Corazón de fiesta
Por LIZ FIELDING
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El plan parecía sencillo: un corte de pelo, un nuevo vestuario y el atractivo Max acompañándola a una fiesta sensacional. Con eso, estaban seguros de que Jilly atraería la atención de su antiguo amor. Pero, cuando Max la llevó a aquella fiesta, empezaron a ocurrírsele ideas extrañas respecto a Jilly, y ninguna de ellas tenía nada que ver con arrojarla a los brazos de otro hombre.
LIZ FIELDING
Liz Fielding was born with itchy feet. She made it to Zambia before her twenty-first birthday and, gathering her own special hero and a couple of children on the way, lived in Botswana, Kenya and Bahrain. Eight of her titles were nominated for the Romance Writers' of America Rita® award and she won with The Best Man & the Bridesmaid and The Marriage Miracle. In 2019, the Romantic Novelists' Association honoured her with a Lifetime Achievement Award.
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Corazón de fiesta - LIZ FIELDING
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Linda Allsopp
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Corazón de fiesta, n.º 1456 - mayo 2021
Título original: Dating Her Boss
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-557-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
MAXIM FLEMING estaba irritable. Realmente irritable. Y a su hermana, al otro lado de la línea telefónica, no le quedaba ninguna duda.
—Amanda, lo único que te estoy pidiendo es que me busques otra secretaria temporal. Y no soy exigente, lo único que quiero es alguien que sepa lo que se hace.
—Max…
—¿Tan difícil es?
—Max, querido…
Él continuó ignorando el tono de ligera advertencia de su hermana.
—Alguien que sepa escribir a máquina y que sepa lo suficiente de taquigrafía para tomar unas notas…
—La idea que tú tienes de un poco de taquigrafía no coincide con la mía, ni con la de ninguna de las competentes secretarias que te he mandado ya —le interrumpió ella abruptamente. Después, lanzó un quedo suspiro—. Max, en la actualidad, no hay muchas chicas especializadas en taquigrafía.
Al menos, no la clase de chicas que le había enviado a su hermano. Cosa natural por otro lado, ya que ella y su hermano tenían diferentes objetivos y, desgraciadamente, sospechaba que su hermano lo había descubierto.
—¿No te resultaría más fácil adaptarte a los tiempos y utilizar un dictáfono?
—¿Acaso estás admitiendo que la famosa agencia de empleo Garland no es capaz de proporcionarme una secretaria competente?
—No es eso, Max. Pero tienes que darme tiempo. Eres muy exigente y…
—Tiempo es lo que no me sobra, y se supone que Garland Girls es la mejor agencia —le recordó él—. El dinero no es un obstáculo, estoy dispuesto a pagar lo que sea por una secretaria que sepa mecanografiar correctamente y hacer dictados a una velocidad un poco mayor a la que lo haría si escribiera normal. ¿Es pedir tanto a la mejor agencia de secretarias de Londres?
—Lo que sí te sobra es genio —añadió su hermana, ignorando la pregunta—. Has despachado a un montón de excelentes secretarias en cuestión de dos semanas.
—¡Excelentes! ¡Eso sí que es un chiste!
—Jamás un cliente se ha quedado de mis secretarias —lo que era verdad, pero se debía al hecho de que nunca, hasta ese momento, había tratado de mezclar el trabajo con el papel de Celestina.
Max Fleming lanzó un gruñido.
—No voy a negarte que hasta el último ejecutivo de Londres que se precie tiene que tener al menos una «Garland Girl». Todas tienen un aspecto excelente, modales impecables y consiguen convencer a sus jefes de que es un honor tenerlas como empleadas. Bueno, pues te aseguro que no me impresiona. Lo que quiero es una profesional con personalidad y carácter.
¿Qué había hecho? Cierto que había elegido a las chicas que había enviado a su hermano por su aspecto físico y su encanto personal, pero no era posible que fuesen tan malas profesionales.
—Tonterías. Admítelo, Max, el problema eres tú. ¿Por qué van mis chicas a tener que aguantar tu mal genio y las excesivamente largas jornadas de trabajo que les exiges?
—¿Por dinero, querida hermana? ¿O es que sólo te has limitado a la tarea de recomponer mi destrozado corazón?
—Tú no tienes corazón.
—Eso lo sabemos tú y yo, pero si logras conseguirme una chica que sepa taquigrafía razonablemente, puede que incluso esté dispuesto a sacrificarme. Al menos, hasta que la madre de Laura se haya recuperado lo suficiente como para volver al trabajo. No me importa el aspecto que tenga y, desde luego, no tampoco me importa a que escuela de secretariado haya ido…
—Max Fleming, eres el hombre más imposible…
—Lo sé. La lista de mis defectos es infinita. Si te prometo portarme bien, ¿me mandarás a una persona competente? Aunque sólo sea por unos días, hasta que acabe el informe que tengo que enviar al Banco Mundial.
—Debería dejar que lo mecanografiases tú con dos dedos, así no serías tan…
—¿Vas a darte por vencida?
—Para darme por vencida, se necesita algo más que tú, querido hermano. Está bien, mañana por la mañana tendrás a alguien. Pero es la última oportunidad que te doy. Si ésta también se va, te quedas sin nadie —Amanda Garland frunció el ceño al colgar; luego, se volvió a su secretaria—. ¿Qué voy a hacer con él, Beth?
—¿Dejar de hacer de Celestina y enviarle al pobre una secretaria competente? —sugirió ella con una sonrisa—. Aunque, desde luego, no sé de dónde vas a sacar a alguien que pueda taquigrafiar a la velocidad de la luz, te va a resultar aún más difícil que conseguir llevarle al altar otra vez. Ahora mismo no tenemos a nadie.
