Deseos y esperanzas
Por Myrna Mackenzie
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A Anna Nowell le encantaba su trabajo; vivir gratis en una increíble mansión cuyo dueño nunca estaba tenía beneficios que jamás habría imaginado. Pero tras el regreso de su jefe, Anna ya no era necesaria… a menos que consiguiera convencerlo de que era indispensable. El guapo y cultivado Donovan Barrett era un reputado médico pero, desde la trágica muerte de su hijo, sólo deseaba estar en soledad. Desde luego confraternizar con el servicio no figuraba entre sus planes, pero Anna, con su compasión y alegría, consiguió que cambiara de idea… y devolverle la vida que creía haber perdido para siempre.
Myrna Mackenzie
Myrna Mackenzie gostaria de ter sido uma princesa se não tivesse que trabalhar. E como sempre histórias e finais felizes, se tornar uma escritora de romances parecia perfeito. Autora vencedora de prêmios, Myrna nasceu em Campbell, no estado de Missouri, nos EUA, mas cresceu em Chicago. Hoje divide seu tempo entre Chicago e Lake Geneva, em Wisconsin. Ela adora internet, café, fazer trilhas e jardinagem. www.myrnamackenzie.com
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Deseos y esperanzas - Myrna Mackenzie
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2007 Myrna Topol
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Deseos y esperanzas, n.º 2118 - abril 2018
Título original: The Maid and the Millionaire
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9188-176-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
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Capítulo 1
ANNA Nowell se quedó mirando el teléfono que acababa de colgar.
–Está bien. No te asustes –se dijo a sí misma–. Esto es simplemente un pequeño obstáculo en el camino. No es nada de lo que te debas preocupar.
Pero incluso mientras se susurraba a sí misma aquello, sabía que debía preocuparse por todo.
Había estado durante dos años cuidando Morning View, en Lake Geneva, Wisconsin, una mansión propiedad de Donovan Barrett, un hombre rico que la había empleado mientras que había estado ausente. Durante todo ese tiempo, el señor Barrett nunca había puesto un pie en aquella preciosa mansión frente al lago. A excepción de los jardineros que iban de vez en cuando, Anna había vivido allí sola, jugando a ser la dama de la casa.
Pero Donovan Barrett iba a regresar y ello significaba que no iba a hacer falta nadie que cuidara la casa. Iba a perder su trabajo.
Durante todo el tiempo que había estado viviendo en aquella casa no había tenido que pagar alquiler y, por lo tanto, había sido capaz de ahorrar una considerable cantidad de sus ingresos. El salario que recibía era mucho más alto que el que ganaría en cualquier otro trabajo al que pudiera acceder una chica sin una licenciatura universitaria. Trabajar en aquel lugar no sólo le había permitido vivir una fantasía, sino que también había hecho un poco más real su sueño de adoptar un niño.
Lo había hecho un poco más real, pero no lo suficiente. Había ahorrado dinero, pero no podía permitirse mantener a nadie más durante mucho tiempo, no de la manera que le gustaría. Y no haría que un bebé inocente creciera rodeado de la misma pobreza en la que había crecido ella, la pobreza que había llevado a su padre a abandonar a su familia y que había provocado que ella tuviese una dolorosa y solitaria existencia. Nunca sometería a un niño a esa clase de vida.
Sintió un dolor en la garganta al pensar que quizá iba a tener que posponer lo que deseaba desde hacía tanto tiempo; un niño al que darle el amor que ella nunca conoció.
–Afróntalo. Las cosas han cambiado –se dijo a sí misma, tragando saliva.
La mujer que había telefoneado había sido la asistente personal de Donovan Barrett en Chicago. Al día siguiente por la mañana, el señor Barrett se trasladaría a su mansión de Lake Geneva.
Respiró profundamente. La habían contratado para hacer un trabajo y lo había hecho. Donovan Barrett había necesitado una persona que le cuidara la casa, pero ya no la iba a necesitar. No era culpa del hombre que ella deseara que se quedara en Chicago. Y en aquel momento tenía que preparar la casa para su llegada. Todavía no estaba en el paro.
–Tampoco estoy derrotada todavía –dijo en alto, aunque estaba atemorizada. Aparte de lo que la asistente de Barrett le había contado a regañadientes y de lo que había sabido por las cotillas de la zona, sabía muy poco de él. Había nacido para ser rico y había sido un médico de renombre hasta que su pequeño hijo murió de forma accidental. Entonces había abandonado su profesión y se había convertido en un ermitaño. En los dieciocho meses que habían transcurrido desde la muerte de su hijo, Donovan Barrett se había vuelto una persona difícil. No le gustaba la proximidad de otras personas. De hecho, no le gustaban las personas. Ansiaba la oscuridad y el silencio.
A Anna le encantaba la luz aun teniendo en cuenta que su educación había estado sumida en la oscuridad. Le encantaba hablar, la música y tener compañía, quizá debido a que no había gozado mucho de nada de ello en su niñez.
Parecía que ella era el tipo de persona que al señor Barrett no le gustaría, pero…
–Por lo menos va a necesitar un mínimo de personal –se dijo a sí misma–. ¿Necesitará una cocinera?
Si hubiera tenido ánimo de reírse, lo habría hecho hasta que se le saltaran las lágrimas. ¡Ella era una pésima cocinera!
