Lo Ideal y Lo Material

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Lo ideal
y lo material
Pensamiento, economas,
sociedades
Versin castellana
de A. J. Desmont

Donado por Dra. J. car


^ y forres 2007

Taurus Humanidades

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A Claude Lvi-Strauss

1984, Librairie Arthme Fayard '


1989, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.
Juan Bravo, 38. 28006 Madrid
ISBN: 84-306-2212-8
Depsito Legal: M. 5.520-1990,---""
Printed in Spaitv,
Diseo: Zimmermann Asociados, S. L.

Todos los derechos reservados.


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y PREFACIO A LA EDICIN ESPAOLA

11

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17

IDEAL Y LO M A T E R I A L

I.

^11.

III.

IV.

La apropiacin material y social de la naturaleza


1. Ecosistemas y sistemas sociales
2. Territorio y sociedad en algunas sociedades precapitalistas

45
95

La parte ideal de lo real


3. La parte ideal de lo real
4. El papel del pensamiento en la produccin de
las relaciones sociales

153

Consideraciones crticas pero no polmicas


5. Karl Polanyi y el lugar cambiante de la economa en as sociedades
6. La poltica como relacin ci produccin. Dilogo con douard Will

209

Estamentos, castas, clases


7. Estamentos, castas, clases

199

240

263

APNDICE

283

BiBLOGRAFA

293

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Lo ideal y lo material
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-VI

Este libro parte de un hecho y de una hiptesis.


El hecho: al contrario que los dems animales sociales,
los hombres no se contentan con vivir en sociedad, sino que
producen la sociedad para vivir; en el curso de su existencia
inventan nuevas maneras de pensar y de actuar sobre ellos
mismos as como sobre la naturaleza que los rodea. Producen,
pues, Sa cultura y fabrican la historia, la Historia.
Los dems animales sociales tambin son sin duda producto de una historia, pero de una historia que ellos no han hecho;
la historia de la naturaleza, que como se sabe consiste en el
proceso evolutivo de la materia viva, de las especies vegetales
y animales que ha engendrado la naturaleza en el curso de las
edades de la tierra y que la componen.
Un hecho, pues, pero en absoluto como los dems, puesto
que explicarlo requiere analizar tanto la evolucin de la naturaleza como la especificidad del hombre en el seno de esa
misma naturaleza. Un hecho que en absoluto es como los
dems, puesto que los dems se sitan a su luz o a su sombra,
y del que necesariamente ha de partir el pensamiento en la
actualidad si pretende explicar el hombre y su historia, desarrollar las ciencias naturales y las humanas.
Pero cmo pensar sobre un hecho sin una hiptesis con
la que interpretarlo? Nosotros tenemos la nuestra, que desde
luego no es nueva, pero que a nuestros ojos sigue conteniendo
un inmenso potencial de explicacin terica. Esta hiptesis es
la siguiente: el hombre tiene historia porque transjorma la
naturaleza. Y asimismo, la naturaleza propia del hombre consiste en tener tal capacidad. La idea es que, de todas las fuerzas que ponen al hombre en movimiento y lo hacen inventar

17

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:! en una nueva forma de sociedad, para desarrollar y extender
mucho ms all de sus lugares de origen determinadas formas
nuevas de vida social inventadas por . Ahora bien, no parece muy difcil dar con los hechos que sustenten esta hiptesis.
Hay algn ejemplo mejor, de la accin del hombre sobre
la naturaleza, que las plantas y los animales domsticos? No
fue su domesticacin, iniciada unos 10.000 aos a.C., el punto
de partida de un desarrollo, muy pronto irreversible, de mltiples formas de agricultura y de ganadera que entraaron
profundas transformaciones de la vida social? No fue en el
seno de algunas de estas sociedades agrcolas o agropastorales donde, antes que en ningn otro sitio, surgieron las primeras estratificaciones en castas o en clases, y tambin las
primeras formas de Estado, hacia el 3500 a.C., en Mesopotamia y luego en China, en Egipto, en Per y en Mxico?
Y los hombres de entonces eran lo mismo que somos nosotros
actualmente, individuos pertenecientes a la especie Homo Sapiens Sapiens, la cual no parece haber evolucionado demasiado en el aspecto biolgico desde hace cincuenta mil aos.
Si nos remontamos ms lejos, a lo largo de los varios miilones de aos que han visto transformarse a algunos de nuestros ancestros prehomnidos, por etapas, en el Homo Sapiens
que somos nosotros, se descubre as nos lo muestran los
paleontlogos y los prehistoriadores que las transformaciones
estuvieron ligadas a una evolucin que condujo a nuestros
ancestros a erguirse, a liberar las manos, a desarrollar el cerebro, o que es permiti agregar a as nuevas capacidades
corporales la potencia del lenguaje y de as herramientas.
No obstante, no ha habido que esperar a los ltimos descubrimientos de la paleontologa y de la arqueologa para
formular y reconocer valor cientfico a nuestra hiptesis de
partida. Sin pretender trazar la historia de esta idea dentro
del pensamiento occidental historia que verdaderamente an
est por hacer, recordemos que ya se la encuentra en Francia hacia 1750 en los fisicratas Quesney y Mirabeau, y en
Escocia en Lord Kames y en su sucesor en a ctedra de filo18

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el siglo xix est presente, ,de forma ms o menos difusa y


con desigual peso, en las obras de Darwin, Spencer y Morgan,
y si bien Marx la convirti en el'principio de su teora,, no
por eso es exclusivamente .suya.1..;
A comienzos del siglo xx la encontramos a punto de derrumbarse bajo el peso de las crticas poco a poco acumuladas contra el evolucionismo que domin las disciplinas cientficas durante el siglo anterior 2 . Deja de verse la historia
como una consecuencia lineal de la evolucin de la naturaleza,
de una evolucin biolgica que, progresando de lo inferior
hacia lo superior, habra colocado al hombre en la cima de
la naturaleza y al hombre occidental en la cima de la historia.
Es intil subrayar hasta qu punto tales interpretaciones de la
evolucin han podido servir de fundamento para que las ideologas racistas occidentales legitimaran la subordinacin y la
explotacin de los pueblos colonizados, y en un sentido ms
amplio el desprecio y la destruccin de las dems culturas 3 .
Sin embargo, de esta crisis iban n salir, lan vivas corno
siempre y con ia misma importancia cientfica do siempre,
slo que purificadas ahora de los presupuestos y las limitaciones del evolucionismo, la idea de la evolucin de la naturaleza y la idea de que existe una historia del hombre vinculada
precisamente a su capacidad para transformar su propia naturaleza y la naturaleza. No encontramos en la obra del mismo
1
La dea de la transformacin de la naturaleza por el horiHbre no
(ene ningn sentido en la mayor parte de las culturas y, como subraya
j.-P. Vcrnant a propsito del pensamiento griego sobre el origen y la naturaleza de los tectinat, hubiera equivalido a un sacrilegio, a una blasfemia contra el orden divino de la naturaleza. Ver, no obstante, la upasionante obra de un autor muy pronto desaparecido: Ronald Mcek,
Social Science and the Ignoblc Savage. Cambridge. Cambridge, Univet'sity
Press, 1976; y la ms reciente: Charles Woolfson, The Labour Thaory o
Culture, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1982.
2
C. L. T. Hobhouse, G. C. Wheeler y M. Ginsberg, The Material
Culture o the Simpler People. An essay in Correlation, Londres, Routledge
and Kegan Paul, 1965 (1." ed., 1915); Julin H. Steward, The Theory oj
Culture Change. The Methodology of Multilinear Evohtion, Chicago-Londres, University of Illinois Press, 1955; del mismo autor. Evolution and
Ecology. Essay on Social Transformation, Chicago-Londrcs, University of
Illinois Press. 1982.
3
Eric R. Wolf, Europe ana" the People wihout History, BerkeleyLondres, University of California Press, 1982.

