El Libro Del Tropico
El Libro Del Tropico
El Libro Del Tropico
DEL TRPICO
ARTURO AMBROGI
EL LIBRO DEL T R ~ P I C O
OBRAS DEL MISMO AUTOR
PUBLICADAS :
Marginales de la Vida.
Sensaciones del Japn y de la China.
El Libro del Tr6pico.
Don Jacinto.
Las Vidas Opacas.
EN PREPARACIN :
El Alma Indlgena.
Historia de Malespln.
Anastasio Aquino Rcx
EL LIBRO DEL T R ~ P I C O
LA SIESTA
El cielo, de un azul de cobalto, intenslsimo,
resplandece a la hora meridiana. Ni la si-
lueta d e la mds pequefia nube disfiase
en la luminosa hondura de la atm6sfe-
ra. Sin una arruga, sin un ligero pliegue,
sin la menor empaadura, el cielo canicular
s e extiende limpio y radioso, como el metal
repujado en el fondo de un formidable escudo.
El sol, es como una rodela de hierro can-
dente, clavada en el cenit. Crepita. Quema
y ofusca. Bajo sus rayos, que caen perpendicu-
larmente y corroen la tierra amodorrada y re-
seca por la dilatada sequa, los follajes des-
piden lustres de reciente barnizaje.
Se siente la vida que germina, la vida
que palpita, vehemente, bajo el bochorno, en
esa tierra desflorada por e1 arado. En los
surcos paralelos, la simiente va surgiendo en
tiernos verdores que aterciopelan suntuosa-
mente las planitudes infinitas de las llanuras,
o las curvas gallardas de los altozanos y de
los collados.
El aire que sopla e s sofocante como el
hlito de una fragua.
-uLloverd~-dice el mocero que almuer-
za en el corredor de la casa, de cuclillas,
formando rueda a los rimeros de tortillas
10 ARTURO AMBROGl
***
En medio de la ~lazoleta. han levantado
la garita.
Pero la earita de los a~orreadores est
horra de techo, horra de paredes. Todava
no luce al sol su caperuza. Hay que esperar
las primeras espigas desgranadas, para con
ellas envolver la armazn de varas entre-
tejida de bejucos.
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-
Comienza el aporreo.
LOS dos aporreadores, al aire el torso
vigoroso, van a las pilas de mies, y cada
uno toma su haz. Cada cual, con los bra-
zos sumergidos hasta los codos en la masa
dorada y crujiente, va, maquinalmente, se-
parando las espigas, y formando al tacto
los puiiados. Luego, al retirarlos, los le-
vantan, y los van sacudiendo. Alguna bo-
rraja menuda s e desprende. Cae alguna
campnula magullada. Alguna rosada bolita
de zarza s e despenica.
Los aporreadores aperciben las gavillas.
En alto, blandida por sobre las cabezas,
las gavillas resplandecen como cegadoras
oriflamas. Las gavillas caen, alternativamente,
y van soltando el grano. Las pepitas deoro
saltan rebotan, caen, en copiosa lluvia.
Las pepitas s e van colando por entre las
flexibles varas del tapexco, y forman
. sobre la tierra gredosa, mullida alfombra.
EL LIBRO DEL T R ~ P I C O 97
En el entretando, el amornento~estival ha
llegado a su mhximo esplendor.
La hora meridiana se avecina.
El sol, un sol fogoso e ind6mit0, cho-
rrea su lujiiria sobre el paisaje.
La fiesta del oro esta en su apogeo.
Hay oro en el grano que salta, rebota, y
brilla al rededor de la garita, como un en-
jambre de abejas zumbando al contorno de
una colmena.
Oro en las gavillas amontonadas, en que
que cada arista es un nidal de chispas.
Oro en el terrn del surco, que inan-
tiene compacto Ja tramaz6n de races de
la grama.
Oro en el filo de las hoces que se ele-
van, y caen, segando.
Oro en la espiga, que se dobla y muere.
Oro en el cielo rezumando crudo afiil.
Oro hasta en las perlas de sudor que van
chorreando por la piel atezada de los se-
gadores.
La fiesta del oro este en todo su apogeo!
98 ARTURO AMBROGI
y
* *
Por detrds de la cadena de montafas aue
a&rallan el horizonte, comienzan a surgir
columnillas de humo. columnillas de humo
como escapadas de misterioso pebetero. Son
frigiles esas columnillas en espiral, que
resaltan blancuzcas, casi transparentes, so-
bre el uniforme fondo obscuro del cielo.
