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Libro electrónico156 páginas2 horas

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Información de este libro electrónico

Talia Grantham, una heredera consciente de su deber, pasó una noche maravillosa con un atractivo desconocido, Luke Xenakis, sabiendo que nunca podría haber nada más entre ellos.
Así que se quedó asombrada cuando se enteró de que el enigmático griego había adquirido la empresa y todos los bienes de su padre. El arrogante Luke le ofreció a Talia un empleo para salvar la casa familiar. Y ella no pudo rechazar la oferta… ni negar la química existente entre ellos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2020
ISBN9788413480503
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Autor

Julia James

Mills & Boon novels were Julia James' first "grown-up" books she read as a teenager, and she's been reading them ever since. She adores the Mediterranean and the English countryside in all its seasons and is fascinated by all things historical, from castles to cottages. In between writing she enjoys walking, gardening, needlework and baking "extremely gooey chocolate cakes" and trying to stay fit! Julia lives in England with her family.

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    Oferta irresistible - Julia James

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2019 Julia James

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Oferta irresistible, n.º 2766 - marzo 2020

    Título original: Irresistible Bargain with the Greek

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1348-050-3

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    EL DORMITORIO aún estaba en penumbra. Las gruesas cortinas ocultaban la luz del amanecer. Arrastrando los pies, Talia se dirigió a la puerta. Todo su cuerpo protestaba en silencio, pero se obligó a hacer lo que debía.

    Marcharse.

    Dejar al hombre que dormía en la ancha cama, con el musculoso torso desnudo destapado, torso que, extasiada, había acariciado.

    Le parecía que la emoción era un cuchillo que la evisceraba. ¡Abandonar al hombre que la había llevado a un paraíso que no soñaba que existiera! Al hombre que le había ofrecido, durante unas escasas y dichosas horas, la esperanza de algo que no conocía: la de escapar de la prisión en que se hallaba atrapada.

    De la prisión a la que ahora volvía.

    Porque no podía hacer otra cosa.

    Al bajar el picaporte sin hacer ruido notó que el móvil le sonaba en el bolso, llamándola para que volviera a la prisión en la que tenía que vivir.

    Volvió a sentir la cuchillada, que se burlaba de la noche maravillosa que acababa de pasar en los brazos de aquel hombre. La había mirado y ella supo instantáneamente que haría lo que no había hecho en su vida: entregarse a él sin vacilar.

    Había dejado que se la llevara de la fiesta al tiempo que se deleitaba en el deseo sensual que la consumía y que era la primera vez que experimentaba. Sin duda se trataba de algo más que pasión física.

    Había habido una conexión entre ambos tan tangible como sus cuerpos entrelazados; algo que los había atraído mutuamente. Una facilidad a la hora de hablar y comunicarse que la había hecho reír; una calidez y cercanía que había sido algo más que la unión de sus cuerpos.

    El dolor casi la hizo gritar al abrir la puerta, incapaz de apartar la vista del hombre al que no volvería a ver.

    La angustia la ahogaba. Nunca haría aquello de lo que habían hablado durante la noche.

    «Ven conmigo», había dicho él con los ojos brillantes. «Esta noche solo es el comienzo de lo que nos espera estando juntos. Ven conmigo al Caribe. Hay mil islas que descubrir. Y cada una será para nosotros. Ven conmigo».

    Su voz le resonó cálida y vibrante en el cerebro.

    Se llevó la mano a la boca para ahogar un gemido. Le era imposible irse con él.

    Le resultaba imposible hacer cualquier otra cosa que no fuera lo que estaba haciendo.

    Abandonarlo.

    Capítulo 1

    La noche anterior

    Luke Xenakis observó el almacén victoriano reconvertido en pisos de lujo en los Docklands de Londres. Venía de la City, después de la reunión definitiva con su agente de bolsa, una reunión que le había costado conseguir más de diez años terribles.

    Y ahora, por fin, había logrado lo que se había propuesto. Por fin tenía agarrado a su enemigo por el cuello.

    Ojo por ojo.

    Sus antepasados no hubieran dudado en llevar a la práctica esa amarga verdad. Luke hizo una mueca al entrar en el edificio. Sin embargo, en aquellos tiempos más civilizados tenía que haber otras formas de administrar una justicia salvaje a quien se lo merecía. Y esa noche se haría justicia.

    En el plazo de veinticuatro horas, su enemigo quedaría eliminado desde el punto de vista financiero, económicamente arruinado.

    La mueca se transformó en una sonrisa salvaje.

    Subió por la escalera de hierro hasta el ático, desde donde le llegaba el sonido de una música a alto volumen, lo que le hizo olvidar cualquier otro pensamiento.

    Era lo que deseaba en aquel momento.

    El comienzo de una nueva vida.

    Talia se detuvo en el descansillo del ático, súbitamente vacilante. ¿Debía entrar a la fiesta que se celebraba en su interior?

    «Lo necesito», se dijo.

    Esa noche, por espacio de unas horas, se perdería. Se olvidaría de las dificultades de su vida, de la presión que aumentaba progresivamente.

    Suspiró. Los nervios de su pobre madre estaban peor que nunca y el malhumor de su padre había aumentado durante los meses anteriores. No sabía el motivo ni quería saberlo. Empleaba toda su energía en intentar calmar a su madre y aplacar a su tiránico padre, para que no lo pagara con su madre.

