuvieran cargados de desprecio pero solo pueden estar llenos de
humillación y frustración. —Sí lo haces y ahora, déjame…
Pero él no obedece. En lugar de hacerlo, me atrae contra él. Repentinamente ya no siento frío,
sino que experimento el contacto con su cuerpo cálido, sólido y fuerte. El alivio es tan grande que
quisiera gemir y con dificultad reprimo un jadeo que sube por mi garganta. Pero eso no es todo. Su
rostro duro baja sobre mí mientras se quita rápidamente los guantes y los mete no sé dónde. No
puedo verlo porque estoy demasiado hechizada por sus ojos magnéticos, de dos tonalidades de
azul diferentes. Toma mi rostro entre sus palmas, que son cálidas y acogedoras, presiona
ligeramente, como si fuera algo precioso que debe ser cuidado, y luego acerca sus labios a los
míos. Los posa en ellos y mi boca inmediatamente se abre hambrienta. Arrojo los brazos a su
cuello y esta vez percibo mejor su cuerpo pegándose al mío mientras profundiza el beso. Siento la
caricia de su lengua, la fuerza de la presión de sus labios. No sé con exactitud cómo había soñado
un beso con Andrei, pero lo que encuentro es algo que supera mis fantasías. Al comienzo sus
labios parecen indecisos, como si se estuviera controlando desesperadamente, como si no quisiera
tomar o dar demasiado. No puedo soportarlo, no así. No quiero frenos. Me introduzco más en su
boca, no le permitiré retroceder. Y mi provocación esta vez es demasiado intensa para ser
rechazada. Los labios de Andrei de repente se vuelven fuego y su lengua me acaricia como he
soñado desde el primer momento en que lo vi. Me devora, como si de mi boca dependiera su
supervivencia y yo me separo solo un segundo para recuperar el aliento porque me lo ha quitado
completamente. Posa su frente en la mía y permanece con los ojos cerrados. Lo noto porque yo los
abro. No quiero perderme nada de este momento.
—Te acompaño a casa —susurra con voz ronca. Inesperadamente toma mi mano y me guía en la
oscuridad.
Capítulo 7

Andrei

Durante el trayecto en auto no hablamos. De hecho, soy yo el que no hablo, Anna intenta por
todos los medios sacarme de mi mutismo, pero simplemente no puedo hacerlo. He perdido el
control de mí mismo y no consigo comprender cómo fue posible. Es solo que esta chica tiene el
poder de derretir algo dentro de mí, algo que es duro como el granito y que tal vez sea mi corazón,
que a estas alturas se asemeja a una piedra. Y no es lo único duro. Bajo el cinturón tengo una
erección como no tenía hacía una vida y no muestra indicios de que vaya a pasarse pronto. Su voz,
su perfume, su presencia aquí en el auto no me ayudan para nada. ¿Por qué estoy tan sorprendido?
Porque mi cuerpo va por su cuenta cuando no debería. Si tuviera que seguir mis instintos,
estacionaría el coche, le bajaría los pantalones y la follaría en todas las posiciones posibles,
haciéndola gozar como merece. Esa idea hace que de repente me estalle un enorme dolor de
cabeza. Doy gracias al cielo de que no pueda conocer mis fantasías.
—Entonces... ¿ese número de teléfono tuyo? —pregunta en un momento sonriendo.
Sonrío también yo, como un tonto, y no sé por qué. Yo que no sonrío hace prácticamente treinta
años, creo. Es sorprendente que estos músculos aún funcionen. —Mira que es la segunda vez que
te lo pido y si me rechazas no habrá una tercera. —Sonrío nuevamente, pero sé que lo dice en
serio. No puedo correr el riesgo de no volver a escuchar su voz, solo pensarlo me hace sentir mal.
Tomo mi teléfono y busco su número entre mis contactos, hago sonar su móvil para que pueda
memorizarlo. Asiente satisfecha.
Por un momento pienso en lo bello que sería que las cosas fueran diferentes. Por un instante
fantaseo con que podríamos ser una pareja normal, un hombre y una mujer que se encuentran, se
gustan y comienzan a salir, enamorados el uno del otro. ¿Qué hacen las personas normales? Van al
cine y luego a cenar. Cuando no trabajan. En ese punto la desolación cae repentinamente sobre mi
ánimo, como una helada sobre un terreno sembrado.
¿Qué planes tienes para hoy Anna?
Voy a enseñarle danza a las niñas, ¿y tú?
Voy a cortarle todos los dedos de una mano a un hombre que intentó estafar a tu padre. Adiós,
buenos días.
Siento deseos de vomitar. Y no por los dedos amputados u otras cosas que he hecho decenas de
veces, eso ya es rutina. Es por su inocencia que me siento mal. Su inocencia en toda esta historia
es tal que, tan solo estar en el coche conmigo, amenaza con mancharla y volverla impura. Como
yo. Inmundo. El rabillo de mi ojo va hacia ella. Tiene unos jeans y está más cubierta que nunca
pero de todos modos la veo bellísima, con la piel tan clara y los ojos de ese verde tan particular.
Parece una muñeca de porcelana, de esas perfectas, tan frágil y delicada. Por el contrario, yo soy
rudo, oscuro, estoy acostumbrado a lo peor. Somos el día y la noche, el bien y el mal.
— ¿Cuántos años tienes? —pregunta a quemarropa.
—Treinta y cinco, ¿y tú? —Mientras espero que responda, mil dudas vienen a mi mente. ¿Soy
demasiado viejo? Ella aparenta veinte. Es tan fresca, sin siquiera un poco de maquillaje, tiene la
piel que parece terciopelo y los labios más bellos que jamás haya visto. Dios, si existes, te ruego
que no tenga veinte o menos.
—Yo veintiséis —responde. Y noto que había estado conteniendo la respiración.
—¿Puedo preguntarte algo?
¿Cómo hago para no decirle que podría preguntarme cualquier cosa, pedirme cualquier cosa,
hacerme cualquier cosa y yo se lo permitiría? Le consentiría todo y no es solo un modo de decir.
—Sí —grazno intentando aclararme la voz. No sé por qué pero mi fantasía me juega malas
pasadas y ya estoy haciendo un viaje que nos contempla a ella y a mí tumbados y sin ropa, ella
arriba, yo abajo. Luego al revés.
—¿Qué tienes en el ojo? En el párpado, quiero decir, te has herido de algún modo…
Su pregunta me enfría de repente, en verdad no es su pregunta sino la respuesta que debo darle.
Es normal que lo haya notado, de hecho, debería cuestionarme cómo es que no me lo ha
preguntado antes.
—Es falso —digo sin rodeos. Es inútil adornar las cosas, no estoy acostumbrado a hacerlo, no
es mi estilo. Voy directo al punto, no soy capaz de darle muchas vueltas a las cosas y además, esta
es una de las pocas informaciones que puedo darle, por lo tanto, lo hago.
—Oh... —está sorprendida y también un poco triste, lo comprendo por el tono de su voz. No
quiero que se sienta mal por esto, no quiero que esté mal por mí.
—Sucedió hace mucho tiempo, ya me he acostumbrado.
Pero, mi intento por restarle importancia al hecho, no le alcanza. Anna parece la clase de
persona que cuando encuentra una presa, no la deja ir y su presa en este caso somos yo y mi ojo
perdido. Se agita en el asiento como si no supiera cómo comenzar, luego pregunta con delicadeza.
—¿Cómo sucedió?
—Me torturaron —admito y un escalofrío recorre mi piel. Si lo rememoro siento náuseas y por
eso he relegado el recuerdo al fondo de mi memoria. No es exactamente una imagen a la que
regreso cuando deseo relajarme. Por años he tenido pesadillas que ni siquiera yo sé cómo he
podido superar, y sin embargo, he sobrevivido.
—Es algo terrible, ¿quién fue? —murmura.
—Son gajes del oficio —replico, ansioso por cerrar el tema. No quiero que se concentre en el
hecho de que me han sacado un ojo. Quiero que piense en otra cosa, que piense en mí como un
hombre entero.
—¿En verdad? —replica. Ahora percibo temor en su voz. Y ni siquiera sabe qué fue lo que le
hice a mi verdugo una vez que pude ponerle las manos encima. Uno de mis trabajos más
minuciosos, pero no hay necesidad de que ella lo sepa. Si quisiera confesarlo debería decirle
también qué hago para vivir y en este momento no deseo hacerlo, no quiero que escape, no quiero
arruinarlo todo.
—De todos modos, apenas se nota, quiero decir, muy poco.
Me giro por un momento hacia ella y su sinceridad tiene el poder de hacerme sonreír. Sé que no
se nota, la prótesis es prácticamente idéntica al ojo verdadero. Sonríe ella también y en este
momento, si no fuera imposible, diría que estoy enamorado.
—¿Qué haces en la vida, además de ser la hija de uno de los hombres más poderosos de New
York? —le pregunto para desviar la conversación del curso dramático que ha tomado. Me gustaría
cambiar de tema, no quiero desperdiciar tiempo. Ella resopla. —Nada interesante, parece que
todo lo que me gusta me está estrictamente prohibido.
Que esté algo vigilada es normal. —Tu padre querrá mantenerte lejos de los problemas —
aventuro. Eso debería ser lo que hacen todos los padres.
—Me gustaría abrir una escuela de danza, es mi sueño. ¿Crees que eso pueda ser considerado
un peligro?
La danza es disciplina pero también elegancia y para saber eso me basta mirarla. Anna es
sensual en cada movimiento, graciosa en modo natural, no estudiado. Es frágil y fuerte al mismo
tiempo, un mix de determinación y armonía. Pero no es solo eso, sería inútil mentirme a mí mismo.
La admiro, por supuesto, pero la verdad es que la deseo desesperadamente, de modo carnal y
brutal. Quiero poseerla como un animal, como ella me nunca lo permitiría si conociera mi
verdadero anhelo. Estoy perdido en mis turbios pensamientos y por poco olvido que me ha hecho
una pregunta. —No es imposible —comento.
—Mi padre no opina lo mismo, dice que no debo pensar en estas cosas.
—¿Por qué? —pregunto espontáneamente.
—Porque en lo primero en lo que debo pensar no es en la realización personal sino en el
bienestar de la familia. —Lo dice como si recitara algo de memoria, como si esa frase se la
hubieran repetido infinitas veces. Y no le gusta.
—¿Las dos cosas no puede conciliarse? —pregunto deteniéndome en un semáforo en rojo.
Finalmente tengo la oportunidad de girarme hacia ella por más de dos segundos. Es absurdo pero
cuando la miro me siento feliz, como si un rayo de sol me golpeara con su luz y su calor. Y al
mismo tiempo me siento encendido por un deseo crudo y primordial que me hace sentir casi loco.
Trago. Tengo que continuar hablando para mantenerme enfocado y evitar que extrañas y perversas
ideas tomen el mando.
—Si tu pasión viene antes que todo, entonces no, no puedes hacerlo. Puedes ocuparte de ello en
tu tiempo libre, en la iglesia, como hago yo. Pero ¡ay de ponerlo por encima de todo! —Su voz
está cargada de amargura y me resulta difícil soportar que se encuentre así.
¿Qué puedo hacer para ayudarla? No estoy acostumbrado a expresar juicios apresurados, hablo
poco y pienso mucho, pero no soporto saber que algo la turba. En este momento pienso que
quisiera ver a Anna siempre feliz, con una sonrisa en sus bellos labios. El semáforo cambia a
verde y yo debo reanudar la marcha.
—Casi hemos llegado, tal vez es mejor que no me dejes frente a casa. Le he dicho a mi madre
que regresaría en taxi. Creo que le daría un infarto si me viera bajar de tu coche.
Tiene razón. ¿Qué madre querría que su hija se subiera al auto de alguien como yo?
—Está bien. —Me detengo antes de llegar a la esquina y bajo. Experimento una enorme
dificultad para abandonar este habitáculo. Me he habituado a su perfume y el frío de la noche me
golpea la nariz dejándome insatisfecho y desilusionado. Aunque no pueda acompañarla hasta su
puerta, me aseguraré que entre a casa sana y salva, así sea mirándola de lejos. Desearía rodear el
coche y abrirle la puerta, pero tengo miedo de parecer ridículo y anticuado, de modo que
permanezco de pie, del mismo lado del auto del que he bajado. Anna abre la puerta y desciende.
Yo me siento petrificado. ¿Qué espero, que se vaya saludándome solo con un “Adiós”? Soy un
cobarde y un hipócrita. Estoy aquí plantado cuando lo que realmente espero con todas mis fuerzas
es que borre la distancia entre nosotros y venga aquí, a mis brazos, a darme el mismo beso de
antes. Sigo sus movimientos conteniendo mi respiración con una extraña sensación agitándose en
mis vísceras. Anna rodea la parte trasera del coche y se planta frente a mí. Está tan cerca que
puedo sentir su perfume, me mira con ojos que sonríen. ¿Qué debo hacer, Santo Dios? Muero del
deseo de tener más de ella. Solo ahora y basta. Nunca más, lo prometo. Sin rozarla con las manos
bajo mi rostro hacia ella. Y me deja hacerlo. Lo único que se toca son nuestros labios y nada más.
Podría terminar así, una simple presión de nuestras bocas y buenas noches. Pero soy un bastardo
salvaje. Mis manos se cierran en sus caderas, como si tuvieran vida propia y un ansia primitiva y
cruda se apodera de mí. Beso su boca como si la estuviera follando salvajemente. No sé qué me
pasa. Me separo de repente, he perdido el control y debo tener los ojos muy abiertos porque Anna
me mira con una expresión aturdida y absorta. He ido demasiado lejos, no es necesario que me lo
diga, veo el shock en su rostro y por un momento me pregunto si no huirá gritando.
—Está todo bien —me tranquiliza.
—Perdona —digo sin siquiera reconocer mi propia voz. ¿Qué ve enfrente suyo Anna? Un
hombre amenazador y cachondo, solo con ella en esta noche. Cierro los ojos y los aprieto con
fuerza intentando recuperar un poco de lucidez, pero es difícil.
—No tienes que disculparte, me gustó —susurra. Y yo no puedo más que abrir los ojos y bajar
el rostro hacia ella, atraído por el sonido melodioso de su voz. Le ha gustado. Santo cielo, estoy
jodido. Se mueve para abrazarme y estoy seguro que cuando nuestros cuerpos se adhieren el uno
al otro, siente con claridad toda la longitud de mi polla dura en mis pantalones. Se aprieta contra
mí por un instante larguísimo y demasiado breve, durante el cual disfruto y sufro al mismo tiempo.
Sonríe y se va.
La veo alejarse hacia casa. Tiene un andar elegante y agraciado. Se gira y una vez más sonríe.
Tal vez sabe que me tiene en un puño y no me importa. Yo me quedo como embalsamado hasta que
saca las llaves y entra. Ahora está segura, especialmente de mí. Puedo irme. De hecho, ahora que
lo pienso, tengo que irme. Esta noche Mick vino a darme información. Tengo un trabajo que hacer
y luego un cadáver del que deshacerme. Debo irme.
Capítulo 8

Anna

Ha pasado una semana. Siete largos días desde esa noche en la que nos besamos junto al puerto
y luego en la calle detrás mi casa. No puedo quitarme de la cabeza sus labios, su pasión, su
cuerpo. Y mi deseo por él. Es algo tan intenso que casi duele. Es como tener el estómago vacío
día tras día: el hambre no pasa, al contrario, aumenta de modo casi insoportable hasta crear una
ciega desesperación.
Rose y yo estamos en Yaf Sparkle Fine Jewlray, en la calle Broome, buscando un collar
original para nuestra madre, para alternar con esos brillantes vistosos de los que nunca se separa.
Antes, ambas tuvimos una cita con Shear Bliss, nuestro estilista de confianza, y ahora estamos tan
guapas que muchos se giran a mirarnos. Obviamente en niveles diferentes: Rose se ve
espectacular, con el cabello suelto en ondas oscuras y brillantes. También se hizo perfilar las
cejas y su mirada es magnética y sensual. Yo me he limitado al cabello y debo reconocer que me
sienta bien, aunque nunca podré alcanzar la belleza de mi hermana. Pero tengo mi propia gracia, la
de las bailarinas, y estoy orgullosa de ello. Rose ha hecho de lucir magnífica la razón de su vida,
ella tiene un estilo irrenunciable mientras que para mí, la cuestión estética es diferente. No que no
me guste estar bella, pero simplemente no es mi primer pensamiento. Además, hoy tengo una
extraña sensación que circula bajo mi piel. Parece absurdo, pero no quiero que nadie me mire
demasiado; ser encantadora para ojos que no son los de Andrei no me interesa mucho. De hecho,
no me interesa en lo más mínimo, para ser honesta. Ni siquiera sabría decir desde cuándo he
madurado esta certeza, tal vez desde que tengo la sensación de que he encontrado a alguien
especial. Que hace latir a mi corazón. Pero del que no sé prácticamente nada.
—¿Rose? —la llamo. Hemos entrado y ella está concentrada estudiando un brazalete hecho a
mano, mientras yo me encuentro frente a un sector dedicado exclusivamente a artículos apropiados
para ser pequeños regalos navideños. Observo con detenimiento en búsqueda de un obsequio
apropiado para mis alumnas del curso de danza, me gustaría comprarles algo pequeño y femenino,
además de los guantes rosas que ya he encontrado.
—¿Sí? —responde sin despegar los ojos del brazalete. La miro pero ella no se gira.
Finalmente, mi silencio consigue llamar su atención porque Rose quita la vista del objeto y me
observa inquisitivamente.
—¿Qué sucede?
En realidad, no es tan simple y tal vez tampoco sea el lugar apropiado para hablar, pero la idea
me vino de repente, así, de golpe y no pude contener la pregunta. Por lo que la dejo caer allí, con
despreocupación.
—¿Nunca te cansas de todo esto? —pregunto de la manera más simple posible. Pero ella no
comprende. No puede, mi pregunta es demasiado vaga. Se acerca con una mirada recelosa. —¿Se
puede saber qué estás diciendo?
Y en este momento, sinceramente tampoco yo lo sé, pero intento explicarme. Es complicado
porque nunca hablamos de temas como este entre nosotras. Nuestra vida, nuestra familia, son todas
realidades engorrosas que forman parte de nuestro ADN. Ninguna de nosotras dos se ha planteado
dudas respecto a ello o se ha cuestionado si lo que nos rodea está bien o mal.
—No lo sé, pienso en el hecho de no hacer nada en todo el día, el salón de belleza, las
compras…
Me mira como si necesitara un exorcista. —¿Y lo llamas no hacer nada?
Prácticamente se le han salido los ojos de las órbitas buscando signos de evidente locura en mi
rostro.
—Me refiero a que ¿no sientes nunca la exigencia de construir algo enteramente tuyo, un
proyecto al que perseguir con todas tus fuerzas, un sueño que cumplir poniendo todo de ti?
—¡Por supuesto! —me mira estupefacta —ser la futura esposa de Ronald Russel es un rol de
mucho prestigio y responsabilidad en el interior de nuestra familia y…
No ha comprendido. —No, no —la detengo antes de que pueda continuar y continuar por este
camino —no me refería a eso. Me refería a algo exclusivamente tuyo. Como Rose Turturro, no
como la futura esposa de Ronald Russel.
Me mira con asombro, luego con condescendencia, finalmente ha comprendido. —Aun tienes
esa fijación con la escuela de danza, ¿cierto?
No digo nada. Llamarla fijación es restarle importancia y me resulta hasta ofensivo. No es una
manía, es una aspiración, algo que deseo con todas mis fuerzas. ¿Cómo hace Rose para no tener
algo equivalente que le permita comprender lo importante que esto es para mí?
—Sabes que, al final, papá te dejará hacerlo. En definitiva, te ha hecho asistir por años al
Broadway Dance Center, que le ha costado un ojo de la cara. Te dará todo el dinero que necesites
y más también. Solo que cree que antes debes sentar cabeza, como él dice. Luego te dará todo lo
que pidas, como siempre lo ha hecho con ambas.
Es el modo de razonar de mi hermana el que no comparto, no el resultado, que seguramente,
como dice ella, alcanzaré. —¡Pero no es justo así Rose! Yo quiero construir algo mío,
prescindiendo de quien esté a mi lado en la vida. ¿Qué hay de malo? Quiero realizarme, estar
orgullosa de mí misma. Y luego escoger a alguien a quien amar.
Rose resopla, simplemente no comprende. —Tienes demasiados pájaros en la cabeza Anna. Si
querías todo esto no deberías haber nacido Turturro, deberías haber nacido Smith o Rossi. En
nuestra familia las cosas son así.
No puedo aceptar este tipo de respuesta. No tengo pajaritos en la cabeza, este modo de pensar
me hace sentir impotente y no quiero serlo. No puedo resignarme a ver cómo mi vida es envuelta
como un paquete de regalo y mantenida allí, lista para ser entregada a alguien con un lindo moño
encima.
Pagamos los obsequios y salimos de la tienda. Hace frío, pero Rose y yo estamos bien
cubiertas. Me envuelvo con fuerza en el abrigo largo hasta las pantorrillas y bajo más el sombrero
en mi cabeza. Decidimos comer algo al paso mientras atacamos las compras de la tarde en
búsqueda de los famosos señaladores de lugares para nuestra madre. Justo cuando llegamos a
Tosties para un rápido y no muy saludable almuerzo, estiro en forma automática un brazo hacia un
chico que distribuye volantes. Miro distraídamente lo que me entrega. Parece la publicidad para
una audición.
El Sapphire Gentlemen’s Club está buscando bailarinas.
Tan pronto como comprendo de qué se trata, guardo rápidamente el volante en el bolsillo de mi
abrigo con el corazón latiéndome de prisa. ¡Si eso no es el destino! No sé cómo interpretar esta
coincidencia. Estoy buscando una solución para financiar mi proyecto y me llega esta ocasión.
Podría presentarme, podría usar mis habilidades para ahorrar algo de dinero. A escondidas
obviamente. Estoy excitadísima ante la simple idea de tener aunque sea una mínima esperanza
entre los dedos y no la dejaré ir tan fácilmente.
Me meto en Tosties con Rose. No tienen servicio de mesa, por lo tanto ordenamos en el
mostrador y luego nos ponemos cómodas. Yo escojo pollo asado mientras que mi hermana se
decanta por un menú vegano.
—Los pollos aquí no los provee Russel —me explica —es una de las pocas cadenas que aún le
faltan.
Asiento. El volante me quema en el bolsillo. Tengo mil pensamientos en la cabeza pero no
puedo compartir ni uno con Rose. No puedo correr el riesgo de que se lo cuente todo a nuestros
padres. Aún no tengo un plan definido pero sé que debo aprovechar esta oportunidad. Me estampo
un aire indiferente en el rostro y afronto el almuerzo. Antes de comenzar a comer, miro una vez
más el teléfono. Será la vigésima vez en el curso de la última hora.
— ¿Estás esperando una llamada importante? —pregunta mi hermana con la boca llena de
ensalada. Suspiro. Sí, por supuesto, pero quien debería llamarme lamentablemente no lo hace. Si
ha pasado una semana sin que lo haya hecho, es improbable que lo haga precisamente ahora. Sería
una especie de milagro. Andrei debe haberse olvidado de mí, de nuestros besos, de todo lo que
han significado. Al menos para mí. Es pretencioso creer que han querido decir algo también para
él. Más que pretencioso, arrogante. Habrá archivado nuestro encuentro como una diversión
agradable con una chiquilla con la cabeza llena de sueños, lo suficientemente loca como para
seguirlo a un vecindario peligroso, pero a quien escoltar de vuelta a casa esa misma noche para ya
no pensar más en ella.
—Una llamada que probablemente no llegará —respondo.
—¿De quién? —pregunta sorbiendo su triste agua sin gas. No debo dejarme engañar por su
deseo de entrar en confianza. Si Rose llegara a saber de la atracción que siento por Andrei, iría a
contárselo a Ronald y para mí sería el final. Y estoy segura que lo haría por mi bien y también
estoy segura que sería la elección correcta. Quién sabe qué podría sucederle a él. Aunque no temo
por su seguridad, no quisiera que perdiera el trabajo. —No lo conoces —respondo evasiva. Y en
parte es cierto. Por otra parte, ¡tampoco yo lo conozco! Nunca lo he encontrado en las reuniones
de empleados, lo he visto de pasada un par de veces solo porque he ido a buscarlo. ¿Por qué
Andrei está entre los hombres de mi padre que menos frecuentan la familia? Las alternativas son
solo dos: o es su elección o es una decisión de mi padre. Y si fuera una decisión de mi padre, ¿por
qué?
—Si le has dejado tu número y no te llama, es un idiota —decreta Rose sin piedad,
arrancándome de mis elucubraciones. El hecho no es ese. Ciertamente él no es idiota y aún más
cierto es que no me ha llamado hasta hoy.
—Tal vez debería olvidarlo —suspiro, sintiéndome carente de esperanzas respecto a que esta
solución pueda realmente funcionar. —Todo lo contrario —rebate ella, con tal determinación que
me obliga a levantar la cabeza.
—¿No? —replico asombrada.
—Si crees que no vale la pena, quiero decir si es un pobre fracasado, no pierdas tiempo. Pero
si es asquerosamente rico, fascinante y sientes que puede haber química entre vosotros….
¡acósalo!
—¿Acósalo? —por poco no me ahogo. ¿Desde cuándo Rose usa ese lenguaje?
—Sí, a veces los hombres tienen miedo. De nosotras, del hecho que sepamos lo que
queremos… —Rose continua hablando con la mirada perdida. No puedo comprender si se refiere
a ella misma, a mí o a todas las mujeres en general. Solo sé que su iniciativa me ha dejado
sorprendida, no imaginaba que mi hermana pudiera pensar de ese modo. Siempre la veo
proyectada hacia Russel, como si él fuera el sol de su vida y ella un satélite que gira a su
alrededor. En cambio, ahora está aquí, mostrándome una parte de sí misma que nunca me ha
develado. Pienso por un momento en Andrei y, me pregunto si, tal como afirma Rose, puede
sentirse de algún modo intimidado por mi modo de ser. Me resulta bastante difícil creer que algo
pueda darle miedo. Él tan grande y tan robusto, con ese aspecto de hombre sin escrúpulos.
Realmente no sé qué pensar.
“Acósalo” repito y la palabra se desliza en mis labios como algo prohibido, evoca escenas
inoportunas para visualizar en la mesa de un restaurante con mi hermana sentada en frente. En mi
mente Andrei está confinado en el rincón de una habitación y yo avanzo hacia él, segura de mí
misma. Avanzo para conquistarlo, para tomarlo. Es solo un sueño y me basta parpadear dos veces
para alejarlo y regresar a la mesa frente a mi almuerzo y con Rose en medio de tanta gente. Solo
espero no haberme sonrojado.
No tengo idea cómo hacerlo. Rose me está sugiriendo que le imponga mi presencia.
Perseguirlo. Pisarle los talones, no darle tregua. ¿Realmente todo eso puede ser útil? A juzgar por
el hecho de que Rose está felizmente comprometida se diría que sí.
—¿Has hecho eso con Ronald?-le pregunto volviendo a concentrarme en la comida.
Su mirada vacía parece volver a la realidad. —¿Con Ronald? Oh, te lo contaré un día. —Y
cierra así la discusión. Me queda la sensación de que sus consejos son un modo de silenciar una
voz que llega de su pasado, desde los meandros de la conciencia de Rose, algo que le hubiera
gustado hacer y que nunca hizo. Pero tal vez, se trata solo de mi impresión.