19

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Lvi-Strauss, poco sospechoso de evolucionista, la afirmacin


de que la teora de las superestructuras, apenas esbozada por
Marx y a la cual desea contribuir, no pone en tela de
juicio el principio de orden [que es] el indiscutible primado
de las infraestructuras? 4 . De ah es de donde hemos partido
tambin nosotros en este libro cuando hemos querido explorar
las relaciones entre el pensamiento, la economa y la sociedad,
analizando el peso de lo ideal y de lo lo material en la produccin de las relaciones sociales, en el desenvolvimiento de
las sociedades y en su historia.
Todo el mundo puede apreciar la dificultad del empeo y
lo que hay en juego. Se trata de analizar cmo y hasta qu
punto las realidades materiales, las de la naturaleza exterior
al hombre y aquellas que l mismo ha creado o transformado,
actan sobre la organizacin de su vida social y, ms profundamente, sobre el proceso de produccin de nuevas formas de
sociedad. Pero qu significa realidades materiales? AI examinar la cuestin, parece que hay que distinguir muchos tipos
yde materialidad, segn que su existencia y su actividad impliquen o no la existencia del hombre.
;
En primer lugar, existe esa parte infinita de la naturaleza
que se encuentra siempre fuera del alcance directo o indirecto
del hombre, pero que sin embargo en ningn momento cesa
de actuar sobre l: el clima, la naturaleza del subsuelo, etc.
Luego, est la parte de la naturaleza previamente transformada por el hombre, pero de un modo indirecto, sin que el
hombre haya deseado ni previsto las consecuencias de su ac'cin: la erosin del suelo, las modificaciones de la vegetacin
ligadas al repetido uso de la quema de la maleza con vistas
a la caza, la agricultura, la ganadera...
Tambin existe, por supuesto, la parte de ia naturaleza
directamente transformada por el hombre y que, en adelante,
no puede reproducirse sin ayuda del hombre, sin su atencin,
su energa, su trabajo. Nos estamos refiriendo aqu, ante todo,
a las plantas y a los animales domsticos que, hasta ayer, constituan el principal elemento de su subsistencia. Aislados de
los hombres y dejados a s mismos, tales plantas y tales animales sobreviviran en condiciones precarias, se asilvestraran o
bien seran incapaces de reproducirse y desapareceran.

Por ltimo, hayque agregar otras dos partes de a naturaleza que el hombre ha transformado a travs de su uso en l
proceso de produccin de sus condiciones materiales de vida:
en primer lugar, las herramientas y las armas, fabricadas a <fc
partir de huesos, de madera, de piedra, etc., que-constituyen
otros tantos rganos exteriores que prolongan el cuerpo humano y a cuyas fuerzas suman las suyas. (Esto no puede decirse
de las mquinas, las cuales no funcionan como prolongaciones del cuerpo humano.) A continuacin, todos los elementos de la naturaleza que, despus de haber sido cercenados
de sta por la accin del hombre, sirven, en su forma original
o luego de haber sufrido cambios de forma o de estado, de
soporte material para la produccin de la vida social en todas
sus dimensiones: la madera, los huesos, la piedra, el cuero o
los metales que se utilizan para construir sencillos refugios
o templos suntuosos, escuelas y bancos, estatuas de hombres
y de dioses. Las herramientas, las armas, los monumentos y
toda clase de objetos constituyen los soportes materiales de
cualquier modo de vida social. Abandonados por los hombres,
se descomponen en ruinas, en vestigios inertes y mudos que
ofrece la historia a la codicia y la imaginacin de los arquelogos de las pocas posteriores.
La frontera entre la naturaleza y la cultura, la distincin
entre lo material y lo ideal tienden, por otra parte, a borrarse
cuando se analiza la fraccin de la naturaleza que ha sido
sometida directamente al hombre, producida o reproducida
por el hombre (animales y plantas domsticos, utensilios, armas, ropas...). Esta naturaleza exterior al hombre no es exterior a la cultura, a la sociedad, a la historia. Es la parte de la
naturaleza transformada por la accin, y por lo tanto por el
pensamiento, del hombre. Es una realidad material y al mismo
tiempo una realidad ideal, o por lo menos debe su existencia a
la accin consciente del hombre sobre la naturaleza, accin que
no puede existir ni reproducirse sin que intervenga, desde el
primer momento, no slo la conciencia, sino toda la realidad
del pensamiento, consciente e inconsciente, individual o colectivo, histrico y ahistrico 5. Esta parte de la naturaleza es
5

Claude Lvi-Strauss, La pense sauvage, Pars, Pin, 1962, pg. 179.

20

C/. captulo 4: El papel del pensamiento en la reproduccin de las


relaciones sociales.
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naturaleza apropiada, humanizada, convertida en sociedad: la


historia inscrita en la naturaleza. !
As pues, hay cinco clases de materialidad cuyo conocimiento, cuyo eventual control por parte del hombre, si el
hombre logra adquirirlo, y en cualquier caso cuyos efectos
sobre el hombre no pueden ser idnticos. Porque la naturaleza
no cesa jams de actuar sobre el hombre, si bien no de idntico
modo segn que l la conozca o no, la domine o no. stos
son los problemas que abordamos en la primera parte de esta
obra, donde analizamos las distintas formas de apropiacin material y social de la naturaleza, tratando de descubrir, en la
organizacin de los distintos sistemas econmicos y sociales, el
efecto de las constricciones materiales impuestas por las condiciones de reproduccin de los ecosistemas naturales en que
se hallan inmersas las sociedades que actan sobre ellos con
objeto de reproducirse.
; La nocin de adaptacin designa de hecho las distintas
estrategias inventadas por el hombre para explotar los recursos de la naturaleza y para hacer frente a las constricciones
ecolgicas que pesan tanto sobre la reproduccin de los recursos como sobre su propia reproduccin. Adaptarse es a la
vez someterse a las constricciones, tenerlas en cuenta y ampliar los efectos positivos para el hombre, as como atenuar los
negativos, mediante la reglamentacin, por ejemplo, de la movilidad de los individuos y de los grupos, limitando sus efectivos, inventando medios para almacenar los alimentos, etc., en
suma, oponiendo una prctica material y social a las constricciones materiales de la naturaleza.
Desde luego, las especies que nos rodean tampoco han
podido sobrevivir ms que adaptndose hasta un cierto punto
a los recursos y a las constricciones de su medio ambiente.
Pero ninguna es capaz de hacerse cargo, consciente y socialmente, como hace el hombre, de una parte de las condiciones
objetivas de su existencia. Es indudable que los procesos de
adaptacin de los hombres son contradictorios; y tampoco son
esiables si no es dentro de ciertos lmites que manifiestan a la
vez el contenido de sus relaciones con la naturaleza y de sus
relaciones sociales, relaciones stas cuyas caractersticas no proceden de su voluntad ni de su consciencia. Pero, al mismo
tiempo, en el caso del hombre los procesos de adaptacin implican desde un principio la elaboracin de representaciones
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e interpretaciones de la naturaleza que comparten todos los