    Era estresante y agotador, pero no tenía otro remedio.

    «Así que tengo que seguir siendo Nastasha Grantham, hija ornamental del magnate Gerald Grantham, de la inmobiliaria Grantham Land. Debo formar parte de la imagen que él proyecta, junto con su elegante esposa, su enorme mansión al lado del Támesis, y su aún más enorme villa en Marbella. Y los pisos de lujo por todo el mundo, la flota de coches de lujo, el yate y el jet privado. Todo ello para que los demás le envidien el éxito y la riqueza».

    Era lo único que le importaba a su padre: el éxito y la imagen, no su esposa ni su hija, desde luego.

    Lo más penoso, pensó Talia, era que, aunque ella era dolorosamente consciente de la verdad, su madre seguía creyendo que su padre sentía devoción por ellas. Siempre hallaba excusas para su comportamiento, como la presión laboral o las exigencias de su trabajo, y afirmaba que todo lo hacía por ellas. Sin embargo, Talia sabía que su padre solo sentía devoción por sí mismo.

    Su madre y ella eran meras posesiones para mejorar su imagen. Esperaba que Maxine, su esposa, fuera una brillante anfitriona, y ella, una abnegada hija que trabajaba para él como diseñadora de interiores, se encargaba de la decoración de las propiedades que compraba y tenía que estar disponible para los innumerables acontecimientos sociales a los que le exigía que acudiera. A cambio, podía vivir en uno de sus muchos pisos de Londres, sin pagar alquiler, y recibía una paga para ropa.

    El mundo la consideraba una princesa mimada, la niña de papá, cuando la realidad era brutalmente distinta. Era un peón en el despiadado juego de poder de su padre, que controlaba con mano de hierro todos los aspectos de su vida.

    Alejarse el tiempo que fuera de sus exigencias era para ella muy valioso. Como esa noche. Había aceptado una invitación para acudir a la fiesta de alguien al que conocía del mundo del diseño. No era lo que solía hacer. En las escasas noches que tenía libres, se quedaba en casa o iba a un concierto o al teatro, sola o con una amiga.

    Nunca con un hombre.

    No salía con hombres. Solo una vez, con algo más de veinte años, había tenido una relación con un chico, pero su padre había utilizado su influencia para arruinar la carrera del joven, y luego se lo había contado. A ella le había servido de lección.

    Ahora, a los veintiséis años, le resultaba difícil aceptar que no podría tener una relación con quien quisiera.

    A su alrededor, los asistentes a la fiesta hablaban, bailaban y flirteaban.

    «¿Cuánto más podré soportar esta vida?», se preguntó.

    Nunca le había parecido más insoportable la jaula dorada en que vivía. Nunca se había sentido más desesperada por huir.

    Y esa noche se escaparía. Se sumergiría en la fiesta y el baile. Su madre estaba en la mansión del Támesis y su padre en el extranjero, probablemente con una de sus amantes.

    ¡Cuanto más tiempo estuviera fuera, mejor!

    Avanzó, entre la multitud, hacia el bar que había visto al otro lado de la habitación. Mientras lo hacía, notó que los hombres la miraban. Era una sensación familiar. Sabía que el cabello y los ojos castaños, los finos rasgos y la piel inmaculada formaban parte de la imagen que su padre quería que presentara al mundo, ya que tener una hermosa hija de la que presumir lo beneficiaba.

    Normalmente se vestía como él quería. Pero esa noche estaba desafiando las reglas. Sacudió la cabeza y sintió el cabello suelto, cuando lo habitual era que lo llevara recogido, en la espalda desnuda. También se había maquillado más de lo normal.

    El vestido sin tirantes y de color borgoña que llevaba, más corto y ajustado de lo habitual, lo había comprado esa tarde de forma impulsiva en una tienda de diseño de segunda mano, de la que era cliente habitual porque le permitía ahorrar parte de la paga que recibía. Había abierto una cuenta a su nombre, que su padre no controlaba, por si algún día llegaba a ser libre.

    Al llegar al bar apoyó las muñecas, llenas de pulseras, en la barra. Quería tomar algo, no para emborracharse, sino para demostrarse a sí misma que esa noche iba a hacer lo que quisiera.

    Dejarse llevar, aunque solo fuera por una vez.

    –Un vino blanco, por favor –dijo sonriendo al camarero.

    –Y una ginebra para mí.

    La voz a sus espaldas era profunda y con un leve acento extranjero. Ella miró hacia atrás y se quedó paralizada.

    El hombre era muy alto. Talia abrió mucho los ojos al contemplarlo, una respuesta instintiva y visceral ante lo que veía:

    Cabello negro, ojos negros, mandíbula firme, nariz recta, boca esculpida, hombros anchos, pecho amplio, caderas estrechas y piernas muy, muy largas.

    La mirada del hombre se desvió del barman hacia ella, que experimentó una reacción aún más visceral. Se dio cuenta inmediatamente, por la mirada de él, de que le gustaba lo que veía y que no trataba de ocultarlo. Un intenso temblor la recorrió.

    Era como si él supiera que aceptaría de buen grado que le gustara su aspecto, como si supiera que lo iba a corresponder. Como si no tuviera ni idea de que era hija de Gerald Grantham, que no

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