El labrador venturoso (Anotado)
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El labrador venturoso (Anotado) - Félix Lope de Vega
El labrador venturoso
Lope de Vega
PERSONAS
- DOÑA ELVIRA.
- CELIA.
- EL REY DON ALFONSO.
- ZAIDE.
- AUDALLA.
- DON MANRIQUE.
- DORISTO.
- ALFONSO.
- LAURO.
- LEONOR.
- FILENO,
- ZULEMA,
- FELICIANO.
- FILANDRO.
- LISEO.
- RISELO.
Jornada I
Sale DOÑA ELVIRA y CELIA.
ELVIRA
Mil vidas quiero perder,
bárbaro padre engañado.
CELIA
Ya queda determinado
en que has de ser su mujer.
ELVIRA
Eso, ¿cómo puede ser,
si la ley cristiana adoro,
y el Rey de Sevilla es moro?
CELIA
Ya lo ha mirado quien sabe,
y aunque es negocio tan grave,
no se ofende tu decoro;
que dicen que ser podría
que como amor te tuviese,
a nuestra Fe se volviese,
y que en su aumento sería.
ELVIRA
Si yo dejase la mía,
¿no es el peligro mayor,
teniéndole el mismo amor?
CELIA
No, porque enseñada estás,
ni es posible que jamás
dieses en tan grande error.
ELVIRA
De los padres la obediencia
ha de ser en cosas justas,
que a las que son tan injustas
es justa la resistencia.
Apelo de la sentencia
que hoy pronuncia contra mí,
cristiana, Celia, nací,
esto quiero que me llames,
que de sus paces infames,
¿qué bien me resulta a mí?
Más justo pienso que fuera
que un ejército sacara,
con que del Betis temblara
toda la Andaluz ribera,
que no que una hija diera,
a un moro Rey de Sevilla,
que ha llegado hasta la orilla
del Tajo con sus caballos.
CELIA
Harto a sus nobles vasallos
su pretensión maravilla,
entre los cuales, alguno
pudiera mejor honrarte,
cuando quisiera casarte.
ELVIRA
No quiero, Celia, a ninguno.
Pero si el Rey importuno,
a mi desdén y temor
igualara mi valor,
¿cuánto mejor me empleara
en un Manrique de Lara
que en un Zulema Almanzor?
Pero no tendrá poder,
pues hay veneno y acero,
sáquenme el alma primero
que llegue a ser su mujer.
Cobarde debe de ser
contra el valor castellano,
y si fuera intento vano
casarme contra mi gusto;
¿cómo no ve que no es justo
con un bárbaro africano?
Celia, tú me has de ayudar
para salir de Toledo;
¿qué respondes?
CELIA
Tengo miedo.
ELVIRA
Ayúdame con callar.
CELIA
Pues, ¿cómo piensas dejar
la grandeza en que has nacido?
ELVIRA
Mudando, Celia, el vestido
se mudará la grandeza,
pues era mayor bajeza
rendirme a tan vil partido.
(Sale el REY DON ALFONSO, ZAIDE y AUDALLA, moros, y DON MANRIQUE.)
ZAIDE
¿Podremos de esa suerte, Rey cristiano,
besar la mano a nuestra Reina?
REY
El día
que me determiné que fuese vuestra
os corre obligación.
AUDALLA
Dadnos, señora,
las manos, aunque indignos de besarlas
como a vasallos vuestros, los primeros
que os reconocen por señora y reina
de la parte mejor que tiene España,
y el claro Betis con sus ondas baña.
ZAIDE
Vais a ser reina, no del Reino solo,
sino de nuestras almas; vais, señora,
a la mejor ciudad que mira Apolo,
desde el Ocaso a la rosada Aurora:
ocupa el nombre de Almanzor el Polo,
cuyas nieves el Sol apenas dora,
y con tan verdes años que no alcanza
toda su luz el fin de su esperanza.
ELVIRA
Amigos, yo me tengo por dichosa
en ser mujer de un príncipe que pudo
obligar a mi padre, Rey cristiano,
con ley tan diferente, Dios os guarde.
AUDALLA
¡Qué dulce sol en nuestros ojos arde!
ZAIDE
¡Qué divina belleza! Porque tengas
mayor gusto, señora, desta dicha,
que así puedes llamar tu casamiento,
te quiero dar este retrato suyo
que me dio en esta joya, en ella puedes
considerar si representa al vivo
la Majestad Real, y le acompaña
marcial aspecto, de los Reyes digno.
ELVIRA
De espacio le veré, guárdeos el cielo.
AUDALLA
Él quiera que tan presto te veamos
con la corona insigne de Sevilla,
cuanto lleguemos a la verde orilla
del Betis, que te espera laureado
de las perlas que el mar le ofrece y rinde.
REY
¿Qué os parece de Elvira?
AUDALLA
Que tendremos
una estrella por reina, un sol, un cielo.
REY
Venga luego, Almanzor, que ya querría
darle mis brazos como hijo.
AUDALLA
Él tiene
tal deseo de verte, que entretiene
con mil desasosiegos la esperanza.
REY
Paz con Castilla para siempre alcanza.
(Vanse todos, y queda solo DON MANRIQUE.)
MANRIQUE
Cuando pudiera el dolor
tener licencia de hablar,
aun no me deja quejar
el estremo del rigor.
Ya no me quejo de amor,
que amor, mientras no me diga,
ni desmerece, ni obliga.
De la fortuna me quejo,
pues ya no tengo consejo
para que no me persiga.
Solo puede consolarme,
en que a tal estado vengo,
que de sus rigores tengo
ocasión para vengarme,
pues no tiene que quitarme,
ni tengo que le pedir,
como quien llega a morir,
que no estima lo que deja,
y así mi amor no se queja
de morir, ni de vivir.
Ah Rey, que en tu mocedad
estos bárbaros hiciste
temblar, ¿cómo los temiste
en tu más discreta edad?
¿Ha faltado la lealtad
de los Castellanos? No;
fe pienso que te faltó
pues das a un hombre sin fe
tu sangre, y sangre que fue
la que este Reino te dio.
¿Un ángel le das a