***

Por la tarde ocurre una especie de milagro. En una pequeña tienda de regalos, finalmente
encontramos algo que podría satisfacer a nuestra madre. Son pequeñas estatuillas de madera
tallada que representan a los animales del bosque. Fijándoles con cola pequeñas aplicaciones
navideñas, podrían convertirse en señaladores de sitio de todo respeto. Le enviamos una foto y,
cuando llega su respuesta positiva, incluso Rose suspira con alivio. Nuestros caminos se separan.
Ella regresa a casa, yo voy al Preziossisimo Sangue para la clase de las cinco.
Antes de comenzar, les entrego a las niñas los pequeños obsequios que he comprado para ellas.
Me abrazan, me agradecen con sinceras e invaluables sonrisas. En momentos como este, pienso
que enseñar es mi vida y que nunca podré ser feliz sin hacerlo. Hoy la clase es algo menos
numerosa debido a las vacaciones de Navidad y a los enfermos. Algunas familias han partido,
algunas niñas están en cama con gripe. La clase comienza con el entusiasmo habitual y, mientras
doy vuelta en puntas y hago un arabesco para Molly que tiene dificultades para mantener la
posición, pienso en cuánto me gustaría que todo esto fuera mío. No es que ser invitada del padre
John me moleste, pero no quiero que la danza sea un hobby. Quiero que se vuelva mi modo de
ganarme la vida. Que sea mucho o poco, no importa. Probablemente poco, visto que hay un gran
número de escuelas de danza en Manhattan y, si no consigo darle un valor agregado a mi oferta, no
hay motivos para que alguien escoja tomar clases en la mía. Pero no importa. Quiero reclutar
alumnas, hablar a sus padres de mi método, inculcar en las niñas un poco de mi pasión y ayudar a
que quien realmente la sienta pueda cultivarla. Mientras observo a Molly que concentrada intenta
imitar mi movimiento pienso que, lamentablemente lo que necesito es dinero. El despreciable
dinero es lo que me falta. La mía es una familia rica, debería bastarme pedir para tener, pero
parece que no funciona así. Me estoy topando con la amarga realidad: hasta hoy solo he tenido lo
que mi familia quiso darme. Ahora que deseo algo que no entra en los planes de mi padre, los
cordones de la bolsa se han cerrado para mí. Ha llegado el momento de independizarme, de
comprender que no está bien esperar las migajas. Tengo que arremangarme y tomar lo que quiero,
únicamente con mi ayuda y la de nadie más. Y si lo que quiero lo incluye también a Andrei, trataré
de tomarlo también a él.
La clase finaliza a las siete con aplauso para todas. Mis alumnas salen de la iglesia y van
directo a los brazos de sus padres que han venido a recogerlas. Regreso a darme una ducha en el
pequeño baño privado adyacente al salón que gentilmente el padre John ha puesto a mi
disposición, pero antes cojo el teléfono de mi bolso y envío un mensaje.
A Andrei. Mi corazón late rápidamente mientras tecleo. Lo hago por impulso, sin releer o
pensar demasiado. Ya he pensado suficiente.
—En una hora estaré en el puerto, en el sitio en el que nos encontramos la última vez.
No agrego más. Si lo desea, vendrá.
Capítulo 9

Andrei

No he podido resistir. Estoy condenado. Cuando Anna me envió el mensaje me encontraba en


mi guarida, frente al ordenador. Estaba concentrado en el mapa del vecindario donde deberé
llevar a cabo mi próxima misión. Soy muy obsesivo en la preparación de un trabajo, no me gusta
improvisar. Soy metódico, necesito conocer los tiempos y el radio de acción de mis víctimas, a
dónde podrían huir, a dónde podré moverme yo para prevenir cualquiera de sus movimientos y así
evitar que me tomen desprevenido. Todo esto es fruto de años de actividad, así como de la
impasibilidad que me distingue y que me ha hecho ganar el sobrenombre con el que me conocen en
el ambiente.
Después de haber leído esas pocas palabras, sentí una desesperada necesidad de respirar,
como si los pulmones no pudieran contener el suficiente aire y necesitara salir. Tomé mi abrigo, la
pistola y luego me dirigí directamente a esperarla al sitio de la cita. Ese lugar sombrío y peligroso
en el que nos besamos la última vez. En la oscuridad, a pesar del frío, mi cuerpo parece recordar
con exactitud esa sensación y reacciona con una erección arrogante e instantánea. Por ella. Estoy
desconcertado por lo que me está sucediendo: no puedo más que pensar en Anna, mi cuerpo se
rebela a mis órdenes. Desde que la he besado es como si no tuviera otra cosa en mente. Quiero
más, anhelo todo de ella. Lo que más miedo me da es que deseo poseerla completamente, quiero
que se vuelva mía y para siempre. No puedo concebir el fin de todo esto, es como si al pensar en
ella no viera el punto de llegada de la situación en que me encuentro. Anna representa un viaje sin
regreso hacia el abismo, estoy seguro de que una vez que la haya tomado no podré prescindir de
ella y ese será su fin. El fin de todo, porque la querré siempre conmigo y para mí. Mía, en cada
sentido y bajo todo punto de vista.
Espero prácticamente cuarenta y cinco minutos presa de mis paranoias y mirando el teléfono
como un obseso en búsqueda de nuevos mensajes que Anna podría haberme enviado y alarmado
porque yo podría no haberlos notado.
Pero luego la veo y parece casi por obra de magia que el peso que tenía en el estómago se
aligera repentinamente, dejándome libre para respirar.
Está envuelta en un abrigo diferente al de la última vez, de un tono de beige claro, enlazado en
la cintura y lleva pantalones. Tiene una bufanda y gorro negros y mira a su alrededor perdida
mientras busca a… mí. Necesito unos segundos para comprender que es a mí a quien busca. ¿Será
posible? Me parece absurdo pero así es. Me quiere a mí. Salgo de la sombra, repentinamente
ansioso de que alguien pueda acercarse a ella antes que yo pueda tomarla en brazos. Es absurdo,
quienquiera que osara hacerlo se encontraría con las manos y las piernas destrozadas en un
segundo.
Cuando me ve, abre más los ojos y la sensación que me da es como si se le iluminaran de
repente. Mi corazón se desborda con algo a lo que no consigo darle nombre, algo que me hace
sentir bien y que por un momento consigue eclipsar mi lado oscuro. La deseo, la deseo con todo
mi ser y con una brutalidad que casi me da miedo, pero al mismo tiempo la venero y la respeto,
como si fuera la cosa más linda del mundo.
—Hola —me dice sonriendo.
No hago tiempo a responder que ella me arroja los brazos al cuello y me besa. Dios santo. No
estaba preparado pero mi cuerpo reacciona de prisa, como si no esperara otra cosa. Y en el fondo,
sé que lo quería como jamás había deseado nada. Mis manos saltan a su cintura, como si fuera el
sitio natural en el que deberían estar. Todos los argumentos que he preparado desde que recibí su
mensaje se van al diablo. Todo el buen juicio que creía tener y que pensaba sería suficiente para
hacerla razonar, se ha evaporado, sustituido por algo similar a una masa dura como el granito que
pulsa entre mis piernas. Separo a Anna de mí solo por un instante, para mirarla a esos ojos
maravillosos que tiene. —Hola —respondo. E inmediatamente después soy inexorablemente
atraído por ella y mis labios vagan por su cuello.
—¿Vives cerca? —me pregunta gimiendo. Asiento, incapaz de decir nada sensato. Esta vez es
ella quien se separa y yo aflojo con dolor mi presión sobre sus brazos.
—¡Entonces vamos! —toma mi mano y sonríe. Joder, estoy acabado. Tendría mil motivos para
decirle que no, que la acompaño a su casa como hice la última vez. Pero no consigo hacerlo. Con
toda la buena voluntad, no, con todo mi ser, no puedo resistir la magia que tienen esos ojos verdes
que ríen. Tienen hambre. Hambre de mí.
Le enseño el camino, siempre llevándola de la mano. Bastan tan solo doscientos metros para
llegar a la puerta de mi bodega de tres pisos.
—¿Vives aquí? Parece uno de esos sitios que salen en las películas —admite con entusiasmo.
Por supuesto, es muy diferente a su hogar, ella también debe pensar eso. Los Turturro son ricos,
tienen empleados, personal para realizar cualquier trabajo. Por lo poco que pude ver de su casa y
del estudio de Joe, todo está perfectamente ordenado y limpio. Muebles de valor, alfombras
refinadas y cepilladas, lámparas relucientes. ¡Quién sabe cómo será la habitación de Anna! Con
seguridad muy diferente a la mía. —No esperes la gran cosa —le digo —dentro es más o menos
como fuera. —Y no sé ni siquiera por qué lo digo. Nunca he traído a nadie a mi casa y la opinión
de la gente no me importa en absoluto. Aun así, con ella es diferente. Quiero que piense cosas
buenas de mí, quiero gustarle.
Subimos en el elevador, que en realidad es una especie de montacargas chirriante, y pasamos el
primer piso para ir directamente hacia el segundo. Mientras salimos de la cabina, entre los ruidos
siniestros de las cadenas que crujen, Anna tiene curiosidad reflejada en su rostro. —¿Pero es todo
tuyo?
Entre las mil cosas que podía decir, del tipo, “¿pero cómo puedes vivir aquí?” O “¿quieres
algún consejo sobre decoración y muebles?” O peor, “llévame a casa de inmediato”, escoge
precisamente la pregunta que más agradezco.
—Sí.
—¿Cómo es que teniendo tres pisos vives en el segundo?
—Cuestión de seguridad —respondo.
—¿Seguridad? —arquea las cejas y eso me causa una extraña sensación. Una que hace que se
me revuelva el estómago por la turbación. Enciendo las luces que brindan poca claridad. Tengo
una iluminación baja y cálida que calma mis nervios. Odio las luces de neón y todo lo que agrede
al único ojo que me queda.
—El primer piso es demasiado accesible desde abajo, mientras que el último lo es desde lo
alto, entonces… ¿tienes frío? —Y mientras lo pregunto le doy la espalda para ir hasta la caldera.
La uso solo para el agua caliente y la ducha, la calefacción en mi casa está siempre al mínimo y no
porque quiera ahorrar dinero. El frío no me molesta, me hace sentir bien, me mantiene vigilante y
alerta. Odio las comodidades y no sé por qué. Debería ir con un loquero para descubrirlo, pero no
siento ninguna necesidad de hacerlo. Regulo el termostato a veinticinco grados, creo que estará
bien. Me giro y la respiración se congela en mis pulmones. Y allí se queda.
Anna se está desnudando. Se ha quitado el abrigo y los pantalones. Ya no lleva sus zapatos,
tiene los pies descansos en mi suelo desnudo de linóleum. La luz cálida hace que parezca una
visión. Se quita el sweater como si tuviera una endiablada urgencia. Debajo viste una camiseta de
seda a la que comienza a desprenderle los botones.
—¿Qué estás haciendo? —consigo susurrar inmovilizado por un deseo que me quita el aliento.
Ella no responde. Se libera de la camiseta y viene hacía mí. Tiene el rostro de quien sabe qué es
lo que quiere, de quién sabe qué va a tomar. Yo siento que poseo un autocontrol prácticamente
inexistente, mientras Anna se queda simplemente en sostén y bragas. Es un conjunto negro pero
para mí podría ser de cualquier color, lo único que puedo ver es a ella en toda su belleza y
esplendor. Se acerca a mí, no me da ni siquiera un segundo para pensar. De todas formas, no sería
capaz de hacerlo, no hay una sola gota de sangre que haya quedado en mi cerebro. Está toda abajo,
siendo utilizada para sostener mi erección. Se aproxima y me besa, se pone a horcajadas de uno
de mis muslos y comienza a frotarse suavemente. Quisiera decirle “detente, más despacio”.
Pero… ¿realmente lo quiero? Dios Santo, no lo sé. Solo sé que lo que está sucediendo no debe
suceder, pero no quiero que deje de hacerlo por ningún motivo.
—Andrei... —gime mi nombre sobre mi boca y me hace enloquecer. Parece encontrar alivio
frotando su coño en mi muslo, mientras su lengua comienza a jugar con la mía.
¿Qué me impide bajarme los pantalones y follármela salvajemente? No lo sé. Solo sé que si
esta noche vino a buscarme es porque siente necesidad de todo esto. Pero ella merece mucho más.
Anna merece infinitamente más, especialmente más que yo. Mientras mi mente formula buenos
propósitos, ella ha tomado mi mano y la ha llevado entre sus piernas, dentro de sus bragas. Y
cuando noto lo que está por suceder, siento que no tengo una pizca más de fuerza para detenerme.
Joder, no puedo pensar. Mis dedos hacen lo que tienen que hacer, solos, sin que el cerebro los
controle mientras encuentran una humedad inesperada y deseada. Sublime. Mojada por mí. Las
yemas de mis dedos se deslizan en su interior de una manera que ni siquiera en mis sueños habría
imaginado, instintivamente siguen un ritmo autónomo. La penetro con un dedo, luego con dos. —
¿Esto es lo que necesitas? —le pregunto mientras jadeo.
Rompe el beso solo para mirarme a los ojos. —Sí —responde con un gemido que me hace
comprender cuánto lo necesitaba y luego se empala en mis dedos índice y medio juntos. Me estalla
la cabeza de excitación. Comienzo a llenarla con mis dedos mientras con el pulgar estimulo su
punto más sensible. Sé que le gusta, lo siento en su respiración, por las contracciones de sus
músculos internos que aprietan mis dedos, mientras pienso en lo que serían capaces de hacerle a
mi polla. Lo siento en su cuerpo tenso como una cuerda que solo pide liberar placer. Y de repente,
bajo mi asalto, lo hace, emite su poderosa energía. El orgasmo provoca que sus ojos se dilaten,
ella me mira como si fuera su última visión antes de morir. Luego, poco a poco, sus fuerzas
flaquean y se derrumba sobre mí. El silencio nos pilla casi avergonzados, a pesar de lo que acaba
de suceder entre nosotros. Anna se mueve y se desliza lejos de mis dedos. Repentinamente tiene la
cabeza gacha, como si se avergonzara de haberme utilizado para su placer y no tuviera la fuerza
para mirarme a los ojos. Entonces rodeo su cintura con un abrazo y la estrecho contra mi cuerpo.
Solo en ese momento noto que ella está prácticamente desnuda y yo estoy completamente vestido.
—Perdóname —susurra en voz baja contra mi pecho.
La muevo tan solo un poco para mirarla a los ojos.
—¿Por qué? —pregunto sin comprender. Aún estoy confundido por lo que sucedió, por la
excitación que me devora, por la incapacidad de separar el instinto de la razón.
—Por esto —admite avergonzada, haciendo ir hacia delante y hacia tras un dedo entre ella y
yo.
—¿Por qué? —pregunto.
—Me desnudé, te salté encima, casi te obligué a hacerme correr, mientras tú…
—Mientras yo... —miro hacia bajo, en dirección a mi vistosa erección que se encuentra entre
nosotros. La mira también ella y parece aún más avergonzada y confundida. No le haré hacer nada
que no quiera, eso debe estar claro.
Me mira a los ojos y entonces yo tomo los dos dedos que había enterrado en ella y los llevo a
mi nariz. Me resulta difícil no bajar los párpados. Su olor es tan excitante para mí, combinado con
el modo en que me mira podría hacer que me viniera en mis pantalones. Lamo mis dedos y su
sabor divino en mi lengua me regala aún un poco más de excitación, como si lo necesitara.
—Me hubiese gustado hacer mucho más... —agrego— pero…
—¿Pero qué? —parece que espera mi respuesta como la noticia más importante que pueda
recibir y por eso siento un nudo en el pecho. Debo escoger bien las palabras, pero ¿cómo hace
para escoger las palabras alguien que simplemente no es capaz de hacerlo? No soy bueno con las
conversaciones, las cosas en las que soy bueno no encajan con Anna. Para nada. —Quiero que
tengas lo mejor de mi —se me escapa. Y es la verdad.
—En este momento, tú eres lo mejor para mí —replica mirándome a los ojos y el modo en que
lo dice lo hace parecer cierto. Por un instante creo que podría ser cierto.
Tomo su mano y la conduzco a la gran cama matrimonial que se encuentra en el centro del
dormitorio. Definirlo como un dormitorio no es lo correcto, sería más preciso llamarlo habitación
con cama y perchero a la vista, porque son los únicos muebles que tengo aquí dentro. En la
esquina opuesta hay una estufa, una mesa y una silla, por lo demás, todo el resto es espacio vacío.
Me recuesto en la cama y la arrastro sobre mi pecho. Tan cálida y tan pequeña encima de mí,
siento una necesidad primordial de protegerla y hacerla mía. De tenerla a salvo, conmigo.
Pero quiero que antes sepa quién soy, al menos en parte. No en quién me he convertido, eso
sería demasiado. Pero al menos de dónde vengo. Nunca podría vivir en el engaño, sabiendo que le
estoy ocultando mis orígenes. A mí mismo. La cubro con la colcha y la estrecho fuerte contra mi
pecho mientras busco las palabras para comenzar.
—Quiero que sepas quién soy antes de... —no sé cómo continuar. ¿Antes de que te tome y que
te conviertas en mía para siempre, sin posibilidad de marcharte a ninguna otra parte o ser de
ningún otro hombre porque podría matar a cualquiera que osara rozarte?
Se acurruca aún más contra mí.
—Quiero saber quién eres —responde con la voz cargada de expectativa. Realmente no sé qué
esperar, a dónde me llevará todo esto, pero sé qué tengo que hablar. Si quiero algo con Anna que
sea más que un simple polvo, tengo que comenzar a decir la verdad.
—Nací en Sofía, Bulgaria, hace treinta y cinco años atrás aproximadamente. Digo
aproximadamente porque la fecha que lleva mi pasaporte no es aquella en la que he venido al
mundo, sino la fecha en la que Penka me encontró. Junto a un cubo de basura. —Siento que se
estremece y acabo de comenzar.
—No te detengas —me pide poniéndome una mano sobre el brazo— por favor, continua.
—Penka había terminado su turno, era temprano en la mañana. Escuchó el llanto de un recién
nacido entre los sacos de basura y me encontró a mí. Me tomó en brazos y me llevó a su casa. La
casa de Penka era uno de los burdeles más concurridos de la periferia de Sofía y desde ese día el
prostíbulo se convirtió en mi vida. —No hay forma de decirlo en manera elegante o menos
dolorosa, por lo que elijo estas cuatro palabras frías. Dejo que asimile las noticias mientras el
pasado, que tan raramente evoco, se abre paso en mi mente, nítido como si fuera el presente.
—Crecí cuidado por putas. No solo estaba Penka, había muchas más. Todas eran protectoras y
amorosas. Quien no estaba trabajando con clientes jugaba conmigo, nunca estaba solo. Me
querían.
Me detengo porque la parte agradable prácticamente ha terminado. De allí en adelante mi vida
está hecha solo de dolor. Es extraño como hablar vuelve a abrir una vieja cicatriz que no creía que
fuera capaz de seguir sangrando. Y sin embargo lo hace, ¡y cómo!
—No vivía en un clima morboso, había solo mucha alegría, afecto. Nunca me sentí descuidado
o privado de amor —admito, porque es cierto.
Pero no duró para siempre. Recordarlo ahora crea una sensación de frío en mi pecho. Pero no
decirlo no lo hará desaparecer, no hará que lo que sucedió se convierta solo en un sueño. Fue real
y seguirá siendo real. Solo que no tengo deseos de pensar en ello, de contarlo.
—Nadie nunca debería ser abandonado, ningún niño. —Escucho el dolor en su voz y, por algún
extraño motivo que no consigo comprender, su compasión no me fastidia sino que me hace sentir
bien.
—De todos modos, eso fue lo que sucedió.
—¿Nunca te preguntas qué fue de tus verdaderos padres?
Me tenso. No hago más que repetirme que este tema me es indiferente, pero tal vez no es del
todo cierto. —No. A la única persona que recuerdo es a Penka y, cuando pienso en el pasado, la
única que me viene en mente es ella. —Anna se pega más a mí y su calor es todo lo que necesito
en este momento para aliviar mi alma herida. Siento que he aligerado, aunque sea un poco, el peso
que cargo a mis espaldas. Al menos ahora sabe que no he tenido una familia en el sentido
tradicional del término y ya es un comienzo. Tal vez podría bastar.
—Mi vida fue muy diferente a la tuya —.Su voz me llega apagada y llena de culpa. Quisiera
decirle que no le conté de mi vida para hacerla sentir una privilegiada, sino solo para que me
conociera mejor. Pero ella no me da tiempo y continúa.
—Siempre he sido amada, protegida por mis padres, por Rose, y ahora también por Ronald que
me quiere como a una hermana… —Aprieto los dientes simplemente al escuchar nombrar a ese
hombre. —Pero hay cosas que quiero decidir por mí misma.
Se separa de mí y me mira a los ojos. —Cosas que para mí son importantes. —No replico nada
porque comprendo que para ella este es un momento crucial. Espero que hable. —Tengo un
proyecto. —Y sus ojos se iluminan con entusiasmo.
—¿De qué se trata?
Se detiene, no sabe si puede compartirlo conmigo. Quisiera decirle que puede confiar, ¿pero
qué derecho tengo de pedirle que lo haga? Solo soy un extraño.
—Un modo de procurarme dinero.
—¿Dinero? ¿Cuánto dinero? Puedo dártelo yo —digo de inmediato. Ella se echa a reír. —¿Te
das cuenta que no es la respuesta que deberías haberme dado? Tendrías que haber dicho: estás
llena de dinero, puedes pedirle a tu padre.
—Tal vez no quieres hacerlo —agrego espontáneamente.
—Y así es —admite— quiero que sea algo solo mío. Y además, él no lo aprobaría.
—¿Es algo peligroso?
Sonríe. —¿Qué tan peligroso puede ser abrir mi propia escuela de danza?
Súbitamente me relajo. Y sonrío yo también.
—Tengo mi diploma, puedo enseñar, eso es lo que realmente anhelo.
—Puedo ayudarte, si quieres —le digo con ímpetu, porque verdaderamente lo deseo.
—Te lo pediré si lo necesito —responde. Y mi corazón ya está latiendo fuerte. Le daría
cualquier cosa pero comprendo y respeto su deseo de intentar hacerlo por sí misma. Se acurruca
de nuevo sobre mí y tengo la sensación de que en este preciso momento no querría estar en ningún
otro sitio del mundo sino en esta cama, con Anna a mi lado, esperando que este instante no termine
nunca.
Capítulo 10

Anna

Navidad pasó y nunca como este año fue tan extraña. Rápida y lenta al mismo tiempo.
Afrontamos el tradicional almuerzo, mi familia y yo, estuvieron presentes los padres de Ronald, se
bromeó, se jugó e incluso se cantó. Mi padre pronunció su discurso junto al árbol, como cada año,
y fue una arenga llena de palabras de estímulo, seguridad, perspectivas para todos. Bueno, casi
todos.
Viví cada fiesta con el corazón encogido; no me sentía triste sino que esperaba con ansias que
el vacío que tenía en el pecho fuera colmado. Me encontraba con mi familia, pero no me sentía
parte, sabía que me faltaba algo verdaderamente importante y que ese algo, de hecho, ese alguien,
habría marcado la diferencia. Pero mientras más miraba a mi familia reunida en ese día de fiesta,
más comprendía la abismal distancia que había entre ellos y Andrei. Entre él y yo. Recordé su
historia, su soledad, el pasado que lo había marcado para siempre. Nada sería lo mismo para mí
después de haber escuchado su relato. Imaginarlo como un bebé no deseado y abandonado a la
muerte junto a un contenedor de basura, me había destrozado el corazón. ¿Qué clase de padre
hacía algo así? Saberlo niño en un sitio en el que los niños no deberían frecuentar, fue como
arrojar sal a una herida abierta. Desde que sucedió el episodio más excitante y vergonzoso de mi
vida en casa de Andrei, cuando me vine prácticamente en sus dedos, no nos hemos vuelto a ver y
no sé cómo interpretar eso. Inmediatamente después de mi orgasmo, pensé que también él querría
tomar su parte o que yo debía dársela de alguna manera, pero no fue así. Nos tendimos sobre su
cama y Andrei me contó acerca de su pasado, abriéndome una ventana a su vida. Logré
comprender su modo de actuar introvertido y brusco, su carácter cerrado. No debía ser fácil
confiar en las personas cuando quien tenía el deber de protegerte se deshizo de ti como un paquete
no deseado. La noche había terminado como la vez precedente, con él que, después de haber
hablado, me acompañó a casa. Podríamos haber hecho el amor en esa cama, estaban todas las
condiciones dadas y, si hubiera sido por mí, habría sucedido. Pero Andrei no hizo ningún
movimiento y yo me quedé en mi lugar.
Aún no puedo comprender bien qué siente exactamente él por mí. Pero sé lo que yo siento, es
decir, que lo que deseo desesperadamente.
Al menos esta vez, después de nuestro encuentro, no hemos perdido contacto, nos hemos
enviado mensajes todos los días, aunque no nos hemos vuelto a ver. Debe haber estado muy
ocupado con el trabajo, creo. Yo no he preguntado y él no me ha explicado. Obviamente no me
alcanza, porque querría pasar cada minuto con Andrei, pero es un hombre complicado y debo
comprender bien cómo funciona su modo de razonar, entender qué es lo que realmente quiero yo,
además de poner mis manos en su cuerpo.
Miro constantemente el reloj. Dentro de poco será hora de marcharme. Estoy tan tensa que temo
que el nerviosismo se lea en mi cara. La situación ha empeorado luego de esa tarde, desde que ya
no encuentro el volante para la audición en el Shapphire Gentlemen’s Club. Estaba segura de que
lo había dejado en el bolsillo del abrigo que llevaba para ir a la cita con Andrei, en medio de la
desesperada búsqueda llegué incluso a descocer su forro, solo para constatar que allí no había
nada. Este descubrimiento hizo que me precipitara en el pánico más absoluto. Registré la casa,
recorrí el camino desde mi habitación a la sala de estar por los menos diez veces, revisé la cocina
e incluso el baño. Pero no tengo indicios, podría haberlo perdido en cualquier sitio y en cualquier
día. Podría haberlo encontrado cualquiera. Tengo que tratar de permanecer calma porque, después
de todo, no hay ninguna conexión entre mí y ese volante. Nadie podría sospechar que en la tarde
de la vigilia de Navidad fui a la audición, la superé brillantemente y que esta noche bailaré por
primera vez. También yo tengo dificultades para creerlo. Sucedió todo tan deprisa, tanto que aún
no lo concibo.
Tengo un trabajo. Soy bailarina en el Sapphire Gentlemen’s Club por una semana, a prueba. No
puedo contener tanta alegría y siento un miedo atroz, trato de pensar solo en el dinero que haré,
pura y exclusivamente en el dinero. Lo necesito para avanzar con mi proyecto, tengo que ser
independiente y explotar mis habilidades para procurarme dinero. No puedo tomar en
consideración la oferta de Andrei de ayudarme, no sería justo, no puedo aceptarlo. Es importante
que lo haga sola.
Esta vez no tengo que justificarme con nadie para salir. Mi madre está en el club de bridge y
Rose salió con Ronald. Son noches de fiesta, cada uno está ocupado en sus propias actividades.
No sé dónde está mi padre, probablemente en su estudio, pero no tengo costumbre de interrumpir
sus reuniones solo para saludarlo. De modo que esta noche solo debo mirarme al espejo, tomar mi
abrigo, mi bolso y salir. El espejo de la entrada devuelve una imagen muy normal de mí, no parece
que esté dirigiéndome a entretener a un público de hombres o que alguien pueda pagar para verme
bailar. No tengo nada de seductor o de particular. El cabello está atado, las piernas cubiertas por
medias gruesas y los pies metidos en botas bajas y cómodas. Todo lo que me necesite para
transformarme lo encontraré en el sitio. Maquillaje, vestuario, eso me han asegurado cuando hice
la audición. No necesitaré nada.
Estoy tan nerviosa que podría desmayarme. Salgo de casa con el estómago pesado como una
roca. Será el nerviosismo, porque en el almuerzo comí poco y nada. El frío me vuelve más
despierta y reactiva, como si fuera necesario. Tomo un taxi hasta la 333 East 60 Th St. El
conductor ni siquiera parpadea cuando escucha la dirección y eso ya es algo. Soy puntual,
puntualísima, tal vez demasiado. Durante el viaje me impongo no pensar, encerré todos mis
escrúpulos en un cajón hermético. Si he hecho bien, si he hecho mal, que diría Andrei si lo
supiera. Todo bajo llave.
Andrei. Para él es el único pensamiento que no puedo enjaular por completo. Siento un agudo
dolor en mi pecho en el preciso momento en que evoco su imagen. Lo echo de menos, lo echo de
menos con todas mis fuerzas y dentro de mí me pregunto por qué ha pasado tanto tiempo desde la
última vez que nos vimos. Dejo inmediatamente de enfocarme en él. Necesito centrar todas mis
energías en la performance, no puedo dilapidarlas en otras preocupaciones. Me drenaría de
energía.
Llego en una media hora. Bajo del taxi y ya me tiemblan las piernas. Sé que debo entrar por la
puerta trasera. La entrada está vigilada por un gorila que me deja pasar tan pronto como me
presento y entro de inmediato. No es nada difícil, solo debo caminar por este corredor estrecho,
poco iluminado y de paredes oscuras, en el fondo están los camerinos, ya he estado allí el día de
la audición. Encuentro un par de chicas que ni siquiera me hacen caso. Vienen del extremo opuesto
del corredor, tienen ropa informal y no llevan maquillaje, tal vez están saliendo a fumar un
cigarrillo antes de aprontarse. Parecen chicas normales, como yo, ninguna de las que trabaja aquí
dentro tiene impreso en la frente lo que hace. Detrás de la puerta oscura hay un letrero que dice
“acceso prohibido” y yo la empujo y entro. En la habitación hay numerosas estaciones con espejo
y sillas, como en los bastidores de un teatro. Escojo una libre y me aproximo. Reconozco a uno de
los hombres que estaba presente en mi audición, el que me hizo firmar el contrato y me dio cita
esta noche, un hombre bajo y sin cabello, con un traje verde savia algo pasado de moda, que me
hace acordar a Danny De Vito. Se llama Paul y tiene rostro simpático y aire de alguien que se
obstruye las arterias cada día con hamburguesas y patatas fritas, al menos a juzgar por cómo tiran
los botones de su camisa a la altura del cinturón. Tiene un cigarro apagado entre los labios que le
da un aspecto de verdadero gánster.
Paul me dice que he hecho bien en llegar temprano, en comenzar a prepararme con calma,
porque soy la quinta en salir a escena y la noche aún no ha comenzado. Me confirma que está bien
la estación que he escogido, me da una palmada en el hombro y se va. Noto que, en efecto, el
espejo tiene pegado una etiqueta grande con mi nombre escrito en tinta azul.
ANNA
Trago, todo es tan malditamente real. Sobre mi silla alguien ha dejado un pequeño montón de
tela que, después de tomar en mis manos, descubro que es un bikini negro con lentejuelas.
Una voz a mis espaldas me sorprende.
—Hola... —Es una chica que entorna los ojos para leer mi nombre en la etiqueta. —Anna…
¿Primera noche? Debes ponerte eso, maquillarte de modo que el color de la sombra de tus ojos lo
vean también en las últimas filas y luego peinar un poco tu cabello. Los zapatos son opcionales, en
el sentido que un buen tacón ayuda siempre, pero si te encuentras mejor descalza y no tienes talla
cuarenta y dos, el pie desnudo también es apreciado. —La rubia que está detrás de mí tiene el
cabello rizado, grandes ojos azules y es de estatura baja, aunque con los tacones disimula.
—Me llamo Emma. ¿Primera noche? —Emma está inmóvil, no me tiende la mano, no hace nada
más que sonreír. Pero es suficiente.
—Sí. ¿Tú que número eres?
—La número dos. Por fortuna termino pronto, luego me voy que en pocos días tengo un examen
de química y si no duermo un poco, corro riesgo de reprobar.
Emma es universitaria. ¿Quién lo hubiera dicho, vestida como está? Eso me tranquiliza. Si
hubiese declarado que terminaba su actuación y se iba a recibir en su lecho a un par de clientes
juntos, me habría arrojado a la desesperación. En lugar de ello, esto me hace esperar algo bueno
también para mí. —Yo soy la quinta —digo sin una gota de saliva en la boca.
Ella se encoge de hombros. —Es normal que a las nuevas les den papeles menores. De modo
que tienes dos posibilidades: o te vuelves muy buena y te dejan de última, o te vuelves lo
suficientemente buena para poder reclamar un sitio en la primera parte de la noche.
Quisiera responder que espero estar aquí por muy poco tiempo, porque tan pronto como
consiga ahorrar dinero para el alquiler del estudio que se convertirá en mi escuela de danza, me
marcharé, pero no quiero ofenderla, por lo tanto sonrío y comienzo a alistarme pensando que
también yo tengo una buena causa a mis espaldas. Intentar alcanzar la realización personal es
siempre un óptimo motivo para hacer sacrificios. Me lo repito al menos tres veces en mi mente
mientras tomo el bikini de lentejuelas y me preparo para vestirlo y convertirme en una verdadera
bailarina de un club para adultos.
Capítulo 11