miembros de cada concreta sociedad, y la organizacin de distintas formas de intervencin individual y colectiva sobre la
naturaleza basadas en dichas representaciones e interpretaciones. Parece necesario, pues, analizar por separado los efectos
que tienen sobre la organizacin de la vida social y sobre el
proceso de produccin de la sociedad esas materialidades profundamente distintas, de las que unas tienen su origen fuera
del hombre, en la naturaleza anterior al hombre, mientras
que otras proceden de ste, de su historia, y tienen su origen
dentro de una forma particular de sociedad que dan por presupuesta.
Por supuesto, todas estas distintas materialidades estn vinculadas entre s, puesto que las que proceden del hombre han
sido inventadas para actuar (volver a actuar) sobre las que
proceden de la naturaleza. Pero el problema, nada fcil, consiste entonces en saber cules son las relaciones que existen
entre las fuerzas materiales (e ideales) que el hombre inventa
en una poca determinada y las relaciones sociales que sirven
directamente de marco y de sostn a su accin sobre la naturaleza. O bien, por emplear el vocabulario de Marx, en cules
seno de un determinado ecosistema y las relaciones sociales que
intelectuales existentes en una sociedad que se reproduce en el
seno de un determinado cosistema y las relaciones sociales que
funcionan en dicha sociedad como relaciones de produccin.
La dificultad proviene de que nunca ha habido ninguna .
sociedad que exista a medias o en fragmentos: una sociedad \
existe siempre como un todo, como un conjunto articulado de
relaciones y funciones todas las cuales son simultneamente
necesarias para que la sociedad exista como tal, pero cuyo
peso sobre la reproduccin es desigual. Esto es lo que hace
que la reproduccin de tal o cual tipo de sociedad no pueda
proseguir ms all de determinadas variaciones o alteraciones
de las relaciones sociales que las componen y de la base material sobre la que se apoya.
Por lo tanto, slo mediante la abstraccin puede el pen- >
samiento separar las distintas partes de un todo, las fuerzas
productivas de las relaciones de produccin, y separar estas
dos realidades tomadas conjuntamente (que en adelante llamaremos por costumbre infraestructura) del resto de las
relaciones sociales (que pasarn a ser las superestructuras).
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Reparemos de pasada en' que infraestructura y superestructuras son una mala traduccin de los trminos Grundlage y
bcrbuu utilizados por Marx, El berbau es la construccin,
el edificio que se levanta sobre los cimientos, Grundlage. Ahora
bien, se vive en la casa y no en los cimientos. De manera que,
lejos de reducir las superestructuras a una realidad empobrecida, otra traduccin de Marx hubiera podido poner el acento
en su importancia...
En cualquier caso, cuando mediante la abstraccin el pensamiento separa las partes de un todo y trata de analizar sus
relaciones, lo que pretende es reconstruir la operacin de la
primera puesta en contacto de las partes que forman ese todo
para saber si tal proceso se limit a ser una correspondencia
impuesta de alguna manera desde el exterior, un ajuste recproco de elementos de la prctica social en principio extraos
los unos a los otros, o bien si, por el contrario, el proceso fue
algo ms que todo eso: la creacin simultnea de elementos
de la vida social que desde un principio mantienen una relacin de recproca correspondencia interna, debido todo a una
puesta en movimiento de la sociedad que tiene su origen ltimo
en la accin del hombre sobre la naturaleza.
Es evidente que, en la historia, las dos versiones posibles
no se excluyen, correspondiendo la primera, sobre todo, a las
respuestas de una sociedad sumisa a las presiones, es decir, a
las intrusiones del exterior, y la segunda a una situacin de
presin interna, a una dinmica endgena de a sociedad. Asimismo es evidente que, en el primer caso, la produccin de
nuevas relaciones sociales es en un cierto sentido una produccin secundaria, derivada: el efecto del encuentro (que puede
ser absolutamente accidental) y del ajuste de realidades ya
presentes y heterogneas, lo cual implica! la existencia de relaciones de compatibilidad parcial entre esas realidades. En cuanto al segundo caso, de alguna manera nos sita frente a los
mecanismos de la propia produccin original de nuevas relaciones sociales, frente al mecanismo primario de la produccin
de la sociedad. Sera por lo menos necesario que tal mecanismo existiera. Precisamente en haber hecho de esta pittesis el
hilo conductor de su pensamiento se basa la originalidad y la
importancia, tan vigente hoy como ayer, de Marx para el desarrollo de las ciencias sociales y del conocimiento del hombre.
Pero hay que apreciar claramente en qu se convierte la
24
:

1 i,

historia segn el pensamiento tome partido por una u otra de \.


las dos versiones, o bien por las dos a la vez. En el primer
caso, la parte del azar parece imponerse a la parte de la necesidad en el proceso de fabricacin de la sociedad y de la,
puesta en movimiento de la historia. En el segundo ocurre lo
contrario. Y en realidad, puesto que ambas versiones no se
excluyen, la historia no se reduce a ninguna de las dos. Surge
de su combinacin, de su concurrencia.
Lo que vara en la realidad es la parte que corresponde
al azar y a ^a necesidad en las circunstancias del nacimiento y
del mantenimiento, efmero o duradero, de las nuevas formas
de prctica social, de los nuevos modos de organizar la sociedad. Pero lo que est presente en todos los casos, constituyendo de alguna manera el mnimo de necesidad intencional
que acta en toda sociedad y sobre ella misma, que fabrica la
historia y la impele, es la accin misma de las caractersticas
de sus relaciones sociales, con desiguales capacidades para surgir y desaparecer. Desde luego, es la accin de los hombres lo-*
que hace nacer y desaparecer sus relaciones sociales, pero las
caractersticas de estas relaciones y su capacidad para reproducirse dentro de ciertos lmites no procede de la voluntad ni
de la conciencia de los hombres. Y es la necesidad insoslayable
de tener que someterse a esas caractersticas lo que pone en
marcha y gua los procesos de erosin, de destruccin, de ajustes recprocos, que hacen en ltimo trmino compatibles la
presencia y la accin de las relaciones sociales surgidas por
separado o a la vez dentro de una nica totalidad social, es
decir, de una sociedad local sometida a las constricciones materiales de la naturaleza que la rodea, del ecosistema donde
est inmersa, sin que jams dejen de actuar tales constricciones.
Pero si no todos los componentes de la vida social tienen
el mismo peso en el proceso de produccin-reproduccin de
la sociedad, s existe una jerarqua entre las relaciones sociales,
segn la o las funciones que asuman dentro de ese proceso,
si bien las relaciones materiales-ideales de ios hombres con la
naturaleza y las relaciones de los hombres entre s, que sirven
precisamente de sostn, de marco de su accin material sobre
la naturaleza, pesan ms que los dems elementos de la prctica social en el proceso de produccin de la sociedad, en suma,
si existe, por decirlo en palabras de Lvi-Strauss, un indis\
25

11

cutible primado de lias infraestructuras, entonces hay que


concluir que ,1a parte que corresponde a la necesidad dentro
de la historia no se reduce a;I mnimo de necesidad aintencional
que acta en toda y sobre toda sociedad, sino que lo desborda
ampliamente, sin nunca suprimir, no obstante, la existencia y
el papel del azar y de la contingencia dentro de la historia.
Si la historia es ante todo la gnesis de nuevas formas
de pensamiento o de sociedad y el paso de una forma de sociedad o de pensamiento a otra, si, junto a los accidentes del
azar y las transiciones forzadas, existen asimismo gnesis simultneas de elementos diferenciados de la prctica social que
se corresponden entre s porque responden a un mismo impulso
procedente del interior de la propia sociedad, no creados e
impuestos por el exterior, y si en todas las pocas se ejerce
algo as como un primado de las infraestructuras, entonces parece difcil afirmar que la historia slo es, en todos los casos,
un efecto del azar y una irreductible contingencia. Sin embargo,
es lo que dice Lvi-Strauss cuando escribe, a propsito del
milagro griego y del paso del pensamiento mtico a la filosofa en la Grecia antigua, que lo que all sucedi no fue ms
que una ocurrencia histrica que no tiene ms significacin
que el haberse producido en aquel lugar y en aquel momento,
puesto que ni aqu ni all era necesario el paso, y si la historia le reserva un puesto en primer plano, es ella la que
otorga legalidad a la contingencia irreductible 6. Se dira que
la idea del primado de las infraestructuras, tomada de Marx,
queda amputada de una pieza indispensable, lo que le resta
lo esencial o poco menos de su alcance. Volveremos sobre este
punto, pero antes necesitamos precisar lo que nosotros entendemos por la distincin entre infraestructura y superestructuras.
La cuestin no es sencilla; ha acarreado numerosos desbarajustes en el pensamiento e incluso en la accin. Recordemos
que, hace bien pocos aos, determinados discpulos de Marx,
con Althusser a la cabeza, organizaron un gran revuelo alrededor de esta pareja de conceptos a los que hicieron dar unos
pasos de bailes forzados, por no decir burlescos, dentro de una
teora que desplegaba una abundante;abstraccin filosfica y
6
Claude Lvi-Strauss, Du miel aux cendres. Pars, Pin, 1965, pginas 407-408.

