El corazón de las tinieblas
Por Joseph Conrad
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Joseph Conrad
Joseph Conrad (1857–1924) und Ford Madox Ford (1873–1939) gehören zu den bedeutendsten Erzählern der modernen Literatur des 20. Jahrhunderts. In seinen vielschichtigen, auch vieldeutigen Romanen und Erzählungen knüpfte Conrad oft an die Erfahrungen seiner Seemannsjahre an. Die Romane von Ford Madox Ford haben an Wertschätzung in den letzten Jahrzehnten ständig zugenommen und gelten heute ebenfalls als Klassiker; er arbeitete viel und eng mit Joseph Conrad zusammen, mit dem er mehrere Bücher verfasste.
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El corazón de las tinieblas - Joseph Conrad
EL CORAZÓN
DE LAS
TINIEBLAS
9788497403641_Page_001_Image_0001.jpgJOSEPH CONRAD
EL CORAZÓN
DE LAS
TINIEBLAS
978-84-9740-459-4_Page_003_Image_0001.jpgEdición y traducción de
MERCEDES ROSÚA DELGADO
2.jpgEn nuestra página web www.castalia.es encontrará el catálogo completo de Castalia comentado.
Oficinas en Buenos Aires (Argentina): Avda. Córdoba 744, 2º, unidad 6
C1054AAT Capital Federal
Tel. (11) 43 933 432
E-mail: [email protected]
Título original: Heart of Darkness
Primera edición impresa: octubre 2010
Primera edición en e-book: febrero 2012
© de la edición y traducción: Mercedes Rosúa Delgado, 2010, 2012
© de la presente edición: Edhasa (Castalia), 2012
www.edhasa.es
Ilustración de cubierta: J.M. William Turner: Paz – Entierro en el mar (óleo sobre lienzo, 1842, detalle), Tate Gallery, Londres.
Diseño gráfico: RQ
ISBN 978-84-9740-459-4
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes,
la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
PRESENTACIÓN
978-84-9740-459-4_Page_001_Image_0002.jpg¿Te atreverías con el horror? El auténtico, el total, el absoluto. Más allá de asesinos y aparecidos, de relatos sanguinolentos e historias de fantasmas. El horror que puede residir —que probablemente reside— en tu interior, en el de cada uno de los otros, como un monstruo que hiberna cubierto por el pelaje de las civilizadas circunstancias, allá en el fondo, ignorado como un alien, pero capaz cuando se alza de ocupar la persona toda.
Este libro es un viaje hacia ese último punto, más allá del gran río y de los seres —animales, humanos, vegetales— que preceden al final torbellino al que, como los acompañantes de Kurtz y el testigo de sus últimos días, Marlow, el lector llega a asomarse intentando no precipitarse en él. En El corazón de las tinieblas hay aventuras, caníbales, selva virgen, hechiceros, flechas y fusiles. Pero nada de esto es comparable con la llegada ante el rostro desnudo del verdadero espanto. El que, una vez visto, se instala para siempre en el recuerdo.
LA ÉPOCA
En el último año del siglo XIX, que es cuando se escribe esta novela, África no era ya la «tierra de leones» que vagamente cartografiaban los antiguos, pero aún había en ella espacios ignotos y era recorrida por exploradores que buscaban territorios míticos: las fuentes del Nilo, los cementerios de elefantes, las minas del Rey Salomón, las nieves del Kilimanjaro. De manera menos poética, era ese continente de fronteras artificialmente trazadas a escuadra y cartabón (como revelan todavía los mapas) por las grandes potencias europeas, de guarniciones y de puestos comerciales que, desde la costa, se encaramaban por las únicas rutas de los grandes ríos hacia un interior que era la pura imagen del «otro», de un espacio, una humanidad y un ambiente ajenos en todo al mundo civilizado.
C:\Documents and Settings\designer1.BLVN\Desktop\1\New Folder\1.jpgArriba: Stanley Falls (también llamadas Boyoma Falls), conjunto de las siete cataratas en el curso del río Lualaba, en el Congo, añoradas por Conrad cuando niño.
Abajo: tablero para un juego de mesa de la época victoriana, que muestra el viaje de Stanley y Livingstone por África central, desde el océano Atlántico al Índico.