Andrei

No puedo creer que esta locura realmente esté sucediendo. Estoy en la fila delante del club de
striptease más famoso de New York junto a un discreto grupo de personas. Me pregunto por qué
entre Navidad y Año Nuevo la gente debería estar aquí haciendo lo que estoy haciendo yo. ¿No
tienen familia con quien ir? ¿No acostumbran cantar canciones bajo el árbol y otras tonterías
parecidas? No. Están todos aquí esperando. El volante que Anna perdió en mi casa la semana
pasada me quema en el bolsillo. Está todo despedazado, lo hice un bollo muchas veces y otras
tantas lo alisé para poder leerlo una y otra vez. Cuando lo vi, me pareció que mis ojos podían
salirse de sus órbitas, incendiarse, rodar cayendo de mi cráneo y otras tantas hermosas
experiencias. Hice una asociación que ni siquiera un psicópata podría haber hecho y me construí
en la cabeza una historia que me está volviendo loco. Ese es el motivo por el que decidí tomarme
un tiempo. Hace exactamente una semana que hago tiempo. Hubiese querido volver a ver a Anna
al día siguiente de nuestro último encuentro, pero qué digo, al minuto siguiente de haberla dejado
en casa esa noche en la que se corrió en mi muslo. Pienso en ello y de inmediato me vuelvo de
mármol entre las piernas, tengo que controlarme. Pero estaba tan enojado por haber encontrado el
volante, y lo estoy aún, que preferí mantenerme alejado. No sabía si podría controlarme y no
quería hacer movimientos precipitados de los que pudiera arrepentirme. Soy un hombre frío y
raramente pierdo mi equilibrio, pero tengo la impresión de que cuando en el medio está Anna,
puede producirse una de estas raras ocasiones. Hemos intercambiado mensajes, es lo máximo que
he podido hacer. Si hubiera interrumpido toda comunicación, ella habría venido a buscarme, como
la vez pasada y, en ese momento, no sé cómo me habría comportado. Tengo miedo por ella, tengo
miedo de lo que siento, tengo miedo que mi obsesión por Anna pueda convertirme en algo
demasiado pesado para soportar. Nunca le haría mal, pero Anna no puede estar habituada a mi
posesividad, no estoy seguro de que pueda tolerarla.
Finalmente la fila comienza a avanzar, han abierto las puertas. Pago una entrada bastante
costoso pero no me importa, en este momento me abriría la vena de un brazo para entrar aquí. Esta
noche habrá bailarinas nuevas, eso me dijeron al teléfono. La idea me hace enloquecer.
Las luces en el interior son difusas, lo suficiente como para crear una atmósfera íntima, pero no
demasiado para poder moverse ágilmente y distinguir espacios grandes y muebles de lujo. He
pagado por una mesa, por lo tanto la ocupo, una que esté lo más lejos posible del escenario, en
una zona de sombra donde veo sin ser visto. Tiemblo. No puedo esperar a que inicie el
espectáculo para saber si realmente encontraré lo que espero. Una pequeña parte de mi desea
haberse equivocado, que Anna haya tomado ese volante, lo haya guardado y luego lo haya
descartado como una ocasión que se le presentaba pero que no tomaría. Eso es lo que espero con
todas mis fuerzas. Nunca me ha dicho nada en los mensajes que nos enviamos en la semana. Hay
dos alternativas: yo solo me he creado esta película o ella efectivamente ha montado un plan a mis
espaldas, ocultándose de mí. Simplemente pensar en ello me hace sentir mal.
Estoy demasiado nervioso. El club se llena en el curso de pocos minutos. Los asistentes son
como yo, en su mayoría hombres, de varios rangos etarios pero todos bien vestidos. El
espectáculo comienza luego de unos veinte minutos. Una música oriental precede la entrada de una
chica que lleva un mini vestido de velos que deja su culo completamente a la vista. Comienza a
moverse contoneándose al ritmo de la música pero apenas la miro. Me he dado cuenta de
inmediato que no es ella. No solo por el color del cabello, que no es el correcto, sino por el
cuerpo. Por lo que sé, podrían haberle dado una peluca, pero nada podría cambiar el cuerpo de
Anna del que cada centímetro, de una semana a esta parte, se ha impreso a fuego en mí memoria y
en la memoria de mi cuerpo.
La actuación dura cerca de diez minutos. Pasa una camarera, debo ordenar de beber y lo hago
más que gustoso. Nada mejor que algo fuerte y ardiente pasando por mi esófago. Miro a mí
alrededor, la gente aplaude, está complacida, se divierte. Yo me siento tenso como un maldito
músculo contraído. Ordeno otra ronda de whisky mientras espero la segunda parte del
espectáculo. Cuando se abre el telón, mi corazón parece haber subido por mi garganta. Tengo que
calmarme o de lo contrario corro el riesgo de que salga fuera de mi pecho. Pero no es ella. Es una
rubia con una montaña de rizos. Vacío la copa y miro el teléfono en búsqueda de mensajes. No me
gusta estar aquí dentro, no frecuento esta clase de lugares y no veo la hora de respirar el frío de la
noche, posiblemente con la certeza de haber metido la pata, de haberme equivocado
completamente. También este espectáculo termina. Cada vez que la música cambia y está por
entrar una nueva chica, siento una especie de vacío en el estómago, como si se estuviera
precipitando desde una altura indescriptible sin paracaídas o desde una montaña rusa después de
una lenta subida. Pero no es ella. ¿Cuántas actuaciones puede haber en una noche? No tengo idea.
Comienzo a pensar que tal vez venir aquí fue una pérdida de tiempo. Y mientras lo pienso,
comienza una nueva música. Tengo un presentimiento porque este ritmo ya suscita una vibración
extraña en mi interior. Es solo una coincidencia, sigo repitiéndome mientras la melodía continúa.
Levanto los ojos de la pantalla de mi móvil y la veo. El corazón se detiene en mi pecho. Tiene el
cabello suelto y es muy reconocible en su tono de rubio fresa. No tengo tiempo de anonadarme
porque ya ha abierto las piernas alrededor del tubo de acero y está bajando, ofreciendo una
panorámica de su impresionante culo. Quisiera ver la cara de los otros hombres sentados como
yo, pero no puedo quitarle los ojos de encima. Ni siquiera puedo pestañear, estoy completamente
hipnotizado, capturado por su cuerpo que se balancea, se mueve sensual, estimula todas mis
terminaciones nerviosas. Por fortuna, Anna no baja nunca del escenario, de lo contrario me vería
obligado a enfrentar físicamente a cualquiera que ose ponerle las manos encima. Porque con ese
trapo ridículo que se ha puesto es prácticamente imposible resistirse. Yo mismo siento el impulso
de tirar abajo la silla, subir a esa maldita plataforma, cargármela en la espalda y llevarla a mi
casa para…
Debo sacudir la cabeza para aclararme las ideas o de lo contrario terminaré por hacerlo
realmente. Ver el final de la actuación está a medio camino entre el placer y la tortura. Anna se
estira, abre las piernas, se gira, se flexiona. La sangre me hierve en las venas. Es una sensación
extraña, algo que no siento nunca. Por lo general soy frío, controlado, impasible. El dolor no me
molesta, ni el mío, ni el de los demás. Algunos consideran que no poseo emociones y yo mismo, a
veces, he dudado si las tengo. Mi sobrenombre es más que adecuado. Pero ahora…no sé qué me
pasa. Soy presa de un estado de agitación, me veo reducido a un haz de nervios, puro instinto que
me grita a viva voz que haga algo que no puedo permitirme. No aquí, de repente y frente a todos.
Trato de dominarme, con un esfuerzo inmenso y de distender las manos que están contraídas como
garras. Extiendo los dedos, relajo los brazos, respiro dilatando la caja torácica y espero el final
de la actuación como la más grande de las torturas. Cuando llega el fin y la música se interrumpe
en una oleada de aplausos y silbidos, siento mis oídos retumbar y los párpados me duelen por la
intensidad con la que los he mantenido abiertos. Salto y me pongo de pie tan de prisa que casi tiro
la silla. La tomo al vuelo. Hay solo una pequeña pausa entre una presentación y la otra, pero ahora
como ahora no me importa si bajaran las luces y no viera nada más. Trato de mantener la calma
mientras rodeo las mesas y avanzo hacia la parte trasera del escenario, pero es complicado
porque parece que mi sangre se ha convertido en lava que corre y quema en el interior de mi
cuerpo.
Un poderoso agarre atenaza mi hombro.
—Amigo, esta área está fuera de los límites.
Me giro con la tentación de despedazar la mano que llevo encima. Es un gorila. Me llama
amigo pero por su cara se intuye que sus palabras equivalen a hijo de puta. Retira la mano y cruza
los brazos sobre el pecho. Parece seguro de sí mismo, pero un velo de nerviosismo le hace
temblar los párpados. Soy más alto que él y probablemente podría derrotarlo, pero debería llamar
la atención y ahora mismo no puedo permitírmelo. Ahora mi objetivo es Anna, solo ella. Inspiro
intentando contener la rabia.
—Mi chica está ahí dentro. —Y ni siquiera yo sé cómo pude decir una frase como esa. Anna no
es mía. Aunque yo sea suyo, total y completamente. La certeza es como un rayo que atraviesa el
cielo. Si no fuera suyo no me importaría todo esto, no me sentiría como un volcán que está por
erupcionar, como un terremoto que está por arrasar con todo. Si no fuera suyo, no me importaría
nada, pensaría que es un polvo fácil, que me divertiría en grande con alguien así. Pero soy suyo y
eso es suficiente para transformarme en una criatura posesiva y celosa.
—No cambia nada. Ahí dentro se encuentran también las otras chicas y se están desvistiendo.
Van medio desnudas, no puedes entrar amigo, déjame hacer mi trabajo.
Maldigo el hecho de que tenga razón, le doy la espalda y salgo del club. La espero afuera.
Mientras enciendo un cigarrillo para aliviar la tensión. Pero la tensión no disminuye. Parece que
con cada pitada la rabia y la presión aumentan más y más. Miro el reloj con la impaciencia
devorándome. Tan pronto como Anna salga de aquí deberá darme algunas explicaciones.
Capítulo 12

Anna

No puedo creer que lo he hecho. Tenía el corazón a mil y el cuerpo demasiado rígido, como
nunca antes. En general cuando bailo estoy suelta, flexible, relajada. Esta noche, en cambio, me
sentía como si me hubiesen atado las piernas y los brazos a estacas de madera. Aun así, conseguí
llegar hasta el final y, a juzgar por los aplausos, debo haber gustado. Ni siquiera yo puedo
comprender bien cómo. Me he quitado el pesado maquillaje, necesito salir de aquí lo más pronto
posible, quiero regresar a casa, meterme bajo la ducha y pensar si realmente puedo continuar
haciendo esto para perseguir mi sueño. Me observo en el espejo y veo una sonrisa cansada. Bajo
todo este maquillaje estoy extenuada. Miro a mí alrededor, no hay nadie a quien deba saludar. Las
chicas toman turnos para maquillarse y quien termina su número se va sin tantas formalidades.
Otras llegan poco a poco, se cambian, bailan y se van. Como estoy haciendo yo.
Tomo el bolso y cruzo la puerta del camerino preguntándome si alguna vez volveré aquí. Como
mínimo deberé hacerlo otras dos veces si quiero tener la paga; tendré que terminar la semana de
prueba, de lo contrario solo habré perdido mi tiempo esta noche. Pero la idea de hacer lo que he
hecho otras dos veces, me revuelve el estómago. No sé si lo conseguiré, es todo tan excesivo y
sórdido. Me siento sucia, siento que he ofrecido algo que no debería haber exhibido, que tendría
que haber guardado. ¿Pero qué alternativa tengo? Me parece que ninguna. ¿Mi sueño vale todo
esto? No es momento para preguntármelo, estoy demasiado cansada.
Recorro el corredor con la cabeza gacha. Llega a mis oídos la música a todo volumen de la
sala. Otra chica está bailando. ¿Quién sabe si a la larga esa sensación de vergüenza y el deseo de
escapar desaparecen tan pronto como se sale escena y se mira a la platea? Abro la pesada puerta
trasera y finalmente estoy fuera. Una ráfaga de aire frío abofetea mi rostro.
Pero no es eso lo que me sorprende. Es algo más, algo que prácticamente hace que mi corazón
se detenga. Andrei está allí.
Esperándome.
Quieto como una estatua en el frío de la noche, los brazos cruzados, los ojos fijos en la puerta
de la que acabo de salir y ahora sobre mí. Está esperándome a mí, joder. Algo se derrite dentro
mío, me recorre una sensación reconfortante, como si tuviera aún algo a lo que aferrarme, un
tronco en medio de la corriente en la que siento que he caído. Pero la sensación dura un segundo.
Tan solo el tiempo que demoro en notar que la mirada de Andrei no es acogedora, su mandíbula
está tensa, los ojos sombríos, las cejas fruncidas. Para no hablar de su cuerpo. Tiene los brazos
cruzados sobre su poderoso pecho y, si tuviera que decir cómo se ve, diría amenazador.
—¿Qué coño estabas haciendo allí?
No da rodeos.
—¿Estabas adentro? —pregunto y trago una nudo de miedo y adrenalina. No lo he visto nunca
enfadado y tengo temor. ¿Qué debo hacer? ¿Prepararme para escapar? Sería capaz de atraparme
en un instante. El instinto de supervivencia me dice que ponga la mayor distancia posible entre él
y yo pero algo me lo impide.
—¿Tú qué crees? ¿Qué mierda fue lo que se te pasó por la cabeza?
Sus palabras agresivas me abofetean y en un segundo la sorpresa se transforma en rabia. No
puede tratarme de este modo. Me siento herida, cansada y derrotada, no necesito una escena de
celos de parte de un hombre que ni siquiera es mi hombre. —No son asuntos tuyos.
Lo rebaso molesta pero no puedo hacer ni siquiera un paso. —A dónde crees que vas, esto no
ha terminado. —Me toma de un brazo, impidiéndome que avance. Le hago frente con la fuerza de
la rabia que ha salido a flote. Tiene el rostro duro y deformado por una loca determinación, pero
yo no tengo intenciones de someterme.
—¿Qué es lo que no ha terminado? No te debo ninguna explicación. —Y en ese momento, no sé
por qué pero, en un rincón secreto de mi alma, quisiera debérsela. Quisiera que él tuviera algún
maldito derecho sobre mí, de decirme que como soy suya y le pertenezco, no puedo hacer esa
clase de cosas. Lo miro a los ojos. Son profundos, están enojados, llenos de una carga que podría
volverse violenta en un segundo. Si yo fuera suya y él fuera mío, tendría derecho a estar furioso,
pero no lo es, porque nosotros dos en verdad no somos nada.
Tira de mí hacia su cuerpo sin ninguna gracia. —Tienes razón, no me la debes, pero me la
darás de todos modos. —Susurra muy cerca de mis labios. Ha dado un paso hacia delante, está
prácticamente sobre mí. Siento el olor de su boca y se despierta en mí el deseo de acercar mis
labios a los suyos. El recuerdo de los besos es tan fuerte y vívido que me hace mal. Quiero que me
bese, que me tome, que me diga palabras vulgares al oído, justo ahora que está enfadado, y que
luego me susurre que solo para él puedo bailar y actuar de ese modo.
Debería responder. Ha dicho que quiere una explicación, pero mi cerebro se ha ido
completamente, estoy alelada frente a él y lo único en lo que puedo pensar es en cómo podría
hacer que Andrei me folle. Porque lo único que quiero es que él me posea. Aquí. Ahora. En esta
calle, apenas dando vuelta la esquina, en un callejón oscuro. No me importa la mugre, me importa
solo él y la idea de lo que podría hacer dentro de mí es tan fuerte que resulta devastadora. —
Llévame a tu casa —respondo con los labios a un milímetro de los suyos.
Mis palabras lo alcanzan como una ducha de agua fría. Inesperadas. Por un momento parece no
saber qué decir.
—¿No querías hablar? —lo insto provocadora. Se queda pegado a mí y mantenerme
concentrada es una verdadera empresa. Luego gruñe una palabrota, me dirige una mirada que es
fuego e ira al mismo tiempo y me toma por una muñeca, arrastrándome hacia su auto. Por poco me
arroja dentro, como si una vez tomada la decisión de ir a casa, llevar a cabo la misión fuera una
cuestión de vida o muerte. Y también para mí lo es. Hacemos el trayecto en silencio, sin dirigirnos
siquiera una mirada. O mejor dicho, él no lo hace, observa únicamente el camino, siempre la vista
fija hacia delante, concentrado solo Dios sabe en qué. Yo lo miro de reojo y a escondidas. Me
siento libre, sin inhibiciones. Quiero hacerle frente, quiero…ni siquiera yo sé con precisión qué
es lo que quiero. Estaciona el auto frente al edificio que llama casa. Tiene un espacio tan grande a
disposición que no se puede decir que aparca, simplemente apaga el motor acercando el coche a
las proximidades de la entrada. El viaje no lo ha calmado, sus movimientos son espasmódicos,
como si estuviera reprimiendo una serie de estados de ánimo demasiado intensos como para poder
ser expresados completamente. Baja del coche, golpea la puerta y espera que yo haga lo mismo.
Luego nos dirigimos juntos hacia la entrada. Abre la rechinante puerta de metal y en menos de un
suspiro estamos en el elevador.
—¿Y? —me dice mientras subimos. Finalmente me dirige la palabra y también algo de
atención, considerando que hasta ahora no ha hecho más que ignorarme.
—Necesitaba dinero, te lo había dicho —respondo descaradamente mirándolo a los ojos. No
se lo esperaba.
—No me habías dicho que te lo procurarías de este modo —rebate y lo hace con un desprecio
que me hace sentirme mal. Ambos salimos del montacargas y nos encontramos en el amplio
espacio del salón.
—Puedo dártelo yo. Basta que no regreses nunca más a ese lugar.
Rio burlonamente. —No tienes idea de lo que me pagan por hacer lo que he hecho esta noche.
—Te daré el doble —dice sin pestañear.
—No aceptaré tu limosna —replico sin siquiera pensarlo. Me resulta instintivo, no quiero la
caridad de nadie, mucho menos la suya.
—No es limosna, deberás ganártelo. —Pronuncia las palabras con una frialdad que me
congela. Por un momento me siento desconcertada, toda mi seguridad vacila en un instante.
¿En verdad lo ha dicho? Repentinamente percibo que tengo la garganta reseca. Su mirada me
está traspasando de parte a parte. ¿Cómo ha hecho para adivinar mi fantasía?
—Harás lo que has hecho allí dentro, pero solo para mí. —Su voz es áspera, cargada de deseo.
Trago. Quiere que baile solo para él. Quiere ser el único en verme.
—Yo...
—¿Qué? —pregunta acercándose. No sé si tiene miedo de que lo rechace o que acepte.
—Es un pedido extraño Andrei. —Quiero desnudarlo, quiero que saque a flote su verdadero
yo. No puedo soportar que oculte su verdadera naturaleza tras esta fachada de control y mesura.
Quiero que sea él mismo o nadie y liberaré su verdadera esencia. Mis palabras lo toman por
sorpresa, aún más, cuando me quito el abrigo y lo dejo caer al suelo, llevando mis manos a los
botones de la blusa. Parece haberse vuelto de hielo. Un hielo que esconde debajo lava hirviendo.
Veo que tiembla el músculo de su mejilla, como si quisiera dominarse, contener la fuerza de la
pasión que vibra en su interior. El deseo lo consume, puedo leerlo en sus ojos, pero él ha decidido
mantenerlo a raya. Y yo he decidido que no le pondré las cosas simples. Para nada, no esta vez.
—No sabía que eras un perverso mirón —lo provoco mientras dejó que la camisa llegue al
suelo, quedándome únicamente en sostén. Veo la batalla en su interior. Su ojo sano es una caldera
en llamas y solo en momentos como este puedo ver la diferencia. Al final, el deseo que lo
consume vence la partida, da un paso hacia delante y extiende los brazos como para tocarme. Pero
yo lo detengo. Estoy demasiado excitada, ahora se jugará a mi modo.
—¡No! —Retrocedo—. La primera regla que nos enseñaron en el club es que los clientes
miran pero no tocan. Por lo tanto, no puedes tocar.
Baja la mano como si realmente estuviera obligado a seguir mis reglas. Y efectivamente lo
hace, aunque lo veo apretar los dientes con fuerza y contener con dificultad su naturaleza. Me
quiere, me desea y yo lo llevaré al límite. Me desabrocho el sujetador y veo que a pesar de que le
gustaría continuar mirándome a los ojos, mis pezones imantan su mirada. Y yo elevo aún más la
apuesta. Bajo las braguitas por mis muslos, haciéndolas caer hasta mis rodillas. Y ahí, justo ahí,
me detengo. Disfruto las vistas. El rostro de Andrei que querría permanecer imperturbable, se
encuentra en cambio desfigurado por la lujuria, sus ojos que son el espejo de una pasión que lo
abruma por dentro y lo aplasta, su cuerpo que está listo para tomarme y darme placer en las más
salvajes de las posiciones. Sé que lo desea.
Pero aún resiste. ¿Por qué? ¿Por qué no hace aquello por lo que está ardiendo por dentro?
Paso una mano por mi estómago plano y desciendo lentamente. Sin nunca despegar los ojos de
los suyos. Lo miro fijo y él me mira un poco a mí, un poco a la mano que desaparece entre mis
piernas. Debe ser demasiado, demasiado para soportar.
—Lo siento, Anna... —Andrei dio un paso hacia delante y me aprisionó con su enorme cuerpo.
¿Qué siente? Debería preguntárselo pero la razón no colabora en este momento y no puedo hacer
salir frases sensatas de mi boca.
Me empuja hacia atrás hasta hacerme tocar la espalda con el muro. Con su poderoso físico me
domina. Toma mis cabellos cerrando su puño, inclina mi cabeza. Al mismo tiempo empuja su
pelvis hacia mí e instintivamente dilato los párpados cuando siento su abultada erección empujar
contra mi centro. Daría en el blanco si no estuviera la barrera de su ropa entre nosotros. Los jeans
son ásperos e irritan la delicada piel de mis labios. Se me escapa un gemido. ¿Qué acaba de
decir? Tengo la mente tan nublada que no conecto. Ah, sí, ha dicho que lo lamenta. ¿Pero qué
lamenta? Yo no lamento en absoluto lo que está haciendo y una vez más no tengo la voz lo
suficientemente firme como para decirlo.
—...lamento que tengas que quererme precisamente a mí… —murmura hundiendo su cara en mi
cuello. No puedo comprender a qué se refiere, tal vez piensa en nuestra diferencia social, en el
hecho de que soy la hija del jefe y él es solamente un empleado. Pero en este momento no podría
importarme menos, no cuando la promesa del más salvaje de los polvos insiste entre mis piernas.
Ni siquiera respondo, no vale la pena. En lugar de hacerlo, hundo las manos en sus cabellos y
tiro de ellos para poder conquistar su boca. Pero por una fracción de segundo miro sus ojos. Sé
que solo uno realmente puede verme, pero de todos modos yo leo en ambos un tormento infinito y
el final de todas las batallas. Su autocontrol perdió, vencido por mí. Y la prueba la tengo cuando
toma mi boca. Inmediatamente encuentro la familiaridad del beso que hemos intercambiado ya,
pero esto es mucho, mucho más. Mientras me invade con su lengua, empuja simultáneamente su
pelvis hacia mí y yo no puedo más que ir a su encuentro con el mismo movimiento.
—Te quiero Andrei —Ni siquiera me doy cuenta que lo he dicho, prácticamente ha escapado
de mis labios, pero no me importa porque es la verdad. Él no habla, no se pierde en formalismos,
lo único que hace es quitarse el sweater con gestos rabiosos. Mientras admiro su musculo pecho
cubierto de vellos oscuros ya se está bajando los pantalones. Mi mirada cae. Su pene es grande,
duro y oscuro. Un apéndice erecto entre sus piernas. Lo quiero, quiero todo de él, quiero que me
tome. No hay necesidad de que lo diga o que haga algo para hacérselo entender porque Andrei ya
ha tomado una decisión y no dará marcha atrás. Y descubro que no quiero que se detenga, sino que
continúe. Si tuviera que retirarse en este momento, siento que podría morir. Pero no lo hace.
Coloca su sexo alineado con el mío y, con una larga y potente embestida, lo introduce en mí, sin
dejar de mantener el contacto visual conmigo ni siquiera por un minuto. Por un instante me quedo
casi conmocionada, sin aliento, con un sentimiento de plenitud que por poco me ahoga. Andrei
está quieto y rígido dentro de mí, sin moverse ni siquiera un milímetro.
—Respira —me susurra con voz llena de deseo pero controlada. Y yo obedezco, hago como
me dice, respiro pero no es mucho mejor. Me muerdo el labio mientras me siento presa de un
deseo intenso y febril. No es la primera vez en mi vida que tengo sexo, pero es la primera vez que
siento como si pudiera morir si Andrei no se apresura a hacer algo. Y lo hace. Lentamente se
desliza fuera, tan solo un poco e igual de lento se desliza nuevamente dentro, alternando. Se me
escapa un quejido. Es una sensación tan excitante que no puedo contener un sollozo. No, nunca he
deseado nada tanto en mi vida como que Andrei entre en mí en este momento. Y él lo hace, sin
hablar, sin decir nada. Entra y sale de mí mirándome a los ojos, como si fuera para él aire que
necesita para respirar. Insiste, bombea, toma. Me falla la respiración y voy a su encuentro
tomando todo el placer que me da. Siento que algo está por suceder, que la poderosa sensación
que alberga mi cuerpo es demasiado grande y mi goce explota en mil fuegos artificiales mientras
que mi boca simplemente no puede guardar silencio. Lo monto y pronuncio frases inconexas,
incapaz de permanecer callada.