que, debido sin duda a ese hecho, provocaba intimidacin y


propagaba la confusin' en el nimo de los especialistas en dis-
ciplinas ms empricas, y tal vez tambin en el de los hombres
de accin. Poco a poco, bajo la etiqueta de Marx, hemos visto
lanzar al terreno de juego de las ciencias sociales un modelo
que representaba a la sociedad como una especie de pastes
compuesto de capas superpuestas y desiguales, de las que la
ms dura (la infraestructura) sostena a las dems (las superestructuras); stas iban perdiendo consistencia a medida que
se acercaba uno a la capa superior, compuesta por todas las
ideas e ideologas que tienen los hombres en la cabeza y que
reflejaran, de manera parcial y deformada, a la vez el interior
y el exterior de su sociedad.
Se supona que estas deformaciones no nacan nicamente
del azar, del error o de la ignorancia. En una gran parte, se
consideraban impuestas por la necesidad, presente en todas !as
sociedades y tomada a su cargo por el pensamiento, de egiimar a ojos de cada individuo el lugar que l ocupa en la
sociedad y en el universo, hacindolo de tal modo que cada
individuo contribuya desde su puesto, inferior o superior al
de otros, a reproducir sus relaciones sociales y, en stas, el
conjunto del edificio social.
De ah que la produccin y la asuncin compartida de estas
representaciones deformadas-deformantes sobre los hombres, su
sociedad y la naturaleza que los rodea, se consideraran los agentes que instituan inmediata y necesariamente, entre cada individuo y sus condiciones reales, infraestructurales, de vida,
toda una serie de relaciones imaginarias que limitaban y secuestraban el progreso del pensamiento y de su accin.
Nada haba de verdaderamente nuevo en esta teora ni
tampoco era del todo falsa. Quien haya frecuentado, por poco
que sea, la historia o la antropologa, o sencillamente haya ,
observado la vida cotidiana, no ignora que los individuos
pueden mantener relaciones imaginarias con sus condiciones
de existencia, luego consigo mismos y con los dems. Y todo
el mundo sabe que las ideas tambin pueden servir para legitimar un orden social, hacer aceptar las relaciones de dominacin e incluso de opresin entre los estamentos, las castas y
las clases que pueda haberse en ese orden social, o bien ser
todo su fundamento.
Pero una teora tambin debe tener en cuenta el hecho

26

27

de que esas relaciones imaginarias rio son tales para quienes


las creen y actan en consecuencia, o bien el hecho de que las
ideas que han servido para legitimar: un orden social pueden
volverse maana contra l y servir para destruirlo. Aunque no
todo era falso en esa teora, s resultaba falsa frente a los
hechos distintos o contrarios que dejaba de lado.
Por nuestra parte, nosotros habamos elegido un camino
distinto una decena de aos antes. En contacto con los trabajos de los antroplogos y de los historiadores, en especial los
de la Antigedad y de la^ Edad Media, nos haba parecido
imposible retomar tal cual las nociones de infraestructura y
superestructuras. Dos hechos, sobre todo, nos hicieron examinar con mayor detalle las realidades que designaban esos trminos, y ese examen nos oblig siempre a plantearnos la misma pregunta: qu parte corresponde a las ideas, a lo ideal,
en el funcionamiento de las relaciones sociales? Qu parte
corresponde al pensamiento en la produccin de la sociedad
y en su reproduccin? 7.
El primero de estos hechos fue la constatacin de que
ninguna accin material del hombre sobre la naturaleza, entindase ninguna accin intencional, querida por l, puede realizarse sin recurrir, desde sus albores en la intencin, a las realidades ideales, a las representaciones, los juicios y los principios del pensamiento que en ningn caso seran nicamente
reflejos mentales de las relaciones materiales originadas fuera
del entendimiento, anteriores y ajenas al entendimiento.
Y estas realidades ideales tampoco parecan ser de una
nica clase. Junto a representaciones de la naturaleza y del
hombre, encontramos representaciones del objetivo, de los medios, de las etapas y de los efectos que se esperan de las acciones de los hombres sobre| la naturaleza y sobre s mismos,
representaciones que al mismo tiempo organizan una secuencia
de acciones y legitiman el lugar y el estatus de los actores en
la sociedad. Representaciones que explican quin debe hacer
algo, cundo, cmo y por qu. En suma, en el corazn de las

7
Una primera formulacin de nuestras reflexiones sobre este tema fue
objeto de un artculo aparecido en l'Homme en 1978 y titulado La part
idelle du rel. En la segunda parte de esta obra, que incluye asimismo
el captulo a que hemos aludido un poco antes sobre el papel del pensamiento en la reproduccin de las relaciones sociales, presentamos al
lector una versin ampliada y reelaborada de ese texto.

28

relaciones materiales del hombre con la naturaleza, aparece uha


parte ideal donde se ejercen y' se mezclan las tres funciones
del pensamiento: representar, organizar y legitimar las reacones de los hombres'entre s y con la naturaleza.*"
La demostracin hecha a propsito de las actividades materiales de los hombres puede repetirse asimismo para todas las
dems actividades humanas, para cualquier otra relacin social,
de parentesco, de autoridad, etc. Puen en toda relacin social
existe una parte ideal que aparece a la vez como una de las
condiciones propias del nacimiento y la reproduccin de esa
relacin y como su esquema de organizacin interna, como una
parte de su armadura, como la parte de esa relacin que existe
en el pensamiento y que, por eso mismo, forma parte del pensamiento,
Pero adelantmonos en seguida a los contrasentidos y las
acusaciones de mala fe. Porque decir que toda relacin social
existe al mismo tiempo en el pensamiento y fuera del pensamiento no implica en absoluto que toda la relacin se reduzca
al pensamiento de donde se deduce. Slo quiere decir que el
pensamiento no existe como instancia separada de las relaciones sociales, como una superestructura donde iran a reflejarse a posteriori y deformados los dems componentes de la
realidad social, de una realidad nacida fuera del pensamiento
y al margen del pensamiento, y sobre la que ste so ejercera
una accin retrospectiva, accin tanto menos eficaz cuanto que
partira de representaciones muy deformadas de lo real.
De todos modos, lo dicho no implica tampoco que en el
pensamiento todo se reduzca a las condiciones sociales e histricas en que se ejerce, ni por lo tanto tampoco su contenido,
como se deducira en caso contrario. Porque el pensamiento del
hombre no consiste en absoluto en el hecho de que el hombre
tenga un cuerpo y un cerebro, gracias a los cuales tambin
tiene la capacidad de aprehender y de construir relaciones,
relaciones entre las relaciones, etc., en suma, la capacidad de
pensar. Siempre hay en el ejercicio del pensamiento algo que
desborda el momento histrico y las condiciones materiales y
sociales de este ejercicio, algo que remite a otra realidad y a
otra historia distinta de la del hombre, alguna cosa que remite
a la historia de la naturaleza, anterior y exterior, pero al mismo
tiempo interior, a la del hombre, puesto que lo ha dotado de
un organismo material (el cuerpo) y de un rgano (el cerebro)
29

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que le permiten pensar. Recogiendo la formulacin de LviStrauss, detrs de la estructura del espritu est la del cerebro.
Pero, en tal paso, por que asimilar, como hace l, el pensamiento mtico, que est fe; punta a punta histrica y socialmente determinado (por lo menos en cuanto a su predominio
sobre las dems formas del pensamiento de los primitivos, que
son las implicadas en su ciencia de lo concreto), al pensamiento salvaje, al pensamiento del estado salvaje, es decir, al
conjunto de condiciones y principios de funcionamiento del
pensamiento de que se encuentra el hombre dotado a resultas
de una historia que no es la suya? *.
No se deber a que, para Lvi-Strauss, la historia del
hombre slo comienza verdaderamente con la aparicin de las
sociedades calientes, cuya lgica y cuyo movimiento se basan
en !a existencia de contradicciones sociales entre los estamentos, las castas o las clases, contradicciones que nada tienen en
comn con las de las sociedades fras, ms igualitarias, que
los hombres conocieron antes de domesticar las plantas y los
animales, as como su propio pensamiento? Sin embargo, a
nuestros ojos no existe ninguna razn terica para considerar
ms naturales los modos de vida y de pensamiento de los
cazadores, los recolectores y los pescadores que precedieron a
los modos de vida de los agricultores y los ganaderos, entre
los cuales, aqu y all, se fuerort extendiendo las relaciones
de dominacin y de explotacin que actualmente llamamos
estamentos, castas y clasesi.
De este modo, el anlisis de las condiciones y las funciones
del pensamiento, y de la parte que corresponde a lo ideal en lo
real social (parte que desborda ampliamente la de la conciencia y sus representaciones), nos conduce a plantear desde esta
perspectiva el problema del nacimiento y el desarrollo de las
relaciones propias de los estamentos, las castas y las clases,
y el del nacimiento y desarrollo del Estado, problemas que
abordaremos al final del captulo 3 y a todo lo largo del captulo 7. Sin buscar la provocacin ni la paradoja, hemos
llegado a la conclusin de que. probablemente, las primeras
relaciones de clase' y las primeras formas de Estado surgieron