No bien surgen, no bien ascienden, incier-
tas un tanto, cuando ya se disgregan; son
absorbidas, como la gota de tinta por
un secante. Algunas logran escapar a la
formidable succin. Y esas vagan un ins-
tante, al acaso, como raigones de alguna
gasa. Llega la hora en que esos raigones,
en que esos vaporosos retales, toman
cuerpo. Van intensificiindose, van revol-
viendo, van enredando sus livianas gue-
dejas. Forman extensos chales, que a su
vez se extienden, se compactan, se densifi-
can hasta llegar a formar nubes, nubes,
nubes que cobran colosales proporciones.
122
- ARTURO AMBROGl
El viento s e desata.
Avanza con el estrkpito ensordecedor de
una marea. Llega, removiendo la hojarasca,
quebrando ramas, levantando el polvo de
los caminos, arrancando malezas, doblando
espigas. E s un torbellino indescriptible.
Llega haciendo escapar, loco, despavorido,
al ganado, la cola erizada, en alto; los
grandes ojos llenos de espanto. Las pobres
ovejas s e acurrucan, temblantes, llorosas,
las unas contra otras, apretadas, entre los
montones de zacate del aprisco. Los pdja-
ros, desamparados, s e apresuran a guare-
cerse sobrecogidos, en sus nidos inseguros.
Y el viento pasa, arrastrando pedazos de
nubes disgregados de la gran masa, desga-
rrndolas, abandonando hilachas de ellas
sobre los techos de los ranchos y entre
las ramas de los rboles que cabecean azo-
tados, inclinandose en una violenta genu-
flexi6n hasta tocar el suelo con sus cimas.
Y suena el viento, como un olimpico co-
ro de cornetas. Suena, como un estruendoso
redoble de tambores, que anuncia y sigue
el paso de los estandartes desplegados. El
viento, que amenaza...El gran viento, que
todo lo arrolla impetuoso. El viento, que
s e encrespa como un ockano ensoberbecido.
EL LIBRO DEL T R ~ P I C O 127
- -
E] viento que pasa, como un atronador ro-
daje de cadones, lacerante preludio de ex-
terminio y de muerte. El viento que peina
las crines de 10s cascos de los guerreros.
~1 viento que alimenta los incendios devas-
!adores. El viento que besa y marchita las
heridas de los que Caen en los campos de
batalla. El viento que azota y desgarra la
seda de las banderas. El viento que hace
lira de los esqueletos abandonados, y harpa
de los fnebres pinos. El viento que azuza las
iras de las fieras desamparadas en lo pro-
fundo del bosque en una noche fatdica. El
viento, que trae gritos, que trae lamentos,
risas; qae arrastra blasfemias, cantos, rue-
gos. El viento, multiforme. El viento, ja-
rnAs vencido. El viento, jamas encadenado...
128 ARTURO AMBROGI
-
FIN.
i NDICE
.
PAG
Anteportada . . . . . . . . . . . . . .
Portada . . . . . . . . . . . . . . .
Obras del mlsmo autor . . . . . . . . . .
El Libro del Trpico . . . . . . . . . . .
La siesta . . . . . . . . . . . . . . .
La pesca bajo el sol . . . . . . . . . .
La Sacadera . . . . . . . . . . . . .
Medlodia . . . . . . . . . . . . . . .
La Historia de la C u t a . . . . . . .
Dcspuks del chaparrn . . . . . . . . .
La vejez de la Ceiba . . . . . . . . .
La Culebra . . . . . . . . . . . . .
La vlspera del dia de la Cruz . . .
El aporreo del arroz . . . . . . . .
Las primeras lluvias de Mayo . . . . . . .
La siesta de los zopilotes . . . . . . . . .
La Tormenta . . . . . . . . . . . . . .
La Semana Santa en el pueblo . . . . . .
La vuelta al rancho . . . . . . . . . . .
La muerte del perro . . . . . . . . . .
El toque de Angelus . . . . . . . . . . .
La sombra del amate . . . . . . . . . .
Camino de la quebrada . . . . . . . . . .
La partida de las carretas . . . . . . .
Elogio de la chicharra . . . . . . . . . .
La quema . . . . . . . . . . . . . .
Vida del *Calero . . . . . . . . . . . .
El paso de la recua . . . . . . . . . . .
La quebrada . . . . . . . . . . . . . .
La muerte del copinol . . . . . . . . . .
lndice . . . . . . . . . . . . . . . .
Colof6n. . . . . . . . . . . , . . . .
-El Libro del Trpico* se acab de
imprimir en los talleres de la Im-
prenta Nacional de El Salvador. el
dia 23 de Abril del ano de 1915.