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El laberinto de Creta (Anotado)
El laberinto de Creta (Anotado)
El laberinto de Creta (Anotado)
Libro electrónico141 páginas1 hora

El laberinto de Creta (Anotado)

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Félix Lope de Vega y Carpio (Madrid, 1562 - 1635) fue uno de los más importantes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro español y, por la extensión de su obra, uno de los más prolíficos autores de la literatura universal.
Renovó las fórmulas del teatro español en un momento en el que el teatro comenzaba a ser un fenómeno cultural de masas. Máximo e
IdiomaEspañol
EditorialeBookClasic
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
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    El laberinto de Creta (Anotado) - Félix Lope de Vega

    El laberinto de Creta

    Lope de Vega

    El breve poema de Tisbe y Píramo, aunque dilatado en la majestad de los versos y el estilo, que ha días llegó a mis manos, de quien Vm. la mitad del argumento, y el todo de la idea de su autor, me puso codicia entonces de conocer sujeto que pudo hacer probable lo que Ovidio escribió con encarecimiento de poeta y por quien dijo el antiguo Montemayor:

    Dos amantes, que dotar

    de tal gracia y hermosura

    naturaleza procura,

    que no les dejó lugar

    do cupiese la ventura.

    Después, el favor y honra que hace Vm. a mis escritos, de que no me ha faltado embajador y Mercurio, ha convertido lo que fue curiosidad en obligación de reverenciar esta deidad oculta, y celebrar su divino entendimiento, dado a conocer por sus papeles, y su hermosura, acreditada por quien con mayor conocimiento le aseguraba, y yo debo creerlo así, pues sobre el testimonio de Sóphocles hace mayor probanza de la beldad de Teórides, y grosero sería quien negase que Salauca había sido entendidísima habiéndolo afirmado Aristóphanes. Mucho menos que todo esto excede el corto valor de tan desigual presente, en que ofrezco a Vm. El Laberinto de Creta, mientras con mayor musa (corrida esta cortina misteriosa) a dueño descubierto manifieste la inclinación con que deseo honrarme de este nombre. Y hame venido bien el de la fábula, pues tengo de vivir en esperanza y silencio hasta que Vm. se digne de hacerme este favor, y yo me libre de tanta escuridad a la luz de su conocimiento, con seguridad de no ser ingrato al hilo de oro. Dios guarde a Vm.

    LOPE DE VEGA CARPIO.

    PERSONAS DE LA TRAGICOMEDIA

    - REY DE CRETA.

    - FENISO,

    - Soldados.

    - FINEO.

    - DÉDALO.

    - CILA.

    - LAURO.

    - FLORELO.

    - LISENO.

    - POLINECES.

    - TESEO.

    - ALBANTE.

    - FEDRA.

    - ARIADNA.

    - ORANTEO.

    - UN ALCAIDE.

    - LUCINDO.

    - DORICLEA.

    - FABIO.

    Acto I

    Salen MINOS, rey de Creta; FENISO, capitán, y soldados.

    MINOS

    En cuanto la humana gloria

    deleites, Feniso, alcanza,

    el primero es la venganza,

    y el segundo es la victoria.

    Hoy entrambos los poseo,

    pues he tenido, Feniso,

    con la victoria de Niso

    la venganza de Androgeo.

    Matáronme los de Atenas

    mi hijo, y Júpiter santo

    quiere que con otro tanto

    tengan consuelo mis penas.

    Si a mi hijo dieron muerte,

    tu hijo a Niso mató;

    con que de Grecia me dió

    la ciudad más noble y fuerte.

    Después que por tantas veces

    su muro habemos cercado,

    tres vueltas el sol ha dado

    desde el Aries a los Peces.

    Mas si mil siglos dilata

    los rayos de su tesoro,

    ya en el vellocino de oro,

    ya en las escamas de plata,

    no era posible gozar

    la venganza y la ocasión

    menos que con la traición

    que nos dió puerta y lugar.

    Mató Cila, patricida,

    al Rey, su padre, por mí,

    a quien la palabra di

    indigna de ser cumplida.

    Entregarme la ciudad

    lo prometió, y lo cumplió;

    pero no pensaba yo

    que fuera con tal crueldad.

    Ni amor es justo que mande

    llegue tal mujer a Creta;

    que puesto que amor sujeta.

    no para crueldad tan grande.

    La ciudad entrado habemos,

    y aunque la puerta me ha dado,

    yo quedo desobligado,

    porque los reyes queremos

    de la victoria, el valor,

    por traidor o por leal,

    pero es cosa natural

    aborrecer al traidor.

    FENISO

    Invicto Rey, no pudiera

    ser la ciudad conquistada

    si no es que Cila, engañada

    de su amor, la puerta abriera;

    porque el gallardo Teseo,

    y otros griegos generosos,

    la guardaban codiciosos

    de ganar honra y trofeo.

    Ella, con la confianza

    de que tu mujer sería,

    te dió, Minos, en un día

    ciudad, victoria y venganza.

    Agora no sé si es bien

    que la dejes de este modo.

    MINOS

    Los dioses lo han hecho todo,

    y nuestra dicha también:

    Némesis, la diosa airada

    de la venganza, ha querido

    que Cila pierda el sentido

    de loca y de enamorada,

    y que yo quede vengado

    de la muerte de Androgeo.

    FENISO

    Bien dejarás su deseo

    bastantemente burlado,

    porque, a no tener amor,

    no hubiera humano interés.

    (Sale CILA, dama.)

    CILA

    ¿Está aquí el Rey?

    FENISO

    Ella es.

    MINOS

    ¿Qué haré?

    FENISO

    Escucharla, señor.

    CILA

    Rey Minos, a quien se humillan

    los altos muros de Creta,

    como agora a tu victoria

    los imposibles de Atenas:

    bien sabes los muchos años

    (testigo esta misma cerca)

    que no pudiste llegar

    a ver sus famosas puertas,

    y que el sol, tu armado campo,

    cuando el aurora comienza

    a dar vida a cuantas cosas

    se la quitan las tinieblas,

    hasta que por el ocaso

    van haciendo las estrellas

    corona a la obscura noche,

    diamantes de su cabeza,

    hallada en la escarcha helada

    del invierno, y en la siesta

    del caluroso verano,

    sin poder hacerle ofensa;

    hasta que yo, desde el muro,

    para desdicha tan cierta,

    te vi gallardo a caballo

    armado de todas piezas;

    no de otra suerte que a Marte

    pintan en la quinta esfera,

    desde la lustrosa gola

    a la dorada esquinela.

    Daba la blanca celada,

    de varias plumas compuesta,

    a los aires tornasoles

    y a sus alas ligereza.

    Ibas haciendo escarceos

    con tanta gracia, que apenas

    volvías el rostro, cuando

    llevabas tras ti la media

    del alma, porque quedaba

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