Amor por despecho
Por Penny Jordan
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Él solo quería reclamarle el dinero que creía que le había estafado a su hermano, pero la sensualidad de Anna lo había atraído a su casa, a sus brazos, a su cama...
Sin embargo, ¿cómo reaccionaría ella cuando recuperase la memoria y se diera cuenta de que todo había sido un engaño?
Penny Jordan
Penny Jordan, one of Harlequin's most popular authors, sadly passed away on December 31, 2011. She leaves an outstanding legacy, having sold over 100 million books around the world. Penny wrote a total of 187 novels for Harlequin, including the phenomenally successful A Perfect Family, To Love, Honor and Betray, The Perfect Sinner and Power Play, which hit the New York Times bestseller list. Loved for her distinctive voice, she was successful in part because she continually broke boundaries and evolved her writing to keep up with readers' changing tastes. Publishers Weekly said about Jordan, "Women everywhere will find pieces of themselves in Jordan's characters." It is perhaps this gift for sympathetic characterisation that helps to explain her enduring appeal.
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Amor por despecho - Penny Jordan
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Penny Jordan Partnership
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor por despecho, n.º 1121 - julio 2020
Título original: Lover by Deception
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-726-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
DOLOR, rabia, culpabilidad… Ward Hunter sentía todas aquellas emociones mientras escuchaba a Ritchie, su joven e ingenuo hermanastro.
—¿Por qué no me llamaste si necesitabas dinero? —preguntó.
La luz que entraba por la estrecha, casi monástica, ventana del estudio de Ward se reflejaba en el cabello de Ritchie, haciéndolo brillar como el oro.
—Porque ya has hecho suficiente por mí —contestó el joven con la voz suave y modulada que tanto le recordaba a Alfred, el padre de Ritchie y padrastro de Ward—. No quería pedirte nada más, pero el máster en Estados Unidos sería de gran valor para mi carrera —añadió, tímidamente. Después siguió hablando y el entusiasmo por sus estudios hizo que olvidara la vergüenza que sentía cada vez que tenía que pedirle dinero a Ward.
Mientras lo escuchaba, Ward lo miraba fijamente. Sus ojos eran de color gris acero, heredados del joven obrero que le había dado la vida cuarenta y dos años atrás y que había muerto en un accidente laboral cuando Ward era un niño. En realidad, el responsable del accidente había sido un avaricioso empresario al que no importaban las normas de seguridad en el trabajo. Había ocurrido en los tiempos en los que ese tipo de accidente no llamaba la atención de los medios de comunicación, cuando la compensación a la familia por la pérdida de una vida, de un padre, de un marido, se dejaba a la discreción del empresario y no había leyes que lo regulasen.
La madre de Ward no había recibido nada; menos que nada. Tras la muerte de su marido, había tenido que abandonar la casa, propiedad de la empresa, y marcharse con su hijo a casa de sus padres. Ward se quedaba con su abuela, mientras su madre aceptaba cualquier trabajo para poder mantenerlo.
Había sido trabajando como limpiadora en el colegio de Ward donde conoció a su segundo marido, un bondadoso profesor de literatura.
Ninguno de los dos había esperado que su matrimonio diera como resultado un hijo y Ward entendía bien por qué estaban tan entusiasmados con el pequeño Ritchie.
Ritchie era igual que su padre. Amable, bien educado, estudioso, ingenuo y fácil de engañar, no por falta de inteligencia sino porque ni él ni su padrastro entendían la avaricia y el egoísmo de los demás. Esos eran defectos que ellos, sencillamente, no tenían.
Había sido gracias al cariño y el cuidado de Alfred por lo que Ward había podido abrir su propio negocio.
Era, como le gustaba decir a la gente, un hombre hecho a sí mismo. Un millonario que podría costearse cualquier capricho porque su empresa había sido comprada por una gran corporación norteamericana, pero Ward prefería vivir sencilla, casi monásticamente.
Era un hombre alto y fuerte como un león, con hombros anchos y una constitución de hierro, heredada de su padre. Un hombre cuya presencia y dotes de mando temían los otros hombres y, en cuanto a las mujeres…
La semana anterior, Ward había tenido que dejarle claro a la esposa de uno de sus colegas que no estaba interesado en lo que ella tan abiertamente le ofrecía.
Ward había crecido con una madre que era todo lo que él admiraba en una mujer: tierna, sacrificada, dulce y leal.
Había sido una sorpresa para Ward descubrir que ese tipo de mujer era difícil de encontrar.
Su esposa, la chica de la que se había enamorado y con la que se había casado a los veintidós años, se lo había demostrado, abandonándolo un año después de la boda porque prefería un hombre con el que pudiera divertirse, un hombre que tuviera tiempo y dinero para gastarlo con ella.