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* a la violencia de una
y se desarrollaron no tanto por el recurso
minora que las impusiera al resto de la sociedad como por la
cooperacin de todos,, incluida la de los que padecieron los,
efectos negativos de as nuevas formas de dominacin y de
explotacin que conllevaban esas relaciones.
En efecto, un examen de los nuevos materiales etnogrficos,
histricos e incluso arqueolgicos, seleccionados para esclarecer el funcionamiento tanto de las sociedades sin clases como
de las sociedades jerarquizadas en estamentos, castas o clases,
nos ha aemostrado de manera repetida que, de las dos fuerzas
que fundamentan el poder en esas sociedades, la ms fuerte, la que asegura a largo plazo el mantenimiento y el desarrollo de tal poder, no es la violencia en ninguna de las formas
que la ejercen los dominantes sobre los dominados, sino el
consentimiento en todas sus formas que prestan los dominados a su dominacin, consentimiento que, hasta cierto punto,
los hace cooperar a la reproduccin de dicha dominacin. La
violencia, desde luego, puede bastar para instituir nuevas relaciones sociales, pero parece ser que no basta cuando se trata
de reproducirlas de forma duradera. El consentimiento es la
parte tlcl poder que los dominados agregan a la que ios dominantes ejercen directamente sobre ellos. En el fondo, la violencia y el consentimiento se conjugan y operan de forma distinta en el mismo sentido. No se excluyen.
Se trata, pues, de comprender cmo os grupos sociales y
los individuos pueden cooperar hasta un cierto punto a la
produccin y reproduccin de su subordinacin, incluso de su
explotacin. A menos que se crea que las castas, las clases y los
Estados nacieron aqu y all por los azares de la fatal conjuncin del deseo perverso de unos de sojuzgar y de ser servidos
con e, oeseo de otros, ms numerosos stos, de ser sojuzgados
y de servir, hay que buscar ms all de tales imgenes de una
cancerosa proliferacin de relaciones sadomasoquistas, ms all
de este socioanlisis barato, las razones de la formacin de las
ciases y del Estado 10.

8
Cf. Claude Lvi-Strauss, Le totmismc aujourd'hui, Pars, PUF. 1962,
pg. 130.
9
El trmino clase se toma aqu en un sentido genrico que incluye

las relaciones entre estamentos o entre castas (cj. ei Apndice del captulo 7, dedicado u los dos sentidos genrico y especfico de la pnlubra clase en Marx).
10
Aludimos aquf a las tesis de G. Deleuze y F. Cuattari en L'anii(Edipe, Pars, d. de Minuit, 1972, y a las de P. Clastres en La sacete
contre l'tat, Pars, d. de Minuit, 1974.

30

31

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A nuestros ojos, muy por el contrario, fue menester que


las nuevas relaciones jerrquicas respondieran a los nuevos
problemas que conducan a la sociedad y al pensamiento a
oponerse a s mismos, a!istis formas anteriores. Y fue menester
que esta respuesta pareciera ventajosa para todos, y ante todo
'' para aquellos que deban padecer los aspectos sociales negativos de tai evolucin. Fue menester, pues, que se produjera,
no una ciega conjuncin de deseos perversos, sino una comunidad de pensamiento, una gran coparticipacin en las mismas
representaciones, para que se lograse la adhesin del mayor nmero posible, y que su pensamiento y su voluntad contribuyeran a la produccin y la reproduccin de nuevas divisiones de
la sociedad que alteraban profundamente el ejercicio de la dominacin del hombre por el hombre. Es necesario, pues, esforzarse en penetrar por medio de la imaginacin terica en la
caja negra de los mecanismos gracias a los cuales grupos sociales con intereses parcial o profundamente contrapuestos comparten las mismas representaciones.
Para poder compartir es menester que el ejercicio del poder
aparezca como un servicio que rinden los dominantes a los
dominados y que deja a stos en deuda con los primeros, deuda
que deben satisfacer mediante la donacin de sus riquezas, de
su trabajo, de sus servicios e incluso de su vida. Para que las
nuevas relaciones de dominacin y explotacin se formen y
se desarrollen con la aceptacin^ si es que no con la cooperacin, de quienes las padecen, es :menester, pues, una nueva
* divisin de las ocupaciones y la especializacin exclusiva de
algunos grupos sociales en la produccin de ciertos servicios
que, puesto que en apariencia aportan beneficios a la entera
comunidad, aparecen como transformaciones sociales necesarias y por eso mj^mo legtimas.
Entre estos servicios, yo colocara en primer plano los servicios mgico-religiosos destinados al control ritual de una naturaleza que va siendo progresivamente domesticada por el
hombre. La antigua dependencia general de la naturaleza silvestre que tena el cazador-recolector cede poco a poco paso
a una nueva dependencia, a la vez ms compleja y ms frgil,
puesto que en adelante el hombre va a depender de una fraccin de la naturaleza, la de las plantas y los animales domsticos, la cual a su vez depende, para su reproduccin, de las
habilidades de los hombres,, de sus intervenciones organizadas,
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individuales o colectivas. En unos; pocos milenios se realiz


una profunda transformacin de las relaciones materiales, sociales, afectivas e intelectuales de los hombres con la naturaleza y entre s. Se abra un campo nuevo para el ejercicio de
las prcticas mgico-religiosas sobre la naturaleza y sobre ei
hombre. Con el tiempo, con el crecimiento demogrfico y la
transformacin de los ecosistemas, las recadas en la caza y
la recoleccin, en los antiguos modos de vida y de pensamiento
en el seno de una naturaleza silvestre, se fueron haciendo cada
vez ms difciles y por ltimo imposibles: el proceso se volvi
irreversible.
Al mismo tiempo, se impusieron nuevas solidaridades materiales cuando un linaje de agricultores o de ganaderos conoci una cosecha desastrosa o bien vio diezmarse su cabana por
una epizootia. Las nuevas formas de solidaridad social, pero
tambin de dependencia material y social, desconocidas por
las sociedades de cazadores-recolectores, de efectivos ms limitados y cuya supervivencia se basaba en los recursos silvestres
de todas las estaciones, se desarrollaron en un contexto donde
asimismo era posible lo contrario, que unos grupos acumularan ms rpidamente que otros hombres y riquezas materiales.
El control de la comunidad sobre los grupos locales y el arbitraje entre los intereses generales y los intereses particulares
tuvieron necesariamente que modificarse.
Estas transformaciones de las estructuras comunitarias fueron mayores entre las poblaciones sedentarias, pues los pastores nmadas siempre disponan de la posibilidad, igual que
los cazadores-recolectores, de utilizar su capacidad de desplazarse en el espacio para atenuar e incluso superar las contradicciones materiales y sociales. Claro que la tendencia a sedentarizarse de las poblaciones humanas no comenz con la
agricultura. Ciertas sociedades de pescadores-cazadores-recolectores se haban fijado antes en emplazamientos donde la naturaleza acumulaba peridicamente cantidades excepcionales de
recursos en forma de peces, moluscos, etc. Para aprovechar de
lleno tales recursos, haba que disponer de tcnicas para capturarlos o recogerlos en masa en la estacin propicia, as como
de tcnicas para conservarlos y poder distribuir el consumo
a todo lo largo del ao. Esto es lo que saban hacer los indios
de la costa noroeste de Amrica del Norte y de Florida. Ahora
bien, precisamente entre los kwakiutl de la costa noroeste y