C:\Documents and Settings\designer1.BLVN\Desktop\1\New Folder\2.jpgEn 1868 un niño de nueve años, Conrad, señala en el mapa el territorio en blanco —que será Stanley Falls— al que cuando sea mayor se propone ir. El explorador que dará nombre a tal lugar ha recorrido la jungla de África ecuatorial, trazado el curso del río Congo y hallado en 1871 a un explorador misionero que se creía perdido, a quien dirige el saludo que quedará para la Historia: ¿El doctor Livingstone, supongo? Por Europa circulan los libros de Stanley A través del Continente Negro y En lo más negro de África. Navegación y comercio, junto con ferrocarriles, técnica y auge demográfico, impulsaban la Revolución Industrial, y las compañías inglesas, francesas, holandesas, belgas extraían con avidez materias primas, productos exóticos y un elemento, el marfil, que se había convertido en fetiche y símbolo de riqueza. España, mientras, languidecía en el recuerdo de sus perdidas provincias americanas. Mucho antes, en 1482, el portugués Diego Câo había sido el primer europeo en explorar la zona y establecer en el Congo puestos comerciales. Bélgica, independiente sólo desde 1831, se modernizó con rapidez y su rey, Leopoldo II, dirigía desde Bruselas, como propiedad personal, un vasto territorio africano, el Congo Belga, luego Zaire. Lo que el rey presentaba como empresa civilizadora y cristiana pasó a ser, en la práctica, una franquicia de explotación sin escrúpulos que esclavizó y diezmó a los nativos. Hasta que el movimiento de denuncia de tales atrocidades, impulsado por gente de la talla de Morel, Casement (a quien conoció Conrad en el Congo), Sheppard o Williams, tuvo fruto y puso las bases de futuras asociaciones pro Derechos Humanos.
978-84-9740-459-4_Page_009_Image_0001.jpgExpedición colonialista europea al África.
Ilustración publicada en el suplemento semanal de Le petit journal, París, ¹⁹¹³.
El corazón del mundo industrializado era en el siglo XIX Londres, la «Madre de las Ciudades» en palabras de la época, y su sangre las vías fluviales y marítimas cuyo libre tránsito se consideraba esencial. El globo terrestre se hacía familiar a ojos vistas, tentaba, ofrecía oportunidades, apremiaba con la necesidad de establecer nuevas esferas de influencia y acción. Y en él habitaban, a la vez, todas las etapas de la evolución, y adaptación, de la especie, hombres para quienes era magia el pitido de un barco y el humo de una chimenea, plantas semejantes a la vegetación intacta de cuando los bosques eran señores de la tierra, depredadores blancos ansiosos de practicar el tiro con un grupo indígena de las márgenes del río, depredadores negros deseosos de organizarse un festín caníbal con los miembros (en todos los sentidos de la palabra) de otra tribu.
Pensadores, geógrafos, filósofos, misioneros, políticos, investigadores, intelectuales de todo tipo y simples individuos con inquietudes, sentido común, humanidad, inteligencia y escrúpulos también habían emprendido una búsqueda de referencias, datos, teorías e ideas que proporcionaran un marco de referencia, un proyecto moral, una jerarquía de valores distintos al expolio, la agresión, la violencia y el abuso de las poblaciones nativas. El siglo XIX se cierra, y el XX se abre, con un conflicto entre torpe colonialismo y proyecto de civilización y progreso, universalidad de los valores humanos y facilidad del retroceso a la barbarie, conflicto que, de hecho, continúa hasta el día de hoy.
CONTEXTO LITERARIO
El siglo XIX es la época de las grandes novelas, de las narraciones de aventuras que corresponden, en la vida real, a la expansión de los europeos por los cinco continentes, a la descripción de las vastas extensiones vírgenes y a la curiosidad y sed literaria de una población en rápido crecimiento de su demografía, su curiosidad y expectativas y de su poder de compra.
Es, además, una época durablemente impregnada por el realismo y el naturalismo, por la descripción amarga de unos seres humanos estrictamente condicionados por su medio y herencia. Sin embargo, los individuos tienen papel esencial y contradicen el excesivo determinismo de quienes buscan en las circunstancias la explicación de todo. En las novelas aparecen personas de notable capacidad de juicio y de movimientos, caracteres muy marcados capaces de pasión y, a la vez, de distanciamiento, y dotados de una carencia de trabas intelectuales y verbales que otorga credibilidad a sus palabras y contrasta con el temor actual a expresar lo políticamente incorrecto.
En dirección contraria al realismo se encuentran el relato fantástico, el cuento de terror y el folletín sentimental o el de crímenes, que irán creando algunas obras excelentes y grandes cantidades de otras de simple entretenimiento.
En los umbrales del siglo XX, la novela moderna significa la fragmentación e introspección del relato, el manejo subjetivo del tiempo, la diversidad en los recursos estilísticos que centran la atención en distintos puntos de vista, seres, lugares e incluso elementos naturales y objetos que adquieren personalidad y ocupan el primer plano. Ciudades y aldeas, campos y ríos, costas y montañas pasan de marcos de una acción a seres determinantes en el desarrollo y rasgos esenciales de la trama. El retrato de los personajes se realiza, por otra parte, con trazos muy someros que recuerdan a la pintura impresionista; y más importante que las largas descripciones físicas es el apunte sobre gestos, menudos detalles, comportamientos, fruto de una rápida visión y de un rápido esbozo. El esquema tradicional de planteamiento, nudo y desenlace desaparece, pasa a ser tan diverso como el escritor y el tema lo requieran, y se somete por entero al fragmento de vida y de experiencia que se pretende transmitir, al mensaje o al sentimiento, a la pretensión científica o al simple deseo de entretener al lector con una sucesión de peripecias y una serie de descripciones con frecuencia exóticas.
