Teresa Colomer
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Teresa Colomer*
En los ltimos aos hemos asistido a una gran extensin de las actividades de
animacin o promocin de la lectura. A veces, estas actividades se realizan en
conexin con el trabajo de las escuelas y las bibliotecas y, otras veces, fuera
de ellas. Normalmente implican el concurso de otras instituciones y son
realizadas por nuevos tipos de agentes que, como en el caso del I Encuentro
de Promotores de la Lectura celebrado en el marco de la XVII Feria
Internacional del Libro de Guadalajara (Mxico) empiezan a plantearse la
profesionalizacin de estas actuaciones. Estas pginas se proponen
reflexionar sobre la tensin entre los polos de ensear y promocionar la
lectura que se halla en la base del debate abierto. Para hacerlo, parece
conveniente enmarcar la discusin actual en la evolucin que han seguido
ambas funciones en las sociedades occidentales. La historia de esta tensin se
inici, claro est, con el invento de la escritura.
El invento de la lectura y sus ventajas
Hablar de promocin de la lectura implica pensar que dominar el lenguaje
escrito es algo importante en nuestro mundo actual. Asistimos a tantos
discursos sobre las inefables bondades de la lectura, que me gustara
comenzar por recordar que la lectura es ni ms ni menos que un invento de
la humanidad que se ha mostrado enormemente productivo. Los seres
humanos somos animales un tanto desvalidos fsicamente, pero ya que somos
capaces de pensar y hablar no cesamos de idear prtesis que alivien nuestra
situacin de desventaja, que nos permitan ser ms rpidos, cargar ms peso,
ver ms lejos, trasladarnos por el aire, sumergirnos en el agua o aguantar
temperaturas extremas.
Una de nuestras prtesis ha sido buscar un sistema que congelara el
lenguaje y nos permitiera tratarlo como un objeto: llevarlo a otro lugar,
mostrarlo a otras personas o verlo cuantas veces queramos para poder gozar
o pensar sobre l detenidamente.
Qu significa que eso ha resultado muy productivo? Vemoslo por un
momento en un campo diferente: el invento de la notacin musical. Mientras
la msica no pudo escribirse, los msicos tuvieron que destinar la mayor parte
de sus energas a memorizar las piezas del repertorio con la nica ayuda de su
propio odo. Dada la limitacin de la memoria humana, el patrimonio musical
oral fue inevitablemente reducido. Adems ello dejaba muy poco espacio
mental para la creacin, ya que deba hacerse siempre a partir de una
combinacin circunscrita a los pocos elementos de que el msico dispona en
su recuerdo individual. Entonces, el lenguaje musical resultaba simple: nadie,
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por ejemplo, podra recordar con todo detalle la Novena Sinfona de Beethoven
para poder interpretarla, o bien eso costara tanto esfuerzo que no merecera
la pena componer una obra de este tipo.
Fue as que el uso de la notacin dinamiz y aceler radicalmente la
evolucin de la msica en las sociedades que la adoptaron. Hizo posible
almacenar un nmero ms elevado de melodas, convirtiendo las partituras en
una memoria colectiva. Ello favoreci la creacin de estructuras ms
complejas y, stas, a su vez, pudieron repercutir ms ampliamente en el
nuevo repertorio que se iba creando. Ahora bien, cabe resaltar que ningn
sistema de notacin musical es capaz de reproducir la gama sonora, ni de la
voz humana, ni de los instrumentos musicales, as que los msicos optaron
por acoplar sus facultades a aquello que puede ser transmitido por escrito. Por
ello se fueron marginando y abandonando formas ms prximas a la tradicin
oral, de modo que notacin y msica reproducida fueron estableciendo una
correspondencia cada vez ms prxima.
De una forma parecida, la lengua escrita permiti la existencia de una
memoria colectiva, una comunicacin mayor al no estar limitada a la presencia
fsica de los interlocutores, un nivel ms profundo de anlisis, reflexin y
abstraccin del lenguaje, al favorecer el pensamiento detenido sobre el propio
enunciado, y la creacin de un registro estandarizado de lenguaje que facilita
la comunicacin de grandes colectividades. Desde la perspectiva social, la
escritura hizo posible un crecimiento del saber que dio lugar, ni ms ni menos,
que al desarrollo cientfico y cultural de nuestro mundo. Desde la perspectiva
individual, y dado que nuestra inteligencia es lingstica, el escrito resulta un
mtodo tan potente de representacin simblica que favorece el desarrollo de
procesos psicolgicos superiores y el dominio de formas abstractas del
lenguaje. Esas son sus virtudes y por eso nos interesa.
