Cuent0s de Barro
Cuent0s de Barro
Cuent0s de Barro
TABURETE
. Silla de vaqueta, sin respaldo.
TALENTE
. Por talante.
TALEPATE
(Masc.). Chinche, insecto hemptero, nocturno y ftido.
TALPETATAL
. Estratificacin de talpetates.
TALPETATE
. Estrato fofo, arenoso o calcreo.
TALTUZA
. Animal roedor, especie de conejo. Se alimenta de frutas y cereales.
TAMAGAS
. Serpiente muy venenosa.
TANTEYO
. Tanteo.
TANTITO
. Un poquito.
TANTO
. Cantidad.
TAPADO
. Chal, rebozo.
TAPEXCO
. Lecho de varas.
TARRAYA
. Atarraya, red grande para pescar.
TARRO
. Recipiente hecho con media calabaza. Cierta clase de calabaza.
TASAJO
. Carne seca. Retazo de algo que sugiera carne seca.
TASTASIAR
. Hacer "tas-tas": castaetear. De donde tastaseyo.
TASTAZO
. Golpe seco, dado con el ndice y el pulgar.
TATA
. Padre, pap.
TECOLOTE
. Especie de buho o lechuza.
TECOMATE
. Calabaza doble, de dos bolas superpuestas, usada para llevar el agua al trabajo Vase el
dibujo al dorso de este libro).
TELENGUES
. Trastos, herramientas, utensilios: especialmente, los empleados en la extraccin deaguardiente.
TELEPATE
. Vase talepate.
TEMBELEQUE
. Tembleque.
TEMPISQUE
. rbol que produce una fruta carnosa, con pequea semilla muy dura y brillante.
TENAMASTE
. Piedra grande.
TENGUERECHON
. Vase chorchngalo.
TETELQUE
(Adj.). De gusto desabrido y astringente, como la fruta verde.
TETUNTE
. Piedra o terrn. Tetuntal, agrupacin de tetuntes.
TIESO
. Fuertemente.
TILINTE
. Templado, tenso.
TINTO
. Rojo.
TIRAR
. Engaar.
TISGUACAL
. Tsico. Deriva del nombre de cierto cangrejo.
TISTE
. Bebida hecha con tiste, pinol o pinolillo: polvo de maz y cacao, muy dulce y de
color rojizo.
TOPAR
. Aceptar, querer.
TORTILLA
. Tortilla o pan de maz, circular y plano.
TRAMAZN
(de tramar). Entrecruzamiento, trabazn.
TRANCAZON
. Obstruccin.
TRANQUERA
. Puerta de corral, hecha con trancas.
TRAQUIAR
. Crujir, traquetear.
TRANQUIL
. Tranquilidad.
TRINCAR
. Echar y sujetar sobre el suelo o sobre algo.
TRISTURA
. Tristeza.
TUCO
. Trozo.
TUJITO
. Por tufto, de tufo.TUMBLIMBE. Cajita de msica.
TUMBO
. Ola, onda, vaivn muy fuerte.
TUNCO
. Cerdo.
TUSA
o Tuza. Envoltorio natural de la mazorca de maz.
U
UYASN
. Aullazn.
V
VAGANCIA
. Vaguedad.
VAINA
. Dificultad, preocupacin, molestia: "lata".
VENADIANTE
. Cazador de venados.
VERSAINA
. Un verso, una cancin cualquiera.
VESITA
. Visita.
http://es.scribd.com/doc/12297595/Salazar-Arrue-Salvador-Salarrue-Cuentos-de-Barro#scribd
VIDE
, Vido. Vi, vio. Forma arcaica, corriente en El Salvador.
VIRAZN
. Velocidad.
VOLADOR
. rbol laurceo, muy alto y delgado, cuya madera se emplea en
c o n s t r u c c i o n e s navales.
VOLAR
. Quitar.
VOLAR
cumba. Sonsacar. Imagen derivada del juego de la cometa o barrilete.
VOLTIAR
. Volver.
VUELA
CUMBA
. Sonsacador, cortejador.
VUELUDO
(a). De mucha orla o vuelo.
Y
YAGUAL
. Rollo de trapo aplanado, que sirve para apoyar el cntaro en la cabeza.
YELO
(Hielo). Fro (sin ms, aunque se trate de un fro muy moderado).
YELAZON
. Hielazn.
YOVISA
. Por lloviza. De lluvia.
Z
ZACATE
. Planta gramnea, alimento del ganado, hierba.
ZACATELIMON
. Clase especial de zacate cultivado en los jardines por su fuerte aroma a limn, yempleado tambin como infusin.
ZANCUDOS
. Mosquitos, especialmente, los del paludismo y los de la fiebre amarilla.
ZANCUDOS
culuazul (Culo azul). Clase especial de estos mosquitos.
ZARCEAR
. Hacer ruido de zarza o de guitarra floja.
ZARPIAR
. Rociar.
ZIGUA
. Vase ziguanaba.
ZIGUANABA
. Entidad mitolgica, de la leyenda cuscatleca. La Ziguanaba es una mujer que viveerrante, por las orillas
de los ros y manantiales. Simboliza casi seguramente el espritu del ro.
ZINZONTE
o C e n z o n t l e . P j a ro d e c o l o r p a rd o , p e ro d e c a n t o d u l c s i m o : e l r u i s e o r d e
l a Amrica.
ZIPOTE
. Vase cipote.
ZOCOLIAR
. Atarugar.
ZOMPOPERA
. Hormiguero o nidal de zompopos
.ZOMPOPOS
. Hormigas rojas de gran tamao, que se alimentan nicamente
de hojas y ramillas.
ZONTO
(a), (o sonto). Desorejado.
ZOPE
o Zopilote. Buitre. Aura. Ave carnvora, del tamao de una gallina.
ZOPILOTADA
. Grupo de zopilotes.
ZORRA
(o) (Masc.). rbol cuya madera se emplea para muebles y construcciones.
ZUNZA
o unzapote. rbol y fruta de las
Tranquera
Como el alfarero de Ilobasco modela sus muecos de barro: sus viejos de cabeza
temblona, sus jarritos, sus molenderas, sus gallos de pitiyo, sus chivos patas de clavo, sus
indios cacaxteros y en fin, sus batidores panzudos; as, con las manos untadas de realismo;
con toscas manotadas y uno que otro sobnrtmico, he modelado mis Cuentos de
Barro.Despus de la hornada, los ms rebeldes salieron con pedazos un tanto
crudos; uno que otro sedescantill; ste sali medio rajado y aqul boliado dialtiro; dos o
tres se hicieron chingastes. Pobrecitosmis cuentos de barro... Nada son entre los
miles de cuentos bellos que brotan da a da; por no estar hechos en torno, van
deformes, toscos, viciados; porque, qu saben los nervios de lnea pura, de curvaarmnica?
Qu sabe el rojizo tinte de la tierra quemada de lakas y barnices?; y el palito rayador,
qusabe de las habilidades del buril?... Pero del barro del alma estn hechos; y donde se
sac el material
unh o y i t o q u e d a , q u e l o s i n v i e r n o s i n t e r i o r e s h a n l l e n a d o d e m e l a n c o l a .
U n v a c o q u e d a a l l d o n d e arrancamos para dar, y ese vaco sangra satisfaccin y
buena voluntad.All va esa hornada de cuenteretes, medio crudos por falta de
lea: el sol se encargar de irlos tostando
1899-1975
CUENTOS DE BARRO
EL NEGRO
El negro Nayo haba llegado a la costa dende muy lejos. Sus veinte aos morados y
murushos, reiban siempre con jacha fresca de jcama pelada. Tena un no s qu que
agradaba, un don de dar lstima; se senta uno como dueo de l. A ratos su piel tena
tornasombras azules, de aun azuln empavonado de revlver. Blanco y sorprendido el ojo;
desteidas las palmas de las manos; gachero el hombro izquierdo, en gesto bonachn, el
sombrero de palma dorada le serva para humillarse en saludos, ms que para el sol, que no
le jincaba el diente. Se reiba cascabelero, echndose la cabeza a la espalda, como alforja de
regocijo, descupiendose toduel y con grgaras de oes enjotadas.