32

33

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los calusa d Florida se hin encontrado jerarquas sociales


estables en forma de ttulos, rangos e incluso, entre los calusa,
castas, en la cumbre de las; cuales las aristocracias dominan
a las gentes del comn, llamadas perros pestosos, hasta el
punto de tener derecho de vid'a y muerte sobre los esclavos".
Pero la arqueologa nos informa an ms, puesto que nos
permite adicionalmente situar en el tiempo y localizar en el
espacio los lugares y las pocas donde se han desarrollado, no
slo as primeras sociedades de clases, sino las primeras formas \
de Estado: el antiguo Egipto, Mesopotamia, Mesoamrica, India
septentrional, China. Todo estos espacios, anteriormente poco
habitados o deshabitados, slo pudieron ser puestos al servicio
de los hombres y de los dioses mediante un considerable es:
fuerzo material y social, fuera del alcance de las primeras sociedades agrarias o agropastoralcs del neoltico. Y all es donde
aparecen las primeras ciudades 12, construidas como los poblados neolticos alrededor de un centro ceremonial donde residen
y viven los dioses a los que sirven permanentemente los sacerdotes, los artesanos, los criados y los esclavos, en suma, una
poblacin sedentaria y en adelante especializada en las tareas
ideales y materiales que glorifican a los dioses y benefician a
los hombres, mantenida por el trabajo de la comunidad agrcola
o agropastoral, que vive dentro de la ciudad o en los alrededores y que se identifica con el dios o el rey que reina. Ah es
donde se realiz la separacin de funciones y de clases entre
sacerdotes,, guerreros y los que actualmente llamaramos trabajadores agricultores, ganaderos, artesanos, comerciantes;
y esta misma separacin hace necesario el Estado para volver
a combinar, en otro plano, lo que ha quedado separado, para
unificar lo que se ha dividido, para mantener cada estamento,
cada casta y cada clase en su lugar dentro de la jerarqua
de las cosas visibles e invisibles que componen el universo.
sta es la razn de que el Estado, en sus orgenes, pertenezca
al mundo de lo sagrado y de que quienes lo encarnan o lo gobiernan sean dioses que viven entre los hombres, como el fa11

C. John M. Goggin y William Sturierant, The Calusa, a Stratified,


non Agricultura! Society, en W. ; Goodenough (ed.), Explorations in
Cultural Anthropology, Nueva York, McGraw Hill, 1964, pgs. 179-220.
12
Cf. la obra clsica de Robert Adams The Evolution of Urban
Society. Early Mesopotamian and Prehstoric Mxico, Londres, Weisenfeld and Nicolson, 1966.
34

ran 13 y el Inca, o bien hombres tan prximos a los dioses,


como es el caso de los reyes smenos, que todos, los aos se
unan en las profundidades del templo con Inanna, .la diosa
del amor, realizando as, con su directa ayuda divina, un rito
de fertilidad que fecundaba el vientre de las mujeres y multiplicaba las cosechas y los rebaos ' 4 .
Pero nada de esto desborda lo que para nosotros slo es la
parte imaginaria de los servicios que prestaba el soberano. En
la lista de los deberes sagrados del monarca sumerio, su primera
ocupacin consista en defender el territorio de la ciudad, patrimonio del dios, hacer la guerra y proteger a sus subditos; la
segunda consista en crear, mantener y extender el sistema de
canales de irrigacin que aportaban al pas fertilidad, prosperidad y bienestar. La ltima, para terminar, consista en hacer
reinar la justicia, en velar por que los pobres y los dbiles no
fueran oprimidos por los ricos y los poderosos '5. Sus poderes
sobre el mundo invisible deban demostrarse, pues, en el mundo
visible donde se desarrollaba la vida cotidiana de su pueblo.
Esta amalgama de servicios, algunos de los cuales hoy nos parecen absolutamente imaginarios, pero otros absolutamente reales, aportaba las razones para que los miembros de la comunidad
aceptaran el ejercicio de su poder y su dominacin 16.
Puede apreciarse hasta qu punto la domesticacin de las
13
C{. Henri Franckfort, La royante et les dieux, Pars, Payot, 1961:
En el Prximo Oriente de la Antigedad se consideraba que la realza
era la base misma de la Civilizacin. A sus ojos, slo los salvajes podan
vivir sin rey. Pero si se considera la realeza como una institucin poltica, nos colocamos en un punto de vista que los antiguos no hubieran
podido comprender. En efecto, segn nosotros, esto implica que la poltica humana puede ser estudiada en s misma. Pero, a ojos de los antiguos y segn su experiencia, la vida formaba parte de una vasta red
de conexiones que sobrepasa las comunidades locales y nacionales, extendindose hasta las profundidades secretas de la naturaleza y de las
potencias que la gobiernan. Todo lo que tena una significacin estaba
incrustado, inserto en la vida del cosmos, y precisamente la funcin
del rey consista en mantener la armona de esa integracin (pg. 17).
14
C. S, N. Kramer, Le Mariage Sacre, Pars, Bcrg International, 1983.
Especialmente el captulo 2, pgs. 55-80.
15
Ibidem, pg. 29.
16
C. H. Franckfort, op. cit.: E! poder del faran sobre sus subditos
no acababa con la muerte y hay que recordar que tal poder no era percibido como una tirana, que se aceptaba de buen o mal grado, sino que
se vea como la relacin que determinaba la funcin y el lugar que ocupaba en e mundo cada subdito (pg. 89).

35

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plantas y los animales, el 'desarrollo de nuevos artes y oficios,


transformaron las antiguas relaciones que mantenan las sociedades preneolticas de cazadores^recolectores con la naturaleza. Si
tomamos, con todas las reservas que se imponen, el ejemplo de
los aborgenes australianos !para esclarecer el funcionamiento de
esas sociedades desaparecidas hace tanto tiempo, se constata que
en esas sociedades, como en las sociedades de castas o de clases,
no todo el mundo tiene acceso del mismo modo a los poderes
invisibles que controlan la reproduccin de la naturaleza silvestre y del propio hombre; ciertas secciones o ciertos clanes se
encargan de actuar sobre el Sol, mientras que otros lo hacen
sobre la Luna, otros sobre la Serpiente pitn seora de la lluvia, etc. 17 . Pero todos tienen que hacer su parte y cooperar para
reproducir el orden del mundo. Del mismo modo, cuando se
trata de las ceremonias de iniciacin o de los rituales de fertilidad, todos cazan, recolectan y pescan, no para ellos sino para
reproducir su comunidad en tanto que tal comunidad, para comunicarse con las fuerzas del universo que sustentan la existencia. Y ese trabajo material adicional es puesto por todos
al servicio de todos.
En las sociedades de estamentos, de castas o de clases, las
funciones estn separadas y el acceso a los dioses tiende a estar
reservado a unos pocos. El trabajo adicional de todos para todos
se convierte en trabajo ae casi todos para los que desde entonces
encarnan los intereses generales de la comunidad. Queda as
abierto el camino para que el poder ligado a la funcin se convierta en poder de explotacin, y para que el trabajo adicional puesto al servicio de todos se convierta en trabajo excedente.
En tales contextos es donde aparecieron el derecho, las matemticas y la astronoma, y donde a veces la filosofa arrebat
su puesto a la teologa y la mitologa 18. Es difcil pensar, como
afirma Lvi-Strauss del mundo griego, que tampoco aqu era el
paso necesario. Con lo que en absoluto quiere decir que todo
sea contingente en la organizacin interna de las sociedades,
puesto que, para l, dentro de cada una de las estructuras con17
C/. C. G. Brandentein, The Meaning of Section and Section
ames, en Oceana XVI (1) (septiembre de 1970), pgs. 39-49.
18
C/. la clsica obra de H. Franckfort, J. Wilson y Th. Jacobsen,
Befare Philosophy, Londres, Pelican Books, 1949 (1.a ed.), reeditada constantemente.