–Está bien, entonces una empleada doméstica –una casa con diez habitaciones, seis baños y una cocina del tamaño de una pequeña ciudad necesitaba mucha limpieza.
Se preguntó si podría hacer realidad sus sueños con el salario de una empleada doméstica.
Frunció el ceño. Preocuparse de esa manera no la iba a llevar a ningún sitio. La verdad era que la mayor parte de la casa había estado cerrada durante dos años y en aquel momento se tendría que abrir y arreglar. En menos de veinticuatro horas. Si no estaba todo perfecto, si la casa no brillaba, si no reunía todos los requisitos a los que sin duda un hombre como Donovan Barrett estaba acostumbrado, ella parecería incompetente. Y todas las esperanzas de conseguir otro puesto de trabajo en la misma casa desaparecerían. No tendría trabajo ni casa…
Cerró los ojos. Resistió la necesidad de acariciar el espacio vacío que tenía en el abdomen, donde otras mujeres podían llevar niños. De nuevo respiró profundamente para tomar energía. No podía permitirse tener pena de sí misma. No tenía sentido hacerlo.
–Ponte en marcha –se dijo a sí misma, estirándose–. Ponte a trabajar.
Quizá si hiciese un buen trabajo y preparase muy bien la casa para su dueño… tal vez Donovan Barrett y ella llegaran a un acuerdo.
–Los milagros pueden ocurrir –susurró mientras se dirigía a limpiar.
Donovan Barrett se dirigía hacia un destino en el que no estaba interesado. Pero tenía sus razones para ir a Lake Geneva; era allí donde pretendía quedarse… hasta que estuviera mejor.
Sólo había estado allí una vez; apenas recordaba el pintoresco pueblo que estaba entre las áreas metropolitanas de Chicago y Milwaukee. Sabía que muchas familias pudientes de Chicago iban al lago en verano. Su ex mujer, Cecily, había sido quien había elegido aquella casa. Pensándolo en aquel momento, suponía que lo que había querido ella había sido que le prestara un poco más de atención a su familia. Pero no había funcionado.
Conduciendo por el pueblo, observó las pequeñas lanchas que había en la bahía y un barquito para turistas. Por un momento, pensó cómo le habría gustado a Ben montarse en aquel barquito y observar el pueblo desde él.
¡Si hubiese llevado a su hijo a aquel lugar por lo menos una vez! Sólo una vez. Ben sólo tenía cuatro años cuando murió.
Agarró con fuerza el volante y se dirigió hacia Morning View, maldiciéndose a sí mismo por todo lo que le había fallado a su hijo, incluyendo el hecho de no ser capaz de salvarle la vida aun siendo médico. La furia se apoderó de él y recordó por qué había ido a aquel lugar.
Para no olvidar.
–Eso nunca va a pasar –se prometió a sí mismo mientras conducía por la serpenteante carretera que llevaba a su casa.
Nunca olvidaría a Ben, pero no podía seguir siendo el hombre que había sido hasta aquel momento. Por lo menos en Morning View dejaría atrás su antigua vida. Tenía que hacerlo. Se había pasado los doce meses que siguieron a la muerte de Ben como atontado, pero durante los últimos seis meses, algunos buenos amigos y colegas de profesión le habían empezado a decir que tenía que continuar con su vida. Al principio lo habían hecho delicadamente, pero después con más urgencia. No comprendían por qué él no volvía a retomar su exitosa carrera como médico ni por qué se tenía que apartar de un mundo que le recordaba constantemente todo lo que había perdido.
No quería herir ni decepcionar a esas personas durante más tiempo, pero tampoco podía hacer lo que le pedían que hiciera.
Luchó por apartar el enfado que amenazaba con apoderarse de él. No iba a retomar su carrera como médico. No lo haría nunca. Su negligencia había sido la causa de la muerte de su hijo, en muchos aspectos. Tenía que vivir con eso, pero lo haría a su propia manera. No se iba a permitir fallarle a nadie más.
–Aquí podré fingir que nunca he escuchado las palabras «juramento hipocrático» y a nadie le importará –sintió una desalentadora satisfacción. Pero entonces divisó la casa. Era una gran casa blanca con un patio en el que había una fuente. Tenía torres a ambos lados y cinco chimeneas. Si hubiese llevado a Cecily y a Ben allí, quizá la habría hecho feliz y no se habrían separado. Y Ben no habría estado cruzando aquella calle justo en el momento en que aquel coche bajaba a toda velocidad.
Una oscura agonía amenazaba con apoderarse de él. Aparcó el coche frente a la casa y salió.
«Sigue moviéndote, no te detengas», pensó, dirigiéndose hacia la entrada. Sacó la llave y la introdujo en la cerradura. Abrió la puerta y casi se chocó con una mujer que estaba subida en una escalera. Una escalera excepcionalmente alta que se agitó. Instintivamente, Donovan se acercó para sujetarla. La mujer se balanceó.
–¿Qué demonios está haciendo? –bramó él. Observó los asustados ojos grises de la mujer.
–Oh, ¡caray! He hecho que se enfade. No quería empezar de esta manera. Es que… necesitaba cambiar la bombilla –explicó ella, enseñándole la bombilla que tenía en la mano. Tenía la cara pálida.
–No estoy enfadado –dijo Donovan, echándose para atrás y controlando sus emociones con todas sus fuerzas. Últimamente se le daba bien hacerlo. Había sido necesario hacerlo cuando habían llegado amigos, pero había esperado