Más
Por favor
No te detengas.
Lloriqueo, le suplico que me dé más y él lo hace arrojando el cuello hacia atrás, dejando ver
sus tendones, estirando los músculos de sus hombros, los abdominales y todo eso que hace de su
cuerpo algo espectacular. Mi orgasmo apagándose y el suyo que se está detonando, por un
momento se mezclan. Cuando el rostro de Andrei vuelve a reflejarse en el mío veo algo profundo
que casi me asusta. Antes de salir de mí, me mira largamente, como si estuviera estableciendo una
especie de conexión entre nosotros. Y yo también la siento, un vínculo indisoluble que ha pasado a
través de nuestros cuerpos. Sale con cuidado y tan pronto como lo hace, siento su semilla
escurriendo por mi pierna. Andrei mira hacia abajo, lo nota, pone una mano sobre la humedad que
drena por mi muslo. —Te he ensuciado toda —y por un momento no puedo comprender si habla de
la pierna o de otra cosa, de algo más. Frunce el ceño, toma mi mano y ambos, desnudos, nos
dirigimos hacia el baño. Me guía y yo lo dejo guiarme. Nunca había estado en su baño, es una
habitación simple, grande pero espartana, con una ducha espaciosa y un lavabo. Nada de bidet,
nada de armarios, decoraciones. Parece un baño sin terminar, que aún debe ser amueblado. Pero
sé que no es así, es simple y funcional, como todo lo que lo rodea. Abre el agua de la ducha
siempre sosteniendo mi mano. Cuando está satisfecho con la temperatura, entra llevándome con él.
Me da la espalda para tomar el gel de baño de un bote, luego comienza a frotarme metódicamente,
los brazos, el cuello, las piernas. No hay nada de erótico en su toque, solo una premura tal vez
incluso excesiva por limpiarme bien.
—Está bien así, estoy limpia —le digo pensando que mis palabras pueden ser de ayuda para
calmarlo de algún modo. Él asiente, toma otro poco de jabón líquido y se lava la cabeza y el
cuerpo. Quisiera hacerlo yo, pero no sé si es lo correcto. Hemos compartido el momento más
íntimo que pueda existir entre un hombre y una mujer, pero ahora lo siento distante, como si
nuestra conexión se hubiera interrumpido repentinamente, dejando espacio a un vacío difícil de
colmar. Andrei ha recuperado plenamente su vigor, su sexo se encuentra erecto y estaría listo para
hacerme de nuevo el amor. Pero su estado de ánimo es realmente diferente. Oscuro, taciturno,
como si repentinamente estuviera arrepentido de lo que hemos hecho. Me hace salir y en silencio
me envuelve en su bata. Este pensamiento hace que sienta una repentina tristeza. La idea de que
pueda lamentar lo que sucedió entre nosotros destruye mi corazón como no debería. Pero lo hace.
Andrei toma una toalla para él y la coloca alrededor de su cadera.
—No tengo un secador de cabello, lo lamento —dice y parece que realmente lo siente mucho,
como si fuese importante, como si fuese un motivo por el que estar mal. ¿Pero no se da cuenta que
lo importante es otra cosa? ¿Por ejemplo su rostro torvo y el aire de quien está arrepentido de lo
que acaba de hacer?
—No importa —respondo. Y es cierto, en este momento me importa un rábano el secador de
cabello.
—¿Debes regresar a casa? —me pregunta y sus palabras me llenan de tristeza.
—No, he dicho que dormiré en casa de una amiga. —Me descubro observando su reacción, no
sé si quisiera liberarse de mí o si le agrada que me quede. Se cerró como un erizo y no puedo
descifrar qué es lo que piensa. Toma una vez más mi mano y me guía hasta su dormitorio. Hace a
un lado las mantas y me quita la bata, luego se deshace de su toalla. Nos tendemos uno junto al
otro. Andrei extiende su brazo y yo me refugio, ocultando mi rostro en su pecho. Me quiere, quiere
que esté aquí, tumbada junto a él. Entonces, ¿por qué este muro de silencio entre nosotros? Mi
corazón late mucho más deprisa que el suyo, que es regular y fuerte.
—Tenemos que hablar. —Su voz vibra potente en su pecho y llega directo a mi oído. Levanto
el rostro para mirarlo a la cara, no sé qué es lo que quiera decirme, pero siento que ha llegado un
momento crucial, un momento que podría marcar un punto de inflexión entre nosotros.
—Sí —digo tragando el miedo —tenemos que hacerlo.
Capítulo 13

Andrei

No recuerdo haber pasado una noche así. Afuera la lluvia cae y se estrella contra los vidrios de
las ventanas produciendo un tictac ruidoso, pero nosotros estamos en mi cama, nuestros cuerpos
enlazados entre las sábanas, hablando. Podría caerse el mundo en este instante y yo moriría feliz,
porque he hecho el amor con Anna y no importa nada más. Se mueve junto a mí, sobre mi cuerpo
mientras saboreo la suavidad de la piel de sus piernas contra la dureza de mis músculos, de mis
vellos erizados en los muslos contra su carne tierna. Sé que esta no es la vida real, que mañana me
levantaré y tendré que hacer algún trabajo sucio, pero por el momento no puedo pensar más que en
esta isla de felicidad en la que me encuentro. Es frágil como una burbuja de jabón pero igualmente
brillante y maravillosa.
Es solo la una de la noche, aún tenemos algunas horas para nosotros, algunas horas para
continuar cultivando esta ilusión que tiene algo de milagroso para mí. Estamos hablando, Anna me
hace preguntas, da vueltas en torno a lo que quiere saber y luego finalmente aborda lo que desde
de un comienzo le interesaba.
—¿Cómo fue que llegaste a trabajar para mi padre? Detiene la mano con la que me está
acariciando el pecho porque la respuesta la apremia, le interesa. Es un momento crucial en mi
vida. Si decido decirle la verdad descubriré una parte tan oscura de mí que corro el riesgo de
perderla. Si guardo silencio, de cualquier forma la perderé, porque yo sé todo respecto a su vida y
a su familia y no puedo negarme a darle aunque sea alguna mínima información. Pensaría que
tengo algo que ocultar, como realmente sucede.
—¿Es una pregunta demasiado complicada? Si quieres tengo otra.
La miro con curiosidad. —Podrías comenzar diciéndome qué haces para él. Cuando no viniste
a la cena del personal pensé que tal vez había un motivo en particular.
Se levanta sobre un codo y me mira a los ojos. Su rostro es algo especial, a diferencia del mío,
puede expresar todas sus emociones. Por ejemplo ahora está preocupada por lo que podré decir,
aunque quiere saberlo. Y está hermosa. Meto una mano entre los cabellos de color caramelo y
juego, son increíblemente suaves.
—No es complicada, es solo que lo que te responderé no te hará pensar bien de mí —Sonríe,
aliviada, como si temiera que pudiera haber confesado quién sabe qué. —¿Sabes que eres
increíblemente arrogante al imaginar que puedes saber qué pensaré de ti incluso antes de que yo
misma lo sepa?
Anna es dulzura, ternura, franqueza. Es todo eso contra el muro de sangre y violencia del que
estoy hecho yo. Soy el papel carbón de su vida, lo que ningún padre desearía nunca para su hija.
Si fuera padre tampoco querría para mi niña a un tipo como yo. Pero de cualquier forma, nunca
seré padre, algo menos de lo que preocuparme.
—¿Y? Una parte de la historia ya la conozco, pero quiero saber también el resto. —Anna
interrumpe mis razonamientos frustrados, impacientes, con una sonrisa en los labios, la misma
sonrisa que yo, con mi revelación, haré que se apague.
—Sabes ya que crecí en un burdel —digo todo de corrido mirándola a los ojos. No quiero
perderme ni un segundo de las emociones que pasan a través de su mirada mientras pronuncio esas
palabras. Espero que se mueva, que aleje la mano, que apriete los labios. Pero no lo hace. Parece
simplemente curiosa y a la espera de que yo le revele algún otro detalle. Y entonces lo hago.
—Ya te he dicho que fui abandonado en la calle. Una prostituta me recogió y me llevó al
burdel. Crecí con putas, estuve con ellas hasta que tuve doce años de edad.
—Penka —agrega. Me da gusto que recuerde lo que le contado. —Penka, sí. Era mi madre un
poco más que las otras. Pero todas eran para mí…algo especial. —Solo en este momento noto que
nunca he admitido con nadie en voz alta, que había vivido esta parte de mi vida, que había tenido
afectos, momentos felices. Fui amado.
—¿Qué hace un niño en un burdel? Me pregunta curiosa. Y su deseo de saber extrañamente no
me causa fastidio. Me hace recordar los bellos momentos.
—Muchas cosas en realidad. Había quien me enseñaba a leer y a escribir, quien se ocupaba de
que aprendiera matemáticas.
—¿En serio?
—Sí, no sé por qué circula esa idea errónea de que las putas son ignorantes.
Frunce el ceño. —No es un lindo modo de llamarlas.
—Se llamaban así incluso entre ellas. No hay nada de qué escandalizarse. Prefiero llamar a las
cosas y a las personas por su nombre. Eso no quita nada a lo mucho que me querían.
El rostro de Anna se frota en mi pecho, su mano me acaricia jugando con los vellos que lo
recubren, su pierna se estira sobre mi pelvis. Me estoy excitando. —¿Y luego qué sucedió?
Quisiera hacer que algo sucediera en este preciso momento, tengo la polla que repentinamente
se ha puesto dura, pero Anna está esperando una respuesta y, ahora que he comenzado a contar, no
puedo dar marcha atrás. Además, si pienso en eso toda mi excitación se enfría en un instante y
hace que se me ponga flácida.
—Una noche, de repente, todo terminó. Entraron hombres al burdel. Eran tres, pero no se
trataba de clientes. Comenzaron a disparar. Desde mi habitación escuche los tiros y los gritos. Me
escondí bajo la cama y, cuando vi que la puerta se abría, permanecí oculto y acurrucado entre los
montículos de polvo. Miré a través de los puntos de una manta de lana vieja y descolorida. Botas
pesadas entraron, se detuvieron y luego abandonaron la habitación sin cerrar la puerta. Más
disparos. Me quedé en mi escondite no sé por cuánto tiempo, de seguro hasta que se hizo día y,
cuando la policía me halló, estaba exactamente en el mismo punto en el que había encontrado
refugio horas antes. En ese entonces no podía saberlo, pero se había tratado de un castigo de la
mafia. Penka y sus compañeras no habían pagado por la protección y su matanza había sido una
advertencia para todas las otras putas. Desde ese día, todos los burdeles del vecindario abonarían
el soborno con regularidad, si las otras putas no querían correr el mismo final.
Cuando Anna se desliza por mi cuerpo para mirarme a los ojos, su presencia es como un
bálsamo que alivia el dolor. Está tendida sobre mí y su calor es un consuelo que nunca he
experimentado. Mientras tanto, continúo hablando de la parte más dramática de mi vida. Siempre
he vuelto a evocar estos recuerdos estando solo, pero hoy no, hoy ya no lo estoy. —¿Y luego qué
sucedió? . —La voz de Anna me hace regresar de un salto a la realidad, me arranca de esa
pequeña habitación oscura, de debajo de la cama. Borra de un plumazo el recuerdo del niño
asustado.
—Nadie miró bajo la cama. —Dejo de hablar y revivo el recuerdo dentro de mí. Aunque ahora
hago trabajos mucho más crueles que, en comparación con lo que estoy relatando, parecen las
prácticas de un aspirante a docente. Sin embargo eso no quita la sensación que asocio a esa
primera recorrida por la casa vacía y es algo que nunca podré olvidar.
—Los cadáveres estaban en las posiciones más absurdas, las había matado a todas. Las siete.
El único que quedaba vivo en esa casa era yo. Lloré tanto que sentía que los ojos se me habían
hinchado y ardían. Pero muy pronto en toda esa desesperación se abrió camino la certeza de que,
si quería permanecer libre, tenía que irme. Si los servicios sociales me encontraban, estaba jodido
y lo sabía. Tenía los conocimientos básicos para moverme en la ciudad, sabía leer y escribir. Fui a
la concina, a donde había visto que Penka una vez había escondido algo bajo una tabla del piso y
trabajé duro para arrancarla. Saqué un sobre lleno de efectivo. Lo puse en mi bolsillo, pero un
policía me sorprendió por la espalda y me entregó a una mujer con anteojos y cara agria. Era una
asistente social que parecía bastante fastidiada de haber sido llamada tan temprano a hacer su
trabajo. Me arrastró fuera de la habitación y me ordenó que permaneciera sentado en una banca
mientras ella iba a beber un café al bar que estaba a solo diez metros. Me repitió nuevamente que
me quedara sentado donde estaba, alegando que sin café no podría enfrentar ese día de mierda,
que la habían arrancado de la cama demasiado pronto y que era una manera realmente asquerosa
de levantarse. En ese momento pensé que de seguro mi día era mucho peor que el suyo. Cuando
me dio la espalda comprendí que esa era mi única oportunidad. Escapé.
—Pero cómo...
—Cuando estás desesperado harías cualquier cosa y yo lo estaba. Todo mi mundo se había
derrumbado y mi única certeza era que no quería ir a donde me estaban llevando. No sé si me
persiguieron, solo sé que corrí por todo el vecindario sin nunca voltearme y que solo me detuve a
la hora del almuerzo. Tenía hambre, estaba cansado y sentía deseos de llorar. ¿Tienes idea de
cómo podría sentirse un muchachito de doce años solo en la ciudad? Estaba asustado. Me convertí
en una especie de pequeño vagabundo. Dormía en los rincones más oscuros de los jardines, tuve
que defenderme, no solo de las redadas de la policía sino también de los asaltos de otras personas
sin hogar que, en su desesperación, habrían hecho de mí carne de cañón. A los trece años se
abrieron para mí las puertas del reformatorio. Estuve dentro hasta la mayoría de edad. Fue un
período extraño. No debía pensar en cómo llenarme el estómago, mi única preocupación era
cuidarme las espaldas. Pero había crecido en la calle, por lo que era astuto. Y, en algún momento,
mi cuerpo decidió darme una mano. Creció, todo junto, me convertí en la mole que soy ahora,
comencé a desarrollar una montaña de músculos que mantenían alejados a los malintencionados.
Incluso a los celadores.
Recordar no me hace sufrir, siento como el eco de un dolor lejano que ya no puede herirme. Es
como si estuviera reevocando las vivencias de alguien más, de un amigo o un conocido. —Cuando
salí, me alejé de Sofía, vine aquí y comencé a trabajar para vivir. Solo. Hace cuatro años que
trabajo principalmente para Joe Turturro. —Y en este punto me detengo, de modo que crea que soy
un simple empleado de seguridad o un guardaespaldas. No tengo intenciones de completar el
relato, de decir que soy un matón, un mercenario contratado por quien no quiere ensuciarse las
manos. Soy convocado para los trabajos que requieren una brutalidad y una crueldad difíciles de
encontrar. Creo que por esta noche es suficiente.
—¿Y cómo has hecho para arreglártelas mientras estabas completamente solo? —Su voz es
débil y está llena de dolor.
—He sobrevivido —respondo recordando la angustia de ese primer día, las hogueras
compartidas con extraños, las agresiones a las que he escapado.
La historia debe terminar aquí, no hay alternativas. No puedo confesar qué es lo que realmente
hago para Joe Turturro sino quiero perderla.
Anna me abraza, me estrecha. Su cuerpo está despertando al mío más rápidamente de lo que
pensé. Reacciona a su presencia. Es como si el drama del pasado no fuera suficiente para hacer
mella en el deseo que Anna es capaz de suscitar en mí. Debería avergonzarme, esconder mi
lujuria.
—No puedo creer que lo que me has contado sea todo cierto.
Sonrío sin diversión. —Te aseguro que he saltado varias partes no aptas para un espíritu
sensible.
—Pero yo no tengo un espíritu sensible —se enfadó, levantándose de mi pecho. Sí que lo eres
tesoro mío, eres la criatura más dulce que conozco y al mismo tiempo, la más fuerte.
—¿No? —me burlo de ella, pero noto lo sensible que es a este tema. Tiene los ojos brillantes y
la expresión de quien está conteniendo un gran dolor.
—Comparada con tu historia la mía da casi risa.
Pero ella no siente en absoluto deseos de reír. —Todos en mi familia están convencidos de que
soy alguien a quien proteger, que no es capaz de cuidar de sí misma, que no puede soportar
situaciones difíciles, pero te aseguro que no es así. Yo soy fuerte.
La miro a los ojos. Es fuerte, lo sé, pero no lo suficiente para conocer toda la verdad sobre mí
y quedarse a mi lado.
Asiento, quiero que sepa que, no porque hemos tenido vidas diferentes, distintas posibilidades,
yo la estimo menos de lo que merece. Nunca podría menospreciarla solo porque yo soy capaz de
todo y ella en cambio es la persona más buena que conozco. —Sé que eres fuerte —le digo.
Pero no podrías resistir si supieras toda la verdad sobre mí.
Es una cuestión de instinto de supervivencia.
Sin siquiera darte cuenta te alejarías de mí, porque es lo que cualquiera con un poco de cerebro
haría para salvar su piel. Solo que el problema es que, ahora que te tuve, no puedo dejarte ir, no
creo que pueda hacerlo.
Anna me besa y yo con un movimiento veloz la coloco debajo de mí. Tenemos aún algunas
horas para amarnos, algunas horas antes de que este sueño termine y la pesadilla de mi realidad
regrese.
Capítulo 14

Anna

Andrei y yo hemos hecho un pacto. No sé cómo fue posible. Tal vez porque utilizó la astucia y
me arrancó una promesa mientras estábamos en la cama y él estaba a punto de entrar en mí. Su
cuerpo se encontraba a un centímetro de fundirse con el mío y quería que yo le prometiera una
cosa. Que no bailaría en el Sapphire Gentlemen’s Club, ni en ningún otro club similar, por un mes.
Te pido solo un mes, me había dicho. Solamente un mes para arreglarlo todo. Intenté saber qué
era lo que quería arreglar, pero él me había dado una respuesta de la que no había comprendido
nada. Simplemente continuaba repitiendo que podía arreglar todo. ¿Todo qué? Con el poco de
lucidez que me quedaba había sido lo suficientemente lista para pedirle algo a cambio. Y había
encontrado lo que más me importaba.
—Quiero que entre tú y yo sea como entre dos personas normales que están juntas. Quiero
salir, venir a tu casa, hacer el amor…todo. Quiero estar contigo.
—¿No estás olvidando de un pequeño detalle?
—¿Te refieres tal vez a mi familia?
Me había mirado y había sido suficiente eso, más que cualquier palabra.
Había tratado de convencerlo con el tono más tranquilizador que pude componer. —No
debemos hacer pública inmediatamente nuestra relación, lo haremos cuando estemos listos, poco a
poco.
Andrei no había dicho ni sí ni no. En lugar de responderme había entrado en mí con una larga
embestida, sellando mi compromiso y el suyo. Y mientras hacíamos el amor, esa noche, estaba
segura de que él honraría el pacto y no solo porque no podía soportar verme bailar en ese club,
sino porque estar juntos era lo que él también quería. Lo sentía en el modo en que me tomaba, me
besaba. No podía equivocarme, Andrei me deseaba con la misma desesperada intensidad con la
que yo lo deseaba. Y no era solo sexo, había algo más en juego.
Podría renunciar al dinero, hacer a un lado -por el momento- mi sueño, si tenía otro sueño más
grande por el que luchar. Nosotros dos. No significaba que renunciaría a abrir mi escuela de
danza. Lo haría. Pero en ese momento estaba dando prioridad a algo mucho más importante, al
hombre que había robado mi corazón y lo tenía como rehén.
Ahora estoy aquí, frente al espejo de mi habitación para darme los últimos retoques antes de ir
a la cita con Andrei y mientras lo hago, me pierdo en los recuerdos de lo que sucedió esa noche.
Han pasado diez días y ambos estamos respetando el pacto. Yo no he vuelto a bailar, perdiendo
incluso lo que había ganado el primer día pero, en compensación, Andrei está conmigo. Mis
padres obviamente no lo saben, y tampoco mi hermana ni Ronald, pero no importa, es más, este
clima de clandestinidad hace todo aún más excitante. Son las cuatro y media y nuestra cita es en
media hora, a las cinco de la tarde en el Strawberry Fields. Andrei nunca viene a recogerme a
casa por prudencia y, por el momento, para mí está bien así. Siempre llega antes que yo a las citas
y cuando lo veo me estalla el corazón.
Tomo el metro y bajo en Central Park West. Subo las escaleras para llegar a la superficie
prácticamente corriendo, la idea de poder ver a Andrei, abrazarlo, besarlo, es tan fuerte que me
parece que mi corazón puede explotar por la anticipación. Lo encuentro sentado en una de las
bancas, en medio de las tantas personas que a pesar del frío están aquí, como nosotros. Tan pronto
como me ve, se pone de pie y se queda quieto esperando que yo llegue. Avanzo hacia él y, a
medida que la distancia se acorta, siento que mi respiración se acelera. Cuando me acerco abre
sus brazos y yo me refugio en ellos. Solo cuando estoy con él noto cuánta falta me ha hecho. Él, su
olor, su cuerpo.
—Hola —digo contra su pecho. Luego levanto la mirada y lo primero que hace es capturar mis
labios con un beso. Un beso de esos de verdad, llenos de posesión y deseo. —Hola —responde
separándose y sonríe, con ambos ojos, aunque sea imposible.
Comenzamos a pasear confundiéndonos entre la multitud, como si fuéramos una pareja normal
de novios. Andrei pasa el brazo sobre mis hombros y me estrecha contra su cuerpo. Cuando hace
esto me siento protegida, segura, sé que nada podrá sucederme. Y al mismo tiempo tengo un loco
deseo de meterme en la cama con él. Desnudarlo, desnudarme y luego hacer el amor. —¿Quieres
beber algo caliente?
—Sí, tal vez una buena taza de chocolate.
—He oído en algún sitio que las bailarinas no comen nada para mantenerse delgadas, pero no
debe ser cierto —ríe.
Lo abrazo con fuerza. —Las bailarinas consumen mucho en términos de energía, con varios
entrenamientos, diferentes ejercicios. Todas esas son actividades muy agotadoras que hacen que
gastemos muchas calorías. Y además está el extra…
—¿Extra?
No sé por qué me pongo roja. Nos detenemos, lo miro. Me mira. En sus ojos hay una luz de
agudo conocimiento. Sabe a qué me refiero.
—A todo lo que me sometes en la cama. Me hace consumir mucha energía.
—¿Quieres decir cuando me cabalgas hasta dejarme exhausto? —sonríe. Adoro cuando lo
hace, es como si una luz particular encendiera su rostro, haciendo que se viera diferente, más
bello.
Sus palabras tienen el poder de suscitar en mí una reacción poderosa. Lo monto. Dios mío,
siento que muero de excitación. —Sí... —susurro sobre sus labios besándolo.
—¿Qué quieres hacer esta noche? ¿Quieres cabalgarme hasta el cansancio o dejar que sea yo
quien gaste un poco de energía?
Estamos hablando de sexo juntos. Él y yo. Dentro de poco, en su casa. Me siento morir. Este
aspecto tan transgresivo de Andrei es como las brasas bajo las cenizas. Detrás de ese cuerpo
musculoso, esa compostura granítica, esa mirada azul glacial, se esconde algo mucho más
parecido a un volcán que yo, precisamente yo, tengo el poder de desencadenar.
—Deseo que te metas entre mis piernas y me hagas olvidar el cansancio de este día.
Lo oigo emitir un gemido estrangulado, casi con desesperación. —Basta de hablar de esto o no
creo que pueda controlarme. —Beso su cuello. La idea de conseguir hacerle perder la cabeza a un
hombre tan controlado y aparentemente frío, me suscita una enorme sensación de poder. Me siento
como nunca me sentí en la vida.
—Nunca he tenido este poder sobre un hombre —confieso sin pensar.
—Bien —responde secamente. Y yo no puedo comprender por qué, de repente, parece que su
humor ha cambiado. Nos acercamos a un bar. Él lo mira, luego me mira a mí como para
preguntarme si me parece bien y yo asiento. Pero no quiero perder el hilo de nuestra conversación.
—¿Qué quiere decir “bien”? —pregunto mientras nos aproximamos a la puerta. Sobre ella aún hay
decoración de acebo y bayas rojas, a pesar de que la Navidad ha pasado ya. Como un perfecto
caballero, Andrei entra antes que yo, pero sospecho que no lo hace para seguir una regla de
etiqueta, sino simplemente porque está habituado a controlar los ambientes por prudencia y ahora
lo está haciendo por mí. Una vez más, una sensación de placer y calidez se apodera de mi pecho.
Escogemos una mesa y nos sentamos. Andrei no me mira y toma en cambio un menú de la mesa,
leyéndolo como si fuera la cosa más interesante del mundo. Pero yo no me rindo. —¿Y bien? —
pregunto.
Viene la camarera y ordenamos dos chocolates calientes. Estoy segura de que si Andrei
estuviera solo, no elegiría nunca una bebida como esta. Lo hace para hacerme compañía. Aún
debo explicarle que tiene que ser él mismo, me gusta así como es. Si desea ordenar un licor fuerte,
debe hacerlo, no lo hará verse diferente a mis ojos.
—No me agradaría saber que has ejercido sobre otros hombres la misma…influencia que
tienes sobre mí —masculla con aire torvo. Parece que pronunciar estas cuatro palabras le ha
costado un esfuerzo inmenso.
Me hace reír el modo que ha escogido para decirlo. —¿Influencia? —digo mientras una
pequeña risa tonta se me escapa.
Resopla, exasperado y me mira torvo. Luego hace algo que no espero. Extiende su mano sobre
la mesa y toma la mía.
—Anna tienes libre acceso a mi interior. Te he dejado entrar. No quería pero sucedió. Y ahora
que has entrado, lo has tomado todo. Todo lo que tengo aquí dentro es tuyo. Yo soy tuyo. Para
siempre.
Sus palabras me dejan sin aliento y llenan mi corazón de algo que no sé definir. Un sentimiento
tan grande que bloquea mi garganta. Llega nuestra orden con un timing que rompe el hechizo.
Andrei retira la mano y su rostro permanece inmutable, no parece que hace tan solo un momento
haya pronunciado las palabras que me han derretido. Y sin embargo, yo las he escuchado. Con mis
oídos. Él es mío. Y también yo soy suya y, aunque ahora no se lo digo, dentro de poco se lo
demostraré en su casa.