El negro Nayo era de pori.....: de un pori dudoso, mescla de Honduras y Berlice,
Chiquimula y Blufiles de la Costelnorte. De indio tena el pie achatado, caitudo, raizoso y sin
uas -pie de jenjibre-; y un poco la color bronceada de la piel, que no alcanzaba a velar su
estructura grosera, amasada con brea y no con barro. Le haban tomado en la hacienda
como tercer corralero. No poda negrsele trabajo a este muchacho, de voz enternecida por
su propio destino. Nada poda negrsele al negro Nayo: as pidiera un tuco e dulce, como un
puro o un guacal de chicha. Pero, al mismo tiempo era -pese a su negrura- blanco de todas
las burlas y jugarretas del blanquo; y ms de alguna vez lo dejaron sollozante sobre las
mangas, curtidas con el barro del cntaro y la grasa de los baldes. Su resentimiento era
pasajero, porque la bondad le chorreaba del corazn, como el suero que escurre la bolsa de
la matequilla. Se enojaba con un "no miabls".....y terminaba al da siguiente el enojo, con
una palmada en la paletiya y su consiguiente: "veyan qu chero ste!".... y la tajada de
sonrisa, blanca y temblorosa como la cuajada.
Chabelo "boteya", el primer corralero, era muy hbil. Tena partido entre las cipotas del
casero, por arriscado y finito de cara; por miguelero y regaln; pero, sobre todo, porque
acompaaba las guitarras con una su flauta de bamb que se haba hecho, y que sonaba
dulce y tristosa, al gusto del sentir campesino. Nadie saba cul era el secreto de aquel
carrizo llorn. Ba de tener una telita de araa por dentro, o una rendija falsa, o un chfln
carculado...... La Fama del pitero Chabelo, se haba cundido de jlores como un campaniyal.
Lo llamaban los domingos y ya cobraba la vesita, juera de juerga o de velorio, de bautizo o
de simple pasar. Un da el negro Nayo se arrim tantito a Chabelo "boteya", cuando ste
ensayaba su flauta, sentado en el cerco de piedras del corral. Le sonri amoroso y le estuvo
escuchando, como perro que mueve el rabo.
- Oy negr, quers que tensee a tocar?....Por la cara pelotera del negrito, pas un
relmpago de felicidad.
- Mire, chero, y yo le vu a pagar el sbado, pero no me vaya a tirar...
Despus de las primeras lecciones. Chabelo el pitero, le arquil la flauta al negro para
unos das. El negro se desvelaba, domando el carrizo; y lo dom a tal punto, que los vecinos
ms vecinos que estaban a las tres cuadras, paraban la oreja y decan:
- Oiga, puero ese Chabelo! es meramente un zinzonte el infeliz.....
- Mesmamente; diayer paroy, le arranca el alma al cristiano como nunca.
Callaban.....y embarcaban sus silencio en el cayuco bogante de aquella flauta
apasionada, que los hunda en la dulzura de un recordar sin recuerdos, de un retornar sin
retorno. En poco tiempo, el negro Nayo sobrepas la fama de Chabelo. Llegaban gente de
lejos para orlo; y su sencillez y humildad de siempre se coloreaban de austeridad y podero,
mientras su labio crdeno soplaba el agujero milagroso. El propio Chabelo, que crey, todos
los secretos del carrizo, se quedaba pasmado, escuchando -con un s es, no es, de
despecho- el fluir maravilloso de un sentimiento espeso que se cogi con las manos.
Una tarde dioro en que el negro estaba curando una ternera trincada, con una pluma de
pollo untada de creolina, Chabelo se decidi por fin; y un tanto encogido, se acerc y le dijo:
-Mir, negro, te pago dos bambas si me decis el secreto de la flauta. Vos le bs hallado
algo que le pone esa malicia... seya chero y me lo dice...
El negro se enderez, desgreado, blanca la boca de dientes amigos y franca la mirada
de nio. Tena abiertos los brazos como alas rotas, sosteniendo en una mano la pluma y en
la otra el bote.......mir luego al suelo empedrado y medit muy duro. Luego. como
satisfecho de pensada, dijo al pitero:
-No me creya egishto, compaero, la flauta no tiene nada: soy yo mismo, mi tristura....,
la color....
LA BOTIJA
Jos Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un
rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella
boca:
-Hijo: abr los ojos, ya hasta la color de qu los tenes se me olvid!.... Jos Pashaca
pujaba, y a lo mucho encoga la pata.
-Qu quiere mam?.
-Qus necesario que te oficis en algo, ya ts indio entero!
-Agen!....Algo se regener el holgazn: de dormir pas a estar triste, bostezando.
Un da entr Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se haba
hallado arando. Tena el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los
ojos.
-Qu feyo este baboso!- lleg diciendo. Se carcajeaba, meramente el tuerto Cande!....Y
lo dej, para que jugaran los cipotes de la Mara Elena. Pero a los dos das lleg el anciano
Bashuto, y en viendo el sapo dijo:
-Estas cositas son obras donantes, de los agelos de nosotros. En las aradas se
encuentran catizumbadas. Tambin se hallan botijas llenas dioro.....
Jos Pashacase dign arrugar el pellejo que tena entre los ojos, all donde los dems
llevan la frente.
-Cmo es eso, o Bashuto?..-. Bashuto se desprendi del puro, y tir por un lado una
escupida grande como un caite, y as sonora.
-Cuestiones de la suerte, hombr. Vos vas arando y plosh!, de repente pegas en la
huaca, y yastuvo; tihacs de plata.
-Achs!, en veras, o Bashuto?
-Comolis!.
Bashuto se prendi al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo.
Enseguiditas cont mil hallazgos de botijas, todos los cuales "el ba prisenciado con estos
ojos". Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cscaras. Como
en esos das se muri la Petrona Pulunto, Jos levant la boca y la llev caminando por la
vecindad, sin resultados nutritivos. Comi majonchos robados, y se decidi a buscar botijas.
Para ello, se puso a la cola de un arado y empuj. Tras la reja iban arando sus ojos. Y as fue
como Jos Pashaca lleg a ser el indio ms holgazn y a la vez el ms laborioso de todos los
del lugar. Trabajaba sin trabajar -por lo menos sin darse cuenta- y trabajaba tanto, que a las
horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el
surco. Piojo de las lomas, caspeaba vido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta
atencin, que pareca como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el
alma. Pa que nacieran perezas; porque eso s, Pashaca se saba el indio ms sin oficio del
valle. l no trabajaba. l buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen
"plocosh" cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el
sol comienza a ispiar detrs de lo del ductor Martnez, que son los llanos que topan el cielo.
Tan grande como l se haca, as se haca de grande su obsesin. La ambicin ms que
el hambre, le haba parado del cuerpo y lo haba empujado a las laderas de los cerros; donde
ar, ar, desde la gritera de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el
gas ronco y lgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos
destemplados. Pashaca se peleaba las lomas. El patrn, que se asombraba del milagro que
hiciera de Jos el ms laborioso colono, dbale con gusto y sin medida luengas tierras, que
el indio soador de tesoros rascaba con el ojo presto a dar aviso en el corazn, para que
este cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por
fuerza, porque el patrn exiga los censos. Por fuerza tambin tena Pashaca que cosechar, y
por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando
despreocupadamente en un hoyo del rancho por siacaso. Ninguno de los colonos se senta
con hgado suficiente para llevar a cabo una labor como la de Jos. "Es el hombre de Jierro",
decan; "ende que le entr a saber qu, se propuso hacer pisto. Ya tendr una buena
huaca...." Pero Jos Pashaca no se daba cuenta de qu, en realidad, tena huaca. Lo que l
buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se deca que las enterraban en las
aradas, all por fuerza la incontrara tarde o temprano. Se haba hecho no slo trabajador, al
ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tena un da de no poder arar, por no
tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando
por ellos. Y lo haca bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachadas y
projundos, que daban gusto.