—¿No recibimos un currículum el otro día de una chica de Newcastle? Según recuerdo, taquigrafiaba a una velocidad increíble.
—Mmmm. Jilly Prescott. Amanda, te recuerdo que dijiste que no tenía la apariencia física para ser una Garland Girl —la secretaria miró la foto adjunta al currículum vitae.
—Mi hermano no quiere volver a ver a una típica Garland Girl, se ha hartado.
Beth no parecía convencida.
—Ésta es muy joven, no va a durarle ni al almuerzo.
—Es posible —respondió Amanda Garland pensativa—. Pero también podría ocurrir lo contrario. Cree que a nuestras chicas les preocupa más su apariencia física que…
—Eso es porque te has empeñado en mandarle a las guapas y…
—Bueno, pues si le enviamos a Jilly Prescott, no va a poder quedarse de eso —Amanda contempló la fotografía de una joven de aspecto sumamente normal con una mata de cabello oscuro que podía llenar un colchón—. Quiere alguien con personalidad, con carácter. Las mujeres del norte tienen fama de tener carácter, ¿no?
—Si crees que se va a dejar amedrentar por alguien, Amanda, es que no conoces a tu hermano tan bien como crees.
—Merece la pena intentarlo. Vamos, llama a los contactos que ha puesto en el currículum como referencia. Si todo está en orden, llámala y dile que esté aquí mañana por la mañana a primera hora.
Jilly Prescott marcó el número de teléfono de su prima. A la tercera llamada, el contestador automático se puso en marcha.
—Hola, soy Gemma. En estos momentos no puedo atenderte, pero si dejas tu nombre y tu número de teléfono, te llamaré lo antes posible.
—¡Dios mío! —Jilly se apartó un mechón de pelo oscuro de la frente.
—¿Problemas, cariño? —le preguntó su madre con mirada ansiosa desde la puerta.
—No, pero Gemma no está, es el contestador automático.
Jilly esperó a oír el familiar pitido.
—Gemma, soy Jilly. Si estás en casa, contesta, por favor —esperó unos momentos, pero nada. ¿Por qué había tenido Gemma que elegir aquella noche para salir?—. Te llamo para decirte que he conseguido un trabajo en Londres y que voy a tomar el tren de por la mañana que va a King’s Cross. Te llamaré cuando haya llegado.
Jilly colgó el teléfono y se volvió hacia su madre.
—No te preocupes, Gemma me dijo que podía ir cuando quisiera.
Su madre pareció dubitativa.
—No sé, Jilly. ¿Y si está de vacaciones?
—Eso es imposible, estamos en enero. ¿Adónde iba a ir en enero? Habrá salido a algo, estoy segura que llamará luego. Y si no llama, tengo el teléfono de la oficina donde trabaja. Vamos, mamá, no te preocupes.
La agencia Garland era la mejor de Londres y había solicitado sus servicios. La querían allí al día siguiente. Jamás se le presentaría otra oportunidad así.
—Bueno, será mejor que haga la maleta.
—En ese caso, voy a plancharte la blusa buena —dijo la señora Prescott.
Jilly sabía que su madre no quería que se fuera, y mucho menos que se quedara en casa de Gemma; mantenerse ocupada era su forma de disimular, por eso Jilly no le dijo que ella también podía plancharse la blusa.
—Sólo Dios sabe qué aspecto tendrás cuando no tengas a nadie que te cuide.
—Me las arreglaré.
—¿Tú crees?
—Mamá, me plancho la ropa yo sola desde que tenía diez años.
—No me refería a eso —su madre hizo una pausa—. Prométeme que, si algo no va bien, si Gemma no puede o no quiere tenerte en su casa, volverás a casa inmediatamente.
—Pero…
—Jilly, aquí también hay trabajo —declaró la señora Prescott, y esperó.
Una promesa a su madre no era algo que se hiciera a la ligera. Si le prometía volver, tendría que hacerlo. Pero, al fin y al cabo, ¿qué podía salir mal?
—Te lo prometo, mamá.
Se hizo un momentáneo silencio.
—¿Vas a ponerte en contacto con Richie Blake?
—Supongo que sí —respondió Jilly, como si ninguna de las dos supiera que él era el motivo por el que quería ir a Londres.
—Puede que haya cambiado. Puede que no quiera que le recuerden su vida aquí, su pasado.
—Mamá, somos amigos. Buenos amigos.
Aún recordaba la primera vez que lo vio; un chico nuevo en la escuela con expresión de desolación, demasiado pequeño para su edad, con cabello rubio casi blanco y unas gafas sujetas a la nariz con papel celo. Un grupo de chicos más mayores habían tratado de intimidarlo, pero ella les había puesto en su sitio y había defendido al chico nuevo como una gallina a sus polluelos.
Desde entonces, él se le había pegado como una lapa. Quizá fuera por eso por lo que había visto en él lo que la mayoría de la gente no había conseguido ver. Algo especial.
Fue ella quien logró que lo contrataran como disk jokey para el baile de Navidad. Fue ella quien envió fotos de él a los periódicos locales con el fin de conseguirle publicidad gratis. Convenció a sus hermanos para que hicieran posters de él en sus ordenadores, le grabó los shows y bombardeó con las grabaciones a las emisoras locales hasta que, hartos, le admitieron en un programa juvenil de radio.
Y también le prestó el dinero para comprar el billete de tren a Londres, donde le habían ofrecido un trabajo en una emisora de comercial de la capital.
—Eres una chica estupenda, Jilly —le había dicho él en la estación—. Eres la única persona que ha creído en mí. Mi mejor amiga. Nunca te olvidaré, te lo prometo.
—Tienes mucha suerte de que se te haya presentado una oportunidad así,