***

—Estás muy alegre. —La voz de Rose hace que me gire y noto que me mira con interés. Me
está observando, estudiando y yo de repente temo que mis sentimientos puedan verse en forma
transparente a través de mi corazón.
—¿Qué quieres decir?
—Que en general no estás de tan buen humor. —Rose está ayudando a Marita a guardar la
decoración navideña de la sala. No es una actividad precisamente alegre, no lo es para nadie,
nunca lo ha sido para mí. Pero hoy tengo un extraño deseo de cantar. Tal vez porque ayer por la
noche he hecho el amor con Andrei, de pie en la ducha de su casa, y porque esta noche iremos al
cine y después a cenar y luego a hacer quién sabe qué.
—El ensayo salió bien, las niñas estuvieron estupendas y las mamás estaban todas satisfechas.
Todas quieren inscribirse para el próximo año y…
—¿Y tú estás contenta?
—Por supuesto.
—¿Pero no querías hacer algo por tu cuenta y estabas desesperada porque papá no te apoyaba?
—Y sigo queriendo hacerlo, solo que he comprendido que cada cosa llega a su tiempo. Ya no
tengo tanta prisa.
No sé si he logrado convencerla, Rose me mira perpleja. No es estúpida, aunque a veces hay
quien tienda a creerlo solo porque es muy hermosa. Pero ella es inteligente e intuitiva y estoy
segura que algo no le cierra.
—Chicas, ¿cómo van?
—Bien, mamá, casi hemos terminado. Todo está en las cajas, listo para el próximo año.
El próximo año. Quién sabe dónde me encontraré, qué hare y con quién. No puedo pensar en
nadie que no sea Andrei. Y el corazón se me llena de alegría. Instintivamente me giro hacia Rose y
una vez más ella me está mirando. No, creo que pueda hacerle tragar esta mentira por mucho más.
Bajo la cabeza y continuo trabajando en mi caja.
Capítulo 15

Andrei

Mick se asoma al sótano. Estoy limpiando la sangre, está en todas partes. A mí ya no me causa
impresión, pero él palidece. Para un trabajo como el mío estás capacitado o no lo estás. Estar
capacitado no es la palabra justa para indicar que la mayor parte de las veces debes tener el
estómago y evitar que se revele al espectáculo de la muerte cruenta. Es cuestión de hábito,
después de un tiempo te habitúas, pero no es solo eso. Es cuestión de naturaleza y la mía,
lamentablemente, es la naturaleza de un hombre sin escrúpulos. Me gustaría decir que siento
piedad por estos sujetos, pero la verdad es que no la siento, la verdad es que no tengo conciencia.
—¿Qué debemos hacer?
—Deshacernos del cuerpo —digo limpiando el suelo de baldosas con la manguera.
Sigo la mirada de Mick que ha localizado un saco negro en la esquina de la habitación.
—Si no fuera tu amigo, tendría un maldito temor de ti, Andrei.
Lo miro. Sé que causo temor. Lo que más impresiona es mi frialdad. La gente no puede
comprenderlo y a veces yo tampoco. La única persona capaz de despertarme emociones, desde
que la conozco y pasó a formar parte de mi vida, es Anna. Por el resto del género humano no
consigo sentir empatía, dolor, pena. No me importa hacer sufrir a quien lo merece. Seguramente
soy anormal, tengo alguna tara hereditaria, algo que no está bien. No sé si depende mi infancia, de
las cosas que he vivido siendo niño y adolescente. Solo sé que soy así. ¿Y Anna? Me he rendido.
Me entregué a lo que siento por ella, a esta situación absurda que me ha desestabilizado y
sacudido. He tratado de mantenerme lejos, de ignorarla, de fingir que no existe. Pero el resultado
ha sido siempre el mismo. No lo consigo. No soy soy quien ha decidido que no puede vivir sin
ella. Es algo superior. Un destino, un... No sé cómo llamarlo. No soy creyente, religioso, no soy
nada. Solo sé que no puedo estar sin ella.
—Tendrás que hacerlo tú —le digo sin mirarlo a los ojos.
—¿Tú no vienes?
—Tengo que hacer —respondo apresuradamente.
—Nunca hubiera dicho que alguien como tu podría…
Volteo y le clavo la mirada antes de que pueda terminar de hablar. —Nada, finge que no he
dicho nada —se apresura a precisar. Sé lo que estaba por decir. Que alguien como yo, que mata
personas, no puede tener un corazón, no puede tener un punto débil. Y en parte es cierto, porque un
punto débil es algo sumamente peligroso en mi ambiente. No tanto para mí, que no soy un jefe sino
solo alguien que hace el trabajo sucio. Pero de todos modos es una desventaja, un lastre del cual
antes te liberes más vives. Cuantas más raíces echas, más posibilidades hay de que tus enemigos
apunten a tus puntos vulnerables y te aplasten como una cucaracha tan pronto como se les presente
la ocasión.
Mick arrastra con gran esfuerzo el saco hacia afuera. No lo ayudo, tengo prisa, prisa por ir a
limpiarme para salir con Anna. Tenemos que ir al cine y luego a comer. Si deseara ver una
película de terror bastaría que le contara cómo he pasado la tarde, pero no quiero pensar. Quiero
permanecer aferrado a este sueño, mientras dure. Apago la luz y voy a casa.
***

Como siempre nos vemos en un sitio neutral y concurrido. Soy yo el que intento que no venga
sola a mi casa, es un vecindario demasiado peligroso y no quiero que se pasee por ahí sin mi
protección. No hay chances de que eso suceda. Aunque probablemente cualquiera que supiera que
está conmigo la dejaría en paz precisamente por el simple hecho de que está conmigo.
Me lavé y me vestí. Anna dice que le gusto de cualquier forma, pero no estoy seguro de que sea
cierto. Siempre que nos vemos escojo ropa limpia y, cuando puedo, camisas que hago planchar
especialmente para la ocasión. Pero incluso cuando llevo sweater ella dice que le gusto igual. Si
tan solo supiera lo que realmente hago para su padre, pondría entre nosotros tanta distancia como
fuera posible, después de haber gritado hasta quedarse sin voz. Pero de todos modos ella nunca lo
sabrá. Cómo haré para que esto suceda no lo sé, no tengo un plan definido, solo sé que nunca
deberá saber mi secreto. El día que lo haga, la perderé.
La espero en la entrada del cine y siempre vez es la misma historia: prefiero llegar antes y
aguardar. Mientras lo hago, mientras miro a mí alrededor, antes de verla, siento la angustia
habitual. Angustia de que no se presente, de que no venga, de que me deje esperando. ¿Qué haría
si Anna decidiera no volver verme más, así, repentinamente? Enloquecería, creo. Mi vida dejaría
de tener sentido, no tengo ni un indicio de plan alternativo. No podría resignarme, no podría salir
adelante día tras día. Soy suyo, para siempre.
Pero no sucede, al menos no esta vez. Anna sale del metro, sube las escaleras y observa a su
alrededor. Su mirada está cargada de expectativa y cuando me ve, se enciende. Está feliz, mi
Anna. No sé qué haría para verla siempre con esta sonrisa en los labios. Es algo contagioso que se
extiende por todo su rostro volviéndola única, un espectáculo impagable.
Se acerca y la envuelvo en mi abrazo en el mismo instante en el que ella se lanza sobre mí. Y
finalmente me siento completo, en mi sitio, como si nada en mi vida pudiera ir mejor, como si
nada pudiera dañarme ahora que tengo a Anna a mi lado. Se separa de mí y, en el mismo instante
en que levanta la cabeza para mirarme, la beso. Una vez más, me pierdo en ella, en su dulzura, en
su fuerza. Cuando me separo sus ojos están brillantes, no sé si de frío o de deseo, y sus mejillas
están rosadas. Sonríe.
—¿Has escogido la película? —le pregunto. Quisiera verla sonreír siempre, siempre tan alegre
y llena de vida como hoy.
—Sí —responde radiante. Y vamos juntos, en la fría oscuridad de esta noche, pero en mi
corazón reina la calidez, estalla de felicidad y de amor por ella.
Capítulo 16

Anna

—¡Anna! —La voz de mi madre me alcanza mientras estoy en el ordenador de mi habitación.


Levanto la mirada. Está calma, imperturbable pero sus palabras llegan directo como un disparo de
pistola. Tengo un pésimo presentimiento que se materializa cuando su figura rígida y su cara de
velorio aparecen en mi puerta.
—¿Qué pasa?
—Tu padre quiere verte, está en su estudio.
—¿Ahora? —¿Por qué mi padre quiere verme? Nos reunimos para la cena, casi todas las
noches, a menos que él tenga compromisos de trabajo o yo salga. Si me convoca a su estudio debe
haber algo particularmente importante. Tengo un esqueleto en el armario que me hace temblar.
¿Que haya sabido de mí y Andrei? Imposible, hemos sido muy cuidadosos.
—Sí. —Por el rostro de mi madre no es posible saber nada. Podrían ser buenas noticias o una
catástrofe. Se la ve seria, pero eso no quiere decir nada, con frecuencia lo está, podría encontrarse
tan solo cansada o hallarse preocupada. ¿Preocupada por qué? ¿Tal vez por mí? Debo dejar de
viajar con la imaginación.
—Date prisa, sabes que esperar lo pone nervioso.
Pongo en pausa el documento que estoy evaluando. Se trata de un presupuesto de compra para
mi escuela de danza. El hecho de que haya congelado el sueño no me impide continuar
manteniéndolo vivo de algún modo.
Abandono mi habitación con algo de inquietud. ¿Cómo puede haber sucedido? Mi padre no me
ha llamado a su estudio desde los tiempos de la escuela y me siento casi avergonzada. Soy
demasiado grande para estas cosas, a menos que se trate de malas noticias, las que deben ser
dichas cara a cara. Entro sin llamar y lo encuentro sentado en el escritorio. Tiene el cigarro
apagado en la boca y mira en mi dirección, hacia la puerta.
El estudio de Joe Turturro ha visto cientos de reuniones. Aunque nadie me lo ha confirmado
nunca, estoy segura que aquí dentro se ha decidido el destino de muchos negocios y también de
varias familias de New York. Es un ambiente muy serio, no hemos tenido que quitar ninguna
decoración navideña por el simple hecho de que no las hemos colocado. Mi padre no está solo,
con él se encuentra Ronald que, tan pronto como me ve, se pone de pie en señal de respeto. Por
mí. También esto significa ser la hija del jefe.
—Ven, ven, Anna.
Luego se dirige al novio de mi hermana. —Ronald, déjame solo con mi hija, haz que Rose te
prepare un café, en un cuarto de hora haré que te llamen.
Ronald obedece y se marcha de la habitación. Todos obedecen a mi padre y él no es la
excepción. Pero antes de salir me dirige una extraña mirada. Aparto la mía y me concentro en mi
padre. Está sentado detrás del escritorio con el cigarro en la mano. Tiene las manos grandes y
dedos callosos, quién sabe qué han hecho estas manos en el curso de los años. No quiero ni
saberlo. Me lo he preguntado varias veces, especialmente en el pasado, y otras tantas veces he
comprendido que no quería ser parte del mundo de violencia en el que está imbuido mi familia. Sé
que es de cobardes ocultar la cabeza y disfrutar solo de los beneficios, pero yo no decidí nacer
Turturro. No pude escoger el trabajo de mi padre, su rol, su posición social. No pude hacerlo, es
por eso que nunca me he endosado demasiadas culpas y traté de tomar lo bueno que mi condición
podía concederme.
—Adelante niña, siéntate.
Lo hago, lo obedezco como hacen todos. Papá sostiene el cigarro entre los dedos, sin
llevárselo a la boca. A veces creo que le gusta más el aroma que cualquier otra cosa. Y también
yo asocio ese rico olor a él.
—¿Cómo estás Anna?
La pregunta me toma desprevenida. —Bien papá. —Desearía averiguar si me ha hecho llamar
para preguntarme esto, pero sé que no es así, por lo tanto espero con paciencia que deje ver el
verdadero motivo por el que ha querido verme.
—Sé que tú crees que no me interesan tus pasiones, pero te aseguro que no es así.
Permanezco en silencio, quiero saber a qué se refiere con esta frase. Estoy segura de que se
interesa en mis pasiones, pero también estoy segura de que le importa aún más la familia y que, si
tuviera que escoger, no tendría dudas sobre a qué darle preferencia. Y ciertamente no sería a mí y
a mis pasiones, como él las llama. Tal vez el hecho es precisamente este: ¡no son pasiones sino
proyectos a futuro! Pero de todos modos él no podrá comprenderlo. ¿Qué habrá proyectado en su
vida? Ajustes de cuentas e intimidaciones.
—Lo sé papá —respondo automáticamente, aunque quisiera decirle la verdad, que sé cómo son
las cosas. Él suspira, como si intuyera mi mentira. Por otra parte es mi padre y, si ocupa el rol que
ocupa en la ciudad, es también gracias a su intuición y a sus habilidades.
—De todos modos, ha llegado el momento en el que finalmente podrás tener mi ayuda para
realizar tu sueño. —De repente ya no puedo estar sentada cómodamente en el sillón. ¿He oído
bien?
—¿Qué quiere decir? —pregunto cautelosa.
—Que hay alguien a quien me gustaría presentarte. —Me congelo en mi sitio. Sabía que había
algo debajo.
—Mi sueño no es que tú me presentes alguien, papá —replico con hastío. Siento que me está
tendiendo una trampa y no tengo modo de impedir terminar atrapada en ella. Él prosigue como si
no me hubiese escuchado.
—Sabes perfectamente que, como hija de la familia Turturro, tienes obligaciones. Por medio de
tu hermana hemos hecho un pacto inquebrantable con la familia de Roland y ahora tú también
asumirás tus responsabilidades.
—¿En qué parte de esta historia se habla de mi sueño? —pregunto mordaz.
—Cumple con tu deber y luego te financiaré. En todo lo que quieras. —Enlazó sus manos y en
ese momento supe que estaba llevando adelante una verdadera negociación. Soy su interlocutor y
su moneda de cambio, todo al mismo tiempo. Excepto que aquí no hay nada que acordar, aquí todo
fue establecido ya y yo soy llamada simplemente para ser puesta al tanto. Siento deseos de
vomitar. Pero yo tengo algo para defender, un tesoro escondido que nadie podrá quitarme. Un
hombre que me ama y que me está esperando. Un hombre al que incluso podría pedirle que
escapemos juntos, si las cosas se ponen feas para mí.
—He organizado un encuentro exploratorio para la próxima semana.
Permanezco en silencio. No sabría qué decir frente a la naturalidad con la que mi padre me está
hablando de algo que no consigo siquiera concebir. Es una venta, un intercambio y yo soy el
objeto. Debería sentirme ofendida, indignada, herida en mi dignidad. En cambio, solo me siento
fastidiada. Esta noticia solo está obstaculizando mis planes a corto plazo y nada más. No tiene el
poder de modificar mis proyectos. Estaré junto a Andrei y abriré mi propia escuela de danza. Este
es mi proyecto a futuro y de momento, mi padre no tiene por qué saberlo.
Estoy segura que quisiera que dijera algo, así que lo hago, para no decepcionarlo. —Todo
parece estar planeado.
—No te preocupes, he escogido bien —y me guiña el ojo sonriendo. Siento náuseas.
Especialmente por la poca consideración que tiene por mí. ¿Realmente cree que yo puedo
doblegarme a una lógica como esta? ¿Verdaderamente piensa que no me rebelaré y no comprende
que esta condescendencia que ostento es solo ficción?
—Es Salvatore Mancuso, el primogénito de la familia Mancuso. Un chico inteligente, treinta y
ocho años, con pelos en el pecho. Será un buen marido.
Paso saliva, incapaz de distinguir si es un sueño o es la realidad.
—También tu madre y Ronald están de acuerdo. —El golpe de gracia. No tanto el asentimiento
de Ronald como el de mi madre.
—Eso sí que me calma —se me escapa. Simplemente no puedo evitarlo. Mi madre y Ronald
conocen y aprueban antes que yo al hombre que mi padre ha escogido para mí, para mi futuro.
¿Cómo tendría que sentirme? Debería intentar explicárselo a este hombre que tengo en frente y a
quien apenas reconozco. Pero es solo una pérdida de tiempo, él no puede comprender.
—Si no hay nada más, tengo cosas que hacer. —No soporto permanecer aquí, en la misma
habitación que él.
—No te lo tomes así, Anna.
En la coraza de dureza de la que está recubierto mi padre parece penetrar una pizca de
remordimiento o de compasión, o tal vez es solo un reflejo de estos dos sentimientos, un atisbo
descolorido de comprensión.
—¿Cómo debería tomarlo, papá?
—No es muy diferente a cómo se concretó el matrimonio mío y de tu madre.
He escuchado esta historia miles de veces y no tengo intenciones de oírla nuevamente. —Y
tampoco de lo que hará tu hermana.
Sé que entre Rose y Ronald todo está arreglado, pero eso no puede representar para mí un
consuelo. Nunca he dado mucha importancia a ese aspecto de mi vida, pero ahora todo es
diferente. Ahora Andrei es parte de ella y yo debo luchar por nosotros dos. No tengo intenciones
de doblegarme ante esta lógica, ni siquiera pienso en sacrificarme por la supervivencia de la
familia. Porque además, no es mi familia la que depende del matrimonio de conveniencia, sino
toda la estructura mafiosa que sobre ella se funda. Tengo la oportunidad de ser parte activa de este
sistema y tengo todas las intenciones de salir. Pero no lo diré precisamente ahora, en esta
habitación. Debo pensar, reflexionar, planificar.
—Hablaremos nuevamente, espero. —Lo miro con indiferencia.
—Te haré saber cuándo será el encuentro. —Me levanto del sillón y estoy a punto de
marcharme.
—Anna... —me llama mi padre.
Me giro. —Salvatore es un buen hombre, será bueno para nosotros pero también será bueno
para ti.
No encuentro palabras para responder, creo que aún no han inventado las adecuadas para
expresar lo que siento. Por lo tanto, le doy la espalda y dejo la habitación. Del otro lado de la
puerta, Ronald está como un halcón listo para entrar. Me mira como si ya estuviera al corriente de
todo y yo pienso, en ese preciso instante, que preferiría morir antes que tener a mi lado a un
hombre así.
Capítulo 17

Anna

Un mes ha pasado. Nuestro pacto nacido como un juego técnicamente habría terminado.
Ninguno de los dos ha retomado el tema pero ambos lo sabemos. El hecho es que ya no podemos
prescindir el uno del otro.
Yo he hecho momentáneamente a un lado mi sueño para estar con Andrei. Andrei ha forzado su
naturaleza de solitario para estar conmigo. Advierto que cada día que pasa nuestra relación se
fortalece y, por primera vez en mi vida, siento que soy feliz. Tengo una perspectiva que es
levantarme por la mañana y saber que Andrei está allí fuera, probablemente haciendo algo
ordenado por mi familia que no comparto, pero está ahí. Y eso me basta.
He decidido no hablarle de la conversación de la semana pasada con mi padre. Lo decidí tan
pronto como puse los pies fuera de su estudio. Me digo a mí misma que no vale la pena cargarlo
con mis preocupaciones, pero dentro de mí sé que la verdad es otra. La verdad es que estoy segura
que Andrei podría hacer algo brutal y sanguinario. Y tengo miedo. Es un miedo extraño, que no
tiene una justificación precisa pero existe, y está ligado a su modo de actuar, de ser. Dentro de mí,
aunque no tenga pruebas materiales, estoy segura que Andrei es capaz de hacer cosas que no
puedo ni imaginar. O que tal vez no quiero imaginar. Con frecuencia he encontrado en su casa ropa
manchada con sangre. Sé que no va de cacería y también sé que la sangre no es suya, porque nunca
tiene heridas que justifiquen un derrame tan abundante. La única conclusión a la que he llegado es
que Andrei hace cosas que yo no quiero saber. Y a veces esta idea me da miedo. Pero no el
suficiente como para alejarme de él, no el suficiente como para querer saberlo y tomar una
decisión.
La situación parece estancada. Mi padre no me ha vuelto a llamar, todo parece haberse
cristalizado en torno a nuestra conversación en su estudio y a veces tengo la impresión de que ese
encuentro nunca sucedió o que si lo hizo, nada cambió efectivamente. Hasta que no me haga saber
de la fecha de la tristemente célebre cita, todavía tendré una esperanza. Mientras tanto, no quiero
indagar demasiado en este asunto de que me presentará a un pretendiente y que en algún momento
deberé tomar posición sobre este asunto. No ahora. Ahora solo quiero disfrutar el momento, solo
quiero ser feliz con Andrei y sé que ninguna recompensa podría hacerme feliz sino pudiera estar
con él.
Andrei y yo hoy tenemos una cita en el Garment District. Es un vecindario al que no voy con
frecuencia pero ha escogido él, porque tiene que hacer una diligencia allí cerca y me pidió que lo
acompañe. A mí no me importa dónde nos encontremos, lo importante es estar juntos. Cuando lo
veo me parece que vuelvo a respirar, como si en las horas precedentes hubiese contenido la
respiración por mucho tiempo y finalmente pudiera volver a tomar grandes bocanadas de oxígeno.
Y cada vez me que esto sucede me pregunto puntualmente cómo he hecho para estar sin él. Tomo el
metro, como de costumbre, y llego pronto a una calle que está colmada de colores. Son las cinco
de la tarde y tengo tan solo diez minutos de retraso. Sé que Andrei acude siempre antes que yo y
lamento hacerlo esperar.
Estoy seleccionando locales para mi escuela de baile. Por el momento es todo un trabajo
teórico: leo las descripciones, evalúo si pueden ser adecuadas y anoto dirección y número de
teléfono. Aún no le he revelado nada porque no sé cómo haré para procurarme el dinero. El mes
que me pidió, ha pasado ya y tengo cada vez más la impresión de que me ha dado ese plazo sin
ningún motivo en particular, pero en este momento no me importa. Aunque le he prometido que no
haré más striptease, soy conciente de que no puedo relegar mi sueño a permanecer guardado en un
cajón de por vida. Y tampoco esto sé cómo decírselo.
Voy a su encuentro, nos besamos, me sonríe. Una de esas sonrisas raras que tengo la impresión
que me regala solo a mí. Me gusta cuando sonríe, pero lo adoro también cuando está serio. En
ambos casos me hace pensar en la fuerza, en toda la energía letal que hay dentro de él y que podría
desencadenarse de un momento a otro, pero que retiene detrás de una sonrisa que dura apenas un
instante y luego se desvanece de inmediato.
—Tengo que encontrarme con alguien y luego podemos ir a donde tú quieras.
Asiento y no pregunto más, pero él siente el deber de darme explicaciones. —No podía
postergarlo, de lo contario lo habría hecho en otro momento.
Pongo una mano en su brazo para tranquilizarlo, veo que está tenso. —No te preocupes, lo
entiendo. —Él posa su mano sobre la mía pero su rostro está contrariado. No hubiese querido
mezclar nuestra salida con su trabajo, pero no pudo evitarlo; tal vez simplemente no le agrada que
yo vea algo que no debería ver. No lo sé. Hay aspectos de su carácter que aún se me escapan.
Nos acercamos a un puesto de comida callejera y de inmediato reconozco al tipo que estaba en
la mesa del bar la noche en que intenté interceptar a Andrei. Mick Spina, debería ser su nombre.
La cita es con él. Ha pasado algo de tiempo pero Mick continua pareciendo un drogadicto,
delgado, con un par de jeans sucios que cuelgan sobre sus caderas y una sudadera azul
descolorida. De sus labios pende un cigarrillo, tiene el cabello desordenado. Me hace un gesto de
saludo a mí y nada a Andrei. No se saludan, parece que en su mundo los formalismos y los buenos
modales no existen. Mick simplemente extiende el sobre, Andrei lo abre tan solo un poco y puedo
ver que contiene una fotografía y algunas notas. No veo bien la imagen pero me parece que se trata
de un hombre. Andrei cierra rápidamente el sobre, lo mete en el bolsillo interno de su chaqueta y
luego hace una sola pregunta.
—¿Cuándo?
¿Cuándo qué? Cuando debe hacer el trabajo. ¿De qué trabajo se trata? ¿Amenazar a ese tipo,
golpearlo? En mi cabeza no quiero pensar más.
—Esta noche —responde el otro mirándolo a él y luego a mí. Luego de que Andrei me
acompañe a casa deberá hacer el trabajo por el cual se ha encontrado con este hombre. Me
estremezco. Nos alejamos del mismo modo en que nos hemos aproximado, es decir, sin saludar.
Andrei no dice nada, camina silencioso y taciturno por el vecindario colorido, mientras yo siento
una pregunta que bulle en mi interior. Y más intento sofocarla, más emerge prepotente en los
márgenes de mi conciencia. No tendré paz hasta que no consiga una respuesta.
—¿Debes hacerlo esta noche luego de dejarme a mí? —escupo finalmente. Es como un salto al
vacío, no sé a qué me estoy refiriendo pero al mismo tiempo lo imagino.
Andrei se gira hacia mí. —Sí —responde sin esconderse. Me detengo obligándolo a hacer lo
mismo y quedamos uno frente al otro.
—¿Qué deberás hacer exactamente? —Mi corazón late fuerte mientras espero la respuesta y
ruego no oír lo que más temo.
Andrei quita una mano de su bolsillo y toma mi barbilla entre el pulgar y el índice. Observa mi
perfil desde todos los ángulos, como si fuera algo hermoso, para ser fijado en la memoria, una
imagen preciosa para recordar.
—No quieres saberlo —dice en voz baja.
Me suelto de su agarre, no quiero me admire como a un objeto raro, quiero que me mire como a
su mujer, aquella con la que puede hablar, con quien puede confesarse. Decir la verdad. Aunque
tenga pánico de escucharla.
—Puedes decírmelo —susurro con la voz más dulce que consigo encontrar. Y mientras
pronuncio estas palabras no sé si es una mentira o la verdad, no sé si efectivamente quiero
saberlo. Él me mira con el azul inmenso de sus pupilas. Puedo percibir la luz que brilla en el
único ojo con el cual puede verdaderamente verme y esa luz consigue reconfortar mi alma. Luego
me besa silenciando todas mis protestas.
Cuando separa sus labios de los míos cambia completamente de tema, como si hasta ese
momento no hubiéramos estado hablado. —Hay un jardín hermoso aquí cerca, estoy seguro de que
te gustará. Vamos antes de que cierre.
Toma mi mano y me lleva con él, haciéndome olvidar el resto, lo que debe hacer esta noche y
lo que no me dice. Un paso a la vez, me aconsejo. Pero percibo una opresión cada vez más más
grande en el pecho y siento que este silencio terminará por destruirme.
Capítulo 18