-Onde te mets babosada. Pensaba el indio sin darse por vencido.
-Y tei de topar, aunque no querrs, as mihaya de tronchar en los surcos.
Y as fue; no del encuentro, sino lo de la tronchada. Un da, a la hora en que se verdeya
el cielo y en que los ros se hacen rayas blancas en los llanos, Jos Pashaca se di cuenta de
que ya no haba botijas. Se lo avis un desmayo con calenturas; se dobl en la mancera; los
bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los
hallazgos negros, contra el cielo claro, voltiando a ver el indio embruecado y resollando el
viento oscuro. Jos Pashaca se puso malo. No quiso que naide lo cuidara. "Dende que ba
finado la Petrona, viva ngrimo en su rancho".
Una noche, haciendo juerzas de tripa, sali sigiloso llevando, en un cntaro viejo, su
huaca. Se agachaba detrs de los matochos cuando iba ruidos, y as se estuvo haciendo un
hoyo con la cuma. se quejaba a ratos, rendido, pero luego segua con bros su tarea. Meti
en el hoyo el cntaro, lo tap, bien tapado, borr todo rastro de tierra removida y alzando
sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dej liadas en un suspiro estas palabras:
-"Vaya; pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!"....
LA PETACA
Era plida como la hoja mariposa; bonita y triste como la virgen de palo que hace con
las manos el bendito; sus ojos eran como dos grandes lgrimas congeladas; su boca, cmo
no se haba hecho para el beso, no tena labios, era una boca para llorar; sobre los hombros
cargaba una joroba que terminaba en punta: La llamaban la peche Mara.
En el rancho eran cuatro: Tules, el tata, La Chon su mam, y el robusto hermano
Lencho. siempre Mara estaba un grado abajo de los suyos. Cuando todos estaban serios,
estaba llorando; cuando todos sonrean, ella estaba seria; cuando todos rean, ella sonrea;
no ri nunca. Serva para buscar huevos, para lavar trastes, para hacer rir...
- Quit diay, si no quers que te raje la petaca!
- Peche, vos quiz sos hija del cerro!
Tules deca:
- Esta indizuela no es feya; en veces mentran ganas de volarle la petaca, din
corvazo!
Ella lo miraba y pasaba de uno a otro rincn, doblaba de lado la cabecita, meciendo su
cuerpecito endeble, como si se arrastrara. Se arrimaba al baul, y con un dedito se estaba all
sobando manchitas, o sentada en la cuca, se estaba ispiando por un hoyo de la par a los
que pasaban por el camino.
Tenan en el rancho un espejito ublado del tamao de un coln y ella no se pudo ver
nunca la joroba, pero senta que algo le pesaba en las espaldas, un cuenterete que le haca
poner cabeza de tortuga y que le encaramaba los brazos: La Petaca.
Tules la llev un da onde el sobador.
- Li traido para ver si uste le quita la puya, pueda ser que una sobada....
- Hay que hacer perimentos difciles, vos, pero si me la dejs unos ocho das,
te la sano todo lo posible.
Tules le dijo que se quedara.
Ella se jal de las mangas del tata; no se quera quedar en la casa del sobador y es que
era la primera vez que sala lejos, y que estaba con un extrao.
- Papa, pato, ayveme, no me deje!
- Ai tate, te digo; vu venir venir por vos el Lunes.
El sobador la amarr con sus manos huesudas.
- Anadate ligero, te la vu tener!
El tata se fue a la carrera. El sobador se estuvo acorralndola por los rincones, para que
no se saliera. Llegaba la noche y cantaban gallos desconocidos. Moque toda la noche. El
sobador vido quera chula.
- Yo se la sobo; aj!- pensaba, y se reiba en silencio.
Seran las doce, cuando el sobador se le arrim y le dijo que se desnudara, que le iba a
dar la primera sobada. Ella no quiso y llor ms duro. Entonces el indio la trinco a la juerza,
tapndole la boca con la mano y la dobl sobre la cama.
- Papa, papita!.....
Contestaban las ruedas de la carretera noctmbulos, en los baches del lejano camino.
El lunes lleg Tules. La Mara se le present gimiendo...el sobador no estaba.
- Tizo la peracin, vos?
- S papa...
- Te doli vos?
- S, papa...
- Pero yo no veo que se te rebaje...
- Dice que se me vir bajando poco a poco....
Cuando el sobador lleg, Tules le pregunt cmo iba la cosa.
- Pues, va bien -le dijo-, slo quiay que esperarse unos meses. Tiene quirsele
bajando poco a poco.
El sobador viendo que Tules se la llevaba, le dijo que porqu no se la dejaba otro
tiempito, para ms segurid;pero Tules no quiso, porque la peche le haca falta en el rancho.
Mientras el papa esperaba en la tranquera del camino, el sobador le di la ltima
sobada a la nia. Seis meses despus, una cosa rara se fue manifestando en la peche Mara.
La joroba se le estaba bajando a la barriga. Le fue creciendo da a da de un modo
escandaloso, pero pareca como si la de la espalda no bajara gran cosa.
- Hombre! -dijo un da Tules-, esta babosa t embarazada!
- Gran poder de Dios! -dijo la nana.
- Cmo ju la peracin que te hizo el sobador, vos?....ella explic grficamente.
- Ayjuesesentamil! -rugi Tules- mianimo ir a volarle la cabeza!
Pero pasaba el tiempo de ley y la peche no se desocupaba. La partera, que haba
llegado para el caso, userv que la nia se pona ms amarilla, tan amariya, que se taba
poniendo verde. Entonces diagnostic de nuevo.
- Esta lo que tiene es fiebre ptrida, manchada con aigre de corredor.
- Eee?......
- Mesmamente, hay que darle una gena fregada, con tusas empapadas en
EL PADRE
La iglesia del pueblo era pesada, musgosa y muda como una tumba. detrs estaba el
convento, encerrado entre tapiales, con su gran arboleda sombra; con su corredor de
ladrillo colorado; de tejado bajero sostenido por un pilar, otro pilar, otro pilar...; pilares sin
esquinas embasados en piedra tallada y pintados de un antiguo color.
El patio era de un barro blanco y barrido, propicio a las hojas secas. Las sombras y las
luces de las hojas ponanagita en el suelo; en aquel suelo peln lleno de paz, por el cual
pasaban, gritonas, las gallinas guineas.
Largo era el corredor: la mesa, el kink, una silla, un sof, un barril, una destiladera, un
viejo camarn, unos postes durmiendo; otra silla, la hamaca, el cuadro bblico; un cajn;
un burrro con una montura; un freno colgado de un clavo y al final, ya para salir las gradas,
unos manojos de pasto verde, el picadero y la cutacha. Despus empezaba la alfombra de
sol hasta la cocina; y all contra la tapia, como una casita de juguete, con su chimenea de
lata azul, el excusado.
El padre se paseaba en la tarde. Era la hora en que la paz le traa el cielo; el cielo de
agradables matices, que llegaban a sentarse en la montaa lejana, pensativo como un
hombre; pensativo hasta quedarse dormido, soando en las estrellas, cada vez ms
profundamente.
El sacristn tocaba el ngelus para que todo se callara. Y todo se callaba.
La Coronada llegaba entonces penosamente, con su riuma y sus platos, a ponerle la
mesa. Se sentaba el padre, siempre mirando al cielo, con su cara igual de triste. Con un
pespuntar de mquina de cocer, sus labios hilvanaban un larga oracin de gratitud.
Humillaba los prpados y se persignaba. Luego, coga calmosamente la cuchara y empezaba
a probar la sopa. Estaba caliente. La Coro, encenda el kink. Las gallinas empezaban a volar
de rama en rama, con torpes aleteos. A lo lejos se oa pasar el tren por el puente de hierro,
como una amenaza de tormenta.