La novela moderna es también la de tesis, aquélla que expone, abierta o veladamente, una teoría, una idea, un intento de comprensión y de explicación de los sucesos, condiciones y existencia que al narrador le ha tocado vivir. Es, por lo mismo, con frecuencia de final abierto e inquietante, despegada y solitaria como sus desarraigados protagonistas y sus autores. Aparecen subgéneros que corren paralelos a la actividad de los desplazamientos humanos y a las exploraciones geográficas; tal es el caso de las novelas de navegaciones, de la presencia insistente en la literatura de barcos, carruajes y ferrocarriles, del nacimiento de la ciencia ficción y de la presencia de cazadores, guías, exploradores, colonos y viajeros.
La novela de esta época florece y reina en un momento quizás irrepetible, de rara libertad. Sus autores no dependen sino de la creciente demanda de los lectores, se expresan con audacia, no sienten la coacción de múltiples medios comunicativos e insistentes mensajes subliminales. Por ello dejan en el lector el sabor inconfundible de la expresión carente de consignas, de la sustancia literaria aún no tocada por la autocensura; capaz, por ello, de transmitir calidad y de introducirse en el centro del «otro» y su experiencia.
Pages from 978-84-9740-459-4.jpgArriba: Berdyczów a finales del siglo XIX.
Derecha: el joven Conrad.
Abajo: izquierda, las dos caras de la moneda conmemorativa del autor, emitida en 2007 por el Banco Nacional Polaco, por un valor de 200 zlotys; derecha, monumento a Conrad en el puerto de Gdynia, en la costa polaca del Báltico.
EL AUTOR
A los diecisiete años Conrad decide, en el puerto de Marsella, el curso de una vida que ya sabía de deportaciones, orfandad y desplazamientos. Ha nacido en 1857 en Berdyczów, la Ucrania actual, y es un polaco cuya familia, culta, aristócrata y nacionalista, se rebela contra la opresión rusa, lo que los llevará a todos a las penurias de la persecución, la cárcel, la enfermedad y el exilio. El ambiente de su infancia es culto, intelectual y apasionado. Su padre es poeta, traductor y dramaturgo, y paga con salud y vida la defensa de sus ideales independentistas polacos. Además de políglota, Conrad será un autodidacta con amplios conocimientos literarios y geográficos. En 1865, a los once años, tras la muerte de su madre, Ewa, a la que siguió la del padre, Apollo, en el 69, el niño pasó a la tutela de su tío. El alto nivel cultural de sus padres es visible en el temprano aprendizaje del inglés y las variadas lecturas. Tras una breve estancia en Suiza, desciende a Italia, llega por primera vez al mar y, en el 74, busca trabajo en los barcos mercantes que zarpan de Marsella rumbo a África, Asia y las Indias Occidentales.
Los años que siguen son de navegaciones, empresas diversas, como el transporte ilegal de armas para los carlistas españoles, amistad con personajes que formarán parte luego de su universo literario, pasión por el juego, grandes deudas y un intento de suicidio en el que la bala le atraviesa de parte a parte a ras del corazón. Pero ese disparo en el pecho marca el pistoletazo de salida de una nueva y duradera etapa: la del navegante de carrera y la gestación del escritor. En los libros de Conrad hallarán cobijo algunos personajes y lugares que pertenecen al recuerdo de su primera y turbulenta juventud. Con veintiún años, en 1878 llega por vez primera al Reino Unido, donde trabaja en un vapor costero. A continuación aprueba el examen de oficial de Marina y logra la ciudadanía británica; continúa su carrera, se hace capitán y se instala por completo en la que será ya, probablemente, su patria real: la lengua inglesa. Ha cambiado su nombre original polaco, Józef Teodor Konrad Korzeniowski, de difícil pronunciación, por Joseph Conrad, y no escribirá libros en polaco jamás.
C:\Documents and Settings\designer1.BLVN\Desktop\1\3.jpgIzquierda: Conrad con su mujer e hijo.
Arriba: a bordo del Tuscania, rumboa Norteamérica.
C:\Documents and Settings\designer1.BLVN\Desktop\1\4.jpgPágina del manuscrito autógrafo original de El corazón... (el texto corresponde, en esta edición, a página 164). A la derecha, una curiosidad: un dibujo hecho por Conrad en 1911.
Redacta su primera historia, The Black Mate. Durante sus primeras vacaciones largas en Londres, a los treinta y un años, de los que ha pasado casi la mitad en el mar, comienza a escribir La locura de Almayer. En 1890 firma un contrato como capitán de un barco fluvial con la Sociedad Anónima Belga para el Comercio del Alto Congo. La iniciativa responde a una larga fascinación infantil por —en sus propias palabras— «el corazón blanco de África». Lo que debían de ser tres años se reduce