Anna

He dado por finalizada la clase en el Preziosissimo Sangue pero no fue suficiente para
relajarme. Me siento extraña, inquieta, aturdida. Tengo un nuevo grupo de niñas un poco más
pequeñas. La mayor parte de las que han hecho el recital de Navidad, han escogido escuelas con
mejores programas que la hora que pasan en el salón de la iglesia y no puedo culparlas. También
yo podría haberles ofrecido algo mejor, si tan solo me hubiese organizado para hacerlo. Pero no
estoy para nada organizada y esto hizo que viera irse a mis jóvenes promesas sin poder hacer nada
para retenerlas y sin tampoco querer hacerlo, porque no habría sido justo. Me repito que el
vecindario está lleno de potenciales alumnas, la ciudad lo está. Sin embargo, la sensación de
haber perdido otro año me atormenta. He llenado el bolso amontonando el body y las zapatillas
desordenadamente. Acabo de ducharme en el pequeño baño que el padre John ha puesto a mi
disposición y me sequé el cabello al pasar, lo necesario para no enfermar. Me coloco el gorro en
mi cabeza y salgo desafiando el frío. Intento recordar dónde he aparcado el auto mientras me
envuelvo en mi abrigo para evitar pescarme una gripe. Sin embargo, no hago tiempo de salir del
patio de la iglesia cuando veo una figura familiar. Es Ronald, con un elegante abrigo color camel y
un sombrero que lo hace parecer mayor a los treinta y cinco años que tiene. Tiene la misma edad
que Andrei, pienso en este momento, solo que Ronald tiene el aspecto de alguien que nunca debió
esforzarse demasiado para ganarse la vida, mientras que Andrei tuvo que luchar para mantenerse a
flote en su mundo. Por supuesto, Ronald trabaja duro, con su padre y el mío, pero nunca se ensucia
las manos.
Mi futuro cuñado mira en mi dirección, me está esperando. Lo primero que me viene en mente
es que no hay ningún motivo por el cual Ronald debería haberme venido a buscarme. ¿Por qué está
aquí? En un nanosegundo la duda se vuelve preocupación por mi familia. Algo debe haberle
sucedido a mi padre, a mi madre o a Rose. ¿Por qué otro motivo podría estar aquí Ronald, con
rostro de quien acaba de ser atropellado por un camión? No hay otra explicación. Mientras avanza
hacia mí con esos ojos serios y oscuros siento que mis piernas se aflojan. Quisiera sentarme en
algún lado, quisiera que ya me hubiese dicho lo que viene a decirme. En cambio, bajo aún más el
gorro en mí cabeza y espero a que se aproxime para enfrentar mi destino.
—Anna... —Viene a mi encuentro y pronuncia mi nombre con gravedad. Como si necesitara
más, además de su presencia, para intuir que algo no está bien.
—Anna, ¿te sientes bien?
No, no me siento bien, estoy confundida. —¿Qué? Sí, estoy bien, ¿por qué estás aquí? ¿Sucedió
algo? —Tengo la boca repentinamente seca.
—Sí, sucedió algo —admite serio y el mundo se derrumba sobre mí.
—¿Rose? ¿Mis padres? —No sé cuál es la peor alternativa.
Me mira como si no comprendiera, luego sacude la cabeza. —No, nada de eso. —Doy un
suspiro que es mucho más. El único por el que podría preocuparme además de ellos es Andrei,
pero él no tiene nada que ver con Ronald, la historia entre Andrei y yo es secreta. Resisto la
fuertísima tentación de preguntarle.
—¿Qué pasa entonces? ¿Por qué estás aquí? —No soy descortés sino que simplemente siento
curiosidad y alivio al mismo tiempo. Sea lo que sea que lo haya empujado a venir hasta aquí, no
podrá perturbarme. Mis padres están seguros, Rose está a salvo y Andrei sabe cuidar de sí mismo.
Por un momento recuerdo la cita que mi padre ha arreglado para mí, pero descarto rápidamente la
idea. No es su estilo, no mandaría a Ronald como embajador de algo así. Me enfrentaría en
persona, como hizo la primera vez convocándome a su estudio.
—Debo hacerte ver algo.
—¿Qué?
—Debes verlo.
Siento curiosidad y también un poco de miedo. No tengo gran confianza con Ronald y no puedo
decir que seamos amigos. Claro, confío en él, viene a mi casa, pero nada más. —Acabo de
terminar la clase y tengo que ir a casa. ¿No podemos dejarlo para más tarde?
Sé que es un patético intento, Ronald no hubiese venido hasta aquí a buscarme si no fuera algo
importante.
—No, tienes que verlo ahora. —Su tono perentorio me tensa de nuevo. Ronald mira el reloj. —
Ven, tengo el coche.
—Yo también estoy con el auto —protesto, pero parece que no le importa.
—Luego vendremos por él, ahora vamos. —Tiene unos modos frenéticos que no me gustan para
nada, como si estuviéramos retrasados para una cita importante. Si no se tratara del prometido de
mi hermana, me sentiría llena de dudas. Lo sigo hasta su coche, hace saltar los seguros, entro y me
deslizo en el asiento del pasajero. Él pone el vehículo en marcha y en un segundo estamos en la
calle. —Quiero saber a dónde vamos —lo íntimo sacando mi tono más autoritario. Ronald no deja
de mirar el camino y en el interín comienza a llover. —Lo sabrás pronto, es aquí cerca, cuestión
de cinco minutos, quiero que veas Anna. Si simplemente te lo dijera no me creerías nunca.
Sus palabras crean un nudo a la altura de mi estómago, como si un ladrillo pesado se hubiera
ubicado justo allí, donde se almacena el aire para respirar. Tengo un mal presentimiento y
desearía tanto estar equivocada.
El viaje dura cinco minutos y cuando Ronald estaciona, la lluvia cae abundantemente. Es un
vecindario que no conozco, aunque el trayecto para llegar hasta aquí ha durado pocos minutos.
—Lo siento pero no tengo un paraguas —dice bajando del auto y mi impresión es que en
realidad no le importa en lo más mínimo. Bajo también yo y de inmediato la lluvia comienza a
bañarme fastidiosamente. Lo sigo con los hombros hundidos y un nerviosismo siempre creciente.
Es una calle oscura donde no me aventuraría con el coche y mucho menos a pie. Pero en este
momento no tengo otra opción, solo puedo seguir empapándome.
Hacemos pocos metros con la lluvia que no deja de azotarnos fastidiosamente. Debe ser algo
realmente importante si Ronald estropea de este modo su precioso abrigo. Llegamos frente a una
entrada con tres escalones que descienden en relación al nivel de la calle. Tiene el aspecto de un
gimnasio o un sótano, un local que cuando llueve se inunda. Hay una bombilla desnuda bajo el
pequeño pórtico, brinda una luz pálida y poco tranquilizadora. Nos reparamos por un momento
mientras yo trato de recuperar el aliento. Ronald me sujeta tomándome por un brazo y me mira con
una mezcla de compasión y preocupación.
—Lo llaman Frío, ¿sabes por qué? Porque puede permanecer impasible frente a todo y, cuando
digo todo Anna, no hay nada que pueda excluirse.
—Se puede saber qué...
Pero él no responde, saca una llave y abre la puerta que separa la calle de ese sitio asqueroso.
¿Frío? Tengo miedo, un miedo que me araña las tripas y las aprieta con fuerza. ¿Por qué Ronald
tiene las llaves de este sótano? La protesta se apaga en mis labios mientras lo sigo por una entrada
iluminada con una luz de neón tan agresiva que lastima mis ojos. Mi corazón está perforando mi
pecho por lo fuerte que late. Sigo a Ronald, aunque el sentido común me diría que girara sobre
mis talones y me fuera, pero ya es tarde, aunque quisiera hacerlo no sabría a dónde ir sin él y su
aventón en el coche.
Lo sigo a través de una habitación. La iluminación continua siendo cegadora. Y no solo eso.
Comienzo a sentir un olor extraño y un ruido como una esponja mojada que se presiona una, dos,
tres veces contra algo.
—¿Qué es? —pregunto. Pero tengo la impresión de que lo descubriré por mí misma y no me
gustará. Es como si la certeza de haberlo sabido siempre en verdad cayera sobre mí, cubriéndome
la piel como una capa pegajosa. Al final del corredor está Mick, el sucio amigo de Andrei. Se está
hamacando sobre una silla mientras fuma un porro pero tan pronto como nos ve, se sienta bien. Tan
pronto como me ve. La sorprendida soy yo, la nota desafinada en todo esto. Me parece que
palidece ligeramente y que quiere decir algo pero no sabe bien qué.
—Joder... —lo escucho murmurar en voz baja.
La habitación tiene una puerta y Ronald me hace espiar a través de una pequeña rendija. Veo un
ambiente iluminado prácticamente como si fuera de día. Y lo que está sucediendo allí dentro es
algo que nunca podré borrar de mi mente. Me parece que todo es un sueño, un sueño de esos que
quieres olvidar, que cuando despiertas en la mañana dices “menos mal que no era real”. En
cambio, aquí de no hay nada irreal, es todo terriblemente cierto y cruel. Tan cruel que no logro
parpadear ni una sola vez durante todo el tiempo en que miro.
El ruido de la esponja mojada que se infringe sobre algo suave es producto de los puñetazos.
Los puñetazos de Andrei en la cara de un hombre que ya no tiene rostro debido a todos los golpes
que ha recibido. Sus rasgos son una máscara de sangre y toda esa sangre está en las manos de
Andrei, que no dejan de dar en el blanco ni una sola vez. Tal vez el hombre ya está muerto o, si no
murió, se está muriendo. Se encuentra atado a una silla, las manos detrás de la espalda y los
tobillos anclados a las patas de metal. Ha perdido el control de la vejiga, lo percibo por ese hedor
inconfundible, no es posible decir cuántos años tiene porque ahora su rostro está irreconocible. ¿Y
quién ha hecho todo esto?
Un bárbaro que no deja de golpear. El hombre del que me enamoré, mi hombre, mi Andrei, que
me trata con gentileza, como si fuera de cristal, algo precioso. Me trata con amor, porque él me
ama y yo lo amo. Lo amo. Santo Dios ¿a quién amo? ¿A este hombre? ¿A este monstruo asesino?
Se me escapa un sollozo y Andrei se gira. Sus ojos son fríos, duros, dos lagos sin emociones.
Pero cuando nota que tiene espectadores, algo cambia. Algo hace mella en su dureza, la
indiferencia se vuelve sorpresa. Pero me ignora, se comporta como si no existiera. En cambio se
dirige a Ronald, con un tono glacial.
—¿Qué hace ella aquí?
—Tiene derecho a saber —replica él. Pero su tono no es seguro, vacila. Creo que incluso yo
vacilaría si tuviese que hablar con Andrei ahora, ahora que tiene los nudillos sucios y la sangre de
ese hombre le llega casi hasta los codos. Y de hecho no lo hago porque la garganta se me ha
cerrado repentinamente y me parece que ni siquiera pasa un soplo de aire.
—Llévatela. —Una vez más, Andrei escoge ignorarme, se dirige a él y su tono es casi
resignado. Como si esperara este momento desde hace quién sabe cuánto tiempo y finalmente
hubiera llegado.
Tal vez se ha quitado de encima una preocupación, tal vez se siente aliviado ahora que la
verdad ha salido a la luz y ya no tiene que fingir más. Fingir ser alguien que no es, el hombre del
que me he enamorado. Lo miro a los ojos pero no lo resisto. El que estoy mirando es un hombre
que no conozco, un extraño, un asesino.
Frío. Nunca un apodo fue más merecido. ¿Cómo puedo haber compartido cosas con él?
¿Cosas? ¡La cama con él, eso es lo que he compartido! Mi cuerpo, nuestros cuerpos, y
especialmente mi corazón. Le di mi corazón, le di mi corazón a un asesino. Siento náuseas y no
puedo frenar el impulso de vomitar. Me giro repentinamente y devuelvo todo lo que tengo en el
estómago.
Capítulo 19

Andrei

En la ciudad se siente ya el aire primaveral, pero en mi corazón hay un invierno perenne. Un


invierno de esos que jamás se extinguen. Ha pasado más de un mes, casi dos y la sensación es que
mientras más pasan los días, más mi corazón se reviste de hielo, una capa tras otra, duro de
atravesar, casi imposible. No debería doler. ¿Cuándo fui un alma sensible? ¿Cuándo me ha
importado algo de alguien? Debo retroceder demasiado en el tiempo para recordarlo, tengo que
regresar a cuando era un niño, un niño feliz en un burdel de Sofía, y mi vida era en colores. Ahora,
de esos colores no quedó nada, todo es brutalmente gris una vez más.
Estoy bajo la ducha de mi casa, me lavo mecánicamente, con la misma pasividad cojo la ropa
del armario sin poner atención a lo que visto. Anna ya no vive en casa de su padre. Lo noté de
inmediato, la noche en que encontré el valor de ir a buscarla. La luz de su habitación nunca está
encendida, su coche ya no está. Dejó de dar clases de danza en el Preziosissimo Sangue, he ido
incluso allí y encontré un curso de inglés para extranjeros. El cura, cuando me vio, por poco no se
persignó e hizo de todo para hacerme salir de ese sitio lo más pronto posible, diciendo que Anna
Turturro se había ido.
He perdido el rastro de ella. Ha descartado su número de teléfono, tal vez se deshizo del
mismísimo aparato. No tengo nada a lo que aferrarme para traerla de regreso conmigo, para
volver a verla, para suplicarle que me dé otra oportunidad. Quisiera decirle tantas cosas,
explicarme y explicarle. He ensayado miles de veces un discurso convincente, palabras que
podrían hacerle comprender que es cierto, soy un monstruo, pero la amo. La amo más de lo que
nunca en mi vida pensé que podría hacerlo, más de lo que jamás creí que fuera capaz. Este
sentimiento tomó una parte escondida de mí y la hizo trizas ¿Mi esencia? ¿Mi corazón? No sé
cómo llamarlo, solo sé que no puedo describir lo mal que me siento al estar sin ella.
Abandono la casa con las primeras luces del alba. No puedo dormir y no tengo ningún trabajo
que hacer. Quisiera hacerle saber a Anna que ese tipo al que estaba matando era un delincuente y
un desgraciado, no era un padre de familia, no era una buena persona que si no me hubiera
encontrado a mí habría regresado a casa con sus niños. Era un tipo que traficaba y vendía
sustancias, vendía muerte, incluso a los chavales. ¿Pero quién soy yo para decir quién es o no una
buena persona? ¿Quién soy yo para decir quién está del lado correcto y quién se equivoca? No soy
nadie, esa es la verdad. Soy el peor de los asesinos, uno de esos sicarios, pagos. Y si le doy asco,
si tiene miedo de mí, es justo que así sea. Debo quitármela definitivamente de la cabeza. Si tan
solo eso fuera posible.
Llego al mismo sitio en el que posé mis ojos en Anna por última vez, ese maldito sótano donde
ella me vio de la peor manera. Tengo una cita con Mick, dijo que debe darme instrucciones. Abro
con la llave que tengo a mi disposición y la misma luz de neón de siempre casi me ciega. Entro en
la antesala. La segunda puerta, la que conduce a la habitación donde he dado curso a los peores
homicidios, está abierta y allí se encuentra Mick, pero no está solo. Sentado en la silla donde he
matado por última vez está Ronald. Evidentemente él también ha evocado el mismo recuerdo,
porque tan pronto como me ve se pone de pie como si hubiese recibido una descarga eléctrica y
no quisiera continuar allí sentado ahora que he entrado yo. Estoy tan enfadado con él que
realmente podría hacer que sus horas terminen de la peor manera y aún no está excluido que no lo
haga. Miro de reojo a Mick, no soporto que me haya tendido esta trampa. Vine aquí porque me
había llamado, no por una emboscada. Él levanta las cejas como para decir que no sabía nada. No
puedo estar seguro, me ocuparé de él más tarde.
—¿Qué haces aquí? —me dirijo a Ronald. En condiciones normales no me agradan los
formalismos, mucho menos ahora que siento todo el peso del mundo sobre mis hombros y no tengo
ni siquiera una pizca de fuerza para soportarlo.
—Sé que estás enfadado, Andrei…
Ha escogido mal las palabras, se equivoca en todo. En un instante la furia se apodera de mí. No
estoy enfadado, quiero destrozar el mundo, pero antes que nada quisiera agarrarme a patadas en el
trasero a mí mismo. ¿Cómo pude pensar que podría esconderle a Anna un secreto tan grande?
¿Cuánto tiempo pensaba que podría guardarlo para mí? ¿Toda la eternidad? Solo un idiota como
yo podría haber tomado una cosa tan preciosa y arrojarla a las ortigas, como si no tuviera ningún
valor. Sin embargo, tiene valor, porque Anna es la persona más importante de mi vida y ahora que
la he perdido a ella, lo he perdido todo.
—No, no puedes saber lo que siento —siseo dando un salto hacia delante y cogiéndolo por el
cuello. Lo pillé desprevenido. Ronald jadea, está sin aliento, comienza a sudar. Su frente
comienza a perlarse de sudor mientras busca un destello de racionalidad dentro de mi ojo
verdadero. Pero no puede encontrarlo por un simple motivo: no hay. No soy razonable en
absoluto, soy una bestia sedienta de sangre y no de cualquier sangre, sino de la suya. Él me alejó
de Anna, él puso un reflector en la peor parte de mí. Podría habérselo dicho gradualmente, en
lugar de ello…
Aflojo mis manos y lo dejo ir. ¿Qué hubiese cambiado? Nada. Solo habría postergado el
momento de la verdad. Pero tarde o temprano este habría llegado y de todos modos habría
destruido todo. Hubiese sido solo una cuestión de tiempo.
—Debo hablarte de negocios —dice recomponiéndose y aclarándose la voz, tiene un color
entre pálido y verdoso. Lo miro sin decir nada y él lo interpreta como una señal de que puede
continuar hablando.
—Desde que este hecho sucedió, has desaparecido y nosotros te necesitamos. Hasta ahora he
tenido la boca cerrada respecto a ti y Anna y continuaré haciéndolo, pero tú…
Se recompone antes de llegar a la parte final. —…tú tienes que volver a trabajar para nosotros,
te necesitamos.
Necesitan a alguien que rompa los huesos y mate a golpes. Y eso puedo entenderlo, pero ya no
se trata de qué o a quién necesitan ellos. Se trata de qué o a quién necesito yo. Y lo que yo
necesito se ha ido. Para siempre.
Y no hay nada más que realmente me importe. Ni en este momento, ni por el resto de mi vida.
Capítulo 20

Anna

Cuarenta días antes.


Golpeo la puerta de casa con tanta violencia que Marita palidece.
Debo tener un aspecto aterrador, tengo que parecer furiosa, porque no osa obstaculizar mi
camino y en este momento tampoco se lo permitiría. Me dirijo segura hacia el corredor, directo en
dirección al estudio de mi padre. Nunca me he sentido más enfadada, desilusionada, traicionada
en mi vida. Abro la puerta como un tornado pero el estudio está vacío. ¿Dónde está? Vuelvo sobre
mis pasos hacia la entrada y finalmente lo veo. Las voces que se aproximan deberían ser
familiares, reconfortantes. Por el contrario, me parecen las de dos extraños. Mi padre y mi madre
descienden la preciosa escalinata de madera. Se los ve realmente muy elegantes. Tienen boletos
para Turandot, lo había olvidado. Mi madre viste un abrigo de lana peinada con el cuello de zorro
plateado. Se ha puesto el labial rojo que hace resaltar su blanca dentadura. Ríe de algo que le ha
dicho mi padre, que está tan elegante como ella. Tiene el abrigo gris oscuro, bufanda de seda y el
sombrero en la mano, listo para usar. Me parece que el tiempo se detiene cuando ambos dirigen su
mirada hacia mí. Y todo cambia, la sonrisa de mi madre se apaga, la frente de mi padre se arruga
por la preocupación. Marita se retira y quedamos nosotros tres, ellos en la cima de las escaleras y
yo en la planta baja, tan distantes que parece imposible encontrarnos. Es la metáfora de nuestra
relación. Ellos dos en lo alto y yo a los pies, apartados, en pisos separados. Diferentes.
—Lo descubrí —se me escapa. No tengo pensado qué decir o cómo decirlo, escupo con
amargura las primeras palabras que se me pasan por la cabeza, las que mejor pueden describir mi
estado de ánimo.
—¡He descubierto lo que Andrei hace para ti!
Este es el momento en el que quisiera que mi padre dijera algo como “no es así”, “hay un
error”, “no es lo que piensas”. Y ni siquiera yo sé cómo podría justificarlo después de haberlo
visto matar con mis propios ojos.
Mi padre no niega, no dice que no. Me mira como si acabara de decirle que afuera lleve. En
ese punto, mi madre debería voltear y mirarlo, preguntarle qué está sucediendo, por qué estoy tan
molesta. Pero no lo hace. Sabe perfectamente a qué me refiero. Y no baja la mirada, tampoco ella.
De hecho, es quien habla.
—Anna, tu padre siempre ha hecho muchos sacrificios para mantener unida a la familia y para
que no nos falte nada. —Todo me parece tan irreal. No puedo tolerar que diga esas cosas, pero
ella no me deja interrumpirla y continúa. —Tu bienestar y el de tu hermana siempre provinieron
de la forma en que tu padre conduce a la familia. No puedes despertarte a los veintiséis años y
decir que todo esto te repugna. Renegarías de tu modo de vivir y de ti misma.
No puedo creer que la que acaba de decir estas palabras sea mi madre. Una mujer respetable,
dedicada a su casa y a su familia. Poso la mirada en mi padre. Y él habla.
—Andrei Javorov es uno de mis hombres. Hace los peores trabajos para nuestra familia, los
que nadie quiere hacer, los que nadie tiene el estómago de completar. Lo llaman Frío por este
motivo.
Hace una pausa durante la cual podría arremeter contra él, despotricar, gritar. Pero estoy
paralizada por el miedo porque mi padre está diciendo precisamente esa verdad que no quiero oír.
Y lo hace, hunde sin piedad el cuchillo en la herida.
—Andrei Javorov es un hombre sin sentimientos, sin moral. Es capaz de hacer cosas que ni
siquiera imaginas. Y lo que sea que se te haya metido en la cabeza acerca de vosotros dos, debes
arrancarlo de tu mente. Podría incluso hacerlo quitar de en medio, si no se mantiene en su sitio. —
Sus palabras caen como una piedra y sellan el momento. Mi madre me observa severa, hace
tiempo que ha decidido de qué lado está. Mi familia descubrió mi vínculo con Andrei y no ha
hecho más que confrontarme al hecho consumado, a la realidad que hasta hoy no he querido ver.
—Yo no quiero tener nada que ver con todo esto —murmuro sin saber muy bien a quién.
Mi padre suspira y baja las escaleras. Mi madre va tras él.
—Lo sé Anna, sé que algunas verdades te molestan, pero ser un Turturro no es una opción. No
escogemos en qué familia nacer y qué deberes cumplir. Algunas cosas simplemente suceden.
Las palabras de mi padre son como un ácido corrosivo en la piel. No puedo oírlas.
—Yo no quiero ser parte. —Retrocedo. Mi madre me congela con la mirada. Con las manos
busco el pomo de la puerta principal mientras no dejo de mirarlos, como si fueran dos enemigos
de los cuales puedo esperar cualquier movimiento sorpresa.
Mientras abandono mi casa con la certeza de que nunca volveré, escucho la voz de mi padre
que se dirige a mi madre. —Déjala, se le pasará. —Pero no sabe cuánto se equivoca. No se me
pasará, no regresaré sobre mis pasos.
Nunca.
Capítulo 21