Recientemente se han inventado otras prtesis que permiten
conservar el lenguaje oral o visualizar la situacin completa de comunicacin
como si la distancia entre los hablantes no existiera. Algunos de estos inventos
pueden realizar parte de las funciones de la lengua escrita. Por ejemplo, a
travs de los audiovisuales podemos acceder a historias y mundos de ficcin o
ampliar nuestro conocimiento pasivo del lenguaje oyendo formas
estandarizadas orales que no utilizamos en nuestro entorno. Oral y escrito se
mueven ahora como un continuum y se interrelacionan en la mayora de las
situaciones comunicativas. Est por verse si la evolucin de alguno de los
nuevos inventos o la colaboracin combinada del escrito y las pantallas
resultarn ms eficaces que la lectura y escritura tradicional. Sin duda ya
parecen serlo para determinados tipos de escritos informativos, por ejemplo.
Pero lo que sabemos por ahora es que son precisamente los mejores lectores
los que resultan tambin ms hbiles en dominar y usar las nuevas
tecnologas para la consecucin de sus fines.
El manual de instrucciones de la lectura: la escuela.
Nos referiremos aqu a promocin de la lectura, pero sa es una preocupacin
muy reciente en la historia letrada de la humanidad. Cuando se inventaron los
cdigos de representacin escrita del lenguaje, lo que result imperioso fue
de las relaciones sociales. Era ms bien un valor moral por el que ser letrado
se corresponda con ser virtuoso y donde la posesin de ese saber cumpla una
funcin de cohesin social de clase. Jenny Cook-Gumperz (1988: 38) comenta
a este respecto:
Uno de los mayores impactos de los recientes estudios histricos en esta rea
ha sido el de informar sobre las muchas maneras en las que ha existido la
alfabetizacin en la sociedad occidental en el curso de los ltimos cinco siglos
[...]. Se puede decir que el cambio desde el siglo XVIII en adelante no ha sido
el del analfabetismo total a la alfabetizacin, sino el de una multiplicidad de
alfabetizaciones difciles de evaluar, de una idea pluralistade la alfabetizacin,
como un conjunto de diferentes aptitudes relacionadas con la lectura y
escritura, con muchos objetivos diferentes y para muchos sectores diferentes
de una sociedad, a la nocin de una sola y estandarizada alfabetizacin
escolar vigente en nuestro siglo.
Vase para la descripcin de este proceso la excelente obra de Anne Marie Chartier y Jean
Hbrard (1994).
directamente accesibles a los lectores. As, en la primera mitad del siglo XX,
las bibliotecas pasaron a ser un agente fundamental de la promocin de la
lectura.
Pero ya en la segunda mitad del siglo XX, los dos discursos sobre la
lectura, encarnados respectivamente en las instituciones de la escuela y la
biblioteca, terminaron finalmente por establecer pactos de colaboracin.
Promocionar y ensear a leer terminaron por verse como las dos caras de una
misma moneda. En el camino, las fronteras entre ambos espacios, objetivos e
instituciones, se haban permeabilizado:
Para ser ms eficientes, los bibliotecarios distinguieron entre los distintos tipos de
pblico a los que se dirigan. Cuando se dirigieron especficamente al pblico
infantil y juvenil, tuvieron que crear fondos, espacios, mobiliario o instrumentos de
clasificacin y uso, distintos de los dirigidos hasta entonces al pblico adulto. Pero
el cambio fundamental fue que, por primera vez en la historia, unos profesionales
al servicio de la lectura tuvieron que inventar prcticas de promocin que atrajeran
a los ciudadanos a sus establecimientos. Recurrieron entonces a aquellas
actividades que parecan haber funcionado durante siglos en el seno de las familias
ilustradas, tales como recomendarse libros o narrar cuentos. Sin embargo, al
dirigirse a nios y nias que deben aprender, los bibliotecarios se vieron
obligados a practicar la lectura guiada que tanto haban vilipendiado o a desarrollar
actividades didcticas de formacin de usuarios. Entonces, no tuvieron ms
remedio que fijarse tambin en las prcticas escolares.