La Chana era una cipota chulsima. haba crecido de diadentro, al servicio del cura.
haca mandados, lavaba los trastes, les daba de comer a las gallinas y se
coma lazcar. Cuando el padre estaba bravo, como no tena en quien descargar, regaaba a
la Chana. La Chana no se quedaba chiquita y le contestaba cuatro carambas.
- Agen, ust! Asaber que lin confesado las biatas y descarga en yo!...
El padre, en vez de enojarse, la estrechaba contra su pecho y le daba un beso en la
frente. Se estaba viendo en ella, como deca la Coro.
En un dos por tres se haba hecho mujer. De la maana a a tarde ech rollo,
se cantoni y le brillaron los ojos. Ya se trataba una flor en el delantal, con un gancho, muy
alto, muy alto, para podrsela oler poniendo cara interesante. Seguido se cachaba logas; por
el tacn muy encumbrado, por unos papeles colorados para untarse los labios, por andar
suspirando muy dentro. El cura la miraba de lejos. La miraba pasar, disimuladamente, y
alejndose. Se coga el mentn azul y su cara de cuarentero se pona grave. Temblaba por
ella. Hubiera querido podarla un poco. Se paseaba, se paseaba por el largo corredor,
campaneando la lustrosa sotana vieja, como si en ella se hamaqueara su inquietud.
Apretaba, sin querer, el crucifijo de plata que llevaba siempre colgado al cuelo. Si hubiera
sido de cera, lo habra convertido pronto en una hostia. All a lo lejos, la risa de la Chana
sonaba como una campanilla mundana. Cuando pasaba a su lado, apagaba los olores del
incienso con un fuerte aroma de jabn diolor. Por el corredor silencioso, sus tacones
pasaban, clavando la tranquilidad.
La nia Queta y la nia Menches, la una fea de tan vieja, y la otra vieja de tan fea,
entraron apuradas en busca del padre para un asunto urgente. La puerta estaba
entreabierta y empujaron. Y fue como si hubieran empujado su alma en un abismo. El padre
estaba todo l sentado en un silln y la Chana estaba toda ella sentada en el padre.
Sucachete rosado se posaba dulcemente en el cachete azul del cura, como una madrugada
sutil se posa sobre spera montaa.
-Virgen pura!..
Dos lgrimas corran por las mejillas marchitas del padre. Repiti su excusa:
- Un afn, un vago deseo de ser padre. Es como mi hija...
Su voz era oscura.
- Los nios despertaron siempre en mi alma una dulce inquietud...
-Hm!
Apret el obispo sus labios temibles y lanz al cura su ms irnica mirada. Pero l se
irgui austero, nobilsimo y puro, el rostro del acusado, encendido en radiante sinceridad;
irresistible en su sencillez; tal si el mismo Dios mirara por sus ojos hmedos, abatiendo al
instante la austeridad, la insolencia y el rango.
SALARRU
CUENTOS DE BARRO
EL CIRCO
Se azul la noche. En medio del solar oscuro, e1 circo era como una luna desinflada.
Pareca la chiche de la noche, onde mama luz el cielo, un chilguete manchaba de norte a sur
el espacio y las gotitas zarpiaban el horizonte hasta la oriya del mundo.
Mito y Lencho, los dos hermanitos, miraban asombrados, por un juraco, cmo aquel
sior que le decan Irineyo Molina, se ba hecho payaso un dos por tres. Taba sentado en un
cajn jumndose un puro, y con cara enojosa de hombre. el hoyito se viya bien que le daba
la luz de un carburo en la cara chelosa de harina. Abajo, junto a la goliya plisada, asomaba
el cuello prieto de su propio cuero. Ms all, el negro Jackson sembraba una estaca, con una
almgana. A cada golpe de juelgo, la estaca se hunda un jeme. Recostado en unos lazos,
templados como cuerdas de violn, estaba un volatn.
-Apartte, baboso.
-Perte, quiero ver.
-Te vu zampar una ganchada, Chajazo.
-AchsI, slo vos quers mirar.
-A yo no min dejado...
-Baboso, baboso, ay entr una piernuda vestidedorado. Sest componiendo la
atadera.
La cipotada onde, como un tumbo de carne; revent en empujones y se vaci sobre la
carpa, derrumbando al lado diadentro un rimero de sillas. Se oyeron voces de hombre,
furibundas, y pasos amenazadores. La cipotada se dispers a la carrera, haciendo sonar con
sus talones la panza de tambor del descampado, Se confundi entre elgevaso e
gente silbando y riendo. Un sapurruco en camiseta, con unos grandes gatos que parecan de
madera; saliencachimbado por debajo de la lona, con un acial en la mano. Lleg hasta el
andn, mirando de riojo; escupi un salivazo con tabaco, y se meti otragelta por debajo.
Dos o tres chiflidos le condecoraron el fundiyo. El humo de los candiles y de los puestos de
pupuseras pona llanto en los ojos de aquella alegra. La manteca, ricin echada en las
sartenas de las pasteleras, se oiba escandalosa, como cuando meya el tren. Las garrafas, en
los mostradores de loschinamos, parecan jcamas de vidrio, que se bieran convertido en
cocos. El guaro clarito temblaba adentro y dejabadescurrir su tufito emboln.
Las gentes iban entrando, guasonas, al circo. Daban su tiquete y levantaban
la cortinenca de aididos, ondehaba unas letras que naide entenda, porque naide leyiya en
el pueblo.
Una bandita descosida empez a sonarse, all dentro, debajo diaquel gran pauelo.
La buyanga sizo mayor, y las gentes empezaron a codearse por entrar a coger puesto.
Por tercera vez son la campanilla; aquella campanilla que daba geltegatos de plata
en la aljombra de la ansiedad. Un silencio profundo se agachaba, cargado de corazones,
como una rama de mango. De una patada se abri el teln de los secretos; una pelota de
colores vino rodando hasta el centro del picadero, y, con un grito de sollozo burln, el
payaso se irgui amelcochado, bonete en mano, con algo de piata y algo de barrilete. De
golpe se descolg, en el redondel, la cortina de tablitas del aplauso.
Vestidos a medias y de medias, los volatines y volatinas, en escuadrn, avanzaron
marciales, con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con sonrisa postiza. Detrs,
en dos caballencos ahumados como los del carrusel, que llevaban colas de gallo en la frente,
venan las masonas, vestidas de espumesapo y sentadas, con una nalga, en el
mero chunchucuyo de los caballos. Cerrando chorizo, iba un chele vestido dentierro, con
un chiliyo bien largo; y un viejo bigotudo, jalndole las narices a un pobre oso medio bolo.
Ms detrs iban los guachis, con cotones de colores llenos de chacaleles. La msica sonaba,
toda ella, chueca y destemplada, como mocuechumpe.
En aquel pueblo de nios, slo los cipotes se bian quedado
ajuera. Ispiaban por onde podan, subindose algunos hasta las puntas de los cercanos
jocotes, contentndose con ver el bailoteo de uno quiotro trapo de color, o el relmpago
misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.
Los nios ajuera, los grandes adentro. . . El circo era como la felicid, que se la cogen
aquellos que menos la quieren. Los cipotes se conjormaban viendo la alegriya luminosa, por
un hoyito, entre tablas y piernas oscuras. Mito y Lencho, los dos hermanitos,
se ban retirado dionde ban miradores, porque les taban rompiendo toda la camisa. Sin
embargo, cada granizada de aplausos los empujaba de nuevo a la carpa. De chiripa se
LA HONRA
Haba amanecido nortiando; la Juanita limpia; lagua helada; el viento llevaba
zopes y olores. Atraves el llano.
La nagua se le amelcochaba y se le haca calzones. El pelo le haca alacranes
negros en la cara. La Juana iba bien contenta, chapudita y apagndole los ojos al
viento. Los rboles venan corriendo. En medio del llano la cogi un tumbo de norte. La
Juanita llen el frasco de su alegra y lo tap con un grito; luego sali corriendo y
enredndose en su risa. La chucha iba ladrando a su lado, queriendo alcanzar las hojas
secas que pajareaban.