Anna

Este vecindario es un verdadero asco. He intentado hacer que me guste por todos los medios,
pero es realmente una empresa desesperada. Su único, principal e inmenso defecto es que no tiene
nada que ver con Manhattan. Por otra parte, demonios, ¿qué tiene que ver Manhattan? No soy
exigente y no tengo dinero. Es la verdad. Por primera vez en mi vida debo cuidar en qué gasto, no
soy precisamente pobre, pero casi. Tengo en las manos una bolsa de compras que no he podido
llenar porque me ha faltado dinero para hacerlo. Tengo poco efectivo y debo ahorrarlo para pagar
alquiler y comida. Pero soy libre. En mi pobreza soy libre de la vida con mis padres, de mis
compromisos.
De Andrei.
Entro en el edificio donde se encuentra mi apartamento y el olor a madera vieja me golpea,
como siempre, como la primera vez que entré, hace treinta y nueve días atrás, y decidí que haría
de él mi hogar. La noche en que abandoné la casa de mis padres la pasé en el auto, tumbada
incómodamente en el asiento trasero, muerta de frío, no podía dejar de temblar.
Al día siguiente comencé a buscar algo y, con el poco efectivo que tenía, encontré este lugar.
Hace cuarenta días que no veo a Andrei.
Andrei. Su recuerdo me llega de improviso como un rayo, como varias veces sucede en el
curso del día y quema mi corazón de una manera que ni siquiera consigo explicar. Es una llama
que nunca deja de arder. A veces se desvanece y por un momento milagrosamente parece haberse
aligerado, pero la siento siempre, constante como una gota que no deja nunca de caer, un fondo de
tristeza que se extiende como una mancha de aceite dentro de mi pecho. De repente vuelve a mi
mente él, nosotros dos, lo que era, lo que podríamos haber sido, lo que ya no seremos jamás y
siento mi pecho aplastado por un sentimiento de opresión insostenible.
Abro la puerta de mi apartamento. Es un pequeño, solo tengo que hacer pocos pasos para
depositar la bolsa con la compra en el piso de la cocina y llegar a la cama donde me tiendo boca
arriba. Lo único bello de este sitio es la ventana que veo justo aquí, estando tumbada en mi lecho.
Por el vidrio, que limpio con meticulosidad cada día, se puede observar el cielo y un trozo de
techo. Es como si este fuera el único momento de tranquilidad que hay en mi vida, la certeza de
que algo de azul queda siempre, a pesar de todo. Me aferro a esta convicción, aunque a veces me
pregunto si no se ha trasformado ya en una ilusión. Nunca más habrá nada azul en mi vida, jamás
podré ser feliz sin Andrei y, si alguna vez percibo nuevamente que algo hace latir mi pecho, será
solo el pálido reflejo de lo que habría podido ser. Cierro los ojos abrumada por la angustia, y
precisamente mientras siento que las lágrimas están a punto de desbordarse, mi móvil vibra. Tengo
una relación extraña con mi teléfono. Cada vez que lo oigo sonar, espero siempre que sea Andrei.
Pero no es posible porque he tirado el viejo chip, he comprado uno nuevo y los únicos que tienen
mi número ahora son Rose y el jefe del supermercado donde trabajo.
No puede ser Andrei y sin embargo siempre espero que lo sea. Observo la pantalla
conteniendo la respiración. La libero luego de dos segundos: es Rose. Mi hermana llama todos los
días y me implora que regrese a casa. Yo no siempre le respondo, a veces, como hoy, dejo que el
mensaje vaya al buzón. No puedo hacer frente a su desesperación, tengo que luchar con la mía y
eso ya es suficiente. Cada vez que respondo a sus llamados me mantiene pegada al teléfono
diciéndome cuánta falta le hago a mi madre y contándome cómo mi padre se ha encerrado en un
mutismo obstinado e impenetrable desde que me he marchado. Luego me dice lo mal que se
encuentra ella sin mí y me siento culpable. Aunque sufro al mantenerme lejos de mi familia, sé que
sufriría aún más estando inmersa en una realidad que ya no puedo compartir. Ahora que he
conocido la verdadera naturaleza de mi padre y de Andrei, ninguno de los dos puede seguir siendo
parte de mi vida.
Estoy segura de que mi padre volverá a la carga con el asunto del matrimonio arreglado, solo
me está dando una tregua. Y no sé cuánto durará, aunque ahora la situación es muy diferente y, por
como lo veo, no están dadas las condiciones para que yo continúe siendo moneda de cambio.
Estoy comprometida, no soy para nada dócil y tampoco estoy dispuesta a resignarme a la vida que
han escogido para mí: ¿quién querría comprar una partida en mal estado?
Me giro de lado. Quisiera dormir un poco, estoy cansada física y moralmente. Me duelen las
piernas. Estoy de pie durante todo el turno de trabajo y la danza parece solo un recuerdo lejano.
Quién sabe por cuánto tiempo más lo será. De repente siento unas nauseas persistentes y el vómito
sube incontrolado por mi garganta. Apenas hago tiempo de alcanzar el baño e inclinarme sobre el
retrete antes de vaciar mi estómago.
Me acuclillo sobre el piso frío, desearía tanto quedarme en casa pero tengo que irme. Mi turno
comienza a las seis y tengo solo veinte minutos para llegar al market. Veinte minutos en los cuales
salir de casa, caminar de prisa, fichar, cambiarme en la parte trasera donde, a pesar de que casi es
primavera, hace un frío de morirse, vestir un ridículo uniforme a rayas blancas y verdes y colocar
frascos en los estantes. Me gusta el orden, siempre me ha gustado. Encontrar la posición correcta
para cada uno de los objetos de modo que las etiquetas estén todas alineadas me tranquiliza y de
algún modo me ayuda a no pensar.
Me arrastro fuera del apartamento y del edificio. El frío me paraliza la cara y todo lo que
puedo hacer es aferrarme a la chaqueta de piel que he traído de casa. Es corta y me cubre poco
para una tarde tan fría, pero no tengo nada más que esto y el frío que siento fuera y dentro de mí.
Miro el reloj, es tarde, tengo que darme prisa si no quiero ganarme un regaño del jefe. ¡Y si
fuera solo eso! A veces, cuando realmente está intolerante, amenaza con despedirme y encontrar
alguien más puntual que yo. No estoy habituada a que me traten mal, nadie lo ha hecho nunca. Y no
me gusta. Ahora comprendo cómo se siente la gente común, las personas que no tienen a su
alrededor ninguna red de protección, ningún escudo que los defienda de la vida real. Como ahora.
¿Quién me protege de las groserías del dueño y de las descortesías de los clientes? Pero,
¿realmente necesito que alguien haga esto por mí, o estoy descubriendo que, después de todo, no
está tan mal arreglárselas completamente solos? No echo de menos el lujo, no echo de menos el
confort. Me gusta la vida normal. La única persona a la que echo de menos es a él.
Camino por la calle mirando el reloj y un ruido fuerte parece perforarme los oídos. Sucede
todo en un segundo. El chirrido de los frenos que se clavan en el asfalto, el disparo, algo que me
empuja fuerte, yo que pierdo el equilibrio y termino en el suelo. Mi perspectiva cambia. Estaba
mirando el reloj y de repente me encuentro mirando al cielo. Está oscuro, limpio, terso. Pero, ¿qué
hago mirando al cielo? Apenas tengo tiempo de preguntármelo cuando un par de ojos azules entran
en mi campo visual. Y son los ojos más maravillosos que puedan existir, los únicos que quiero ver
en este momento. Son los ojos de Andrei los que me miran preocupados. Y lo digo en voz alta.
Veo mi mano posarse sobre su mejilla y oigo mi voz pronunciar estas palabras. —Cuánto he
echado de menos tus ojos.
Tengo que haberme golpeado la cabeza y con fuerza, porque no solamente pronuncio frases
inconexas sino que, además, tengo visiones.
No puedo creerlo, es una alucinación. Extiendo la mano para tocar su rostro y por un momento
me parece entrar en un sueño. —Andrei…
¿Pero qué clase de sueño es? ¿Por qué él está aquí, junto a mí?
—¿Estás bien? —Su voz.
Cuánto la he echado de menos. Cálida, fuerte. Tan solo escucharla hace que se me humedezcan
los ojos.
—Sí, estoy bien —respondo e intento ponerme de pie pero me siento tan protegida entre sus
brazos. Abrigada y cómoda. Me siento segura. —¿Qué fue lo que sucedió?
—Un tipo que pasó con un scooter te robó, pero no sucedió nada grave. —Grave es su voz.
Preocupada. Sus ojos están llenos de aprensión, como si me hubiera despertado de un coma.
—Pero tú... ¿por qué estás aquí? —De repente el sueño se desvanece como un espejo roto.
¿Por qué Andrei está a mi lado? Súbitamente recuerdo la escena de él lleno de sangre hasta los
codos y siento deseos de vomitar. Me parece que acabo de recibir un baldazo de agua fría en la
cara. Intento sentarme.
—Despacio, despacio. —Y su voz es dulce como no debería.
—¿Por qué estás aquí, Andrei?
Mira hacia abajo. —No importa…
—¡Sí que importa!. —Lo tironeo.
—¡Andrei! —Lo sacudo, siento de repente toda la rabia volviendo a aflorar. Es culpa suya si
me encuentro en esta situación, si siento todo el peso del mundo encima, si me parece estar
viviendo una pesadilla.
—Me encontraba aquí y...
—¡Tú me estás siguiendo! —Repentinamente la verdad salta ante mis ojos de forma
inequívoca. Es imposible que se encuentre aquí por casualidad. Imposible no define lo
suficientemente bien la remota posibilidad que existe de que esté allí por obra del azar. No lo
niega. No baja la mirada, no hace nada para disuadirme. De todos modos sería inútil. Me pongo
de pie con su ayuda. Su toque es decidido, tranquilizador, firme sobre mis brazos. Me gustaría
tanto fundirme en un abrazo con él, pero no puedo. Tengo que quedarme en mi sitio, debo mantener
la apariencia de una frialdad que no siento. Me alejo poniendo algo de distancia entre nosotros. Su
expresión se vuelve contrariada, no le agrada que me separe de él.
—¿Por qué lo estás haciendo? —No hay reproche en mi tono, solo frialdad.
—No lo sé —admite simplemente.
Casi pierdo la respiración al oír su respuesta, pero al menos estoy segura de que es verdad, no
podría ser más cruda. ¿Realmente Andrei dedica su tiempo a seguirme? Me cuesta concebirlo, no
puedo aceptarlo.
—No deberías —me apresuro a decir y aumento la distancia entre él y yo. Pero no consigo
hacerlo y, sin darme cuenta, doy un pequeño paso hacia delante, como si su persona, a pesar de
todo, me atrajera.
—No puedo evitarlo, no puedo...
Levanto la mirada. Escuchar sus palabras me hace daño y más daño me hace mirarlo.
—Soy tuyo, para siempre —murmura, pensando tal vez que yo no le he oído. Pero sí lo he
hecho. Y si no quería que lo oyera, ¿por qué lo dijo?
Finjo que no ha pronunciado estas palabras porque la incomodidad que me provoca es
demasiado grande, el sufrimiento es demasiado profundo. Quisiera gritarle en la cara que se
marche, que es un monstruo, un asesino con quien no quiero tener nada que ver. Pero la verdad, la
que nunca quisiera admitir ni siquiera a mí misma, es que también yo soy suya. Para siempre. Pero
no serviría de nada, de hecho para lo único que serviría es para hacerme sufrir mil veces más de
lo que lo he hecho hasta hoy.
—Tengo que irme —murmuro mirando a mi alrededor. A todos lados excepto a sus ojos. Una
mano intercepta mi brazo. Me detiene. Su agarre es cálido y una vez más descubro con horror que
quisiera fundirme en su abrazo.
—No te vayas así.
Esta vez lo miro a los ojos y veo una miríada de emociones.
—Andrei, no me busque más, es peor.
—No puedes saber qué es peor para mí.
Abro la boca para decirle que los últimos dos meses fueron absurdos para mí, pero la cierro de
inmediato. No serviría para nada, de hecho solo lograría hacerme sentir mal, en realidad nos haría
mal a ambos.
—Deja que me marche —murmuro.
—Te debo una explicación.
—Eso es lo que tú crees, pero no es cierto —objeto.
—Quiero dártela.
—No deseo oírla.
—Me lo debes, acabo de salvarte la vida. —Levanto la mirada, no puedo creer que él haya
dicho eso. Jugó la carta del chantaje moral.
—¿En serio?
—De verdad —responde serio. Y comprendo que está dispuesto a todo.
—Tomará solo unos minutos.
—Voy camino al trabajo.
—Esperaré el final de tu turno.
—Termino a las diez de la noche.
No parpadea. Faltan más o menos cuatro horas pero a él no parece importarle.
—Ok, vengo por ti a la salida —.No me pregunta ni siquiera dónde trabajo. Lo sabe ya y no
finge ignorarlo.
Le diré del niño. No puedo guardar este secreto solo para mí, es demasiado grande. Se lo diré
esta noche.
Soy la primera que se aleja. Le doy la espalda y me impongo no voltear.
Capítulo 22

Andrei

Ha aceptado encontrarse conmigo. Froto una mano contra la otra, un poco por el frío, un poco
por los nervios. Es la primera vez en casi dos meses que me siento vivo, que una pequeña llama
de esperanza se enciende en mí. Permanezco durante dos horas fuera de la tienda donde trabaja,
pensando en cómo comenzar la conversación. Luego, cansado de estar de pie en el frío, decido ir
a la cafetería que se encuentra justo en frente, tomo asiento en una mesa detrás del vidrio, de modo
que tengo una imagen completa de la entrada del local y ordeno un café caliente que no deseo.
Pero me sucede algo extraño. Mientras más pienso menos se me ocurren explicaciones coherentes,
excusas plausibles, cualquier cosa que pueda justificar el hecho de que le he mentido durante todo
este tiempo. Algo que le permita aceptar mi naturaleza. A medida que el tiempo pasa noto que no
tengo nada que decir en mi defensa, absolutamente nada.
Soy un insensato, un hombre sanguinario como yo no tiene atenuantes. El vaso de café se ha
enfriado entre mis manos y mi corazón aún más. ¿Qué espero lograr? Anna finalmente ha pasado
página, no me necesita para continuar, de hecho, por el contrario, para poder comenzar
nuevamente de verdad necesita que yo esté lejos. Estoy seguro que esta ley de hielo con su familia
terminará, su padre no podrá resistir en eterno silencio sin ella. Anna volverá a ser parte del clan
Turturro, este es solo un paréntesis provisorio que terminará de la misma manera en que ha
comenzado. Un nudo me cierra la garganta e intento hacerlo pasar bebiendo un sorbo de café, pero
ya está frío y solo me da náuseas. Continúo sosteniendo el vaso entre mis manos mientras pienso
en lo que tengo que hacer, sin hallar el valor de hacerlo. Tengo que dejarla ir. Debo liberarme de
esta obsesión y liberarla también a ella. No puedo mantenerla encadenada así a mí. Tiene derecho
a una vida feliz, con alguien que la ame. Anna no pertenece a mi mundo, nunca podrá ser parte de
él, así como yo no pertenezco al suyo. Y, si tuviera que obligarla a aceptarme en su vida,
terminaría siendo infeliz, odiándome por haberla apartado de su familia y por hacer que se
convirtiera en la mujer de un hombre que mata para vivir. ¿Quién querría ser eso?
Nadie.
Las piernas parecen haberse vuelto de plomo cuando me pongo de pie. Me gustaría poder
retroceder dos meses la película de mi vida. En verdad, quisiera poder rebobinarla por completo.
No solo mi encuentro con Anna, sino toda mi existencia. Nací de un modo erróneo, fui criado en
un modo equivocado. Yo mismo estoy mal y no puedo arruinar a la persona más bella que he
encontrado. Si realmente amas a alguien, debes dejarlo ir. ¿Quién dijo una mierda? No lo sé, pero
tal vez es realmente cierto.
En verdad te amo Anna y por eso he comprendido que no puedo ser parte de tu vida.
Con los hombros curvados, abandonando el vaso de café frío sobre la mesa, me voy. Esta vez
para siempre.
Capítulo 23

Andrei

—Ronald no ha hecho más que preguntar por ti y estoy seguro que pronto vendrá de nuevo a
buscarte.
He aceptado ver a Mick frente al JKO Reservoir, en el Central Park. Encontrarme en medio de
tanta esta gente corriendo, paseando, simplemente viviendo y también enfrentar toda esta luz me
crea algunos problemas. Tal vez porque en las últimas semanas he vivido durmiendo poco de día y
pasando las noches insomne, vagando por las calles. Solo. Dando caza a gente de mierda y
asesinos como yo, por la única exigencia de desahogar toda la rabia que llevo dentro y de la que
soy responsable. Tengo un vacío en mi interior que intento colmar transformando en violencia y
descargándola contra quien pase toda la energía negativa que pesa sobre mis hombros. Y lo más
lindo es que, en lugar de sentirme mejor, me hundo cada vez más en mi abismo personal, un
lodazal del cual no consigo salir y que termina por ahogarme. Lo noto, pero no puedo hacer nada.
No quiero hacer nada.
Lo encontré sentado en una banca y me ubiqué junto a él. Mick es siempre el mismo, con sus
jeans sucios y su cara de drogadicto. Excepto que esta vez, cuando me ve frunce el ceño por la
preocupación. Si incluso alguien como él tuerce la nariz es porque estoy peor de lo que
imaginaba. He decidido que le concederé cinco minutos y luego me iré; estoy cada vez más
convencido de ello, especialmente después que dice que Ronald aún me está buscando. —Amigo,
¿hace cuánto no te rasuras? Pareces uno de esos santos que viven arriba de una columna o algo
así.
Toco mi barba. Sí, es cierto, hace semanas que no la corto. Pero no me apetece. A duras penas
me permito bañarme para no darme asco a mí mismo. Y lo mejor es que, incluso en este estado,
cuando por la noche estando en la calle encuentro alguna puta de esas locas que se excitan con los
psicópatas, quieren entregarse a mí gratis. No saben que allí abajo todo está muerto.
Completamente. Y cuando digo muerto no hay término medio. Si no pienso en Anna, que es la
única a quien deseo, un viejo de noventa años es más vital que yo. Trato de no pensar, por mi
salud mental. Solo que, por la noche, cuando la conciencia escapa a mi control, la sueño y es el
momento más bello. En los sueños siempre hay algo que me hace pensar que lo que he hecho no es
justo, aunque nunca puedo llegar a descubrir con precisión qué es. Solo siento que estoy tomado la
decisión equivocada, pero no sé por qué.
—Ya le he hecho llegar un mensaje a Ronald. Los Turturro deberán encontrarse a otro para el
trabajo sucio. —Mi voz está herrumbrada, hace tanto que no la uso. No estoy de humor para esto,
solo deseo volver a refugiarme a casa o moler a golpes al primero que encuentre. Aquí sigue
habiendo demasiada luz y demasiada gente. Ya no estoy habituado a las personas.
—Sabes que Ronald no se resignará tan fácilmente.
Le sonrío de un modo que hace que la expresión de su rostro cambie. —¿No tendrá tal vez
temor de que vaya por ahí contando sus secretos?
Mick se encoge de hombros. Ha comprendido exactamente lo que quiero decir. En nuestro
mundo, nadie se marcha así, dejando las cosas en suspenso. Dentro de una familia te quedas hasta
la muerte y también yo, aunque siempre me he mantenido independiente, no puedo negar que he
tenido un vínculo con los Turturro. —No, es que en este momento están un poco nerviosos.
Mick nunca dice cosas porque sí.
—¿Qué quiere decir nerviosos?
—Ha llegado un soplo que les robó la calma.
Ahora Mick ya no tiene su mirada fija en el lago ni en la gente que corre y pasea, sino que me
observa a mí y yo comprendo que se trate de lo que se trate, concierne a Anna.
—Alguien está siguiendo a Anna —dice arrojando la colilla al piso y aplastándola con la suela
de la bota. Estoy trastornado, no consigo comprender bien el sentido de lo que ha dicho. Pero el
desconcierto dura solo un segundo. Al instante siguiente siento frío.
—¿Quién? —Y mi pregunta suena como un ladrido feroz. Quienquiera que haya puesto los ojos
sobre Anna, aunque solo sea para seguirla, no terminará bien.
—¿Quién sabe? Desde que se fue de casa de su padre han puesto un par de hombres a seguirla,
con razón. Y bien, estos dos notaron que hay un tipo que la vigila.
—¿Quién mierda es?
Siento que la presión aumenta y el ojo sano late a su propio ritmo.
—Amigo, no te enfades, te lo estoy diciendo justamente porque creo que nadie mejor que tú es
capaz de desentrañar la situación. No tengo más información pero si quieres saber mi opinión,
alguien se está preparando para hacer una movida y, si te lo digo a ti, es porque tú eres el único
que realmente puede protegerla.
Mick se pone de pie. Enciende un cigarrillo. —Nos vemos. —Se va sin decir más, dejándome
con la sangre hirviendo en mis venas.

***

¿Qué rayos está sucediendo? ¿Qué diablos estoy haciendo? He dejado a Anna a merced de no
sé qué, solo para alejarme de ella y ponerme a salvo a mí, con el resultado de que ahora mismo
corre un gran peligro por culpa mía. ¿Dónde he tenido el cerebro hasta ahora? ¿Cómo he podido
pensar que excluirla de mi vida podría equivaler a no haberla hecho entrar nunca? Fui un
estúpido, me cegó el sufrimiento y creí que bastaba cerrar con ella para terminar con todo. Pero
mi mundo no funciona así. Debo volver a abrir esta partida, no importa si la herida que llevo
dentro continua sangrando por siempre. Tengo que volver a entrar en escena, esa misma escena de
la que me he escapado, y cerrar con esto a toda costa. Quienquiera que esté planeando hacerle
algo a Anna, lamentará el momento en que tan solo pensó que podría hacerlo.

***

Tuve que volver a seguirla. Solo Dios sabe cuánto me ha costado. No la veía hacía semanas,
pero tan pronto como posé nuevamente mi mirada sobre ella, mi corazón volvió a sangrar, como si
nunca hubiese dejado de hacerlo. Ella está consumida y tiene el rostro triste. Su mirada está fija en
la calle, parece no importarle nada ni nadie. Nunca dejaré de amar a Anna, ni siquiera cuando esté
con otro, ni siquiera cuando lleve en su vientre el hijo de otro, ni mucho menos cuando esté bajo
tierra. Yo la amaré para siempre, en vida y más allá de ella, este es mi destino. Y lo entiendo
ahora, mientras la veo entrar en su departamento en este infame vecindario, cerrando a sus
espaldas una puerta que incluso un niño podría abrir. La vigilo de lejos. No puedo correr el riesgo
de que me vea. Ya la he desilusionado dos veces, la segunda de las cuales abandonándola
mientras me esperaba. Creo que si me viera de nuevo, lo primero que intentaría hacer sería
sacarme el único ojo que me queda y me lo merecería.
De modo que debo contentarme con seguirla de lejos. No es un trabajo pesado, no para mí. La
única consecuencia que temo es que mientras más cerca esté de ella, aunque mantenga la distancia,
más me enamoraré.
Como ahora. Son las cinco de la tarde y acaba de salir del supermercado en el que trabaja. Hoy
lleva un sombrero rosa que le cubre bien la cabeza y una bufanda del mismo color. Mi Anna no
renuncia al color, aunque hace un frío de perros, aunque tiene la muerte en el corazón. De
inmediato voy tras ella, las manos bien hundidas en los bolsillos del abrigo, el cuello alzado para
combatir este frío gélido que se mete en los huesos. Hace una parada en Duane Reade. Yo la
espero fuera, no hay necesidad de que entre para tenerla bajo control. Me coloco del otro lado de
la calle y la observo mientras da vueltas en los pasillos. Toma algunos productos, lee sus
etiquetas, luego los posa nuevamente en los estantes y toma otros. Hace la fila y pide en el el
mostrador las drogas que necesita. Sale minutos después con una bolsa en la mano. No sé qué ha
comprado, no está dicho que sean fármacos pero me ensombrezco un poco. Continúo siguiéndola.
Llegamos a casa de algún modo, entre yo que mantengo los ojos abiertos y ella que sin saberlo
camina entre la gente. No sé si estaría más furiosa si supiera que alguien tiene pésimas intenciones
la mantiene vigilada o que yo estoy tras ella para evitar que se concreten.
Entra en el portón y cierra esa ridícula cerradura a sus espaldas. No me iré hasta que no vea su
ventana iluminarse. Ha llegado a casa y estoy bastante seguro de que no saldrá esta noche. Incluso
podría irme.
Pero no lo hago, no puedo.
¿Y si alguien llamara a su puerta? ¿Y si ella le abriera? ¿Y si no abriera pero la puerta de su
casa fuera tan resistente como el portón, es decir para nada resistente, y bastase solo golpearla
con el hombro para echarla abajo? ¿Cómo hago para irme a casa tranquilo ahora que sé que Anna
está en la mira de alguien?
Simplemente no puedo. No puedo hacerlo. Echo un vistazo a mí alrededor. Los hombres de su
padre están en un coche del otro lado de la calle. Son reconocibles a media milla. Ponen el
vehículo en movimiento y se van, deben haber terminado por hoy, volverán a vigilarla en la
mañana.
No puedo pasar la noche aquí, debajo de su casa, y seguirla de día. También yo debo dormir, al
menos unas cuantas horas. Pocas, me digo. Pero no en casa. Iré a buscar el auto, estacionaré aquí
debajo y luego me concederé algunas horas de sueño. Me despertaré de vez en cuando para
comprobar que todo esté bien. Sé que esta táctica es absurda y que no puede ser una solución,
pero no quiero pensar en mañana, solo quiero pensar en hoy. Y hoy no me siento capaz de dejar a
Anna sola.
Capítulo 24

Anna

La doctora Wang me ha dicho que necesito tomar ácido fólico. Dice que no es un gran gasto,
por fortuna, y tan pronto como lo escucho dejo escapar un suspiro de alivio. Quiero ofrecerle lo
mejor a mi hijo, siempre, y lo mejor en este momento es mi ginecóloga de confianza desde que
tengo dieciséis años. La primera vez acudí con mi madre, fue ella quien nos trajo a Rose y a mí.
Desde ese momento solo la he visto a ella. He ahorrado dinero, he pedido la cita y me he dirigido
a su consultorio como tantas otras veces en el pasado. Pero esta vez era diferente. Esta vez en el
vecindario me sentía una intrusa y no porque todos me miraran. Tengo aún mis pantalones Armani
y un abrigo Gucci entre mis activos, residuos de mi vida anterior. Pero no fue por esta razón. Era
yo la que me sentía diferente, como si ya no estuviera en la misma sintonía con las personas que
me cruzaba por la calle. En pocas palabras, era como una extraña en los sitios en los que siempre
había frecuentado. Cuando la doctora Wang insertó una sonda en mi cuerpo para verificar que todo
fuera bien, me sobresalté y me sentí en la cúspide de la felicidad y de la tristeza al mismo tiempo.
Seré madre. Pero mi bebé no conocerá nunca a su padre. ¿Uno puede sentirse feliz y abatido al
mismo tiempo? Yo lo he experimentado. Hoy. Por una parte hubiese querido llorar, por la otra
hubiese deseado abrazar a alguien, al sentir tanta alegría. Hubiese necesitado una mano que
sostener. No una mano cualquiera, la mano fuerte y cálida del padre de mi hijo.
Durante el resto del día trabajé con la mente alborotada. No he hecho más que pensar en mi
niño, en cómo será criarlo sola. Pero antes de eso me he preguntado a quién se parecerá, me he
esforzado por imaginar qué rostro tendrá e inevitablemente he pensado una vez más en Andrei.
Cuando salí del trabajo he pasado por Duande Reade, he comprado todo lo que la doctora me
prescribió y he salido con mi linda bolsita y la muerte en el corazón. Estoy sola en esta aventura
que me cambiará la vida y mientras antes lo comprenda, mejor será para mí.
Capítulo 25