36

cretas que componen conjuntamente, una sociedad concreta reina


un determinismo estricto, el de las propias condiciones de funcionamiento de esa estructura. Y entre estas estructuras y las
dems existen relaciones de correspondencia y de compatibilidad,
sin que ninguna necesidad interna rija su copresencia en el seno
de la misma sociedad, copresencia que dependera en todo caso
de inverificables factores probabilsticos.
Para l, la historia parece servir ante todo de pretexto y de
ocasin para desencadenar el juego del pensamiento salvaje o
domstico plantendole situaciones contradictorias y estructuras
de contradiccin sobre las que pensar ". Si bien estamos de
acuerdo con l en el segundo punto, no lo seguimos en el primero. Pues dnde encontrar, fuera de la mutcria y de la riqueza
de las contradicciones, fuera de las situaciones y de las estructuras contradictorias que el hombre produce al actuar sobre la
naturaleza y sobre s mismo, las razones que hacen que las sociedades se dividan dentro de s mismas, que el pensamiento se
oponga a s mismo, en suma, que hacen que tengamos una historia ms abundante en necesidad que en azar?
Regresemos al punto de partida de estos anlisis, puesto que
conviene volver a examinar la distincin entre infraestructura
y superestructura debido a la activa presencia del pensamiento
en el corazn de las actividades materiales del hombre. Las
relaciones sociales no son cosas. No existen sin la intervencin
y la accin de los hombres, que las producen y las reproducen
a diario, lo que no implica que se reproduzcan cada vez idnticas
a como eran la vspera o el da anterior. Todas las relaciones
son realidades en flujo, en movimiento, y en ese movimiento se
deforman en mayor o menor medida, se alteran, se erosionan
cotidianamente, desaparecen o se metamorfosean a un ritmo
imperceptible o brutal, segn el tipo de sociedad a que pertenezcan. Pero, puesto que el pensamiento no es una instancia
separada de las relaciones sociales, puesto que ninguna sociedad
tiene arriba ni abajo ni se compone de capas superpuestas, tenemos que sacar la conclusin de que la distincin entre infraestructura y superestructuras, si es que retiene algn sentido, no
es una distincin de niveles o de instancias lo mismo que no es
una distincin entre instituciones. Y precisamente este hecho ha
" C. Lvi-Strauss, La Pense sauvage, op. cit.. pgs. 124 y 127.

37

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sido el segundo punto de partida de nuestra reflexin sobre la


nocin de infraestructura. !
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No nos extenderemos i sobre este punto, pues nos parece
que se han logrado resultados importantes gracias a las discusiones de los antroplogos y determinados historiadores de la Antigedad sobre los lugares y las formas de la economa en las
sociedades antiguas o no occidentales. La mayor parte de los
economistas, cualquiera que sea su ideologa, tienen una visin
profundamente etnocntrica de la economa que los conduce a
buscar espontneamente, en todas las sociedades, la existencia
de instituciones y de relaciones econmicas separadas y diferenciadas de las relaciones sociales, como las que hay en la
sociedad capitalista occidental, siendo as que la produccin
y el intercambio de bienes se desenvuelve en lugares e instituciones que sirven de sostn al funcionamiento de las relaciones
de parentesco, de las prcticas religiosas y de las relaciones
polticas (familia, Iglesia, Estado). Corresponde a K. Polanyi el
mrito de haber demostrado que a economa no ocupa, en las
sociedades y en la historia, los mismos Jugares y as mismas relaciones sociales, sino que cambia de forma segn que est o
no empotrada en el funcionamiento de las relaciones de parentesco o de las relaciones poltico-religiosas. De todos modos,
aunque la teora de Polanyi nos despierta algunas reservas 20, el
resultado de las discusiones a que dio lugar ha permitido volver
a examinar la nocin de relaciones sociales de produccin,
que para Marx define la estructura econmica, los cimientos
(Grundlagc) sobre los que se alza el edificio (berbau) de cada
sociedad. Hemos aislado, pues, las relaciones de produccin del
conjunto de las relaciones materiales e ideales de los hombres
con la naturaleza. En una primera etapa, habra que explicitar
la definicin de relaciones de produccin, desembarazndolas de
toda referencia a cualquier sociedad particular. De este modo
se hace evidente que las relaciones de produccin son las relaciones entre los hombres, cualesquiera que sean en concreto,
20
Cf. ms adelante, captulo 5. En 1962 tuvimos conocimiento de la
obra de Polanyi a travs de la polmica que haca estragos entre los antroplogos partidarios y adversarios d sus categoras economa sustan; tiva y economa formal. Antes que nosotros, C. Meillassoux haba recibido la influencia de Polanyi en Estados Unidos. Fue mucho despus
cuando en Francia debatieron los historiadores con los antroplogos la
obra de Polanyi en la revista Annales ESC (noviembre-diciembre de 1974).

que asumen una, otra'b ;las tres funciones siguientes: determinar


la forma social del acceso a los recursos y al control de , las
condiciones de la produccin; organiza'r el desenvolvimiento del
proceso de trabajo y ^istribu'ir a los miembros de la sociedad
en ese proceso; y determinar la forma social de la circulacin y
la redistribucin de los productos del trabajo individual y colectivo. A partir de ah ha sido posible demostrar que en determinadas sociedades las relaciones de parentesco (aborgenes australianos), las relaciones polticas (Atenas en el siglo v) e incluso
las relaciones poltico-religiosas (antiguo Egipto) funcionan al
mismo tiempo como relaciones de produccin. Este resultado,
que converge con las conclusiones de Polanyi, nunca haba sido
tenido seriamente en cuenta por los antroplogos y los historiadores marxistas. En el plano terico, cabra resumirlo como
sigue: la distincin entre las relaciones de produccin (ss decir,
la infraestructura amputada de las fuerzas productivas) y las
dems relaciones sociales (las superestructuras) es una distincin
de funcin y no, salvo excepciones, una distincin de instituciones. Pero la excepcin existe: la encontramos en nuestro propio
sistema socioeconmico. Y esta excepcin es la que ha permitido
al siglo xix captar con mayor claridad la importancia de las
actividades materiales y de las relaciones econmicas en el
mecanismo de la produccin y la reproduccin de las sociedades,
arrojando as una nueva luz sobre toda la historia (pasada y
futura) de la humanidad.
El anlisis de las relaciones sociales de produccin, de sus
lugares, de sus formas y de sus efectos, nos ha permitido replantear el problema de lo que se llama el predominio de tal o
cual institucin (superestructura) sobre el funcionamiento del
conjunto de una sociedad. Lo cual nos ha conducido a oponernos
a Louis Dumont 2 I , pues nosotros pensamos que ha hecho falta
algo ms que la religin para que la religin domine la vida
social y modele as jerarquas sociales como ocurra en la antigua
India de los reinos y del sistema de castas.
En efecto, si bien en toda sociedad existen relaciones sociales
que organizan el funcionamiento del parentesco, los mecanismos
de la autoridad y del poder, la comunicacin con los dioses y
con los antepasados, no en todas predominan las relaciones de
parentesco, las relaciones polticas ni las relaciones religiosas.
21

C/. captulo 3.