El ojo diagua estaba en el fondo de una barranca, sombreado
por quequeishques y palmitos. Ms abajo, entre grupos de giscoyoles y
de ishcacanales, dorman charcos azules como cscaras de cielo, largas y olorferas.
Las sombras se haban desbarrancado encima de los paredones y en la corriente pacha,
quebradita y silenciosa, rodaban piedrecitas de cal.
La Juanita se sent a descansar: estaba agitada; los pechos -bien ceidos por el
traje- se le queran ir y ella los sofrenaba con suspiros imperiosos. El ojo diagua se le
quedaba viendo sin parpadear, mientras la chuchalengeaba golosamente el
manantial, con las cuatro patas ensambladas en la arena virgen. Ro abajo, se baaban
unas ramas. Cerca unos peascales verdosos sudaban el da.
La Juanita sac un espejo, del tamao de un coln y empez a espiarse con
cuidado. Se arregl las mechas, se limpi con el delantal la frente sudada y como se
quera cuando a solas, se dej un beso en la boca, mirando con recelo alrededor, por
miedo a que la bieran ispiado. Haciendo al escote comulgar con el espejo, se baj de la
piedra y comenz a pepenar chirolitas de tempisque para el cinquito.
La chucha se puso a ladrar. En el recodo de la barranca apareci un hombre
montado a caballo. Vena por la luz, al paso, haciendo chingastes el vidrio del agua.
Cuando la Juana lo conoci, sinti que el corazn se la haba ahorcado. Ya no tuvo
tiempo de escaparse y, sin saber por qu, lo esper agarrada de una hoja. El de a
caballo, joven y guapo, apur y pronto estuvo a su lado, radiante de oportunidad. No
hizo caso del ladrido y empez a chuliar a la Juana con un galope incontenible como
el viento que soplaba. Hubo defensa claudicante, con noes temblones y jaloncitos
flacos; despus ayes, y despus... El ojo diagua no parpadeaba. Con un brazo en los
ojos, la Juana se qued en la sombra.
Tacho, el hermano de la Juanita, tena nueve aos. Era un cipote aprietado y con
una cabeza dehuizayote. Un da vido que su tata estaba furioso. La Juana le ba dicho
quen sabe qu, y el tata le ba metido una penquiad'el diablo.
-Babosa!
-haba
odo
que
le
deca-.
Habs
perdido lonra,
que
era lnico que tribas al mundo! Si bierasabido quibas ir a dejar lonra al ojo diagua,
no te ejo ir aquel diya; gran babosa!...
Tacho llor, porque quera a la Juana como si hubiera sido su nana; e
ingenuamente, de escondiditas, sejue al ojo diagua y se puso a buscar
cachazudamente lonra e la Juana. El no saba ni poco ni mucho cmo
seralonra que ba perdido su hermana, pero a juzgar por la clera del tata, ba de ser
una cosa muy fcil de hallar. Tacho se maginaba lonra, una cosa lisa, redondita,
quizs brillosa, quizs como moneda o como cruz. Pelaba los ojos por el arenal, ro
abajo, ro arriba, y no miraba ms que piedras y monte, monte y piedras, y lonra no
apareca. La ba buscado entre lagua, en los matorrales, en los hoyos de los palos y
hasta le ba dado gelta a la arena cerca del ojo, y nada!
-Lonra e la Juana, dende que tata la penquiado -se deca-, ha de ser grande.
Por fin, al pie de un chaparro, entre hojas de sombra y hojas de sol, vido brillar
un objeto extrao. Tacho sinti que la alegra le iba subiendo por el cuerpo, en
espumarajos cosquilleantes.
-Yastuvo! -grit.
Levant el objeto brilloso y se qued asombrado. -Achs! -se dijo-. No saba yo
que lonra juera as...
Corri con toda la fuerza de su alegra. Cuando lleg al rancho, el tata estaba
pensativo, sentado en la piladera. En la arruga de las cejas se le ba metido una
estaca de noche.
-Tata! -grito el cipote jadeante-: El ido al ojo diagua y el incontrado lonra e la
Juana; ya no le pegue, tome!...
Y puso en la mano del tata asombrado, un fino pual con mango de concha.
El indio cogi el pual, despach a Tacho con un gesto y se qued mirando la
hoja puntuda, con cara de vengador.
-Pues es cierto... -murmur. Cerraba la noche.
EL CONTAGIO
Despus del aguacero de la noche, haba clareado gris, mojado, encharcado,
invernicio... Vena la maana en ondas frescas, anegando la oscuridad. Todava no daban
sombra las cosas; las sombras eran diluyentes, borrosas como luz golpeada, como humedad
de sal. Se vena el olor jelado del cielo, con algo de amonaco y algo de ropa limpia. Silbaba.,
nico, un pajarito invisible en un rbol frondoso; silbaba con dulzura de agita plateada. Las
hojas nadaban en los remansos de brisa, como pececitos oscuros. Iba clareando... Y el alma,
como los matorrales, estaba empapada de felicidad.
En la casa de la finca, el patio cuadrado dorma an. Por el lodito haban pasado
los chuchos. Una teja salediza se haba quedado contando gotas azules, sobre un charquito
que, abajo, bailaba trompos diagua. Sala el humo de la galera, como una parra celestial.
Don Nayo, enrollada en la nuca una toalla barbona, vena por el corredor. Con el bastn
abra un hoyito, y sembraba una tos; abra un hoyito, y sembraba una tos.
Los murcigalos se iban enchutandoen las rendijas oscuras del tabanco, como pedradas de
noche.
A lo lejos, lejos; los gallos abran puertas chillonas. El da se tambaleaba indeciso, bajo
la nubazn sucia, como carpa de circo pobre.
Don Nayo lleg al portn. No poda enderezar la cabeza, porque su nuca estaba
paralizada; lo cual le daba un vago aspecto de tortuga marea. Mir al cielo de reojo; aspir
el olor de los limones; se puso el palo bajo el brazo y llam aplaudiendo.
-Cande!...
La Cande grit desde la cocina:
-Mand!...
-Date priesa...
La Cande atraves el patio dejando su priesa pintada en el suelo. Era quinzona, rubita,
gordita, nalgona, chapuda ysonreiba constantemente. Daba la impresin de baada, dentro
del traje pushco y jediondo.
-Qu quiere, tata?
El viejo le alcanz la oreja al tanteyo.
-Babosa, no ti dicho que cuando vengs a trer lagua, cerrs bien la palanquera!
La campane tantito y, arrendola, con el palo enarbolado, la sigui hasta el platanar.
-No cierre, animala, espere que salgan las yeguas!: no ve que estn all?...
Tres yeguas secas estaban olisqueando en la huerta. Sobre las eras de nardos se vean
los hoyos de los cascos. Se fueron aculando despacio contra la cerca; y, cuando la Cande les
cort el paso, salendo del breal con un chirrinen alto, las tres bestias dieron un respingo
nervioso y huyeron por la puerta hacia el potrero. A lo lejos, segua oyndose el galope con
su patacn, palacn, patacn...
Haba amanecido. El viento madruguero haba ido cogiendo cada estrella con dos
dedos, soplndolas como mota de ngel, hasta desaparecerlas. Por un descascarado de
nubes, se miraba la par del cielo, ricin untada de azul. Los volcanes bostezaban, en
camisn de dormir. Pringaba.
-Traiga el canasto, Cande. vamos a pepenar los nances y los limones.
La Cande fue por el canasto. Bajo el limonero, el suelo doraba. Ola a maana. Daba
lstima desarreglar el paisaje enfrutado. Don Nayo y la Cande fueron pepenando, uno a uno,
los limones. Ms abajo, al haz de un granado, estaba el nance. El suelo apareca cundido. La
ladera haba llevado rodando los nances hasta ben lejos. Pareca como si a la planta se le
hubiera roto el hilo de un inmenso collar.
-Tmpapdo el monte, tata.
-Cuid de no empuercar el vestido...