Para entonces, Ward estaba tan desilusionado con el matrimonio como ella, cansado de volver a casa y no encontrar a nadie y, sobre todo, harto de una mujer que no aportaba nada a la relación pero que, egoístamente, lo pedía todo.
A pesar de ello, no había sentido placer alguno cuando, cinco años después, el segundo marido de su esposa fue a suplicarle que le diera trabajo porque estaban en la ruina.
Más por desprecio que por otra cosa, Ward le había hecho a la pareja un préstamo que no tendrían que devolver nunca. Aún recordaba la mirada de avaricia en los ojos de su ex mujer cuando los había recibido en su nueva casa. Parecía estar tasando la propiedad, recriminándose a sí misma por haber perdido algo que podría haber sido suyo.
No era extraño que hubiera tenido la poca vergüenza de insinuarse cuando su marido no podía verla, diciéndole que siempre lo había amado, que su divorcio había sido un error. Aunque Ward hubiera tenido la desgracia de seguir amándola, no la habría aceptado. Estaba en sus genes, en su herencia y en su tradición valorar la honestidad y la lealtad por encima de todo.
Su matrimonio estaba muerto, le había dicho secamente, y también lo estaba cualquier emoción que hubiera sentido por ella alguna vez.
Desde el fracaso de su matrimonio, Ward había optado por una vida sin mujeres.
Pero eso no significaba que no tuviera problemas y se estaba enfrentando con uno de ellos en aquel momento.
Cuando Ritchie había conseguido plaza en la universidad de Oxford, Ward había ofrecido pagarle la carrera. Al fin y al cabo, era su único hermano y sentía un gran cariño por él.
Sus padres estaban retirados en aquel momento y Alfred, quince años mayor que su madre, sufría del corazón y necesitaba toda la tranquilidad posible.
—¿Por qué no me dijiste que necesitabas dinero? —insistió Ward.
—Porque me daba vergüenza pedírtelo —contestó Ritchie, apartando la mirada.
—Pero tu inteligencia, tu sentido común deberían haberte dicho que todo ese asunto era una estafa. Nadie paga intereses tan altos. ¿Por qué crees que esos anuncios aparecen en letra pequeña?
—Pero parecía la solución a mis problemas… —empezó a explicar el joven—. Tenía en el banco las cinco mil libras que me habías prestado y si hubiera podido convertirlas en diez mil en unos meses, más el trabajo que había aceptado en vacaciones… —Ritchie dejó la frase sin terminar al ver que Ward miraba al techo, incrédulo—. Parecía una buena idea. Yo no sabía que…
—Claro que no sabías —lo interrumpió Ward—. Deberías haber venido a verme… Bueno, cuéntame otra vez qué ha pasado.
Ritchie respiró profundamente.
—Vi un anuncio en el periódico que ofrecía inversiones con un interés del cincuenta por ciento y había que solicitarlo a un apartado de correos.
—Un apartado de correos —Ward volvió a mirar al techo—. Y tú, dando muestras de gran sentido común, te lo creíste.
—Creí que iba a hacer un buen negocio, Ward —protestó Ritchie de nuevo—. Pensé que… bueno, papá siempre me está diciendo la suerte que tengo de que tú me pagues la carrera y eso a veces hace que me sienta… Bueno, no me gusta que mi padre no se sienta orgulloso de mí, ni que mis compañeros piensen que soy un niño mimado porque tú me lo pagas todo —explicó, con expresión dolorida. Ward le dio un golpecito en el brazo para animarlo a seguir—. El caso es que al final un hombre me llamó y me dijo que tenía que enviarle el cheque por cinco mil libras. Me aseguró que me enviaría un recibo e información mensual sobre cómo iba la inversión.
—¿Y, por casualidad, no te informó de cómo iba a conseguir un interés tan alto? —preguntó Ward.
—Decía que era porque no había intermediarios y porque tenía contactos en Estados Unidos y sabía cuáles eran los negocios que estaban en alza…
—Ya, claro, y, por generosidad, pensaba compartir todo eso con cualquiera que respondiera a su anuncio. ¿Es eso?
—Yo… no le pregunté sus motivos —contestó Ritchie con toda la dignidad de la que era capaz—. Ahora me doy cuenta de que no debería haber confiado en él, pero el profesor Cummins acababa de decirme que, si hacía un máster en Estados Unidos, podría conseguir una beca para el doctorado en Oxford. Además, me pidió que, de paso, hiciera una investigación para unas lecturas que tiene que dar en Yale el año que viene. No sé por qué me ha elegido a mí, la verdad.
—Te ha elegido por la misma razón por la que te eligió el que te ha estafado cinco mil libras, Ritchie —lo interrumpió Ward, irónico—. Bueno, vamos a ver, le enviaste el cheque y ¿qué pasó después?
—Durante los dos primeros meses todo