Anna

No me siento para nada bien, creo que estoy por vomitar. Me detengo en la esquina y dejo caer
mi mano en una farola para sostenerme. A continuación vacío mi estómago. Todo. Hay poco
porque no consigo comer demasiado, pero ese poco termina sobre la acera en un charco ácido. Me
enderezo con dificultad y miro a mí alrededor. Parece que no hay nadie por aquí. No es que pueda
importarme mucho, mal como me siento. Tapo mi boca con un pañuelo, pero el sabor ácido resulta
insoportable.
A veces pienso que me volveré tan gorda que nunca más podré volver a bailar. Mi cuerpo no
regresará a ser como antes, ya nada será como antes. Y sin embargo, en un cierto punto no me
importa, de todos modos la única persona para la cual me interesaría verme bella, ha
desaparecido de mi vida. Debería querer sentirme bella para mí misma, por mí misma, pero de
momento esta perspectiva parece tan lejana que ni siquiera la veo. Es como si el mundo que una
vez vi en colores, ahora pudiera ser solo en blanco y negro. Me enderezo y continúo caminando,
solo deseo volver a casa, quitarme los zapatos y meterme en la cama olvidando todo lo que se me
permita olvidar.
—¿Anna Turturro?
¿Quién me llama? Un escalofrío se cuela bajo el abrigo hasta llegar a mi piel. Es la voz de un
hombre desconocido. Me giro y en la calle completamente desierta veo a dos tipos. No los
conozco y no me parecen nada amigables. Ambos tienen las manos metidas en los bolsillos, a la
altura del vientre y algo me dice que están empuñando pistolas. Desafortunadamente no hay nadie
en la zona, deben haber escogido bien el momento.
—¿Quién sois? —me sale un sonido estrangulado, lamento. Pero no puedo hacer nada. El temor
es el temor.
—Debes venir con nosotros.
Siento una pizca de coraje o inconciencia apareciendo quién sabe de dónde. —¿Os manda mi
padre? Porque si es así podéis decirle que…
—No somos hombres de Turturro.
Esas son malas noticias. Me congelan. La arrogancia se desvanece y las piernas se me aflojan.
Si no son hombres de mi padre, perfectamente pueden estar aquí para hacerme daño. No todos son
amigos en Manhattan y yo ahora soy una oveja sin pastor. No me encuentro bajo la protección de
nadie, estoy a merced de mí misma y la única ayuda que puedo esperar es la que proviene de mis
propias fuerzas. Para no perder la ventaja, retrocedo mientras ellos avanzan.
—Nuestro jefe es Salvatore Mancuso —dice uno de ellos lentamente.
Este nombre, que había olvidado completamente, me hiela la sangre. Pero el hecho de que lo
haya olvidado no quiere decir que el sujeto simplemente haya desaparecido en la nada. No tengo
tiempo de reflexionar porque uno de los dos quita su mano del bolsillo revelando lo que yo había
sospechado. El cañón de una pistola se destaca brillante y negro apuntando en mi dirección.
—El señor Mancuso te invita a su casa.
Paso saliva con dificultad. Parece que no tienen intenciones de lastimarme, al menos no de
inmediato, pero si no hago lo que ellos quieren, estos hombres no dudarán en usar la fuerza. He
enmudecido por el miedo. No hay nadie en esta calle, nadie vendrá en mi auxilio, nadie me
ayudará. El desaliento se apodera de mi corazón. Estoy sola, completamente sola a merced de los
acontecimientos y no tengo fuerzas para oponerme a lo que me está sucediendo.
Una figura sale de las sombras, de repente, grande, imponente, amenazadora. Verla me deja sin
aliento.
Andrei. Mi corazón por poco se detiene. Se recorta inmenso contra el tenue haz de luz de la
farola y mi corazón vacila.
El alivio es inmediato como un rayo, un relámpago que atraviesa el cielo e igual de inmediato
es el recuerdo de por qué todo esto está mal. Andrei es un monstruo sin corazón que ya no
representa nada para mí.
Como si no bastara, yo no soy nada para Andrei, me ha abandonado dos veces. Me engañó, me
usó, traicionó mi confianza. ¿Cómo puede mi corazón seguir latiendo por este maldito bastardo?
—¿Qué haces aquí? —me dirijo a él rabiosa, olvidando por un instante que una pistola me
apunta. No la he olvidado, solo la he hecho a un lado porque ver a Andrei me turba más que un
arma apuntando hacia mí. Su presencia hace que tiemble el suelo bajo mis pies, a pesar de que no
quisiera que esto fuera así. Debería odiarlo. Debería.
—Te vigilo —responde con franqueza, como si fuera algo normal, como si no nos
encontráramos ambos en peligro. Toda su insoportable calma sale a la luz y me hace enfurecer.
—Tienes que mantenerte lejos mío —respondo fría. Su arrogancia y su indiferencia me hacen
enfurecer. —Por lo que parece me necesitas —dice fulminándome con la mirada. Luego se dirige
directamente a esos dos, que han asistido en silencio a nuestra disputa. —Ella no va a ninguna
parte, está conmigo. —Tendría deseos de decir ¡y una mierda que estoy contigo! Pero no me
parece apropiado centrarme en detalles menores; si Andrei consigue hacer que estos dos
desaparezcan, luego podría ocuparme de él. No sabría cómo, considerando que su cuerpo es el
doble de grande que el mío, pero ahora mismo no puedo pensar porque tengo la impresión de que
estos dos no se irán tan fácilmente.
—¿Y tú quién rayos eres?
En ese punto, uno de los dos se dirige al otro respondiéndole: —¿No lo reconoces? Es el
liquidador de los Turturro. Frío.
Una sonrisa maliciosa aparece en el imperturbable rostro de quien había hecho la pregunta.
—Hemos cogido a dos de una sola movida —Toma mi brazo y me tira hacia él. —Ahora Frío
de mierda, ven con nosotros. Salvatore Mancuso estará muy contento con la sorpresa que le
llevaremos.
Miro en dirección a Andrei, espero que saque una pistola o un cuchillo, que luche, que actúe de
algún modo, pero él no hace nada. Se deja capturar, amarrar sus muñecas delante suyo y arrastrar
hacia un furgón con la pintura descascarada. A mí me reservan el mismo trato y, cuando me
empujan dentro de la cabina, termino prácticamente encima suyo. Amortigua mi caída. Me
encuentro sobre él e intento inmediatamente recuperar el equilibrio. Me alejo lo estrictamente
necesario para que nuestros cuerpos no entren en contacto. No quiero estar cerca de Andrei, pero
lo que podría suceder me causa un temor casi imposible de controlar.
—Verdaderamente una presencia decisiva la tuya —le digo irónica para enmascarar el terror.
—No quiero ponerte en peligro —responde mientras cierran las puertas.
—¿Qué quieren de mí? —No consigo contener una nota de temor en la voz mientras el utilitario
comienza a moverse. —Los Mancuso son una familia emergente de New York, aliada de tu padre.
—Estos dos no me parece que estén en modalidad aliada.
—Tu padre habrá incumplido algún trato y tú eres la moneda de cambio para hacerle pagar por
ello. —Se me hiela la sangre en las venas. ¿Realmente puede ser eso? Sí es cierto, estoy jodida.
—No puedo imaginar qué...
—No te preocupes, lo sabremos tan pronto como lleguemos. —Miro hacia abajo, al piso del
vehículo, para evitar cruzar su mirada. Encerrada aquí siento que me ahogo, las náuseas aumentan,
podría vomitar de un momento a otro.
—¿Cómo te sientes?
Levanto la cabeza de golpe. —¿Qué?
—He visto que has vomitado y el otro día has entrado en la farmacia.
La rabia crece tan de prisa dentro de mí que oscurece el mínimo de lucidez que me quedaba. —
No te atrevas a jugar conmigo. Tú me has abandonado Andrei, me has dejado sola. No me hagas
creer que te importa algo de mí ahora, porque no puedo aceptarlo. No sé por qué motivo
terminaste aquí dentro conmigo o por qué me estabas siguiendo, pero tienes que saber que yo no te
quiero, tú nunca volverás a ser parte de mi vida.
Mis palabras parecen herirlo, al menos tanto como me hieren a mí. No debería importarme leer
un millar de sentimientos en su rostro, no debería ser problema mío. Y sin embargo, cuando el
furgón se detiene me parece que, por enésima vez, mi corazón se rompe en mil pedazos.
Capítulo 26

Andrei

Con Mancuso no hemos tenido nunca ningún problema, al menos hasta hoy. Mientras sus dos
lacayos nos hacen bajar del furgón, admiro el ingreso principal de la residencia de Salvatore, una
mezcla de plantas trepadoras y muros desnudos. Anna es empujada y termina encima de mí otra
vez. No que me disguste sentir su cuerpo sobre el mío, pero no quiero que se le falte el respeto.
Incinero con la mirada al tipo que le ha hecho perder el equilibrio mientras trato de detener su
caída. Ella se libera de mi torpe intento.
—Pon atención, si no quieres tragarte uno a uno tus dedos cuando todo esto termine. —El
hombre me mira con una luz diferente en sus ojos. Miedo. Lo reconozco porque lo he visto muchas
veces, así como él reconoce que soy perfectamente capaz de hacer lo que prometo. Literalmente.
Quisiera poder decirle a Anna que dentro de poco estaremos fuera de aquí, que la apartaré del
peligro, pero noto que mis palabras son solo promesas inútiles. Ya la he abandonado y la he
desilusionado dos veces, ¿de qué serviría hablar y por qué debería creerme? Lo único que puedo
hacer es sacarla de este desastre, como mínimo.
Todo es más rápido de lo que podría haber imaginado. Salvatore Mancuso nos está esperando
en la sala de estar de su casa, a donde los caños de las pistolas que apuntan a nuestras espaldas
nos empujan. Las casas de los ricos mafiosos son todas iguales, todas están llenas de pinturas en
las paredes y tienen alfombras en los pisos. Son monótonos estos mafiosos, especialmente los de
origen italiano. Se sienten señores refinados pero al fin de cuentas no son menos delincuentes que
yo.
Es el dueño de casa el que es ligeramente diferente al clásico jefe. En primer lugar, no es un
anciano. Salvatore Mancuso tendrá unos cuarenta años, aproximadamente, y un físico ágil y
rápido. Tan pronto como nos ve, se pone de pie. Es alto e inmediatamente calculo que en un
cuerpo a cuerpo yo tendría la mejor parte, porque soy mucho más macizo que él. Pero debe ser un
tipo rápido y de seguro no está desarmado. No lleva el cabello corto y ordenado, sino largo hasta
los hombros. Además tiene una barba puntiaguda que resulta casi diabólica. —Esperaba solo un
invitado pero han llegado dos. Admito que a uno de ellos pensé que jamás lo vería, sino en mi
última hora. Bienvenida Anna Turturro y bienvenido Frío.
Sonríe como un ave de rapiña. Permanezco en silencio, sé que hacer preguntas no servirá, será
él quien nos dirá lo que quiera y cuando quiera. —Quitadles esas odiosas ataduras a Anna
Turturro, no se trata así a una señora.
Los lacayos obedecen con prontitud. —A Javorov dejadlo maniatado, sería capaz de cosas que
se ven solo en las películas y por el momento aprecio todos los trozos de mi cuerpo. —No sabe
qué tan cierto es lo que dice.
Lo admite sin rastro de temor en su voz. Es un hombre que sabe leer las situaciones, aunque eso
no quita que yo sea incapaz de perdonarle que haya hecho secuestrar a Anna.
—Anna, mi querida, bienvenida a casa.
Mancuso da un paso hacia delante, Anna uno hacia atrás y yo uno en su dirección. Mancuso me
mira y luego se dirige a sus hombres. —Vigiladlo. No quisiera que me arrancara una oreja
mientras estoy pronunciando mi propuesta de matrimonio.
Se me erizan todos los pelos de la nunca mientras soy arrastrado hacia el ángulo opuesto del
salón.
—Tu padre había hecho un acuerdo conmigo, pero no lo ha honrado. Le he pedido
explicaciones y me respondió que habías desaparecido, pero como ves, yo te he encontrado muy
fácilmente. Realmente tomó muy poco. Entonces pensé que el viejo Joe solo estaba tratando de
romper nuestro acuerdo, por eso he ido directamente a la fuente, que eres tú, espléndida flor. Debo
decir que no te ves tan bien como recordaba, pero bastará un poco de sana vida conyugal para
devolver el color a tus mejillas.
Las palabras de Mancuso hacen que me hierva la sangre en las venas. Está pensando cosas de
Anna por las cuales debería hacerle un lavaje gástrico con ácido, como mínimo. Anna alza la
barbilla y le hace frente, como si no tuviera ningún temor. Pero yo la conozco y sé que por dentro
está temblando, mientras yo mismo tiemblo por la rabia de no poder hacer nada por ella en este
momento.
—Mi padre no tiene nada que ver, soy yo la que he dejado a mi familia y ahora vivo sola. Ya
no soy una moneda de cambio de los Turturro. Solo llevo su apellido. Eso es todo.
Él ríe de su ingenuidad, como si hubiese escuchado un buen chiste. —Pero tú eres una Turturro
mi querida y lo serás para siempre. Aunque una vez que nos casemos, Mancuso será tu apellido.
—La furia me enceguece y por un momento pienso que podría explotarme el cerebro de la rabia.
¿Casarse? ¿Anna casarse con Mancuso? ¿Pero qué carajo dice este hombre? Intento adelantarme
pero los dos lacayos me sostienen.
—¿Qué coño está diciendo? —ladro en mi rincón. Ambos se giran hacia mí y es Anna la que
me incinera con la mirada. —Andrei calla, mi vida privada no es asunto tuyo hace tiempo. —
Quedo en silencio, aguardando con la boca abierta y el corazón hinchado por la rabia. Anna
levanta la barbilla y orgullosa hace frente a este hombre que debe tener más homicidios a sus
espaldas que trajes en el armario. —Lo que estás diciendo es absurdo. No puedo casarme contigo
por una razón muy simple.
—¡No me digas que es por él! —Ahora hablan de mí como si no estuviera presente. Anna se da
la vuelta antes de responder, como si necesitara mirarme para aclararse las ideas. Tiene un aire
triste, aire de quien sufre. —No quiero que esté aquí, llévenselo a otro sitio —responde solamente
y algo que tengo en el pecho se precipita a mis pies.
—A la trampilla —ordena expeditivo Mancuso y los suyos obedecen, escoltándome fuera de la
casa.
Oscuridad total. Mi cerebro se apaga por un largo, larguísimo instante antes de reactivarse y
comprender qué es exactamente lo que Anna acaba de decir. No me quiere con ella mientras
enfrenta a ese hombre. Ella prefiere estar sola frente al peligro antes que en la misma habitación
conmigo. Me conducen hasta el centro del jardín donde, debajo una capa de hojas, se entrevé el
picaporte que abre una trampilla. Debe ser un escondite subterráneo.
Trabajé todo el tiempo en la cuerda que sujeta mis muñecas y logré liberarme sin llamar la
atención. Estos dos tontos penden de los labios de su jefe y escuchan sus cuentos de hadas en lugar
de vigilarme a mí. Extiendo los brazos de improviso, tomo sus cabezas y hago que se golpeen una
contra la otra. Suenan como dos cocos que chocan entre sí. Es todo muy rápido y los dos caen al
suelo como marionetas. Miro rápidamente a mí alrededor, no parece haber nadie en la zona.
Devoro la distancia que me separa de la casa, entro nuevamente en la sala y encuentro a
Mancuso y a Anna volviéndose hacía mí, mirándome estupefactos.
—Veo que has estado ocupado, Javorov, pero no era necesario. Regresáis a casa, ambos.
Estoy confundido. ¿Así? ¿De repente? ¿Qué rayos puede haber pasado en el minuto en que
estuve ausente? ¿No hablaba de matrimonio? Me perdí algo decisivo, porque llegamos aquí como
rehenes y nos estamos marchando como invitados. Mancuso saluda a Anna besándole la mano de
un modo que hace que mis tripas se retuerzan, luego se dirige a mí. —Espero que mis hombres
solo estén aturdidos, de lo contrario iré a buscarte y deberé cortarte un dedo como resarcimiento
por el daño causado.
Anna me mira con desprecio mientras se dirige hacia la puerta. Ha rechazado el coche que
Mancuso quería poner a su disposición para que regresara a casa. No sé hasta dónde pretende
caminar, solo sé que lo haré con ella. Salimos de la propiedad, ella delante y yo detrás, a un par
de metros de distancia.
Hay un buen trecho de carretera estatal, oscura y peligrosa, antes de dar con la parte habitada.
Anna procede como si no le importara en lo más mínimo si yo la sigo o no. Pero no puedo
permitirlo. Aún no puedo comprender qué fue lo que sucedió y no tengo intenciones de
permanecer en este estado por mucho más.
La alcanzo y la cojo por un brazo, obligándola a detenerse.
—¿Qué quería? —Me gustaría contenerme, ser civilizado, pero no puedo. La cabeza está por
explotarme. Debo saber qué fue lo que convenció a ese hombre a dejarla ir. No es su aspecto
cansado y demacrado, debe tratarse de algo que ella le ha dicho, algo que tuvo el poder de hacerle
cambiar de idea en el curso de pocos minutos.
—¿No lo has escuchado? Casarse conmigo. —Responde con fuego en los ojos, como si me
odiara. —Lo sabía desde hace tiempo, cuando aún nosotros estábamos juntos —.Se muerde el
labio, el único signo de debilidad.
—¿Por qué no me lo dijiste? —prácticamente grito.
—Lo habrías hecho pedazos —responde y sé que tiene razón.
—¿Por qué te dejó ir? ¿Qué le ha hecho cambiar de parecer?
—No son asuntos tuyos —me responde con mirada desafiante.
—Anna —le advierto severamente. No deseo jugar, no después de lo que hemos pasado. Se
acerca a mí pegando su cuerpo al mío y despertándolo por completo. Es una movida desleal y me
toma por sorpresa, no siento su carne contra la mía desde hace mucho, mucho tiempo. Todo se
despierta, cada centímetro de mi piel parece inflamarse bajo la ropa. Mi polla se despierta
prepotente. Pero sus ojos fríos y sus palabras no tienen nada que ver con lo que me hace su
cuerpo. Sus palabras son cortantes y destilan veneno, armas listas para herirme a muerte. —¿Qué
pasa? ¿Si no te lo digo me romperás un brazo o me cortarás la lengua? ¿Como haces con quien
torturas?
Es un golpe bajo y me lo merezco. —Sabes que nunca te haría daño —consigo decir casi con la
voz estrangulada y es la verdad. Anna es la única persona por la que experimento sentimientos, la
única capaz de encender un interruptor que llevo dentro y que parece estar conectado directamente
a mi corazón. Ella es la única que existe para mí.
—Y sin embargo, me lo has hecho. —Sus palabras, en el bosque, en medio del silencio,
resuenan en toda su triste verdad. Y ya no están llenas de hastío sino de dolor, gotean el dolor que
yo mismo le he causado mintiéndole sobre mi vida y abandonándola. No le habré hecho mal
físicamente, pero la he destruido en todos los demás ámbitos. En este momento ya no me importa
por qué Mancuso la dejó ir, no me importa lo que soy, no me importa ser lo peor para ella. Solo sé
que la quiero y que no puedo volver a perderla. Si deseo hacer algo bueno por mi vida, una sola
cosa buena, debo decirle a Anna lo que siento por ella, debo luchar por ella, por nuestra felicidad.
Al menos intentarlo antes de rendirme. Tengo que tener el valor de ser lo que soy y ofrecérselo a
esta mujer que esta frente a mí. No más máscaras, no más disfraces, no más de intentar ser algo
diferente.
Mis piernas se doblan, caigo de rodillas frente a ella. —Lo sé, pero solo porque no quería
herirte más. Yo soy lo peor que pudo haberte pasado —He ahí todo resumido en pocas palabras.
Lo peor que te podría pasar, mi declaración de amor es esta. ¿Cómo abres tu corazón a lo peor?
—¿Por qué creíste que podías decidir por los dos? —me presiona. Y finalmente oigo en su voz
un dolor que es mejor que la apatía y el control.
—Porque soy un monstruo y tú no podías haber querido un monstruo junto a ti. Fui egoísta. Soy
egoísta, pero te lo suplico dame otra oportunidad, dame la posibilidad de amarte.
—Las cosas han cambiado, Andrei. —Su voz es débil. Levanto la cabeza y veo su rostro
pálido y exhausto. En su cara hay decenas de matices de sentimientos que no puedo reconocer.
Me sobrepasa ahora, física y moralmente. Estoy de rodillas frente a ella con el cuerpo y con el
alma.
—Ahora todo será más complicado, será exactamente el doble de complicado.
—¿Por qué? —pregunto con la garganta completamente seca.
—Porque ahora ya no estoy sola.
Si no estuviera de rodillas habría caído en este preciso instante. —¿Qué quieres decir?
—¿Sabes por qué Mancuso no me quiso?
Me mira desde lo alto con esos ojos verde bosque de los que me he enamorado. Y lo hace en
una manera en que nunca antes lo ha hecho. Parece que no ha quedado nada de la chica que fue,
parece diferente, parece una mujer que ya no teme a nada, porque tiene algo verdaderamente
importante por lo que luchar. Y ese algo no soy yo.
—No puedo seguir siendo una moneda de cambio porque estoy esperando un hijo, de otro
hombre, un hombre que me ha engañado, que no me quiere y que me ha abandonado.
Instintivamente miro su vientre que está a la altura de mi rostro. Tiene su abrigo abotonado, lo
abro con dedos temblorosos y que de repente parecen haberse vuelto increíblemente torpes. Fallo
en el intento. Estas manos, que saben ser implacables con quien deben matar, no pueden funcionar
para hacer que dos simples botones salgan de los ojales. Cuando finalmente lo consigo, no veo
nada. Anna sigue delgada, más delgada que la última vez que la vi.
Un hijo. Anna y yo tendremos un hijo. No puedo creerlo.
Sus palabras calan hondo en mí. No puedo asimilarlas sin sentirme completamente vacío.
Repentinamente uno todo: el malestar, las paradas en la farmacia, su palidez.
—No te he abandonado, siempre estuviste en mi corazón, en el primer sitio, frente a todo y
todos. Levanto los ojos hacia la mujer que ha cambiado mi vida: no puedo creerlo, seré padre.
Capítulo 27

Anna

De nuevo ya casi es Navidad.


Andrei detiene el motor del Jeep frente a casa de mis padres y se gira para mirarme.
Deberíamos bajar pero su mirada me clava en mi lugar, así como él permanece quieto en el suyo.
Se inclina lentamente hacia mí, abre su palma grande y cálida sobre mi vientre, que ahora se ha
vuelto gigante, y roza mis labios con los suyos. Yo lo sorprendo traidoramente. Me quedo quieta
hasta último momento y luego abro la boca y le meto la lengua para un beso que no puede dejarlo
indiferente. Y tampoco me deja indiferente a mí. Tomo su nuca con ambas manos y lo devoro,
dejando que él a su vez haga lo mismo. Nadie tiene más hambre de sexo que una mujer
embarazada cuando casi todos los malestares han pasado.
—Anna... —lo escucho gemir contra mis labios. Pronuncia mi nombre con una mezcla de deseo
y súplica.
—Lo deseo —respondo, y es la verdad. Él no dice nada y me devuelve el beso. Desde que
estoy en cinta tenemos sexo todos los días, nunca me parece suficiente y Andrei me complace sin
pestañear.
Yo le digo que aproveche ahora, porque cuando nazca la niña tendré menos tiempo y energías,
pero dentro de mí sé que siempre lo querré. La atracción que Andrei ejerce sobre mí es algo que
no puedo controlar, un sentimiento que se hunde sus raíces en lo profundo de mi alma y me devora.
Gimo contra sus labios. Es hora de bajar. Andrei rodea el coche y me ayuda. Me ofrece su
brazo porque la calle está cubierta de nieve, pero estoy segura de que lo haría de todos modos si
fuera primavera. Viene a abrirnos Rose, que me abraza de inmediato aunque mi vientre le impide
rodearme bien. En casa de mis padres siempre está todo igual. En el salón Marita coloca el puntal
al árbol de Navidad, mientras mamá le da indicaciones acerca de cómo hacerlo. Todo es
exactamente igual al año pasado. Solo que el año pasado mi corazón estaba vacío y, por el
contrario, esta Navidad está repleta de alegría, amor, proyectos y perspectivas a futuro. No todo
fue simple, por el contrario, hubo momentos tremendamente complicados y dolorosos. Pero nada
se alcanza sin sacrificio, tampoco el amor.
Encontré al hombre de mi vida.
Me enamoré de él.
Descubrí que hacía cosas terribles.
Intenté dejar de amarlo.
No pude hacerlo.
Me rendí ante mis sentimientos.
Mi familia tuvo que aceptar a Andrei. Ese fue el trato para continuar teniendo relaciones
conmigo. O ambos o ninguno. Mis padres no están contentos con mi elección pero no tuvieron
alternativas. No nos vemos mucho pero he comprendido y aceptado que no debemos hacerlo a la
fuerza y que el pasado tiene demasiadas facturas que nunca podrán ser saldadas. A pesar de que
Andrei me acompañe, por amor a mí, no podrá olvidar que Ronald ha intentado separarnos
llevándome a sus espaldas allí a donde él estaba matando a golpes a un hombre. De seguro tarde o
temprano yo habría descubierto la verdad, pero comprendo que Andrei no experimente
precisamente una gran simpatía por el novio de mi hermana y que cuando lo vea sienta la tentación
de molerlo a golpes. Pero se contiene. Por mí.
Del mismo modo, nunca podrá olvidar que mi padre hubiese querido que me casara con
Salvatore Mancuso. Pero también esa es una historia ya archivada y agradezco al cielo que no se
haya derramado sangre por mi causa.
Andrei me acompaña porque son las últimas semanas del embarazo y no me deja dar un paso
sola; dentro de unos días será Navidad y he venido para intercambiar regalos y los buenos
augurios con mi familia.
Me he mudado a casa de Andrei, que ahora se convertido en nuestra casa, pero puse como
condición amueblar el primer piso. Hemos decidido que abriré mi propia escuela de danza, estará
en el tercer piso. Mi padre aún no lo sabe, pero no hay necesidad de que se lo diga precisamente
hoy, ya será difícil hacerle digerir la presencia de Andrei y mi vientre, al que realmente no ve con
buenos ojos. Tal vez continua pensando en cuán útil hubiese sido cederme a Mancuso y en lo
humillado que estaba cuando descubrió mi embarazo.
—¿Dónde está papá? —pregunto a mi hermana.
Se encoge de hombres. —Salió con Ronald, tenían una reunión.
—¿En la semana de Navidad? —pregunto asombrada. Al mismo tiempo me siento aliviada. Por
más que yo me empeñe, no es fácil borrar algunas cicatrices y otras creo que nunca se desvanecen
del todo.
—Sabes que para nuestra familia los negocios siempre vienen primero —comenta mi madre
colgando las últimas bolas en el árbol.
—Hemos venido para desearles felicidades y a dejar estos. Andrei tiene en la mano una bolsa
llena de regalos que deposita en el suelo tan pronto como termino de hablar. Beso a mi madre, a
mi hermana y a Marita, intercambiamos pocas palabras y de inmediato siento la obligación de
irme.
Rose me acompaña a la puerta y me aparta un poco. —¿Cómo haces?
—¿Qué cosa?
—¡Estar con ese hombre sabiendo lo que hace! ¿Cómo haces para acostarte con él en la noche
pensando que ha asesinado personas antes de meterse bajo las cobijas contigo? —Me mira como
si estuviese loca, como si fuese alguien que debería estar encerrada en un manicomio.
Comprendo su preocupación pero no tengo intenciones de darle explicaciones a mi hermana
sobre esto, que es un asunto muy privado. Ahora las cosas son diferentes. Ahora que la vida de
Andrei está llena del amor que siente por mí y por nuestra niña, ha cambiado. No se ha vuelto un
buen hombre, no puedo decir eso, pero selecciona los trabajos que quiere aceptar y rechaza los
que no quiere llevar a cabo. Lo hace según su propia moral y yo no intento cambiarlo o interferir
en sus decisiones. Por otra parte, yo también formo parte de este mundo oscuro y no crecí en una
familia de santos. Solamente sé que nuestra niña y yo somos la familia que nunca tuvo. Esto
influencia sus elecciones y atempera esa oscuridad que vive en él. No puedo cambiar el pasado,
lo que ha sido y lo que ha hecho, pero sé que ya no necesita lastimar para sentirse vivo. Para
sentirse vivo le basta regresar a casa con nosotras, cada noche.
—¿Y tú cómo haces para hacer lo mismo con Ronald?
Rose me mira y frunce el ceño. El tema no debe ser de sus preferidos. —Ronald se ocupa
principalmente de los negocios de su familia y además…
—¿Además qué?
—Hace tiempo las cosas entre nosotros se han enfriado —confiesa mirando en todas las
direcciones excepto a mis ojos.
—¿Qué quiere decir?
—Que tenemos una crisis pasajera, pero nada que no podamos resolver. —Sus palabras son
rápidas, frías y distantes, así como sus ojos. Ni ella las cree.
—En definitiva, ¿ese hombre no te hace temblar?
Me giro hacia Andrei que está a pocos pasos de distancia. Aguarda una seña mía para venir a
buscarme. Comprendió que necesito algo de privacidad pero no tiene intenciones de dejarme
caminar sola en la nieve.
—Sí lo hace, pero no en el sentido que tú piensas. —Los escalofríos que me hace sentir Andrei
son escalofríos de deseo. Mi corazón se desborda de amor por él.
—Feliz Navidad Anna.
—Feliz Navidad, Rose.
Nos abrazamos y pocos instantes después siento la presencia de Andrei a mis espaldas. Es hora
de regresar a casa.
Epílogo

Tan pronto como lloro, alguien viene y yo soy feliz cuando los veo. A veces siento un olor rico,
a leche, y una voz melodiosa que me tranquiliza. A veces oigo una voz profunda y un abrazo fuerte
y cálido me envuelve. No importa quién de los dos sea, basta que me cojan de mi cuna y me metan
a la cama con ellos. La sensación más linda es cuando ambos están junto a mí. La voz profunda y
la mano cálida de un lado, la voz melodiosa y la dulce leche y el perfume del otro. Cuando me
encuentro en medio de ellos me siento segura y dejo de llorar.
Y luego está la música, la música siempre suena.
—Andrei, ¿te ocupas tú por favor? Tengo clase a las cinco y voy retrasada.
—No te preocupes.
Ahora ambos están frente a mí. ¡Alzadme! ¿Qué hacen? Se abrazan y se besan. Intento llamar su
atención. Se giran y me miran sorprendidos. Luego ella se cerca. Es olor del bueno. Me besa y se
va.
Él se queda. Me alza y me abraza y yo de inmediato dejo de llorar.
Agradecimientos

Un agradecimiento muy especial va como siempre a mis lectoras, a vosotras que me seguís y me apoyáis, sois mi fuerza y mi
entusiasmo. Como siempre, adoro escuchar vuestras opiniones e impresiones, podéis contactaros conmigo en redes sociales o vía
mail a [email protected]

Un gran abrazo

Gwendolen H.
Gwendolen Hope es una autora italiana de bestsellers de género romántico erótico destinados a lectoras adultas. Ha publicado
más de veinte títulos –entre ellos “Solo Mía”, “Salvaje”, “Leo Morris”, “Andrew” “Un hombre peligroso”, “Dame un motivo” y
muchos otros– algunos de los cuales han sido traducidos al español. Vive en Roma con su marido y sus hijos.

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