-Afijese que anoche so el Contagio...
-Era un endizuelo as, sapito, con buche y con una cosa feya aqu.
-Onde?
-Aqu ...
Seguan cayendo limones, que quedaban medio hundidos en el lodo negro. A orillas de
la acequia se oa una fiesta de sanates. Bajo los charrales empezaron a rascar las gallinas,
haciendo sonar las hojas marchitas. Los grillos se haban ido consumiendo en el claror.
-Mero horrible, el indizuelo; y me chunguiaba..
-Te qu?...
-Me guasiaba y me chunguiaba, en un cuento como cuarto oscuro... Uy!... Es que com
chacalines...
-De juro que eso ju...
-Echeme una mano, tata.
Don Nayo le ayud, como pudo, a ponerse el canasto en la cabeza. La Cande lo
sostena con ambas manos; las mechas le caiban por la cara; con un respingo se afirm,
equilibr el espinazo; sac la puntita roja de la lengua y se alej hacia la casa, con rtmico
andar.
Don Nayo miraba alejarse a su hija. Pens: "Es guapa, es gena, la chelona"; se sonri,
con sonrisa de arruga. Los gallos abran a lo lejos fantsticas puertas; por ellas entr
bruscamente un chorro de sol.
Don Nayo par a su mujer en la mitad del dormitorio.
-Mir, Lupe -le dijo-, and con cuidado con la Cande: ya maliseya...
-Eh?...
-No me gustan tantito, sus caidas diojos, sus pandiadas al pararse. Mi fijado que deja a
ratos de moler y se come las uas; adems, le ondeya el pecho como a las palomas. And
con cuidado, te digo...
-Dice bien, Nayo; yo tambin la hi oservado. Se chiqueya, sin querer; se mira nl
espejo, cada vez quentra aqu; y, a ratos, da brincos de calofriyo. Tambin no me gustan las
cosas que me cuenta. Dice quel otro da, cuando Nicho la tent jugando, sinti un burbujeyo
extrao. Adems se le van los ojos, coge juergo a cada rato, le pica la palmelamano.
-Pa que veys. Andle con tiento, no se nos descantiye con algn malvado.
-Decle al Nicho que no liaga tanta fiesta.
-Se lo vu poner en conocimiento a ese infeliz.
Zarceaba el viento en la Palazn de los conacastes, como en tina guitarra destemplada;
el sol entraba ya en lahindidura dialcanca del horizonte. En el cielo, las nubes mostraban
choyones desangrados. Las golondrinas inspeccionaban el velamen recin izado de la tarde;
en el callar, la tierra daba bordazos de sombra.
Por el camino vena Don Nayo, lento y tosigoso. La Lupe lo esperaba en la palanquera.
-Qu lihubo, Nay? ...
-Los casaron. Los ju a dejar al terreno. Tn Contentos.
-Le arvertiste a Nicho de lo que te dije?...
-Ms valiera no me bieras dicho jota, mis azorrado con el yerno.
-Eh? ... Por qu?...
-Cuando lo llam aparte y le recomend que la tratara con primor, no fuera ser que se
asustara, se ech a rr y me dijo: "No siaflja por babosadas, esa ys cosa antigua: asign
colijo, la tengo ya empreada dende hace un mes".
LA ZIGUANABA
Pedro estaba metido dos veces en la noche; una, porque era noctmbulo, y
otra, porque era pescador. La noche prieta se haba hundido en la poza, y Pedro,
metido en el agua hasta la cintura, arronjaba la atarraya. Cuando la malla caiba, los
plomos chiflaban al hundirse. Una luz de escurana, luz acerosa y helada,
fingapescados. Haca fro. Pedro iba recogiendo, recogiendo.
Algn chiribisco apareca primero, negrito y puyudo. Pedro se estaba desenredndolo.
Su paciencia rimaba con el callar. Las hojas, trabadas, mentan pepescas. Cerca de
los plomos vena la plata vivita y coleando. Un pocuyo enhebraba su "caballero,
caballero!" detrs de la palazn tupida de los huiscoyoles.
Pedro llam al ayudante. Era el cipote de Nativid.
-Oy... Trme la bolsa!
El cipote se meti al ro y empujando el agua con las rodillas, lleg hasta el
pescador y le alarg la matata.
-Cayen, O?
-S, O!..., chimbolos y juilines, noms.
-Ya quiz va maneciendo, 0!...
Pedro meti la mano llena de luz en la cebadera, mientras miraba las estrellas,
con la boca abierta.
-Ya mero son las cuatro, vos.
-T haciendo friyo, O!...
-Es que est golpiada lagua...
-Sent que me soplaban la nuca!...
-Eee?...
-Horita!...
-Yasts vos con miedo!... -Me da miedo la Zigua...
-Qu cobija sos, oy! Quin siasusta por babosadas?
El cipote temblaba, un poco de fro, un poco de miedo.
-Mons, oy; miacaban de soplar otra vuelta Mons, te digo!
Se puso a gemir. Pedro desenred, con el ultimo pescado, un poco de alarma.
-No sis cobija, vos; ya no te gelvo a trer!...
En aquella noche casi oscura, constelada arriba cobardemente, constelada abajo
por las escamas de los peces y por el silencioso telar de luz de las lucirnaga, un
ruido extrao, estridente como la carcajada de una vieja, puso toques elctricos de
pavor en los nervios de los pescadores. Despus, todo qued mudo. El cipote se haba
agarrado, temblando, de los brazos de Pedro.
-Agen, qu fuso?... Amons, vos!
El muchacho lloraba. Pedro se ech la atarraya al hombro; cogi el sombrero que
haba dejado en la arena, y llevando casi a rastras al cipote, emprendi carrera,
vereda arriba. A1 llegar al camino de los llanos, un bostezo azul del da los par.
Clareaba.
-Achs, O, ya maneci!...
El miedo se haba deshecho, dulzoso, como un terrn de azcar en un guacal de agua
fresca. Suspiraron.
-Y vos crs en la Zigua, O?
-Yo no, y vos?
-Yo no creyo! Si quers, vamos a ver qu juso.
-And vos, aqu tespero.
debajodiagua, en el mismo lugar. Con un bramido de peroln, que llevaba por dentro
gritos de cipote, risa de viejas, serruchos y martillos, trenes, alaridos y uyasn de chuchos,
la chorrera caiba dende bien alto, en gradas de vidrio, hasta lo ms encuevado de la poza.
Llova eterno, sobre las grandes hojas de los quequeishques y sobre eltalpetatal picado
de viruela, onde cada juraco era un espejito diacus. Los raizales formaban tramazones,
debajo de las cuales el agua aletiaba como murcigalo morigundo.
Saltando de piedra en piedra, a guios de riz y trepazn de breales, los seis
soldados llegaron a un desvo cortado a pico, en una escurana jra que desembocaba en el
ro. Con un sea, el sargento los enzanj por aquella tragadera del infierno.
Caminaban en blando, sobre arenita fina. Arriba, el cielo mostraba su reventadura
de caimito dulzn, en la cual pringaba ya la primera estrella como
semilla briyosa. Al recuesto de la escurana, embolando el tetuntal, corra entre al
agua llorona un piro que jedia a rojo, como en cluaca de curtiembre. La humed y la
sombra suban en llamas negras hasta muy alto, lambiendo los muros del caon y
ahumando los charrales, en lo alto del precepicio.Apersebido el calibre, los seis de
la chichera avanzaban valientes, empujando una cortina de sordera.
Trepaba y trepaba el arenal; y Vanegas, que iba al frente, al descruzar un recodo,
mand hacer alto. Ya casi no se viya. La ltima clarencia de la tarde se ba ido diluyendo
en la tinta del sombrial espeso; y apenas una moradez de arena quedaba, como cuando
queda azcar al jondo del caf. Un bulto cheloso acababa de sumirse en la cantera, como
una araa de paal.
-Alstyense!