38
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Entonces,; por ; q predominan unas-aqu y otras all? Creemos


haber demostrado que las relaciones sociales predominan cuando
funcionan al mismo tiempo -rcomo relaciones sociales de pro*
fluccin, como marco y comq?s0tn stcial del proceso material
de apropiacin de la naturaleza.
Desde esta perspectiva hemos escrito el dilogo crtico, pero
no polmico, con d. Will J 2 para demostrar que se pueden esclarecer los datos histricos que con1 tanta inteligencia l nos
restituye, haciendo aparecer a; la vez la existencia de un sistema
econmico propio de la Atenas del siglo v y de otras cuantas
ciudades comerciales, y las razones del predominio, en ese tipo
de sociedad, de lo que actualmente percibimos, un poco etnocntricamente, como relaciones polticas. Que los especialistas nos perdonen la audacia. Nos entregamos aqu a un ejercicio que nos expondr el fuego de sus crticas. Tal es la regla
del juego y nosotros aceptamos los riesgos.
Si se confirma que las relaciones sociales que asumen al
mismo tiempo otras funciones dominan el funcionamiento global
de la reproduccin de una sociedad porque funcionan como
relaciones de reproduccin, entonces la hiptesis de Marx segn
la cual el desigual peso de las relaciones sociales sobre el proceso de produccin de la sociedad depende de la naturaleza de
las funciones que asumen en el seno de dicho proceso, o bien,
ms exactamente, la hiptesis'segn la cual las relaciones sociales que sirven de marco a la apropiacin material de la naturaleza, y en consecuencia a la produccin de las condiciones
materiales de la existencia social, desempean un papel determinante en ltima instancia, tal hiptesis habra conseguido una
primera demostracin.
Pero se plantea entonces el problema, temible y no planteado
por Polanyi, de saber por qu razones, en qu condiciones, las
relaciones de parentesco o las relaciones polticas pueden asumir
las funciones de relaciones sociales de produccin, por qu razones y en qu condiciones las relaciones sociales de produccin cambian de lugar y de forma en el curso de la historia y
cmo esos cambios topolgicos y morfolgicos modifican sus
efectos sobre el funcionamiento y el movimiento de las sociedades. Para llevar hasta el final la hiptesis de Marx, habra
que poder demostrar que estn vinculados a las transformado22

C/. captulo 6.
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nes histricas de las capacidades productivas materiales e intelectuales de los hombres, para aptuar sobre la naturaleza que
los rodea. Hemos visto'? que, en trminos muy generales, esta
hiptesis pareca vlida al analizar las transformaciones histricas que acarre el desarrollo del proceso de domesticacin de
las plantas y los animales. Pero, vistas desde ms cerca, las
cosas no son tan simples y la hiptesis sigue estando por demostrar.
Si las relaciones de parentesco, por ejemplo, funcionan como
relaciones de produccin en numerosas sociedades cuya vida
material se basa en la caza, la agricultura o la ganadera, cmo
explicar a partir de esta diversidad de bases materiales la diversidad de los sistemas de parentesco que reinan en esas sociedades? No se puede explicar, ni probablemente se debe, porque las relaciones de parentesco tengan por funcin principal
reproducir socialmente al hombre actuando sobre l mismo, y
no la de producir las condiciones materiales de existencia actuando sobre la naturaleza. Queda pendiente, pues, el anlisis,
que ha de versar tanto sobre la interpretacin del parentesco como sobre la de las estructuras econmicas de las sociedades.
Por ltimo, nos sumamos en este aspecto a la postura de
C. Lvi-Strauss, por ms que discrepemos de l en un punto
esencial. Pues cuando se examinan los efectos de la infraestructura de las sociedades sobre el pensamiento 23 , en su recuento de
los elementos de la infraestructura que influyen en el pensamiento de los murngin de Australia o de los indios salish, chilcotin y bella bella de la costa noroccidental de Amrica del
Norte, faltan las relaciones sociales de produccin. Lo que LviStrauss tiene en cuenta, y de manera sobresaliente, en su anlisis
de la influencia de la infraestructura de las sociedades sobre
las formas de pensamiento que reinan en ella, son tres elementos: las condiciones materiales, ecolgicas y tecnolgicas de la
existencia social, los conocimientos sobre la naturaleza (el aspecto ideal de las fuerzas productivas) y el nmero de hombres
(la demografa). Lo que sigue faltando es la realidad de las
relaciones de produccin 24.
23
C. Lvi-Strauss, Le regar loign, Pars, Pin, 1983, cap. V I I :
Estructuralismo y ecologa, pgs. 143-166.
24
Lvi-Strauss afirma en La pense sauvage, pgs. 173-174, que re-

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Desde un cierto punto de vista, el concepto falta porque, en


la realidad, son las relaciones de, parentesco las que asumen
esa funcin en las sociedades cuyo "pensamiento analiza LyiStrauss, y de estas delaciones s que se ocupa en otro lugar y
de otro modo. Pero tambin trata del parentesco en su funcin
principal, separada de las dems funciones, las econmicas y las
polticas. De ah que se mantenga una visin etnocntrica de
la economa, lo cual no impide el anlisis estructural del parentesco o de la mitologa, pero limita su alcance, detiene en parte
su desenvolvimiento.
No se malentienda el sentido de nuestro debate con LviStrauss. A l debemos el desarrollo y la aplicacin del mtodo
estructural al anlisis de hechos sociales tan complejos e importantes como las relaciones de parentesco, las formas del pensamiento y las formas artsticas. En estos inmensos campos,
donde abundan las pseudoteoras, sus resultados son insustituibles
y los admiramos, retomando el mtodo estructural por nuestra
cuenta cuando hay que avanzar en los campos que no ha abordado Lvi-Strauss. Adems, estamos convencidos de que es
errneo sostener que es el mtodo estructural en s lo que detiene
a Lvi-Straussa: es l, y no el mtodo, quien detiene su pensamiento ante fenmenos mayores que no figuran en su programa del momento26. Pero esta detencin no carece de consecuencias, que el propio Lvi-Strauss ha querido subrayar:
... al ser nuestro objetivo aqu ^esbozar una teora de las superestructuras, es inevitable, por razones de mtodo, que concedamos a stas una atencin privilegiada y que d la sensacin
de que ponemos entre parntesis, o situamos en un rango subordinado, los fenmenos mayores que n figuran en nuestro
programa del momento. 27 No se le puede reprochar, como
serva a ... la historia asistida por la demografa, la tecnologa, la geografa histrica y la etnografa la tarea de desarrollar el estudio de
las infraestructuras; y, refirindose al efecto de la infraestructura sobre
la mitologa de los murngin, escribe en la pgina 124: Se comprueba,
pues, en un sentido, el primado de la infraestructura: la geografa, el
clima, su repercusin en el plano biolgico, enfrentan al pensamiento
indgena a una situacin contradictoria....
25
Cf. H. Lefebvre, L'idologie structuraliste, Pars, Anthropos, 1971
(coleccin Points), singularmente Claude Lvi-Strauss y el nuevo eleatismo, pgs. 45-110.
26
La pense sauvage, pg. 155.
27
Ibidem.
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hacen tantos crticos con a mayor ligereza, que haya elegido


esa parcela dentro de la divisin intelectual del trabajo que
existe actualmente en las ciencias humanas.

Nuestras ltimas palabras sern de agradecimiento a Marielisabeth Handman. Si los lectores encuentran alguna claridad
en este libro, alguna proporcin en la construccin, a ella se lo
deben en gran medida. Un poco ms de la mitad de esta obra
haba sido ya objeto de artculos aparecidos en uno u otro lugar;
el resto estaba en estado de manuscrito, donde el pensamiento
an no haba acabado de cuajar y el estilo segua siendo el de
los primeros bosquejos. Todos los textos han sido vueltos a
escribir y, con la excepcin del captulo 2 sobre la apropiacin
de la naturaleza, todos han sido retocados y reconstruidos teniendo en cuenta el estado actual de nuestras reflexiones. En
cuanto a los textos inditos, ha sido menester darles forma,
reducirlos, pulirlos, ajustados. En cada una de estas etapas,
Marie-lisabcth Handman nos ha dispensado desinteresadamente
la ayuda de sus preguntas, que nos obligaban a precisar mejor el
fondo, y la fuerza de un rigor implacable para limpiar, clarificar y eliminar las pesadeces de una forma que nosotros quisiramos que fuese todo lo lmpida posible, una forma que se
negara a buscar por adelantado su pblico entre unOs cuantos
cmplices, una forma que slo tuviese por objeto, lo cual es
muy difcil de conseguir, presentar en toda su amplitud un
pensamiento fragmentario. Que desde aqu reciba nuestro agradecimiento.
MAURICE GODELIER
Pars, 13 de febrero de 1984

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