Los cambios en las escuelas no fueron menores: los escritos exteriores (los libros
infantiles, las revistas, los peridicos, etctera) penetraron en las aulas; los
alumnos salieron a la calle y se fueron de visita a las libreras, bibliotecas o
espectculos teatrales; la enseanza de la lectura pas a verse como algo
continuado a lo largo de todas las etapas educativas, algo que implicaba a todos
los docentes y que comprenda todo tipo de textos, tanto expositivos como
literarios. As que, otros profesionales, ahora los maestros, tuvieron tambin que
incorporar actividades de promocin. Porque al dirigirse a sus nuevos alumnos los
de todas las clases sociales necesitaban familiarizarlos con los libros, suscitar su
deseo de leer y ofrecerles la oportunidad de aprender a hacerlo en un entorno lleno
de estmulos. Los maestros se vieron obligados, pues, a su vez, a fijarse en las
familias ilustradas y en las bibliotecas. La lectura libre y silenciosa en las aulas, la
charla sobre libros o la narracin de cuentos iniciaron as su incorporacin a las
actividades escolares.
mbitos.
Pero aun hay ms gente tocando el timbre escolar. Los libros se han
convertido en una poderosa industria y, en el caso de los libros infantiles, las
escuelas son el principal cliente. As que las editoriales han llamado a la puerta
de la promocin, a veces con criterios de calidad y eficiencia que ya querran
para s segn qu escuelas y otras veces simplemente explotando las tcnicas
de venta. Se ofrecen entonces tareas de formacin de docentes, elaboracin
de materiales didcticos, como las guas de lectura de cada ttulo del catlogo,
o actividades de encuentros con autores e ilustradores de libros.
Aunque no entren fsicamente, tambin se asoman a las ventanas de la
escuela los numerosos medios de promocin que ofrecen su apoyo virtual con
las pginas de los autores, de las editoriales, las revistas de las propias
escuelas, los intercambios con los lectores de otros centros, etctera. De
manera que se est ampliando aun ms el espectro de colaboradores.
Tanta gente interesada en extender la lectura puede dar lugar,
efectivamente, a un medio ms rico que nunca en solicitudes e inmersiones en
el escrito pero tambin puede crear un caos de actividad frentica por donde
los nios y nias circulen con complacencia, aunque sin mella alguna en su
formacin de hbitos lectores. Ese puede ser, precisamente, el peligro de la
nueva situacin. Durante mucho tiempo se ha pensado que el trabajo de la
escuela pasaba por aprender un uso de la lengua, en un hbeas fijo de textos,
para unas funciones muy concretas y a partir de unas actividades ya muy
experimentadas. Esa tarea, tan cmoda por lo simple, se ha complicado con la
idea de que se aprenden usos diversos de la lengua, a partir de tipos de libros
y textos diferentes, para funciones mltiples y a travs de dispositivos
didcticos muy variables. Y ahora, adems, estamos diciendo que tal vez
debamos pasar de la idea de un maestro a la del trabajo en colaboracin de
varios agentes sociales que, de entrada, deben salvar el obstculo de
enredarse en un nuevo episodio de recelos y pugnas, incluso gremiales, como
el protagonizado anteriormente por maestros y bibliotecarios. Pero as parece,
efectivamente, en unas sociedades tan complejas como las actuales.
En segundo lugar, la escuela debe dejar mucho ms claros los objetivos
de aprendizaje que le son propios, o sea, la parte del tejido que ella est en
disposicin de cumplir. Sin nimo de exhaustividad, voy a enumerar cinco
ejemplos de los aspectos que s debe asegurar la escuela, que s parecen
pertenecer principalmente a la educacin escolar:
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sociales. No todos los textos son igual de valiosos aunque el lector vaya
a hacer uso de ellos tal como le plazca segn sus gustos, intereses y
objetivos personales. Eso debe aprenderse en algn lugar y todo el
mundo debe haber tenido la oportunidad de crear un horizonte de
lecturas sobre el que proyectar e inscribir las propias.
3.
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