Lo dijo bajito y sereno. Se viya noms que aquel era su ojicio. En
aquel aguarde breve, se oy, claramente, cmo las seis lenguas de acero de
los calibres se tragaban la bala, chasqueando, sin mascarla. Dos jlores de fuego brotaron
al cruce de la garganta, rajando con su estrpito el vidrio de la montaa. Los ecos fueron
arrimerando las detonaciones con jactancia, como monedas de plata.
A una sea del sargento, todos s echaron de panza, al desperdigo, escogiendo al
azar la mampuesta. Fue aquella barranca como una guarida de rayos en brama,
despedazndose unos a otros a mordidas por la hembra, aquella raya oscura trazada firme
en la montaa por el pual de los siglos.
Saliendo a la orla del embudo de aquella tremenda barranca del Berrido, que una hora
antes hiciera honor al nombre, cuatro hombres en fila, jadeantes y ensangrentados, pararon
al pie de los pinos. Traiban las manos a la espalda y los dedos gordos bien socados con
pita. Sosteniendo al ltimo, que apenas caminaba, el sargento Vanegas, calibre en
bandolera, los pastoriaba delgado y sereno, echado atrs el queps y un puro entre los
dientes.
-Arrepnganse tantito, desgraciados.
Jalando un macho barcino, cargado con ollas y trebejos, asom un soldado. Amarr y se
tir en la grama a la bartola.
-A la gran babosa, mi sargento, es bien jodida esta lagor!...
-Date por suertero, desgraciado... No bs visto cmo quedaron panzarriba
tus cheros?
-Dice bien, Vanegas, ya vide que Dios nos quiere...
-O no nos quiere... asign...
El viento de la noche chiflaba tristemente en los pinares.
EL BRUJO
concertarse en un solo e infinito palpitar montono del corazn de los elementos. Fuego,
aire, agua y tierra aunaban sus pulsaciones en la noche, agravando el silencio.
La soledad era completa. Llegados al pie de las tres ceibas deshojadas, de ramazones
bajeras y aguajereadaso carcomidas por los siglos, pararon sobre el enrejado de sombra y
desmontaron. El cerro redondo desde all apareca como una piedrenca musgosa, a la vera
de un muy ancho y desolado camino.
Felipe y Chema eran hermanos a la pura juerza; hubieran deseado no serIo. Chema
era el menor y por tanto aguantaba ms la hermandad. Vivan solitarios en el rancho de
aquella joya y la fatalidad los haba unido al fin en un solo inters. Estaban enamorados de
dos hermanas y las fuerzas empleadas en el asedio haban fracasado por completo. La
Chabela no miraba mal a Chema, pero no lo dejaba pasar de ciertos lmites; en cambio, la
Lorenza rechazaba de plano las pretensiones de Felipe. Ahora iban ellos a quemar el ltimo
cartucho. Felipe haba odo una vez, de labios del brujo Manuel Mujica, que en cuestin de
amores nunca fallaba la oracin del puro, cuando se ejecutaba de ley. A eso haba
arrastrado esta noche al hermano, hacindole beber cuatro leguas de temor y de esperanza.
La casa de Manuel Mujica estaba encumbrada en el hombro del cerro, entre papayos
que iban de romera en ringla, bajando la loma con sus alforjas al hombro. En
la inmensid del mundo, eran como cirios verdes y grumosos ante el altar del cielo;
altar ennubado, donde la Virgen del maleficio pone su pie de plata sobre la luna.
A pie haban llegado hasta all, por veredas acharraladas y pedregosas, tan
empinadas que las bestias no hubieran podido trepar sin peligro. Haban subido del lado de
la sombra y, cuando cumbrearon al jaz de la par de adobe de la casa del brujo, la luna los
pint de yeso y de carbn. Rondaron la casa hasta dar con la puerta de tablas, que estaba
cerrada, pero con luz en las heridas.
Felipe llam, golpeando con el dedo. La voz de Mujica se oy friolenta de vejez:
-Rempuj Felipi...
Felipe empuj y entr seguido de Chema, quien llegaba aflejido a la vez que curioso.
El brujo estaba sentado en una calavera de vaca y envuelto en un perraje colorado.
Tena por delante un hornillo, sobre una mesita; y en l echaba, al descuido, granitos de una
resina que jeda a cacho. Era consumido y de ojos ublados, prieto como laja de
dulce amelcachada y con bigote gris en las puntas de la boca. Al mirarle con cuidado la
nuca y las manos, pareca como hecho de hule en bruto. Les ofreci taburete.
-Qu les sirvo, much, la oracin del puro o el mueco de cera?
Chema no comprenda. Felipe se puso grave.
-Para ste -dijo con voz temblona- la oracin; para m una mueca con aljiler en el
mero corazn.
Un ligero ruido que vena del techo sobresalt al hermano menor. Mir las vigas. A la
luz temblona del fuego,vido, horrorizado, que las varas se bian hecho culebras
y siban deslizando despacito, con vueltas de trpano. Se puso de pie espantado.
-No se espante, hijito: son las masacuatas que tengo para que se coman los
ratones. Nuacen nada, son mansas como gatos.
-Aunque no me quiera, yo nuago esa papada!
-No seya pendejo, lo va querer esa babosa pa que liarda a lotra, qus la consejista de
que no lo tope.
-Mire, Felipe, mi nana no nos cri pa malos: arrecuerde su consejos!
-Pues vyase al chorizo, istpido, y jdase! ... Desde aquel da se separaron para
siempre. Felipe empez a poner en prctica las lecciones de Manuel Mujica. Pa la Lorenza la
mueca; y pa la Chabela, y a su propio favor, el puro.
Un da Chema los top en el ojo diagua, dicindole secretos, sentados en la riz del
tamarindo. Taba puesta la tormenta y haba un oscuro lleno de inquietud. Se haba parado
las hojas, como si el aire se biera coagulado. Entrelos besos del agua en el
pedrero, se oiban besos de labios. No pudo contenerse. Una nube espesa de celos, ms
tormentosa y relampagueante que la del cielo, le ceg un instante. Lleg, trmulo, por la
espalda y clav su daga deun golpe.
La tormenta llen el mundo con su furia imponente. Como un ltigo, caiba el rayo
sobre las espaldas de los volcanes encogidos que huan en grupos. El ro rugidor
arrastraba, entre el lodo y la lea, un mueco infeliz, con unaljiler clavado en el mero
corazn.
HASTA EL CACHO
Los nubarrones ensuciaban las tres de la tarde, como dedazos de lpiz. A lo lejos, en las
aradas que iban bajando de los cerros pelones, se miraban las tierras como pintadas con
yeso. En aquel paisaje dibujado sobre pizarra de escuela, la montaa era como una
resquebradura. Venia lloviendo por todos lados. El viento balanceaba su regadera sobre
aquellos plantos de tristeza. El polvo, despertado bruscamente, se desperezaba y se echaba
a volar, como un fantasma. En la lejana azulidad de la costa, la tormenta iba empujando
sus cortinas.
Pedrn y su hijo, dejando el arado y la yunta a merced de la lluvia, alcanzaron a llegar
bajo un amate. Las primeras gotas palmeaban la tierra, precipitadamente y a tientas, como
un ciego que ha perdido algo en el suelo. El terrn desflorado sonaba como un cuero, y ola
como flor de tierra. Las hojas se enmantecaron de y, agobiadas con el raudal
cristalino. Los truenos pasaban rodando como piedrencas en la barranca de la
quebrada. De cuando en cuando el rayo encenda, de un fosforazo, su puro escandaloso.
-!Qu aguacero, hij!...
-Miire... tata, cmo sihacen los cocos... all!...
Pedrn se peg ms al tronco del amate; con su brazo amplio protega al cipote; una
que otra gota, llena de colores, vena mecindose de hoja en hoja, hasta caer en el aro viejo
del sombrero. Las ramas, bajeras y anchas, dibujbanse en seco, sobre el terreno. Haba en
aquel refugio una suavidad hogarea.
-Cuando vos naciste taba lloviendo tieso...
-Eeee?...
-Meramente como hoy... Tu nana tena friyo; ju como a las diez de la noche.
-pobrecita mi nana!...
-S pu, pobrecita...
Haba ido decayendo la lluvia; aflojando, languideciendo, agonizando. Una brisa de
tarde dorada sacuda el agua de los matorrales. A lo lejos, los eucaliptos negros y secos se
adentraban en el cielo gris, como rayos negativos. Como espuma lamba la neblina las
lomas olvidadas. Rojos de barro, iban los regueritos buscando su salida por los surcos. Los
bueyes, pintados all por la frescura, rumiaban recordando... Al haz de la piedra de la
tormenta, naca el crepsculo, como una florcita. Un sol mieludo untaba los cerros, que se
agachaban desnudos y en grupo.
-Amons, vos; ya se calm.
-Mempap el lomo...
-Ojal no te vaya a repetir el paluds.
- Primero Dios ...
Cruzaron el campo raso, hundiendo en el barro pegajoso los pies oscuros. En aquel
golfo de tierra negra, eran como dos agegechos heridos.
El shashaco Tadeyo lleg apriesa onde Pedrn.
-Pedrn -le dijo-: Don Juan Jos tiene merc de verte; sest muriendo y te
quiere hablar.
-Eeee?...
-And, hombr, el deseyo de los murientes hay que cumplido. Ya casi no
pispileya y slo a vos te aguarda.
-Achs! ... Y qu me querr el maishtro?
-Antojos!...
-No mests tirando, hombr?...
-Agen!. .. Por stas!...
Fueron apriesa por el caminito. La noche era oscura y los pies iban al tanteyo por el
pedregal. En una vuelta, apareci la puerta en luz de la casa de don Juan Jos, el maestro
albail. Entraron, agachndose.
Desde all se alverta el ronquido del moribundo.
Los familiares rodeaban la cama. Pedrn se acerc, con el sombrero en la mano. Se
par agarrado de la cabecera. Mir, tmido, los ojos pelados del enfermo.
-S le puedo ser de servicio...
-Que me dejen solo con Pedro... -pidi, con temblorosa voz, el viejo-. Arrimte,
hermano; ime tantito, antes de dirme...
Salieron todos. Pedrn se sent, jalando un taburete. El viejo empez a llorar sobre su
estertor.
-Perdonme, hermano!...
-Agen .... Y yo de qu?.. o Siazareye, que liace dao.
-Tengo un pecado feyo, que no quiero dirme sin confesar...
-Si quiere, le llamo al padre.
-No. Es con vos, Pedro; porque a vos te se ju hecha la ofensa.
-A yo?...
-La Chica se meti conmigo. Nos vyamos descondidas tuyas. El Crispn es mijo...
Fue tan rudo el golpe asestado en el pecho de Pedrn, que ste no se movi; abri un
poco la boca. Senta que una espada di aire le haba pasado de ido a ido, al tiempo que
un tenamaste le caiba en el estmago. Se pusocherche, cherche. El enfermo clav sus
lgrimas en aquel rumbo, y pidi perdn. No obtuvo respuesta; slo un silencio puntada, que
le dio un fro violento. El pecado, rodando de la garganta al pecho, atraves sus dos puntas,
haciendo sentarse de golpe al maishtro. Dio un gruido; busc a tientas el borde de la vida,
y cay en brazos de sus familiares que llegaron corriendo.
Pedrn an estaba mudo, apoyado en la vista como en un bordn. De la gran escurana
llegaban a su corazn aquellas palabras de alambre espigado: "El Crispn es mijo"... Sobre la
cama descansaba ya muerto el morigundo. Le haban cerrado los ojos con los dedos, y la
boca con un pauelo azul. Alrededor de la cama empezaron las mujeres a verter rezos y
lgrimas. Con ojos como botones, los hombres le miraban la boca traslapada.
Naide supo exactamente lo que all pas: un gritar destemplado, un empujar, un
"Jess, Jess!", un crujir de cama, un pual de cruz ensartado hasta el cacho en el corazn
del muerto. El muerto ba sido asesinado. Dijeron que Pedrn se haba trasjuiciado. El
Comisionado no lo arrest: en primer lugar, porque el muerto yestaba dijuntocuando el
asesinato; y en segundo, porque el autor del sacrilegio taba loco.
Para no desangrar el cadvere del finado, no le quisieron sacar el cuchillo; se fue al
sepulcro como tapn de odio; ensamblado hasta el cacho, como crucita de
maldicin. Tierra prieta le cubri amorosa; sobre el suelo se enterr la cruz grandota, la
cruz de bendicin, con su "Descanse en Paz".
El Crispn, el hijo del muerto y de la muerta, andaba echado e la casa haca tres das.
Su propio llorar lo haba llevado al borde de la quebrada: all silencioso, all sombro; all,
donde lloraba el suelo. Sentado en el hojero,debajo de los charrales, se quera
morir diambre. Senta que se ahogaba, en un dolor amoroso que le llegaba a la coronilla. Su
amado papa lo ba sacado diarrastradas, aquella tard~ maldita; lo ba ido empujando parajuera: "Vyase, desgraciado, vyase; ust nues mijo; vyase, no gelva,
babosada, no seya que se me vaya la mano! " Por dos veces, su papa le ba encumbrado el
corvo. All se estuvo llorando, sin comer, sin dormir... Tena hinchados los ojos, la boca
pasmada, la mente vaca.
Aquella atardecida, cuando ya las sombras estaban maduras y se desprendan; cuando
los toros pasaban empujando un alarido, y las estrellas se despenicaban como florecillas
sobre el patio del cielo, Pedrn surgi de la brea y cay sobre su hijo, como un jaguar
hambriento de amor. Le corra el llanto por la cara y por la camisa. Se hundi al hijo en el
pecho, sofocando sus sollozos.
-Mijo, mi lindo! ... Perdname, cosita; taba como loco!....
Le sobaba la crencha lacia, ebrio de compasin.
-No puede ser, Crispito de mialma; no puede ser, no puedo vivir sin
vos... j Estos diyas negros min quitado la vida! He sentido que tena trabado el
corazn, el pual que le dej al dijunto; yo mesmo me ba hecho elmaldiojo. Al
fin juimos con Tadeyo, y se lo quitamos; hora te siento mijo otra gelta
Despegndose del pecho de Pedrn, con un dolor que retorca su cara como un trapo,
para estrujar las ltimas gotas, el nio le mir fijo y, tras un esfuerzo inmenso, logro gotear:
-Pa Pa!...
7- Qu es fonografo? Era un toca discos. Antiguo que se utilizaba antes para escuchas musica,
como lo es ahora un CD Player.
8- Que lenguajes es utilizado dentro de la obra? Lenguaje Popular Salvadoreo.9- Escriba el tiempo y el espacio en donde se desarrolla "cuentos de barro".
Todos los cuentos se desarrollan en zonas rurales de El Salvador entre la epoca de 1920-1930.
(Aunque nosotros lo hemos adaptado un poco ms actual, pero originalmente es 1930)
SINTESIS.
es un libro del autor salvadoreo Salvador Salazar Arru (1899-1975). Publicado por primera vez
en1933 El libro es una coleccin de cuentos relacionados con la historia de El Salvador.Al igual que
en su otra obra Cuentos de Cipotes de 1945 logra identificarse en ella con el ambiente
del campesinado, lo cual supone una novedad en la literatura salvadorea.1A inicios de
la dcada de 1930, la narrativa salvadorea tiene su centro en la obra de Salarru, la cual es tan
diversa como voluminosa y al mismo tiempo desigual. Es la continuacin y culminacin de la
sntesis entre el lenguaje literario culto y el habla popular iniciada por Arturo Ambrogi.
Sus Cuentos de barro, que podra considerarse el libro salvadoreo ms publicado y ledo, tienen
inters por ser una de las inclinaciones literarias ms logradas hacia la utilizacin del habla popular
y por elevar el primitivismo de la sociedad campesina al estatuto de utopa nacional.